Los Dioses del Amor

Los Baños de la Paz

'¡Aguas termales! ¡Aguas termales! ¡Nada hay mejor, que las aguas termales!'

Decir que estaba eufórica sería quedarse cortos.

Luego de hacer algunas investigaciones y jubilar a la fuerza a de sus Giebes que no dejaban de pelear por una rencilla estúpida, Aub Alexandría sentía que estaba por salirse con la suya.

Quizás su vida y su familia pertenecieran a ese mundo, pero su alma seguía siendo japonesa en cierto modo. Las mejoras estructurales y cambios que había estado realizando en su Ducado a un paso que le parecía lento y tortuoso comenzaba a dar frutos. Tampoco es que pudiera quejarse. Ferdinand, Benno, Sthral y sus familiares en general debían hacerle recordar, con bastante frecuencia, que cada cambio tomaba tiempo, de modo que debía tener calma para implementar más y más reformas, como su escuela del Templo.

El orfanato de Alexandría, así como su templo habían sido limpiados y reestructuramos bajo la mano dura de Harmuth y Clarissa y el ojo crítico y los entrenamientos de Fran. Apenas Conrad, el hermano menor de su asistente Philine, estuviera listo, podría solicitar a Aub Ehrenfest que le entregaran a Wilma para ser la directora oficial de su orfanato. Clarissa era más una supervisora que una directora debido a su trabajo matutino en el castillo, aún así, su sueño de abrir una escuela en el templo para los huérfanos y posteriormente para los plebeyos prebautizados ya era una realidad. Ahora solo necesitaba que los nobles de la capital comenzaran a llevar a sus hijos, después de eso, podría pensar en abrir capillas en las zonas Giebes para que los huérfanos tuvieran donde vivir y los niños, en general, pudieran ser alfabetizados en todo su Ducado. Después de todo, a mayor alfabetización, más lectores. A más lectores, más libros. Y a más libros, más se llenarían de historias y letras su biblioteca y su vida.

Claro que no era eso lo que la tenía tan feliz.

Luego de intervenir de manera directa en el otoño junto a su esposo y obligar al par de viejos necios a ceder el título de Giebes a sus herederos, Rozemyne llegó a un acuerdo con dichas regiones para forzar… bendecirlos con la dicha de convertir su relación de rivales en una simbiótica.

Por un lado estaba la zona montañosa con un gran lago en la cima donde colocó un par de pequeños templos a Flutrane y Leidenshaft para convertir una buena parte del afluente en aguas termales. A más fieles fueran a orar a ambos templos, más agua caliente tendríanían para explotar ahora que la gente comenzaba a comprar trajes de baño... aun si eran esas versiones de abuela de la primera guerra mundial.

La otra parte del lago fue guiada a la región vecina junto a un templo a Flutrane y otro a Geduldh y su esposo Ewigeliebe, este último más pequeño y escondido dentro del templo de su esposa con la idea de mantener la tierra de pastos altos siempre verde y con suficiente agua. Resultaba que la zona era ideal para la ganaderia, si además le agregaban granjas avícolas, podrían sacar provecho. La idea era que una zona le vendiera alimentos a la otra y que la zona de aguas termales atrajera el turismo.

Por supuesto, crear los templos había sido algo sencillo con ayuda de su esposo a quien solo debió convencer con argumentos científicos.

–Sabemos que el mana que se dedica al templo mantiene fértil la tierra y que los Dioses existen. ¿Por qué no averiguar si usar templos a dioses específicos pueden deformar o manipular el ambiente –había dicho Rozemyne a Ferdinand en Waldbestien el día previo al Torneo de Caza, ahora llamado Festival de Schlageziel.

–Todas mis diosas –suspiró su marido en esa ocasión–, aunque la premisa de una investigación como esa es… más que interesante, ¿qué harás si no funciona?

Recordaba a la perfección haber sonreído para su esposo, apoyando sus manos sobre las que la tenían abrazada desde la espalda sin dejar de mirar en dirección a su futura casa de baños.

–Encontraré un modo de que funcione, así deba contratar personas con devorador que vayan todos los días a dedicar su mana a algunos círculos mágicos. Si eso tampoco funciona… bueno, estoy segura de que para entonces ya tendrás más planes de contingencia de los que puedo contar.

–¿Y porqué crees que yo voy a tener varias soluciones?

–¿No es obvio? –dijo ella, volteando lo suficiente para mirarlo–. Tú ya estás pensando cómo hacer que funcione, ¿o no? Dijiste que este sería nuestro patio de juegos después de todo.

Rozemyne sonrió al recordar la sonrisa de Ferdinand o la forma poco común en qué se había agachado para besarla en los labios por un par de segundos.

Si bien los templos eran edificios de piedra blanca, los establos y la casa de baños no lo eran. Su convocatoria para terminar las construcciones había creado un buen flujo de dinero para una buena parte de su Ducado. Los herederos de los Giebes que tantos dolores de cabeza causaron con su rencilla se ganaron una deuda con ella, era cierto, pero también era verdad que Justus los había convencido luego de ajustar los plazos de pago y las cantidades que podían ser entregadas en monedas, en especie o en servicios.

Cuando la carta mágica de cada Giebe entró a su despacho avisando que todo estaba listo, casi no pudo contener su emoción, al grado que una enorme bendición de colores inundó el castillo y solo los dioses saben que más. Ferdinand había jalado de sus mejillas esa noche, no por la bendición en sí, sino por la cantidad garrafal de lucesitas multicolor que terminaron alertando a sus hermanos y a varios caballeros que no estaban escoltándolos ese día. Igual había valido la pena. En apenas una semana tuvieron listo todo el trabajo de oficina y los preparativos para marchar dos días a la nueva zona Giebe y posteriormente partir a la Academia Real para el Interducados.

Que una buena cantidad de los dos séquitos se movilizaron junto con ellos sería un plus. A más gente asistiera a la inauguración del poblado de aguas termales, más rápido se correría la voz de su existencia y más gente estaría asistiendo. Incluso había logrado que Tuuri, Lutz y el señor Mark asistieran junto con algunos de los Gutenberg con la excusa de verificar si habría cambiado la calidad de algunos materiales de la zona con la introducción de los santuarios.

–A los que viajarán con nosotros para la inspección de las regiones de Vulkatak y Saknomi –anunció Ferdinand a los nobles y plebeyos reunidos en el atrio del Templo–, recuerden atender a las indicaciones que se les han dado en todo momento. Los que se quedan aquí, Sthral y Clarissa quedan a cargo de la gestión noble en el castillo. Harmuth y Benno, quedan a cargo de todo lo relacionado a los gremios y los plebeyos en nuestra ausencia.

–Una cosa más –intervino Rozemyne sintiéndose de pronto como una maestra supervisora para un viaje de preparatoria–, todos los que van con nosotros estos dos días, deben reportar con Roderick, Damuel, Walda y Winifreda sobre cualquier consumo extra que realicen para que se pueda llevar un correcto control de gastos. Ellos cuatro ya están informados sobre que tipo de gastos cubrirá el castillo y que tipo de gastos deben cubrir ustedes.

Una mirada a los eruditos y el caballero en cuestión y luego otra a las personas que irían con ellos y pronto todo estuvo listo.

Volar en Lessy transportando plebeyos, con Ferdinand escoltándola en su bestia alta a un lado y Judithe sentada en el asiento del copiloto era en cierto modo nostálgico. Tenía mucho que no viajaban de ese modo. Otra razón para estar emocionada.

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La visita a Vulkatak fue rápida. Los plebeyos de la zona parecían felices con todos los animales que les habían llevado, así como con las construcciones erigidas para mantener todo en orden y bien abastecido. El nuevo Giebe Vulkatak se mostró bastante colaborativo e inmerso en el nuevo giro de su región.

–Milord, Milady, mi gente y yo estamos agradecidos por el apoyo que nos han prestado. Pagaremos por todo en el lapso acordado con el Lord Recaudador. También hemos comenzado a llegar a algunos acuerdos con las regiones vecinas para mejorar el flujo monetario.

–Me alegra mucho escuchar eso –dijo ella con una sonrisa.

–Veo que su nueva esposa se ha acomodado bien a pesar de todo –señaló Ferdinand, mirando a una joven dando algunas indicaciones antes de voltear a verlos, sonriendo feliz al Giebe antes de hacer una reverencia hacia ellos.

–Edelmira ha resultado una esposa digna y capaz de apoyarme en el manejo de mis tierras, milord. Les estoy muy agradecido por ello.

Rozemyne asintió, sonriendo también.

–Si esto es todo, debemos partir ahora a Saknomi. ¿Algo que desees enviarle a tu hermana?

Giebe Vulkatak pareció sorprendido y al borde de las lágrimas.

Con la finalidad de arreglar el problema entre familias, Rozemyne había hablado con las chicas. Mientras la hermana menor del nuevo Giebe Saknomi estaba reticente a dejar su hogar en un inicio, la hermana menor de Giebe Vulkatak estaba mas que entusiasmada. Al parecer, ella y el hijo de en medio de la zona que ahora se llamaba Saknomi estuvieron cortejandose en secreto por años. Que el padre de la chica los sorprendiera nadando desnudos… o sea, en ropa corta… fue lo que terminó por desencadenar toda la disputa entre familias. El arreglo matrimonial decretado por ella terminó de suavizar la situación, según parecía.

–No quisiera abusar de la enorme piedad de nuestra Santa Aub –comentó Giebe Vulkatak–, le agradezco mucho su preocupación, yo mismo enviaré algunos obsequios a la familia de mi hermana.

Rozemyne sonrió en cuanto Ferdinand dio su asentimiento y luego de verificar quienes pasarían la noche ahí para terminar la inspección, el contingente volvió a tomar sus posiciones y se fueron.

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–¡Esto es de lo más desvergonzado que he visto, Rozemyne!

–Claro, claro. Cómo si no supiera que llegaste a bañarte un par de veces con los caballeros de Dunkelferger siendo estudiante.

Ferdinand ya no respondió, solo resopló un poco antes de salir a la piscina artificial de piedra envuelto en una yukata en azul, dorado y negro.

Rozemyne sonrió desde donde estaba sentada desnuda entre las rocas, disfrutando del vapor y del agua caliente.

–Quítate eso y entra, aquí dentro no se siente nada de frío.

Notó a la perfección las orejas de su marido sonrojarse mientras daba unos pasos más, deteniéndose en el inicio de la piscina y escaneando el área.

Piedras de todos los tamaños estaban acomodadas alrededor, dentro y fuera de la piscina cuya forma irregular no se parecía en nada a las simétricas y grandes albercas rectangulares que ella había colocado por medio del entwicklen sobre una de las azoteas del castillo… ni siquiera se parecía a su baño romano, de dimensiones cuadradas, con escalones que bien podían servir para desplazarse dentro y fuera, o bien para sentarse a diferentes profundidades durante el baño, porque estas piscinas estaban inspiradas en los baños de aguas termales en la naturaleza de Japón. Grandes fuentes de roca donde bañarse en agua perpetuamente caliente a la luz de la luna.

Tal y como dictaba la costumbre, cuando entregó los planos explicó la importancia de dejar cuartos donde asearse entre los vestidores y las piscinas para que el agua no se viera enturbiada y la experiencia fuera mejor para todos. Incluso el nombre que dió a esta zona Giebe estaba inspirada en Saki No Mi, una zona de termas en Japón a la que fue con su madre solo una vez, cuando todavía estaba en preparatoria.

–No entiendo cómo alguien puede relajarse de este modo, remojándose desnudo donde otros puedan verlo.

–¿Debo recordarte que tus asistentes solían bañarte antes de que te mostrara como jugar en el baño?

Porque así era, desde que se bañaron juntos por primera vez, el día que estrenaron el baño romano, Ferdinand ya no permitía que nadie los bañara a menos que no tuvieran opción, por ejemplo, durante la Conferencia de Archiduques. Ya fuera que ella no pudiera asistir o que sus asistentes insistieran en bañar a cada uno en la recámara asignada para luego llevar a Ferdinand a dormir con ella, esos eran ahora los únicos momentos donde otros debían lavarlos.

–No me refería a los asistentes. Cualquiera puede pasar en su bestia alta y mirarnos.

Ella solo sonrió, levantándose de dónde estaba sentada para caminar hasta él, besarlo y retirarle el yukata de rayas y la toalla alrededor de su cintura.

–¿Recuerdas el cielo falso en el Templo de Amazonia?

Ferdinand asintió y luego la miró con comprensión, sonriendo apenas antes de besarla de nuevo.

–¿Han colocado techos hechizados en toda la propiedad entonces?

–Solo en las piscinas. Aunque los techos son bastante altos para que fuera posible colocar algunos árboles dentro.

Eso pareció relajar a su marido, quién accedió a entrar con ella al agua.

Estaba feliz. Los dos agazapados dentro del agua tibia, disfrutando del cielo nocturno y de su conversación casual en tanto pequeños barcos con una botella pequeña y un par de vasos de un licor nuevo flotaban frente a ellos para que bebieran un poco.

Dentro de ese primer balneario había un para de enormes piscinas, una para hombres y otra para mujeres, en medio de ambas había al menos cuatro piscinas mucho más pequeñas. Las piscinas familiares.

Rozemyne esperaba que esas pudieran ser usadas por padres e hijos algún día, por el momento, era seguro que solo serían usadas por parejas, más aún sabiendo que abundaban las familias donde un hombre tenía dos o tres esposas y por tanto, sus hijos podían casarse entre ellos siempre que tuvieran distintas madres. Sería escandaloso que familias de ese tipo compartieran las piscinas.

Algunos besos y arrumacos después, ambos salieron. Por muy interesada que estuviera en el falo cálido y anhelante de Ferdinand, ese no era el lugar adecuado para rezarle a Beischmacht y Bremwarme, sus actividades podrían contaminar el agua y el tomar un baño antes de entrar carecería de sentido.

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El baño rodeado de naturaleza y el alcohol consumido entre ambos de forma tan íntima debía ser como un afrodisíaco, Ferdinand comenzó a besarla y retirarle el yukata cuando se acostaron a dormir, desvistiéndola de a poco, besándola con urgencia y aferrándola con una necesidad casi desmedida, derritiéndola al sentirse inundada por él. Ferdinand estaba dentro, sobre y alrededor de ella con el yukata mal puesto en una visión tan erótica, que la pobre había terminado en cuanto él le dio la primera estocada. El aroma distintivo de su piel y el sabor de su maná embriagándola sin darle tregua alguna. Que una cortina de brillantes cabellos azul claro evitándole mirar cualquier otra cosa era un plus.

–¡Te amo tanto, tanto, tanto, Ferdinand!

Se encontró diciendo apenas recuperarse de su segundo orgasmo de la noche. Las manos cargadas de mana que no dejaban de recorrerla la tenían extasiada. Un cúmulo impensable de sensaciones embotando su mente de forma deliciosa creaba la ilusión de que no existía nada más que ese hombre y ese momento en su vida. Quizás que Ferdinand estuviera más cariñoso o posesivo de lo usual fue lo que la llevó a orar de manera sincera a los dioses por dejarlo entrar en su vida de forma permanente porque una pequeña bendición comenzó a llover sobre ambos, provocando que su marido disminuyera la velocidad, mirando con atención las luces de colores cayendo a su alrededor.

–¿Rozemyne?

–Diría que lo siento… pero sería mentira –sonrió ella, acunando el rostro de su amante, disfrutando de mirarlo conforme él estudiaba las luces.

–Bluanfah… Bremwarme… Beischmacht… ¿Daorleben?... Ventuchte… ¿exactamente en qué estabas pensando, pequeño gremlin problemático?

–En lo afortunada que soy esta noche.

Ferdinand apoyó su rostro en la mano acariciando su mejilla, mirándola con afecto y algo de sorpresa, cómo si todavía le fuera difícil creer que pudiera ser tan amado por ella.

–Necesito darte mi nombre de nuevo –le respondió de pronto, tomando su mano para besarla en lo que la otra lo mantenía a cierta distancia.

–Tenemos dos niñas que nos necesitan, no podemos dejarlas sin padres.

–Si mueres y me dejas atrás, Letizia se terminará haciendo cargo de mí, de las niñas y de Alexandría…

–Entonces, más me vale seguir por aquí unos años más.

Ferdinand soltó su mano, tomándola por la cintura antes de arrodillarse todavía dentro de ella para ayudarla a sentarse sobre él, abrazándola, escondiendo su rostro en el hueco de su hombro antes de instarla a moverse sin dejar de respirar en su piel.

Rozemyne se aferró a él meciéndose despacio, besando una oreja roja entre cabellos azul claro y disfrutando la caricia que le producía la respiración y los pequeños gruñidos de Ferdinand en su cuello.

–Por favor… no mueras antes que yo –susurró el hombre entre sus piernas, enterneciéndola por el tono empleado. Como un niño desvalido que teme ser alejado de su madre.

–Solo si prometes no morir primero –respondió ella suavemente, sintiendo la presión alrededor de ella profundizarse y la boca y los dientes de Ferdinand reclamando la piel tierna de su cuello de inmediato, mordiendo sin lastimar, besando y succionando con angustia.

Sus movimientos se aceleraron entonces, llevándola al éxtasis en poco tiempo y arrastrándolo con ella de inmediato.

–Te daré, mi nombre, en cuanto nuestros hijos, sean adultos, no voy a aceptar un rechazo.

Podía sentirlo palpitando en su interior con menos fuerza y rapidez. Lo abrazó del mismo modo en que él se aferraba a ella y sonrió, besándole el cabello sin atreverse a moverse más.

–Espero, que estés listo, para recibir el mío, en ese momento –respondió ella, su mirada perdida en el hermoso cabello alborotado corriendo hasta casi la mitad de la espalda de su esposo–, no dejaré, que escapes de mí.

Lo escuchó reír. Una risa suave y algo burlona, casi sarcástica y corta antes de sentir que su lóbulo era succionado y mordido.

–¿Quién es Ewigeliebe ahora? –preguntó Ferdinand ahora.

–Tú eres mi Geduldh, debería ser obvio.

Una última respiración profunda y Rozemyne sintió como un washen los dejaba a ambos libres de sudor o cualquier otro fluido. Las manos que la mantuvieron cautiva comenzaron a alejarla de pronto y para cuando se dio cuenta, ambos estaban desnudos y abrazados bajo las sábanas de la cama. Su cabello azul medianoche revolviéndose con el azul celeste de Ferdinand la arrulló, haciéndola pensar lo hermosos que se verían ambos cabellos trenzados juntos… lo bien que se sentiría tener el mana de Ferdinand para siempre a su alrededor y sus hilos tan anudados que ni los dioses pudieran separarlos.

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Notas de la Autora:

Llevaba tiempo trabajando este capítulo, de hecho hice un cambio al nombre de la zona ganadera de último minuto porque Miya Sensei mostró de pronto una parte del mapa de Alexandría en Twitter y, pues, obviamente alguien llevó ese pedacito de inmediato al grupo de spoilers en Facebook

Admito que las lucesitas de bendición fueron inspiradas por otro fanfic de aquí, no recuerdo bien en cual Ferdinand se encontró imaginando luces blancas de bendición cayendo desde el dosel de una cama cuando Rozemyne estuviera en edad, pero no saben cómo nos pegó esa escena en el grupo de escritores de telegram.

En fin, espero que hayan disfrutado mucho con este capítulo y solo porque quiero verme buena onda, pero seguro esto se convierte en maldición, tiene rato que estoy trabajando en los siguientes dos capítulos. ¿Pistas? Ambos son FerMyne y ambos incluyen una cierta venganza a ciertos plebeyos y no les del séquito de Rozemyne por participar en actividades desvergonzadas 😈😈😈 no diré más... Bueno, si, es culpa de una ilustración de pixiv 😂 😂

Ahora sí, los dejo, hasta que termine los capítulos, que los estoy escribir endo en simultáneo porque u o es FerdiPov y el otro es RozPov.

SARABA