Los Dioses del Amor

En la Tierra del Viento

Leueradi estaba sonriendo sin dejar de ayudar a su pequeña hija a comer. Rossette cumplió un año la temporada anterior y ahora solo quería correr por toda la finca Gerlach. Mantenerla sentada comiendo era complicado solo al principio, una vez la pequeña rubia se daba cuenta de que le gustaba la papilla en turno o los pequeños pedacitos de galleta o pasta, se mantenía sentada con una cuchara o un tenedor en la mano que Leueradi debía intercambiar con ella con frecuencia para poder alimentarla. Estaba bastante feliz, a decir verdad. Luego de tanto tiempo al fin tenía una linda hija con Wilfried, una pena que esa sería su única descendiente.

–Mamá, mamá, ¿mehren?

Leueradi soltó una pequeña risa mientras su asistente le pasaba un pañuelo para limpiar la boca de su bebé.

–¡Muy bien, Rossette! Son palitos de mehren. ¿Te gustan?

Su hija asintió sin dejar de comer por un rato, hasta terminar todo el mehren y parte de sus espaguetis.

–Mamá, mamá… ¿Papá?

La actual viscondeza de Gerlach miró a su asistente, la cual le hizo algunas señas hacia afuera, a lo que Leueradi asintió para voltear con su hija.

–Papá está ocupado afuera, Rossette. Pero vendrá a jugar contigo después.

–¡Shiiiiii! ¡Papá ua mi abatdui!

Leueradi sonrió divertida. Su pequeña no decía todavía muchas palabras, a pesar de ello, le gustaba conversar e inventar palabras.

A la joven solo le quedaba asentir y tratar de adivinar qué estaba diciendo para corregirla.

Rossette terminó de comer, tomó algo de leche en una botella y fue acostada por su madre, quien esperó paciente a qué la pequeña se durmiera del todo antes de dejarla con su nana y salir.

–Ollsen, ¿sabes dónde fue hoy el Giebe?

–Me parece que salió de cacería, milady. Comió temprano y luego se llevó a Ebinarr, si mal no recuerdo.

Leueradi tuvo que respirar despacio para que el noble color de Geduldh no escalara hasta sus pómulos, poniendo una sonrisa noble y agradeciendo a su asistente principal antes de dejar instrucciones y salir a su jardín.

Su asistente de confianza le entregó su díptico junto con una taza de té humeante, un par de galletas y una mirada reprobatoria.

–Milady debería permanecer en el jardín. Correr al bosque con su díptico solo puede atraer ordonanz mal intencionados.

–No estarían muy lejos de la realidad, Simona, además, Rossette se parece más a su padre que a mí, por fortuna.

–¡Pero, milady…!

–¿Podrías organizar la cena de esta noche? Algo que vaya bien con aves o cerdos salvajes. No estoy del todo segura de que habrán cazado esos dos.

–... si, milady.

Simona entró en la finca y Leueradi tomó su té con cuidado para calmarse, vaciando la mitad de su taza antes de colocar las galletas en un pañuelo para meterlo entre sus ropas, levantándose tan casual cómo pudo y encaminarse a una zona del bosque reservada solo para su familia.

Apenas llegó, cubrió su cabello y su rostro para internarse y buscar con los pies en punta, el corazón tratando de escapar de su pecho y un sonrojo provocándole calor en las mejillas y los pómulos. La vizcondesa se abrazó con fuerza su díptico y se detuvo cada tanto para tragar saliva.

Podía sentir el maná de Wilfried con claridad y el de Ebinarr a duras penas, no muy lejos además del maná de varios de los nobles trabajando en la finca y algunos otros nobles dispersos por la zona cercana que era pública.

Caminando despacio, Leueradi se concentró en las personas que le interesaba. Podía notar a la perfección cómo el maná giraba con furia cada vez más cerca, un poco errático y se lamentó.

'Parece que de nuevo perdí una buena oportunidad.'

La joven avanzó un poco más y se asomó desde detrás de uno de los árboles para observar, sonrojándose más todavía al notar los movimientos fuertes del hombre rubio abrazado a la espalda del pelinaranja cuyos gemidos eran ahogados por una mano que conocía bien.

Ebinarr trató de alejarse un poco del enorme tronco al que estaba abrazado, sin embargo la mano de Wilfried pareció apretarse más contra su boca antes de comenzar a moverse con algo más de detenimiento y de forma espaciado. Leueradi notó a Wilfried escondiendo el rostro en el cuello del otro hombre y los escuchó gruñir a ambos, estirándose antes de dejarse caer contra el árbol.

Todavía escondida comenzó a preguntarse cómo habrían llegado ahí. ¿Qué palabras habrían intercambiado durante su cacería? ¿El encuentro sería resultado de perseguir a un cerdo escurridizo? ¿En qué momento empezarían a pulir sus espadas? ¿Wilfried se le habría lanzado encima a Ebinarr? ¿O Ebinarr habría estado enloqueciendo a su señor con toques "accidentales" y caricias perdidas?

No podía estar segura y aún así su imaginación corría con el mismo brío que debió poner el cerdo salvaje que descansaba en una red con un par de flechas sobresaliendo.

Estaba tan concentrada en imaginar cómo llegaron al árbol que casi salta al sentir una descarga conocida de maná en la espalda, notando hasta ese momento la sonrisa pícara de Wilfried, mientras Ebinarr cargaba la presa que sería parte de la cena y posiblemente el plato principal del día siguiente.

–¿Rossette al fin se durmió?

–Justo después de comer. ¿Qué tal la cacería?

–No tan bien como la de usted, milady –interrumpió Ebinarr lanzando una mirada algo sugestiva a sus manos.

–¡Oh, dioses!

Leueradi se sonrojó un poco, tratando de esconder una sonrisa que no fue capaz de contener al darse cuenta de que estuvo garabateando sus pensamientos en la cera.

–No me digas que vas a escribir otro libro sobre Elpberg, mi diosa.

–Supongo que puedo cambiarlos esta vez por Schlagziel y…

–Milady, no me molesta ser Elpberg si milord sigue siendo Brëmwärme o Vantole. Escuché hace poco que su saga del panteón del fuego se ha vuelto demasiado popular… aún si a nuestros compañeros los pone incómodos.

Leueradi sonrió al caballero mednobles que se había vuelto el inseparable compañero de su marido.

Ebinarr era dos años menor que ellos y a él le debía su pequeña Rossette, cómo muchos especulaban, aunque no del modo que creían.

–Ebinarr, ¿siguen pensando que me veo contigo a escondidas? –preguntó ella divertida, notando cómo Wilfried se ahogaba con su propia saliva en tanto el caballero solo sonreía antes de darle algunas palmadas en la espalda.

–Pero ya no creen que soy el padre de Rossette. Creo que es una victoria, milady.

Wilfried los miró de uno a otro antes de aferrarla de la mano un poco más fuerte de lo usual. Tenía poco tiempo que el actual visconde Gerlach se enteró de las habladurías que corrían sobre su esposa.

–¿De verdad estás bien con todo esto, Leueradi? Si tus padres se enteran…

–Mi Dios Oscuro puede estar tranquilo. Sería peor si mis padres se enteraran quien escribe la saga del panteón del fuego o que me estoy basando en ustedes dos para ello. No creo que llegaran a entender que me sienta feliz de este modo.

Ebinarr dijo algo similar sin dejar de frotar la espalda del rubio, Leueradi sospechaba que estaba dándole algo más de maná porque el muchacho dejó el tema en el olvido poco después y su rostro culpable cambió a uno más alegre, comentando sobre la cacería y los asuntos que estuvo gestionando durante la mañana con los plebeyos de la zona.

–¿Y… quieres algo más de inspiración para tus libros esta noche?

Una emoción conocida se apoderó de ella de inmediato y la joven aceptó.

–¿Planea que Efflorelume se una a la escena nocturna, milady?

–No esta noche, gracias. Quizás la próxima vez.

La chica sonrió contenta al ver las orejas de ambos hombres pintarse de carmín.

La primera vez que los descubrió flirteando, una emoción extraña y confusa se apoderó de ella. No estaba segura de cómo tomarse aquello. Su marido, quien procuraba ser amable y lindo con ella, estaba siendo seductor de un modo curioso… con otro hombre.

No sabía cómo referirse a ellos, Wilfried era un buen esposo, uno que le daba espacio para escribir sus historias, que procuraba mostrar interés en su conversación y que a su vez le contaba los problemas que traía ser un Giebe, en ocasiones incluso le pedía consejo y nunca le exigía nada. De hecho, su noche de las estrellas la pasaron hablando de Jossbrener: el ducado natal de ella, de porqué había caído en desgracia y hecho de lado en la carrera para volverse Archiduque, de los recuerdos que tenían del colegio y del clima de Ehrenfest… así cómo la inquietud de ambos por volverse responsables de una zona que apenas conocían.

En realidad, Leueradi pensaba que hacían un buen equipo, aún si ni Bluanfah o Brëmwarmë bailaban entre ellos… hasta la llegada de Ebinarr.

–Milord, milady, ¿es necesario avisar que va a observarnos?

–Pensé que te gustaba, Ebinarr.

Pareció burlarse Wilfried antes de detenerse con ella del brazo, jalando Ebinarr del mentón para obligarlo a agacharse un poco y recibir un beso rápido a lo que Leueradi cubrió su sonrisa, negando divertida.

–Wilfried, recuerda comportarte en casa.

–Por eso lo beso aquí, dónde solo puedas vernos tú.

Ya no pudo aguantar la risa, tratando de que saliera un poco refinada.

Mientras seguían caminando a casa, ella recordó la primera vez que los encontró invocando al invierno. Brëmwarmë nunca le había susurrado cómo aquella noche, ni siquiera mientras estudiaba los manuales del buen libro que le enviara su cuñada Charlotte para que lograran asegurar un heredero. Por supuesto, comenzó a espiarlos cada vez que podía, disfrutando de ver el baile de Bluanfah entre ellos dos, disfrutando de escucharlos en pleno invierno cuando lograba espiarlos en el bosque o bien en el cobertizo donde se guardaban el carruaje y varias herramientas para plebeyos.

La joven avanzó un poco más y se asomó desde detrás de uno de los árboles para observar, sonrojándose más todavía al notar los movimientos fuertes del hombre rubio abrazado a la espalda del pelinaranja cuyos gemidos eran ahogados por una mano que conocía bien.

Ebinarr trató de alejarse un poco del enorme tronco al que estaba abrazado, sin embargo la mano de Wilfried pareció apretarse más contra su boca antes de comenzar a moverse con algo más de detenimiento y de forma espaciado. Leueradi notó a Wilfried escondiendo el rostro en el cuello del otro hombre y los escuchó gruñir a ambos, estirándose antes de dejarse caer contra el árbol.

Todavía escondida comenzó a preguntarse cómo habrían llegado ahí. ¿Qué palabras habrían intercambiado durante su cacería? ¿El encuentro sería resultado de perseguir a un cerdo escurridizo? ¿En qué momento empezarían a pulir sus espadas? ¿Wilfried se le habría lanzado encima a Ebinarr? ¿O Ebinarr habría estado enloqueciendo a su señor con toques "accidentales" y caricias perdidas?

No podía estar segura y aún así su imaginación corría con el mismo brío que debió poner el cerdo salvaje que descansaba en una red con un par de flechas sobresaliendo.

Estaba tan concentrada en imaginar cómo llegaron al árbol que casi salta al sentir una descarga conocida de maná en la espalda, notando hasta ese momento la sonrisa pícara de Wilfried, mientras Ebinarr cargaba la presa que sería parte de la cena y posiblemente el plato principal del día siguiente.

–¿Rossette al fin se durmió?

–Justo después de comer. ¿Qué tal la cacería?

–No tan bien como la de usted, milady –interrumpió Ebinarr lanzando una mirada algo sugestiva a sus manos.

–¡Oh, dioses!

Leueradi se sonrojó un poco, tratando de esconder una sonrisa que no fue capaz de contener al darse cuenta de que estuvo garabateando sus pensamientos en la cera.

–No me digas que vas a escribir otro libro sobre Elpberg, mi diosa.

–Supongo que puedo cambiarlos esta vez por Schlagziel y…

–Milady, no me molesta ser Elpberg si milord sigue siendo Brëmwärme o Vantole. Escuché hace poco que su saga del panteón del fuego se ha vuelto demasiado popular… aún si a nuestros compañeros los pone incómodos.

Leueradi sonrió al caballero mednobles que se había vuelto el inseparable compañero de su marido.

Ebinarr era dos años menor que ellos y a él le debía su pequeña Rossette, cómo muchos especulaban, aunque no del modo que creían.

–Ebinarr, ¿siguen pensando que me veo contigo a escondidas? –preguntó ella divertida, notando cómo Wilfried se ahogaba con su propia saliva en tanto el caballero solo sonreía antes de darle algunas palmadas en la espalda.

–Pero ya no creen que soy el padre de Rossette. Creo que es una victoria, milady.

Wilfried los miró de uno a otro antes de aferrarla de la mano un poco más fuerte de lo usual. Tenía poco tiempo que el actual visconde Gerlach se enteró de las habladurías que corrían sobre su esposa.

–¿De verdad estás bien con todo esto, Leueradi? Si tus padres se enteran…

–Mi Dios Oscuro puede estar tranquilo. Sería peor si mis padres se enteraran quien escribe la saga del panteón del fuego o que me estoy basando en ustedes dos para ello. No creo que llegaran a entender que me sienta feliz de este modo.

Ebinarr dijo algo similar sin dejar de frotar la espalda del rubio, Leueradi sospechaba que estaba dándole algo más de maná porque el muchacho dejó el tema en el olvido poco después y su rostro culpable cambió a uno más alegre, comentando sobre la cacería y los asuntos que estuvo gestionando durante la mañana con los plebeyos de la zona.

–¿Y… quieres algo más de inspiración para tus libros esta noche?

Una emoción conocida se apoderó de ella de inmediato y la joven aceptó.

–¿Planea que Efflorelume se una a la escena nocturna, milady?

–No esta noche, gracias. Quizás la próxima vez.

La chica sonrió contenta al ver las orejas de ambos hombres pintarse de carmín.

La primera vez que los descubrió flirteando, una emoción extraña y confusa se apoderó de ella. No estaba segura de cómo tomarse aquello. Su marido, quien procuraba ser amable y lindo con ella, estaba siendo seductor de un modo curioso… con otro hombre.

No sabía cómo referirse a ellos, Wilfried era un buen esposo, uno que le daba espacio para escribir sus historias, que procuraba mostrar interés en su conversación y que a su vez le contaba los problemas que traía ser un Giebe, en ocasiones incluso le pedía consejo y nunca le exigía nada. De hecho, su noche de las estrellas la pasaron hablando de Jossbrener: el ducado natal de ella, de porqué había caído en desgracia y hecho de lado en la carrera para volverse Archiduque, de los recuerdos que tenían del colegio y del clima de Ehrenfest… así cómo la inquietud de ambos por volverse responsables de una zona que apenas conocían.

En realidad, Leueradi pensaba que hacían un buen equipo, aún si ni Bluanfah o Brëmwarmë bailaban entre ellos… hasta la llegada de Ebinarr.

–Milord, milady, ¿es necesario avisar que va a observarnos?

–Pensé que te gustaba, Ebinarr.

Pareció burlarse Wilfried antes de detenerse con ella del brazo, jalando Ebinarr del mentón para obligarlo a agacharse un poco y recibir un beso rápido a lo que Leueradi cubrió su sonrisa, negando divertida.

–Wilfried, recuerda comportarte en casa.

–Por eso lo beso aquí, dónde solo puedas vernos tú.

Ya no pudo aguantar la risa, tratando de que saliera un poco refinada.

Mientras seguían caminando a casa, ella recordó la primera vez que los encontró invocando al invierno. Brëmwarmë nunca le había susurrado cómo aquella noche, ni siquiera mientras estudiaba los manuales del buen libro que le enviara su cuñada Charlotte para que lograran asegurar un heredero. Por supuesto, comenzó a espiarlos cada vez que podía, disfrutando de ver el baile de Bluanfah entre ellos dos, disfrutando de escucharlos en pleno invierno cuando lograba espiarlos en el bosque o bien en el cobertizo donde se guardaban el carruaje y varias herramientas para plebeyos.

Con la llegada de ese último buen libro, en el que se hablaba de recibir el invierno con más de dos personas a la vez, fue que consiguió reunir el valor para confesarle a Wilfried que sabía lo que pasaba y que quería intentar llevar a Ebinarr a la alcoba con ellos a fin de tener descendencia. Sabía que era inútil tratar de seducirlo, por más dulce que el hombre fuera al tocarla, su espada no lograba funcionar cómo con Ebinarr.

Cuando se embarazó, aburrida cómo estaba sin poder salir, le preguntó a Wilfried si podía incursionar en las novelas Bremróticas.

No planeaba dejar de escribir novelas románticas, solo quería intentar con algo… más abierto, algo que le permitieran hacer buen uso de todo lo que les había visto haciendo a ellos dos.

No lo sé, Leueradi. ¿Qué pasará si alguien sabe que tú estás escribiendo ese tipo de historias? No quiero que hablen mal de ti en ningún momento, en especial ahora.

Ese día ella le confesó sobre los chismes de que ella debía estar recibiendo el invierno con Ebinarr. Wilfried se apresuró a ofrecer decir la verdad, esclarecer todo, permitir que todos supieran que ella era una esposa ejemplar… por supuesto, ella no se lo permitió y para convencerlo de su punto, llamó a su asistente para que Wilfried supiera lo que pasaría, mencionando la situación de forma hipotética.

Poco después le ordenó a Simona que guardara silencio, pues la asistente no tardó en darse cuenta de que no era ninguna situación hipotética. Esa fue la única vez que Leueradi se alegró de haber aceptado el nombre de Simona, siempre le pareció incómodo que una de sus lectoras descubriera su identidad y le ofreciera su nombre, ahora al menos había sido de utilidad.

–Una pena que milady solo escriba mientras observa, disfruto más de su cáliz que del de milord.

–¡Ebinarr, por favor!

El chico le sonrió y Wilfried también. Ella solo siguió caminando ante el recordatorio de que luego de hacerse con la carga de Geduldh, Wilfried no volvería a usar su espada en ella. No quería más herederos. En la actualidad, ella estaba ocupada comprimiendo para dejar de sentir a Ebinarr ya que solo se unía a los juegos invernales cuando tenía alguna necesidad, después de todo, su deseo había sido cumplido.

Tenía un Dios Oscuro que la trataba bien, una hija a la que adoraba, podía leer y escribir todas las novelas que su corazón deseara y observar cómo se desarrollaban increíbles historias de amor ante sus ojos.

.

–¡Alaric, me haces cosquillas!

Era tarde. Quizás la noche más corta y seca del verano. Charlotte sostenía una bolsa con piezas de gweginen en una mano mientras su segundo esposo no dejaba de besar su cuello sin piedad alguna.

–Lo lamento, mi diosa, pero perdiste nuestro juego –dijo el pelirrojo con voz un poco melosa antes de besarla de nuevo–, además, nuestro bebé necesita de mi maná más que del maná de Leonides.

Charlotte dejó la bolsa sobre el tablero antes de devolver algunos de los besos de su esposo para tomarlo de los hombros y obligarlo a alejarse, de modo que la ayudara a ponerse en pie.

–Si nace pelirrojo no tendré que decir en siete años que es un Leisegang –sonrió la joven cuando al fin se levantó, frotando su vientre que comenzaba a notarse, lo que le parecía un poco raro. Le faltaban dos meses para dar a luz al hijo de su segundo esposo.

–A mí no me importa si nace rubio como su hermano, voy a amarlo de todos modos.

Era un comentario inocente que de todos modos la entristeció. Debido a que estaba teñida por dos hombres a la vez, no podía acercarse mucho a su hijo mayor, Maximiliano. El niño se sentía un poco incómodo cada vez que ella lo cargaba sin portar ropa de cuero debajo de su ropa usual… y con tanto calor en el ambiente, debía tener mucho cuidado con ello para no agobiarse por el calor. Ya se había desmayado por lo mismo un mes atrás.

–¿Y cómo te fue hoy con las fiestas de té? ¿Madre estuvo coqueteando con Brunhilde de nuevo?

Alaric giró el rostro con la nuca colorada, haciéndola sonreír.

–Hoy se comportaron. Había más damas en nuestra compañía. Según parece, heredar la facción de Lady Brunhilde no va a ser complicado.

Por lo general serían las esposas del siguiente Aub quienes heredarán facciones, siendo el Aub quién más se beneficia por la facción de la primera esposa. En este caso, por el contrario, mientras Leonides estaba heredando la facción de Florencia formada en la actualidad por Haldenzen, los nobles que trabajaban en el castillo y una pequeña parte de la antigua facción Veronicana, Alaric estaba heredando a la mayor parte de los Leisegang que no trabajaban en el castillo y varias casas lay y med nobles del barrio noble junto con un par de antiguas casas veronicanas menores. La mayor parte de las casas que alguna vez sostuvieran a la tía Georgine o a la abuela eran ahora casas neutrales, siendo muy pocos los que intentaran mudarse al antigüo Ahrsenbach.

–¿Qué hay del despacho? Si alguno de ustedes dos vuelve a traerme la carga de Geduldh, ambos tendrán que ayudar a padre o suplirme si ya he tomado el asiento del Aub.

Lo sintió sonreír mientras la escoltaba alrededor de la alcoba en que estaba recluida. Era cómo si todo el mundo temiera que su bebé sufriera contaminación por maná, en especial luego de lo inusual de su embarazo.

–Si puedo organizarme con el drewanchelita para complacerte, podemos ponernos de acuerdo para llevar las finanzas. Esa serpiente puede atender las solicitudes de los nobles.

–¡Alguien está buscando que le dé otra paliza en el tablero!

Leonides entró en ese momento con una enorme sonrisa, seguido de cerca por una de las asistentes de Charlotte con un carrito de comidas, esperando paciente a qué comenzarán a servir la cena para los tres antes de cortarles el paso para depositar un beso en los labios de ella que la hizo suspirar.

–¡Fue sólo suerte! La próxima vez haré que te tragues tus trampas insulsas.

–¿Pueden dejar sus pleitos para el otro piso? Tienen una mujer con la carga de Geduldh aquí.

Ambos guardaron silencio, mirándose todavía con un poco de desafío antes de escoltarla entre ambos a la mesa, siendo Leonides quien la ayudara con la silla y Alaric quien se asegurara de cubrir su regazo con una servilleta de tela a juego con el mantel.

–¿Por qué no pueden llevarse bien como otras consortes? Ustedes dos siempre están discutiendo –suspiró la rubia mientras comenzaban a servirle la cena.

–No esperaba que tu segundo consorte sería un niño enamorado de los números –se quejó Leonides haciendo una demostración de veneno y tomando el primer bocado.

–Yo no esperaba que tu marido drewanchelita fuera más venenoso de lo que es apropiado –se quejó Alaric en el mismo tono, dando un bocado al plato de ella y luego al de él mismo–. Al menos tiene un buen sentido del gusto. Mi hijo no tendrá que crecer con un paladar atrofiado.

–¿Estás seguro que es tuyo, cabeza de fogata?

–Leonides, ya lo hablamos. Debe ser de Alaric. No creo que deba explicarte de nuevo cómo funciona hacerse con la carga de Geduldh, ¿o sí?

El peliazul, por lo general serio, tranquilo y de conversación más refinada, la tomó de la mano para besarle los dedos sin dejar de sonreírle con coquetería.

–No me importaría que me eduques de nuevo, mi diosa. Solo no pidas que nos llevemos como las esposas de tu padre, por favor. No me gustaría que las bendiciones de Coucoucaloura ensucien el aparato de Gramarature por tratar de besar un Talfrosch para verte feliz.

–Considerando que fuiste tú quien sugirió teñirnos los tres, serpientita, me sorprende bastante que no quieras intentar también algo de esa sucia saga de los dioses del panteón del fuego que tanto disfruta leer nuestra diosa de la luz.

Leonides fulminó a Alaric con la mirada. Charlotte se apresuró a darle un ligero apretón en la mano antes de mirar de forma reprobatoria a su asistente, quien estaba teniendo bastantes problemas para evitar reírse en su sitio.

–Si sugerí… eso, fue para que no me robaras demasiadas noches con mi diosa. Agradece que permití que pasaran solos su noche de las estrellas. Espero que la aprovecharas.

–Bastante, en realidad. Requerí varias pociones de rejuvenecimiento, si te soy sincero, pero valió la pena.

–¡Alaric, por favor! Al menos espera a que nos dejen solos. ¿Por qué mejor no toman turnos para informarme sobre el trabajo en la oficina y las fiestas de té de la tarde? Me gustaría saber si madre o Brunhilde tienen alguna moda nueva que esparcir o si hay noticias de Gerlach o de Alexandria.

Eso fue suficiente para poner a los dos hombres en calma y qué comenzaran a llevar una conversación más civilizada. Charlotte tomó nota mental y decidió que le escribiría a su querida hermana al día siguiente.

Era curioso cómo una persona podía amar a dos. No creyó que podría hacerlo, pero sucedió. De pronto empatizaba con su madre sobre lo atrayente y tierno que podía ser un marido menor, en este caso por tres años.

Para cuándo la cena terminó, sus esposos le aseguraron que volverían pronto y se fueron cada uno a su respectiva habitación para ser cambiados y bañados. Ella también fue bañada y preparada para la cama, sin que sus asistentes dijeran una sola palabra por recibir a sus dos esposos juntos cada noche el último mes.

Al parecer, el único que no terminaba de acostumbrarse a que estuviera casada con dos hombres era su padre, quien no solo no encontraba agradable que su niña y heredera compartiera el lecho con ambos, había que ver la cara que puso la primera vez que esos dos estuvieron discutiendo sobre una de esas noches en que los tres recibieron juntos el invierno.

Si, había sido idea de Leonides poco tiempo después de que ella se atara con Alaric, aunque no porque disfrutara viéndola con otro. Por el contrario, Bluanfah había bailado para ambos luego del nacimiento de Maximiliano, lo cual solo le trajo un celoso Ewigeliebe con el que estuvo discutiendo hasta el hartazgo cuando se decidió que tomaría un marido Leisegang para unificar al ducado por completo. Que Alaric tuviera una riffa creciendo por ella desde el inicio solo empeoró las cosas por un tiempo y las puso bastante raras después… cuando Leonides lo sorprendió coqueteándole y llegó a la conclusión de que debían usar esa poción de sincronización especial con tal de no dejarla en brazos de él por un año entero cuando se hiciera con la carga de Geduldh, lo cual había llevado a la relación actual.

Sus cónyuges volvieron poco después de que estuviera lista, ella ya estaba sentada en la cama, cansada a pesar de no haber salido de su piso en todo el día.

–¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte a dormir bien está noche, mi Geduldh? –inquirió Alaric deteniéndose a su lado y doblando su bata de dormir para poder depositarla en la mesita de noche junto a la cama.

–Callarte podría ayudarla. Llevar la carga es más pesado la última temporada. Que no sea tan notorio como con Maximiliano no significa que se canse menos.

Leonides terminó de colgar su propia bata en el perchero que los sirvientes dejaban ahora al pie de su cama y luego subió por el otro lado, jalando las sábanas de inmediato y arrodillándose para ofrecerse a ayudarla a acomodarse.

Si, Charlotte estaba cansada y por eso en este momento no sabía si reír por el comportamiento infantil de esos dos o suspirar frustrada porque no pudieran llevarse bien fuera del despacho del Aub o de una fiesta de té llena de esposas.

–En realidad, estoy pensando leer uno de esos libros que tanto les repugnan a ustedes dos o pedirle a mi madre y a Brunhilde que les den algunos consejos sobre cómo llevarse mejor. No puedo tener dos Ewigeliebes en mi cama en este momento.

–¿Por qué no mandas a… Leonides… de vuelta a sus aposentos? El bebé me necesita a mí cerca, no a él.

–Para tu desgracia, me voy a quedar. El bebé necesita el maná de ambos. Podría ser mío.

–Leonides, ya lo hablamos, no es tuyo. No me hagas recordarte la espada de quien estaba dejando nieve en que parte durante mi periodo fértil. Ahora, por favor, o dormimos de una vez o los despido a ambos.

–Pero…

Charlotte soltó una risilla al escucharlos a ambos renegando al mismo tiempo y en el mismo tono desvalido, aceptando la mano de su primer esposo para acomodarse en la cama antes de besarlo, sonriendo al ver cómo aquella rosada mirada fría parecía calentarse con afecto por ella, para luego voltear a besar a su segundo esposo y sonreírle divertida al notar cómo sus ojos azules parecían mirarla con orgullo.

–¿Puedo atenderte mañana, mi diosa? Aún si los tres estamos igual de teñidos, que tengas un poco más de mi maná podría darnos un hijo pelirrojo.

–Si él va a tenerte a solas mañana, exijo tenerte al día siguiente.

–Si, si, mañana dormiré con Alaric y pasado mañana con Leonides, pero no esperen que vaya a pasar algo más. Éste bebé estará creciendo más lento que Maximiliano, pero me tiene bastante cansada por las noches.

Un poco después, cuando el pleito infantil encontró su final y los tres se acomodaron, Charlotte sintió cómo Leonides le pasaba una herramienta antiescuchas que ella aceptó. Un beso previo a la frente de Alaric y el tipo ya no puso queja alguna por la charla privada en la oscuridad.

–Maximiliano está aprendiendo una canción de otoño para tí y para su nuevo hermano. Debiste verlo cuando le dije que podría venir a cantar para ustedes cuando la aprendiera bien.

–¡Mi pequeño está creciendo tan rápido! Gracias por visitarlo en mi lugar, Leonides.

–Es mi hijo también, siempre es un placer cuidarlo y supervisar sus lecciones. ¡Y vaya que si está creciendo con rapidez! Tiene una mente sumamente inquisitiva para tener solo tres años.

–Cumplirá cuatro este invierno.

–Lo sé. Lo recuerdo bien. En tres años más será su bautizo y su debut, luego estará tres años haciendo un gran trabajo en la sala de juegos y después irá a la Academia Real. Va a ser toda una experiencia ayudarlo a prepararse para entonces.

Charlotte dejó escapar algunas risillas antes de besar a Leonides en la frente.

–¡Respira un poco, mi Dios Oscuro! No hagas tan grande a mi pequeño de repente. El pobre no ha podido abrazarme aún por el maná de Alaric.

–Te prometo que dejará de ser un problema pronto. Estoy preparando un amuleto que pueda usar para acostumbrarse pronto.

Sabía que la carga de Geduldh la ponía sensible, pero no esperaba que algunas lágrimas escaparan de sus ojos ante aquella revelación o que besaría con tanto ímpetu a Leonides, el suficiente para que Alaric la jalara de inmediato con brazos y piernas, haciéndolos reír a ambos antes de caer en el reino de Schlatraum.

.

–¡Melchior, para! –suplicó Vittoria entre risillas mientras intentaba salir de entre las cobijas que parecían mantenerla atrapada.

El joven de cabellos azul índigo no tardó en soltarla, asomando el rostro por debajo de la ropa de cama y rodeando a la rubia con su cuerpo, justo antes de limpiar su boca con el dorso de la mano sin dejar de sonreír igual que su padre, Sylvester, cuando estaba haciendo algunas travesuras luego de escapar de la oficina con éxito.

–Buenos días, mi diosa. ¿Estás segura de querer que me detenga? Aún es temprano y el néctar de Efflorelume estaba fluyendo bastante.

Era difícil para Melchior no aprovecharse de su esposa los días en que sus agendas comenzaban más tarde, después de todo, estaba perdido de amor por ella casi desde el día en que la vio girando en clases, sentimiento que no hizo más que profundizarse de forma, a veces dolorosa, conforme se fueron conociendo en la Academia Real.

–Si, pero…

El chico sonrió divertido. A pesar de tener una temporada y media de casados, Vittoria todavía se mostraba tan tímida y pudorosa cómo durante su noche de las estrellas, provocando que el maná de Melchior solo se descontrolara un poco sin que le diera importancia. El joven nunca podría agradecerle lo suficiente al tío Ferdinand por la copia del círculo mágico de habitación que tenía bordado en la alfombra bajo la cama, el mismo que se encargaba de drenarlos del maná excedente para llevarla a la fundación de Ehrenfest.

–Nada de peros, Vittoria. Necesito mimarte mientras aún tenemos tiempo. Antes de que tengamos hijos. Antes de la siguiente convocatoria.

Sus dedos no habían dejado de pintar la piel blanca y tierna de su esposa o de cepillar el cabello de esta, un poco revuelto y bastante brillante, tanto cómo esos ojos que no dejaban de sostenerle la mirada a pesar del sonrojo cada vez más obvio en los pómulos.

Su esposa estaba respirando algo más rápido, levantando una mano tímida que él no tardó nada en tomar para llevarla a su propia mejilla y luego a sus labios, frotando su rostro en ella antes de besarla y comenzar a succionar un par de dedos sin dejar de mirar. Su padre le aconsejó que se embriagara tanto cómo lo deseara en su primavera durante lo que quedaba del año, después de eso tendría que empezar a trabajar de verdad duro en su base de apoyo y en especializarse tanto como le fuera posible en leyes, economía, táctica y herramientas mágicas. Por suerte seguiría fungiendo cómo Sumo Obispo de Ehrenfest hasta que llegara el momento de lanzarse por todo y dejar el trabajo del templo en manos de Charlotte y sus esposos.

–¡Melchior!... Me vas a hacer subir la altísima si… ¡si sigues con esto!

–Pensé que todas mis diosas lo estaba disfrutando.

–¡Lo hago! –gritó ella con el rostro rojo hasta las orejas en un puchero adorable–, pero… esto es… ¡Es demasiado! ¡Cualquiera pensaría que eres insaciable!

Melchior decidió soltar la mano con la que estaba jugando, avanzando un poco, asegurándose de colar una pierna entre los muslos de su esposa y acomodarla hasta tocar su jardín y robarle un jadeo, agachándose hasta pegar la punta de su nariz al cuello de Vittoria y ascender hasta su oído, demasiado tentando ante el aroma dulce e invitante de ella.

–Tratándose de tí, creo que lo soy, todas mis diosas.

Incapaz de aguantarlo más, el joven abrió la boca para atrapar la punta de una oreja rosada para succionar al tiempo que tomaba un seno suave y firme en la mano, asegurándose de pellizcar el rosado pezón de la cúspide entre sus dedos, sonriendo al escucharla gemir.

¿Cómo podía aguantar la urgencia de molestarla un poco y llenarla de placer sabiendo que nadie iría a buscarlos antes de la tercera campanada y media?

–¡Melchiooor! –se quejó Vittoria y el muchacho soltó una risilla divertida para luego besarla, asegurándose de llenarla de maná, acariciar su piel con las manos y estimular el jardín con su rodilla hasta sentirla bailar al mismo son.

El peliazul comenzó a trazar un camino de besos y mordidas afectuosas y demandantes por la mandíbula y el cuello de su esposa sin dejar de dibujar círculos con los pulgares en lo alto de ese par de senos imposibles de ignorar. No paró de tocarla hasta escucharla aguantando la respiración, sintiéndola apretar las piernas alrededor de su muslo o notar las manos de ella aferrándose a la cama. Melchior solo pudo sonreír, soltando su piel y acercándose al otro oído de Vittoria.

–Uno y faltan dos. Más vale que empieces a divertirte también o esperaré a que la cuenta ascienda a cinco.

–¡Oww, Melchior! ¡Deja de jugar conmigo!

–No hasta que tú también juegues. No es divertido si solo yo te hago cosas.

Un pequeño puñetazo se estampó contra su pecho, haciéndolo reír. A ese le siguieron varios más y un insulto de lo más infantil e inocente por parte de Vittoria, convirtiendo las risillas en una carcajada fuerte y clara que provocó que Vittoria frunciera el ceño sin dejar de hacer ese bonito puchero que tanto le gustaba a Melchior, dándole una última palmada en el hombro antes de cruzarse de brazos y mirar a otro lado.

–Si mi madre supiera que me haces esto casi todas las noches…

–Y algunos días. No es cómo que tengamos muchas preocupaciones justo ahora, Vittoria.

La rubia soltó un suspiro y Melchior, todavía riendo un poco, procedió a llenarle el rostro de besos hasta hacerla reír también.

Vittoria se descruzó de brazos, tomando a Melchior por el rostro para acercarlo y depositar varios besos cortos y superficiales en sus labios, haciéndolo sonreír.

–¿Debo entender que vas a divertirte también?

–No tengo más opción.

–Podrías negarte de verdad. Incluso podrías prohibirme que duerma en tu habitación en lugar de recibirme todas las noches, hasta en las que Geduldh anuncia que tu cáliz no será fértil unos días.

Ella solo negó. Un gesto casi imperceptible y serio que lo hizo sonreírle con ternura.

–No podría hacerte eso, Melchior. No cuando esperé tanto para atar mis estrellas a las tuyas.

–Entonces solo disfruta nuestro tiempo juntos. Va a llegar un momento en que cada noche deje de ser nuestra noche de las estrellas y lo único que ambos queramos sea dormir y nada más.

Más besos. Los brazos de Vittoria lo rodearon del todo y Melchior rodó hasta quedar ambos recostados de lado en la cama. No tuvo que esforzarse mucho para colar dos de sus dedos en el cáliz sin dejar de besarla o amasar su pecho. Las manos de Vittoria, por su parte, comenzaron a acariciarle los brazos, el vientre, el pecho o a colarse por su cuello para alcanzar su espalda y llenarlo con su maná cálido y dulce, haciendo que Melchior se preguntara de nuevo si su deseo irrefrenable de complacerla se debía a lo compatible de sus colores o a la riffa que no dejaba de crecer por ella.

Una de las manos de Vittoria alcanzó su pierna y luego una de sus posaderas, amasando y estrujando sin que dejaran de besarse, llevándolo a mover sus dedos con más velocidad haciendo lo posible por usar el bajo de su palma para estimular la pequeña perla de placer oculta en el jardín, abandonando por fin los labios de su amada esposa para dejarla de nuevo contra la espalda y succionar algo más receptivo, deleitándose en los jadeos cada vez más fuertes convirtiéndose en gemidos, sonriendo todavía con un pezón en su boca cuando las dos manos de Vittoria se dedicaron a trabajar sus nalgas y a atraerlo con insistencia, haciéndolo reír un poco.

No quería ingresar su espada en el cáliz porque sabía que terminaría llenándola de nieve demasiado pronto. Que los manuales del buen libro no tuvieran una respuesta definitiva para aguantar al menos un cuarto de campanada dentro de ella era demasiado frustrante en ocasiones cómo esta, así que no podía más que rezar en silencio a los dioses del amor para darle un poco más de resistencia mientras obligaba a Vittoria a incendiarse en la hoguera del placer una vez más.

Un par de intensos pellizcos de manos completas, el dejar de escuchar a Vittoria y notar el cuerpo de ella tensandose sin control debajo de él lo hizo jugar con los dedos húmedos en el hirviente interior de su esposa, usando su pulgar para reemplazar el bajo de sus palmas y estimularla todavía más, fascinado de poder observar el rostro de Vittoria cambiando de forma sublime y mostrándole cuánto estaba disfrutando con sus atenciones o el momento justo en que se apagaba una hoguera y se encendía otra para ella.

Cuando la joven volvió a respirar, Melchior seguía jugando en el interior de ella con un poco de pereza, esperando paciente a qué Vittoria abriera sus preciosos ojos y lo mirara, momento en que Melchior sacó su mano de entre los blancos muslos de la rubia para llevarse los dedos a la boca y engullirlos enteros, disfrutando del sabor de sus fluidos y el enorme sonrojo en las mejillas de Vittoria.

–Melchior, eres tan letal cómo la espada de Ewigeliebe –alcanzó a susurrar ella sin dejar de mirarlo o apretarlo.

–¿De verdad? –preguntó él mientras se posicionada para penetrarla despacio, tomándose su tiempo para llenarla sin dejar de observar su rostro–, todavía no logro que grites mi nombre, Vittoria. Tendré que seguir intentando cosas nuevas.

Cuando no hubo nada más que introducir y la escuchó soltar el aire que estaba conteniendo, Melchior cruzó las piernas y se sentó, tomando uno de los brazos de Vittoria y rodeándola de la cintura con su otra mano para jalarla, obligándola a sentarse y envolverlo en un abrazo de manos y pies.

–¡Melchior!

–¿Qué pasa? ¿Querías seguir jugando con mis asentaderas? Sé que te gustan, pero no pensé que tanto.

–¡Ahhh, eres un tonto!

Vittoria se cubrió el rostro con ambas manos y Melchior, abrazado a ella y sin dejar de reír la obligó a saltar un poco. El muchacho tuvo que apretar su boca para no gemir ante la estimulación recibida antes de llenar de besos las manos que le impedían ver el rostro de su esposa.

–Anda, compláceme. Lleva el ritmo esta vez mientras te beso. Te dejaré que me pellizques y tortures hasta la saciedad en la noche.

Vittoria negó de manera muy visible antes de quitar las manos de su rostro para abrazarlo con los ojos un poco llorosos, un poco febriles y los labios apretados.

–Contigo nada es como me advirtió mi madre. Ni siquiera logro hacerme con la carga de Geduldh a pesar de… bueno…

–Te dije que iba a seguir tomándome el té todo un año, Vittoria. Quiero disfrutarte tanto cómo pueda.

–Pero… yo… de verdad quiero un hijo. Se supone que debo darte un hijo, Melchior.

El muchacho sonrió, abrazándola, meciéndose un poco a la par que soltaba un suspiro sintiendo cómo Vittoria se acomodaba en el hueco de su cuello todavía abrazándolo por debajo de las axilas.

'¿Cómo le habrá hecho el tío para convencer a mi hermana de esperar un año antes de concebir? Quizás debería preguntarle en mi siguiente carta. El hombre se sonroja y da demasiados rodeos cuando le hago esas preguntas en persona.'

–Podemos esperar un poco más, ya te lo dije. Nadie nos está exigiendo…

–¡Quiero un hijo tuyo, Melchior! Quiero saber que llevo una parte de tí dentro de mí todo el tiempo. Ya esperamos lo suficiente para que nadie piense que me tocaste antes de graduarnos. ¡Por favor!

La angustia de querer moverse en su interior se mezclaba con la necesidad de cepillarle el cabello y pintarle círculos de maná en la espalda y la cintura. Su espada saltó dentro de Vittoria y la chica al fin comenzó a moverse un poco, con lentitud y timidez cómo cada vez que la obligaba a estar arriba y al mando. No estaba muy seguro de cuando la vería abrirse del todo y gozar por completo de sus pequeños ditters de alcoba, solo quería hacerla feliz antes de que su mundo entero se pusiera de cabeza.

Melchor sabía bastante bien en lo que se estaba metiendo, era cosa de observar a sus hermanos mayores.

Wilfried, que ahora era solo un Giebe, los visitaba durante el invierno, durante el cual pasaba más tiempo entrenando con los caballeros y negociando con los otros nobles que interactuando con Melchor y Charlotte, después de todo, la zona que su padre le asignó tenía un largo camino por recorrer luego de la invasión sufrida años atrás. Melchor sabía bien cuánto tiempo tardaría el área en recuperarse porque él seguía insistiendo en visitar a su hermano durante la oración de primavera y el festival de la cosecha año con año, no importaba si eso volvía su ruta más larga de lo debido.

Rozemyne, por otro lado, solo le respondía sus cartas y le enviaba obsequios desde que se casó. Que estuviera esperando la carga de Geduldh por tercera vez la hacía parecer un shumil muy ocupado en la mente de Melchior, que sabía por los comerciantes cuánto estaba innovando su hermana dentro de su nuevo ducado en todos los ámbitos.

Finalmente, Charlotte siempre lucía un poco cansada durante la cena y no estaba seguro si ell se debía a su segundo embarazo o a todo el trabajo que hacía cómo heredera al título de Archiduques de Ehrenfest. Melchior sabía que no era por tener dos esposos. Alaric y Leónides se verían más cansados y quizás discutirían menos de pasar más tiempo entre las sábanas de Charlotte, o al menos eso era lo que suponía Melchior. En realidad no podía estar seguro, si él fuera consorte, ya habría mejorado algunas recetas de venenos para deshacerse de cualquier hombre en el rango de maná de Vittoria y él… porque ambos habían seguido comprimiendo luego de casarse. Melchor sabía que necesitaba al menos tanto maná como su hermana Rozemyne si quería ser un Zent con una sola esposa y Vittoria solo podría concebir si se mantenía a la par con él. Que su hermana y su tío fueran tan amables de compartirle los nuevos pasos de compresión de ambos le daba una buena ventaja.

–Dame hasta los bautizos de otoño de los plebeyos –dijo al fin, sintiendo a su esposa detenerse del todo de su lento vaivén–. Dejaré de tomar el té para entonces, pero quiero que me acompañes al festival de la cosecha.

–¿De verdad?

La esperanza y un brillo abrumador de felicidad asomaron entonces en los ojos de Vittoria, quien lo miraba a los ojos sin dejar de abrazarlo.

–De verdad. Solo no me dejes a mí todo el trabajo. Quiero que me cabalgues cada noche hasta que Geduldh deje de llorar dentro de tí por perder todo rastro de fertilidad.

La observó sonrojarse por completo, la sintió pegarle de nuevo en el hombro y luego la vio sonreír como una niña pequeña recibiendo su primer juguete didáctico o probando su primer galleta de premio en la sala de juegos de invierno y tuvo que besarla en la frente antes de sonreírle también y tomarla de las nalgas con ambas manos.

–Melchior, a veces dices unas cosas…

–Solo me estás escuchando tú, pones un gesto tan adorable que es demasiada tentación para mí.

–¡Eres, eres un malvado!

Ella le pegó de nuevo, él soltó una carcajada, cortándola casi de inmediato por la sorpresa.

Vittoria se abrazó a él con fuerza escondiendo el rostro en su hombro y luego comenzó a moverse con algo de torpeza al inicio, llevando de pronto un ritmo fuerte y constante que le robó el aliento, llevándolo a gruñir y gemir, abrazándola cómo si su vida dependiera de ella sin dejar de repasar los nombres, dominios y bendiciones de todos los dioses del panteón en un desesperado intento de frenar lo inevitable.

Quizás por la sorpresa o tal vez por lo cerca que estaba de liberar su nieve, lo cierto es que Melchior cayó de espaldas todavía aferrado a Vittoria, quien pareció aprovechar la nueva posición para apoyar sus rodillas en el colchón y llevar un ritmo frenético que terminó con ambos gimiendo y jadeando con fuerza, con el cáliz de Vittoria convulsionando hasta sacar el último copo de nieve de la espada de Melchor.

–Hablando de ser letal –suspiró Melchor cuando ambos se relajaron del todo, invocando su schtappe de inmediato para conjurar un waschen que los dejara limpios y evitando a toda costa que Vittoria lo soltara. Por suerte su esposa estaba tan cansada que no tardó mucho en escucharla roncando apenas un poco sobre su hombro, haciéndolo reír por lo bajo antes de besarle la coronilla y frotar su espalda, demasiado contento por cómo iba su mañana.

La vida de casado dentro del Templo podía ser un poco demasiado para muchos, pero no para él. Melchior disfrutaba bastante de enseñarle a Vittoria sobre las ceremonias religiosas y los dioses, verla interactuando con los otros habitantes del Templo y en especial con los huérfanos solo lo convencía más de que había hecho la elección correcta con ella.

Si bien fue un poco problemático calmar a su suegra cuando esta se enteró de que ambos vivirían en el Templo un par de años más, al menos las cosas parecieron calmarse cuando los padres de ambos se sentaron a hablar con él y con Charlotte de una buena vez sobre los planes de Ehrenfest y su razón para seguir en el Templo.

Necesitaban levantar a ambos ducados, aprovechando que los ducados en manos de la ex familia real comenzaron a descender en el ranking.

Melchor recordaba bien la cara angustiada de su madre cuando él aseguró que apoyaría a Charlotte como siguiente Aub porque él planeaba perseguir el asiento del Zent. No era arrogancia, solo preocupación por su ducado y sus hermanas mayores. Zent Eglantine estaba haciendo lo posible por regresar Yurgensmith a su gloria previa a la Familia Real y las guerras entre candidatos a Zent, pero sus esfuerzos le parecían insuficientes a Melchor.

Alguien que no estaba estrechamente unida al Templo no podía guiar a los nobles de todo el país de vuelta a la oración sincera. Alguien con un maná inferior al de su hermana nunca crearía un país donde las bendiciones de Fortsente estuvieran presentes en todos los ducados, ni sería capaz de eliminar de una buena vez esa atroz costumbre de tomar hasta tres consortes por la incapacidad de sostener la fundación. Melchor tenía la certeza de que el siguiente Zent debía ser alguien con un profundo conocimiento del Templo y de la relación entre el maná y la tierra si querían superar las consecuencias de la guerra civil, la purga y afrontar la reapertura de las puertas ahora que la de la oscuridad estaba cerrada y vigilada por su querida hermana, el avatar de la diosa de la sabiduría.

El camino era largo. Lo primero era que Vittoria se familiarizara con todas las celebraciones y comprendiera su rol como Suma Sacerdotisa. Luego debía llevar su proyecto sobre las bendiciones al siguiente nivel con los alumnos de su séquito, sobrepasar a Zent Eglantine en maná y quedar tan cerca del nivel de su hermana y su tío cómo le fuera posible, pasarlos era demasiado ambicioso, pero quizás podría lograrlo.

¿Después? Después esperaba que alguien digno, muy bendecido por Seheweit, Mestionora, Vulcaniff, Fortsente y Anhaltaung se presentara porque no iba a dejar que otros pusieran en peligro el trabajo de sus hermanas o el suyo propio.

La historia debía atestiguar cómo Ehrenfest y Yurgensmith alcanzaban una nueva edad de oro a partir de la intervención de su hermana Rozemyne, y él se encargaría de que así fuera.

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Notas de la Autora:

Por si alguien se lo preguntaba, sí, tomé prestados algunos personajes de otros fanfics, aunque en el caso de los maridos de Charlotte les hice algunas modificaciones para que no salieran ambis de Drewanchel. Eso no tendría sentido alguno, la niña necesitaba apoyo de los Leisegang para equilibrar un poco más el ducado, en todo caso, aquí les pongo bien cómo quedó el asunto:

Leonides Adotie Drewanchel - contemporáneo de Charlotte. (Tomado del fanfic "Vittoria de Neuhausen." de Lazalar)

Vittoria Tochter Neuhausen - contemporánea de Melchior. (Tomado del fanfic "Vittoria de Neuhausen." de Lazalar)

Alaric Sohn Leisegang - 3 años menor que Charlotte, ambos juegan gweginen. (Tomado de "Erwachlerhen's Mistake in Dregarnuhr's Wave." de JazzyForest)