Tres noches habían pasado desde que Ghost dejó a Hachi en la residencia del capitán Yamato, y la tejedora se recuperaba poco a poco. Su actitud seguía siendo brusca con todos, cosa que no agradaba mucho a los dueños de la casa, pero por Ghost podrían soportarlo un poco. Por lo menos ella apenas era capaz de caminar unos pasos por su cuenta sin desplomarse del dolor, y frente a su habitación siempre había un guardia vigilando a la prisionera.

Era temprano en la mañana, y Hachi esperaba en la habitación. Ya estaba cansada de tanta espera, pero no podía hacer mucho al respecto. Su cuerpo aún estaba débil, e intentar escapar estaba lejos de sus posibilidades. Sabía que debería estar acostada, pero ya estaba cansada de estarlo, así que por lo menos podía permanecer sentada, con la mirada perdida en la pared del lugar y su mente absuelta en sus pensamientos. Lo mucho que extrañaba el calor del día. Entonces, Bretta ingresó a la habitación.

- Buenos días. ¿Cómo pasó la noche? - Pero no hubo respuesta. Nada nuevo. - Parece que mejor que la anterior. Si eres tan testaruda como para no hacerle caso al doctor. -

Bretta se acercó con varias vedas, pues era de vital importancia cambiar las telas por nuevas y limpias para evitar infecciones. Algo que Hachi odiaba con el alma. Aún así, tal comentario de la escarabajo no le fue muy agradable, y no dudó en dedicarla una mirada fulminante. lo más gracioso, era que Bretta le importaba bien poco.

- He visto miradas peores. ¿Sabes? No me vas a intimidar tan fácilmente. Ahora acuéstate. Vamos a empezar. -

Hachi resopló de impotencia, pero nada pudo haver más que seguir las instrucciones, y su rostro indignado demostraba lo poco que le agradaba esta situación. Menuda testaruda desconsiderara. Bretta solo suspiró con pesar, mientras le acercaba una taza cn un líquido blanquesino en el interior.

- No más amapolas... No lo necesito. -

- ¿Estás segura? Puede que no sea muy agradable. -

- Soy una Khan de Nido Profundo y la primogénita de Herrah, la bestia. Un dolor así no es nada para mi. -

- Bueno... Tu lo pediste. -

No se lo podían negar. La tejedora tenía un carácter bien fuerte, y ya estaba harta de beber esa infusión que tan desorientada la dejaba. Aún así, puedes que no hubiese sido la mejor idea que halla tenido en mucho tiempo.

Retirarle el vendaje fue un infierno, incluso cuando Bretta trataba de ser lo más delicada que podía. Más delicada que cualquier otro musgoso que la tratase, pero la carne al rojo vivo no se compadece ante nada. Aún así, Hachi no gritaba de dolor, aunque alguno gestos y chillidos no era posible de contener. Sin embargo, nada era más doloroso que limpiar la herida y retirar las impurezas con algodón. Una verdadera prueba de coraje, que la tejedora logró superar con e pesar de su alma. Cualquier otro ser hubiese caído desmayado del dolor o estaría llorando justo en ese momento. Unos ojos cristalinos era lo menos que podía dar en ese momento, pero sentir el nuevo vendaje cubrir su herida era una sensación aliviadora.

- Sorprendente... Sin lugar a dudas. -

- Soy... una Khan... debo... debo ser fuerte... como... como mi hermana... debo... ser... fuerte. -

- Esta bien... Esta bien. Ahora descansa un poco. - Decía mientras ayudaba a acostarla.

Una vez la tejedora apoyó la espalda sobre el colchón, se dió el lujo de suspirar tranquila. Su herida aún dolía, pero comparado con lo que pasó hace apenas un minuto era insignificante. Bretta debía esperar un tiempo a que se recuperase, y la espera solía ser bastante agobiante y aburrida. Podría hacerle alguna pregunta, pero seguro no obtendría ninguna respuesta. Justo como los días anteriores. Pero quien sabe, y puede que esta vez fuese diferente.

- Mencionaste que tienes una hermana... ¿Cómo es ella? -

Hachi no parecía querer responder. Dudaba de hacerlo, sin embargo, hablar de Hornet era algo que ella adoraba, y sus emociones y la constante soledad jugaron en su contra.

- Mi hermana es... increíble. Fuerte y valiente. La mejor guerrera de la nación. -

- Wao... Suena asombroso. Y pareces admirarla. -

- Lo hago. Ella es menor que yo, pero me supera en casi todos los aspectos. Lucha, estrategia, liderazgo. Es la líder que nunca seré. -

- Mmmm... Parece que no le guardas rencor por eso... Quiero decir. Tu era la mayor como bien dijiste. -

- Por supuesto que no. La admiro, la admiro más de lo que ella cree. Yo solo quería ayudarla... Y por mi culpa... -

Hachi no pudo seguir hablando. Su propia culpa la estaba agobiando. Un musgoso de seguro no le importaría que ella se revolcase en su dolor. Era su enemiga después de todo, y aquella que atacó su nación. Sin embargo, Bretta no era una musgosa.

- Oye... Se que todo va a salir bien. Todo fue un gran malentendido. Y estoy segura que cuando Sendero Verde y Nido Profundo lleguen a un acuerdo y tu este mejor de salud, podrás regresar a casa. -

Hachi no pudo evitar mirar a la escarabajo. Eran las primeras palabras que escuchaba en días que le daban algo de esperanza. Esperanza de volver con los suyos. Con su madre, con su hermana. Sin embargo, se sentía impotente por no ser capaz de hacer nada. Al menos, esta conversación resultaba más amena de lo que había esperado, y la soledad no se sentía tan amarga.

- Y dime... ¿De donde vienes? Es más que claro que no eres una musgosa. - Esta vez, fue Hachi quien tomó la iniciativa.

- Llegué no hace mucho de Ciudad de Lágrimas. Un amigo me ayudó a llegar a aquí. -

- Ya veo. ¿Es tan majestuosa y brillante como la describen los viajeros? -

- Si no sales de la zona comercial o la zona noble, si. Y valla que lo es. Sin embargo, en los barrios más bajos todo es diferente. Todo esta... podrido... corrompido. Dolor, sufrimiento. Una oscuridad que contrasta demasiado con el esplendor de sus zonas más ricas. -

- Ya veo... Al menos los más pobres de Nido Profundo pueden irse a dormir con el estómago lleno. O por lo menos cuando todo iba mejor. -

- Eso es un privilegio. Lo se por experiencia. -

- Debió ser duro nacer y crecer en un lugar así. -

- Fue duro. Si. Pero no nací en Ciudad de Lágrimas. Llegué allí cuando tenía unos trece años. -

- ¿En serio? ¿Y donde naciste? -

- Yo... Nací en Bocamatsu. -

La tejedora se quedó en silencio unos segundos. Si tenía en cuenta la edad y los relatos que había escuchado, era más que obvio que Bretta fue una de las víctimas de la Noche de Sangre. Algo que puso a la tejedora algo incómoda por la indiscreción.

- Lo siento... No debía haber preguntado. -

- Esta bien. El pasado... pasado es. No podemos cambiarlo. Solo superarlo y dejar que nos arrastre. -

Una vez más, el silencio se hizo presente en la habitación. La tejedora pensaba que había preguntado algo que no debía, aunque desconocía qué Bretta ya había sufrido demasiado por eso, y ya lo había superado.

Pasado unos minutos, Bretta prosiguió son su papel de cuidadora, y era hora de darle el desayuno a la tejedora. Para Hachi, la dieta vegetariana de los musgosos era una tortura, pero al menos los caldos y sopas eran mucho mejor que comer un trozo de hierva verde. Y algo de leche y huevo siempre era bienvenidos.

Eso si, que Bretta tuviese que darle de comer porque no era capaz de alzar la mano por su cuente, era un golpe directo a su orgullo. El primer día incluso prefirió morir de inanición su eso conllevaba a conservas su dignidad. Cosa que fue peor, pues cuando Brette se canso de esperar por ella, y cuando el hambre era muy superior, fue Ghost quien tuvo que darle de comer. Cosa que destruyó definitivamente la poca vergüenza que podía reclamar del fantasma.

Y hablando del Rey de Roma, era raro que a esta hora no se hubiese presentado. Solía llegar incluso antes que Bretta, y esperaba sentado fuera hasta que le cambiasen el vendaje. Pero ahora que miraba hacia afuera, ni siquiera podía ver su silueta a través de la sombra sobre el papel. Cosa que no pasó para nada desapercibida.

— Ghost-kun estará ocupado por varios dias. No creo venga por un tiempo. —

— Ja. ¿Qué te hace pensar que estoy esperando por él? — Trato de disimular.

— Bueno... No sabía que estarías esperando por alguien más. — De nada le sirvió.

— No. No lo digo pro eso. Es solo que... se siente bien sin él merodeando por aquí. —

Bretta escucho sus palabras, pero algo le decía que había algo más. Y sus ojos entrecerrados parecían queré analizar a la tejedora en silencio. Un sexto sentido tal vez, pero que disimulo muy bien cuando Hachi volvió su mirada hacia ella.

Sin embargo, las palabras de la escarabajo no carecían de razón, pues Ghost había abandonado Senderos Verdes antes del amanecer. Se dirigía hacia las profundidades, justo en el pasaje que conectaba la tierra natal de los musgosos con Nido Profundo, en compañía de su maestro.

Hacia varios minutos se habían alejado de la ruta principal, mientras cada ves más y más se adenrraban en pasajes llenos de maleza. Zonas donde la luz de sol que ingresaba a las cavernas se iba disipador poco a poco. Y donde posibles misterios se escondía de ojos de todos.

— Parece que fue aquí, maestro. —

—Concuerdo. El rastro esta casi desvanecido, pero aún se puede apreciar con muchísima cuidado. —

Maestro y alumno llegaron a un punto de la caverna, donde marcas imperceptible para ojos inexpertos pasarías desapercibidas. Sin embargo, dos cazadores experimentados como ellos podían notar el actuar de la conciencia sobre la vegetación salvaje.

Ghost analizaba una roca sobre el suelo. A juzgar por las marcas, podría asegurar que era un lugar donde se había instalado una hoguera qué usaron más de una ocasión. Su maestro revisaba algunos tallos de vegetación cercana, los cuales tenían marcas y perforaciones extrañas. Si bien cualquiera podría pensar que fue algún animal salvaje el responsable, un ojo como el del cazador no se confundiría de esa manera.

— De diez a quince. Tal vez más. Por los restos de verduras y exoesqueletos, podemos decir que se trataban de omnivoroso, o tal vez un grupo mixto. —

— Eso es correcto, pupilo. La presencia de presas saca a los musgosos de la ecuación. Pero eso no quiere decir que no estén implicados de algún modo. —

— Las mantis pueden ser un posible objetivo. Y Paramos Fungicos no está muy lejos. —

— Es posible. Pero no saquemos conclusiones. No sabemos si este es el campamento de aquellos que atacaron al mensajero, o simples bandidos. Sigue buscando. —

Conseguir pistas era realmente difícil. Salvo las marcas más evidentes, no había rastro alguno de quienes podían haberse instalado en ese lugar. Recogieron absolutamente todo. Ningún objeto o desecho que pudiese darles una pista. Tampoco había olores que descasen por encima de la escencia natural del lugar. Sin embargo, algo apenas insignificante llamo la atención del Ghost cuando estaba revisando algunas muesca sobre el suelo.

— Maestro, mire esto. — Decía mientras levantaba algo de tierra entre sus manos.

— ¿Qué encontraste? —

— Este suelo tiene algo... extraño. Mire estas piedras negras. Son diferentes al resto. —

El cazador se acercó, pero su visión no tan certera como la de su pupilo tardó unos segundos en darse cuenta de lo que Ghost se refería. El cazador estiró sus dedos, y con la punta de sus garras tomo una de esas piedreciras extrañas azabache qué Ghost mencionaba. Luego otra, y otra más. Hasta que tuvo un puñado sobre su palma de la mano.

— Interesante. —

— ¿Que es, maestro? —

— Prendo un fuego. Te lo mostraré. —

En menos de un minuto, Ghost apiló un puñado de hojas secas sobre una piedra, y con un pedestal y una piedra creo una pequeña chispa qué pronto se convirtió en una débil llama En menos de un minuto, Ghost apiló un puñado de hojas secas sobre una piedra, y con un pedestal y una piedra creo una pequeña chispa qué pronto se convirtió en una débil llama.

— Aléjate un poco. —

Ante el comando del cazador, Ghost se hizo a un lado, curioso de lo que su maestro tenía en mente. Sin embargo, su instinto lo obligó a cubrise el rostro, cuando pequeños estallidos asustaron su mente. El cazador lanzó esas extrañas piedras hacia el fuego, y de inmediato, crearon pequeñas explosiones qué asombrado tanto al fantasma como lo aterraron.

— Eso... lo vi antes. Los grises lo usaron contra las mantis en su enroscada. —

— Pólvora. Un arma tan letal como cualquier espada, pero cuyo uso requiere mucho menos entrenamiento. —

— Esos bastardos... ¡Ellos están detrás de todo esto! —

— ¡Ghost! ¡Contrólate! —

Para Ghost esas palabras eran muy difícil. Supener que la Armada Pálida estaba detrás de esto lo hizo arder en cólera, pues aun era incapaz de controlar su odio hacia aquellos que le arrebataron su hogar. Odio que lo cegaba de la realidad.

Su propio maestro tuvo que hacerlo recapitular. Y su dura voz calmo su iracundo corazón. Calmo las venas de su rostro y relajo su boca rabiosa. Ahora, se mostraba apenado ante su maestro, mientras este lo miraba con claro disgusto.

— Un cazador jamás pierde la compostura. Es frio... Es calculador. No actúa ante los impulsos. Y tu... debes aprender a controlar los tuyos de una vez por todas. —

— Lo... Lo siento, maestro. Es que... es que cada vez que algo malo pasa es... es por culpa de esos malditos imperiales. Ellos son una plaga para este reino. Deben ser... erradicados. —

— ¿Y eso es todo? ¿Simplemente vas a ir a Ciudad de Lágrimas y acabar con cuanto insecto encuentres en tu camino? — Sentencio acusante. — Dime, Ghost... ¿Qué tan diferentes serias de ellos si haces lo mismo? —

— Lo... lo siento... Maestro. —

— No lo sientas. Aprende de tus errores. Si no lo haces, puede que la próxima vez un "lo siento" no sea suficiente. —

Las palabras del cazador eran duras, pero así tenían que ser. Ghost era demasiado volátil, y temía porque sus impulsos lo provocaron a hacer algo que se arrepintiese en el futuro. Como su mentor, no podía permitirse mostrar debilidad en este momento. No por su bien propio, sino por su pupilo.

— Voy a ir a Ciudad de Lágrimas. Veré que puedo averiguar. Tu regresa a ciudad Concordia. Informa a la Emperatriz lo que encontraste aquí. Y... trata de calmarte un poco. —

— Si, maestro. Hare lo que pueda... —

— Mente fría, mi pupilo. Nunca te dejes influenciar por las emociones, ni las negativas ni las positivas. Ambas pueden obligarte a tomar decisiones de las cuales te arrepientas. Ve y relájate. Date un baño frío o ve a tomar algo. —

— Sabe que no bebo, maestro. —

— Bueno. Tu te lo pierdes. Dile a Kaede que lo siento, pero que estaré un par de días fuera. —

— Así lo haré, maestro. —

Y así, el cazador se desvaneció entre la maleza, dejando a Ghost completamente solo.

A diferencia de los otros reinos, la Corte Imperial no estaba unificada bajo un mandato único como Sendero Verde o Nido Profundo. Uno, bajo la luz de la Emperatriz, otro, bajo la guía de la Matriarca. Sin embargo, el Imperio estaba conformado por muchos grupos diferentes. Cada cual con sus propios objetivos y enemistades. Todos, en una constante lucha de poder y juegos mañosos. Culpar a toda la corte por un acto separado, sería condenar a toda una nación por los actos de un par de individuos.

Ahora, Ghost trataba de calmarse tras la partida de su maestro. Sentir la impotencia era algo que lo atormentaba. La incapacidad de no poder hacer nada. Estar siempre a la espera de otros. Dejar que otros hicieran el trabajo por él. Era una sensación desagradable.

Pero su maestro estaba en lo cierto, y él lo sabía. Ahora, más calmado, notaba lo mucho que sus emociones nublaba su juicio, a la par que una respiración lenta y profundo calmaba su ajetreada mente. De momento, lo mejor sería regresar a ciudad Concordia e informar a la familia Sun de su hallazgo.

El joven regreso a la ruta principal, y a paso contantes se dirigió a Sendero Verde. Una camino no muy transitado tras el estallido de las guerras, solo y apartado de toda civilización. No debería haber ningún imprevisto... O eso era lo que el fantasma pensaba.

Sus sentidos se activaron de pronto. Voces provenía de la distancia, justo al frente. Voces que parecían suplicar por piedad, mientras se escuchaba el inconfundible impacto del metal con metal.

El fantasma no lo pensó dos veces, y se lanzo a la carrera hacia el origen de tanto alboroto. Al parecer, justo al frente, donde su camino lo conducía. Sus pasos eran veloces, y las voces y ruidos cadas vez se escuchaban más cercanas. Y entonces, los vio.

Una carreta sobre el camino, con la rueda trasera derecha hecha pedazos, incapaz de moverse. Al frente, un ciervocamino asustado, aún amarrado a la carrera, tratando de liberarse mientras ocho lanzas apuntaba a su rostro. A un lado, varios insectos tratando de protegerse del grupo de bandidos que los habían rodeado.

Reconocer a los malhechores no era difícil, pues sus ropajes maltratados y sucios los diferenciaban visiblemente del resto. Cucarachas, grillos, y otras especies, que habían encontrado un blanco fácil para hacer de sus fechorías. Y las macabras risas sobre sus rostros indicaban lo satisfechos que estaban con su cacería. Al menos unos veinte de ellos en total.

Las víctimas de tal atraco eran seis insectos. Uno estaba apoyado sobre la carreta, herido preocupantemente sobre su abdomen. A su lado un insecto más viejo, tratando de detener su hemorragia. Otros dos insectos más trataban de mantener una distancia segura, pero la única que portaba una aguja parecía hacer lo imposible por mantenerlos a raya. Sin embargo, su temple temblaba ante los lamentos de una joven infante, que estaba presa entre los brazos de un bandido, y con una afilada daga peligrosamente cerca de su cuello.

— ¡Zara! —

— ¡Mamá! — Gritaba la pequeña al bode de las lágrimas.

— ¡Quietos todos! ¡O le cortaré la cabeza a la mocosa! ¡Sobre todo tu, la de rojo! ¡Deja esa aguja en el piso! —

La guerrera dudo bastante, y trataba de mantener al resto de bandidos a raya, apuntandolos con su aguja si intentaban acercarse demasiado. Sin embargo, aquel que amenazaba de muerte a la infantr no parecía tener el más mínimo ápice de piedad, y tiraba de las antes de la niña exponiendo su cuello, mientras el filo de su daga cada vez se presionaba más fuerte sobre su quitina.

La infante lloraba de miedo, su madre suplicaba por misericordia, y le rogaba a la guerrera de rojo para que se rindiera. Sin embargo, esta no se mostraba capaz de hacerlos. Cómo si supiese que ya ninguno tenía esperanza. No importa si bajas su arma, su futuro sería incluso peor que la propia muerte. Pero, entre los gritos. Los lamentos, y las macabras risas de sus asaltantes, no sabía que hacer.

— ¡Jefe! ¡Cuidad...! —

Uno de los bandidos que estaba frente a aquel que sujetaba a la pequeña trató de advertirle, pero fue demasiado tarde.

En un abrir y cerrar de ojos, una sombra se lanzó sobre el bandido de espaldas, y un brillo cegador atravesó el espacio frete a su cuello. El tiempo se detuvo para todos los presentes, mientras veían como la cabeza de la cucaracha alzaba el vuelo, despojandose de las ataduras qué la mantenían unida a su cuerpo. Los civiles se asustaron, la guerrera de rojo se impresionó ante tal destreza, la cabeza de la pequeña se teñia de rojo por la sangre que caía, mientras la daga cerca de su cuello retrocedía abruptamente fuera de peligro. Pero los bandidos restantes, vieron el terror, mientras ante sus ojos se revelaba el colérico rostros de Ghost, el cual se abría paso entre la carne de su líder con su afilada katana de hoja onice.

— ¡SAW! —

La guerrera de rojo no perdió la oportunidad, y ante la conmoción, su aguja atravesó a tres bandidos de un solo tajo, mientras su telaraña se extendia hacia aquellos que estaban más distantes.

Ghost de inmediato reconoció el posible peligro, al notar que se trataba de una tejedora. Sin embargo, en ese momento ambos tenían un enemigo en común.

El fantasma tomo a la pequeña y la dejo con su madre, la cual para sorpresa de Ghost, también se trataba de una tejedora, aunque su hija parecía no serlo. Al menos no del todo. Sin embargo, no tenía tiempo para pensar en eso, cuando el crujir de los caparazón que la aguja de la guerrera generaba llamo si atención.

El fantasma se lanzó al ataque, y los bandidos no resultaron ser una verdadera amenaza para ninguno de los dos. Ghost incluso estaba seguro que la guerrera de rojo sería capaz de derrotarlos por su cuenta, pero saber que se preocupaba por la vida de la pequeña lo calmo un poco, sin embargo, no apartaba la mirada de ella, aún cuando los bandidos ya no eran más que cascarones sin vida. Y no fue hasta que ella guardo su aguja, que Ghost no alivio el agarre sobre su katana.

La guerrera estaba de espaldas, en silencio. Ghost la miraba aún temeroso, pensando que tal vez sería una potencial enemiga. Después de todo, las marcas de la guerra aun no se habían curado, y esta pudiese ser alguien que lo vio en el campo de batalla. Más, cuando la tejedora se dio la vuelta, Ghost no pudo sentir amenaza alguna proveniendo de su ser, a pesar de portar un rostro enojado oculto bajo su capa roja.

La guerrera tenía cierto parentesco con Hachi, pero tenía marcadas diferencias. Solo dos pares de ojos, y su rostros estaba lleno de dibujos tribales, incluyendo un enorme círculo rojo alrededor de su ojo derecho. Seguro que era de alguna de las tribus más antiguas de Nido Profundo. Aunque claro, Ghost jamás había visto a Hornet en persona, y estas estaba disfrazada para pasar desapercibida hasta para sus propios súbditos.

— ¡Papá! —

— ¡Remi! —

La voz de la madre y la infante pronto llamo la atención de ambos. Aquel escarabajo que yacia sobre un costado de la carreta estaba perdiendo mucha sangre, y el anciano a su lado no podía hacer muchos para curarlos. Al parecer era el esposo de la otra tejedora, y el padre de la joven. Eso explicaría porque su naturaleza híbrida.

Ghost se acercó de inmediato, y de su equipo saco unas vendas y algodón, con el cual intento cubrir la herida para detener el sangrado. Sin embargo, eso no sería suficiente, y el tiempo estaba jugando en su contra. No había nada que Ghost pudiese hacer para salvarlo, por mucho que los lamentos de sus seres queridos le pidiesen lo contrario.

— Hazte a un lado. —

La voz de la tejedora de rojo se alzó a su espalda. Ghost no sabía que tenía en mente, pero cualquier cosa en esa situación seria bienvenida. Hornet se acercó, y de su cuerpo comenzó a producir una peculiar telaraña muy delgada y con una habilidad asombrosa, comenzó a cerrar la herida del escarabajo.

Los movimientos de Hornet eran tan precisos como los de un cirujano profecional, usando su ceda de araña para cerrar poco a poco la herida. La quitina de un insecto no era flexible como la carne, pero las hebras pegajosas se entrelazaban entre ellas y hacía un parche perfectamente impermeable. Y para mayor seguridad, Ghost colocó una venda a su alrededor una vez Hornet concluyó su trabajo.

— Gracias. Realmente nos salvaron. — Comentó el viejo escarabajo.

— Y gracias, por salvar a mi esposo. —

— Gracias por... salvar a mi papa. —

Las voces de agradecimientos no tardaron en llagar, tanto para Hornet como para Ghost. Sobre todo la de la infante, cuyo timbre agudo y dulce era imposible de no escuchar con ternura. Hornet las aceptaba con respeto, cumpliendo con su papel de viajera. Sin embargo, Ghost se mostraba complatemente diferente.

— ¿Quienes son ustedes, y hacia dónde se dirigen? —

La voz del fantasma fue tan sombría como siempre. Tanto, que asuntó a todos por igual, pues no se esperaban una forma de hablar tan amenazante. Sin embargo, Ghost tenía sus motivos por tal actitud, pues un grupo donde viajaban tres tejedoras era algo que no podía pasar por alto. Mucho menos, cuando esa de ropajes rojos colocaba su mano lentamente cerca de su aguja, lista para atacarlo si la conversación escalaba en tensiones. Por suerte, el viejo escarabajo intervino a tiempo.

— Nos... Nosotros solo somos viajeros... No queremos causar ningú tipo de problemas. —

— Solo queremos llegar al Sendero Verde... Eso es todo. —

Ghost desvió la mirada al tercer tejedor que no había hablado hasta ahora. Un macho joven, con una voz tímida y asustado, que hacía lo posible por morstrar fortaleza ante la posible amenaza. Luego, el fantasma miró al resto. A los otros escarabajos del grupo, al herido, a la tejedora y su cría hibrida, y finalmente, a la tejedora de rojo que se mostraba demasiado cautelosa para su gusto.

— Senderos Verder no es el mejor lugar para tejedoras en este momento. —

— Lo sabemos. — Habló la madre. — Pero no tenemos opción. Las mantis nos atacarían sin dudarlo, y el Imperio nos expulsará de sus tierra tan pronto pidamos refugio. No tenemos opción, más que orar y pedir el perdon de la emperatriz. —

— ¿Tan graves está la situación en Nido Profundo? —

La pregunta de Ghost causó un incómodo silencio en los presentes. Todos habían avandonado sus hogares por un rastro de esperanza, temerosos en verse envueltos en una posible guerra civil dentro de ciudad Komonosu. Por tal motivo, eran aquellos que vivían en las periferias, los primeros en huir, presas del miedo. Sacrificando todo, por una tal vez.

Ghost miró a cada uno de los presentes. Él no era nada expresivo, pero podía identificar la tristesa y el miedo en los demás. Incluso en la más pequeña, quien sabía muy poco de este mundo, se podía ver con temor. Sin embargo, la que más llamaba su atención era la tejedora vestida de rojo, en cuya mirada enfocada sobre el suelo se podía ver impotencia y frustración. A saber cuanto ella habría perdido por todos estos acontecimientos. Ghost no tenía la menor idea.

Ghost respiró profundamente, rezando para que su decisión fuese la acertada. El fantasma se dió la vuelta, y tomó algunas lanzas de los bandidos caídos, las cuales usaría para reparar la rueda rota del carrueaje. No sería lo más óptimo, pero mientras fuese capaz de rodar sin romperse sería suficiente.

— Los conduciré hacia ciudad Concordia. Pero una vez allí, estarán por su cuenta. No puedo prometer que los musgosos vallan a aceptarlos. —

— Gracias, joven. Ha sido usted de mucha ayuda. —

Ante el comentario del anciano, Ghost solo asintió con la cabeza y se dirigió al frente. El ciervocaminos que tiraba del carro aún estaba nervisos por todo lo sucedido, y temió un poco cuando Ghost se le acercó. Pero cuando el fantasma le ofreció un trozo de cereza, este lo aceptó con gusto y comenzó a confiar más en él.

Y así, Ghost comezaría su viaje de regreso a la ciudad, en frente de un grupo de refugiados cuyo futuro era tan insierto como las aguas de un rio turbulento. Ignorando, que a sus espaldas, caminaba la misma Khan Hornet. Aquella que había jurado cortar su cabeza con sus propias manos. Aunque ninguno de los dos conocía la identidad del otro.