Día 2 de la GoYuu Week 2024
Organizada por goyuugoweek (Twitter/X)
Prompts elegidos: Stockholm symdrome & No curses AU


IMPULSOS DESENFRENADOS

Satoru Gojō era un novelista de renombre, no había título suyo que no fuera reconocido en todo Japón y un poco más allá de sus fronteras. El misterio, el drama policial y los contextos oscuros y moralmente ambiguos eran su mayor especialidad.

Sin embargo, con el paso de los años, el dinero adquirido por las regalías de sus obras y la fama en incremento con cada firma de libros no lo hacían sentir más que vacío.

A veces pensaba que era el protagonista de una aburrida historia de esas donde todo se presentaba a blanco y negro acompañado por un soso saxofón en el fondo.

Su mejor amigo, Suguru Getō, en más de una ocasión intentó presentarle hombres y mujeres de mucha variedad para dar color a su monótona existencia, pero a Gojō nada le satisfacía, nada llamaba su atención, nada lograba destacar con belleza en su entorno.

Un día, durante otra firma de autógrafos, las luces del salón fallaron de repente, sumergiendo el complejo en la penumbra. Gojō ni siquiera se turbó, pensaba que se trataba de un simple corto en la electricidad.

No obstante, lo siguiente que supo fue que se encontraba despertando con una fuerte jaqueca en un lugar frío. La cabeza le dolía en un sitio tan específico que no tardó en advertir que había sido golpeado para lanzarlo al barranco de la inconsciencia.

Más consciente de su propio cuerpo, notó que se encontraba amordazado, con las manos atadas tras la espalda y una venda en los ojos mal colocada que le permitía ver por una rendija algo más que siluetas.

Frente a él, a escasos tres metros, era capaz de apreciar a detalle dos cuerpos destrozados; con las extremidades cercenadas por un hacha manchada en sangre, que no era tan escandalosa como el charco en el que se ahogaban los cadáveres con lo que alguna vez estuvo dentro de sus venas.

El filo del arma impactó en el único cuerpo cerrado, antes de ser usada de cabeza para romper por dentro las costillas.

—Ninguno sabía nada. ¿Ahora qué?

Le escuchó decir a uno de los sujetos que perpetraban el acto. Tenía una voz tranquila, jovial y con tintes de lamentación.

Por lo que lograba apreciar, ese hombrecillo no tendría más de veinte o veinticinco años.

«Su cabello es color rosa». Algo inusual entre la población. Se preguntó si lo teñiría.

Frente a ese chico había otro igual.

«¿Gemelos?». Además del cabello corto, compartían un cuerpo de buena musculatura, estatura y ojos que desde esa distancia parecían ser marrones. La única diferencia era que uno de ellos el que sostenía el hacha exhibía tatuajes por todo el cuerpo, incluso en el rostro, y el otro tenía cara de ingenuo.

El chico del hacha la dejó caer por un lado. Se limpió el sudor de la frente con el brazo, manchándose de sangre en su lugar. Parecía disfrutarlo. En sus ojos había un brillo sádico que iluminaba de manera inhumana sus facciones.

El otro muchacho exhibía una mirada vacía, pareciendo más solemne, como si sintiera pena por las víctimas, aunque seguramente en el fondo le restaba importancia, de lo contrario, ¿cómo podría presenciar esa clase de actividades sin volverse loco?

Por alguna razón, Satoru experimentaba una atracción antinatural por el gemelo sin tatuajes. No sabía por qué ni cómo podría explicarlo, pero si tuviera que describirlo, diría que era como si ellos dos estuvieran destinados a encontrarse, sus destinos a entrelazarse.

Un fuerte impulso nació en su pecho, que le gritaba no permitir que nada, ni siquiera la muerte, los separara ahora que estaban a tan pocos metros uno del otro.

«¿Qué me está pasando?». Si lo juzgaba de manera objetiva, el gemelo sin tatuajes no era precisamente un galán, sin embargo, le resultaba atractivo. Bonito. Muy lindo.

Que el mismísimo Satoru que solía bañarse en piropos de fans lo reconociera era todo un hito.

Entonces los escuchó tener una conversación, iniciada por el chico del hacha.

—Otro trabajo terminado.

—Falta uno. —Señaló a Satoru a la distancia.

Un escalofrío se concentró en la parte media de su abdomen, revolviendo sus entrañas.

Parecía que ninguno de los dos se había percatado de que podía ver y se hallaba consciente. Lo mejor era no moverse y permanecer tirado en el piso.

—¿Eh? A ese no lo traje yo —dijo el chico del hacha.

—Pues no podemos dejarlo ir así como así —continuó el gemelo sin tatuajes.

—Yo no voy a hacer tu trabajo. —Escupió al suelo—. Así que apáñatelas como puedas.

Satoru no lo sabía, pero más tarde descubriría que el chico del hacha disfrutaba matar a veces hasta se comía partes de sus víctimas, pero disfrutaba más ver a su gemelo hacer eso, porque sabía que a él le remordía demasiado la consciencia y que se torturaba mentalmente durante días enteros por eso.

Nada era más satisfactorio para el chico del hacha, que observar cómo su gemelo se tambaleaba sobre una cuerda floja que lo separaba de la locura y el delirio.

Entonces, Satoru vio que el chico del hacha se fue, dejando atrás al gemelo sin tatuajes, quien se apresuró a ir por un balde de agua y otro vacío, un trapeador y varios trapos, además de botellas que a saber de su contenido por la carencia de etiquetas.

No supo si debía hablar o mantenerse en silencio. En una situación desesperada muchas personas habrían intentado conversar con su captor para rogar clemencia, pero Satoru no era tan estúpido. Eso sólo funcionaba en romances tóxicos baratos de libros escritos por mujeres pubertas con poca supervisión parental. El mundo real era diferente.

Cuando el gemelo sin tatuajes terminó de limpiar la escena, se acercó hacia Satoru, quien por sus hábitos de observación para mejorar su detallada escritura movió su ojo descubierto para captar la mayor cantidad de detalles: las manos, brazos y tenis empapados en sangre, junto a varias manchas que brincaron por los pantalones y la playera.

—Estás despierto. —El gemelo sin tatuajes tomó a Satoru por los hombros e hizo que se pusiera en cuclillas.

Contra todo pronóstico, el inicio de una erección comenzó a hacerse presente y su respiración se tornó pesada.

—Viste todo, ¿no es verdad?

El gemelo sin tatuajes aprovechó para quitarle la mordaza y el vendaje improvisado, sorprendiéndose al ver la tremenda cara de excitación que se cargaba el sujeto. Él esperaba que lo maldijera, que gritara o rogara por su libertad.

—¿Puedo saber tu nombre? —inquirió Satoru, siendo incapaz de controlar sus desbocados pensamientos o la velocidad a la que latía su corazón.

El gemelo sin tatuajes desvió la mirada hacia la entrepierna de Satoru y, quizá, ver el inmenso bulto bajo los pantalones hizo lo que nunca antes.

—Yūji —respondió, sólo porque era la primera vez que vivía algo similar.

—Yūji, hn —susurró Satoru con una voz extasiada—. Necesito pedirte un favor.

—Que no te mate, supongo. —Yūji encogió los hombros, como si no fuera novedad.

—Tócame —dijo Satoru, con una voz suplicante, caliente y desvergonzada.

—...

—...

—¿Seguro que no prefieres que no te mate? Porque estaba pensando en…

—Tócame —repitió Satoru—. Yo… —Aprovechó la cercanía para dejar caer la frente sobre el hombro de su precioso secuestrador—, realmente lo necesito.

—Oh, ya sé. —Yūji apartó a Satoru sin soltar sus hombros—. Eres un fetichista del BDSM y te prende estar atado. —Por alguna razón no había dejado de buscar una explicación.

—No tengo ese tipo de intereses. —Era cierto.

—Entonces, ¿por qué querrías que un desconocido te metiera mano en esta situación?

—Porque me gustas.

—Vaya salto de pasos. Estoy seguro de que antes de eso debería ir una cita y una cena.

—Bueno, daríamos un gran espectáculo si un sujeto atado y otro bañado en sangre se meten a una cafetería.

Yūji soltó una carcajada. Por alguna razón, el tipo le estaba cayendo demasiado bien. Incluso si sabía que necesitaba cortar la plática y asesinarlo al ser testigo de algo que no debía, prefería continuar la charla.

En el fondo Yūji sucumbía ante el extraño presentimiento de haber conocido a ese sujeto antes y no se refería al hecho de haberlo visto por ahí en la calle, sino a verdaderamente saber quién era, a ser íntimo con él, a compartir momentos tan felices como únicos.

«No, no, no. Eso no es importante» pensó Yūji. Ahora que el tipo había mencionado la cafetería, seguro empezaría a sacarle información para saber si había alguna cerca y cuál era su nombre, para ubicar la zona donde se encontraba.

O eso le había advertido su gemelo, Sukuna, quien solía amenazarlo para que no diera información innecesaria, a no ser que quisiera ver cómo le arrancaba a tiras la piel por imbécil.

No obstante…

—Creo que en estas condiciones no podría llevarte a ningún sitio, pero puedo hacer esto. —Acto seguido, Satoru se abalanzó hacia Yūji, no para tirarlo, sino para depositarle un beso entre la oreja y la mandíbula.

Yūji lo apartó por reflejo. Por un instante imaginó que el tipo le arrancaría una oreja de una mordida.

Por la pérdida del equilibrio, Yūji cayó de sentón al suelo. Satoru aprovechó eso para depositar sus labios sobre el cuello de Yūji, donde no tardó en dar pequeños masajes con la lengua, antes de succionar un pico de piel.

«¿Por qué demonios lo necesito tanto? ¿Por qué hacer esto con un chico al que nunca en mi vida he visto resulta tan nostálgico y familiar?». Eran algunas de las preguntas que Satoru se hacía.

Pese a que Yūji se puso alerta por el escalofrío que lo recorrió, su sentido de autoconservación comenzaba a opacarse por el placer cuya zona de inicio era el cuello. Algunas partes de su cuerpo se relajaban mientras otras se tensaban porque la escena que protagonizaba podía ser de todo, menos normal.

Escuchó al sujeto rogarle entre besos que lo tocara, que metiera las manos bajo sus pantalones y que lo ayudara a liberarse; a cambio de eso, le prometía no oponer resistencia y hacer lo que le pidieran.

Era una versión retorcida de "la última cena" de un condenado a muerte.

Yūji creía estar en un sueño demasiado bueno para ser verdad. Él era gay, aunque jamás había tenido pareja porque, es decir, no era como si le sobrara tiempo para conocer gente y tampoco podía permitírselo, así que se le está cumpliendo un sueño importante con ese hombre albino cuyo nombre desconocía.

Además, el sujeto era muy apuesto e ignoraba si se debía a lo que estaban haciendo, pero le alegraba a sobremanera tenerlo tan cerca, compartiendo calor.

Por mera curiosidad, llevó una mano hacia la entrepierna del tipo, presionando con gentileza y frotando con lentitud. Se le hizo agua la boca al imaginar cómo de perfecto se vería tan majestuoso pene liberado de su prisión de tela, seguro se le marcaban las venas y tendría la punta hinchada y rosada. O eso esperaba Yūji.

—¿Cómo te llamas?

Satoru tardó en razonar qué responder, no porque se tratara de su captor, sino porque el sensual toqueteo lo obligó a desconectar el cerebro un minuto completo.

—Goj… Gojō Satoru… —respondió entre jadeos—. Soy escritor y, ah… Bajo los pantalones…

—Supongamos que decido ayudarte con esto —interrumpió Yūji, dando unos toquecitos a la erección antes de soltarla—. ¿Qué obtengo yo a cambio?

—Lo que desees. Lo que quieras. Lo que necesites —respondió Satoru con urgencia. Se sacaría el corazón si se lo pidiera.

—¿Lo que necesite?

—Sí… Por lo que vi antes, a ti no te gusta mucho hacer parte de este trabajo, ¿no es cierto? —Satoru buscaba convencer a Yūji como diera lugar.

—...

—Yo puedo ayudarte.

—...

—O puedes tenerme encerrado en algún sitio y usarme cuando quieras.

—¿Usarte?

—Como un dildo humano —pronunció Satoru en broma, aunque con un tono serio a la vez.

—...

—O como algo más —ronroneó Satoru contra su oreja.

Sin ser dueño al cien por ciento de sus movimientos, Yūji desabrochó los pantalones de Satoru sin prisa. Cuando extrajo su pene y comenzó a masturbarlo, con la faena facilitada por el líquido preseminal, obtuvo una gran cantidad de gemidos extasiados.

Sin embargo, lo que sorprendió a Yūji no fue descubrir que el miembro de Satoru era tan inmenso como imaginaba, ni estar tocando a otro hombre algo que jamás había hecho, sino que nada de eso le resultaba inusual ni… nuevo. Presentía que ya había vivido eso.

Por otro lado, aunque Yūji solía complacerse con vibradores de tamaños más "humanos", de alguna manera era consciente de que la cosa entre sus manos le entraría sin problemas.

Después de un rato tumbó a Satoru en el suelo, boca arriba, sin desatarlo.

—Quédate quieto —ordenó, antes de ponerse de pie para despojarse del calzado y todo lo que le cubría de la cintura para abajo.

Se sentó a horcajadas sobre Satoru y, a falta de lubricante, dejó caer saliva sobre la palma de la mano para llevarla a su trasero y comenzar a dilatarse.

Yūji no esperaba que escuchar su nombre, claro y fuerte entre gemidos de otro hombre, tuviera una connotación tan erótica como la que llegaba a sus oídos. Podría correrse en ese mismo instante con un poquito de ayuda de su mano sobre su pene.

No obstante, esa desesperación con la que Satoru jadeaba no le parecía descomunal; era como recibir el saludo de un viejo conocido, como si lo hubiera escuchado cientos de veces.

Sin dejar de lado lo extraño que resultaba, por sus pensamientos cruzó la estúpida idea de que así debía sentirse encontrar a tu pareja destinada.


El carácter de Sukuna era conocido por asemejarse al de diez mil demonios y en ese instante era aún peor, pues su gemelo llevaba casi una hora desaparecido y Kenjaku buscaba hablar con él.

Sukuna no era el puto recadero de Yūji y sólo por darle ese aviso, lo golpearía hasta quedar satisfecho cuando su reunión con el jefe se diera por finalizada.

Regresó a donde habían descuartizado a las personas, creyendo que Yūji se hacía el vago al limpiar a velocidad tortuga, pero al abrir la puerta con toda la gracia que una patada podía otorgar, encontró a su estúpido hermano montando la verga de un completo desconocido.

Yūji tenía un rostro que a Sukuna le dio arcadas: la boca abierta, jadeante, emitiendo sonidos lascivos dignos de una ramera a la que le prometen propina si da un buen servicio.

Satoru y Yūji desviaron su atención a la entrada cuando oyeron el escándalo.

—Kenjaku te está buscando —dijo Sukuna, la voz seca y los ojos aburridos.

—A-ah… Vale —respondió Yūji, apenas moderando la respiración.

Sukuna se largó en cuanto concluyó que su hermano captó el mensaje.

El par de amantes circunstanciales creyeron escuchar un comentario similar a "ahora debo lavarme los ojos con cloro para borrar esa grotesca imagen".

A Satoru le pareció irónico escuchar eso de la boca de un asesino despiadado.

Yūji reanudó los continuos saltos sobre la erección de Satoru, a quien sintió llegar al clímax un par de segundos antes que él, vertiendo todo su esperma en el interior de su cuerpo, mientras que el de Yūji manchó la camisa azul de Satoru,

Por un segundo, Yūji creyó desfallecer de lo bien que había sido ese polvo, aunque no pudo meditarlo más. Hacer esperar a Kenjaku era una pésima idea. Primero acudiría a él para saber lo que necesitaba, mientras tanto, dejaría a Satoru atado en su habitación para decidir qué hacer con él más tarde.

Por alguna razón retorcida, cuando Satoru fue arrojado al cuarto de Yūji, tuvo la sensación de estar recién casado, por lo que mató las siguientes tres horas pensando en dónde pasar la luna de miel.


Para este fic cuento con la colaboración de una gran artista, aunque como aquí no se permite colocar imágenes, no pude anexar el fanart.
La encuentran como "Mon Limonada" en todas sus redes y también estaré haciendo reblog de su material en las mías
¡Gracias por leer!