—Supongo que la vida de una científica como tú es apasionante —dijo Dereck, uno de los amores de la mujer.
—Es lo mejor que pude haber elegido —contestó la científica, quien se levantaba de la cama con parsimoniosa calma mientras se acomodaba los rebeldes cabellos cortos que le adornaban el afilado rostro.
Volvió su mirada a su tocador, el que se encontraba en un departamento pequeño, podría decirse que austero para la cantidad de dinero que ya ganaba como asesora en virología de la B.S.A.A. y al espejo, volvió a ver el mismo rostro que siempre la acompañaba en sus investigaciones, el mismo rostro que años antes había palidecido tras su exposición al virus A, percatándose de que había conseguido menos arrugas desde ese día, y aunque su ahora casi eterna juventud -muy similar a la de su amiga Jill- podía representar una ventaja en terrenos del amor, era un constante recordatorio de las cosas que había tenido que pasar ese día en 2014 en la universidad.
Incluso podía llegar a entender a Jill y podía intentar compadecerla, por los estragos del virus T Alpha que ella tenía en el cuerpo. Después de las pruebas que le aplicaron por años para saber si estaba desintoxicada, llegaron a la conclusión de que jamás envejecería, o si pasa, sería de un modo más lento que las demás personas.
Llegó a creer que el virus A le estaba haciendo algo similar a ella. Su sonrisa se borró inmediatamente cuando volvió a su mente el momento exacto en el que su vida cambió y tomó el rumbo de la virología…
Intentó no pensar en ello, intentó no volver a pensar en Enrico, ni en Edward, Kevin o Kenneth, pero quien le dolía más de su equipo era Richard, porque a pesar de que le suministró el suero para salvarlo de la serpiente, este murió valientemente salvando a Chris contra un tiburón mutado, por lo que el soldado le había contado tiempo después.
Era muy complicado para ella tener compasión consigo misma. Pensó que desde ese día, desde esa misión, su camino como médico de campo había sido un total fracaso, por lo que se enfocó de nuevo en sus estudios.
'Mi primera chamba', recordó la tendencia viral que resonaba en los teléfonos celulares de la gente latina que se llegaba a encontrar en las calles de Nueva York, y al intentar transformar su recuerdo en algo risible para sobrellevarlo, esbozaba una sonrisa forzada.
—"Mi primera chamba fue el día en que yo me enamoré" —dijo mientras escuchaba de nuevo la tendencia, ahora en el teléfono de Dereck, quien veía videos cortos en aplicaciones como Instagram con esa canción, se levantaba de la cama y la abrazaba por la espalda, contemplando su cuerpo, uno que desde los 18 años se mantenía prácticamente igual de delgado a pesar de su amor a los dulces y a los cafés que más se asemejaban a un pastel en sabor.
—Mi primer trabajo fue en un laboratorio de ingeniería en alimentos ¿sabías? —le dijo muchacho mientras le besaba el cuello. Era menor que ella por diez años, pero no parecía incomodarla. Le había encontrado una ventaja a su aparente lenta degradación celular —fue hace unos cinco años, y me di cuenta que no me apasionaba, solo salí corriendo del laboratorio y me refugié en el doctorado en virología.
—Buen lugar para guardar refugio —dijo entre risas Rebecca mientras fingía que no había hecho exactamente lo mismo después del Incidente de la Mansión Spencer.
—En el laboratorio de la B.S.A.A. dicen que hiciste exactamente lo mismo.
—Chris no se guarda los detalles de ese día ¿verdad? —dijo ella mientras se le volvía a desdibujar la sonrisa, ahora poniéndose una bata de baño, cubriendo su pequeña y desnuda estatura, se aplicaba las cremas y fórmulas de cuidado facial y se volvía a acomodar el cabello.
—Supongo que es una manera de hacer catarsis —le respondió —no es fácil vivir algo así, y por eso también te admiro, Rebecca.
—No hice mucho en esa ocasión —respondió tajante, queriendo cerrar el tema —casi me matan tres veces esas malditas armas bioorgánicas y vi a mis compañeros caer, y a los que no vi… bueno, supongo que fue mejor así.
El muchacho la abrazó de nuevo, ahora de frente, mientras le despejaba la cara de algunos cabellos alborotados que le cubrían los ojos.
—No tiene por qué pasar de nuevo, por eso estamos trabajando…
—Pasó en la universidad hace cuatro años, ahora con un virus llamado A, y de pura suerte pude salir de ahí.
—Rebecca…
—En serio, Dereck. Gracias por venir, pero creo que necesito estar sola ahora.
—No era mi intención…
Sonó el timbre de su teléfono celular, el que se encontraba en la mesa de noche a un lado de su cama. Dereck lo vio atentamente mientras le regresaba a Rebecca la mirada.
—¿Ahora sí vas a contestar? Sonó toda la mañana.
—No creo que sea importante, pero no toques mi telé…
Dereck tomó el teléfono y lo contestó cortante.
—…Fono —terminó de decir molesta. Esa era una constante de su relación, que él no respetaba del todo sus pertenencias.
—Chambers…
—No suenas a Chambers —contestó una voz áspera, ligeramente aguda, pero masculina, desde el otro lado de la línea.
—¿Quién eres tú? —preguntó el chico con una molestia evidente en su voz.
—Alguien por quien Rebecca movió cielo, tierra y mar en 1998 —contestó el hombre.
—Dame mi teléfono —exigió la laboratorista —Dereck, es en serio
—¿Ah sí? ¿Y quién es ese alguien por quien Rebecca movería cielo, tierra y mar? —cuestionó el muchacho mientras se terminaba de vestir.
—Billy Coen.
—Sí, le dejaré el mensaje —colgó Dereck mientras dejaba el teléfono celular, esto mientras la miraba de reojo.
—¿Me devuelves mi teléfono, por favor? —dijo con tono de enojo, de reproche —sabes que no me gusta que toquen mis cosas.
—Estuvo sonando toda la mañana, no contestabas y me tenía harto.
—Te dije que te fueras —remarcó Rebecca mientras se servía un vaso de agua y lo llevaba a su boca—no me siento muy bien ahora.
—¿Quién es Billy Coen? —cuestionó Dereck mientras la miraba inquisitivo.
Rebecca se paralizó en su lugar, en ese momento de sus dedos resbaló el vaso, el que se rompió en pedazos al piso mientras su mirada se perdía en el pasado.
"Billy, el teniente, Coen", recordaba aquellas primeras palabras que intercambiaron en el tren Ecliptic Express.
"Parece que me conoces, ¿has estado fantaseando conmigo últimamente?".
"Eres el prisionero enviado a ejecución con los soldados de afuera".
"Oh, ya veo, eres una S.T.A.R.S. Bien, sin ofender, cariño pero a los tuyos no les agrado mucho, así que nuestra pequeña charla se tiene que acabar".
"Espera, ¡estás arrestado!"
"No gracias, lindura, Yo traigo las esposas".
"¡Podría dispararte, ¿sabes?".
Aquel fue su primer encuentro, su primera conversación, la que con el tiempo terminó por convertirse en un:
"Oficialmente, el teniente Billy Coen está muerto".
"Bien, ahora soy un zombie", finalmente, ambos intercambiaron el saludo militar, y separaron sus caminos para siempre.
O al menos los separaron por veinte años.
Veinte años, un informe con la muerte de Billy falseada, y los recuerdos de aquel tren con hedor a sangre, zombies y sanguijuelas junto con las instalaciones de la primera mansión que pisó relacionada con Umbrella, y de la que no había hablado jamás. Se estremeció al pensar que ya habían pasado veinte años desde aquellos trágicos eventos.
—Rebecca, ¿quién es Billy Coen? —exigió Dereck la respuesta.
Pero entonces, la pequeña científica se enojó.
—¿Sabes qué? Me tienes harta con esto. Primero fueron mis archivos en el laboratorio, el otro día te encontré leyendo mis escritos personales, ¿y ahora contestas mi teléfono celular como si fuera tuyo? En serio, Dereck, ya vete. No quiero verte de nuevo, solamente en el laboratorio…
El chico, con el corazón roto, asintió mientras cerraba los ojos, perplejo, enojado, por su imprudente acto. Rebecca le había perdonado varias intromisiones a su vida privada, pero ya no parecía dispuesta a querer hacerlo otra vez.
—Pediré mi traslado a la base de Australia —sentenció y se fue, cerrando la puerta detrás de sí.
—Bien.
Con el corazón ligeramente partido, porque debía reconocer algo, él no le interesaba tanto como lo hacía su propia carrera, se sentó al borde de su cama y tomó su teléfono, el que el chico dejó sobre el colchón.
—¿Dijo Billy Coen? —preguntó en voz alta mientras revisaba su memoria nuevamente.
La última vez que lo vio fue en ese bosque, en el barranco, cuando fue directo a la segunda parte de su peor pesadilla y vio a sus amigos caer. Desde luego que recordaba al portador de aquel nombre, cómo no iba a hacerlo. Alto, con un tatuaje de Mother Love en el brazo, musculoso, resistente como un tanque, y además, una de las pocas personas a las que le debía la vida, apartando al soldado Redfield.
Recordó cuando le salvó la vida al matar a un gusano gigante que la había atrapado, también cuando la buscó incansable luego de que el tren descarriló y cuando él fue a buscarla al momento en el que le mandó la alerta, pensando que iba a caer miles de metros al vacío al instante en el que el suelo se quebró bajo sus pies.
"Nena, pequeña", recordaba que esos eran sus apodos en aquel entonces en sus escuadrones y cuando hacía equipo con gente experimentada, y el equipo que había hecho con Billy para salir con vida no fue la excepción. De alguna manera ella era su 'Pequeña', su novata, y aunque teóricamente ella era la que tenía el rango de oficial, él era el que estaba a cargo de la misión que tenían en ese momento, la que era escapar de las instalaciones lo más pronto que fuera posible.
Desbloqueó el teléfono en su mano y entró a las llamadas recibidas con el fin de devolverla.
Si se trataba de Billy, tenía que saberlo.
No solamente porque el recuerdo del soldado que fue lo único que valió la pena de todo el día previo a la Mansión Spencer, sino porque ella sabía que falseó información al hablar de su muerte en los bosques de Raccoon, lo que en caso de filtrarse, podría acabar con su carrera en virología y causar desconfianza entre sus superiores, entre ellos Chris.
Ese día, recordó, no hizo su mejor esfuerzo porque se consideraba prácticamente muerta. Cuando Enrico le habló por el comunicador, ella fingió que no había encontrado al preso, lo que era mentirle a su oficial al mando, cuando pudo decir la verdad, no lo volvió a ver, y finalmente al no tener a su equipo como testigos que corroboraran la existencia del exmarine, ella se tomó la libertad de escribir el informe en el que se detallaba la muerte de este, argumentando que su cuerpo fue encontrado en el lugar y que desapareció después de los eventos con las armas bioorgánicas.
Hasta donde podría pensar, tenía razón. Él pudo haber muerto en el bosque después de separarse, y ténicamente no hubiera caído en una mentira.
Pero resultó que seguía con vida.
No podía mentirse a sí misma, eso le aliviaba en el fondo. Después de veinte años, una incógnita importante se descubrió y la calmó, permitiéndole dormir con un poco más de paz durante las noches que siguieran. Billy estaba vivo, y eso en apariencia era lo único que debía importar.
Con esto en mente, marcó de nuevo al número desconocido y se colocó el teléfono al oído.
—¿Billy? —dijo mientras tragaba con fuerza, mientras los recuerdos la golpeaban con toda su fuerza, mientras intentaba no llorar.
—Pequeña —repuso él mientras intentaba hacer exactamente lo mismo desde el otro lado de la línea.
