Notas Iniciales: Actualización temprana para compensar mi tardanza, jaja. La verdad es que me sentía inspirada con este capitulo.


Costura.

Te descubres recapitulando en tu cabeza situaciones del pasado mientras yaces drogada. Puedes visualizar con los ojos de tu mente una luz incandescente que se derrama sobre una prestigiosa facultad, en cuya entrada aguardabas siempre la llegada de tu mejor amigo, quien te brindó el impulso de tomar un autobús desde tu lejano pueblo hasta esa ciudad; entregarte a la aventura junto a él. Debieron haber tenido una bonita relación ya que él siempre parece estar presente en tus memorias distorsionadas, incluyendo en aquellas donde vas de bar en bar en busca de un cuerpo tibio con el cual dormir.

Es gracioso, no puedes recordar cómo es su rostro, lo único que distingues de estas memorias es el color dorado de su cabello, su blanca piel y su alta estatura. A diferencia de cómo reacciona tu cerebro cuando se trata de tu familia, con él recorres una inmensa cantidad de escenarios cotidianos sin interrupciones. Pero una serie de imágenes logran perturbarte al siguiente momento, pues de esos sitios mundanos caes en picada sobre lugares que no hubieses llegado suponer visitaste.

Ahí se encuentra tu mejor amigo, vistiendo una capa con cuya capucha rápidamente cubre su rostro antes de volverse hacia ti y darte una sonrisa traviesa. Sostienes su mano para encaminarte a lo que parece un altar repleto de veladoras encendidas a cada costado de muchos símbolos esotéricos que reconoces, sin ser capaz de darles un nombre. Todos en esa sala portan capas por lo que no tardas en suponer que vistes el mismo uniforme rojo sangre.

Rezan, aclaman, veneran.

No estás segura de cuánto tiempo se repite la misma diatriba hasta que ante ti se forma una bruma negra que inhala como si fuera un último aliento de vida, más te deja ver un ojo rojizo a los pocos instantes, el cual te obliga despertar de tu trance con un jadeo de pánico. Cuando tus pupilas se enfocan es más fácil que distingas formas en la oscuridad. Aparentemente te habías dormido en el suelo, la falta de ruido hace que busques con la vista a los hermanos Graves, a quienes encuentras acurrucados sobre el sillón en un sueño pacifico. No sabes en qué momento apagaron la televisión pero supones que esa decisión es perfecta para lo que harás a continuación. Te remueves y te incorporas para tratar de encontrar las llaves de la puerta principal que –por lo regular– Andrew lleva encima todo el tiempo.

Celebras internamente al encontrar dichas llaves en la misma mesa en que habían acomodado las latas de cerveza y el molde circular con palomitas de maíz; por obvios motivos queda poco de dicha botana. Miras una última vez a los hermanos para comprobar que permanecen dormidos antes de por fin emprender marcha fuera del departamento.

Un viento gélido te golpea en cuanto abres la puerta con todo el cuidado que puedes, tomas del pequeño perchero junto a la puerta la sudadera con capucha de Andrew; él mide varios centímetros más que tú pero tu masa corporal ayuda a llenar de forma correcta su amplitud, además tus pechos son pequeños, servirá para que la gente mire varias veces antes de descubrir que eres mujer. Ocultas tu cabello bajo la capucha y sales del departamento con todo el sigilo posible. No pierdes el tiempo en buscar las escaleras, mismas que desciendes hacia las calles mugrientas de aquel solitario barrio. El corazón te late desbocado en el pecho mientras ubicas el mejor lugar para llevar a cabo el ritual que tienes en mente, ese que sabes de memoria y que te revela más de ti misma de lo que hubieras pensado mientras pasabas tus días en el manicomio.

Te decides por un callejón cercano que parece lo suficiente privado para no ser molestada, aunque el tiempo limitado que tienes no es algo que te ayudaría a relajarte. Rápidamente desenvainas el pequeño cuchillo de dientes que robaste de la cocina de Andrew mucho antes de que prepararan las palomitas de maíz para su noche de películas. Te haces un corte en las yemas de tus cinco dedos para comenzar a pintar con la sangre que brota, dibujas el mismo símbolo que hay en tu cuerpo, razón por la que este reacciona provocándote ardor pero resistes mientras trabajas con fervor en el pentagrama. Te alejas una vez el símbolo está listo, entonces extiendes tus brazos hacia este como si invitaras a alguien emerger de tu cuerpo, y quizás ese es el plan cuando comienzas a hablar y sientes que tu aura se divide en muchas partes entre hondas respiraciones.

—Oh, ser de mil rostros, portador de mil nombres, eco de mil voces. Heme aquí entre fango y cenizas en busca de su consejo. Suplico responda a mi llamado ya que he venido a cumplir con el acuerdo que me ha concedido. Os ruego que me bendiga con la dicha de su presencia.

El ambiente húmedo y sin gracia en que estuviste, sufrió un cambio abrupto que te obligó retraer los brazos con dolor, gemir casi de manera instintiva. Lo recordabas, esa sensación de querer vomitar, como si tus entrañas estuvieran siendo batidas en tu interior con sadismo y cero compasión. Jadeaste mientras tu cabeza daba vueltas, arrancándote lágrimas espesas. Entonces por fin fuiste capaz de notar aquella atmósfera rojiza junto a la manifestación de una sombra emergente de tu propia carne y el pentagrama demoniaco que habías dibujado con tu sangre, compactándose entre sí antes de que unos ojos sobrenaturales (inquietantes) te miraran fijamente en donde yacías arrodillada.

—El pOdER qUe tE hA SidO cONCeDidO vUElvE A la vIDa, AliCe hELL —habló el demonio con tonos tanto masculinos como femeninos que te hicieron estremecer intimidada, apenas poseyendo el valor de alzar la mirada, más no la cabeza frente tan imponente criatura.

El espejismo se desvaneció en el aire pero la sensación en tu cuerpo seguía presente. Para ti la ambientación sobrenatural no desapareció mientras te ponías de pie y avanzabas por el lugar en busca de una desafortunada alma. No escuchabas la frecuencia de tus pisadas sobre el asfalto, así que no estabas segura si caminabas con normalidad o estabas corriendo; veías el lugar como un borrón carmín en el que sólo te importaban los puntos blancos alrededor, los cuales lograbas visualizar a través de sus moradas de concreto. No podías ir tras muchas de aquellas almas, así que te detuviste en el instante que te encontraste con el alma de lo que suponías se trataba de un vagabundo, o al menos un drogadicto que no sirve de nada a la sociedad. Podrías identificarte con su situación con facilidad pero en esos momentos no estabas ahí para eso.

—Lo ofrezco a él —recitaste y en el acto aquel hombre abrió los ojos, asustado por la sensación repentina de sufrir una violenta extracción de alma, antes de que su cuerpo vacío se desplomara de nuevo sobre su mugriento cartón de reposo.

—nO eS sUFIciENte pARa nOSOtrOs.

— ¿Qué? —Las palabras del demonio que taladraban directo a tu cerebro te conmocionaron.

—sU CUerPo… rODEea sU CUerPo cOn sU prOPia sANgRe y OFréCelO A nOSotrOS —te instruyó, y casi creíste escucharlo reír de forma burlesca mientras mirabas con aprehensión a tu víctima.

No tardaste en acceder a la demanda, apenas te molestaste en arrastrar a la figura inerte a un escondite tras los contenedores de basura para trabajar en lo que te había sido ordenado. Cortaste al vagabundo directamente tanto de su brazo como de su pierna para obtener la sangre necesaria. Y una vez concluido tu cometido, te horrorizaste por la manera en que miles de pequeñas figuras negras se desprendían de tu aura para envolver al vagabundo, destrozándolo como un trozo de carne expuesto a perros salvajes y hambrientos. Sólo el rugido de las prendas viejas siendo rasgadas te concientizaron de lo que estaba sucediendo justo delante de tus ojos; te hubieses desmayado de no ser por la euforia que provocaba este nuevo estado de posesión. No quedó más que un manojo de trapos rotos al momento que ellos terminaron con el festín que les habías proporcionado, por lo que un frío asfixiante se anidó en tus venas al considerar lo peligroso que era esto para cualquier persona entorno a ti.

—TRÁenos mÁs dE eSAs AlmAS y NUeStrA PrOMesA se mANTenDRá ACtivA.

El demonio había abandonado tu ser apenas concluir sus palabras, así que jadeaste como si acabaras de recuperar el oxígeno perdido, cayendo de espaldas contra el muro más cercano. No tenías idea de qué había sido eso. Respirando con dificultad decidiste volver al departamento de Andrew antes de que pudieras ser atrapada en tu escape. Sabes que eso no es lo más preocupante que acontecería en tu vida pero tu cerebro estaba demasiado aturdido para reflexionar en lo sucedido. No tienes idea de cómo pero lo consigues y te arrastras por el suelo del departamento mientras la puerta se cierra de golpe detrás de ti. Quieres volver a inyectarte sedantes para distraer a las toxinas que combates desesperadamente en tu cuerpo, pero entonces tus pupilas distinguen la figura de alguien que ha corrido hasta ahí, alertado por el ruido.

Salir y volver sin que ninguno de tus benefactores se percate: Fallido.

Estás decepcionada de ti misma pero todo lo que puedes hacer es seguir arrastrándote, hasta que esta persona te ayuda a moverte por el pequeño espacio sin decir una sola palabra, rumbo al cuarto de baño, ahí se detienen y a dónde vas y te inclinas sobre el inodoro para comenzar a vomitar hasta que el malestar de antes desaparece. Esto permite que seas capaz de mirar a tu acompañante para descubrir con asombro que no es nada menos que Ashley la que te ha traído. Te sorprende pero también te genera una preocupación inmensa.

— ¿Todo bien ahí adentro? —La voz de Andrew que proviene de la puerta cerrada te sobresalta un poco, suena adormilado pero todavía estás lo suficiente aturdida para no poder responder a tiempo con alguna excusa inteligente, así que es Ashley quien contesta su pregunta.

—Es sólo All devolviendo las palomitas. Puedes irte a la cama, ya me encargo yo.

— ¿Estás segura, Ashley?

—Sí, no es nada.

—Bien. Llámame si necesitas algo, estaré en la recámara. —Y con eso los pasos de Andrew se alejan pero los ojos fucsia de Ashley en ningún momento abandonan tu figura, no sonríe ni refleja emoción alguna en su rostro terso, eso te inquieta mucho más que si estuviera reprochándote con gritos. La falta de palabras te sofoca, aunque el que termine mostrándote las llaves que habías robado te confundió bastante. Por supuesto que se había dado cuenta que te habías fugado del departamento un tiempo aunque no entendías la razón de que no te hubiese delatado con su hermano a la primera oportunidad. ¿Acaso esperaba que la sobornaras?

—Eso es de Andrew —señaló, lo que hizo que tu cerebro sufriera un cortocircuito—. Espero que no lo hayas arruinado con tus asquerosos fluidos estomacales.

No tenías palabras para igualar sus argumentos, por más fuera de lugar que se encontraran. ¿Por qué no estaba cuestionándote a dónde habías ido? ¿Por qué le preocupaba más el hecho de que habías hurtado la sudadera de su hermano? ¿Estaba esperando que te la quitaras? Ashley te estaba superando sin siquiera haber hecho el intento de imponerse sobre ti.

—Es… no lo ensucié —dijiste torpemente.

—Ah, ya veo.

—Es en serio. Me… me aseguré de que no se manchara ni nada por el estilo.

—Eso me pregunto. —Estabas a punto de jurar pero decidiste no comprometerte más de la que ya estabas, pues con todo lo que viviste en un par de minutos (¿quizás horas? No habías revisado el reloj aún) el estado de la sudadera era la menor de tus preocupaciones. Estabas lista para desvestirlo y revisarlo minuciosamente pero fuiste interrumpida de nuevo por la severidad en el tono de Ashley—. ¿Tenías pensado alejarte?

— ¿Eh?

— ¿Pensabas huir pero luego te diste cuenta que no tenías dinero para comprar algo durante tu viaje? ¿Tan pronto te cansaste de estar conmigo? Bueno, perdóname por ser tan aburrida.

— ¿De qué hablas?

—No luzcas sorprendida. Ya lo sabía, sólo te acercarse a mí porque era la única persona en el manicomio que usaba el teléfono, yo era la mejor opción para escapar. Por eso ahora que ya no soy útil y tú has descansado, estás lista para largarte. Dejarme atrás.

—Ashley, ¿qué…?

— ¡Ni creas que te lo dejaré tan fácil! —Ashley te sujetó de las solapas y te haló hacia ella para que pudieran verse más de cerca. Te habrías incomodado o avergonzado si no estuvieras tan confundida para tomar en cuenta estos pequeños detalles o siquiera responderle—. ¿Piensas que voy a dejar que te burles de mi amistad así? ¡No te equivoques! Vas a pagar el precio por mi confianza, porque ni creas que te dejaré ir así como así.

—E-Espera, A-Ashley… bebé… me estás… lastimando…

— ¡No es justo, All! ¡Odio que me usen y me boten! ¡Así que si tengo que obligarte a que seas mi amiga, adivina, lo voy a hacer! ¡Ya me cansé de ser siempre la estúpida de la que se burlan!

Antes de que hiciera otra cosa, apartaste sus manos con tanta fuerza como lograste reunir para que te liberara. No fue fácil ya que opuso resistencia sobre tus extremidades agotadas, pero te bastó una pequeña brecha en su postura defensiva para que pudieras envolverla en tus brazos, una acción que al instante la dejó paralizada. La pobre cosa no podría comprender el motivo de tu abrazo de koala, así que lentamente se dejó llevar por tu afecto sin decir una sola palabra. Su respiración comenzó a regularse, los latidos de su corazón se empezaron a calmar al ritmo del tuyo. Estabas… aliviada. Mientras el silencio pesaba sobre ambas poco a poco le diste sentido a los reclamos que te escupió en la cara tan de repente. Se había asustado por los motivos incorrectos y eso te ayudó a comprender que de algún modo te valoraba y tú que creíste le darías igual una vez ella estuviera con su hermano. Te hacía sentir… conmovida.

—Te equivocas. Estás jodidamente equivocada, bebé —le susurraste al oído. Se estremeció pero no tuviste la intención de apartarte ni de soltarla ahora que la tenías a tu merced—. Nunca, jamás, se me pasó por la cabeza tirarte. No tienes ni puta idea lo contenta que estoy porque quieras conservarme. Creí… creí que te daba igual que yo estuviera aquí.

— ¿Qué estás diciendo? N-No quieras confundirme, maldita…

—No. Eres tú quien se ha confundido. No era mi intención alejarme de tu lado, sólo pensé que sería buena idea tomar un poco de aire fresco mientras Andrew dormía. De hecho, estaba pensando llevarte conmigo pero… quiero decir, te veías tan cómoda encima de tu hermano. Y, joder, no podía arriesgarme de que al despertarte, tu hermano se despertaría y ahí se hubiera acabado mi plan de salir un rato. Fue una idea inocente.

— ¿Y por qué no me lo dijiste antes si tu idea era tan "inocente"?

—Mi error. No pensé que estarías de acuerdo en robarle las llaves a tu hermano, pareces querer obedecer sus reglas al pie de la letra.

—Mientes. —Ashley se apartó de tu abrazo para mirarte directamente a los ojos, después de todo si se había comportado hasta ahora fue porque Andrew tenía este poder de controlarla accediendo sutilmente a sus demandas. Le sonreíste, confiada en mantener tu pequeño secreto sólo para ti, al menos por ahora.

—Entonces, ¿qué te parece si salimos un día que Andrew tenga clases? —La mueca de la menor de los Graves te hacía saber que no estaba convencida por tus palabras pero te esforzaste en cuidar de tu establecida coartada—. No tiene que enterarse de nada, robemos esas llaves y saquémosle una copia extra para que podamos entrar y salir cuando queramos, ¿qué te parece?

— ¿No tratarás de reemplazarme?

—Somos amigas, ¿no? Haré lo que tú me pidas.

Sin apartar la mirada Ashley pareció considerar las zonas picudas de tu sugerencia, pero al final suspiró y volvió a lanzarse sobre ti sin importarle si te dolía o no el cuerpo por su violenta embestida. Hiciste una mueca por su desconsideración pero al final la dejaste usarte como su almohada mientras gruñía y restregaba su cara sobre tu abdomen.

—Está bien… —dijo de muy mala gana—. Te perdono por esta vez si te disculpas apropiadamente.

— ¿Y cómo debería hacer eso?

—Estamos en el baño. —La rapidez con la que levantó la cabeza para mirarte provocó que se te formara un hueco en el estómago por el susto—. Humíllate. Será un buen aprendizaje para mí.

—…Oh. —La insinuación logró que se enrojeciera la piel de tu rostro. No pudiste evitar actuar tímida como una virgen en su primera vez porque era Ashley quien lo decía y no estabas segura de que comprendiera muy bien de lo que habían hablado antes al respecto—. Oh, vaya. ¿Lo dices en serio? ¿Y si tu hermano decide venir a buscarte? Nos verá y…

— ¿Qué es esto? —La sonrisa maliciosa que Ashley te dedicó empeoró tu vergüenza—. ¿Alguien se está acobardando?

—No… —respondiste, aunque en esos instantes no te sentías muy segura.

—Tanta habladuría de zorra profesional, ¿y al momento de la acción eres un manso corderito?

—Vete a la mierda. Eres una perra.

—Puedo serlo para ti si me muestras que tan puta eres.

Jodido infierno. Ella estaba hablando en serio. Sentiste cómo de tu interior se encendía una chispa de calor que pronto se propagó por todo tu cuerpo. Te excitaste. Por supuesto que lo harías. Esta perra inestable te atrae como hacía tiempo no sucedía con nadie. La última vez que te descubriste así de clavada con una mujer, te imaginaste compartiendo votos de matrimonio en una iglesia evangélica con ella, y como era de esperarse aquello no terminó nada bien. Además, eran demasiadas emociones para una sola noche, ¿o ya era de mañana? Deberías controlar tus hormonas antes de que pierdas completamente la cabeza y accedas a todo lo que esta hermosa diosa demencial te imponga.

—…Muy bien —casi gemiste—. Observa y aprende.

Te levantaste sólo para volverte arrodillar delante de ella. No hacía mucha la diferencia ya que Ashley en ningún momento se movió de su lugar en el suelo pero ahora tú tenías más libertad para moverte y ejecutar todo lo que tus instintos te dictaran en el calor del momento dentro de ese estrecho baño. Suplicaste a todo lo sagrado o blasfemo del mundo que a Andrew no se le ocurriera aparecerse porque no te ibas a detener ni aunque el edificio se cayera a pedazos.

—…Ashley —diste inicio, acalorada. Los ojos indiferentes de la menor de los Graves brillaron con curiosidad ante tu tono—. Por favor… —Te inclinaste, apoyándote en tus palmas y en tus rodillas, curvando ligeramente tu espina dorsal a la altura de tu espalda baja, ayudando a que se marcaran los huesos de tus caderas—. Te lo suplico. Perdona la forma de actuar de esta mierda sin valor. Nunca quise molestarte. Oh, dios, patéame si eso te hace sentir mejor. Recibiré todo si eso sirve para limpiar aunque sea un poco mi inservible nombre.

Tu actuación hizo que la expresión de Ashley cambiara inmediatamente, una mezcla de emociones indeterminadas que inspiraron la sonrisa más excitada que hubieras planeado dibujar en tu rostro en reacción, satisfecha por tus habilidades eróticas.

—Estoy tan arrepentida por haberte hecho sentir mal. Por eso, castígame. Te lo ruego. Dale a esta sucia puta tu peor correctivo. Estoy lista para agradecerlo todo.

—Carajo, ¡no! ¡Eso es suficiente!

Ashley se levantó de golpe, tratando de apartarse como si algún bicho particularmente asqueroso fuera a treparse encima de ella. Su comportamiento provocó que rieras al instante para enseguida romper tu postura. Sin embargo, el calor que habías acumulado todavía no se disipaba por completo y seguía reflejándose en el rubor de tus mejillas.

—Oh, vamos, si apenas estaba empezado a calentar motores —te burlaste.

—No, no más. No quiero arriesgarme a tener las primeras pesadillas de mi vida por dejarte continuar con una dramatización tan espeluznante como esa.

—Entonces supongo que la humillación no es lo tuyo. Eres tan vainilla.

—Cállate, no tengo idea de lo que dices. Esto ha sido una idea estúpida. Me voy a dormir.

—Asegúrate de soñar conmigo, dulzura.

—Ya quisieras —te espetó antes de darse la vuelta y salir del pequeño cuarto en busca de su hermano, prácticamente huyendo de ti.

Mientras tanto tú no dejaste de reír encantada por la experiencia, ya que era esta la primera vez que la ponías nerviosa de verdad y el simple pensamiento alimentaba esa zona en tu cerebro que generaba la felicidad en tu ser. Pero entonces te diste cuenta que todavía llevabas la sudadera de Andrew encima, lo que arruinó tu inmersión. Suspiraste y procediste a liberar tu cuerpo de esta ropa, deseando que no se quedara impregnado tu aroma en ello o el hermano de Ashley podría darse cuenta que te expusiste sin antes consultarlo; el pensamiento te impulsó tratar de lavar ésta sola prenda sin necesidad de dar un uso al viejo electrodoméstico que yacía junto a ti. Lo remojaste en el lavadero y lo refregaste con tus manos antes de sumergirlo en un poco de suavizante de telas, luego lo colgaste sobre la cortina que separaba la regadera del inodoro. Eso debía bastar, pues no escurría en agua, lo que permitiría que se secara por el resto de la noche.

.

Dirigías tus pasos a la habitación donde te quedabas para descansar del momento tan agotador que pasaste, cuando los murmullos de Ashley y Andrew llamaron tu atención. Con el sigilo que ya habías acostumbrado poner en práctica al tratarse de espiar las conversaciones secretas de esos dos, pegaste la espalda al muro cerca de la puerta, agudizando lo más posible el oído para comprender sus palabras mejor.

—Detén eso. Siempre eres tan molesta, pequeño duende. —Ese era Andrew.

—Debes admitir que te divertiste más conmigo y con mi amiga de lo que hubieras hecho con tu pandilla de imbéciles.

—Si eso te hace sentir mejor…

—…Hey, Andy.

— ¿Mm?

— ¿Qué haces cuando alguien de tu mismo sexo te coquetea?

— ¿Patearle las bolas y huir? —La sugerencia hizo a Ashley reír, Andrew gruñó—. Quiero decir, no tengo nada en contra de ellos pero que otro hombre me coquetee sería… incómodo para mí, por decir lo menos.

— ¿Estás diciendo que no es incómodo cuando una puta lo hace?

—No fastidies, ese es otro tema. Pero, ¿por qué la pregunta de la nada?

—Bueno… no sé… tenía curiosidad. —El silencio que le siguió pudo hacerte pensar que la conversación se había terminado ahí, pero entonces la voz de Andrew invadió el ambiente con un tono que activó todas las alarmas en tu cuerpo al instante.

— ¿Acaso… tu amiga te ha propuesto hacer algo?

— ¿Qué? Pffft, no, tonto. All sólo está jugando. ¿No me digas que te has creído sus bromas?

—A veces no lo parecen.

El sonido de las sábanas causado con el movimiento de un cuerpo llamó tu atención, pero no te arriesgarías a echar un vistazo a través de una rendija de la puerta para comprobar la postura que cualquiera de ellos hubiese tomado sobre la cama. De alguna manera te asustaba ver.

—Soy tan feliz —escuchaste decir a Ashley. Su voz sonaba ahogada, como si hubiese enterrado el rostro en una almohada, o quizás en alguna parte del cuerpo de su hermano—. Recuperé a mi persona favorita en todo el mundo. He logrado hacer una amiga que me ha jurado su lealtad. No estoy atrapada en una institución de mierda y no tengo que verle la cara a la perra de nuestra madre, ni ser reprochada por existir alrededor de mi hermano. No podría pedir algo mejor que esto.

—…Sólo duérmete ya, estás comenzando a decir incoherencias.

—Dime, ¿por qué debería hacerlo sin mi beso de las buenas noches?

Más sonido de cobijas siendo removidas y una quietud incomprensible instalándose en el ambiente. En esos instantes decidiste alejarte sin hacer ruido, tomándote la libertad de inclusive dejar la puerta de tu habitación completamente abierta. Y con el mismo cuidado te acurrucaste sobre el colchón donde repasaste sin querer cada mínimo momento vivido ese día. Pensaste en Ashley y cuan insistente haz sido con ella desde el momento que tuviste el valor de acercarte. Recordaste esas imágenes de tu mejor amigo sin rostro, el ritual y el poder que el demonio te aseguró se había activado nuevamente para ti. Pensaste en ese vagabundo, en lo inquietante que fue verlo siendo destrozado por esas figuras sin forma con bocas llenas de dientes afilados.

¿Qué eras? ¿En qué punto de tu vida te habías transformado en esto? ¿O acaso siempre habías sido de esta forma? ¿Por eso no eras capaz de recordar a tu familia? No, no era posible, podías recordar todo sobre ti aunque fuese de manera desordenada, los únicos recuerdos que tu mente bloqueó fueron los de tu familia y el rostro de tu mejor amigo.

Estabas convencida que eras humana, pues te habías enamorado de Ashley como lo habías hecho de otras chicas, sentías lujuria y cariño real por ella. Querías elogiarla, tocarla, mostrarte ante ella como la trastornada que eras. Deseabas devorar su alma.