Llegó a la cafetería y se colocó en su lugar en la barra, pero no podía concentrarse. El desasosiego del día aún lo atacaba. No podía distraerse, no podía pensar en otra cosa.
Rebecca estaría en problemas. Algo en su interior se lo gritaba, y no podía dejar de escuchar cuando un murmullo se asomó entre sus oídos.
—Disculpa, un frappé, por favor —dijo un joven a Billy, quien apenas escuchó la orden y la cobró en la caja, comenzó a prepararlo, pero visiblemente distraído.
—¿Con qué lo quiere? —preguntó sin poner atención, entonces al prepararlo y entregarlo, el cliente se percató de la ausencia de la galleta que le había pedido, lo que rápidamente resolvió al colocar la oreo encima de la crema batida.
—Gracias —dijo el chico con un tono ligeramente bajo, extrañado, porque el hombre que le atendía ni siquiera lo volteaba a ver a los ojos.
Davidson cruzó la entrada y saludó a su exalumno, quien apenas le devolvió la mirada y un gesto con la mano, lo que a este se le hizo extraño, así que, con la ceja arqueada, se acercó a su amigo el exmarine.
—¿Está todo bien, soldado? —le preguntó amistoso. No solían tener pláticas profundas o personales, aún no sabía como tocar el tema de su relación con Rebecca porque en el fondo se sentía temeroso de arruinar su fachada fría con la mirada de depredador que había trabajado por años durante la militarizada, sin embargo, al pensar en Rebecca, esta se deshacía en ternura, en brillo.
Pero ese día no era el caso, ahora manejaba zozobra. No había muchos halagos que pudieran salir de su cabeza. Al menos no halagos para un moribundo. Así que ignoró la pregunta.
Se deshizo de la idea tan pronto como esta llegó a su cabeza. Rebecca no podía estar moribunda, no podía estar muriendo en ese momento.
Otro cliente llegó, una mujer de al menos 25 años, cabello corto y lentes, que de alguna manera aunque con facciones muy distintas, le hizo evocar el recuerdo de Rebecca. Comenzó a preparar el pedido, un Blood Frappé de fresa con vino tinto y que era de las bebidas más populares, pero cuando lo llevó a la mesa de la cliente, otra persona chocó contra él, derramándolo encima de su playera blanca sin mangas, dando un aspecto aterrador a la prenda que llevaba encima.
Sangre.
—¡Lo siento, amigo! —gritó el chico mientras intentaba limpiarle la playera, expandiendo el color en toda esta.
Billy se retiró a la barra prometiendo que traería otra bebida. Volvió a hacer el pedido de la chica y lo entregó para después ir al baño al notar que no había más clientes.
En este, se quitó la playera, dejando ver su trabajado y más tatuado cuerpo mientras buscaba sacarle el color rojizo, pero sin éxito mientras se resignaba a haber perdido una de sus prendas favoritas.
Al secarla, la volvió a mirar… de nuevo esa mancha inquietante de sangre llegaba a su mente para ocupar todo el espacio disponible, para pensar en los peores escenarios.
Y a su mente, llegó una imagen de Rebecca inconsciente, con el mismo color escarlata manchando su entrepierna y en su cabeza, que le estaba aterrando en ese instante.
—¿Todo bien, soldado? —preguntó Davidson mientras le miraba desde la entrada del baño —porque una hoja blanca tiene más color que tú.
—Jefe, ¿cómo está? —respondió Billy tratando de despejar su mente y bajando la mirada. La ansiedad se le salía por los poros, y eso lo podía notar.
—Te he dicho mil veces que no me llames solo 'jefe', soy Leonard —repitió, pero él no le contestó —primero te equivocas con un ingrediente y después se te cae una bebida, tú no eres así, no te equivocas.
—Soy humano, cometo errores —contestó Billy mientras miraba al suelo con marcado dolor.
—Tú no eres un humano normal —le contestó —eras el mejor soldado en combate y en manejo de armas, tenías una mente formidable para la guerra, preciso, meticuloso. Estos errores no son normales en ti.
—Lo son en este momento —contestó.
—¿Tiene que ver con la chica de cabello corto? —preguntó Leonard sorprendiendo al exmarine, quien en lugar de confirmarlo, solo arqueó una ceja —tengo ojos, chico, y el interés tiene pies. Esa chica te vuelve loco.
—¿Es tan obvio? —cedió finalmente —no es ansiedad. Es que… tengo… un muy mal presentimiento —reveló —y usted sabe que…
—Que tu intuición era la más acertada —confirmó —jamás olvidaré el operativo de los mares de Texas y sugeriste que tu equipo se guardara esa noche en lugar de atacar.
—¿Por qué lo dice? —preguntó Billy mientras lo miraba a los ojos, igual curioso —solo seguí mis instintos…
—Los seguiste y salvaste al pelotón entero de una redada de explosivos en esa ocasión y en muchas otras más —recordó —tienes un don especial para prevenir el peligro. Si yo fuera tú, iría a donde esa chica estuviera, porque si tú, especialmente tú estás así es porque algo muy grave va a pasar.
Aquello desanimó al marine, quien no hizo más que mirar a su jefe.
—¿Qué está esperando, soldado? ¡Salga a campo de una vez! —gritó Leonard en tono de exigencia.
—Pero… —había aprendido a razonar en el tiempo que había estado con Rebecca, intentando calmar a su agitada mente.
—¿No me escuchó, soldado? Vaya por su mujer ¡Ya!
—¡Señor, sí señor! —respondió automáticamente el hombre mientras se despedía militarmente de su jefe, tomaba una chaqueta de cuero y corría a su motocicleta para encenderla y dirigirse al laboratorio de Columbia.
Mientras tanto, los clientes de la cafetería vieron como el hombre se montó en su vehículo de cuatro ruedas, se colocó el casco y como hoja en mitad de un tifón, salió corriendo sin medir velocidades.
—¿Y a este qué le pasa? —preguntó un cliente al dueño.
—Cosas de casados —respondió Leonard intentando ocultar la gravedad del asunto y tomando las órdenes de los recién llegados a la cafetería.
"Aguanta, Rebecca", pensaba mientras buscaba llegar a los laboratorios por un atajo, y cuando llegó, al ver las ambulancias afuera del laboratorio, confirmó que su intuición nunca se equivoca…
—Alexandra, ¿qué es esto? —preguntó una desconcertada Rebecca mientras veía a su asistente, a su promesa de laboratorio, empuñar una pistola y amenazar a Simon a quemarropa, otro de los ayudantes de la viróloga en el laboratorio.
—Lo que escuchaste, dame tus avances de la vacuna —exclamó la chica —y nadie saldrá herido.
—¡No están aquí y puedes hacerle como quieras! —repitió Rebecca —pero a Simon y a los demás los dejas fuera de esto —repitió la joven, quien a pesar de todo, llevaba su chaleco antibalas como parte de su nueva rutina.
—¿Cómo yo quiera? Está bien —Alexandra le disparó a Simon en la cabeza, lo que dejó a Rebecca más sorprendida y asqueada, en realidad eran tantas emociones que ni siquiera sus ojos podían procesar lo que acababa de pasar.
Simon… su compañero de estos años. Había desaparecido con solo mover un dedo, con el mover de un dedo pasó de ser de uno de los fieles confidentes de Rebecca a un cadáver más sobre la tierra.
—Entrégame la vacuna —exigió Alexandra mientras apuntaba ahora a quien había sido su jefa, y aparentemente una buena amiga para ella.
—No entiendo, Alex… —comenzó a balbucear Rebecca mientras bajaba lentamente las manos a su escritorio —¿por qué? Eres una genio prominente ¿qué buscas con esto?
La joven por poco saca unas lágrimas de sus ojos, se acomodó el flequillo dorado con un movimiento de la cabeza y volteó la mirada al suelo. En ese momento, Rebecca aprovechó para activar una alarma de seguridad.
—¡Solo dame esa maldita vacuna! —gritó con todas sus fuerzas, con la voz desgarrada y lágrimas corriendo por sus pómulos —¡dámela! ¡nadie más tiene que sufrir, por favor! —comenzó a suplicar, y ahí fue donde la laboratorista sintió ligera empatía.
Misma que se desvaneció cuando le lanzó un tubo de ensayo con ácido a los pies y se fue corriendo para esconderse detrás de un muro cuando Alexandra comenzó a disparar.
Una de las balas impactó en el chaleco de Rebecca, quien buscó moverse lo más rápido posible debido a su embarazo, así que corrió tanto como su cuerpo se lo pudo permitir.
—¡Vamos, Rebecca, en serio no quiero hacer esto! —confesó Alexandra mientras se le rompía la voz, mientras se le inundaba en tristeza y enojo —¡entrégamela y nadie más tiene que morir… por favor!
La laboratorista evitó contestar, no quería delatar su posición. Era una de las cosas que había aprendido en S.T.A.R.S. y lo estaba aplicando tan bien como podía. Cuando se acercó a uno de los recipientes de químicos, buscó más ácidos que pudiera usar como armas.
Alexandra no se había detenido en disparar a su compañero, a Simon, con quien presuntamente estaba a punto de tener una cita en algún momento, si podía hacerle eso a un posible futuro compañero sentimental ¿qué le esperaba a ella?
Por unos momentos, Alexandra se dejó vencer de rodillas, dejando el arma de lado y con las manos en el rostro empezó a llorar tan fuerte que dejó un visible charco de lágrimas
—Por mi madre, por favor —comenzó a balbucear la asistente mientras volvía a empuñar el arma —¡sal de donde estás, Rebecca y no tiene por qué acabar mal ni para ti ni para tu bebé!
Alexandra no se reconocía al decir esas palabras. Pero sentía que tenía que decirlas, que tenía que usarlas. Alguien se lo había exigido, alguien le había dicho como amenazarla, cómo coaccionarla, como someterla.
Rebecca, desde atrás de una mesa tirada en forma de barrera, lanzó un tubo de ensayo con ácido y logró acertarle a los pies de nuevo, lo que ahora lastimó el tobillo de la chica.
—¡Puta! —gritó por el dolor —si no me das esa maldita vacuna, vas a ver de lo que puedo ser capaz.
Ella también se preguntaba de qué podía ser capaz.
La jefa suspiró cuando escuchó que su aprendiz balbuceaba el nombre de su mamá. Caroline, una mujer amorosa con problemas de salud que había dado todo para que su propia hija pudiera desarrollar el intelecto que se le había dotado al nacer. Era su adoración, era su todo, y su única meta era crecer para hacerla sentir orgullosa, aunque siempre le recordara que ya lo estaba.
—Si me das la vacuna las dos ganamos… —Alexandra comenzó a llorar de nuevo, empañando su vista y temblando de las manos que sostenían la Beretta, esperando no tener que dispararla de nuevo —por favor…
Escuchó que algo sonaba detrás de ella, una botella que cayó, la distrajo y que Rebecca usó para correr del peligro. Buscó instintivamente su teléfono, recordando que Billy le había dicho que si necesitaba ayuda, le hablara, y claro, él podía someter a una chica de 16 años armada con una de las pistolas más sencillas en el mercado sin ningún problema.
Pero esta chica había perdido el control de sí misma antes de que la jefa llegara al laboratorio. Había amenazado, había gritado, había puesto el laboratorio de cabeza en busca de la clave para abrir el cerrojo porque eso era lo único que Rebecca no le había entregado. Y cuando la vio llegar, fue cuando sacó el arma.
Se dio cuenta de que había dejado su teléfono en su escritorio.
Sonó, pero fue el único pitido que hizo, porque Alexandra lo silenció rápidamente con un disparo, lo que la viróloga vio de lejos, notando que en efecto, su asistente era un peligro si se le ponía un arma entre las manos, porque su puntería a distancia era lo más certero que había visto desde los tiempos de Piers Nivans…
—¡Esto no está bien, Rebecca! —comenzó a ceder emocionalmente con las palabras —¡dame la vacuna y acabemos con esto, te lo suplico!
—¿Tu madre? —respondió Rebecca en voz baja mientras se levantaba poco a poco de su sitio —si es por tu madre… podemos hacer algo.
—¡Solo dame la vacuna! —gritó desesperada, con los ojos inflamados de tanto llorar y con el arma vacilando en una sola mano.
—Sígueme, vamos a la caja de seguridad.
Una Alexandra visiblemente más tranquila asintió y siguió a la mujer, quien al evaluar la emocionalidad de su asistente y agregarle el tema de su embarazo, consideró que era más prudente ceder antes de causarse más miedo, más estrés.
Caminaron lentamente, subieron por unas escalinatas de hierro en el laboratorio y llegaron al sitio donde se encontraba una caja fuerte con una clave numérica que la laboratorista alcanzó a ingresar.
—¡Rebecca, soy Billy! —comenzó a dejar un mensaje en su teléfono —no me importa a cuantos policías tenga que derribar, yo entro por ti.
No hubo respuesta. De la cajuela de su motocicleta, sacó una pistola que se colocó en su cinturón con el seguro puesto y al lograr evitar que lo vieran unos oficiales, entró al laboratorio, donde pudo ver la escena completa.
Una joven rubia en bata, presuntamente laboratorista, de flequillo llorando e implorando por la vacuna mientras balbuceaba cosas sobre que no podía dejar que le hicieran daño a su madre moribunda indicaba que la persona que había causado tal caos se encontraba inestable mentalmente… y armada.
"Y yo sin chaleco antibalas…" pensó el hombre mientras veía cómo una botella de ácido le caía en los pies a la muchacha. Volvió a marcar al teléfono de Rebecca, esperando ubicarla y distraer a Alexandra para encontrar un punto ciego o cómo derribarla sin dañarla.
Era evidente que la muchachita se encontraba fuera de sí, y por su propia experiencia, podía incluso asegurar que estaba siendo extorsionada.
Pero como alma que se la lleva el diablo, apenas el teléfono sonó en un escritorio, la joven disparó sin titubear, acertando en la pantalla de este, y viendo que Rebecca no tenía su teléfono cerca, comenzó a buscar otra estrategia.
"Esta niña no parece novata…", comenzó a analizar Billy, quien aunque podía ver la obvia desesperación de la chica en su actuar, también sabía distinguir a alguien diestro en el arte de las armas.
Claro, Rebecca le platicó alguna vez que su asistente tenía entre sus habilidades el manejo de armas, principalmente enseñado por su papá a pesar de su repudio por ellas. Novata no era, y eso complicaba aún más la situación.
Vio que Rebecca salió de su lugar y con sus propias palabras, empezó a negociar con ella. Pero había algo mal.
No podía evitar sentir que había algo muy mal en todo lo que estaba pasando.
Con sigilo, buscó aproximarse lo más cerca posible de ambas, pero que Alexandra no lo viera. Buscaba ser el apoyo silencioso de su amada, y más que eso, un elemento sorpresa en caso de que las cosas salieran de mala manera. Se agachó y colocó detrás de una mesa, usándola como fuerte mientras veía la situación desde ahí.
Las observaba subir los peldaños hasta llegar a una caja fuerte con un código numérico que Rebecca introdujo. Alexandra apuntaba su arma al hombro de la joven, el que se encontraba protegido por el chaleco antibalas, aunque camuflado con una sudadera verde extragrande.
Cuando tuvo la cura en sus manos, vio las intenciones de su novia en sus ojos. Iba a entregar su trabajo investigación.
—Vamos, Rebecca. Acabemos con esto —imploró en voz baja Alexandra mientras apuntaba su arma al hombro de la mujer apropósito. No quería tener que dispararle a una embarazada.
La mujer extendió la mano para mostrarle los avances, y al verla sonreír, al ver que la joven estaba más tranquila y que incluso le volvía el color a sus mejillas, volvió a analizar la situación.
Algo le estaban haciendo, algo que involucraba a su madre, algo que había llevado a su amiga a la desesperación, algo que no contaba, pero que la tenía hecha un ovillo de pensamientos y acciones que incluso la hacían llorar. Entendía su desesperación, e incluso recordaba conversaciones con ella en el almuerzo, cuando le confesaba que la virología era un campo experimental para ella y que crear vacunas no era lo que le interesaba, sino que quería explorar hasta encontrar su verdadera vocación en el mundo de la ciencia, e incluso probar con otras cosas, pero que las vacunas por sí mismas no eran su motivación.
Alguien estaba obligándola, alguien la había extorsionado utilizando a su madre.
Sonó el comunicador que llevaba la niña en su pantalón.
—Aquí con Águila desde el Nido ¿tienes a la presa, cambio? —preguntó una voz que Rebecca pudo distinguir, lo que hizo que su ceño cambiara radicalmente.
—Casi. La presa entregará su comida, cambio y fuera —respondió con nerviosismo. Era evidente en su voz que no le gustaba estar en esa situación —Rebecca… por mi madre, hazlo por ella, por favor. Dámela.
Comenzó a llorar copiosamente de nuevo, entonces su mano armada volvió a temblar.
—¿Tienen a tu madre? —preguntó Rebecca molesta y triste, notando cómo es que la revelación convirtió a su mejor lacaya en su enemiga temporal.
—No sé en donde —confirmó con la voz baja, esperando que no la escuchara —si pudiera evitar todo esto lo haría —dijo con la voz aún más rota.
Así fue como Rebecca, tras unir los hilos dio con lo que había ocurrido y con el enojo a flor de piel, procedió a inyectarse su propia creación.
La B.S.A.A. había amenazado a la madre de su asistente.
Entonces, Alexandra le disparó.
