Chris llegó tan rápido como pudo. Interrumpió su investigación y su visita a los Winters en Rumanía. Con Ethan tenía una relación buena, cercana, casi podía llamarlo 'amigo', pero prefería mantenerlo lejos de los problemas, prefería que su amigo siguiera con vida a que este se causara a sí mismo un problema de nuevo, como había ocurrido en Louisiana, aunque tampoco lo podía culpar, porque a él le pasó exactamente lo mismo en la Mansión Spencer. Ambos compartiendo un trauma parecido, pero de manera distinta: haber sobrevivido involuntariamente al terror de las armas biológicas y cambiar radicalmente sus vidas por este hecho.

Escuchó de nuevo el mensaje que Jill le había dejado, "el director amenazó a la asistente de Rebecca, casi la matan en su laboratorio y la B.S.A.A. llegó tarde".

Esas pocas palabras bastaron para que el soldado ardiera en rabia y llegara a las oficinas centrales y buscara a una Jill preocupada y abatida.

—Chris, llegaste —comentó la mujer levantando la vista, ahora sin hacer alguna broma. No sentía que la situación se prestara para poder soltar algún chascarrillo para aplacar el sentir de su amigo.

—No solo Taylor Swift puede recorrer el mundo en su jet en pocas horas —respondió sin hacer ninguna mofa —¿cómo pasó todo esto?

—Solo sé lo que Rebecca nos contó y un poco de lo que Billy vio —explicó Jill mientras le platicaba a Chris todo lo que había ocurrido, que Rebecca no se imaginaba que tenía que protegerse de Alexandra e incluso la deducción de las motivaciones de esta —está arrestada, la tenemos encerrada en las prisiones especiales antes de rotar su caso a los juzgados.

—No vamos a rotar nada —respondió Chris —antes de entrar se le hizo un examen psicológico, muy inteligente la niña, dedicada, obsesiva con el trabajo y muy empática y honesta, seguro si la interrogamos va a hablar.

—Cierto —recordó Jill —y su trabajo salvo por hoy era impecable. Voy a mandar que la cuiden, no vaya a ser que pase algo que no queramos.

—Si los altos mandos hicieron esto, entonces esto es peor de lo que parece.

Sonó el comunicador de Jill mientras hablaban.

—Valentine —contestó la mujer.

—Agente Valentine, malas noticias —contestó el agente del otro lado —la asistente de Rebecca, Alexandra Medina fue encontrada muerta en su celda, presuntamente por suicidio.

Chris se levantó de inmediato de su lugar y con toda la fuerza que tenía en sus brazos, agarró un objeto decorativo del escritorio de Jill -una esfera de nieve- y la lanzó contra el muro de la oficina. Ahora Jill no lo detuvo, estaba tan molesta como él y quizás hubiera roto otra cosa de haber tenido la oportunidad.

—Tenemos que informar a Rebecca de lo que pasó —añadió el militar, pero después recordó que no podía interrumpir su descanso —sigo sin creer que haya perdido a su hijo, lo lamento mucho por ella.

—Ella tiene que descansar, no le queda otra opción, y resolver el problema que viene para su relación con Billy, ¿y ya le dieron un veredicto? —preguntó Jill visiblemente turbada, queriendo cambiar el tema de la conversación, queriendo distraerse después de tanto estrés, de tanto agotamiento, de tanto dolor alrededor de sus amigos.

Chris recordó que, mientras sobrevolaba cielo estadounidense, habló con Edward, quien le comunicó que el veredicto para Coen fue el de culpable, y cuando se lo dijo a Jill, esta abrió la boca de par en par, sin saber cómo siquiera comunicarle a Rebecca la situación.

—Eso no nos concierne —recordó Chris mientras le tocaba el hombro a su amiga —eso ya es con Edward, no con nosotros ¿y hay pruebas de lo que dijo Rebecca que Alexandra vivió?

—Sería la madre de Alexandra, pero esta falleció en su hospital poco después de que llevaran a Rebecca a atenderse.

—No sé por qué no me extraña —contestó el agente mientras buscaba guardar la compostura, pero para ese momento era imposible —esto solo me confirma que en verdad tenían extorsionada a la pobre muchacha. Una niña de 16 años que no se merecía ese destino.

—Bailamos con la muerte, Chris. Es parte de este negocio —recordó Jill con pesadumbre en su voz —tarde o temprano, cuando nadas en mierda, terminas embarrado.

—Aún hay opciones —intentó decir Chris, buscando tener optimismo, pero su compañera se vio visiblemente más molesta.

—¿Opciones? ¿Para qué? ¿para que nuestros amigos caigan de uno en uno no solo por armas biológicas, sino por intereses alrededor de ellas? ¡madura, por favor! —exclamó la mujer con rabia en los ojos —hay gente allá afuera infectando a civiles inocentes y convirtiéndolos en armas, y cada día esa industria nos afecta a todos. Maldita sea ¡yo fui un arma o no te acuerdas! ¿sabes? A veces me convenzo más y más de que Dylan Blake tenía razón. Las organizaciones para las que estamos trabajando son una mierda.

Chris se levantó para abrazar a su compañera, interrumpiendo su monólogo, pero notando la frustración interna, la lucha que llevaba en cada momento en el que ponía alguno de sus pies en la tierra. Sin invalidar su opinión, solo la dejó llorar, y finalmente sacar lo que llevaba en su corazón: el desencanto de una vida llena de la presión de liberar al mundo de un mal que ya a su manera de percibir, era endémico.

—Lo necesitas, Jill —exclamó su amigo sin decirle más, solo esperando que su compañera dejara de temblar.

Apartó el abrazo que su amigo le estaba dando.

—Un abrazo no cura una vida, Chris —remarcó la mujer, quien tomó asiento mientras tomaba agua de una botella —un abrazo no puede devolverte las cosas que más quieres, y puedes preguntarle a Rebecca. Tarde o temprano vas a entenderme. No hay lugar para corazones, ni amores, ni ninguna de esas mierdas en este trabajo cuando hay gente allá afuera, no ¡aquí adentro! Que no se tienta el corazón para hacer lo que hacen.

Chris se levantó de su asiento, entendió rápidamente que su amiga necesitaba tiempo en soledad, y antes de salir de su oficina, soltó:

—Entiendo tu dolor, Jill. Solo espero que recapacites.

—El que va a terminar recapacitando si algo le llega a pasar a Ethan, serás tú —cerró mientras sacaba su arma y se dirigía a la sala de tiro.

Rebecca despertó en la habitación del hospital, el útero le calambraba, le dolía. La cabeza también la sentía desconectada y conforme abría los ojos, sentía que la luz del sol neoyorkino la abrumaba, pero no pudo pasar por alto que algo turbaba la sensación en su colchón.

Billy Coen se encontraba dormido a su lado, sentado en una silla y recargado en la cama con los brazos. Se veía apacible, se veía sereno y tranquilo. Solo podía recordar como caía de las escaleras en ese momento y sentía que su bebé estaba en peligro, y finalmente, el golpe en la cabeza terminó por mandarla a negros.

Cuando despertó encontró a los tres en su cuarto, y tras preguntarle a Billy por qué se arriesgaba tanto, cayó dormida otra vez. Su cuerpo no podía con esos niveles de estrés, y aparentemente la había mandado a descansar cuando estaba a punto de enfrentar algo que no estaba lista para escuchar.

Ya no sentía el agotamiento que el embarazo causa, pero el dolor del vacío en su vientre era más agotador. Así que lo primero que hizo apenas notó que las luces del cielo rozaban la azabachada cabellera de su pareja, fue llorar.

—¡Rebecca! —exclamó el hombre apenas abrió los ojos. La luz hizo su trabajo y lo trajo a la realidad. Un día después de los acontecimientos más extraños y tristes que alguna persona podría vivir, pero que no merecía. La tomó de la mano apenas la escuchó sollozar —aquí estoy.

—Ese es el problema —respondió con dolor entre la garganta —sigues aquí... y no lo merezco.

—¿De qué hablas? —preguntó Billy extrañado, a lo que Rebecca no dudó en quitarle la mano, dejando vacía sus palmas.

—No, Billy, yo no…

El chico le puso un dedo sobre los labios, buscando callarla de repente, entendiendo que la mujer no estaba pensando correctamente, que estaba aún bastante apaleada por lo que había ocurrido alrededor de ella.

Ni siquiera él podía asimilar que había perdido a su primer hijo. Pero buscaba no culparla. En sí, ella no tenía la culpa, ni siquiera él y aunque en su mente eso era lo más claro, su remordimiento no paraba de decirle:

"Si no la hubieras dejado ir…" o "si hubieras estado con ella, tal vez nada de esto hubiera pasado".

Y el hubiera no existe más que en palabras.

—Siempre estaré ahí para ti, te prometí que cooperaríamos juntos ¿recuerdas? —le dijo con media sonrisa, pero ella solo pudo levantar un pulgar.

Estaba visiblemente derrotada, se veía en la mirada que cargaba y que dirigía contra su edredón, y tampoco podía culparla de eso.

¿Qué pensaría? ¿pensaría que él no la pudo ayudar? ¿pensó que la dejó a su suerte? No, porque Jill hizo hincapié en que él había sido su 'príncipe azul', aquel que la sacó del desastre, sin embargo también pensó que sus esfuerzos, debido al final que tuvieron, no habían sido suficiente.

Ella se encontraba postrada en una cama y sin un bebé.

"Pero pudieron haber sido dos muertes", intentó consolarse, lo que tampoco le ayudó mucho porque el escenario en el que perdía a Rebecca y a su hijo al mismo tiempo le volvió a estrujar el corazón.

Rebecca se encontraba aún callada, tomando con la otra mano su vientre. Aunque no creía en la idea de la maternidad, toda la experiencia con Billy la hacía sentir que había perdido algo adentro de ella. Respiró con fuerza, aún tenía los tubos en la nariz, lo que le recordaba su realidad.

Poco a poco recordaba una sensación cálida que la había cargado cuando salió del laboratorio, y fue cuando cayó en la cuenta de que había sido él.

Billy la había ido a salvar, aún sin haberse comunicado con él. Recordaba que su teléfono había volado en pedazos cuando Alexandra le dio ese tiro contundente.

—¿Cómo te enteraste de lo que pasó? —preguntó Rebecca visiblemente confundida, mientras presionaba la mano de Billy —¿quién te dijo?

—Nadie —respondió él —cuando te dije que tenía un mal presentimiento, este solo se hizo más fuerte y decidí ir a buscarte.

—¿Solo fue un presentimiento? —preguntó con curiosidad, intentando entender esa parte de la metafísica. La física más allá de la física.

—Mi intuición para el peligro era muy apreciada, cuando fui teniente así salvé varias veces a mis pelotones —respondió, lo que dejó a Rebecca desconcertada —es extraño, a veces solo me llegan imágenes de lo que puede pasar y tengo una sensación de solo dejarme llevar, y cuando me doy cuenta, solo evado el peligro.

—Eso puede ser peligroso —contestó Rebecca mientras aún buscaba fuerzas para contestar —algún día te puede traicionar.

—Aprendí a escucharme a mí mismo y a distinguir entre ansiedad e intuición —respondió —toma algunos años lograrlo, pero me funciona. Funciona tan bien que pude sacarte de ahí.

La chica no contestó, volteó a su edredón y quedó en blanco, vacía. Tan vacía como se sentía por dentro, ya no solo por la pérdida de su hijo o hija o lo que hubiera sido, sino porque ahora su autopercepción alrededor de él había cambiado.

Ahora era un bulto sin dos vidas, la de su bebé y la de ella, con el que Billy tendría que cargar por siempre gracias a una promesa que posiblemente debió haber caducado hace mucho tiempo.

Aunque se sabía fuerte, porque había sido capaz de manejar situaciones difíciles antes, como lo del complejo de entrenamiento de Umbrella o lo ocurrido en Chicago en 2014. Sabía que podía enfrentar lo que fuera, y que siguiera viva era la prueba de ello, como cuando aquel hunter la atacó por primera vez y logró mantenerse cuerda a pesar de lo catastrófico de las circunstancias-

Al recordar eso, sonrió ligeramente, porque también Billy se había encontrado en ese lugar para apoyarla y recordó de nuevo las razones por las que confió en él en aquella ocasión, y fueron exactamente las mismas que la llevaron a reabrirle un espacio en su vida. Había mostrado fidelidad a su palabra, también recordó lo que había pensado en aquel entonces cuando lo conoció y tras demostrar que era un hombre justo, ético y condenado a una muerte no merecida. Recordó igual el modo en el que había fallado su primera misión en S.T.A.R.S., porque él era su prisionero, pero la lealtad la volvió su prisionera, y pensó que, si él en algún momento decidía escapar, ella no iba a poder detenerle.

De alguna manera, siempre había alguien salvándola, y ella también ayudaba para salvar a sus amigos, así fuera con su intelecto, y con Billy no fue la excepción.

Pero se sentía ahora demasiado en deuda, demasiado culpable, porque aunque él quería ocultar su propio dolor para poder ser el soporte que ella necesitaba, en sus ojos se veía que él quería llorar hasta desfallecer.

—No tienes que ocultármelo —replicó la chica mientras le quitaba su mano de entre sus palmas —sé que te sientes mal.

Billy solo resopló. Sabía que en el poco tiempo que habían pasado juntos conociéndose, ya no podía ocultarle nada, mucho menos a la mujer que se había encargado de salvarle dos veces, cuando se iba a ahogar en la planta de tratamiento de aguas y cuando le liberó por lo que fueron veinte años y evitó que lo fusilaran solo con fingir su muerte.

—¡Sí! —exclamó, y dejó que su voz se viera dominada por el enojo —¡es obvio que me siento mal, Rebecca! ¡No debí dejarte ir al laboratorio hoy! —exclamó —debí ser más fuerte, debí escucharme cuando te dije que había algo que no estaba bien en el día y sobretodo no debí dejarte sola en ningún momento —comenzó a casi gritar mientras se dejaba llevar con lágrimas en los ojos —¡y ahora aquí estamos intentando curarte porque una idiota con un arma decidió que era buena idea amagar a una mujer embarazada y me hizo perder a mi hijo! —Rebecca solo podía mirarlo sorprendida, la fachada fría que su pareja solía cargar se había desvanecido frente a ella —si no hubiera vacilado ni dudado, los dos estarían vivos.

Finalmente se había roto frente a ella, y copiosamente, sacó las lágrimas que había contenido desde el momento en el que su amada había entrado en el hospital, tratando de guardarse a sí mismo para no ser vulnerable ante nadie más, mucho menos ante Jill y la nueva conocida, Claire, quienes -sintió- no paraban de mirarlo con una empatía que solo percibió como lástima. Y eso como el hombre duro que se sentía ser, lo avergonzaba.

—Billy, me siento terrible —comenzó a explicar ella —sé que parece obvio, pero no sabes…

—Tú no tienes que darme explicaciones de nada, Rebecca. Nada de esto es tu culpa, tú no podías prever lo que iba a pasar.

—Pero tú actúas como si fuera tu obligación preverlo todo —espetó la chica —te amo, pero no puedes seguir así. No deberías usar mi protección como una carga… estar conmigo no debería ser una carga.

Billy, sintiendo una oleada de miedo en sus mejillas y casi quedando pálido por la doble intención de Rebecca en sus palabras, corrigió inmediatamente.

—No es ninguna carga —dijo mientras le tomaba la mano —cuidarte jamás ha sido una carga —repuso —es lo más bello que hay.

—¿Y estar aquí también es de lo más bello que hay? Porque pasé por un legrado, me quisieron robar la vacuna, casi me matan, Billy —comenzó a recordar —si vamos a hablar de cuidarnos mutuamente, aparte de lo de hace veinte años ¿qué he hecho por ti además de ocultar la verdad en un juicio? Que eso no tiene nada de digno considerando que me deslindé en vez de haber sido una testigo de valor para ti…

Billy abrió los ojos llorosos de par en par, notando la fuerte autocrítica que Rebecca estaba haciendo, la autocrítica hacia ella misma estaba siendo atroz.

—Billy, en serio agradezco que tu manera de amarme sea cuidarme, pero esto nos acabará tarde o temprano. A mí ya me está acabando…

—Muñequita… —intentó suavizar, pero no había nada que en ese momento pudiera cambiar la mentalidad de Rebecca.

Así fue como comprendió que posiblemente, ese no era el momento para hacerla sentir mejor, y era válido que ella quisiera sentirse como una basura, o al menos externarlo, y que intentar contenerlo, intentar subirle el ánimo era obligarla a contener su propio dolor. Por un segundo había olvidado que no solo él perdió su paternidad, sino que ella había perdido su maternidad, y eso implicaba mucho más que solo pasar por un legrado en un quirófano. Involucraba perder toda la fantasía y parte idílica de una realidad sumergida en el abismo del dolor.

—…No vamos a llegar a ninguna parte si seguimos así ahora —completó el chico mientras le acariciaba el rostro —estamos muy tensos, muy emocionales. Todo esto está muy reciente, muñequita —comenzó a decir mientras le tomaba la mano —prométeme que vamos a hablarlo con más calma, pero cuando estés recuperada.

Rebecca lo miró directamente a los ojos, aún sintiéndose perturbada.

Ahora tenía que sumarle a su carga el hecho de que él era quien dirigía la situación emocional de ambos, no solo era un bulto físico, sino emocional, porque dentro de su inteligencia en las ciencias y en lo racional, también radicaba una ausencia de manejo de su propio yo.

Comenzaba a sentirse verdaderamente mal en todo sentido. Él la cuidaba básicamente, él la mimaba, la salvaba, le demostraba de manera constante y tangible su amor, mientras que ella no podía hacer otra cosa más que sentirse amada y hacer algo por cuidarlo a su manera, pero ¿cuál era su manera? Llegaba de nuevo la sensación de golpe, una supuesta realidad que le azotaba en el rostro y le gritaba que su incompetencia no solo contribuyó a que sus compañeros murieran más rápido, sino que ahora su incompetencia la había llevado a perder a su hijo y a ser una carga para su compañero.

Su síndrome del sobreviviente era lo único que sobrevivía en su interior, ojalá se hubiera muerto ese en vez de su hijo.

Billy quedó en silencio a su lado y tomó asiento al borde de la cama de Rebecca mientras le acomodaba los cabellos y le sonreía tiernamente mientras le agradecía seguir en este plano terrenal.

Aunque Rebecca no se sentía tan afortunada.