Fines de mayo 1813

La Sra. Holmes estaba sentada en su banco de la iglesia junto a su esposo, mientras observaba como los ojos de su párroco, el Sr. Stuart, miraban particularmente a Mary Bennet. Estaba segura que, en poco tiempo habría campanas de boda.

Miró luego a Elizabeth detenidamente. Sin duda era una joven bonita y encantadora, y todavía tenía una pequeña esperanza que se casara con el coronel Morrison. Se habían visto cuatro veces, e incluso habían bailado juntos; pero Elizabeth le había aclarado que no tenía interés por el momento en casarse. Era una pena, porque el coronel era un buen hombre, y además ganaba al menos unas 2000 libras al año. Pero, no iba a darse por vencida, estaba segura que si no se casaba con el coronel, aparecería otro caballero digno de su afecto.

Frunció el ceño al recordar que en varias ocasiones, dos oficiales trataron de coquetear con Elizabeth. La Sra. Holmes reconocía que ambos eran guapos y encantadores, pero también eran mujeriegos y su salario no era suficiente para casarse con una joven con una pequeña dote. Recientemente, uno de ellos, se había comprometido con una joven que unas semanas atrás había heredado 10.000 libras. Hasta ese entonces, dicho oficial, nunca había demostrado interés por su 'prometida'.

El rostro se le iluminó al recordar que en solo cinco días habría otro baile en Ramsgate, y nuevamente pensaba invitar a sus dos jóvenes amigas. Por supuesto, se aseguraría que el Sr. Stuart también asistiera.

Estaba en mitad de sus pensamientos casamenteros, cuando se dio cuenta que el sermón había terminado y los feligreses se estaban levantando.

Mientras su esposo saludaba a unos vecinos, la Sra. Holmes se acercó a saludar a sus jóvenes amigas, y a felicitar al Sr. Stuart por su excelente sermón – aunque no había prestado la más mínima atención. Al retirarse, la buena señora invitó a sus jóvenes amigas y al Sr. Stuart a tomar el té en dos días. El más entusiasmado en aceptar la invitación fue el Sr. Stuart, que efectivamente, se estaba enamorando de la seria, bonita y religiosa Srta. Mary Bennet.

A la mañana siguiente – como era costumbre desde hacía unos meses – el Sr. Stuart fue a visitar a la Sra. Bennet, ya que por sus dificultades motrices no podía acudir a la iglesia.

Fanny Bennet se había dado cuenta del interés del Sr. Stuart por Mary, y del brillo de los ojos de su hija cuando hablaba con él. Fanny era consciente que desde que se habían mudado a Ramsgate, Mary había cambiado muchísimo. En lugar de dedicar varias horas al día en leer sermones, la cuidaba, y ayudaba a Elizabeth en las tareas de la casa y de la huerta. Se daba cuenta con tristeza que las dos hijas a las que le había prestado menos atención en toda su vida, e incluso las había considerado de menor valor que Jane y Lydia - simplemente porque sus dos hijas favoritas se parecían físicamente a ella - eran las que la cuidaban y contemplaban.

Luego que el Sr. Stuart se retiró, Elizabeth se sentó contra la ventana del comedor a leer una carta de Jane que había llegado hacía unos minutos. La correspondencia con Jane era muy esporádica; Elizabeth tenía muy poco tiempo para escribir y caminar dos millas para llevar la carta al correo. Además, ambas hermanas preferían economizar los gastos en tinta, papel y correo.

Al regresar al comedor, después de ayudar a recostar a su madre para que durmiera la siesta, Mary notó que Elizabeth tenía la carta de Jane en la mano, y parecía triste. Con precaución le preguntó, "Lizzy, ¿sucede algo malo?"

Elizabeth respondió con tristeza, "Jane no se siente bien. El Sr. Jones está preocupado por su salud y la de su futuro hijo."

"Lo siento mucho por ella. Pero tiene todos los medios para que la atienda un buen doctor. Pese a que no tengo un buen concepto del Sr. Bingley, estoy segura que va a hacer todo lo posible para garantizar el bienestar de Jane."

Elizabeth suspiró y agregó, "En la carta dice que el Sr. Bingley está en Londres desde hace unas semanas, y se siente muy triste y sola. Quiere que vaya a hacerle compañía y me quede a vivir con ellos en Netherfield Park."

Mary empalideció ligeramente; aunque aún estaba molesta con Jane por lo que había sucedido, sentía pena que no se sintiera bien. Pero la idea que Elizabeth la dejara sola con su madre y todas las tareas de la casa y la huerta la aterraba. Con cautela le preguntó, "¿Vas a ir a visitarla?"

Elizabeth respiró hondo, y por unos instantes cerró los ojos… Por un lado, sentía que debía ir a acompañar a Jane ya que era consciente que algunas mujeres no sobrevivían al parto, y, por otro lado, sentía que su obligación era quedarse con Mary y su madre. Tenían 20 libras para imprevistos, y podía usar parte de ese dinero para pagarle a la hija de unos de los granjeros para que ayudara a Mary mientras ella estaba ausente. Con franqueza respondió, "No lo sé aún. Pero, si decido visitarla, va a ser solo hasta que su hijo nazca."

Frunció el ceño recordando una de las últimas veces que estuvo con Mary en Netherfield Park, "No voy a quedarme a vivir en Netherfield. Recuerdo muy bien que el Sr. Bingley nos dio a entender que no éramos bienvenidas en su casa."

Mary asintió, y Elizabeth agregó, "Además, no quiero que estes tantos días sola con nuestra madre. Quizás podríamos pedirle a una de las hijas del Sr. Smith que te ayude con la granja y las tareas de la casa."

"La Sra. Holmes, o, mejor dicho, Marianne, nos ofreció varias veces la ayuda de una de sus criadas." Recalcó Mary, y sonrojada agregó, "y el Sr. Stuart ofreció ayudarnos con nuestra huerta."

Elizabeth sonrió y asintió.