CAPÍTULO 12:

MATADRAGONES

La Tierra, Japón

Tokio

A lo largo de su corta vida, Nick Takahashi había visto una larga serie de acontecimientos que muchas personas no podrían creer, había acumulado un considerable historial de logros que lo definieron como miembro de los Peleadores Bakugan y había combatido una serie de enemigos poderosos que habían amenazado con destruir todo lo que amaba.

Masquerade y Hydranoid, Marduk y Vladitor, los Vexos y sus Bakugan mecánicos o Spectra y sus extrañas ambiciones antes de redimirse.

Sin embargo, de todos los combates que había librado, de todos los enemigos que había derrotado, no tenía ninguna duda de que el Príncipe Freidr de Gundalia y su Baltasar Haos eran posiblemente los enemigos más tenaces y resistentes que habían enfrentado.

Los alrededores del centro de Tokio eran la prueba de tales palabras, decenas de edificios hechos pedazos se asomaban en los alrededores, rodeando la batalla que se libraba en el corazón de la ciudad y decorando la improvisada arena de combate; junto con los restos de vehículos y vidrios que se posicionaban en el suelo, pintadas con el rojo opaco de la sangre de miles de personas inocentes, cuyos cuerpos nunca podrían ser encontrados después de ser sometidos al castigo que era este caos y verse cubiertos por la sombra de la muerte, que se asomó en los límites de este devastado territorio.

Era una vista digna de traumas y pesadillas, un campo desolado y casi estéril donde lo único que crecía era el miedo que florecía en el corazón de los Peleadores Bakugan presentes. Sin embargo, no era una imagen tan preocupante como sí lo era el hecho de atestiguar con sus propios ojos oscuros como su compañero, King Leónidas Darkus, uno de los Bakugan más fuertes que había conocido, respiraba con agotamiento; mientras su aterrador contrincante se permitía burlarse de la situación únicamente con la vista que sabía que estaban transmitiendo en estas condiciones.

No sabía qué era esta "Piedra de la Evolución", no conocía sus propiedades en toda su extensión ni qué tan peligrosa podría ser estando en las manos de un monstruo como el príncipe gundaliano. Lo que sí sabía, es que esa pequeña piedra del color del oro más brillante que nunca había visto en toda su corta existencia, le había permitido a Baltasar evolucionar y alcanzar una nueva forma con un poder mayor al que ya poseía, una que le había permitido romper sus propios límites.

Invictus Baltasar Haos, el Campeón del Imperio Gundaliano.

Una mezcla de miedo y preocupación se posó una vez más a lo largo del cuerpo de Nick, provocando que los vellos de su cuerpo se erizaran mientras un escalofrío lo obligaba a estremecerse con temor. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que el Peleador Darkus se había sentido de este modo, no experimentaba este miedo y esta falta de control tanto de sí mismo como de la situación desde sus primeros días luchando con Leónidas como su compañero. Por mucho tiempo, había creído firmemente que ese miedo, esa timidez y preocupación había quedado atrás. Pero parecía que su propio cuerpo buscaba dejarle en claro la verdad.

En el fondo más recóndito de su ser, aún era un niño, uno asustado y débil, carente de control alguno sobre los problemas.

Ni siquiera el suave toque de Julie en su hombro era capaz de despertarlo del trance en el que su miedo lo había encerrado. No tenía ojos para nada más que los titanes en la falsa arena y su propio compañero, respirando con dificultad, mientras su enemigo se veía tan fresco y tranquilo, como si la batalla apenas hubiera comenzado.

Quería creer que era un sueño, que nada de esto era real, que solo era una pesadilla digna de todos sus temores frente a esta guerra entre neathianos y gundalianos. Pero el frío que erizaba su piel se sentía real, el viento y el polvo que caían sobre su ropa y la llenaban de mugre eran muy reales, el retumbar de la tierra cuando Baltasar enterró su martillo de guerra en el suelo fue muy real.

Baltasar: 10000. Leónidas: 7000.

El miedo que le retorcía el corazón se sentía muy real.

–¿Sucede algo, humano? ¿Acaso viste un fantasma? –. Se burló el gundaliano, Lud, con una sonrisa sádica.

–Será mejor que comiences a pelear, terrícola –. Exigió el neathiano, Dairus, mientras se apoyaba en su lanza

Sabía que debía hacer algo, qué debía pelear en un intento implacable de detener este mal, pero Leónidas estaba agotado. Ya habían usado sus mejores cartas, sus potenciadores más fuertes y sus poderes de fusión, todo con el propósito de ganar esta batalla. En lugar de eso, ahora, no podrían encontrarse en una peor situación.

–Maestro Nick, por favor, tiene que lanzarnos –. Pidió Ángel a su peleador.

–Es cierto, Leo no podrá ganar solo esta vez –. Concordó Gorem con la Bakugan.

–Gorem, ¿estás seguro de esto? –. Preguntó Julie con preocupación.

–Es nuestra única opción.

–No, no lo es –. Dijo Nick con un hilo de voz.

Aún les quedaba una alternativa, una que podría finalizar esta batalla de una vez por todas, pero que los dejaría muy vulnerables si algo salía mal.

–¿Qué quieres decir? –. Cuestionó la peliplata con confusión.

–A Leo aún le queda un poder capaz de terminar esta batalla, pero tiene que ser un golpe certero –. Respondió Nick antes de dirigirse a su compañero –. Leónidas, ¿crees que puedas elevarte lo suficiente para usar el Armagedón?

–Elevarme no es el problema, sino asegurarme de que maldito reciba el ataque –. Respondió el dragón oscuro arrodillándose delante de su compañero.

–Creo que sé cómo podemos garantizar eso, pero tienes que seguirme –. Dijo el pelinegro en respuesta.

–¿Y si no funciona? –. Preguntó Julie con temor.

Se quedó sin palabras después de eso, no sabía cómo podría responder tal cuestión, aunque la respuesta fuera ya un poco obvia. Después de todo, si Baltasar lograba sobrevivir a la fuerza del último poder más destructivo de Leónidas, no quedaría nada más que la derrota para ellos. El gran problema era asegurarse de que el invasor siguiera a su compañero al nivel del cielo, si llevarlo hasta tal punto no era posible, tendrían que descartar el uso del Armagedón para no poner en riesgo a toda la ciudad que los rodeaba. Ya había sido más que suficiente el caos que habían creado en el centro.

Finalmente, la batalla retomó su curso.

–La última vez, permitimos que ustedes atacaran primero. Ahora, es nuestro turno de hacerlo –. Dijo Freidr guardando la pequeña piedra en el interior de su armadura nuevamente –. ¡Baltasar!

Emitiendo un rugido de batalla que retumbó los alrededores, Baltasar se abalanzó sobre Leónidas con martillo en mano, listo para azotar con fuerza el rostro más cercano de su arma contra Leónidas.

Dándole una rápida advertencia del ataque, Nick vio con fugaz alivio como su compañero se agachaba lo suficiente como para evadir el golpe del martillo. Al menos antes de que Baltasar corrigiera el rumbo de su ataque y obligara al enorme objeto a retroceder, dirigiéndose a las costillas de Leónidas.

Por suerte, antes de que el objeto lograra su objetivo, el gran dragón oscuro batió sus alas con fuerza para elevarse lo suficiente como para evadir el golpe de un salto.

Al mismo tiempo, Baltasar se dejó llevar por la fuerza puesta en su ataque para dar un giro que le permitió realizar un movimiento giratorio con la intención de repetir su maniobra ofensiva, tratando de alcanzar a su contrincante.

–¡Qué no te alcance, Leo! –. Exclamó Ángel a su pareja.

Viendo el martillo de guerra acercándose a su posición nuevamente, Leónidas no tardó en elevarse un poco más gracias al impulso de sus alas antes de estrellar la planta de sus patas en el rostro intermedio del gran martillo de guerra y el alargado mango que los unía para azotar la punta del arma contra el suelo, con los pies de Leónidas encima.

Atestiguando esta oportunidad de atacar, Nick no tardó en levantar dos cartas poder para intentar someter a su enemigo.

–Doble poder activado: ¡Cañón Maldito + Cañón Omega!

Moviéndose con agilidad aún sobre el arma en manos de Baltasar, Leónidas se desplazó lo suficiente para estrellar con violencia su rodilla recubierta en el rostro del invasor gundaliano, enviando la cabeza de éste hacia atrás y dándole la oportunidad a Leónidas de acercarse lo suficiente para envolver la cabeza del enemigo en sus manos y obligarla a mantenerse estática frente a su hocico, cuyo interior brilló con intensidad.

Leónidas: 7500.

–¡Ataca, Leo! –. Animó a Nick a su compañero.

–¡Sin piedad! –. Exclamó Vladitor en señal de apoyo.

Un poderoso rayo blanco y azul bañó el centro de la arena, uno que iluminó la oscuridad de la noche y cubrió completamente la cabeza de Baltasar, el cual se vio obligado a soltar su martillo de guerra para intentar quitarse al Bakugan Darkus de encima.

Los intentos de forcejeo de Baltasar llevaron a que éste se dejara caer sobre su espalda, mientras posaba sus manos a los costados de Leónidas antes de caer al suelo, levantando una gruesa capa de polvo al colisionar.

Sin embargo, sorprendentemente, Baltasar siguió moviéndose. Qué su espalda tocara el suelo resultó no ser más que su forma de quitarse a Leónidas de encima cuando fue turno del dragón acorazado de tocar tierra al continuar con el giro que dieron ambos contrincantes.

Dejándose llevar una vez más por la fuerza de su impulso, Baltasar se recompuso sobre una de sus manos y rodillas delante de su enemigo para azotar con fuerza su puño libre en un costado de la cabeza del miembro de los Peleadores.

Leónidas retrocedió aturdido al recibir un golpe directo por parte de este monstruoso contrincante, lo suficiente como para que su visión se nublara por unos cuantos segundos que fueron aprovechados por Baltasar para arrojarse sobre él y comenzar una veloz sucesión de golpes destinada a mantener a Leónidas sin defensas.

Un golpe a las costillas, otro al estómago, el siguiente al otro lado de la cabeza. Era una andanada de ataques que mantuvieron al Bakugan Darkus confundido mientras una lluvia de puñetazos caía sobre él.

Tanta era la fuerza de dichos golpes, que Nick no podía entender ninguno de los pensamientos incoherentes de Leónidas mientras era brutalmente golpeado por su oponente.

Tomando la ventaja, Baltasar sujetó el cuello de Leo por ambos lados para acercarlo con agresividad hacia él y estrellar su propia rodilla en el estómago cubierto del Rey Dragón, provocando que un pequeño río de sangre escapara de entre sus colmillos y pintara el suelo. Todo esto antes de que el invasor gundaliano obligara al Bakugan terrestre a reincorporarse en una pose medianamente decente para darle un fuerte cabezazo en la punta de su cabeza alargada, dando un golpe brutal a su nariz y provocando que las lágrimas cegaran los ojos del dragón.

–¡Leónidas! –. Gritó Nick con pánico al ver a su compañero retroceder mientras trataba de evitar que su sangre se derramara.

Por desgracia, antes de que Leónidas pudiera entender los llamados de sus amigos, un nuevo puñetazo golpeó su mandíbula con la fuerza de un misil, obligando a su cabeza a retroceder, mientras su mandíbula se cerraba violentamente, estrellando los colmillos de abajo con los que se encontraban bañados en sangre arriba.

Fue entonces cuando una poderosa patada se elevó lo suficiente para alcanzar el pecho del Bakugan Darkus, dando directamente en la perla oscura que se encontraba posicionada en el pecho de Leónidas y provocando que éste emitiera un rugido de dolor que se vio acompañado por un nuevo río de sangre de sangre que pintó la pierna de Baltasar de un blanco puro a un tono rojo opaco.

Teniendo la espalda del gran dragón a la vista, Baltasar no tardó en juntar sus manos para realizar un golpe descendente que miró a los cielos antes de azotar con dureza a su oponente, enviándolo al piso y creando un cráter de tamaño considerable bajo su cuerpo.

–Continúa, Baltasar. Qué vean nuestro poder –. Dijo el príncipe gundaliano a su compañero.

Al igual que Nick, Ángel y Wolf jadearon con terror cuando Baltasar rodeó el cuerpo derribado de Leónidas para posar sus manos en la espalda y la cola de éste, antes de levantarlo como si no pesara más que un costal.

–¿¡Qué están haciendo!? ¡Suéltenlo! –. Exigió Ángel al demonio de las estrellas mientras Wolf ladraba con fuerza.

Demasiado tarde, antes de que la Bakugan pudiera decir algo más, el gran cuerpo de Leónidas comenzó a girar, mientras éste intentaba enterrar sus garras en el suelo y movía sus alas en un desesperado intento por liberarse.

No tuvo éxito. La fuerza del caballero gundaliano era tal, que Leónidas no logró soltarse de su agarre antes de que su gran cuerpo fuera arrojado y su espalda maltratada colisionara con las ruinas del edificio más cercano, provocando que éstas cayeran sobre el dragón oscuro y su atronador rugido lleno de dolor.

–Veo que eres fuerte, Leónidas. Tu fusión con Vladitor te ha otorgado grandes poderes, dignos de enfrentarme en mi primera forma, pero apenas estás rascando la superficie de tu gran poder –. Dijo Baltasar acercándose a su oponente, bañado en polvo y sangre.

Con intenciones de terminar la pelea, Baltasar estiró la palma de su mano hacia su contrincante, invocando lo que parecía ser una esfera de energía dorada en la palma de su mano.

–¡Nick, haz algo! –. Exclamó Julie con preocupación.

–Poder activado: ¡Carrera de Sombras!

Asumiendo la forma de alargadas estelas negras similares al humo, Leónidas dejó atrás la poderosa explosión de luz que originalmente iba destinada a él, mientras se precipitaba a los cielos; dejando atrás a un confundido Baltasar, que solo podía ver un extraño grupo de sombras moviéndose por el aire con brusquedad hasta posarse delante de la luna para asumir una vez más la forma del Rey Dragón.

–¿¡Ahora están huyendo, terrícolas!? –. Exclamó Dairus con enojo.

–¡Si quieren vencernos, tendrán que alcanzarnos primero! ¡Arriba, Leónidas! –. Dijo Nick a su compañero a modo de respuesta.

Siguiendo la orden de compañero, Leónidas tomó la forma de sombras intangibles nuevamente mientras se adentraba en el oscuro cielo.

–Alteza, no puede dejar que huyan –. Recordó la única neathiana presente a su líder.

–Lo sé, Elena, pero quiero ver qué es lo que quieren hacer. ¡Baltasar, síguelos! –. Respondió Freidr mirando a su compañero.

–¡Enseguida, Alteza!

Tomando impulso tras flexionar ligeramente sus piernas, Baltasar salió disparado hacia su oponente, envuelto en lo que parecía ser un capullo de luz amarilla que dejó una estela desde el suelo mientras el Bakugan Haos comenzaba a surcar los aires, persiguiendo a Leónidas.

Desde el interior de tal fenómeno lumínico, una veloz e implacable ráfaga de esferas de energía fue liberada sobre Leónidas, amenazando con quemar a las sombras que volaban por el cielo. Por suerte, en esa forma, la agilidad del dragón aumentó, lo que le permitió moverse con gran facilidad entre los ataques que lo perseguían.

–¡Prepárate para atacar, amigo! –. Avisó Nick a su compañero tan fuerte cómo pudo mientras enseñaba un par de cartas en su mano –. Doble poder activado: ¡Ira Berserker + Corte Profundo!

Si Nick tenía razón, los ataques de Leónidas aún deberían ser capaces de hacer más daño de lo común gracias a toda la energía almacenada que se había logrado gracias a los poderes de fusión y a la carta portal usada anteriormente. En teoría, debería ser suficiente para incrementar el nivel de Leónidas y bajar el de Baltasar si lograban evadir sus ataques.

Leónidas: 8500.

–¡Hazlo ahora, Leo!

De pronto, las sombras danzantes en el cielo se quedaron inmóviles, quietas en la forma de una llama negra durante unos pocos segundos antes de que Baltasar pudiera ponerle una mano encima.

Estando a centímetros del agarre del Bakugan Haos, Leónidas asumió su verdadera forma una vez más, envuelto en un aura púrpura y negra que potenció la fuerte patada que logró darle al rostro de Baltasar mientras alejaba su mano con su propio antebrazo.

Esta acción logró empujar a Baltasar unos cuentos metros hacia atrás antes de detener su retroceso en pleno aire con las manos y las piernas extendidas con un fuerte grito de batalla.

Viendo a su contrincante una vez más, Baltasar juntó sus manos para liberar un rayo de energía que cortó rápidamente la distancia con su objetivo. Sin embargo, antes de que el ataque lograra dar en su objetivo, Leónidas tomó una vez más la forma de múltiples sombras desplazándose por el campo de batalla, rodeando con gracia el ataque del gundaliano mientras se acercaba a gran velocidad hacia él.

Atento al curso de acción que pudiera tomar su contrincante, Baltasar descartó su ataque para cubrirse con sus enormes brazos, listo para bloquear cualquier ataque frontal por parte de su enemigo.

Gracias a esta decisión, Leónidas no tardó en reaparecer detrás de su oponente para dar una nueva patada que obligó al pecho del invasor a levantarse ante el fuerte empuje recibido por parte del Bakugan terrícola, el cual no tardó en desaparecer una vez más entre sombras etéreas para reaparecer delante de Baltasar con su puño a la altura del hombro, listo para atacar.

En lo que pareció ser un acto de reflejo, Baltasar trató de adelantarse con un golpe frontal a Leónidas antes de que éste pudiera hacer algo. Sin embargo, en un veloz parpadeo, el gran dragón oscuro desapareció en la bruma nuevamente, desvaneciéndose antes de que el ataque del invasor pudiera alcanzarlo y rodeando la parte superior de su cuerpo.

Confundido por la velocidad de su enemigo, Baltasar no pudo hacer nada cuando Leónidas emergió de nuevo a sus espaldas y azotó con furia los puños en la parte posterior de su cabeza. Ni siquiera el grueso casco de metal alrededor de la cabeza del gundaliano logró soportar la fuerza de tal golpe antes de quedar mirando la tierra lejana a sus pies.

Viendo el momento de finalizar con esta batalla, Leónidas enredó sus brazos y piernas alrededor de las extremidades de Baltasar antes de tirar de ellas para obligar a su oponente a mantenerse en un forcejeo con el dragón a sus espaldas.

Leo era fuerte, uno de los Bakugan más fuertes de los Peleadores, pero Nick no se hacía la ilusión de que pudiera someter a Baltasar en un esfuerzo. Después de todo, el caballero gundaliano era más grande y había demostrado ser más fuerte, por lo que el momento de terminar finalmente había llegado.

–¡Acabalo, humano! –. Gritó Vladitor con fuerza.

–¡Termina con esto, Nick! –. Rugió Leónidas en acuerdo, ignorando los pequeños hilos de sangre que colgaban de su boca.

Listo para finalizar con este maldito encuentro de una vez por todas, Nick levantó la que sería su última carta poder de esta batalla, envuelta en una llama oscura que se alzó incluso en medio del frío de la noche.

–Poder activado: ¡ARMAGEDÓN!

A la vista de todos los participantes en este campo de batalla, un poderosa explosión negra y morada tomó lugar en los cielos, agitando el viento y retumbando la tierra con un poderoso terremoto que se encontró de frente en sus intentos de agitar los alrededores con los rugidos y gritos de furia, dolor e intensa batalla.

En tierra, el suelo se partió, cientos de grietas se formaron al son de los potentes rugidos que caían desde el cielo, el polvo que decoraba la arena se movió violentamente en todas las direcciones posibles en un radio de metros y metros. Todo mientras una poderosa esfera de energía Darkus cubría los cielos, borrando las nubes que se encontraban en los alrededores y tapando la luz de la luna con la energía proveniente del Rey Dragón.

Por un momento, todo fue caos y desenfreno. Por un momento, no quedó nada más que la sombra del caos cerniéndose sobre una ciudad inocente, que tenía que ver a la oscuridad que tapaba la luna como su única esperanza de sobrevivir.

Por un momento, todo se limitó a una anarquía absoluta de poder, perdida entre atronadores rugidos y gritos que obligaron a los peleadores en tierra a cubrirse los oídos para no salir lastimados de tal fenómeno sonoro.

Y cuando todo acabó, y las sombras en las alturas se disiparon, dando lugar a un cielo completamente limpio de nubes grisáceas y negras, lo único que quedó fue la figura de dos colosos precipitándose a tierra, uno con el estandarte de la victoria a sus espaldas, mientras el otro caía derrotado y casi inconsciente al suelo, estremeciéndose visiblemente.

Cuando todo acabó, nada más que el estruendo de un gigante cayendo al suelo anunció el final de la batalla. Un duro final para un combate titánico que había sacudido la tierra múltiples veces y había cobrado la vida de miles de personas inocentes, que nunca sabrían cómo fue que llegó su final.

Cuando el humo se disipó y las llamas del intenso fuego del combate se apagaron, lo primero que Nick pudo divisar entre tantos escombros fue a su compañero.

King Leónidas Darkus yacía a los pies de un victorioso Invictus Baltasar Haos, cuyos mayores daños recibidos durante el encuentro parecían limitarse una serie de quemaduras a lo largo del metal de su armadura llena de polvo, tierra y ceniza.

Baltasar: 9500. Leónidas: 9500.

Habían logrado igualar el nivel de poder, les había tomado sus mejores poderes restantes, pero lo habían hecho. El problema era que había costado todas las energías de Leónidas, hasta la última de todas ellas con tal de aminorar el gran poder de Baltasar, que ni siquiera había usado los poderes de esa forma para ganar.

–Nick… Ángel… lo lamento… –. Se disculpó Leónidas con dificultad y entre jadeos.

En el suelo, un derrotado Leónidas solo pudo ver con cansancio como el gran martillo de guerra de Baltasar se alzaba en pleno aire nuevamente para volar a las manos de su portador.

–Debo decir que diste una gran batalla, Leónidas. Tienes mis felicitaciones por eso y espero ver cómo te haces más fuerte un día –. Dijo el Bakugan Haos mientras alzaba su martillo más arriba del nivel de su cabeza –. Pero, por ahora, esta pelea termina aquí.

Un grito salió de lo más profundo de Nick y Ángel cuando vieron el martillo partir de su punto inicial, mirando a los cielos, para aventurarse en una búsqueda definitiva por terminar la batalla finalmente.

Lamentablemente, ambos gritos de horror cayeron en oídos sordos cuando el martillo de guerra colisionó de lleno con el pecho de Leónidas, agrietando el pecho de su armadura y provocando que una serie de fragmentos se dispersaran en el suelo.

El azote del martillo había caído con tanta fuerza, que no solo calló cualquier sonido que Leónidas pudiera emitir, sino que obligó al enorme cuerpo de Leónidas a rebotar violentamente y quedando suspendido en el aire, mientras un mar de sangre salía de su boca.

–¡LEÓNIDAS!

Antes de que el gran cuerpo del dragón oscuro cayera nuevamente al suelo, un aura de luz púrpura cubrió completamente su silueta antes de deformarla y convertirla en una pequeña esfera.

Indicador de vida de Nick: 0%.

Tal como se había acordado con el príncipe, la batalla concluyó en el momento en que Leónidas cayó a los pies de su compañero.

Fue entonces cuando el tiempo retomó su curso natural y se pudo escuchar claramente el crepitar de las llamas que los rodeaban, de los escombros cayendo al suelo y las alarmas de los pocos autos que aún funcionaban emitiendo pitidos estridentes que avisaron a Nick que el encuentro había finalizado.

Qué habían perdido.

Envolviendo a su compañero entre sus manos enguantadas, Nick acarició suavemente a Leónidas con la punta de su dedo índice, temiendo daños permanentes en su mejor amigo.

–Leo, ¿te encuentras bien, grandulón? –. Preguntó Nick con angustia.

–Háblanos, mi amor –. Pidió Ángel mientras Wolf se acercaba a su figura paterna.

–Yo… estoy bien… lamento no haber podido detenerlos –. Se disculpó Leónidas apenado.

–Descuida, hicieron todo lo posible –. Consoló Julie al Bakugan con una pequeña sonrisa.

De pronto, una serie de pasos los sacaron de su charla. Después de obtener la victoria que claramente esperaban, los gundalianos se acercaron a los terrícolas, algunos con un semblante serio y otros con una más burlón.

–En todo el tiempo que llevamos luchando, ustedes le han dado más batalla al Invictus Baltasar Haos que muchos otros oponentes a los que nos hemos enfrentado. Bajar su nivel de poder en 500 puntos no es algo muy común –. Comentó el Príncipe Freidr con una pequeña reverencia –. Ahora, si pudieran acompañarnos sin ofrecer resistencia, estaríamos muy agradecidos.

Qué hablara con tanta propiedad resultaba gracioso, era un contraste grande con el peleador fiero que había amenazado con destruir un mundo. Parecía que el príncipe tenía facilidad para dejarse llevar por la adrenalina y mostrar un rostro poco común en él.

Sin embargo, si creía que en verdad iban a rendirse únicamente porque él se los pedía de forma cortés, estaba muy equivocado. Aún tenía a Colmillo al alcance de su mano, tal vez no podría huir de estos sujetos, pero al menos podría darle a Julie la oportunidad de escapar.

No se hacía ilusiones de salir victorioso de aquí, no después de perder la batalla con Leónidas y destruir el centro de la ciudad en el combate. Sin embargo, aún podía darle la a Julie la oportunidad de salir de aquí, de evitar que compartieran el destino que los aguardaba en las manos de sus enemigos.

–No lo hagas, terrícola –. Advirtió la chica, Elena, al lado del príncipe.

Ignorando la petición de la traidora de Neathia, Nick movió lentamente su manos hasta la empuñadura de su ninjato mientras envolvía a Leónidas y a los chicos en su mano libre.

–Julie… –. Llamó Nick levantándose lentamente.

Con un movimiento rápido, el peleador arrojó a sus Bakugan a la peliplata mientras pasaba a sostener su espada con las dos manos y gritaba una instrucción clara y fuerte, una que logró cubrir el campo de audición de todos los presentes, incluso con los sonidos que ahora recorrían la devastada zona.

–¡CORRE!

Registrando rápidamente las palabras del pelinegro en su mente, Julie comenzó una veloz carrera en la dirección opuesta a la nueva confrontación que estaba por darse entre Nick y los invasores.

Para el peleador, era obvio que Julie no quería dejarlo solo contra estos sujetos, pero también entendía que se habían agotado las opciones y este era el único modo de salvar a los pocos que aún tenían alternativa.

Por desgracia, estaba claro que el tal Freidr tenía algo más en mente.

–¡Elena, no dejes que huyan! –. Ordenó el príncipe mientras desenvainaba su espada.

Siguiendo la orden de su líder, la neathiana sacó un pequeño cuchillo de la parte trasera de su muslo antes de arrojarlo con gran precisión a la pierna de Julie.

Un grito estridente se escuchó desde la distancia, el pequeño objeto había logrado penetrar la carne de la peleadora lo suficiente como para clavarse en su pantorrilla derecha, provocando que delgados ríos de sangre cayeran desde una mancha rojiza que pintó su pantalón blanco. Todo mientras la chica caía de rodillas al suelo, cubriéndose con una capa de polvo y ceniza.

–¡Julie! –. Exclamó Nick con preocupación, desviando la mirada.

Un veloz corte ascendente partió la distancia con el pelinegro, uno que Nick apenas fue capaz de detener al levantar a Colmillo lo suficiente como para que la herida que quedó en el camino de la acción se limitara únicamente a una alargada marca en su camisa negra.

Tan solo desenvainando su espada, Freidr había logrado dar el primer golpe de su nueva batalla.

–Diste una gran pelea y te felicito por eso, humano. Pero tienes que aceptar que esto se acabó –. Dijo el príncipe apuntando con su arma.

–Permítame encargarme de este asunto, Alteza. Yo mismo me aseguraré de que se rinda –. Ofreció Dairus a su príncipe.

–No, esta batalla terminó –. Negó el príncipe con autoridad antes de devolver su atención el humano –. Nick, créeme que no quiero hacer esto todavía. Por favor, te pido que te entregues sin oponer resistencia. Ahórrate este dolor y piensa en tu amiga herida.

Sus palabras, pronunciadas con un tono tan calmo y hasta amable, parecían ser casi como una promesa sincera de impedir más daños de los que ya habían sido efectuados. Sin embargo, no podía creerle, no a estos sujetos después de todo lo que habían hecho y lo que les faltaba por hacer. Tenía que pelear, tenía que intentar detenerlos. Tal vez, solo tal vez, Julie aún podría escapar de esto con Leónidas y los demás a salvo.

Batallando con el miedo que comenzaba a erizar su piel debajo de su ropa deteriorada, Nick levantó su ninjato nuevamente en clara señal de desafío, luchando con el impulso de tragar la saliva que se había acumulado en su garganta.

En respuesta, Freidr solo emitió un suspiro lleno de aparente pesar antes de imitar la acción de su oponente.

–Si sirve de algo, créeme que en verdad lamento esto, Nick.

De pronto, una veloz sucesión de ataques provenientes de distintos sitios cayó sobre Nick de parte de la espada recta. Por arriba, por abajo, por los lados, en diagonal, Freidr no dejaba de atacar al blandir su espada con gran maestría.

La hoja del príncipe era más gruesa y tenía mayor alcance que Colmillo, lo que obligaba a Nick a moverse más para bloquear la ofensiva del gundaliano. Por supuesto, la fuerza que respaldaba tales ataques también era superior y obligaba al Peleador Darkus a retroceder.

Entonces, un veloz corte descendente cayó hacia la cabeza de Nick, el cual no tardó un solo segundo en alzar su ninjato en posición horizontal para detener la espada del príncipe antes de que pudiera lograr un ataque devastador.

El azote de la hoja más grande provocó que Nick se estremeciera al ritmo en que su propia espada lo hizo, temblando ligeramente del mismo modo que su hoja al recibir el golpe.

Por otro lado, al verse obligado a levantar sus brazos para bloquear el ataque del gundaliano, el pecho de Nick quedó expuesto; dándole a Freidr la oportunidad de patearlo y obligarlo a retroceder.

–Elena, asegura a la humana y a los Bakugan. No dejes que escapen. Yo me encargaré de esto –. Indicó el príncipe a su subordinada.

–Como ordene, Su Alteza.

Al escuchar tales palabras, Nick no dudó en regresar una vez más a la batalla dando un salto con una patada frontal hacia el rostro del príncipe.

Sin embargo, antes de que el ataque pudiera dar en su objetivo, Freidr se movió con agilidad de su sitio a un lado para evadir el golpe de su enemigo, provocando que éste aterrizara a su lado.

Tomando la oportunidad de atacar, el príncipe se movió rápidamente con un nuevo corte descendente dirigido a la espalda de su objetivo. Pero Nick sería más rápido esta vez al enviar su propio ataque con Colmillo, chocando las espadas en un destello que soltó chispas por el choque de los metales antes de que las hojas quedaran mirando al suelo.

En un movimiento veloz, Nick soltó una mano de su ninjato para estrellar su codo contra el rostro del príncipe, dando un golpe perfecto a su mejilla y obligándolo a mirar a otro sitio.

Listo para terminar la batalla en un movimiento veloz, Nick giró una vez más a Colmillo para tratar de apuñalar al príncipe en una pierna con la intención de inmovilizarlo.

Sin embargo, antes de alcanzar su objetivo, un fuerte puñetazo cayó sobre la mejilla de Nick, uno que lo hizo retroceder mientras se limpiaba la sangre que comenzaba a salir de su boca.

Quedando un par de metros de distancia debido a la gravedad del ataque recibido por parte del príncipe, Nick pudo ver con claridad como, detrás de su enemigo, la chica neathiana regresaba al lado de sus compañeros con una desesperada Julie en su hombro; mientras sostenía a Leónidas y a los demás en su mano libre.

–¡Suéltalos! –. Exigió el peleador desde la distancia.

Precipitándose hacia la mujer que retenía a sus amigos, Nick levantó su ninjato con toda la intención de liberarlos. Sin embargo, antes de que pudiera llegar a su objetivo, el príncipe gundaliano se puso en medio una vez más con su espada brillando a la luz de la luna.

De pronto, en un sorpresivo movimiento, Freidr pateó el suelo a sus pies, levantando una gruesa nube de polvo a los ojos de Nick, cegando al Peleador Darkus y obligándolo a cubrirse los ojos mientras retrocedía.

Momentáneamente ciego y aturdido, Nick solo pudo registrar una frase de parte de sus amigos desde la lejanía.

–¡Nick, cuidado!

Abriendo ligeramente los ojos, lo primero que el pelinegro pudo divisar fue la silueta del Príncipe Freidr emergiendo de entre el polvo con un salto y una rodilla en alto, una que se estrelló con fuerza en su rostro.

Presa del empuje de este devastador golpe, Nick cayó de espaldas al suelo, adolorido mientras sostenía el moretón que se había formado en su rostro, mientras la hoja del príncipe se posaba en su cuello.

–Se acabó, Nick. No quiero herirte, así que ríndete ya –. Exigió el gundaliano.

–¿Rendirme? ¿Después de todo lo que han hecho? –. Cuestionó Nick con incredulidad.

–Te lo estoy pidiendo, Nick. Si quisiera, podríamos destruir toda esta ciudad y las personas que las habitan para lastimarte. Pero no tengo ese objetivo, no todavía –. Dijo el príncipe alejándose ligeramente –. Ven con nosotros sin oponer resistencia y hablaremos, creo que ambos tenemos preguntas por responder.

Su oferta era tentadora en cierto modo. La oportunidad de dar una respuesta a todas las preguntas que sus pesadillas habían dejado en la profundidad de su mente era una excelente propuesta. Pero no podía aceptarla, después de todo lo que estos sujetos habían demostrado ser capaces de hacer con tal de lograr sus propósitos, estaba claro que no podían confiar en ellos y ayudarlos a lograr su meta podría ser un grave error.

Podía darles un sentido a sus pesadillas después, podría arrojar una nueva luz sobre los monstruos que lo perseguían en ellas en circunstancias diferentes. Ahora, tenía que encontrar el modo de parar a estos invasores y ayudar a Julie y a los demás a escapar. Ahora, tenía que tener en claro que no podía confiar en estos sujetos.

Moviendo su ninjato para apartar la hoja del príncipe, Nick giró con agilidad antes de recomponerse posando las manos en el suelo para impulsarse lo suficiente y levantarse una vez más para consternación del príncipe.

–Muy bien. Si quieres hacer esto, te daré gusto –. Asintió el príncipe mientras giraba su espada para que la hoja quedara pegada a su antebrazo.

Precipitándose nuevamente hacia su enemigo, Nick lanzó una estocada con ambas manos en la empuñadura de su espada hacia el príncipe. Sin embargo, éste no demoró en esquivar el movimiento tan solo dando un paso hacia un costado, dejando que el estómago del peleador quedara expuesto y aprovechando el momento para azotar su rodilla en él.

Nick retrocedió adolorido por el golpe. De alguna forma, Freidr había puesto mucha más fuerza en el golpe y ahora Nick era perseguido por la sensación del impacto, aún persistente en su estómago.

Frustrado, Nick lanzó una vez más la hoja de Colmillo sobre su oponente, pero para éste sería sumamente fácil detener el ataque con el brazal de su armadura y desviar la espada hacia el suelo, dañando el balance del adolorido peleador.

En un movimiento rápido, Freidr dio una nueva patada en un costado del pelinegro, empujándolo un par de metros y obligándolo a dejar su espada atrás mientras sostenía la zona herida de su cuerpo.

De pronto, el mundo de Nick se volvió borroso, los golpes recibidos comenzaron a afectarlo más de lo que había imaginado y ahora batallaba por mantenerse de pie mientras se tambaleaba, tratando desesperadamente de recuperar el equilibrio.

–¿Qué sucede? ¿Ya no quieres pelear, humano? –. Cuestionó el príncipe con veneno en su voz –. Tal vez Elena pueda ayudarte a recuperar la determinación.

Seguido de las palabras del gundaliano, la chica neathiana jaló el largo cabello plateado de la morena, exponiendo su cuello mientras posaba el filo de su cuchillo manchado de sangre en su cuello.

–¿¡Qué están haciendo!? ¡Déjenla! –. Exigieron los Bakugan en un intento de liberarse.

–Si Takahashi no pelea, Elena le cortará el cuello a su amiga y luego colgaremos el cadáver en un lugar tan alto,bque los demás Peleadores puedan verlo desde las afueras de esta ciudad –. Declaró el príncipe con furia –. Traté de posponer esto, pero adelantaré tu tortura si es necesario, Nick. ¡Pelea!

Las buenas intenciones y las palabras llenas de simpatía y comprensión habían desaparecido completamente. Ahora, no quedaba más que severidad y una clara falta de interés por las vidas que perjudicaban, todo bajo una promesa de muerte que se bañaría en las lágrimas de Julie.

–Nick… –. Llamó Julie con ojos cristalinos y un hilo de voz.

Esa expresión no era propia de Julie. Esa desesperanza y tristeza, esa falta de alegría y espíritu no era algo digno de ella. Tener delante esa imagen no hizo más que encender el fuego de la batalla en el corazón de Nick, uno que debía impulsarlo a ganar esta batalla, a someter a su enemigo y usarlo para liberar a Julie y a los demás.

Por desgracia, el fuego de su ira no podía compararse con el hielo en el corazón de Freidr.

Dio un nuevo ataque en la forma de un gancho derecho, pero lo único que Nick logró con eso fue ver como el príncipe evadía el ataque y propinaba un puñetazo en las costillas expuestas del peleador, obligándolo a retroceder.

Usando estos segundos de ventaja, Freidr se abalanzó sobre Nick nuevamente, dando dos ganchos con ambas manos al rostro del terrícola, provocando que éste retrocediera con una visión borrosa y dando la oportunidad al gundaliano de dar otro golpe a su estómago.

–Pelea, humano.

Adolorido, Nick se encogió con dolor antes de que su cuello fuera bruscamente sujetado por su contrincante, forzando al Peleador Darkus a levantar la mirada lo suficiente para ver cómo un nuevo puñetazo se precipitaba hasta su rostro con la fuerza suficiente para ponerlo de rodillas en el piso.

–¡Ponte de pie!

Trató de levantarse, seguir con la pelea mientras era acompañado por la voluntad férrea de un Peleador Bakugan. Pero cuando finalmente lo hizo, cuando finalmente logró poner los pies con firmeza en el suelo y reunir la fuerza suficiente para reincorporarse, lo único que Nick pudo ver fue la veloz serie de golpes giratorios que el príncipe estrelló en su rostro usando la empuñadura de su espada.

Parecía que poco le importaba a Freidr cuanto sangraran sus manos, cuan profundos fueran los cortes en sus palmas y sus dedos por sostener su espada como un mazo desde la afilada hoja, lo único que quería ver realmente era el dolor grabado en el rostro de Nick. Y fue esa mirada sádica, que se asomó de forma fugaz en la maltratada visión del pelinegro, la que confirmó dicho presentimiento.

–¡PELEA!

Quiso hacerlo, quiso sobreponerse a la gravedad de la situación y encontrar un modo de librarse de este castigo; pero, lo único que encontró en sus desesperados intentos de lograr dicha meta, fue sentir el último golpe de la empuñadura de la espada golpeando con fuerza su mejilla, tirándolo al suelo con su propia sangre pintando su rostro.

Se había terminado. Y del mismo modo que Leónidas cayó ante Baltasar, Nick cayó ante Freidr, que lo veía victorioso desde las alturas con hielo en su mirada penetrante.

–Quise hacerlo por las buenas, Nick, pero tú prefieres sufrir –. Dijo el príncipe limpiándose la poca sangre del rostro que Nick había logrado sacarle –. Dairus, Lud, asegúrense de que nuestro invitado no sea un problema.

Con sonrisas burlonas, ambos guerreros asintieron en satisfecho acuerdo con las palabras de su príncipe, que se alejaba del campo de batalla para ponerse a un lado de su subordinada y sus rehenes, cambiando de lugar con sus seguidores.

–¡Humano, ten cuidado!

Fue inútil, la advertencia de Vladitor cayó en oídos sordos y maltratados cuando el neathiano de armadura se acercó lo suficiente a Nick para patearlo con dureza en el suelo.

Gracias a la fuerza digna de su raza, el golpe contó con la suficiente fuerza como para enviar volando a Nick hasta el tumulto de escombros más cercano, provocando el crujir de algunos de sus huesos antes de caer al suelo como un costal.

Inmediatamente, Lud se abalanzó sobre su presa, pateando la cabeza del pelinegro como si no fuera más que un balón, azotándola contra las rocas que habían castigado su espalda con dureza.

–¡Basta! ¡Déjenlo! –. Exigió Ángel en la mano de la neathiana.

–¡MALDITOS GUSANOS!

Incluso desde la distancia, Nick pudo ver claramente como Freidr ignoraba la exigencia de Leónidas y Vladitor para sujetarlos tan alto como pudo entre sus dedos, obligándolos a ver como brutalizaban a su compañero sin piedad.

–No se pierdan nada de esto. Quiero que lo vean, véanlo sufrir y ser purificado. Quiero que vean como este dolor lo hará más fuerte de lo que es.

Entre risas sádicas, Lud dio un nuevo golpe a la mejilla maltratada de Nick antes de azotar su rodilla contra la boca del peleador.

Seguido de esto, una nueva patada cayó en el estómago de Nick, presionando con la fuerza suficiente para que el Peleador Darkus escupiera un río de sangre de su boca, pintando la bota del gundaliano; antes de sentir las palmas de su enemigo golpear oídos.

Entre gritos de dolor, Nick ya no pudo ver ni oír nada. En su lugar, lo único que pudo hacer fue sentir como la mano del demente gundaliano sostenía su frente y estrellaba su cabeza una vez más contra los escombros que tenía a la espalda, antes de levantarlo con brusquedad por su rasgada camisa para que quedaran a la misma altura.

De pronto, en un movimiento sorpresivo, Lud lanzó el cuerpo de Nick tan fuerte como pudo a su compañero neathiano, el cual atrapó a Nick con facilidad antes de levantarlo sobre su cabeza como si fuera una especie de trofeo.

Desde las alturas en las que estaba siendo retenido, Nick pudo ver como una serie de civiles, bañados en polvo y sangre, se asomaban asustados y veían con horror como estos brutales invasores alienígenas torturaban sin piedad alguna a uno de los suyos, como lo alzaban para que todos ellos pudieran verlo y como una desesperada Julie les pedía ayuda con temor.

–Por favor, hagan algo –. Suplicó Julie entre llantos.

Nadie respondió. Ya fuera por el temor que recorría sus corazones o el impacto que los mantenía estáticos en su lugar, con rostros llenos de miedo y horror por lo que atestiguaban sus ojos, ningún civil tuvo el valor para aventurarse en un intento osado de salvar a Nick.

Todos ellos demasiado asustados de correr con la misma suerte del peleador y ser víctimas de la ira de estos invasores.

Orgulloso frente a toda la masacre que su batalla con Leónidas había provocado, Baltasar emergió una vez más del hombro de su peleador para asomarse frente a las pocas cámaras que veían la brutal que paliza de la que un indefenso Nick era víctima.

–¡Este es el gran poder del que los Bakugan somos capaces, humanos! ¡Somos mucho más que juguetes o simples compañeros! ¡Somos dioses y esta destrucción no es más que una pequeña parte de nuestro gran poder!

Las palabras del Bakugan Haos salieron con fuerza, aterrorizando a todos los que fueron capaces de escucharlas aún en medio de su veloz carrera lejos del caos. Baltasar no jugaba y no tenía ninguna reserva en sus exitosos intentos de infundir pánico y terror en esta herida sociedad.

Viéndolo con una emoción similar a la pena, un sorprendentemente taciturno Príncipe Freidr tomó a su compañero suavemente en su mano, mientras desviaba la mirada a sus hombres.

–Terminamos aquí, señores. Es hora de volver a Gundalia, ya tenemos lo que buscábamos.

Pocas cosas pudo escuchar Nick después de eso, miles de pasos alejándose a gran velocidad de la arena, gritos de ayuda aterrados y las sirenas de bomberos, policías y paramédicos acercándose tan rápido como sus vehículos lo permitían. Eran algunos de los sonidos que su mente aún lograba registrar mientras batallaba con la inconsciencia.

Sin embargo, antes de que el mundo se volviera negro, antes de los que los llamados de Julie y los chicos se detuviera, y su espalda colisionara con brusquedad en el demacrado suelo de una Tokio devastada, lo último que el peleador logró escuchar fue el llamado de una voz fría y apagada, de una tonada que era constantemente acompañada por el espectro de la muerte y el rugido de una criatura en la lejanía.

–Nicholas…