CAPÍTULO 14:

VISIONES DE TERROR

Gundalia, Castillo Real

Estudio Privado

Gundalia era un mundo extraño, al menos, desde los ojos de alguien cuya única visión del planeta se limitaba a pequeños vistazos por ventanas repartidas por el castillo del enemigo. Por lo poco que Nick había podido ver desde la lejanía, Gundalia era un mundo oscuro, ya habían pasado alrededor de 24 horas desde su secuestro y aún no podía divisar un amanecer. Aunque, pensándolo bien, era difícil hacerse a la idea de uno estando encerrado en una fortaleza de este tamaño y sin grandes posibilidades de escapar.

El solo pensamiento de su situación hizo que el pelinegro se permitiera volver a la realidad, aquella en la que sentía el dolor de varios de sus huesos rotos impidiéndole moverse con libertad. Los gundalianos le habían limpiado la sangre que había quedado en su cuerpo y le habían dado una muda de ropa nueva, conformada por una oscura camisa sencilla y unos pantalones negros, justo después de quemar las prendas originales. Por lo que tenía entendido, solo su chaqueta marrón y sus botas negras habían sobrevivido.

En otras circunstancias, se habría alegrado de no tener más tiempo la incómoda chaqueta que Dan le había obsequiado, pero, ahora mismo, no podía evitar extrañarla; en cierto modo, lo hacía sentir conectado con sus amigos y familiares. Estando cubierto únicamente por la frágil tela oscura que los gundalianos le habían dado, no podía evitar sentirse indefenso. Probablemente era una sensación absurda, pero no podía evitarlo y mucho menos estando en estas circunstancias.

Dos guardias del castillo lo sujetaban de los brazos mientras lo arrastraban por un largo corredor hasta una puerta grisácea con un grabado que Nick no pudo reconocer. Las múltiples heridas que los hombres del Príncipe Freidr habían dejado en su cuerpo le impedían caminar cómodamente y requería de ayuda para poder desplazarse entre los numerosos corredores y habitaciones repartidas por el castillo. Sus piernas estaban bien, pero tenía varios vendajes cubriendo su torso bajo su camisa y aún le dolía la cabeza por los numerosos golpes recibidos por culpa del tal Lud.

En estas circunstancias, en la soledad de sus pensamientos, Nick se permitía reconocer que estaba asustado. No sabía nada de Julie y solo podía temer que le hubieran hecho algo malo, no sabía nada de Leónidas y los otros Bakugan, y su maldito dolor de cabeza no lo dejaba escuchar la voz de su compañero o de Vladitor. Todo esto le provocaba temor, pero esa sensación no se comparaba en lo más mínimo con la preocupación y la incertidumbre que recorría su cuerpo al estar en el interior del cuarto al final del pasillo.

Le daba miedo todo lo que estos sujetos pudieran hacerle a Julie, todo lo que le estuvieran haciendo a Leónidas y a los demás, pero nada le provocaba tanto temor como la idea de enfrentarse una vez más al Príncipe Freidr y a sus hombres en la soledad de este pequeño estudio.

Cuando las puertas se abrieron de forma automática al sentir tres presencias acercándose, Nick pudo divisar un pequeño cuarto carente de ventanas y rodeado por lo que parecían ser duras paredes metálicas, escondidas ligeramente por varias estanterías repartidas por la zona, las cuales se encontraban llenas de distintos tipos de libros que llegaban hasta el techo. Al costado de la habitación se encontraba una mesa de tamaño mediano, hecha de lo que parecía ser madera. Y, sirviendo como testigos de todo lo que podría ocurrir en esta habitación, una serie de alargados bombillos colgaba del techo, puestas de forma perfectamente simétrica con los alargados espacios que recorrían la estructura.

De pequeño, Nick solía tener una gran fascinación por las bibliotecas y toda la información que éstas pudieran ofrecerle, esta no era la excepción. Parte del pelinegro deseaba explorar un poco de este sitio y averiguar todo lo que le fuera posible acerca de Gundalia. La oportunidad de aprender más acerca de la cultura y la historia de un mundo desconocido era demasiado tentadora como para dejarla pasar, pero fue la voz que provino a sus espaldas, acompañada por cuatro distintivas siluetas lo que destruyó todo rastro de alegría para Nick en estos momentos.

–Luces.

Siguiendo la instrucción de una sola palabra, las luces colgadas en los techos brillaron con intensidad, dando una visión perfecta de todo lo que rodeaba la habitación. Por desgracia, lo primero que Nick vio cuando su visión terminó de aclararse fue la imagen del príncipe de este planeta adelantándose al frente de la habitación con su séquito a sus espaldas.

–Agradezco su ayuda, caballeros. Ya pueden retirarse –. Dijo el líder del grupo con un pequeño asentimiento.

–Fue un honor, Alteza –. Respondieron los guardias con una reverencia.

Inmediatamente, ambos guardias soltaron los brazos de Nick, provocando que el pelinegro se viera obligado a reaccionar a tiempo para posar sus manos en el piso y que su cuerpo no se estrellara con fuerza contra el suelo.

Siendo arrastrado por ambos sujetos, Nick pudo ver la poca firmeza con la que sostenían sus lanzas o la falta de una postura perfecta al caminar. No tenía duda de que debían ser tan jóvenes como él mismo, pero con una gran inexperiencia en el combate. Si tuviera que adivinar, diría que eran soldados jóvenes que creían ciegamente en la causa de su invasión.

Por desgracia, esa ingenuidad no era el caso con el sujeto que tenía delante ahora mismo.

–Disculpa las molestias, Nick. Queríamos infligirte el daño suficiente para que Kazarina no te pusiera las manos encima sin nuestro permiso, pero tal vez nos excedimos –. Se disculpó el príncipe mientras se agachaba.

Sorprendentemente, Nick sintió como las manos del gundaliano de cabello grisáceo rodeaban sus axilas para ayudarlo a ponerse de pie, tomándose el tiempo necesario para garantizar que el terrícola pudiera posar sus pies nuevamente en el suelo.

Las conductas de Freidr eran extrañas. Nick lo había visto en la Tierra, el príncipe parecía presumir de la conducta esperada de alguien en su posición, hablando de forma educada y evitando palabras vulgares incluso en la batalla; pero también tenía un lado violento escondido, uno que lo llevó a dar luz verde a la brutalidad con la que sus hombres habían actuado para someter a Nick. No sabía que pensar exactamente de estos sujetos, pero tenía que tener en cuenta que eran impredecibles y muy peligrosos.

–Lud, prepara una silla para nuestro invitado –. Ordenó con cordialidad Freidr mientras a guiaba a su enemigo hasta la mesa del estudio.

Siguiendo la orden, el gundaliano de ojos verdes emitió un bufido mientras jalaba la silla más cercana a un lado, dándole a Nick el espacio para sentarse. Al mismo tiempo, los neathianos, Dairus y Elena, tomaron asiento un poco más lejos de la mesa mientras conversaban en voz baja, a sus lados; la lanza y los cuchillos de ambos reposaban con seguridad en una de las repisas repartidas por la habitación.

Por sí solos, eran sujetos bastante impresionantes. Sin embargo, lo que llamó la atención de Nick esta vez no fue solo su apariencia o sus armas, sino la presencia de lo que sin duda debían ser Bakugan posados tranquilamente en el hombro de cada invasor.

Ya conocía bien al Baltasar Haos, pero ahora podía ver con detalle como los neathianos sostenían una charla en voz baja con lo que parecía ser un Bakugan Subterra en la mano del hombre y otro de atributo Aquos sentado en el muslo de la chica. Al mismo tiempo, un Bakugan Ventus se asomaba con curiosidad desde el hombro del gundaliano de ojos verdes.

–Maestro Takahashi –. Dijo Lud con falsa cordialidad mientras mostraba la silla.

Optando por ignorar la burla de su subordinado, Freidr ayudó a Nick a acercarse al espacio disponible en la mesa mientras el guerrero ojiverde empujaba la silla para el Peleador Darkus.

Sintiendo el duro borde de madera tocar la parte posterior de sus rodillas, Nick se vio obligado a tomar asiento con cuidado mientras la mano del príncipe reposaba en su hombro, empujándolo con cuidado al cojín que aguardaba en la silla antes de alejarse para tomar asiento delante del pelinegro.

–Antes de empezar, creo que debería entregarte esto –. Avisó el príncipe antes de tomar asiento.

A diferencia de sus hombres, Freidr había optado por cambiarse de ropa, descartando la armadura que había portado en la Tierra para usar en cambio unas túnicas negras con borde blanco que descendían hasta el nivel de sus pies, aún cubiertos por un par de botas que se refugiaban tras la punta de los bordes.

Aventurando su mano al interior de sus prendas, el príncipe sacó su puño cerrado nuevamente, pero dejando ver una pequeña cadena colgando de entre sus dedos.

–Creo que los tres tienen preguntas, así que preferiría que estén aquí juntos –. Comentó el gundaliano abriendo su mano y dejando ver lo que escondía.

Descartando su forma de esfera, Leónidas Darkus se reveló en la mano de su captor antes de saltar con alivio y alegría hasta su compañero mientras llamaba su nombre. Inmediatamente, Nick posó sus manos a la altura de su rostro, dejando que su mejor amigo reposara en la palma de sus manos sim importar el dolor que tal acción trajo a su herido cuerpo.

–Nick, ¿te encuentras bien? –. Preguntó el Bakugan Darkus con preocupación.

–Estoy bien, Leo, no te preocupes por mí. ¿Cómo están ustedes? –. Respondió el terrícola con preocupación.

–No lo sé, no hemos visto a Ángel ni a los demás –. Respondió el dragón con pesar.

–Lo último que recordamos es estar encerrados en un pequeño espacio oscuro –. Dijo Vladitor con toda la tranquilidad que pudo.

Está bien, los encontraremos eventualmente. Me alegra ver que se encuentran bien, Vlad –. Dijo el peleador ocultando su pesar por sus amigos.

Digo lo mismo, humano –. Respondió el Bakugan incorpóreo.

De pronto, el sonido de las patas de madera de la silla delante suyo hizo que Nick reaccionara, provocando que el Peleador Darkus mirara una vez más al frente, donde el príncipe tomaba asiento y donde el pequeño colgante que Elisa había hecho para él reposaba tranquilamente.

–Los médicos quisieron deshacerse de él, pero lo rescatamos a tiempo –. Dijo el príncipe señalando la cadena.

–¿Por qué lo hicieron? –. Cuestionó Nick con confusión.

–Entendemos el valor sentimental a los objetos, terrícola. Imaginamos que te gustaría conservar este –. Respondió Dairus desde la distancia por su príncipe mientras revisaba la hoja de su lanza.

–Te ves muy feliz en esa foto, Nicholas. Creímos que deshacerte de algo así debía ser tu decisión –. Respaldó Elena a su compañero –. Por cierto, ¿quién es la chica? No te ofendas, pero no pareces del tipo sonriente.

–No es nadie, solo es un recuerdo –. Respondió Nick rápidamente.

Normalmente, negar su relación con Elisa no era propio del pelinegro. Estaba orgulloso de su vínculo con su novia, pero no se atrevería a decir la verdad sobre ella estando rodeado de enemigos. Sería mucho más seguro si todos estos sujetos pensaban que su rubia ya no existía. Lo último que necesitaba era que estos sujetos se aventuraran a Vestal para convertirlo en un nuevo Tokio.

Captando la atención del neathiano más grande, Nick se sintió un poco intimidado y se encogió ligeramente en su silla al ser el receptor de la mirada fija del guerrero, que desvió la atención de la lanza para verlo fijamente.

–¿Murió? –. Preguntó el guerrero neathiano con curiosidad.

–Sí… murió… –. Mintió Nick sin saber que más decir.

–Lo lamento –. Se disculpó el hombre antes de regresar su atención a su arma.

Con una aparente risita tratando de escapar de sus labios, Elena bajó la mirada mientras se tapaba la boca con el dorso de la mano antes de agacharse para recoger un libro que había dejado olvidado en el suelo.

Retomando la palabra, el Príncipe Freidr se reacomodó en su silla para dirigir brevemente su atención a sus soldados neathianos.

–Creo que no nos hemos presentado apropiadamente, Nick –. Comenzó el príncipe señalando a sus compañeros neathianos –. Ya conocieron a mis colaboradores, Dairus, y su hija, Elena. Cuando la última guerra civil estalló en Neathia, ellos huyeron de su mundo y yo los acogí como parte de mi equipo.

Ante las afirmaciones del príncipe, ninguno de los guerreros referidos se inmutó y siguieron enfocados en sus tareas. Sin embargo, gracias a la ausencia del casco que tapaba las facciones del hombre, Nick pudo ver con claridad como el rostro de Dairus decaía de forma sutil mientras una sombra amenazaba con tapar su rostro. Las mejillas grandes del guerrero se escondieron en la oscuridad, al igual que sus grandes ojos mirando al suelo, sus labios se cerraron en una delgada línea cubierta por el pelo de su barba y su cabello castaño cubrió parte de su rostro como un velo.

Su hija, Elena, no se veía muy diferente. Bajó su mirada al suelo de forma repentina, borrando rápidamente los rastros de burla que habían decorado su rostro para reemplazarlos con el espectro del pesar y el distanciamiento. Parecía perdida en sus cavilaciones y ni siquiera el libro que sostenía en sus manos la hacía regresar a la realidad que tenía a su alrededor.

Sorprendentemente, para ambos guerreros, lo único que pareció medianamente capaz de hacerlos reaccionar fueron las palabras inaudibles de los Bakugan que tenían delante.

–Y ellos son sus compañeros, Belftan Subterra y Yamui Aquos. Originalmente, ellos también iban a acompañarnos a la misión a la Tierra, pero preferimos no abrumarte –. Dijo el príncipe antes de retomar su presentación, mirando a su último subordinado –. Y ya conociste a Lud, mi asociado más antiguo, y a su compañero, Elfar Ventus.

–Humano, debo decir que pensé que serías más alto –. Dijo el Bakugan Subterra con cierta agresividad.

–Belftan, no seas irrespetuoso con uno de los invitados del príncipe. Es un placer conocer a los herederos de Lord Vladitor –. Dijo Yamui Aquos saltando al hombro de su compañera.

–Eso no significa nada, Yamui. Por lo que sabemos, fueron escogidos por necesidad, no por libre elección. Si son los dignos herederos de Vladitor, tienen que demostrar estar a la altura del antiguo Señor de los Bakugan –. Argumentó Elfar Ventus poco impresionado.

–Lo están –. Dijo una voz de repente.

Tomando la declaración como una especie de señal, el Príncipe Freidr descubrió ligeramente su manga, dejando ver una especie de marca en forma de un símbolo muy similar al que Nick había visto grabado en la puerta del estudio.

De pronto, un pequeño resplandor blanquecino salió del borde de la prenda del príncipe, dando paso a la figura de un Bakugan que tanto Nick como Leónidas reconocían muy bien gracias a los acontecimientos de las últimas horas.

Incluso estando en su forma de esfera, Baltasar Haos transmitía un aura de imponente autoridad delante de sus compañeros Bakugan, una que lo ponía por delante de todos los demás en la habitación que no fueran el príncipe de este planeta.

–Nicholas, Leónidas, Vladitor, es bueno ver que se encuentran en condiciones favorables –. Saludó con cortesía el líder de estos Bakugan antes de continuar –. Aunque se vieron obligados a usar varias de sus mejores cartas, estos sujetos fueron capaces de devolver mi Haos Máximo. No los subestimen y mucho menos ahora que están aquí.

Las palabras del Bakugan causaron cierta conmoción entre sus compañeros, parecía que ninguno podía creer completamente que Leónidas hubiera sido capaz de parar el ataque del compañero del príncipe. Belftan negó con asombro al escuchar tal declaración, mientras Elfar y Yamui analizaban con detenimiento a los miembros de los Peleadores Bakugan.

–Lud, ¿eso es cierto? –. Cuestionó Elfar a su compañero.

–Lo es, lo vi con mis propios ojos. Son más fuertes de lo que parecen –. Afirmó el gundaliano mencionado con desinterés.

–Entonces, eso significa que ha interiorizado el poder de Vladitor a un punto que no teníamos previsto –. Comentó Belftan con asombro.

–¿Cree que estén listos para el siguiente paso, Alteza? –. Preguntó Yamui al príncipe con curiosidad.

–Aún no. Son fuertes, pero tienen mucho por delante –. Respondió Freidr con firmeza.

Sus palabras eran confusas, Nick no podía entender a qué se referían exactamente. Hablaban como si fuera su responsabilidad estar informados de los extraños temas que estaban tratando, pero no podía sentirse más ajeno a sus declaraciones.

No entiendo de que están hablando –. Comentó Leónidas con confusión.

Ni yo, hablan como si dieran por sentado que sabemos tanto como ellos –. Dijo Vladitor en las mismas condiciones.

Irritado por la forma en que estos sujetos parecían tratar de tomarles el pelo, Nick dio a reconocer su presencia una vez más, fingiendo el mejor estado físico que le fue posible en sus deplorables condiciones.

–Es suficiente, gundalianos. No sabemos de qué rayos están hablando. Nos trajeron aquí porque prometieron contestar nuestras preguntas y no nos han dicho nada claro hasta el momento. ¿Quiénes son? ¿Cómo conocen a Vladitor y saben tanto de nosotros? ¿Dónde están nuestros amigos y cómo podemos estar seguros de que no les han hecho daño?

Pronunciar cada palabra con su cuerpo tan maltratado fue un martirio, solo respirar después de su pequeña serie de preguntas se tornaba difícil, pero no podía flaquear en su temple ahora. Necesitaba transmitir la imagen más poderosa que le fuera posible, incluso en su precaria situación.

Por desgracia, su reacción atrevida había logrado activar un impulso defensivo en el gundaliano sentado junto al líder de este extraño grupo.

–¿¡Te atreves a dirigirte de ese modo al Príncipe Freidr!? –. Exclamó el hombre con ira antes de azotar la mesa con la palma de su mano.

Lud pareció querer arremeter en ese mismo instante, listo para lanzarse sobre su presa con sus colmillos visibles apuntando a su cuello. Sin embargo, antes de poder lograrlo, la fuerte mano del peligris alcanzando su hombro logró detener al ojiverde en su avance.

–Calma, Lud, es normal que se sienta así. Tiene razón, no hemos sido muy claros –. Defendió el príncipe al Peleador Darkus.

–Pero, Alteza… –. Trató de objetar Elfar antes de ser interrumpido.

–Está bien. Después de todo lo que le hicimos a su mundo, podemos perdonarle esto –. Repitió el gundaliano de cabello claro antes de centrar su atención en los terrícolas nuevamente –. Tienes razón, Nick, no hemos sido claros con ustedes y merecen respuestas. Así que, adelante, pregunten lo que deseen –. Permitió el hombre antes de levantarse.

Recorriendo la sala hasta las estanterías del lado opuesto, Freidr se acercó a una de las vitrinas más altas en la estantería más lejana de la mesa, pasando sus dedos por los numerosos libros que decoraban la repisa hasta dar con una en específico.

Viendo el silencio perfecto para comenzar con sus numerosas preguntas, Leónidas fue el primero en dar un paso al frente para realizar el primer cuestionamiento.

–¿Dónde están nuestros amigos? –. Comenzó el dragón oscuro con firmeza.

–Tu pareja y sus amigos se encuentran bien, Leónidas. En estos momentos, aguardan en el ala médica bajo la vigilancia guardias cuidadosamente elegidos por el Príncipe Freidr –. Respondió Baltasar mientras su compañero regresaba a la mesa.

–En cuanto te recuperes de las heridas que mis colaboradores te infligieron, se hospedarán en una celda junto a los humanos reclutados en el Interespacio Bakugan –. Avisó Freidr tomando asiento nuevamente.

En las manos del príncipe se encontraba un pequeño libro oscuro con hojas amarillentas que delataban el paso del tiempo. La carátula desgastada del objeto se asomaba tímidamente detrás de los dedos grisáceos del miembro de la realeza.

Con un pequeño movimiento del príncipe, el objeto se encontraba firmemente acostado sobre la dura madera de la mesa, posado específicamente delante de los gundalianos, a la vista de ambos terrícolas.

–Pregunten por mi pasado. Quiero saber cómo es que estos tipos me conocen –. Recomendó Vladitor con sospecha.

Reacomodándose en su asiento nuevamente, esta vez fue Nick quién aportó una pregunta a este extraño intento de interrogatorio en el que se encontraban en completa desventaja.

–¿Cómo saben tanto de Vladitor? Nunca hablamos nada de él con Ren, era un secreto guardado únicamente entre los Peleadores hasta que llegaron ustedes –. Dijo Nick mirando a sus captores.

Para este punto, el pelinegro sujetaba con fuerza el colgante de Elisa entre sus manos desnudas. Sus extremidades superiores se encontraban escondidas bajo la mesa, ocultando el sutil temblor que sus manos empuñadas trataban de disimular.

–Es una historia bastante larga. Para hacerlo simple, Vladitor es una antigua historia que tenemos en Gundalia. Abundan las leyendas acerca del difunto Señor de los Bakugan, que buscó expandir sus conquistas y fue sentenciado a una dimensión remota por guerreros elementales que lo dieron por muerto –. Respondió el príncipe reacomodando sus túnicas.

–Eso no nos dice mucho –. Dijo Leónidas con escepticismo.

Ante sus palabras, el príncipe gundaliano solo emitió una pequeña sonrisa, como si ya esperara una declaración así por parte de alguno de los compañeros.

–Lo sé, pero esperaba que pudiéramos centrarnos en otro tema antes –. Respondió el hombre aventurando su mano para tomar el libro nuevamente.

Desde el otro lado de la mesa, Nick vio como su principal captor pasaba de forma veloz las numerosas páginas que conformaban el pequeño objeto, deslizando sus ojos de izquierda a derecha mientras buscaba una hoja en específico.

–Creo que les dijimos en la Tierra que nuestras pesadillas se parecen, ¿no es cierto? –. Comentó Baltasar mirando a los terrestres.

–Sí, lo dijeron –. Asintió Nick en respuesta.

Inmediatamente, los recuerdos de las descripciones exactas de los terrores que moraban en sus mentes cuando tan extrañas pesadillas los perseguían en las noches invadieron la mente del Peleador Darkus.

Una parte de Nick y Leónidas quería averiguar más sobre la relación de Vladitor con estos sujetos, pero la oportunidad de darle un sentido a sus terrores nocturnos se imponía con firmeza en sus mentes. Esas pesadillas llenas de caos y muerte habían tomado un lugar alto en su lista de prioridades, y no querían descuidar en lo absoluto la oportunidad de entenderlas mejor.

De pronto, en un parpadeo, el Príncipe Freidr deslizó el libro abierto en sus manos por la superficie plana de la mesa para que quedara al alcance de Nick.

–¿Se parecen a eso? –. Preguntó el peligris señalando el libro.

Tomándose un momento para ver el objeto, Nick acogió el pequeño libro con el grosor de un cuaderno delgado, dándose un minuto para revisar la página que el príncipe había dejado a la vista de todos los que pudieran acercarse a la mesa, antes de mirar con claridad las ilustraciones dibujadas a lápiz que se encontraban en la delgada superficie que eran las hojas de papel.

Un rostro cadavérico fue lo primero que les devolvió la mirada a Nick y Leónidas, la forma de un rostro con piel muerta cayendo de sus mejillas y dejando ver lo que parecía ser una alargada fila de dientes planos bajo unas cuencas ennegrecidas que solo podían verse decoradas por el resplandor de una solitaria llama en el centro de cada abismo. Una mirada profunda y aterradora que estremecía el corazón de Nick y Leónidas ante la exactitud con la que el morador de sus pesadillas había sido retratado.

Alrededor de tan aterrador rostro, un aura de lo que parecía ser oscuridad absoluta, decorada con el pasar de miles de rostros deformados flotando alrededor del monstruo con expresiones de miedo y dolor. Tan bien hecho se encontraba el retrato, que Nick incluso pudo hacerse una idea de cómo debería sonar la voz de esta criatura y los lamentos de los rostros que lo rodeaban.

Era una imagen que helaba la sangre de los Peleadores Darkus y los hacía revolverse con incomodidad al reconocer una vez más el aterrador rostro de la muerte que los acosaba en sus sueños.

Impactado, el agarre de Nick sobre el libro no pudo mantenerse y el pequeño objeto cayó una vez más en la madera del escritorio, creando un sonido que invadió la sala.

–Por su reacción, veo que están bien familiarizados con él –. Comentó el Príncipe Freidr poco impresionado.

–¿Cómo es que ustedes…? –. Comenzó Nick con confusión antes de ser interrumpido.

–¿Cómo lo conocemos? También lo hemos visto en nuestras pesadillas. Imagino que también sueñan con un desierto de cenizas o una ciudad devastada –. Dijo Baltasar en respuesta.

Asombrados por la exactitud y facilidad con la que ambos gundalianos describían sus pesadillas, ambos guerreros terrícolas asintieron con un nudo en la garganta.

–¿Y cuánto saben de él? –. Preguntó el príncipe con curiosidad.

–No mucho, solo han sido… sueños… poco claros –. Respondió Leónidas sin saber muy bien que palabras usar.

–¿Y ustedes? ¿Qué… tanto… saben de esa… cosa? –. Preguntó Nick saliendo de su estupor.

–Por fortuna o desgracia, nuestro primer contacto con él no fue por la naturaleza de nuestros sueños. Fue necesaria la intervención de un objeto externo para ponernos en este camino –. Respondió Freidr levantándose de su silla para acercarse a los Peleadores.

Al ver a su captor acercarse, Leónidas saltó inmediatamente a la mano de Nick, listo para ayudarlo a defenderse de cualquier ataque que pudiera venir.

Al mismo tiempo, el príncipe gundaliano jaló ligeramente el cuello de sus túnicas para meter su mano libre en el interior del espacio abierto, dando paso a una pequeña luz dorada que se asomó desde la oscuridad de las prendas oscuras.

De pronto, saliendo junto con la pequeña cadena que se asomó del interior de las ropas del miembro de la realeza, una pequeña piedra brillante saludó a Nick y Leónidas con un potente resplandor casi cegador que obligó a los peleadores de la sala a taparse los ojos.

El brillo que manejaba la Piedra de la Evolución se veía mucho más fuerte desde cerca. Ya en la Tierra se podía percibir la gran luz que emitía incluso desde la distancia y separados por un fuerte velo de oscuridad y la dura confrontación entre dos Bakugan con un nivel planetario como Baltasar y Leónidas en su máxima capacidad.

Viendo los efectos que la piedra estaba provocando en la visión de sus acompañantes, el príncipe no tardó en envolver el pequeño objeto entre sus dedos para bloquear la poderosa luz que destelló, abarcando toda la sala con su brillo.

–Ha estado así desde nuestra batalla –. Avisó el príncipe mientras se quitaba el collar que mantenía la piedra en su cuello.

–¿Qué es esa cosa? –. Expresó Nick confundido.

–No sabríamos como definirlo exactamente, más allá de lo que ustedes han visto –. Respondió Baltasar con sinceridad –. Cómo vieron, las propiedades de la piedra me permiten evolucionar, lograr poderes que me serían imposibles en mi forma normal.

–Eso de por sí es extraño, algunas de las mentes más brillantes de Gundalia han concluido que los Bakugan neathianos y gundalianos no pueden evolucionar. Así que el solo hecho de que podamos lograr una nueva forma es extraordinario –. Comentó Freidr acercándose.

–Aunque la capacidad de evolucionar no es más que la punta del iceberg, tenemos motivos para creer que estas piedras son capaces de más –. Dijo Baltasar desde la mesa.

No debería sorprender a Nick que se refirieran a esos objetos en plural. Después de todo, si había una piedra capaz de hacer evolucionar a un Bakugan Haos como Baltasar, sería lógico pensar que habría otras capaces de hacer lo mismo por los Bakugan de los demás atributos. Sin embargo, no solo era el pensamiento de que existieran más Piedras de Evolución lo que inquietaba a Nick, sino el hecho de que la familiaridad con la que Baltasar hablaba de ellas delataba la posible idea de que estos sujetos las tuvieran.

Estaba claro que el príncipe y peleador Haos lideraba este equipo, el peleador Ventus parecía ser el miembro más antiguo al servicio del príncipe y que Aquos y Subterra conformaban la parte más fuerte y más ágil de este grupo. Por lo tanto, debían tener, como mínimo, cuatro más de estas piedras en su poder.

Por ahora, no habían visto a ningún peleador Pyrus o Darkus en el grupo, pero eso no significaba automáticamente que el séquito de Freidr no tuviera acceso a las rocas evolutivas de dichos atributos.

–¿Y cuáles serían sus otras capacidades? –. Cuestionó Leónidas con curiosidad desde el hombro de su compañero.

Al escuchar la respuesta recibida, Freidr emitió un pequeño suspiro de cansancio y malestar antes de arrodillarse para quedar a la altura de un herido Nick, que pasaba sus dedos por los reposabrazos, esperando cualquier momento para reaccionar a un posible ataque.

–Bueno, es difícil de explicar. Y creo, sinceramente, que es mejor que ustedes mismos lo vean –. Respondió el príncipe antes de sujetar la mano de Nick por el dorso.

En un movimiento sorpresivo, Freidr había atrapado la mano derecha del peleador terrícola para girarla con cierta agresividad mientras la abría rápidamente.

Por acto de reflejo, Nick intentó atacar al príncipe como un medio de defensa, pero la velocidad del gundaliano para depositar la Piedra de la Evolución en la palma de su mano fue mayor.

Para Nick, fue imposible explicar lo que sucedió después de recibir el pequeño objeto en la palma de su mano. Solo supo que su golpe destinado al rostro de su captor perdió fuerza en medio de su trayectoria y su visión se tornó completamente blanca antes de que las tenues luces que sus orbes oscuros podían captar se tornaran completamente negra.

Lo último que Nick pudo escuchar antes de que el mundo a su alrededor se desvaneciera fue el sonido de la voz de Leónidas llamándolo y la de Vladitor pidiéndole que mantuviera el equilibrio.


Ubicación desconocida

–Leónidas.

Nicholas.

–Nick.

El sonido de tres voces lo llamaba, el sonido de tres voces desconocidas resonaba en su cabeza. Una era oscura, fría y falta de cualquier rastro de emoción en la palabra que repetía una y otra vez en su llamado.

–Leónidas.

Esa voz la conocía mejor que a las otras dos, era la misma que resonaba en su mente cada que vez que pensaba en el morador de sus pesadillas. Era la voz escalofriante de aquella criatura muerta que le había mostrado un mundo devastado, uno que había sido presa de la ira de un depredador, uno destinado a la muerte por la mano de su mejor amigo.

Las otras dos eran difíciles de definir, pero las distinguía un eco gentil, un tono cálido que parecía tratar de atraerlo. No tenía sentido, algo no estaba bien, no podía escuchar la voz de Vladitor y eso lo inquietaba.

No sabía qué estaba ocurriendo, pero no podía ser bueno. Esa voz, esa maldita primera voz producía un fuerte eco en su cabeza que retumbaba en sus recuerdos y lo perseguían de forma inclemente a lo largo de un pasillo casi infinito, uno lleno de oscuridad y un eterno frío destinado a erizar su piel, incluso bajo la seguridad de sus prendas.

–Nick.

–Nicholas.

Esas voces, esas voces desconocidas y casi gentiles lo llamaban, resonaban en su mente con la fuerza de un tambor y le dolía.

Presa del poderío que estos sonidos producían en su mente, no podía hacer más que retorcerse en el suelo, perderse en la sombra de una pesadilla artificial que no debería tener.

A sus alrededores y con los ojos cerrados, solo podía sentir como millones de pequeños y delicados granitos arañaban su piel y se subían en su ropa mientras se movía con incomodidad. Su cabeza dolía, su pulso temblaba incluso estando presionado entre el suelo y su pecho, y un fuerte dolor amenazaba con recorrer toda la extensión de su cuerpo, escuchando una y otra vez el llamado de esas criaturas invisibles que hostigaban su mente con distintas frases y palabras.

–No huyas de lo que eres.

–Fueron hechos para mucho más que esto.

–Te está engañando. No creas sus palabras.

Silencio, eso era todo lo que pedía en el rincón más íntimo de su mente ajena. Solo un poco de paz para entender lo que estaba pasando, para poder abrir los ojos y no pensar en el fuerte dolor que perseguía su cabeza, que la castigaba con el atronador sonido de una fuerte batalla por un dominio perdido.

En medio de esta tormenta, solo una voz pudo transmitirle la seguridad y el alivio que suplicaba en silencio, que pedía falto de cualquier palabra que expresara su dolor.

Solo una voz, solo una persona.

Leónidas.

–¡Nick, Nick, Nick! ¡Levántate ya, tenemos que salir de aquí!

Las peticiones de su compañero eran fuertes, parecía estar alarmado, pero sin compartir la jaqueca que lo aquejaba, parecía… parecía…

–¡NICK, LEVÁNTATE! ¡NOS VA A ALCANZAR SI NO HACEMOS ALGO!

¿Asustado? ¿Leónidas? ¿Estaba asustado?

Las sombras cubrían su campo de visión, las voces castigaban su mente en una extraña guerra por el dominio y su cuerpo apenas parecía capaz de responder a las órdenes que transmitía su cerebro.

Pero escuchar a su compañero presa de la adrenalina del momento desconocido que debía estar rodeándolo le dio todo el impulso que necesitaba para combatir contra el dolor que lo hostigaba, para apretar sus puños con toda la fuerza que le fue posible y abrir los ojos.

–No dejen que los corrompa.

Devastación y muerte, no deberían existir más palabras para definir el entorno que los rodeaba. Cuando Nick abrió los ojos de par en par, la dura vista que lo recibió fue la de una ciudad destruida, azotada sin clemencia por el pasar de la violencia, la muerte y el caos.

Miles de edificios le devolvieron la mirada, algunos despedazados hasta la base de sus cimientos, otros caídos y tirados como meros objetos en las calles demacradas que conducían a rumbos lejanos y desconocidos. Pero había algo extraño en ellos, estos no parecían ser edificios terrestres o vestal, todo lo contrario, tenían una arquitectura circular, carente de esquinas tanto en su forma como en sus ventanas; al igual que las calles, las cuales mostraban un diseño azulado, limpio de marcas blancas que delimitaran los espacios a transitar.

Bajo la atenta mirada de un cielo ennegrecido y con gruesas nubes grisáceas que pintaban tan escalofriante paraje, Nick Takahashi se levantó con toda la fuerza de voluntad que le fue posible para atestiguar con sus propios ojos cómo, a sus alrededores, no existía nada más que el paso de la muerte y el caos sobre un desierto de ceniza blanquecina en el cual se hundían sus pies, decorado únicamente por charcos de un líquido seco y marrón proveniente de las pocas calles que aún se veían debajo de la ceniza y que sobresalían de las múltiples estructuras que constituían tan decadente paraje.

–¡Nick, vamos! ¡Tenemos que irnos! –. Llamó una vez más Leónidas a sus espaldas.

Devastación y muerte, eran las palabras que se usarían para definir este cementerio de ceniza que se expandía a sus alrededores. Devastación y muerte, para describir la destrucción que se alzaba con imponencia a sus alrededores y la huella de la sangre seca manchando el suelo y las paredes, delatando el paso desesperado de inocentes. Devastación y muerte, para referirse a esta oda al caos que se estremecía con el retumbar del suelo y agitaba las cenizas, haciéndolas a un lado para dejar ver extremidades sueltas bajo esta falsa tierra, provenientes de cuerpos marcados y brutalizados con el paso de la violencia.

No debería haber más palabras para describir este infierno en la tierra. Pero sí había una más, solo una capaz de describir la sensación que recorrió el cuerpo del Peleador Darkus cuando alzó la vista al cielo que tenía sus espaldas, solo una emoción en específico podría recibir el codiciado nombre que agitó el corazón de Nick Takahashi cuando dirigió su mirada a los cielos.

Miedo.

–Acepta lo que eres.

Imponente y aterrador sobre las nubes, un rostro miró a los Peleadores, uno falto de facciones reconociblemente humanas. Dos fosas huecas, llenas de una negrura infinita les devolvieron la mirada, alzándose sobre una boca carente de cualquier rastro de carne y dejando ver una larga hilera de dientes de todo tipo que escondían un vacío tan oscuro como esta noche infernal.

Por encima de todo y todos, por encima de todo concepto que el hombre pudiera entender, la manifestación del terror y la muerte se alzó en los cielos, mirando fijamente a los miembros de los Peleadores.

–Nick, ¿qué hacemos? –. Preguntó Leónidas incapaz de despegar su mirada del monstruo en los cielos.

Para el peleador fue imposible emitir una respuesta clara, no sabía que debería hacer, no sabía cómo proceder frente a una amenaza de esta magnitud. Su pulso temblaba, sus rodillas no podían mantenerse quietas y su voz no dejaba de intentar romperse mientras murmuraba palabras carentes de sentido. No sabía con exactitud que rayos estaba viendo, pero tenía una cosa muy clara frente a este monstruo que lo veía fijamente desde la superioridad que le ofrecían los cielos que claramente dominaba.

Estaba aterrado.

–No dejen que el miedo los domine. Tienen que pelear.

Silencio, silencio, silencio.

Era una simple petición, pero parecía ser incapaz de cumplirse. Esa voz no dejaba de intentar incentivarlo a que tuviera valor, a que enfrentara sus miedos y luchara. Pero no podía, no con su pulso temblando con la misma fuerza que el suelo a su alrededor, no con su voluntad tambaleándose junto al resto de su cuerpo, no con su corazón latiendo a una velocidad inhumana, como si estuviera tratando de abandonar su pecho.

No podía pelear, su cuerpo y su mente no se lo permitían. En su lugar, rodeado por el miedo y el pánico, solo pudo dar una instrucción clara antes de que sus piernas recuperaran la movilidad.

–Hay que correr –. Murmuró el peleador asustado –. Hay que correr, Leónidas. ¡Hay que correr!

Gritó la última instrucción, la gritó tan fuerte como pudo, pero parecía que Leónidas ya no podía oírlo. En su lugar, el pequeño Bakugan en su forma de esfera pareció verse hipnotizado por la grandeza del monstruo en los cielos y quedó paralizado mientras le devolvía la mirada a la criatura.

–Este es tu lugar. No niegues lo que eres, Leónidas.

El pequeño dragón no reaccionaba, seguía quieto en su lugar y no parecía ser capaz de moverse.

Como pudo, Nick se acercó a su compañero con pasos nerviosos para envolverlo suavemente en sus manos desnudas y cubiertas de ceniza antes de hacer caso a su instinto de supervivencia y darse media vuelta para correr tan rápido como pudiera, tan lejos como le fuera posible.

–No sirve de nada correr, no con él. Tienen que pelear.

Ignorando el atronador sonido que resonaba en su cabeza, Nick optó por seguir corriendo, dándole la espalda a aquel monstruo que lo perseguía con la mirada, que lo veía con imponencia desde la infinita superioridad en los cielos.

Sabía que debería pelear, que debería tratar de combatir esta amenaza, pero su cuerpo se negaba a obedecer tal pensamiento. No, su instinto le decía que corriera, que buscara un lugar seguro, que escapara del apocalipsis que los rodeaba.

La sola presencia de este espectro, de este demonio, era más que suficiente para despedazar todo el valor que Nick pudiera reunir.

–No hay lugar donde correr.

De pronto, un fuerte rugido gutural se escuchó desde la lejanía, incrementando la fuerza con la que el suelo se estremecía. Era un fuerte sonido que obligó a Nick a detenerse en medio de su carrera para tratar de buscar la más mínima estabilidad que le impidiera caer al suelo lleno de cenizas.

Rodeados por la inmensidad de un gran poder, Nick vio con horror como las gruesas capas de polvo blanquecino se movían a los lados, dejando ver un pequeño mar de huesos y ropa desgastada. Una gran horda de cadáveres incompletos y de los cuales no quedaba nada más que huesos quemados y bañados en polvo, huesos demacrados que lo miraban con cuencas vacías desde las profundidades restantes de este terreno.

–Nick… ¿qué está… pasando…? –. Preguntó Leónidas aturdido aún envuelto en sus manos.

–No lo sé, Leo –. Respondió Nick tragando saliva.

–Su voz, escuché su voz en mi cabeza –. Comentó Leónidas con aparente cansancio.

–Lo sé. Yo también la oigo, amigo –. Respondió el pelinegro haciendo su mejor intento por moverse.

–No, no como crees. Yo quería pelear, pero me paralicé completamente –. Dijo el Bakugan Darkus –. Fue como si hubiera controlado mis acciones.

Nada de esto tenía sentido, ¿qué rayos les habían hecho el príncipe y sus hombres? ¿Cómo es que habían llegado aquí? ¿Qué significaba todo esto? Era la pesadilla que ya había tenido en Nueva Vestroia, pero se sentía muchísimo más real. La caricia de las cenizas se había sentido muy real, el frío que erizaba su piel era muy real y el temor que recorría su cuerpo no era propio del sueño que los torturaba por las noches. Esto tenía que ser real.

–Tienen que resistir. No se rindan ahora.

–Este es mi reino, todo lo que sucede aquí obedece mi voluntad.

–¡Tenemos que detenerlo! ¡Esto es lo que hace! ¡Qué no les gane el temor!

Presa del pánico que lo rodeaba y el miedo que carcomía su ser de pies a cabeza y que lo mantenía estático en su lugar, Nick solo pudo ver con horror como las cuencas de los cráneos repartidos se iluminaban de forma tenue con el débil resplandor de una flama verde antes de que los huesos comenzaran a estremecerse en esta falsa arena.

–¿Qué es eso? ¿Qué está haciendo? –. Preguntó Leónidas sin entender lo que veía.

Poniéndose de pie con una mirada carente de todo rastro de expresividad, ambos peleadores solo pudieron ver con genuino terror como cientos de cadáveres parecían reaccionar al grito de esta extraña criatura, moviendo las extremidades que aún tenían unidas al resto de sus cuerpos y agitándose de forma brusca para retirar los residuos de ceniza que aún los bañaban.

Ante miradas llenas de horror y pánico, los muertos se levantaron con el sonido de fuertes lamentos abarcando este cementerio maldito. Todo al mismo tiempo que, a la lejanía, se asomaban las siluetas de criaturas gigantes, estremeciéndose al mismo tiempo que se desplazaban a la ciudad hecha pedazos.

Estaban rodeados, no tenían escapatoria, pues adónde quiera que miraran, solo podían ver manifestaciones de muerte, emitiendo fuertes sonidos de aparente llanto mientras se movían con dificultad.

Huesos, carne podrida y piel muerta era lo único que cubría la visión de los terrícolas que veían horrorizados como una horda de muertos se levantaba de su inmerecida tumba con un débil llanto, alzando sus manos al mismo tiempo que se arrastraban por el suelo, acercándose con el llamado de la muerte a sus espaldas.

–Serás uno de ellos, mortal. No mereces el regalo que te fue otorgado.

Leónidas habló nuevamente, tratando de motivar a su compañero a no escuchar las palabras de este ser maldito, pero Nick ya no podía oír ni siquiera a su propio compañero. Solo podía temblar mientras sus piernas se hundían poco a poco en el terreno en el que estaba parado.

Estático ante el terror que su cuerpo experimentaba, Nick no pudo hacer nada más que emitir un fuerte grito de pánico cuando sintió un par de grandes manos huesudas emerger de la tierra para sujetar con gran fuerza sus extremidades inferiores para impulsarse a la superficie.

Congelado ante el horror del que era testigo, Nick Takahashi no pudo hacer nada más que quedarse paralizado cuando un ser de más de dos metros de alto, compuesto completamente por huesos demacrados por el pasar del tiempo y el pobre abrigo de piel blanca y muerta colgando de su cuerpo, salió de la tierra y lo empujó al suelo antes de acercar su rostro con agresividad.

Una alargada calavera con inhumana con retorcidos cuernos sobre una frente amplia y agrietada, grandes cuencas vacías y una gran mandíbula con dos alargadas filas de distintas formas que ocultaban una serie de colmillos internos protegidos por la oscuridad de su interior.

Con una expresión tan muerta como su misma apariencia, la extraña criatura solo pudo emitir una frase con una voz susurrante, una voz que evocó la oscuridad y borró poco a poco a todos los alrededores que servían como testigo de los resultados de esta masacre, una voz que quedaría anclada en los oídos del peleador terrícola mientras las manos del monstruo sujetaban los costados de su cabeza; obligándolo a ver de frente a este reflejo de muerte y decadencia.

–¡Esto es lo que él hace! ¡Esto es lo que él nos hace! ¡Tenemos que detenerlo!

Lo último que Nick pudo escuchar claramente antes de que el mundo se tornara más oscuro de lo que ya era fue el sonido de una fuerte exigencia, pronunciada con una mezcla de ira, orgullo, indignación y resentimiento claramente marcados en sus palabras.

–No creas sus mentiras.


Gundalia, Castillo Real

Estudio Privado

De pronto, el mundo volvió a tener un mínimo de sentido.

La oscuridad los rodeaba, pero no eran sombras tan ajenas como las de sus más profundos temores, eran las sombras que habían destruido una parte de la Tierra y habían alejado a Nick y Leónidas del mundo que tanto amaban, después de dejarlo marcado con el paso del caos y el temor.

Moviéndose con agresividad de su sitio, Nick logró recuperar el sentido para analizar con cuidado todo lo que lo rodeaba ahora.

Leónidas seguía en su mano, pero se encontraban en el suelo, respirando con dificultad mientras grandes gotas de sudor caían de la cabellera erizada del peleador. La silla en la que se había sentado hace poco estaba tirada en el suelo, acostada sobre su reposa espaldas y la silla que tenía a un lado se encontraba ligeramente inclinada hacia un costado de la habitación mientras el libro de anotaciones que había estado mirando reposaba en el suelo, con la misma página maldita de aquel ser en todo su orgullo mirando al techo del estudio.

Todo mientras el Príncipe Freidr de Gundalia y su séquito los veían con genuina curiosidad por su reacción.

–Humano, Leónidas, ¿qué fue lo que pasó? ¿Qué vieron? –. Preguntó Vladitor con preocupación sincera.

Querían responder, tratar de detenerse para intentar darle un sentido a todo lo que acababan de ver, pero no pudieron. Envueltos en el manto de la adrenalina que aún los perseguía después de tan aterradora experiencia, Nick y Leónidas se levantaron con brusquedad del suelo antes de arremeter.

Para el peleador, en dolor que apuñalaba sus costillas, su cabeza y su espalda ya no era nada. La experiencia a la que había sido sometido le había entregado la fuerza para sobreponerse de forma temporal ante el dolor que sentía su cuerpo para abalanzarse sobre el príncipe que tenían delante, envolviendo sus manos temblorosas en las túnicas del hombre.

–¿¡Qué rayos fue eso!? ¿¡Qué demonios nos hicieron!? –. Gritó Nick con furia y temor en su tono.

Freidr no respondió, ni siquiera emitió un solo ruido mientras se encontraba sujeto contra el muro más cercano. En su lugar, la única expresión que acompañó sus gestos fue el asombro, el estupor al tener delante tales preguntas y el horror ante un pensamiento que quería negar, pero que se manifestaba justo frente a él.

–¡RESPONDE, GUNDALIANO!

Nada, ni siquiera el rugido más fuerte de Leónidas logró sacar al príncipe de su estupor mientras miraba con ojos anonadados el temor que sus prisioneros expresaban.

En su lugar, el guerrero proveniente de las estrellas solo se limitó a sujetar con suavidad los brazos de Nick antes de murmurar con suavidad una frase que trajo aún más dudas a los confundidos Peleadores.

–Es peor de lo que pensé. Ustedes le tienen miedo, ¿cierto? –. Murmuró el príncipe con asombro e indignación.

Ni Nick ni Leónidas fueron capaces de responder al momento, demasiado avergonzados para reconocer esa cruda verdad, pero tampoco hizo falta alguna.

Sin esperar una confirmación a su pregunta, Freidr torció el agarre de Nick con brusquedad, alejando sus manos de su ropa y obligándolo a retroceder adolorido con una marca rojiza sus antebrazos.

Leónidas y Vladitor llamaron a su peleador con preocupación por el dolor que debía estar experimentando, pero de nada sirvieron sus fuertes llamados cuando el príncipe de Gundalia dio una fuerte patada en el estómago de Nick para tirarlo al piso.

Aunque no hubo sonido alguno al recibir el impacto, Nick juró por un momento que pudo escuchar más de sus huesos romperse con agresividad por la fuerza del golpe y la caída.

¡Humano, muévete de ahí! –. Gritó Vladitor tan fuerte como pudo.

Demasiado tarde, el malherido Nick Takahashi no pudo reaccionar a tiempo cuando sintió un peso caer sobre su cuerpo y un par de manos jalar su camisa para elevarlo ligeramente, para obligarlo a ver cara a cara a un iracundo Príncipe Freidr.

–Te trato con cortesía, te muestro mi libreta de anotaciones, te explico lo que sé sobre la Piedra de Evolución, ¿¡y esta es la forma en que me pagas!? –. Expresó Freidr con furia antes de golpear la mejilla del terrícola.

Uno, dos, tres, una andanada de puñetazos cayó sobre el rostro de Nick sin piedad alguna, derramando la sangre rojiza del peleador en el impecable suelo del estudio y rompiendo el tranquilizador silencio del lugar únicamente con los jadeos y gemidos de dolor del terrícola.

–¿¡Así me pagas!? ¿¡Con miedo y dudas!? ¡No te bastó con no averiguar nada de esta amenaza antes de nosotros, ahora también te atreves a encogerte de miedo! –. Rugió el gundaliano iracundo.

Una nueva ráfaga de golpes cayó sobre el peleador cuando el príncipe lo obligó a levantarse, un nuevo puñetazo a la mejilla, uno a las costillas, otro al estómago y una fuerte patada en la rodilla que quebró el balance del pelinegro; pero manteniéndose en pie únicamente por el fuerte agarre de Freidr en su cuello.

Como pudo, Nick sujetó el brazo del gundaliano en un desesperado intento por liberarse. Sin embargo, tal acción no tuvo el más mínimo efecto, pues el peleador se encontraba demasiado débil y adolorido como para pelear. Sin el alivio que le ofrecía la adrenalina, todo el dolor que Nick había ignorado ahora castigaba su cuerpo mientras recibía una nueva paliza por parte de sus enemigos.

Finalmente, a unos cuantos centímetros del suelo, Nick pudo sentir como la brutal golpiza terminó en el momento en que Freidr conectó un último puñetazo en su mejilla que lo mandó directamente al duro suelo del estudio, a punto de quedar inconsciente sobre un pequeño charco de sangre proveniente de su maltratado rostro y escuchando con dificultad las voces a su alrededor.

Llamen a los guardias y díganles que lleven a Takahashi al ala médica.

–Enseguida, Alteza.

–Ya le designé una enfermera personal, hagan que venga cuánto antes para tratar sus heridas. También quiero que llamen a Ren Krawler, quiero hablar con él antes de terminar por hoy.

–Sí, señor.

La poca luz que quedó en la habitación se desvaneció poco a poco, dejando atrás el sonido de súplicas y peticiones emitidas por sus pocos amigos presentes en un desesperado intento por mantenerlo despierto.

–Humano, trata de no dormirte. Mantente despierto.

–Resiste, Nick, te llevarán a la enfermería. Solo resiste, por favor.

Trató de hacerlo, quiso mantenerse despierto, pero fue imposible en el momento en que sus ojos se cerraron por el dolor y el cansancio. Finalmente, el mundo desapareció y no quedó nada más que oscuridad para el vencido Nick Takahashi.


Sí, ya sé que me demoré bastante con este capítulo. Mis más sinceras disculpas, decidí tomar un descanso por todo el tema del Año Nuevo y estar con la familia. ¿Cómo la pasaron ustedes? ¿Estuvo rico el asado?

Y no se preocupen por Nick, aunque el muchacho es delgado, les garantizo que tiene altas las estadísticas de inteligencia y resistencia. Está perfectamente capacitado para recibir golpizas… :P

Finalmente, retomamos oficialmente la subtrama del monstruo en las pesadillas de Nick y Leónidas (sí, ya hablo de eso "normalmente" en las notas). Poco a poco, iremos desenmarañando esos sueños, al igual que el pasado de Vladitor. Por ahora, este capítulo fue para el monstruo, pero también planeo variar. Tanto que hacer y tan poco tiempo. ️.

Trataré de no demorar mucho con el próximo capítulo. Tengo la intención de escribirlo desde los ojos de alguien que imagino que les interesa ver con su propio punto de vista después de varios capítulos como uno de los malos (Ren xd).