CAPÍTULO 24:

LUZ VS OSCURIDAD

Gundalia, Ciudad Capital

Coliseo Abandonado

Hideaki Takamura

Masashi Yoshida

Tetsuo Yamada

Sora Yamagawa

Hinata Kimura

Yuma Ishikawa

Aiko Akiyama

Sabía que no tenía sentido aprenderse los nombres enviados en la lista del príncipe, pero no podía evitarlo. No después de haberse visto forzado a abandonar a abandonar la escasa seguridad y calma de su habitación para desplazarse a las celdas del castillo con el propósito de sacar a los prisioneros indicados por su nuevo maestro.

No sabía para que necesitaba el Príncipe Freidr a estos terrícolas, pero lo inquietaba. No sabía mucho del aparente heredero de Barodius, nadie parecía hacerlo realmente, y eso lo inquietaba. No conocía de nada al hombre que lo había obligado a estar a su servicio y eso le provocaba una fuerte angustia.

Después de entender cuál era la forma de operar del hombre de cabello grisáceo, solo podía sentir inquietud al recibir una orden tan extraña de su parte.

Las indicaciones que precedían la lista de nombres eran simples: tenía que sacar a los humanos que respondían a dichos nombres de las profundidades de las celdas del castillo y llevarlos con discreción al coliseo abandonado al sur con ayuda del subordinado del príncipe, Lundarion Eximus, el cual los había dejado hacía poco para reunirse con alguien más. Por supuesto, nadie más que la gente del príncipe podía enterarse de lo que estaban haciendo y por eso se habían visto obligados a vestirse como guardias del castillo con falsas indicaciones de trasladar a los prisioneros a una zona remota para librar espacio en las celdas.

Lo habían hecho, y ahora se encontraban en el destino indicado por el príncipe, esperando pacientemente el regreso de Lud desde el interior de uno de los túneles a los costados de la construcción que conducían directo a la arena de combate, donde el Príncipe Freidr esperaba pacientemente con los brazos cruzados; mientras miraba con atención uno de los túneles vacíos que tenía a metros de su posición.

Había intentado acercarse, preguntarle qué es lo que estaba pasando, pero Lud había sido muy claro al mencionar que no debía acercarse ni cuestionar al príncipe este día especialmente. Aunque, hablando con honestidad, tampoco sentía un gran deseo por estar demasiado cerca del hombre, no después de su clara amenaza disfrazada con hipócrita cortesía en su estudio hacía ya unos días.

Sinceramente, el Príncipe Freidr lo asustaba y no era para menos, pues aún tenía muy presente que era el hombre que había amenazado con devolverlo a la cloaca de la que Barodius lo había sacado y el mismo que había masacrado una ciudad terrestre con tal de aprisionar a unos cuantos miembros de los Peleadores Bakugan. Gracias a eso, no se atrevía a acercarse demasiado al príncipe y mucho menos hoy.

Normalmente, Freidr se mostraba siempre orgulloso detrás una máscara de amabilidad y cortesías dignas de alguien en su posición, siempre con una falsa mirada amistosa en los ojos para apaciguar a quienes tuvieran miedo de él con tal de obtener algún beneficio. Sin embargo, este día no parecía querer presentar ningún esfuerzo por esconder su lado más oscuro.

Estaban en una de las construcciones más grandes que había visto en su vida, el coliseo abarcaba kilómetros solo para dar forma a la arena de combate, se extendía mucho más contando el espacio que ocupaban las gradas y los gruesos muros de piedra gris que delimitaban el espacio y los distintos niveles inferiores y superiores pegados a los muros de la obra.

Sin embargo, a pesar del gran tamaño del coliseo y el color oscuro en la piedra de sus muros que delataba el pasar del tiempo, el Príncipe Freidr y su Bakugan se las ingeniaban para lucir tan grandes como el entorno que los rodeaba. El hombre incluso se había puesto una vez más la armadura con la que había llegado a Gundalia después de años de viaje indefinido, dejando ver las duras corazas del atuendo y las garras que decoraban los guantes, y dándole un aire mucho más imponente.

La verdad es que el príncipe se veía mucho más intimidante de lo que acostumbraba.

De pronto, un suave tirón en su camisa detuvo sus pensamientos y lo obligó a desviar su atención a la pequeña que lo llamaba.

–Señor Ren –. Llamó la niña humana con timidez.

Negando con la cabeza para enfocarse en la pequeña, Ren se permitió un segundo antes de reemplazar la mirada llena de angustia que tenía en los ojos por una más amistosa y tranquila para la pequeña.

–¿Sí, Aiko? ¿Pasa algo? –. Preguntó Ren con calidez.

–Ha estado muy distraído desde que llegamos aquí –. Observó la pequeña con intriga.

–Es cierto, Ren, estás muy distante esta noche. ¿Te encuentras bien? –. Secundó Linehalt a la niña en su hombro.

Aunque había hecho su esfuerzo para mantenerse distante de los prisioneros, y ellos mismos lo habían aceptado gustosos, la pequeña Aiko Akiyama parecía comprometida a relacionarse con uno de sus captores de forma amistosa con la inocencia característica de una niña de 10 años de edad.

Sin embargo, a pesar de su juventud e inocencia, Aiko también hacía gala de una gran perspicacia y talento nato en batalla, siendo ésta última la razón por la cual se habían fijado el ella en primer lugar. Y aquí estaba ella, acercándose a su actual carcelero para preguntarle si estaba bien, solo viendo la mirada de preocupación que intentaba ocultar con poco éxito.

–Estoy bien, chicos, pero gracias por preguntar –. Respondió Ren con una pequeña sonrisa.

–¿Está seguro? –. Cuestionó Aiko nuevamente.

Ren no pudo evitar que una pequeña risita escapara de sus labios, enternecido por la insistencia de la niña humana.

Aiko era diferente del resto de los prisioneros encargados por el príncipe, era valiente y astuta, siempre atenta a todo lo que habitaba en su entorno y eso le había permitido darse cuenta de que el hombre que los había arrastrado hasta aquí no se encontraba en una situación mejor que ellos.

Sin embargo, a pesar de eso, Aiko seguía siendo una niña y no se iba a permitir descargar sus temores en una niña que se encontraba en la mira del príncipe.

–Sí, pequeña. No te preocupes por mí –. Respondió el gundaliano acariciando la cabeza de la niña con suavidad.

En respuesta a su gesto, Ren recibió una enternecedora sonrisa por parte de la niña que parecía disfrutar el gesto.

Tenía que estar agradecido con Lena por haber hecho el trabajo sucio de marcar a Aiko, dudaba seriamente estar recibiendo esta tierna interacción con la niña, que calmaba un poco sus preocupaciones, de haber sido él quien la hubiera alejado de su hogar.

En su lugar de conformarse con su respuesta, la pequeña Aiko no se mostró del todo convencida y mostró un adorable ceño fruncido en señal de profundo pensamiento por la respuesta obtenida antes de mirar al príncipe con intriga.

–Ese hombre es aterrador –. Señaló la niña al gundaliano en la arena.

–Sí, lo es –. Concordó Ren con la niña.

–¿Él dijo que nos trajeran aquí? –. Preguntó la humana con curiosidad.

–Sí, él dio la orden –. Asintió el peligris con un suspiro.

–¿Cree que nos quiera hacer daño? –. Preguntó la pequeña asustada.

–No lo sé, Aiko –. Respondió el gundaliano sin despegar la vista del hombre.

–Si él… quisiera lastimarnos… ¿nos protegerías…?

La pregunta, emitida con una voz temblorosa, obligó a Ren a devolver su atención a la pequeña, que lo veía con sus grandes ojitos azul claro debajo de unos cortos mechones castaños que formaban parte de su cabellera corta. Los ojos de la niña brillaban con intensidad, dejando ver el espectro de lágrimas queriendo salir de sus bellos orbes celestes y posicionados entre sus mejillas llenas junto con su pequeña nariz y sus labios regordetes. Todo esto enmarcado en un rastro blanco y ligeramente rojo.

La ropa de la pequeña no era algo que Ren se enorgulleciera de ver, pues vestía con el mismo conjunto sencillo que había usado desde que Lena la había marcado como objetivo, por lo que Aiko no podía presumir de una higiene envidiable gracias a los últimos días. Con dificultad, Ren había logrado combatir el hambre de los humanos más pequeños llevándoles comida con la ayuda de Zenet y por orden del Príncipe Freidr.

Se notaba en sus ojos el miedo, además del temblor en sus manos y su pequeño labio inferior, y resultaba sorprendentemente familiar para Ren ver a la niña así. Sus compañeros, los demás prisioneros traídos al coliseo, se encontraban ajenos y distraídos, hablaban entre ellos en voz lo suficientemente baja como para que no Ren no oyera más que murmullos inentendibles.

En cierto modo, se sentía identificado con esta niña, la pobre había sido arrastrada a un sitio que temía para servir a un propósito que no deseaba en lo absoluto y todo gracias a algo de lo que no tenía control. Ren había sido enviado al abismo de los Bakugan Oscuros cuando tan solo era un niño porque el simple hecho de pertenecer a su familia, mientras que Aiko había sido secuestrada por el mero crimen de tener un talento en las batallas, a pesar de su corta edad.

No podía comprender cómo Barodius tenía la sangre tan fría para arrebatar a niños como Aiko de su hogar por puro egoísmo, ¿qué clase de atrocidades debió vivir el emperador para que su carácter se moldeara de esa forma? La verdad es que prefería no adivinar.

No supo cómo responder al instante, se quedó pasmado en la dura banca de piedra vieja en la que se encontraba, estático ante la pregunta de la niña y tratando de formular una respuesta. No quería mentirle a la niña, confiaba en el hombre que le había estado repartiendo alimentos a ella y a los demás niños secuestrados, pero tampoco podía decirle que su destino era incierto y corría peligro tan solo estando en este planeta.

–Ren –. Llamó Linehalt a su compañero.

–¿Él… va a… lastimarnos? –. Repitió la pequeña castaña con un hilo de voz.

La mirada que tenía en los ojos, el dulce destello lleno de inocencia resquebrajándose lentamente, era muy similar a la mirada que Ren había visto reflejada en los charcos de agua de lluvia que caían al abismo que protegía a su familia.

Quería mentirle, decirle que Freidr no les daño, pero no quería ofrecerle una falsa ilusión que podía romperse en cualquier momento. Él príncipe era impredecible y la vida era como una moneda en el aire cuando se trataba de él, algunos vivían bajo su cargo, otros morían y sería imposible asegurar cual sería el resultado de estos terrícolas.

No podía hacerlo, pero tampoco quería que la pequeña cediera ante su miedo.

–Ren… –. Llamó la niña una última vez antes de ser interrumpida.

–¡Aiko! –. Exclamó una voz femenina acercándose.

Rápidamente, ambos peleadores desviaron su atención para ver a la chica que se acercaba a ellos.

Hinata Kimura era una mujer joven, de 18 años de edad, según el expediente escrito por el mismo Ren. Se trataba de una chica de cabello largo azulado oscuro y ojos grises claros, que se asemejaban a un par de perlas, mejillas esbeltas y mandíbula pequeña. Gracias a las horas que había pasado organizando las listas de objetivos, sabía que Hinata era la mayor de los prisioneros y parecía haberse convertido en la madre de este grupo, pues los reunía y calmaba, les ofrecía un poco de consuelo y les mentía con dulces palabras de seguridad.

Ren no estaba de acuerdo con esa medida, pero valoraba el hecho de que intentara calmar un poco el temor de los chicos. La mayoría de ellos tenían la edad de Dan Kuso, pero carecían de su fuerza, por lo que tener al frente una joven fuerte como Hinata era buena forma de contrarrestar los efectos de la situación.

–No te alejes demasiado, ve con los demás –. Indicó Hinata señalando al grupo.

Instintivamente, Ren desvió la mirada para observar al grupo apartado que lo veía con desconfianza y odio a la vez.

Incapaz de sostenerles la mirada mucho más tiempo, Ren devolvió su atención al exterior de la arena.

–Pero, Hina… –. Trató de argumentar castaña nuevamente.

–Sin peros, Aiko, ve con los demás –. Ordenó la peliazul con firmeza.

Al no poder discutir con el tono maternalmente autoritario que usó la mayor, la pequeña Akiyama finalmente no pudo discutir más y se alejó con una mirada de resignación y pesar.

–Bueno. Adiós, Ren –. Dijo la niña mientras se alejaba.

–Estaremos aquí, Aiko, no te preocupes –. Respondió Ren a la niña mientras ésta se alejaba.

Cuando Aiko finalmente volvió para reintegrarse nuevamente al grupo de sus compañeros, Hinata finalmente pudo mostrar el rostro de severo disgusto que quería abarcar sus facciones, completamente dedicado a Ren.

A pesar de ser mayor que Ren por un par de años, Hinata no dejaba de ser una mujer joven y más pequeña que él, por lo que sus intentos de intimidarlo no llegaban a nada realmente y Ren tenía que evitar soltar un resoplido con incredulidad ante la chica.

No obstante, eso no parecía aplacar la determinación de la humana.

–¿Qué creen que están haciendo con esa niña? –. Preguntó Hinata con firmeza.

–Solo quería conversar –. Respondió Linehalt rápidamente.

–No hacíamos nada malo –. Aseguró Ren.

En respuesta a su declaración, Hinata solo pudo soltar una suave risa sarcástica para no llamar la atención de sus amigos.

–No sé si lo hayan notado, pero lo único que ustedes han hecho desde que entraron a nuestras vidas es malo –. Recordó la peliazul mordaz –. ¿Acaso ya olvidaron quiénes fueron los malditos que nos trajeron aquí para empezar?

–No lo hicimos por gusto, nosotros… –. Trató de discutir Ren antes de que la humana interrumpiera.

–Sí, sí, ya oímos ese discurso patético antes –. Cortó la chica con desagrado –. "Son solo órdenes", "no queremos hacer esto", bla, bla, bla.

La forma tan despectiva en la que retrataba su pesar, su remordimiento, despertó enojo en el corazón de Ren. ¿Cómo se atrevía a rebajar su situación como si no fuera nada?

–No esperamos que lo entiendas, pero creenos cuando te decimos que ésta jamás fue nuestra elección. Solo son…

–¿Qué? ¿Órdenes? –. Cuestionó Hinata enarcando una ceja.

Vergonzosamente, Ren se tuvo que callar al entender que, en efecto, estaba repitiendo el mantra que lo había acompañado desde que efectuó su primer secuestro en la Tierra antes de encogerse con pena.

Normalmente, el sonrojo no era visible entre los gundalianos, la naturaleza de su cuerpo no debería poder permitirles algo así. Pero incluso Ren podía sentir el calor que subía a sus mejillas y lo obligaba a desviar la mirada.

–¿Te digo lo que creo? Creo que esas estupideces no son más que excusas, qué solo estás tratando de justificar todo lo que has hecho para no sentirte culpable –. Remarcó la peliazul con los brazos cruzados –. ¿Cómo les ha funcionado hasta el momento, idiotas?

Ren y Linehalt solo pudieron mirarse brevemente con vergüenza antes de enviar la vista al suelo. No tenía sentido negarlo, Hinata había dado justo en el clavo y lo decía con una frialdad que hacían parecer sus circunstancias como si no fueran nada.

–Eso pensé –. Dijo la terrícola al no tener respuesta –. Al final, solo son los perros de un amo mucho más grande.

–Si entiendes eso, entonces deberías saber que su situación no es nuestra culpa. Nosotros no dimos la orden de capturarlos –. Defendió Linehalt ante la terrícola mucho más grande.

–No, pero sí la llevaron a cabo –. Respondió Hinata nuevamente.

–Señorita Kimura, ya que parece experta, díganos que habría hecho en nuestro lugar –. Desafió Ren a la chica molesto, esperando silenciarla de una vez.

Por desgracia, la terrícola era tenaz.

–Estuvieron con los Peleadores Bakugan, los ayudaron a desarrollar el IB y fueron parte del equipo por 6 meses. ¿No se les ocurrió pedir su ayuda en todo ese tiempo? ¿Cuántas vidas crees que habrían salvado de haber hecho lo correcto? –. Respondió la chica desafiante –. Es vergonzoso, tuvieron la oportunidad de hacer lo correcto y la desecharon para seguir siendo las mascotas de alguien más.

–No lo entiende, Hinata. Si no hacemos lo que se nos dice, nos enviarán a un sitio mucho más desagradable que las celdas del castillo –. Defendió Linehalt nuevamente.

–¿Y creen que no lo harán igualmente? –. Cuestionó Kimura con incredulidad.

–¿Qué quieres decir? –. Preguntó Ren confundido.

–Trabajan para personas horribles, personas con la sangre tan fría como para secuestrar niños y usarlos como carne de cañón en una guerra. ¿Qué garantía tienen de qué no les harán lo mismo o algo peor? ¿En serio confían en la gratitud de personas así? –. Concluyó Hinata antes de alejarse a paso lento –. Piénsenlo bien, Krawler.

Quiso decir algo más, pero no pudo. A pesar de su desagrado, Kimura tenía un punto. Ni Barodius ni Freidr habían dado motivo alguno para pensar que no los devolverían al abismo del que habían salido, ni siquiera podían garantizar que los vieran como algo más que una herramienta descartable.

Pero, por otro lado, ¿qué otra opción tenían? ¿Unirse a los Peleadores? Nick Takahashi había perdido la batalla contra el Príncipe Freidr incluso usando todos sus Bakugan y contando con la ayuda de Julie encima. Si todos ellos no habían podido derrotar a un solo hombre, los demás miembros de su grupo no tenían ninguna posibilidad.

No, la única forma segura que tenían de sobrevivir era seguir sirviendo a la familia del emperador y esperar que nos los desecharan sin piedad después.

Debían tener fe, confiar en la gratitud de Barodius y en que, si seguían demostrando su valía ante su familia, no les darían ninguna razón para deshacerse de ellos.

A pesar de las circunstancias, ser considerado por el príncipe mismo para ser parte de su personal era una buena forma de mantenerse en su gracia.

–Ren, ¿estás bien? –. Preguntó Linehalt con preocupación.

–No lo sé –. Respondió el peligris con un suspiro.

–Qué las palabras de esa chica no te afecten, hicimos lo que se esperaba de nosotros. Lo que pase después no es nuestra culpa –. Consoló el Bakugan Darkus a su compañero.

Era la misma frase que habían usado desde el momento en que fue efectuada la primera abducción de humanos en el IB y se había convertido en las palabras que usaban para enfrentar la culpa. Las usaban cada que tenían que ver a niños terrícolas desfilar como perros obedientes con los soldados al campo de batalla y ahora mismo las usaban para combatir los efectos logrados por los reclamos de Hinata.

No obstante, con cada nuevo día que pasaba, su consuelo surtía menos efecto y los obligaba a repetir su mantra más y más veces con tal de aplacar el dolor que estrujaba sus corazones.

Sabía que no debería sentir culpa, qué no tenía sentido culparse por las acciones del emperador, qué esta no era su carga. Ren Krawler solo era la bala, era Barodius quién sostenía el arma, la culpa debería ser solo para aquel que manipula el objeto.

No era su culpa, no podía serla. Ellos solo hacían lo que se les indicaba, lo que se requería para nunca volver al hueco al que el infeliz de su abuelo lo había enviado.

Estaba a punto de decir algo más, pero se vio interrumpido rápidamente cuando el reconocible sonido de unos pasos adentrándose en la arena llamó su atención.

–Ren, mira eso –. Señaló Linehalt alejándose ligeramente para señalar la causa del sonido.

Siguiendo a su compañero, el peleador se levantó de su asiento para acercarse al borde de la pared que tenía delante, la cual les otorgaba una vista completa de los elementos que se encontraban en la arena más allá del príncipe.

Normalmente, el coliseo no presumía de muchas cosas en su entorno más allá de su fina arquitectura debido a su estado. Sin embargo, esta vez, había más que un suelo de tierra, cubierto por grandes muros de piedra y debajo de un oscuro nublado, que fungiría como testigo de los planes del Príncipe Freidr, sin importar cuales fueran.

Al gran espacio se encontraba accediendo un grupo de seis personas, tres de ellas cubiertas por gruesas capas negras que cubrían la totalidad de sus cuerpos, salvo por la cabeza, siendo la única parte que requería de una ancha bolsa negra de tela para evitar que aquellos que sin duda debían ser prisioneros pudieran ver dónde estaban o como habían llegado.

El grupo se encontraba dirigido por los subordinados del príncipe, el guerrero neathiano de gran tamaño y el gundaliano, Lundarion Eximus, que veía con desagrado como su compañero usaba uno de sus brazos para cargar con delicadeza un cuerpo mucho más pequeño completamente cubierto por una tela completamente oscura.

Aparentemente complacido, el príncipe finalmente se desplazó de su posición para recibir a sus hombres y a sus nuevos prisioneros.

–¿Los vieron de camino aquí? –. Preguntó el príncipe con inquietud.

Parecía que solo oír la voz del príncipe tenía un efecto negativo en los prisioneros, especialmente el de la mitad, pues se revolvió con hostilidad en su puesto, obligando al gundaliano ojiverde a sostenerlo para mantenerlo seguro.

–Negativo, señor. Tomamos las rutas menos visitadas de la ciudad y nos aseguramos de mantenernos lo más lejos posible de los civiles –. Respondió Dairus la pregunta del príncipe.

–Hicieron un excelente trabajo –. Felicitó Baltasar a los hombres.

–Gracias, señor –. Respondió Belftan Subterra con un asentimiento mientras Elfar lo imitaba en silencio.

–Muy bien –. Asintió el príncipe analizando a los cautivos.

La ropa de los sujetos no era visible debajo de sus capas, pero un mango negro y circular sobresalía por la abertura delantera de la capa del prisionero de en medio al mismo tiempo que una porción de la tela a la espalda se levantaba ligeramente, siguiendo la forma de la empuñadura en el frente.

No tenía duda de que el hombre debía llevar una espada, una un poco más pequeña que la espada del Príncipe Freidr, que ahora mismo reposaba en su funda colgando del cinturón del hombre.

Inquieto, Ren se revolvió incómodo de su lugar al observar más detenidamente la empuñadura de la espada del prisionero. Era larga y se veía coronada por un guarda con forma de estrella, conformada por cinco pares de vértices alrededor del borde que separaba los dedos de la hoja.

Si bien nunca la había visto con sus propios ojos, solo había un prisionero en todo el castillo que contaba con una espada y que tenía el conocimiento para usarla. Ren lo sabía, había leído los expedientes de los prospectos muchas veces y sabía que ninguno de los peleadores cautivos dominaba un arma como esa.

Tenía que ser él, no podía ser nadie más.

–Ren, ¿ese es…? –. Comenzó Linehalt confundido.

Su compañero no tuvo tiempo de terminar su frase, se vio interrumpido cuando el príncipe desvió la atención de sus hombres para fijarse en los prisioneros que habían sido traídos ante él antes de pronunciar su siguiente orden

–Ya pueden quitarles esas cosas, estamos seguros aquí –. Indicó el príncipe a sus hombres, los cuales no tardaron en obedecer.

A lo largo de su corta vida, Ren había presenciado muchas veces el odio grabado en los ojos de los seres vivos, desde animales hasta seres con raciocinio, y todos ellos por diferentes motivos relacionados con el momento y las circunstancias.

Sin embargo, en todos esos años de vida, nunca había visto una ira tan pura como la que cubrió la mirada de Nicholas Takahashi cuando finalmente le quitaron las capas y las bolsas las de la cabeza a él, a Julie y a su enfermera, esposada con fuertes seguros de metal cubriendo la totalidad de sus manos y sus antebrazos.

Del mismo modo, pocas cosas habían horrorizado tanto a Ren como la vista de una niña pequeña siendo depositada en el suelo, muerta de miedo al ver cara a cara a un indiferente Príncipe Freidr.

–¿¡Qué rayos quieres ahora, Freidr!? –. Exclamó Takahashi con rabia mientras los Bakugan saltaban a los hombros de sus compañeros.

–Alteza, ¿qué significa esto? –. Comenzó la enfermera neathiana confundida.

–¿Para qué nos quieren aquí? ¿Qué es todo esto? –. Cuestionó Julie confundida.

–¡Será mejor que nos liberen ahora o juro que…! –. Trató hablar Leónidas antes de ser interrumpido.

–¡YA BASTA!

A pesar de la calma con la que siempre se expresaban, Ren estaba seguro que el grito de Baltasar y el príncipe, emitido al mismo tiempo por ambos compañeros, tenía la fuerza para abarcar hasta el más recóndito rincón del coliseo. Además, claro, de callar cualquier protesta que tuvieran los humanos y sus amigas, manteniéndolos a todos en un silencio sepulcral.

Aprovechando la conmoción por el estallido de autoridad de los miembros de la realeza, la pequeña niña híbrida de la enfermera corrió de su lugar junto a Dairus para abrazarse con fuerza a la enfermera como una hija que no quería apartarse de su madre.

Ren y Linehalt habían conocido muy brevemente a Alyssandria y a su niña, las habían visto e interactuado formalmente con ellas después de que el príncipe les diera la orden de darles su libreta. No obstante, a pesar de la brevedad del momento, había sido suficiente para que Ren comprendiera que ninguna de las dos era una amenaza y no tenía sentido hacerles daño si la enfermera y su Bakugan no atentaban contra la autoridad de sus superiores.

No entendía cuál era su propósito aquí.

–Disculpe, Alteza –. Se disculpó Alyssandria bajando la cabeza, pero envolviendo a su pequeña en sus brazos.

–Por favor, perdónenos, señor. La noticia nos tomó por sorpresa y no esperábamos que Alys tuviera que ser aprisionada –. Secundó Hysani a la enfermera –. Debe haber algún error, Alys ha servido obedientemente desde el día en que llegamos al castillo.

–No hubo error alguno, Hysani –. Respondió Baltasar tajante –. Fueron traídos aquí con un propósito.

–¿Y cuál es? –. Respondió Nick desafiante.

Freidr no respondió al instante, en su lugar, se apartó brevemente de su sitio, dándole la espalda al terrícola para dirigir una mirada contemplativa a los alrededores del coliseo.

Parecía fascinado, no despegaba la mirada de los muros de la gran estructura y una ola de nostalgia parecía invadir al príncipe. Freidr no era alguien muy expresivo a simple vista, así que resultaba extraño ver una expresión como en sus ojos.

–¿Saben cómo su creó este lugar? –. Comenzó el príncipe mirando sus alrededores –. Uno de mis antepasados, Melkor, el Constructor, tuvo la idea de crear un espacio en el que los soldados y los peleadores podrían demostrar su valía a los ojos del pueblo, dándoles la oportunidad de convertirse en leyendas dignas de la gloria y servir a su nación ofreciéndoles entretenimiento y, tal vez; uniéndose al ejército.

Seguido del inicio de su discurso, el príncipe se dio la vuelta nuevamente para dirigir su atención a los prisioneros una vez más.

–Solía ser muy popular, miles de guerreros y peleadores venían a aquí de todos los rincones del planeta en busca de la oportunidad de una mejor vida o morir en el intento –. Comentó Freidr con una mirada distante una vez más –. Tomó varias generaciones y no fue hasta que mi tátara abuelo asumió el liderazgo de la ciudad que esta práctica fue abandonada, bajo el argumento de que no valía la pena sacrificar tantas vidas en épocas de paz.

El tono del príncipe se ensombreció con repentino pesar, acompañando su voz con la forma de una expresión sombría y melancólica, borrando la fascinación que sentía antes para mirar nuevamente los muros que los rodeaban.

–En su momento, no lo entendía. ¿Por qué quitarle a la gente algo que amaban? ¿Qué ganaba con eso? Solía venir aquí cuando era niño y soñaba con luchar en esta arena, enfrentarme a sujetos poderosos. Por desgracia para mí, era una práctica ilegal –. Continuó el hombre con un suspiro –. Me tomó tiempo comprender el porqué de tal decisión, pero lo hice.

De pronto, una expresión burlona se asomó en los ojos del príncipe, mientras una sonrisa triste se asomaba en sus labios y bajaba su cabeza, tratando de cubrir su expresión con el velo de su cabello grisáceo.

–Entendí que el infeliz era débil, no era capaz de ver a otros derramar sangre, incluso si era por una vida mejor. Prefirió crear hombres débiles con tal de garantizar la paz y nunca entendió la importancia de la batalla, del dolor, de cómo el sufrimiento da forma a hombres fuertes –. Dijo el príncipe mirando hacia a arriba, hacia el cielo nublado que anunciaba la llegada de una futura lluvia –. El dolor nos fortalece, nos prepara y nos purifica.

La última parte salió como un susurro casi inaudible, Ren tuvo que hacer su mayor esfuerzo para entender lo que decía el príncipe. Y, honestamente, no lo comprendía. Sabía que Freidr era un hombre enigmático, no era claro ni en su forma de ser realmente, pero sus principios se tornaban tan confusos como él mismo.

–¿Por qué nos están diciendo esto? ¿Por qué estamos aquí exactamente? –. Preguntó Nick por el resto de sus amigos.

Una mirada penetrante ya había reemplazado la sumisión en los ojos de Alyssandria mientras sostenía a su pequeña, parecía comprender algo que su paciente y los amigos de éste no, pero se mantenía en silencio en su sitio, tratando de enterrar al príncipe con la mirada. Por otro lado, Nick y Julie se mostraban cautelosos, ninguno de los dos parecía comprender lo que su carcelero quería decir y temían lo que pudiera hacer.

La morena tenía un pie apartado del otro, estaba lista para correr si la situación lo ameritaba. Esta vez, Elena no estaba con el grupo y desconocía la razón, pero Julie parecía lista a aprovechar esa ventaja. Nick, por otro lado, tenía una mano en la funda de su espada, se preparaba para pelear nuevamente si tenía que defenderse.

Curiosamente, una pequeña sonrisa de aparente orgullo se alzó en el rostro del príncipe una vez más.

–Porque, desde que Barodius tomó el trono, varias de las políticas del anciano fueron anuladas y ya no es ilegal venir aquí –. Respondió el príncipe manteniendo su enorme sonrisa nuevamente.

–¿Qué estás diciendo? ¿Nos trajeron aquí solo por un capricho? –. Cuestionó Leónidas incrédulo.

–Claro que no. Los trajimos aquí para que demuestren lo que pueden hacer, Leónidas –. Respondió Baltasar por su compañero esta vez.

–No entiendo, ¿a qué quieren llegar? –. Expresó Nick confundido.

–Nuestra batalla en la Tierra no fue justa, estuvieron presentes demasiados obstáculos que les impidieron luchar con libertad. Ya fuera el peligro que corrían sus amigos en el campo o el no querer devastar su ciudad, tenían demasiadas cosas en la mente como para enfrentarnos cómo es debido –. Declaró Freidr esta vez –. Así que les daremos una oportunidad de luchar con todo su poder. Justo aquí, justo ahora.

–Solo tú y yo, Leónidas –. Concluyó Baltasar.

Incrédulo, Ren pudo ver como Nick arqueaba una ceja. Claramente, no podía comprender las intenciones de su enemigo. Julie veía el intercambio de sus amigos con el príncipe confundida, sin entender a lo que quería llegar el hombre con armadura y esperando la respuesta de sus amigos. Alyssandria y su pequeña, por otro lado, veían a los terrestres con una mezcla de diferentes emociones, pero expectantes ante el desarrollo de la situación; la enfermera observaba con aire contenido a su paciente mientras estrechaba a la niña más cerca de su cuerpo. Por otro lado, la pequeña híbrida veía a Nick con un haz de luz, esperando que el Peleador Darkus fuera capaz de sacarlas de esta situación.

Finalmente, después de unos segundos de silencio, Nick y Leónidas compartieron una mirada breve antes de responder.

–¿Y si no queremos pelear? –. Cuestionó Nick con dureza.

–Lud, ya sabes que hacer –. Indicó el príncipe falto de sorpresa.

El gundaliano mencionado asintió en entendimiento antes de dejar a los terrestres en manos de Dairus para emprender una caminata hacia donde Ren y Linehalt veían el desarrollo de los acontecimientos.

Rápidamente, ambos compañeros regresaron a su posición en la banca del acceso para fingir que no estaba pasando nada.

A pesar de la distancia que los separaba, Lundarion Eximus no tardó mucho tiempo en asomarse por el marco del túnel, mostrándose imponente delante de Ren y los humanos que lo voltearon a ver con temor creciente en sus ojos, pero que trataban de combatir con una falsa valentía que no parecía sorprender al guerrero del príncipe.

–¿Siguen todos aquí, Krawler? –. Cuestionó el ojiverde.

–Sí, señor. Ninguno se ha movido desde que se fue –. Asintió Ren al hombre.

–Muy bien –. Respondió Eximus agachándose debajo de una de las bancas para sacar una caja de tamaño considerable.

Curioso, Ren y Linehalt se acercaron para ver lo que había en el interior y donde se revelaron unas cuantas cadenas antiguas y oxidadas, pero en el estado perfecto para retener algo o a alguien.

–Disculpe, señor. ¿Para qué es todo esto? ¿Por qué estamos aquí? –. Cuestionó Linehalt mirando las cadenas en las manos del peleador.

–Ya lo verás, Linehalt. Por ahora, hay que asegurar a los humanos con esto y llevarlos ante el príncipe –. Respondió Elfar Ventus por su compañero.

Sin cuestionar las indicaciones, Ren comenzó a brindar su apoyo en el proceso de encadenar a los terrícolas, bloqueando sus manos y pies con los seguros de acero ofrecidos por el príncipe.

Al salir del castillo de forma clandestina, se habían visto obligados a mantener a los terrícolas con protecciones mínimas para no llamar la atención, para no arriesgarse a que ningún civil gundaliano viera a un grupo de prisioneros desplazándose por las calles. No había sido problemas, habían tomado más rutas menos transitadas a altas horas de la noche para correr el menor riesgo posible y la presencia de Lundarion mantenía bajo control a los terrícolas. Después de todo, no iban a retar al hombre que sostenía un cuchillo en sus espaldas y que ahora reposaba en su cinturón.

Por supuesto, la parte más difícil fue encadenar a la pequeña Aiko.

–Ren, ¿vas a hacernos daño? –. Preguntó la niña asustada.

–No, pequeña, solo son seguros –. Respondió Ren con tomó suave.

–Descuida, no sufrirán daño alguno por nuestra parte –. Aseguró Linehalt con tomó conciliador.

No sabía si podía garantizar algo así a la niña, no después de todo lo que había ocurrido hasta el momento. Sin embargo, no iba a lastimar a la niña, no llegaría a esos extremos y se necesitaría más que la mirada penetrante de Hinata Kimura para silenciarlo.

A pesar de su temor, la pequeña Akiyama se dejó encadenar con inseguridad palpable en su mirada. Y Ren hizo todo lo posible por ser suave con ella mientras aseguraba el acero en sus manos con la mayor delicadeza posible para no herirla o asustarla.

Finalmente, estando listos para partir, ambos gundalianos guiaron la marcha de los terrícolas encadenados, escoltándolos en una perfecta fila recta que se desplazaba de la forma más coordinada posible hacia el príncipe y sus prisioneros.

Tal como suponía, verlos ayudando a dirigir esta operación no hizo más que provocar a Nick Takahashi y a sus amigos.

–¿¡Qué significa esto!? –. Rugió Leónidas con furia.

–¡Krawler, libéralos ahora mismo! –. Exigió Takahashi con el mismo tono.

Al escuchar las palabras de los terrestres, el príncipe liberó su espada de su funda para apuntarla al rostro del Peleador Darkus.

–No estás en posición de exigir nada, humano –. Aclaró el peligris mayor.

–¿Ahora juegan con la vida de inocentes? Se las ingeniaron para caer aún más bajo –. Reprochó Julie con severidad.

–Ya tuve suficiente de sus tonterías. ¡Dairus! –. Silenció Freidr mirando a su soldado.

En un movimiento repentino, el gran neathiano con armadura sujetó los hombros de Alys y Julie con fuerza para arrastrarlas de su lugar y llevarlas al lado del príncipe mientras la pequeña Irin lloraba aferrándose a Alys con la mayor fuerza posible.

–¡No! ¡Chicas! –. Exclamó Nick tratando de alcanzar a sus amigas.

Fue inútil, el filo de la espada del Príncipe Freidr tocando su cuello detuvo a Nick en seco, obligándolo a quedarse quieto cuando un pequeño hilo de sangre se asomó debajo de la punta del arma.

–¿¡Qué creen que están haciendo!? –. Dijo Ángel indignada al ver el trato que recibían los humanos.

–Nos aseguramos de que acepten –. Respondió Baltasar con frialdad.

Para este punto, Leónidas ya se encontraba delante de su pandilla, teniendo a su pareja y a su Trampa Bakugan a los lados, rodeando a Nick en un intento de protegerlo.

–Este es el trato: ustedes nos enfrentarán una vez más, sin contenerse y sin reservarse nada. Si ganan, yo liberaré a estos humanos de vuelta en la Tierra, volverán con sus familias y ustedes podrán descansar tranquilos. ¿Suena justo? –. Comenzó Freidr alejando su arma y devolviéndola a su funda.

–¿Y si no ganamos? –. Preguntó Nick con cautela.

Antes de responder, antes de emitir cualquier sonido, Freidr solo se limitó a señalar con su mano a los prisioneros bajo custodia de sus hombres, mostrando una gran indiferencia en sus orbes de depredador.

–Los mato a todos.

Las palabras salieron con una gran frialdad de la boca del príncipe, congelando momentáneamente a Ren en su sitio antes de que girara la cabeza para ver a Aiko y a los demás terrícolas asombrados y muertos de miedo, ni siquiera Hinata Kimura logró contener su pánico mucho tiempo y dejó ver una expresión de genuino temor.

Las niñas fueron las primeras en temer, Aiko y la híbrida, Irin, rompieron a llorar mientras le suplicaban al príncipe que las dejara ir, que les perdonara la vida; obligando a Julie y a Alyssandria a tratar de calmar a la mestiza mientras intentaban hacer lo mismo con el grupo de terrícolas.

Por supuesto, Ren no tardó en hacer lo mismo por Aiko, cuyas lágrimas ya se derramaban sobre su ropa bajo sus ojos cada vez más rojos por el llanto.

–Alteza, tal vez podamos reconsiderar –. Ofreció el peligris tratando de ocultar su desesperación.

–No, no vamos reconsiderar nada. Si este humano quiere salvar a los suyos, tendrá que derrotarnos –. Respondió el príncipe sin despegar la mirada del pelinegro.

–Al menos dejen ir a los humanos, úsennos a nosotros para su experimento absurdo si quieren. Pero dejen ir a Alys y a los demás, no merecen nada de esto –. Propuso Julie rápidamente.

–Es cierto, ni tienen por qué castigar chicos que no tienen nada que ver en esta batalla –. Respaldó Gorem a su compañera.

En respuesta, ambos miembros de los Peleadores solo se ganaron una mirada incrédula de parte del príncipe.

–¿No tienen nada que ver? ¿En verdad no lo entienden? –. Comenzó el príncipe con una risa seca –. Estos terrestres están obsesionados con la idea de salvar a estos gusanos, arriesgar sus cuellos es la forma más efectiva que tenemos de motivarlos a pelear.

Los tenía, Ren había visto con sus propios ojos como Nick y Leónidas mostraban su lado más brutal con tal de detenerlos, Linehalt había sido el primer objetivo de la bestia en que ambos compañeros se convertían cuando se trataba de proteger a los inocentes.

Poner en peligro a estos terrícolas era la manera perfecta de obligarlos a pelear con todas sus fuerzas. Pero no entendía por qué buscar algo así, ambos Peleadores eran un peligro y Kazarina podía dar fe de eso, su equipo de programación interna no había sobrevivido tras su momento de uso con Nick Takahashi y su Leónidas Darkus.

¿Por qué arriesgarse a perder rehenes? ¿Por qué luchar contra estos terrestres de nuevo si ya los había vencido antes? ¿Qué es lo que Freidr esperaba obtener con esto?

–Entonces, terrícolas, ¿tenemos un trato? –. Cuestionó el príncipe acercándose a la pequeña híbrida.

Asustada, Irin escondió su rostro en el regazo de su protectora, buscando seguridad, mientras la neathiana la estrechaba con fuerza.

En toda su vida, Ren había visto muchas cosas escalofriantes, lo común para alguien obligado a crecer en el abismo de los Bakugan Oscuros, pero nada logró asustarlo tanto como la imagen del príncipe del planeta jugando con un mechón de cabello de la niña híbrida, la cual se negaba a devolverle la mirada.

Todo mientras un alargado cuchillo se asomaba en la mano de Lundarion Eximus, listo para manchar su hoja gruesa y dentada con la sangre de estos inocentes, provocando que el peleador terrícola llevara su mano a la empuñadura de su espada.

En respuesta a tal acción, el Príncipe Freidr no tardó en llevar su mano al mango de su propia espada, desafiando a Nick con la mirada.

Por supuesto, el pelinegro fue sabio al aligerar su agarre sobre su arma y separar su mano ante la vista clara de sus carceleros.

Tomó un momento que pareció eterno, pero antes de ofrecer una respuesta, Nick y Leónidas solo tuvieron tiempo de compartir una pequeña mirada antes de suspirar con un asentimiento lleno de resignación.

–Supongo que no tenemos elección, Nick –. Suspiró Leónidas a su compañero.

–No, no la tenemos –. Reconoció Nick antes de mirar al príncipe nuevamente –. Muy bien, Freidr, tienes un trato.

Complacido con la respuesta, el hombre se alejó de la niña antes de continuar mientras iba en dirección opuesta a la de su futuro oponente.

–Excelente respuesta, Nicholas –. Felicitó Freidr antes de ver a los demás compañeros de Nick –. Las reglas son muy simples, será una batalla justa, así que mis hombres no interferirán, se harán a un lado y cuidarán a los prisioneros.

–Leónidas, tú y yo seremos los únicos Bakugan en la arena. Si tu pareja o tu mascota intentan intervenir, los prisioneros mueren –. Declaró Baltasar antes de ver a los humanos –. Por otro lado, si alguno de ellos intenta escapar, todos mueren.

–Confiamos en que tú y tus Bakugan se apegarán a esta norma y no van a interferir –. Dijo Freidr esta vez –. Si lo hacen, puedo prometerte que no verán otra sorpresa desagradable, como la que les dimos en la Tierra –. Concluyó golpeando suavemente la zona donde la punta de su collar reposaba detrás de la pechera de su armadura.

–No lo harán. Lo prometo –. Respondió Nick con seriedad antes de dedicar una mirada a Ángel y Wolf.

–No se preocupe, Maestro Nick, los apoyaremos estando a su lado. ¿Cierto, Wolf? –. Dijo Ángel mirando a la Trampa Bakugan.

El lobo no parecía complacido con lo que oía, se notaba decaído y emitía sonidos suaves ante la idea de quedarse rezagado en una batalla en la que podrían necesitarlo nuevamente.

–Vamos, Wolfie. No te preocupes por Leónidas, estará bien –. Consoló Ángel al pequeño lobo.

A pesar de la dulzura y sorprendente calma fingida en el tono de la Bakugan, Wolfang se negó a aceptar la idea con insistencia.

–Wolf, por favor, necesito que estés de acuerdo con esto –. Dijo Leónidas acercándose –. Baltasar ya te hizo mucho daño en la Tierra y preferiría que no vuelvas a correr ese peligro.

La Trampa Bakugan alzó ligeramente la cabeza para pegarse a la forma de Leónidas, como si expresara su miedo ante la idea de dejar ir a su maestro por su cuenta nuevamente.

–Escúchame, necesito que te quedes aquí y cuides de Nick y Ángel, ¿está bien? –. Pidió el dragón oscuro con tono suave –. Será una batalla difícil y no podré protegerlos a todos mientras enfrento a Baltasar. ¿Crees que puedas cuidarlos en lo que estoy fuera?

Triste, pero comprensivo, Wolfang asintió con la cabeza gacha antes de pegar su cabecita a la de Leónidas.

Como pudo, el dragón acorazado alejó a su Trampa Bakugan antes de regresar a su sitio junto a su compañero.

–Cuídate mucho, mi amor –. Pidió Ángel a su pareja.

–Descuida, cielo. Lo haré –. Aseguró Leónidas con tono gentil.

Finalmente, los contendientes se alejaron, dirigiéndose a lados opuestos de la arena para prepararse. Al mismo tiempo, Ren ayudó a Lud y Dairus a mover a los prisioneros a las gradas más lejanas de la zona de combate.

Para este punto, las dagas en los ojos de los humanos ya habían desaparecido, ninguno se atrevía a pronunciar una palabra mientras eran reubicados de la arena y veían con temor a Nick alejarse a su respectivo lugar.

–Ren, ¿crees que el señor Nick y Leónidas puedan ganar? –. Preguntó Aiko temerosa mientras subían los escalones.

–No lo sé, pequeña –. Respondió el peligris mirando con cuidado a sus alrededores, tratando de no provocar a Lud o Dairus con la respuesta errónea.

Honestamente, dudaba que los terrestres tuvieran oportunidad. Después de todo, ya habían perdido una vez y no tenían garantía de una victoria en esta ocasión.

Sin embargo, incluso yendo contra su buen juicio, Ren no pudo evitar desear con todas sus fuerzas que, a pesar de todo, Nick y Leónidas fueran capaces de vencer. Estos humanos no se merecían la muerte por los enigmas del príncipe.

–No te preocupes, pequeña. Ya verás que Nick y Leo les darán una lección –. Aseguró Julie a la niña con tono dulce.

–¿De verdad, Julie? –. Preguntó la niña híbrida en esta ocasión.

–Es cierto, que no los engañe su actitud. Nick y Leónidas nunca permitirán que nos hagan daño –. Aseguró Gorem por su compañera.

–¿Tú crees que puedan ganar, Alys? –. Repitió la niña a su cuidadora esta vez.

Cuando miró a su niña nuevamente, los ojos de la neathiana perdieron su dureza, reemplazándola con un gran afecto y una suave sonrisa dedicada únicamente a la pequeña.

–Se dice que Nick Takahashi y Leónidas Darkus son los Peleadores Bakugan más fuertes. No puedo garantizar que sea cierto, pero sé que son lo suficientemente fuertes como para que el Príncipe Freidr tuviera que ir personalmente por ellos. Así que creo que tenemos que confiar en en los chicos y en sus posibilidades de ganar –. Respondió la neathiana.

–Guarden silencio –. Ordenó Dairus indicando los sitios donde debían sentarse.

Uno a uno, todos los cautivos tomaron asiento callados mientras Ren y Lud los vigilaban desde los laterales de la fila. Al mismo tiempo, Dairus se encontraba detrás de todos ellos, imponente y atento a cualquier cosa que pudieran intentar, especialmente la enfermera de su misma especie.

Estando finalmente posicionados en su respectivo sitio, ambos contendientes se miraron fijamente por un fugaz momento antes de que las llamas de la rivalidad ardieran nuevamente en sus miradas.

–¿¡Listo, humano!?

–¡Adelante, basura gundaliana!

Campo: Abierto.

Expectantes, todos los presentes vieron con atención como el Príncipe Freidr abría la batalla, arrojando su primera carta al centro del coliseo.

–¡Carta portal lista!

Nerviosos, los humanos vieron como una intensa aura de luz dorada bañaba la arena de combate y congelaba sus miradas al mismo tiempo que hacía temblar sus manos con temor.

–¡Adelante, Nicholas! ¡Bakugan, pelea! –. Exclamó el príncipe arrojando a su compañero al campo.

Un poderoso brillo emergió del suelo de la arena, bañando su oscura tierra con capas y capas de luminoso poder Haos que hizo un perfecto contraste con la oscuridad de los cielos antes de estallar como una bomba para dar pie a la forma de un poderoso en imponente guerrero, envuelto en la dureza de una armadura antigua, una capa desgastada con capucha y un enorme martillo de guerra en sus manos.

–¡Dalo todo, Baltasar Haos!

Baltasar: 3000.

Asombrados y aterrorizados, Ren y Linehalt vieron como sorpresa como un enorme caballero de armadura blanca se elevaba casi al nivel de los grandes muros del coliseo, moviendo su arma y sus extremidades como si no tuviera un gran peso sobre sus hombros.

¿Este era el poder de los Bakugan Oscuros? ¿De verdad podían alcanzar un nivel tan aterrador? Linehalt nunca había mostrado un poder de estas magnitudes y se suponía que era de la misma subespecie de Baltasar.

¿Qué clase de monstruo era este?

–Leónidas, ¿estás listo? –. Preguntó Nick a su compañero con las manos empuñadas.

Sorprendentemente, antes de poder ofrecer una respuesta, Leónidas se vio envuelto en una intensa aura de energía oscura, tan negra como los cielos mismos de la noche y que resultaba tan intensa a la vista, que lo único visible desde la distancia eran sus ojos color carmesí brillando.

–Adelante, Nick –. Asintió el dragón oscuro cerrándose en una esfera.

Envuelto por la mano enguantada de su compañero, Leónidas salió volando de su lugar para caer justo delante de Baltasar.

–¡Bakugan, pelea!

Abriéndose ante los ojos esperanzados de estas pobres almas encadenadas, un tornado de fuego tan negro como las escamas del demonio que se elevaba en el campo de batalla se alzó con gran poderío ante los ojos anonadados de los presentes. Al mismo tiempo fuertes corrientes de viento frío comenzaron a azotar los alrededores, encogiendo a los terrícolas y haciendo que todos los que se encontraban en el público taparan sus ojos debido a la intensidad de las corrientes de violento aire.

–¡Bakugan, surge!

Ahí, para el asombro y el alivio de Ren y todos los que se encontraban sentados en las gradas del coliseo, un enorme dragón humanoide con armadura y cuernos se mostró poderoso y aterrador entre olas de incesantes rugidos, envuelto en las llamas negras de su propio poder.

–¡Arriba, King Leónidas Darkus!

Leónidas: 1500.

No, esto no podía ser posible. Leónidas tenía un nivel de 700 en la Tierra, un poder menor al nivel base de los Bakugan gundalianos. ¿Cómo es que había crecido tanto en los últimos días? Tenía que ser un error, su BakuMetro debía estar sufriendo una grave descompostura, debías estar calculando mal las lecturas.

Leónidas no podía ser tan fuerte, algo andaba mal.

Al menos, ese fue su pensamiento lógico hasta que vio a Baltasar reír aparentemente complacido con lo que estaba viendo.

–Así que nuestra teoría era cierta. Leónidas, eres más fuerte aquí, que en la Tierra –. Comentó Baltasar con buen humor –. Dime, ¿cómo se siente ese poder? ¿Puedes sentir algo diferente en ti?

–No sé de qué estás hablando –. Respondió Leónidas con brusquedad.

–Muy bien, entonces haré las pruebas yo mismo –. Declaró el Bakugan Baos golpeando la base de su martillo contra el suelo.

Finalmente, terminado el momento de diálogo entre los contrincantes, Nick Takahashi fue el primero en actuar, alzando sus primeras cartas poder en este encuentro con la intención de acabar con Baltasar lo más pronto posible.

–Doble poder activado: ¡Furia del Rey + Corte Profundo! –. Comenzó el pelinegro rápidamente.

Elevándose en una poderosa onda de energía oscura, Leónidas emitió un poderoso rugido que agitó la tierra y casi obligó a los espectadores del encuentro a taparse los oídos debido a la dureza del atronador sonido que precedió la llamativa flama blanca y azul que se asomó entre sus fauces y que fue liberada con la fuerza de un rayo hacia Baltasar.

Leónidas: 2500.

–Poder activado: Martillo Reflectante –. Defendió el príncipe rápidamente.

Elevando su gran arma entre sus manos, Baltasar ancló sus enormes pies en el suelo antes de levantar su martillo de guerra a modo de escudo, deteniendo el poderoso rayo del dragón y manteniendo su posición en la arena.

Baltasar: 3500.

–¿¡Es todo lo que tienes, Leónidas!? –. Gritó Baltasar desafiante sin moverse de su posición.

–Aún no. ¡Nick! –. Respondió el dragón mirando a su compañero.

–¡Ataca, Leónidas! –. Ordenó Takahashi mientras levantaba dos cartas entre sus dedos.

Deteniendo su poderoso rayo, Leónidas aprovechó el momento de confusión de sus enemigos para abalanzarse sobre Baltasar con sus grandes alas agitándose a gran velocidad.

–¡Qué no se acerque demasiado, Baltasar! –. Exclamó Freidr a su compañero.

Blandiendo su enorme martillo, una poderosa esfera de luz de los mismos colores que el rayo de Leónidas salió disparado de la enorme arma en dirección al Bakugan Darkus.

Los humanos, de pronto, acercaron sus cabezas en dirección al encuentro, expectantes y asustados ante la idea de que sus posibles salvadores no pudieran esquivar ese ataque. El mismo Ren se encontraba apretando con fuerza sus puños, temiendo que el idiota de Nick perdiera tan pronto el combate.

Por suerte, los miembros de los Peleadores Bakugan no los decepcionaron.

–Doble poder activado: ¡Hermanos Fantasma + Carrera de Sombras!

Repentinamente, el gran cuerpo de Leónidas se desvaneció en una mezcla de veloces sombras alrededor de la poderosa esfera de energía, rodeándola y dejando que se elevara al nivel del cielo, pintando la oscuridad del mismo con el intenso resplandor claro de su estallido.

–¡Baltasar, detrás de ti! –. Advirtió el Príncipe Freidr al ver la oscura anomalía rodear a su compañero hasta dar con su espalda.

Reaccionado a tiempo, el Bakugan Haos consiguió darse la vuelta a tiempo para bloquear las garras de Leónidas que amenazaron con penetrar la seguridad de su armadura al mismo tiempo que le devolvía una mirada inexpresiva al dragón.

De pronto, antes de que cualquiera de los gundalianos tuviera tiempo de hablar, el enorme dragón negro se desvaneció nuevamente entre sombras, dejando a un Baltasar confundido mientras veía sus alrededores con su martillo en mano.

–¡Es el momento! ¡Ataquen! –. Ordenó Nick desde la distancia.

En movimiento sorpresivo, Leónidas reapareció detrás de su oponente, pateando la parte posterior de una de sus rodillas y obligando a Baltasar a caer aturdido.

Rápidamente, el enorme Bakugan Haos trató de alcanzar a su atacante con la punta de su martillo, pero solo logró alcanzar lo que pareció ser una débil agrupación de sombras que no tardaron en desvanecerse ante los ojos del enorme guerrero una vez más.

–¡De nuevo! –. Rugió Nick con fuerza.

Suponiendo cuál sería el patrón de su oponente, Baltasar no tardó un solo segundo en abalanzarse detrás de sí para interceptar el ataque de Leónidas, impidiendo el contacto con sus enormes garras.

–¡Quítatelo de encima! –. Ordenó Freidr.

Siguiendo la orden de su compañero, Baltasar se impulsó con sus piernas y sus grandes brazos para empujar a su enemigo y tirarlo al suelo boca arriba.

Al compás de sus ataques, el gundaliano se abalanzó sobre Leónidas, alzando su gran martillo sobre su cabeza para dejarlo caer en un movimiento rápido, impactando sobre el enorme cuerpo del dragón y provocando que se desvaneciera en un débil mar de sombras que se elevó ligeramente ante su mirada.

–¡Acaben con él, Leo! –. Animó Ángel a su pareja.

De pronto, en un mar de asombrosa oscuridad, dos nuevos Leónidas emergieron a los lados de Baltasar, con uno pateando la pierna del enemigo y obligándolo a arrodillarse antes de que el segundo impactara su codo en un costado de su enorme cuerpo antes de elevarse lo suficiente con el azote de sus alas para estrellar su rodilla en el rostro del gundaliano, forzándolo a alzar la cabeza y dejando su cuerpo desprotegido por un breve instante.

Aprovechando la situación, un tercer Leónidas emergió de nuevo delante del choque de titanes y embistió a su contrincante con toda la fuerza que su enorme cuerpo le permitió, cayendo ambos al suelo y rodando en un intento de levantarse antes que su enemigo.

Leónidas: 3500.

Apartando al enorme dragón con la fuerza de sus extremidades, Baltasar fue el primero en levantarse mientras Leónidas maniobraba en el suelo para recomponerse.

El guerrero Haos intentó atacar nuevamente con el poderío de su arma blanca, pero fue detenido en el momento en que los otros dos Leónidas a sus espaldas saltaron sobre él y retuvieron sus brazos con la fuerza de sus propias extremidades y hocicos.

–¡Manténganlo así! ¡No dejen que se mueva! –. Ordenó Leónidas entre rugidos a sus réplicas al mismo tiempo que su propio hocico brillaba con intensidad.

Acompañando la dureza de sus órdenes, poderosas llamada negras y rojas bañaron el cuerpo de Leónidas mientras éste apuntaba directamente a su contrincante con intenciones de terminar con él.

Al ver como numerosos rasguños se formaban en la armadura de su compañero, amenazando con penetrar su blindaje, Freidr no tardó en levantar una carta poder para que Baltasar pudiera actuar antes de que el ataque de Leónidas lo alcanzara.

–Poder activado: Ondas de Luz Máximas.

Baltasar: 4000.

De pronto, una andanada de pequeñas esferas de energía salió disparada del cuerpo de Baltasar en todas las direcciones posibles, colisionando contra los muros del coliseo y la arena.

–¡Agáchense! –. Ordenó Linehalt a los prisioneros.

Instintivamente, Ren se abalanzó sobre Aiko y los humanos que estaban más cerca para intentar protegerlos, mientras Alyssandria hacía lo mismo con su niña, Julie y Hinata Kimura. Quedó en Dairus ofrecer un poco de protección a los demás prisioneros mientras una serie de pequeñas explosiones azotaba los muros del coliseo, tirando una ola de rocas al suelo que, sorprendentemente, el gran neathiano logró resistir.

El muro no cayó, su gran grosor y sus fuertes cimientos lograron mantenerlo de pie, a pesar del castigo al que había sido sometido.

–¿¡Están bien todos!? –. Preguntó Alyssandria con preocupación.

Como pudieron, los terrícolas respondieron con un asentimiento mientras se mantenían escondidos bajo las gradas de la construcción.

–¡De pie! –. Ordenó Lud empuñando su cuchillo nuevamente.

Era un arma grande, un cuchillo dentado del tamaño de un antebrazo y parte de una mano. La empuñadura era negra y la hoja clara y brillante. Intimidaba a la mayoría de los prisioneros, pero dejaba ver con claridad que no valía la pena desafiar a este demente.

Nerviosos, los terrícolas se recompusieron para devolver su atención al centro de la arena de combate, donde ambos contendientes se encontraban listos para retomar la pelea.

Leónidas se liberó de la protección que le ofrecían sus alas y brazos desprendiendo humo, pero sin permitir que las llamas en su cuerpo se apaguen.

Baltasar, por otro lado, se encontraba brillando con intensidad, escondiendo el blanco de su armadura debajo de un poderoso brillo dorado que contrastaba con la oscura noche.

Pendientes de lo que haría el otro, ambos contendientes levantaron sus siguientes cartas para continuar el combate.

–Poder activado: ¡Recuerdo de Amida!

–Poder de fusión activado: ¡Ecos de Hades!

Repentinamente, las dos réplicas de Leónidas reaparecieron en el campo, pero ahora mostraban una apariencia fantasmal, carentes de su característico color negro y dejando ver una intensa aura Darkus rodeando su cuerpo. Ambas apariciones se desvanecieron en el aire, dejando como una prueba de su existencia dos estelas de energía que condujeron a Leónidas, que comenzó a brillar con el mismo tono de sus clones caídos.

En un ataque de furia, el gran dragón oscuro se abalanzó sobre su contrincante entre fuertes rugidos, dejando tras de sí un rastro grueso de energía Darkus en la dirección en la que se encontraba su oponente.

Baltasar, por su lado, optó por dejar su martillo enterrado firmemente en la arena y levantar sus grandes brazos en posición defensiva, listo para resistir cualquier ataque que su enemigo lanzara.

Leónidas: 4000. Baltasar: 4500.

Una gran nube de polvo se levantó cuando Baltasar consiguió parar el golpe de Leónidas justo antes de que éste impactara, usando la fuerza de sus brazos y piernas para mantener el balance y medir sus fuerzas con las del gran dragón negro.

–¡De nuevo, Leo! ¡Tú puedes! –. Animó Nick a su compañero.

Emitiendo un rugido de batalla, Leónidas se impulsó hacia delante, alejando momentáneamente a su oponente para dar pie a una veloz sucesión de golpes, cerrados tan fuerte en su mano, que la sangre del dragón colgaba de sus muñecas y se derramaba en el suelo debido al filo de sus garras lastimando su propia carne.

Baltasar no se quedó atrás. Leónidas tenía una velocidad ejemplar y parte de Ren estaba segura de que solo Ingram y Ángel podrían superarlo en ese aspecto, pero no era suficiente para imponerse sobre el Bakugan Oscuro, que se mantenía al ritmo, bloqueando cada golpe con sus propios puños.

Fuertes corrientes de viento salvaje recorrieron el campo de batalla agitando el polvo que decoraba los muros del coliseo y obligando a los espectadores del encuentro a taparse los rostros.

Entre su veloz intercambio de ataques, Baltasar logró desviar uno de los puñetazos del dragón acorazado para obligarlo a acercarse y aprovechar el momento para impactar un golpe directo en un costado del Bakugan Darkus, uno tan fuerte que lo obligó a rugir con fuerza mientras un hilo de saliva sobresalía de entre las fauces del terrestre.

El sonido no duró mucho tiempo, Baltasar no tardó en callarlo al chocar un nuevo golpe ascendente en la mandíbula del dragón, cerrándose la boca con violencia y dándole un nuevo momento para atacar al retener en la fuerza de su agarre la cabeza del Bakugan Darkus antes de azotarlo contra el suelo y arrastrarlo por la arena.

–¡Nick, haz algo! ¡Tienen que salir de ahí rápido! –. Exclamó Julie llamando a su amigo.

Siguiendo el consejo de la peliplata, Nick no tardó en levantar una nueva carta poder entre sus dedos.

–Poder activado: ¡Alma Oscura!

De pronto, como si no fuera más que una ilusión, el enorme cuerpo de Leónidas se perdió entre la arena, adentrándose en las profundidades del suelo hasta quedar completamente invisible a los ojos de su oponente.

–Eso no bastará para vencerme, Leónidas –. Provocó el Bakugan gundaliano a su enemigo.

–¿Eso crees? ¡Ataca ahora, Leo! –. Indicó Nick a su desaparecido Bakugan.

Emergiendo de entre las fauces del suelo, el enorme dragón con armadura reapareció a espaldas de Baltasar con sus manos unidas en un fuerte puño descendente encima de su cabeza.

Parecía que el golpe sería capaz de hacer un daño considerable al enemigo, pero Baltasar parecía haberse adaptado rápidamente a las estrategias del humano y no tardó mucho en darse la vuelta, listo para atrapar el ataque de su enemigo.

–¡Ahora, Leo!

No obstante, para consternación de todos, no lo logró. En un movimiento sorpresivo, las manos de Leónidas atravesaron las de Baltasar del mismo modo que su cuerpo había hecho con el suelo antes de recuperar su dureza una vez más estando cerca de la cabeza del gundaliano.

El golpe que Baltasar recibió tuvo la fuerza suficiente para hacerlo retroceder ligeramente aturdido por el golpe, momento que ambos terrestres aprovecharon para arremeter una vez más en un torbellino de eufórica ira.

–¡Qué no avance, Baltasar! ¡No se los permitas!

Con un ademán de su mano derecha, el gran martillo del guerrero se elevó de su posición en el campo y voló nuevamente a la mano de su portador, golpeando la espalda de su atacante en el trayecto y obligándolo a mantenerse en el suelo por unos segundos.

–¡Qué no los alcance esa cosa! –. Gritó Alyssandria.

–Doble poder activado: ¡Gran Hacha X + Escudo de Hel! –. Defendió Nick al instante.

Un gran escudo de energía oscura se materializó en uno de los brazos de Leónidas, dándole el instrumento para bloquear el ataque de Baltasar, creando una onda expansiva que empujó ligeramente a los gundalianos en las gradas, obligándolos a sostenerse de lo que pudieran para no caer.

–¡Hay que hacerlo ahora, Nick! –. Llamó Leónidas a su compañero mientras una gran hacha aparecía repentinamente en su brazo libre.

–¡Lo sé! –. Asintió el pelinegro mostrando una nueva carta en su mano –. Doble poder activado: ¡Furia del Rey + Ira Berserker!

Leónidas: 5500.

Potenciado con la energía que comenzó a emerger de su cuerpo, Leónidas se abalanzó una vez más sobre su contrincante, moviendo su escudo con la suficiente fuerza como para alejar ligeramente a Baltasar, pero dándose el tiempo suficiente para arremeter con su gran hacha contra el Bakugan Haos.

Uno a uno, cada golpe realizado por el dragón comenzó a ganar terreno frente al gundaliano, obligándolo a seguir retrocediendo mientras usaba su martillo para bloquear cada ataque del dragón oscuro.

Corte descendente, golpe lateral, corte en diagonal. Uno a uno, cada golpe parecía elevar más y más a Leónidas hasta que, finalmente, la guardia de Baltasar no fue capaz de resistir el último golpe del dragón y la parte baja del arma se terminó ensartando en su hombro; dándole la oportunidad de Leónidas de tirar de Baltasar lo suficiente para golpearlo con su escudo al tenerlo lo suficientemente cerca.

–¡Eso es! ¡Eso es! ¡Sí pueden ganar, Alys! –. Exclamó la pequeña híbrida con emoción.

A pesar de su estoicismo inicial frente a la situación, Ren pudo ver como una pequeña sonrisa de alivio y orgullo se asomaba en los labios de la neathiana mencionada.

Se había mostrado escéptico en un inicio, pero viendo el desarrollo de los acontecimientos, tal vez los terrestres en verdad podrían alcanzar la victoria y salvar estas vidas.

Podían ganar, tenían que hacerlo. Era lo que hacían los Peleadores Bakugan, ¿no?

Salvar vidas.

–¡No dejes de atacar, Leónidas! –. Animó Gorem a su amigo y alentando a los prisioneros a seguirlo.

Había esperanza, podían ganar. Al menos, eso era lo que Ren pensaba mientras veía al Príncipe Freidr sonreír con fascinación al ver a su compañero siendo abrumado.

Algo no estaba bien, esto no podía ser tan fácil como parecía. Lo sabía, y esa maldita sonrisa burlona en el rostro de Lundarion Eximus no hacía más que confirmárselo.

–Poder activado: ¡Relámpago Brillante! –. Exclamó el príncipe con una carta en la mano.

Baltasar: 5000.

De pronto, antes de que Leónidas pudiera seguir con su rápida sucesión de ataques, Baltasar detuvo el avance de un nuevo ataque del Hacha X con su mano desnuda, paralizando por un segundo a Leónidas en lo que el gran guerrero Haos alzaba su mano brillando con intensidad.

Sorprendido, Leónidas solo tuvo un momento para levantar su escudo y bloquear el rayo de energía que salió disparada de la mano de su enemigo, alejándolo y forzándolo a enterrar su hacha en el suelo para no retroceder demasiado al mismo tiempo que anciana sus pies y garras a la arena.

Recomponiéndose, Baltasar usó su martillo y lo apuntó en la dirección en la que se encontraba su oponente, soltando el rayo de su mano y pasándolo al filo de su arma, provocando que ésta adquiriera un intenso brillo del color de su atributo.

–¡Aún no superan su nivel de poder! ¡Aún pueden ganar! –. Comentó Aiko emocionada.

Dándole la razón a la pequeña humana, Ren vio con asombro como Leónidas se alzaba nuevamente con su escudo en mano, forcejeando con el poderío del rayo de su enemigo.

Paso a paso, el gran dragón comenzó a acercarse de nuevo, manteniendo su escudo arriba y su hacha en mano mientras avanzaba.

Si se acercaban lo suficiente, podrían dar un golpe lo suficientemente destructivo como para terminar la primera ronda. Estaban cerca, estaban tan cerca de la victoria.

Vamos, Nick. Pueden hacerlo –. Animó Ren al humano en la soledad de sus pensamientos.

Podían lograrlo, podían ganar.

Por desgracia, Aiko no parecía ser la única en darse cuenta de tal posibilidad y la sonrisa del príncipe, tan alta y persistente como se había mostrado desde la mitad de este encuentro, fue toda la prueba que necesitaba para entender que Freidr no sería vencido tan fácilmente.

–Poder de fusión activado: ¡Lucie Eterna!

Baltasar: 6000.

Deteniendo su rayo de forma abrupta, el brillo en el cuerpo de Baltasar se hizo aún más fuerte cuando éste estiró con brusquedad sus extremidades, haciendo a un lado toda presencia que se encontrara demasiado cerca.

Cegado momentáneamente por el exceso de luz que el Bakugan del príncipe había mostrado, Ren solo pudo ver con asombro como Baltasar emprendía el vuelo envuelto en un capullo de energía Haos, abandonando el terreno firme del coliseo para aventurarse al nivel de las nubes ante los ojos confusos de los prisioneros, que veían pasmados el desarrollo del encuentro.

Al ver a su compañero elevarse frente a la confusión de su público, Freidr solo pudo enseñar una enorme sonrisa llena de deleite a sus contrincantes, una tan grande que dejaba ver sus grandes colmillos y un suave resplandor pintaba sus orbes con malicia.

–Lucie Eterna es un potenciador que incrementa las capacidades físicas de Baltasar a un nivel diferente dependiendo del poder que maneje al ser usado. Entre más grandes sean los números, más grande es el poder que le da la carta –. Explicó el príncipe con orgullo a sus oponentes –. Será mejor que se defiendan si esperan ganar esta batalla, terrestres, porque no vamos a tener piedad con ustedes. ¡Baltasar, muestra de lo que eres capaz! –. Exclamó mirando al cielo.

Una poderosa y anormal estrella blanca se asomó entre las nubes, una que se hacía más y más grande conforme pasaban los segundos.

No tenía sentido tratar de negarlo, no teniendo esa cosa tan cerca del nivel del suelo. Se trataba de Baltasar, envuelto en una esfera de energía blanca que se precipitaba al nivel del suelo con la fuerza de una supernova, preparada para arrasar lo que se encontrara en su camino.

Ese algo era Leónidas.

–¡Nick! –. Llamó a su compañero.

–Lo sé, Leo –. Respondió pelinegro con nerviosismo, pero dejando ver una carta envuelta en llamas negras –. Poder activado: ¡Cañón Silente!

Potenciado por la carta elegida por su compañero, Leónidas se mostró alto e imponente una vez más mientras dejaba que sus armas se desvanecieran de sus manos, enfocándose únicamente en apuntar sus fauces hacia su atacante.

Un notorio rastro de llamas negras recorrió la espalda de Leónidas, bañando sus alas y cuernos hasta llegar a su cabeza, donde el fuego se detuvo antes de que una llamarada latente se asomara en el interior de su boca.

–¡Agáchense todos! –. Rugió Dairus mientras se usaba como escudo nuevamente.

Impactados, solo pudieron ver con asombro como un poderoso rayo negro y rojo salió disparado del hocico de Leónidas hacia los cielos, creando furiosas corrientes de viento que azotaron los alrededores del coliseo con fuerza, levantando rocas y polvo por igual antes de precipitarse a los cielos.

Allí, donde el gran poder de la luz de Gundalia chocó con la aterradora fuerza de la oscuridad de la Tierra.

Todo esto, generando de forma apoteósica un gran choque de fuerzas de proporciones bíblicas, iluminando esta oscura noche con los colores de su aterrador enfrentamiento.

La confrontación presumió de tal nivel de poder, que Ren como pudo ver como Nick y Freidr se veían obligados a enterrar sus espadas en la arena para salir disparados de sus lugares.

Leónidas: 6000.

Estaban igualados, perdidos en un punto de muerto de fuerzas equivalentes sin importar sus grandes diferencias. Desde las deterioradas gradas del coliseo, incluso se podía ver como Baltasar tenía problemas para avanzar debido al fuerte empuje que ofrecía el ataque de Leónidas y que los tenía estancados en un forcejeo interminable por la supremacía.

Uno que estremecía la tierra con la furia de un terremoto, uno que bañaba los alrededores con el incansable y explosivo rugido de dos grandes ataques batallando por el control…

Uno que habría durado por mucho tiempo, de no ser por la última jugada del Príncipe Freidr.

–Carta portal abierta: ¡Luz Máxima!

Grande fue la colisión entre los dos poderes, grande fue su confrontación y espíritu combativo por el dominio, pero nada fue tan grande como el grito de genuino terror que emitió Nicholas Takahashi cuando la luz venció la oscuridad, cuando el caballero derrotó al dragón.

Cuando aquella aterradora supernova consumió la oscuridad salvadora a su paso y chocó directamente con el temible Leónidas Darkus, obligándolo a desaparecer en un grueso velo de fuego dorado que consumió la arena de combate.

–¡LEÓNIDAS!

Baltasar: 7000.

Cuando el fuego de la gran explosión se dispersó y, en su lugar, solo quedaron nubes y nubes de humo y polvo, lo primero que todos pudieron ver desde su lugar fue a un agotado Leónidas tirado en el suelo con numerosas quemaduras y heridas sobresaliendo de su cuerpo con rastros de humo elevándose hasta el nivel de los cielos.

Tras la primera violenta confrontación acontecida en esta arena, y en el ojo de este campo de batalla bajo un cielo nublado, una fuerte lluvia comenzó a caer sobre el coliseo, enlodando la tierra y mojando el campo de batalla. A las afueras, Ren podía escuchar los gritos asustados de la gente en la lejanía, todos ellos aterrados por los demonios que debían estar enfrentándose en el coliseo abandonado de la capital y que habían provocado el aceleramiento de esta lluvia y las tormentas que ahora tomaban lugar entre las nubes.

No estaba consciente si Baltasar o Leónidas tenían la capacidad de alterar el clima. Por lo que sabía, ese era un poder exclusivo de Nyx Ángel Darkus, pero no parecía ser la única con ese don.

Ahora, una fuerte tormenta comenzaba a caer desde los cielos de Gundalia, mojando los alrededores ya apagando las llamas que plagaban el cuerpo herido de Leónidas en el suelo con agua y lodo.

Sorprendentemente, esta vez, la sonrisa del príncipe se borró de su rostro y se vio reemplazada por una mueca que delataba el tipo de pensamientos oscuros que debían estar pasando por su cabeza.

–Indicador de vida de Nick: 50% –. Indicaron los BakuMetros antes de dar por terminada la primera ronda.

Inmediatamente, el gran cuerpo de Leónidas se vio envuelto en la energía de su propio atributo antes de caer a los pies de su compañero, que no tardó en acoger al dragón entre sus manos con preocupación.

–Leo, ¿te encuentras bien, amigo? –. Preguntó Nick angustiado.

–No, no estoy bien –. Gruñó Leónidas en respuesta.

A pesar del golpe recibido por parte de su legal enemigo, Leónidas se mantenía de pie. No parecía tan adolorido como debería estarlo después de perder la primera ronda de la forma en que lo había hecho.

Todo lo contrario, las llamas que habían decorado su cuerpo durante el enfrentamiento se encontraban ahora en su forma de esfera. Era como si su furia no hubiera aminorado tras su derrota.

En cierto modo, resultaba tan escalofriante como reconfortante.

–Tranquilo, Leónidas. La batalla aún no termina –. Consoló Ángel a su pareja.

Wolf ladró con ánimo, respaldando a la Bakugan con entusiasmo mientras asentía.

Por lo que Ren había visto a lo largo de su estadía en la Tierra, cuando algo lograba molestar genuinamente a Leónidas, solo su compañero y familia más cercana eran capaces de calmarlo.

Sin embargo, no parecía que fueran a tener el éxito acostumbrado en esta ocasión.

–¡No importa eso, Ángel! –. Rugió Leónidas con frustración –. ¡Ese maldito no usó todo su poder hasta que tuvo que terminar la primera ronda!

Esto estaba mal, Leónidas nunca le había gritado a ninguno de sus allegados. Ese tipo de desahogos normalmente estaba reservado para sus enemigos, para quienes tuvieran el infortunio de enfrentarse a él en la arena. Si estas circunstancias habían llevado a que Leónidas reaccionara así con su propia pareja, significaba que Baltasar en verdad había logrado provocarlo.

–Leo –. Musitó Ángel con asombro.

Parecía querer decir algo más, pero no tuvo tiempo de hacerlo cuando el Bakugan Darkus se giró una vez más, con sus ojos brillando en un intenso tono rojizo al compás de sus llamas negras aumentando su fuerza hasta cubrir al dragón casi por completo.

–¿¡En qué rayos estás pensando, Nick!? –. Cuestionó el Bakugan a su compañero con firmeza –. ¡Conoces las capacidades de Baltasar tan bien como yo! ¡Sabes que no ganaremos de la manera común con él!

–Pero, Leo… –. Trató de justificarse Nick sin éxito.

–Ese maldito destruyó gran parte de Tokio, mató a cientos de personas, matará a miles más y entre ellos se encuentran Julie, Hotel y esos rehenes –. Continuó el dragón con auténtico enfado.

–Leónidas, no quiero que tú…

–Sin excusas, Nick. Para detener a ese maldito tenemos que pelear con todo, tirar a matar. ¿Acaso no lo comprendes? –. Cortó Leónidas a su compañero con agresividad –. Si no ganamos, seremos responsables de la muerte de más inocentes y no voy a permitir eso. ¡Usa todos nuestros poderes y acabaré con él! ¡Lo mataré por todo lo que ha hecho!

Apenado, Nick se vio incapaz de discutir con su Bakugan y bajó su mirada al suelo con expresión triste.

–Leónidas, estás siendo demasiado duro con el Maestro Nick. Él está haciendo todo lo posible para ganar –. Defendió Ángel a su peleador.

–No, no es así. Somos capaces de mucho más y tú lo has visto, Ángel. Es Nick quién no ha usado todo el poder que tiene a la mano –. Reprendió el Bakugan con frustración.

–¿Eso es cierto, humano? ¿Te estás limitando a propósito? –. Cuestionó Lud con molestia.

–¡Este no es su asunto, basura gundaliana! –. Rugió Leónidas en respuesta.

Ante las palabras de su compañero, Nick se mostró apenado.

–Tiene razón, Ángel. Es mi culpa –. Aceptó Nick con la cabeza gacha.

–Maestro, usted no tiene que… –. Trató de hablar la Bakugan nuevamente.

–No he usado todos tus poderes, Leónidas, porque temo lo que eso podría ocasionar –. Respondió el peleador con un suspiro a su compañero –. No es lo mismo luchar aquí, que luchar en la Tierra. No desde que salimos de ese maldito laboratorio. Nos costó trabajo controlar tus nuevos poderes y, después de lo que vimos, preferiría que no volvieras a perder el control.

–Nick, sé honesto conmigo –. Pidió Leónidas con un tono más suave esta vez –. ¿Tienes miedo de lo que pueda hacer?

Encogido ante la pregunta realizada por su compañero, Nick solo pudo suspirar con pena nuevamente antes de clavar su mirada en el suelo.

–Sí –. Aceptó el pelinegro en un susurro.

Eso es algo que Ren podía entender, había pasado mucho tiempo temiendo a su propio compañero y a sus capacidades, desconociendo la naturaleza de su poder y aún tenía muchísimas dudas en su mente respecto a él.

Conocía ese temor, esa incertidumbre y el pánico ante la idea de lastimar a otros por un don que se posee, pero que no se controla.

Honestamente, Nick Takahashi no le agradaba y dudaba que eso fuera a cambiar. Sin embargo, sí podía entenderlo y la situación que debía estar atravesando. Si Leónidas ya era un enigma antes en la Tierra, solo podía empeorar estando en un planeta que no conocía y que influía en su poder de forma tan destructiva.

Por desgracia, el Príncipe Freidr no parecía compartir ese pensamiento.

–¡Esos humanos dependen de ustedes dos! ¡Y tú, terrícola, teniendo el poder para salvarlos, no lo usarás por tu maldito miedo! –. Exclamó el príncipe indignado.

–¡No entiendo cómo puedes ser un Peleador Bakugan y encogerte ante el miedo!

Sin darle tiempo al humano de responder, Baltasar se giró rápidamente hacia los lacayos del príncipe, mirando fijamente a Eximus antes de hablar nuevamente.

–¡Lud, muéstrale a este humano lo que pasa cuando no nos toman en serio!

Siguiendo la indicación, el gundaliano de ojos verdes se acercó a Julie con su gran cuchillo en mano, tomándose un momento para tirar con fuerza de la cola en la que estaba atado el brillante cabello de Julie, obligándola a levantar la cabeza lo suficiente para exponer su cuello y dándole a su carcelero la espacio para posar el filo de la hoja en el cuello de la terrícola.

–¡Julie! –. Llamó Nick a su amiga con preocupación.

Alyssandria y su protegida trataron de hacer algo para defender a la humana, pero la gran presencia de Dairus las mantuvo estáticas en sus lugares con impotencia rebosando en sus miradas. Gorem y Hysani trataron de hacer algo, pero al tener encima la atención de Elfar y Belftan, tuvieron que mantenerse rezagados y ver con la misma impotencia como su amiga era amenazada.

–Esto es lo que pasará, humano: pelearán con todo su poder o Lud le abrirá el cuello a la terrícola –. Declaró el príncipe con una mirada penetrante.

–¡Son unos malditos! –. Insultó Leónidas a los gundalianos.

–Somos lo que el universo necesite que seamos. Y, si es necesario convertirnos en asesinos, no dudaremos un segundo en hacerlo –. Respondió Baltasar con firmeza.

Furioso, Leónidas se dio la vuelta una vez más para dirigirse a su aturdido peleador.

Nunca pensó que vería tal rastro de duda en Nick Takahashi, el humano siempre se había mostrado fuerte y decidido frente a cualquier reto. Pero parecía que esa misma fuerza hoy le era ajena y las dudas en su mente lo detenían como un lastre.

¿Qué rayos habían visto en el laboratorio con Kazarina, que dejó tan marcado al terrícola?

–¡Ya fue suficiente, Nick! ¡Tenemos que pelear con todo sin importar las consecuencias! ¡No es la primera vez que lo hacemos, aún podemos vencerlos!

Esta vez, Nick no tuvo la fuerza para replicar. Parecía entender que era cierto, que no podían darse el lujo de contenerse por temor. No esta vez, no frente a este enemigo.

Con un suspiro, salido como un intento de calmar sus nervios, Nick Takahashi solo asintió con comprensión.

–Tenemos que ganar –. Declaró el pelinegro.

–Aún podemos lograrlo –. Asintió Leónidas.

–¿Crees poder superarlo? –. Preguntó el humano a su compañero.

–Solo si tú me ayudas –. Respondió Leónidas con fuego a su alrededor.

Aún tenía miedo, se notaba en la expresión ligeramente dubitativa del terrícola. Pero si por esconderla aprovechando la distancia que lo separaba de su enemigo.

–Pelea con todo para salvar a los tuyos –. Dijo el príncipe al terrícola.

–¡Carta portal lista! –. Exclamó Nick lanzando una carta al centro de la arena.

Esta vez, para sorpresa de todos aquellos que no habían visto luchar a Nick y Leónidas antes, una marca de energía negra recorrió toda la arena, aparentando ser una especie de gran sombra que pintó el lodo del campo de una profunda tonalidad del color de la noche antes de desvanecerse.

–¿Estás seguro de esto, Leo? –. Preguntó Nick a su compañero.

–Es la única forma –. Respondió el Bakugan cerrándose en una esfera –. Haré lo que tenga que hacer.

–De acuerdo –. Suspiró Nick con nerviosismo al sostener a su compañero.

A pesar de su indecisión, Nick logró un tiro perfecto, arrojando al Bakugan con una trayectoria recta hacia su antigua zona de inicio en la batalla.

–¡Bakugan, pelea! ¡Bakugan, surge! ¡King Leónidas Darkus!

–¡Bakugan, pelea! ¡Bakugan, surge! ¡Baltasar Haos!

El combate comenzó nuevamente, ambos guerreros se miraron por un solitario instante antes de que el dragón de la Tierra se abalanzara con furia sobre su oponente, extendiendo sus alas y sus puños, y envuelto en una capa se llamas del color de sus escamas.

Baltasar: 3000. Leónidas: 1500.

Presa de la ira que invadía su cuerpo, Leónidas saltó sobre su oponente con una ola de golpes frenéticos, una que Baltasar logró detener al levantar sus enormes brazos y bloquear cada una de las arremetidas de su contrincante.

Golpe tras golpe, cada puñetazo chocó con la dureza en los brazales del Bakugan Haos que defendía su posición con efectividad y técnica perfecta.

Agresivo, Leónidas arrojó un zarpazo en diagonal descendente a la cabeza del enemigo, pero fue rápidamente bloqueado por el brazo de Baltasar.

En respuesta, el gran dragón levantó su pierna para conectar una patada en un costado del gundaliano, pero éste logró adelantarse al alzar su pie lo suficiente para detener el ataque antes de responder golpeando la cabeza del Bakugan Darkus con la palma de su mano libre.

Leo retrocedió aturdido, y no tuvo tiempo de recomponerse cuando regresó su mirada al enemigo y lo vio momentáneamente suspendido en el aire, lo suficientemente alto como para dar una fuerte patada en el pecho expuesto de Leónidas.

Un gran temblor sacudió el suelo cuando el enorme Bakugan Darkus chocó contra el muro del coliseo al lado de su compañero, creando múltiples grietas en el muro y provocando que su peleador cayera de rodillas al suelo por la fuerza de la sacudida.

–¿Es todo lo que tienes? Espero más de alguien como tú, Leónidas –. Escupió Baltasar con desagrado.

Presa de su furia cada vez más y más grande, Leónidas exigió el silencio de su oponente mientras Nick levantaba una carta entre sus dedos.

–Poder activado: ¡Espíritu del Rey Dragón!

Mostrando una intensa aura de fuego negro que cubrió su cuerpo, Leónidas se abalanzó sobre su oponente en una veloz carrera, dejando huellas al rojo vivo grabadas en el suelo mientras se desplazaba.

Leónidas: 2500.

Mostrando una vez más sus grandes garras, Leónidas lanzó un corte lateral con ambas manos en lados opuestos de su cuerpo. Sin embargo, haciendo gala de sus grandes reflejos, Baltasar logró agacharse a tiempo, evitando que las garras de su enemigo lo alcanzaran.

No obstante, Leónidas mostró su indisposición a perder en el momento en que aprovechó la acción de su contrincante para azotar con fuerza su rodilla en el estómago de Baltasar, empujándolo hacia atrás desorientado.

–¡Ataca, Leónidas! –. Exclamó Nick a su compañero.

Leónidas no respondió con palabras, solo se limitó a rugir mientras se lanzaba sobre su enemigo, golpeando un costado de la armadura de Baltasar antes de repetir la acción en la mejilla cubierta del enemigo, tirando su cabeza a un lado para, acto seguido, embestir con toda la fuerza de su cuerpo.

Rápidamente, Baltasar enterró sus pies en la tierra mientras se inclinaba hacia adelante para evitar caer sobre su espalda. Inmediatamente, una ola de golpes descendentes cayó sobre la espalda de Leónidas, devastadores azotes que habrían sido mortales para cualquier otro enemigo.

Pero no para Leónidas.

Leónidas: 2600.

Viendo que sus ataques no tenían el efecto deseado, Baltasar optó por clavar su rodilla en el pecho y estómago de Leónidas, obligándolo a alzarse de nuevo para verlo a los ojos.

Leónidas: 2700.

Sujetando a su enemigo con fuerza por el peto de su armadura, Baltasar golpeó contra la cabeza de Leónidas, empujándolo antes de conectar un puñetazo en un costado del Bakugan, haciéndolo rugir.

Leónidas: 2900.

Finalmente, para terminar de alejar al oponente, Baltasar lo empujó con una fuerte patada en el pecho, tan fuerte que hizo caer a Leonidas al suelo para darse la oportunidad de llamar su martillo de guerra, listo para terminar con la batalla con un golpe mortal.

–¡Acábalo! –. Exclamó Elfar a su líder.

Impulsado por la fuerza de su portador, el gran martillo de guerra descendió desde su punto de partida, mirando las lluviosas nubes que mojaban los alrededores y convertían la tierra en barro, para colisionar sin piedad alguna sobre la cabeza de Leónidas.

Al menos, esa era la intención.

Leónidas: 3000.

Paralizados por el asombro, solo tuvieron tiempo de ver estupefactos como la gran mano de Leónidas se alzaba a tiempo para atrapar el martillo de Baltasar antes de que diera en su objetivo, importándole poco la sangre que salió de la palma de su mano y manchó el suelo.

–Carta portal abierta: ¡Dimensión Maldita!

Ante ojos paralizados por el miedo, una gran sombra se alzó por encima de los alrededores, cubriendo la poca luz que se ofrecía en el campo y decorando la tierra que los rodeaba con una ola de cadáveres gigantes, todos con diferentes formas y características.

–Alys, ¿qué es esto? ¿Qué pasó? –. Preguntó la híbrida nerviosa.

–Es el máximo poder de Leónidas –. Respondió Gorem por la neathiana igual de confundida.

Temerosos, miraron a sus alrededores nuevamente, observando con una mezcla de asombro y horror el cementerio de Bakugan que se había posado sobre el coliseo.

–¡Él jamás mostró este poder en la Tierra! –. Declaró Linehalt.

–Y deberían estar agradecidos por ello –. Comentó Gorem con el mismo tono.

–¿Qué quieres decir? –. Preguntó Ren confundido.

–Leónidas no siempre puede controlar la totalidad de su poder. A veces, en ciertas circunstancias, puede perder el control –. Respondió Julie esta vez.

–Si Leo hubiera usado todo su poder en la Tierra, quien sabe lo que les hubiera hecho –. Concluyó Gorem antes de regresar su atención a la batalla.

Leónidas: 4000.

Curioso por lo que sus enemigos pretendían hacer, Baltasar retrocedió con su martillo en mano, mirando con cierta fascinación al enorme dragón oscuro que se erguía con imponencia delante de él, permitiendo que una ola de llamas oscuras cubriera su cuerpo una vez más; pero dejando que sus ojos rojos brillaran con un tono vivo que sobresalió incluso envuelto en el frío color negro que trataba de cubrirlo.

Antes de que cualquiera tuviera tiempo de emitir una palabra, Leónidas se abalanzó sobre su oponente, golpeando su torso con fuerza antes de seguir con un fuerte mordisco al cuello, agitando al guerrero de gran tamaño antes de arrojarlo contra uno de los muros del gran coliseo con un rayo de energía oscura.

Baltasar retrocedió aturdido, chocando su espalda contra el muro al que había sido arrojado antes de ver como su enemigo volvía a arremeter con un puño a la altura de su cabeza.

Moviéndose a tiempo, el Bakugan Haos logró evadir el golpe que fue capaz atravesar el concreto a un lado de su cabeza. Sin embargo, no fue lo suficientemente veloz como para evadir la gran mano que envolvió su cabeza y la azotó con fuerza contra el muro que aún se encontraba en buenas condiciones.

En un movimiento violento, Leónidas abrió sus mandíbulas lo suficiente como para que una flama oscura se mostrara entre sus fauces. Sin embargo, antes de que pudiera disparar, un fuerte puñetazo por parte de Baltasar lo obligó a retroceder desorientado, dándole tiempo al gundaliano de moverse; pero no para alejarse mucho.

Antes de que su enemigo pudiera poner distancia para recomponerse, Leónidas se lanzó en su dirección para empujarlo nuevamente contra el muro, abriendo un agujero en el concreto con el cuerpo de su enemigo.

¿En verdad era posible? ¿Leónidas estaba ganando? ¿Estos humanos estaban venciendo a un Bakugan Oscuro? Para Ren era confuso de entender, pero no de definir la sensación que recorría su cuerpo.

Alivio.

No sentía nada más que eso mientras veía a Leónidas luchar: alivio, alivio por sus capacidades y el gran poder que poseía, alivio porque estos humanos aún podían salvarse.

Era un poco contradictorio, considerando su historia, pero no podía evitar sentir cierta alegría ante lo que presenciaban sus ojos.

Por desgracia, su alegría parecía ser compartida por alguien más.

–¡A esto me refería, Leónidas! ¡Esto es justo lo que quería ver! –. Exclamó el príncipe con euforia antes de levantar dos cartas entre sus dedos –. Doble poder activado: ¡Recuerdo de Amida + Lucie Eterna!

Baltasar: 4000.

Emitiendo un poderoso pulso de energía, el gran Bakugan Haos logró alejar a su oponente con facilidad, enviándolo a la mitad del campo para recomponerse una vez más, envuelto en una luz digna de su atributo.

–¡Elévate, Baltasar! ¡Llevemos esta batalla más allá! –. Ordenó Freidr a su compañero con una enorme sonrisa.

–Enseguida.

No le tomó mucho tiempo desaparecer, Baltasar gala de su gran velocidad llegando al nivel de las nubes en segundos y dejándose ver como si fuera una estrella sobresaliendo entre la niebla.

Nick pareció estar listo para decir algo, pero Leónidas se adelantó a cualquier indicación que pudiera dar su compañero al emprender el vuelo y abalanzarse sobre su enemigo.

No les tomó mucho tiempo reunirse en el mismo punto del cielo. Ante los ojos expectantes de todos los que veían el encuentro desde tierra una poderosa ola de ondas expansivas se dio en el cielo, provenientes de la forma de dos estrellas chocando con agresividad en las alturas.

Con suerte, Ren podía ver con dificultad las formas gigantescas de Baltasar y Leónidas chocar en los cielos, creando poderoso relámpagos con la fuerza de sus poderes y dando paso a duros impactos que azotaron los cielos y agitaban la lluvia que caía al barro.

Impacto tras impacto, la fuerza de ambos contendientes quedó clara, pero ante todo pronóstico que pudiera tener Ren, hubo uno que logró imponerse por encima del otro.

Leónidas: 4600, 4700, 4800, 4900…

Con la fuerza de sus múltiples encuentros en el aire, ambos guerreros llegaron a un punto en que uno sostenía el puño del otro y viceversa, creando un forcejeo donde uno buscaba imponerse sobre el otro.

Baltasar era más grande, pero su fuerza y tamaño no bastaban para superar el nivel ascendente de Leónidas, el cual seguía avanzando a un ritmo lento, pero superior.

En un último intento de hacer retroceder al gran dragón, el caballero de Gundalia elevó su pie con la suficiente fuerza para patear a Leónidas y alejarlo.

Leónidas: 5000.

A pesar del golpe recibido, Leo no soltó a su contrincante, sino que se mantuvo aferrado a sus manos para no alejarse demasiado antes de atacar nuevamente.

Aprovechando la corta distancia que Baltasar había puesto entre ellos, Leónidas conectó una patada ascendente en el cuerpo de su enemigo, levantándolo con la fuerza de su ataque antes de desaparecer entre sombras.

Desde el nivel del suelo, Ren solo pudo presenciar como el gran dragón oscuro reaparecía en un aluvión de sombras a espaldas de su contrincante antes de conectar un fuerte golpe que envió al guerrero Haos de regresó al nivel del suelo con la velocidad de un meteorito.

–¡Baltasar! –. Llamó Freidr a su compañero.

A pesar de la velocidad con la que se precipitó hacia el suelo, el Bakugan logró maniobrar a tiempo y posar sus manos y pies en el suelo del campo de batalla, amortiguando una caída que podría haber sido devastadora.

Sin embargo, a pesar de su éxito al aterrizar, nada podría haber preparado a los presentes para lo que ocurrió después.

Desde la gran superioridad que le ofrecían las alturas, Leónidas emitió una gran aura de energía que agitó el viento y la lluvia con agresividad, mientras emitía un atronador rugido que obligó a los terrícolas y peleadores a taparse los oídos.

–¿¡Qué está haciendo!? –. Preguntó Aiko alarmada.

Nadie pudo responder, todos estaban igual de confundidos al ver a Leónidas hacer tal demostración de poder. De algún modo, parecía frenético y salvaje, más de lo usual.

Algo estaba pasando, algo no andaba como debería.

–¡Leónidas! ¿¡Qué haces!? –. Llamó Nick a su compañero tan fuerte como pudo.

–¡Leo, detente! –. Dijo Ángel a su pareja.

Los miembros de los Peleadores Bakugan llamaron tan fuerte como pudieron al integrante más poderoso de su equipo, hasta el lobo que siempre estaba con ellos emitía fuertes aullidos en un intento desesperado de llamar la atención del dragón. Pero nada funcionó.

Leónidas no respondió, no los miró, ni siquiera pareció percatarse de la existencia de su propia familia. En su lugar, la única respuesta que sus débiles llamados recibieron fue el estremecedor rugido que provino de los cielos y que agitó la tierra con una fuerza digna de un cataclismo.

A sus alrededores, los muros del coliseo comenzaban a agrietarse al compás del sonido del granito partiéndose, siguiendo el ritmo del demoledor rugido del Bakugan Darkus.

–¿¡Qué está pasando, Julie!? –. Preguntó Alyssandria a la morena.

–¡No lo sé! ¡Se supone que Leónidas ya estaba libre, no debería perder el control de esta forma! –. Gritó la peliplata tapándose los oídos.

–¡Leónidas!

Los llamados del terrícola resultaron inútiles, su compañero no respondía, pues estaba completamente ensimismado en su propio mundo, agitando el viento, estremeciendo la tierra, alterando el movimiento de la lluvia y concentrando su poder.

Perdido en el marco de la locura y la ira, la voz de Leónidas resonó una última vez ante el llamado de los espectadores que lo veían desde el nivel del suelo, emitiendo un oscuro grito de batalla que, sorprendentemente; no venía acompañada por la dura voz de Vladitor.

–¡MUERAN, MORTALES!

Ante ojos asustados, una poderosa llamarada de fuego negro salió disparada de la boca del gran dragón oscuro hacia el suelo, abarcando la totalidad del suelo de la arena y convirtiéndolo en un campo de fuego y cenizas que se alzó casi hasta los límites más altos de los deteriorados muros del coliseo.

Por un momento, todo lo que pudieron ver mientras se desplazaban hasta los niveles más altos de las gradas, fue un campo de llamas negras, cayendo del suelo como si de un castigo divino se tratase.

–¡Leónidas, ya basta!

De pronto, cuando el poder del gran dragón no parecía ser suficiente, las llamas se desvanecieron de su camino descendente, pero dejaron un sustituto en su lugar.

Ante la mirada horrorizada de todos aquellos que habían tenido el infortunio de presenciar esta batalla de cerca, un poderoso rayo tan negro como la noche cayó desde la boca de Leónidas, generando poderosas explosiones en cada sitio que caía su ataque.

Para este punto, Leónidas ni siquiera parecía querer acabar con Baltasar, pues no enfocaba su rayo en un solo sitio. Todo lo contrario, Ren y Linehalt pudieron ver con horror como el ataque del dragón oscuro se desplazaba por la totalidad de la arena, dando lugar a cenizas donde antes solo había barro, convirtiendo el polvo lo que alguna vez fue piedra sólida, destruyendo todo lo que veía.

De este modo, lo que alguna vez fue una magnífica obra de arquitectura antigua, quedó completamente devastada. Bastó con el toque del poderoso rayo para que destruir los muros del coliseo y levantar una nube de humo que se debería ver incluso desde el nivel de las nubes.

¿Qué clase de monstruo era este? ¿Cómo podía tener tanto poder? ¿Qué clase de misterios ocultaba?

No lo sabía, y lo asustaba el solo pensarlo. Honestamente, ya no sabía a quien apoyar en esta contienda. Freidr y Baltasar podían ser monstruosos, pero el nivel de caos y destrucción que podía provocar Leónidas poseído por su propia furia era un horror que podría perjudicar a cualquier mundo en que el todo su poder se desatara.

Para ser sincero consigo mismo, dudaba que incluso el emperador y sus hombres juntos pudieran detener al demonio de escamas negras.

–¡Señor, tienen que hacer algo! ¡Si sigue así, podría destruir todo el lugar y a nosotros con él! –. Llamó Dairus al príncipe tan fuerte como pudo.

Pero Freidr no respondió, no al instante, parecía demasiado entusiasmado con lo que sus ojos presenciaban, pues su enorme sonrisa de fascinación no desaparecía de su rostro.

De pronto, el príncipe comenzó a reír animado y alegre, importándole poco el campo de fuego que los rodeaba, para dirigirse a su contrincante en las alturas.

–¡Excelente, Leónidas! ¡Esto es justo lo que quería ver! ¡Sabía que no me equivocaba contigo! –. Declaró feliz el gundaliano antes de levantar una nueva carta –. ¡Te prometo que, esta vez, nosotros tampoco vamos a guardarnos nada! ¡Esta vez, atacaremos con todo nuestro poder!

Finalizado su discurso, la carta entre los dedos de Freidr emitió un poderoso brillo dorado, anunciando un nuevo poder de gran magnitud, destinado a intentar terminar el encuentro que tanta parecía estar disfrutando.

–Poder activado: ¡Haos Máximo!

–¡Esta vez, Leónidas, este poder está a toda su capacidad!

Bañando su cuerpo en una luz tan intensa como la naturaleza de su atributo, Baltasar juntó sus manos, ignorando las llamas que se arremolinaban a sus pies antes de dispersarlas con la fuerza de su propio poder.

Esta vez, el suelo no solo se estremeció, sino que fue víctima de un poderoso terremoto que agitó el suelo y derribó los bordes de las gradas, desestabilizando el suelo y obligando a todos los presentes a sostenerse de lo que pudieran.

Sin embargo, a pesar de sus mejores intentos, no fue suficiente. Al menos, no cuando un poderoso rayo blanco salió disparado de las manos de Baltasar hacia el cielo, contrarrestando la oscuridad que bañó el campo de batalla con una luz cegadora que cegó momentáneamente la vista de todos los presentes antes de que una onda expansiva los hiciera caer al suelo aturdidos.

Ahí, en la vista de un oscuro horizonte, negro y blanco impactaron en un brutal choque de poderes que, al tocarse, enviaron una nueva onda que a los alrededores, de tal poder que derribó los niveles más altos de los muros del coliseo y los alejó como si no pesaran más que plumas.

Asustado por lo que sus ojos veían, Ren trató de ver su BakuMetro en un intento desesperado por conocer los niveles de poder que estos monstruos poseían. Pero fue inútil, el dispositivo no estaba funcionando y la imagen que debería transmitir los niveles de poder y los indicadores de vida se distorsionaba en múltiples píxeles antes de señalar un error en los sistemas.

No quedaba nada más que ver con miedo como la batalla se seguía disputando y como el liderazgo de esta contienda se debatía entre estos dos grandes poderes.

Sin embargo, a pesar de todo, el miedo de Ren pareció ser compartido por alguien más, por algunos de los sujetos en el campo.

–¡Leónidas, ya basta! ¡Detente! –. Llamó Ángel a su compañero.

–¡Es suficiente, Leo! ¡Ya para, por favor, te lo suplico! –. Pidió Nick con su voz a punto de quebrarse por los esfuerzos realizados.

Nunca había visto a Nick Takahashi tan desesperado, tan fuera de sí mismo. El humano que conocía nunca se permitía mostrar sus verdadero sentir en momentos de crisis, el terrícola que conocía nunca le suplicaría a nadie si tenía otra opción, el Peleador Bakugan que había observado con atención durante tantos meses nunca se vería tan impotente e indefenso.

El Nick Takahashi que conocía nunca se permitiría perder a su compañero de esta forma.

–¡Leo, ya fue suficiente! ¡Por favor, cielo, no podemos perderte!

Esta vez, ante el llamado de la Bakugan, el demonio pareció mostrar una reacción. Incluso desde la lejanía, Ren pudo ver un estremecimiento en el cuerpo de Leónidas, el cual comenzó a emitir una serie de balbuceos inentendibles.

Sin embargo, al menos, por un momento, Ren se sintió capaz de reconocer unas cuántas palabras muy específicas, que predominaban entre los sonidos que el gran dragón expresaba.

Ángel…

Poco a poco, rugidos de ira de transformaron en rugidos de dolor, rugidos que delataban lo que el gran dragón oscuro debía estar sintiendo.

–Wolf…

De pronto, en un movimiento, sorpresivo, el rayo de Leónidas perdió fuerza, viéndose superado poco a poco por la fuerza de Baltasar y su poder especial.

–¿¡Qué está pasando!? ¡Pelea, Leónidas! ¡Pelea! –. Exigió Baltasar con furia.

Pero el dragón no lo escuchó, en lugar de eso, se agitó violentamente, como su tratara quitarse algo de encima.

De pronto, para consternación de todos, las manos de Leónidas abandonaron su posición a los costados del Bakugan para posarse en su cabeza y acompañar sus nuevos rugidos y balbuceos.

Fue en el marco de la pena y el sufrimiento que la batalla vio a un ganador, que el feroz encuentro terminó y el paso del rayo tan blanco como la luz del día ausente se impuso sobre la larga noche que amenazó con posarse por encima de la gran ciudad que los rodeaba.

Fue en un segundo que sucedió, pero fue tiempo más que suficiente para que todos pudieran ver como el rayo de Leónidas desaparecía de forma abrupta y el gran cuerpo del Bakugan se hacía un lado, evadiendo el ataque de Baltasar, que continuó su camino hasta los cielos y lo iluminó con una poderosa explosión blanco que pintó el enorme lienzo negro que era el cielo antes de dar paso a un último atisbo de oscuridad en la demacrada arena.

Ante miradas confundidas y asustadas, Leónidas se agitó visiblemente mientras sujetaba su cabeza, repitiendo las palabras de antes, pero ahora con mucha más fuerza que antes.

–¡Ya basta! ¡Déjame ir! ¡No me apartarás de ellos!

Los gritos del Bakugan se escuchaban claramente con una mezcla de dolor y desesperación, como si estuviera sufriendo la peor de las torturas en su propia mente, como si estuviera experimentando el más severo de los martirios por una causa inútil.

Parecía ser un dolor casi agonizante, uno que torturaba al Bakugan de formas que ni el mismo Barodius podría ser capaz de replicar. Era un dolor invasivo.

Un sufrimiento que solo cesó cuando el cuerpo de Leónidas emitió una poderosa explosión de energía en los cielos, energía del mismo color que el fuego que lo había acompañado toda la batalla, un poder que parecía hacerle daño de algún modo y que necesitaba expulsar para detener la tortura que le imponía.

Era un espectáculo único, uno lleno de triste lamento, uno que Leónidas solo pudo acompañar con un último grito desgarrador proveniente de lo más profundo de su ser.

–¡SAL DE MI CABEZA!

Con una última exigencia, con último esfuerzo, el color de la energía saliente del cuerpo de Leónidas pasó de un profundo y aterrador negro nocturno a una tonalidad púrpura que bañó los cielos como un último regalo de la noche antes de dar paso a la luz del día.

Finalmente, respirando un poco más tranquilo, la energía que rodeaba el cuerpo del Bakugan desapareció, dando paso a la imagen de un agotado Leónidas que solo pudo posarse en el suelo una vez más mientras respiraba con dificultad y caía sobre sus manos y rodillas al suelo.

Agotado, herido y devastado, Leónidas lloró suavemente en el suelo, dejando únicamente que dos tímidas lágrimas cayeran al suelo bañado por barro y cenizas antes de derrumbarse sobre ellos con una declaración agonizante tratando de abandonar sus labios.

–Nick… cielo… pequeño…

Incapaz de continuar, Leónidas cayó al suelo con un duro golpe, agotado por los esfuerzos realizados a lo largo de la batalla y el sufrimiento que debió haber experimentado estando fuera de sí.

Al final, entre penas y lamentos, Leónidas solo tuvo la fuerza para terminar la oración que, pronunciada con débil hilo de voz, había quedado inconclusa antes de su caída.

Antes de su derrota.

–Perdónenme…

Si Leónidas dijo o trató de decir algo más, resultó imposible de distinguir, pues el sonido de su propia energía cubriéndolo y deformando su figura calló cualquier murmullo que el Bakugan pudiera decir antes de caer a los pies de su compañero en forma de esfera.

Indicador de vida de Nick: 0%.

Poseído por el espectro de una ira y una frustración incontrolables, Freidr giró la cabeza en un veloz movimiento que dejó ver sus ojos felinos inyectados en sangre y sus colmillos apretados en el interior de su boca.

–¡Traigan a los prisioneros! –. Rugió el príncipe con furia.

Dairus y Lud no tardaron en seguir la orden del príncipe, sujetando por distintos lados las cadenas que retenían a los humanos antes de tirar de ellas para forzarlos a bajar mientras Ren y Linehalt los seguían de cerca.

Hubo gritos, hubo llanto y hubo lamento, pero ningún sonido pudo eclipsar el nuevo foco de atención que ahora se daba en el centro del campo de batalla.

Baltasar ya había vuelto a su forma de esfera y se encontraba en el hombro de su compañero, el cual recibía a un poco presentable Nick Takahashi delante suyo.

El humano no se veía nada bien, sus ojos estaban irritados, su piel visible y su ropa estaban bañadas en polvo y ceniza, al igual que su cabello, un hilo sangre se notaba tímido en la mandíbula del peleador y su mirada se encontraba completamente perdida; incluso delante de su principal carcelero.

–Teníamos un trato, humano –. Recordó el príncipe a su prisionero.

–Sí… señor… –. Asintió Nick con pesar y resguardando a su compañero en la pobre seguridad de su mano polvorienta.

–Perdieron la batalla, así que ya saben lo que esto significa –. Dijo Baltasar mirando a Lud.

Entendiendo las palabras del Bakugan, el gundaliano mostró nuevamente su gran cuchillo en mano, provocando los gritos y súplicas de los prisioneros más inocentes.

Ren estaba a punto de hablar, a punto de intentar hacer algo para evitar esta injusticia, pero Ángel Darkus se le adelantó con un sobresalto.

–Si me permite, Príncipe Freidr, tal vez haya un modo más civilizado de resolver esto –. Dijo la Bakugan rápidamente.

–¿En serio? ¿Y cuál sería? –. Preguntó Freidr con falso interés, pero acercando su mano al mango de su espada.

Esta vez, peleador y Bakugan se miraron con pena una vez más antes de asentir con la cabeza gacha.

Suavemente, Nick depositó al inconsciente Leónidas en uno de los bolsillos internos de su chaqueta antes de dirigir sus manos a su propia espada.

Sorprendentemente, una fugaz sonrisa se alzó en las facciones del príncipe antes de desaparecer y ser reemplazada por el escepticismo.

¿Quería desafiar al príncipe a un combate con armas? ¿Estaba dispuesto a luchar mano a mano por la vida de estos terrícolas? ¿De verdad era tan estúpido como para pensar que iba a ganar o pretendía dar su vida por la de los demás?

Tantas preguntas, tantas posibilidades y todas ellas tuvieron un final cuando, ante los ojos anonadados de carceleros y presos por igual, el peleador depositó su arma aún enfundada en el suelo.

Con un gesto respetuoso, impotente ante las circunstancias, Nick Takahashi dejó su espada en el suelo, a los pies del príncipe. Todo esto antes de permitir que sus rodillas cayeran al suelo junto con sus manos en un acto de rendición.

Vencido una vez más, Ren vio con asombro como aquel al que había considerado el Peleador Bakugan más peligroso se arrodillaba ante el monstruo que lo había derrotado y bajaba la cabeza en un acto de triste sumisión.

–Príncipe Freidr, le suplico que perdone a estos humanos –. Pidió el humano con hilo de voz.

Tímidas lágrimas cayeron al suelo, manchando el barro con su humedad, mientras las manos del humillado peleador se apretaban con fuerza, pero temblaban con frío e incertidumbre.

Con una mirada inexpresiva, Freidr se acercó al príncipe y se agachó para tomar la espada, dirigiéndole una mirada escéptica antes de mirar fugazmente a su derrotado propietario.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, el príncipe habló con un tono frío y severo.

–Leónidas dio una gran batalla, incluso mejor de la que esperaba. Así que le haré un favor –. Declaró el príncipe antes de darse la vuelta –. Ren, Dairus, liberen a las niñas y a los amigos de Leónidas.

Aliviado, Ren se sintió complacido al poder soltar las cadenas que retenían a los prisioneros indicados, dejando ir a Alyssandria, a su niña y a Julie junto con sus Bakugan para que se apartaran del escenario bajo la supervisión del neathiano con armadura.

Feliz por lo que estaba viendo, Nick regresó su mirada al suelo rápidamente, ocultando su alivio bajando la cabeza para ver el suelo una vez más.

–Muchas gracias, Alteza –. Dijo el pelinegro desde su posición.

Parte de Ren ya se estaba preparando para soltar al resto de los prisioneros y emprender el camino de regreso al castillo. Se sentía feliz y aliviado, a pesar de la derrota de los terrestres, no podía negar que estaba agradecido con la compasión del príncipe.

No obstante, sus pensamientos fueron detenidos por un resoplido malhumorado del príncipe antes de que éste retomara la palabra.

–No he terminado, terrícola. Si perdoné la vida de esos prisioneros, es por Leónidas, porque me demostró su gran poder –. Respondió el príncipe con severidad –. Pero no puedo decir lo mismo de ti.

De pronto, en un veloz movimiento, un fuerte grito se escuchó de dolor se escuchó hasta en el último rincón del demacrado coliseo cuando el Príncipe Freidr pisoteó la cabeza del humano, enterrando su rostro en el barro con fuerza mientras limpiaba la suela de su bota en el cabello de su prisionero.

–¡NICK! –. Gritaron las amigas del humano con preocupación.

No obstante, antes de cualquiera pudiera pensar en moverse si quiera, la enorme figura de Dairus las mantuvo paralizadas en su sitio, incapaces de ayudar a su amigo.

–Ahora veo cuál es el problema. Nunca fue Leónidas o su desconocimiento, como había pensado. No, el verdadero problema eres tú, humano –. Escupió Freidr con desagrado –. No puedes enfrentar lo que te rodea, tienes miedo de lo que hay más allá de todo esto y tienes miedo de lo que eso podría arrebatarte.

Seguido de sus palabras, Ren pudo ver como Nick trataba de levantarse, pero la piel de Freidr devolvía si rostro al suelo, clavándolo en el barro.

–Eres débil, Nicholas Takahashi, indigno del gran poder que se te dio. No mereces todo lo que has creado, ni todo lo que has obtenido –. Continuó el príncipe antes de quitar su pie del rostro del pelinegro.

En un movimiento agresivo, todos vieron con horror como Freidr obligaba a voltear a Nick de una patada que lo puso boca arriba, dejando ver el barro que manchaba su rostro y su ropa.

–Míralo, Ren, este es el humano que te humilló en la Tierra y provocó el injusto castigo de tu equipo –. Dijo Freidr con desagrado ante la vista –. Los sujetos como él son tan fáciles de reducir, están tan comprometidos con la idea de ser héroes, que sacrificarán su propia dignidad arrodillándose. Me dan tanto asco.

Un nuevo pisotón cayó en el pecho del pelinegro, obligándolo a soltar un nuevo grito de dolor mientras se aferraba a la pierna de su captor.

Los gritos y súplicas de Ángel y las chicas se vieron enmudecidos bajo la presión de los rugidos llenos de repulsión y asco de los gundalianos.

–¿¡Cómo te atreves a hacerte llamar compañero de un Bakugan como Leónidas!? ¡No mereces ese poder! –. Rugió Baltasar con indignación.

–¡Ni siquiera eres un guerrero! ¡Uno de verdad no se humilla como tú lo hiciste!

–¡Fue un error! ¡Por favor, déjenlo tranquilo! –. Justificó Ángel por su compañero.

Wolf trató de arremeter contra el príncipe, pero la mano de éste se lo impidió al aprisionarlo en su fuerte agarre.

–No, el único error aquí fue pensar que ustedes eran dignos de nuestros esfuerzos –. Respondió Freidr antes de agacharse para tirar de la cabeza del humano y obligarlo a dar la cara a aquellos a los que les había fallado –. Míralos bien, humano, porque su muerte también es culpa tuya.

Una nueva andanada de llanto provino de parte de los humanos, los cuales trataron de luchar por huir. Por desgracia para ellos, fue inútil, inútil en el momento en que Eximus tiró de la cadena, provocando que cayeran al suelo de rodillas.

Asustada, Aiko trató de tirar de la tela de su camiseta para llamar su atención entre llanto.

–¡Ren, hay que hacer algo! ¡No podemos dejarlos hacer esto!

–Alteza, tal vez podamos reconsiderar esto. Debe haber un modo diferente de castigar al humano –. Sugirió Ren alarmado.

–¿En serio? ¿No sabía que eras torturador, Krawler? ¿Qué es lo que sugieres? –. Preguntó Lud con una sonrisa burlona.

Quiso decir algo, pero no pudo, le fue imposible. Después de todo, nunca había torturado y ni siquiera tenía la intención de comenzar.

Sin importar su desagrado hacia Nick Takahashi, sabía bien que el humano no merecía este castigo.

Quiso decir algo, pero sus palabras murieron antes de si quiera adquirir un sonido.

Silencioso, apenado y avergonzado, Ren solo pudo callar mientras veía el suelo. Sin embargo, a pesar de eso, aún tenía una vista clara de los ojos asustados de la pequeña terrícola por el rabillo del ojo.

–Eso creí. No se va a reconsiderar nada, Ren. Mantén a tu mascota callada si no quieres que me arrepienta de mi decisión –. Silenció el príncipe con autoridad.

Llorosa, Aiko solo pudo callar mientras observaba como Lud enseñaba su cuchillo y la hoja resplandecía en un suave destello que se desvaneció al llegar al filo del arma.

Los humanos se encogieron con miedo en sus lugares, algunos emitieron súplicas de piedad débiles, otros se ahogaron en llanto y unos pocos emitieron lo que pareció ser plegarias a un dios ausente.

Solo una humana estuvo dispuesta a intentar algo diferente, solo una logró levantarse con dificultad de su posición, solo una logró encontrar su voz nuevamente.

Hinata Kimura.

–Señor Freidr, le pido que reconsidere esta decisión. Ninguno de nosotros tiene injerencia en lo que pasa aquí, ni siquiera estamos seguros de entender sus motivos para traernos aquí.

Las palabras de la humana salieron formales y faltas de nerviosismo, pero eso no ocultaba los ojos llorosos de la humana y el suave temblor que agitaba su labio inferior. Jugaba con sus manos nerviosa, sus piernas también contaban con un ligero temblor que estremecía sus extremidades, aunque Ren no sabría decir si se debía al frío o al miedo.

Aunque la joven Kimura hacía su mejor intento por esconderlo, no podía engañar a nadie. Tenía tanto miedo como su intento de salvador, o incluso más.

–No le pido que nos libere, señor. Solo que nos perdone la vida.

Por un momento, el tiempo se congeló. La mirada del príncipe se detuvo en una expresión de intriga hacia la humana que se atrevía a desafiar su decisión. No parecía enojado, ni siquiera molesto. En realidad, se veía interesado y genuinamente curioso.

Esta vez, ni siquiera sus hombres de más confianza lograron descifrar las intenciones del príncipe y se quedaron estáticos un momento, esperando la siguiente orden a ejecutar.

¿Qué podría estar pasando por la mente del príncipe? No lo sabía, pues Freidr era un enigma, uno cada vez más difícil de entender y descifrar.

El silencio se había apoderado del escenario, no quedaba ni un ruido más allá de las numerosas gotas de agua provenientes del cielo impactando con la tierra.

Tomó tiempo, más del que cualquiera habría preferido, pero la incertidumbre finalmente murió en el momento en que Nick Takahashi musitó con un hilo una última frase.

–Por favor…

Dedicando una mirada aparentemente apenada hacia la terrícola, Freidr solo pudo suspirar antes de dirigirse a aquella que había tenido el valor para desafiarlo.

–Eres fuerte, humana. Debo reconocerlo y felicitarte por ello –. Comentó el príncipe mientras veía la espada del Peleador en su mano.

Al escuchar las palabras del hombre, Hinata se permitió soltar un respiro profundo, tratando de calmar sus nervios mientras dedicaba una pequeña sonrisa a sus amigos encerrados.

Después de un momento de silencio, el príncipe reemplazó su mirada de curiosidad por una de asco mientras observaba la espada del humano tirado en el suelo.

–Solo por eso sus muertes serás rápidas. ¡Lud!

De pronto, en un movimiento tan veloz, que ninguno pudo percibir en el momento que se dio la tragedia, Lundarion Eximus movió la mano que sostenía su cuchillo a la altura de la cabeza de la humana.

Nick, Julie y Alyssandria gritaron impotentes y furiosos, coléricos ante la horrible vista que ahora tenían enfrente. Sin embargo, para Ren, no hubo nada por fuera de los gritos y llantos horrorizados de las niñas que tenían la desgracia de estar presentes para ver esto.

Tan rápido como pudo, Ren se agachó para envolver a Aiko en sus brazos y alzarla a la altura de su hombro, cubriendo su carita para que no viera lo mismo que él: la imagen del cuerpo inerte de Hinata Kimura cayendo al suelo con dureza y una enorme marca húmeda en su cuello, con una mirada de terror puro grabada en sus ojos perdidos y ríos de líquido carmesí descendiendo de su herida al nivel del suelo.

Alyssandria hizo lo mismo con su niña poco después de Ren, pero ni sus mejores intentos por calmarla a lograron silenciar su llanto y sus gritos de horror.

Nick y Julie trataron de pelear, pero fue inútil, sus carceleros los obligaron a ver con atención como Lud enseñaba su cuchillo ensangrentado a los otros prisioneros antes de avanzar.

Una noche de horrores tuvo lugar en las ruinas del coliseo, una noche de eventos que dejaron marcados a todos los que tuvieron el infortunio de presenciar como la luz de la vida se apagaba en los ojos de los humanos y lo único que éstos pudieron hacer, antes de sentir el frío acero de la hoja, fue gritar.

Gritaron por piedad, gritaron por sus padres y gritaron por sus propias vidas, pero ninguna de sus súplicas logró detener la mano de su ejecutor.

Esa noche corrió la sangre, la sangre de los muertos que se mezcló con las lágrimas de los vivos. Esa noche, solo hubo llanto en la crudeza de la derrota. Esa noche, Nick Takahashi perdió la batalla más importante de su vida.

Esa noche, Nick Takahashi fracasó en su labor autoimpuesta. Y solo pudo llorar por eso, vencido ante las circunstancias, vencido ante sus oponentes, ante estos asesinos.


Ubicación desconocida

12 horas después

–Entonces, las leyendas eran ciertas. El Rey Dragón existe y está en Gundalia.

–No solo existe, también es el heredero de Lord Vladitor.

–Pero eso es imposible.

–Es verdad, mis espías en el castillo lo confirmaron y ahora toda la capital sabe que hay un Bakugan lo suficientemente fuerte como para enfrentar al peleador más poderoso del planeta. Mientras hablamos, los terrestres son prisioneros del Príncipe Freidr y el emperador.

–¿Qué hacemos ahora entonces?

–Debemos actuar cuanto antes. No sabemos a qué tipo de torturas estarán siendo sometidos. Si queremos sacarlos del castillo, debemos actuar cuanto antes.

–Pronto se realizará una nueva invasión a la capital neathiana, por lo que gran parte de los hombres estarán fuera. Un equipo adecuado podría extraer a los terrestres durante la noche sin complicaciones mayores.

–¿Cree que pueda lograr una distracción lo suficientemente efectiva como para engañar al emperador y al príncipe?

–Puedo hacerlo, pero el equipo debe ser rápido y eficaz.

–¿Y qué hay del Orbe Sagrado? ¿Cómo sabemos que Barodius no lo tomará mientras nosotros liberamos a los terrícolas?

–No podrá, los ejércitos de la ciudad de Mirius viajaron con un miembro del ejército de la capital para acudir a su defensa. Además, el resto de los Peleadores Bakugan están con los neathianos y no hace falta decir que uno de ellos posee el poder del Elemento, y otro ya se enfrentó a uno de los hombres del Príncipe Freidr con ayuda de la Princesa Fabia.

–¿Y eso qué? ¿Cómo sirve esa información a nuestros propósitos?

–Porque, a pesar de todo el poder que tienen los soldados del príncipe, los Peleadores lograron resistir su ataque e incluso se dice que lograron ahuyentarlo.

–A este paso, los días de la familia real están contados. Si los Peleadores logran unificar a Neathia en un solo frente, expulsarán a los hombres de Barodius de su planeta.

–Y nosotros podríamos quitarlo del trono, dar el golpe de gracia y terminar con la pesadilla que ha sido su reinado.

–Entonces, no tiene sentido seguir discutiendo. Prepararé un equipo y liberaremos al Rey Dragón y a sus amigos esta noche. Por una Era Oscura.

–Por una Era Oscura.


Antes que nada, una disculpa. Hice todo lo posible para suavizar la parte de la ejecución, sé que puede ser un momento un poco difícil de procesar, así que traté de no ser demasiado explícito con el momento. También prometo que esta es la última tortura que se va a comer Nick en un tiempo, ya está lo suficientemente tocado para toda una vida.

Por otro lado, después de 4 capítulos en Gundalia, ya saben a qué sitios iremos en los próximos días. También verán que dejé a Aiko vivita y coleando, y es que planeo sacarle provecho a su personaje conforme avanza la trama en Gundalia.

Finalmente, una disculpa por la demora. Sabía que me iba a tardar con este capítulo, pero no creí que me fuera a tomar tanto

PD: No tiene mucho que ver, pero recientemente comencé a jugar Sekiro: Shadows Die Twice y la espada del protagonista es casi idéntica a como me imaginaba a Colmillo. No es un dato importante, pero me pareció curioso.