Capítulo III. Hambre

Kanon sabía que lavar su ropa implicaría tener que esperar a que esta se secara, por fortuna, los rayos del sol y la brisa marina harían el trabajo rápidamente, y aunque había saciado su sed y se sentía bastante relajado dentro del agua, tenía hambre. Recordaba haber visto algunas palmeras con cocos maduros en el camino.

Sin el menor reparo en cubrir su desnudez, salió del agua y se dirigió hacia ese lugar. Se sentía bien comer algo, los cocos no eran su fruto favorito, pero era lo que había. Concentrado en su consumo comenzó a reparar en un detalle curioso, desde que llegó, no había identificado fauna en la isla, y dada la tropicalidad del lugar, se esperaría encontrar una mayor variedad de frutos ahí, pero solo parecía haber cocos. La sola idea de tener que alimentarse de puros cocos mientras resolvía qué hacer lo fastidió.

Cuando dejó de sentir aquel vacío en el estómago decidió que era momento de buscar un lugar de reposo decente. Se sentía (e intuía que se veía) mucho mejor. Se colocó su ropa desgarrada, pero limpia y ya seca, y comenzó a caminar para cumplir con su objetivo, no sin antes memorizar el camino hacia el riachuelo.

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Rhadamanthys regresó al bote. Tenía agua, contaba con un refugio y tener cocos para comer, era sin dudas mejor que no tener nada (en definitiva, no parecía haber otro fruto). Con esa tranquilidad, ahora podía dedicarse a pensar en una manera para salir de aquel maldito lugar.

-Piensa… tienes que salir de aquí cuanto antes, tu señor te necesita.

Se dijo a sí mismo. La primera opción que le vino a la mente era colocarse su surplice y con ayuda de las alas inspeccionar el lugar en búsqueda de una salida. Por ello, aunque con desconfianza aún, le ordenó a esta que cubriera su cuerpo.

La sintió diferente, no menos poderosa, tampoco sentía que lo quisiera limitar, por el contrario, notó que esta potenciaba su mermado cosmo, pero era diferente, no sabía exactamente cómo definirlo, pero era como si junto con ella lo cubriera un aura cálida, muy cálida.

-¿Podría ser por la sangre de Kanon?

Se preguntó, y su mente lo transportó a su último encuentro con el gemelo y con ello vinieron las imágenes de las cicatrices que adornaban su cuerpo.

-Definitivamente, no es un hombre ordinario.

Extendió las alas y comenzó a sobrevolar la isla, se dio cuenta de que realmente no era de gran tamaño, sin embargo, en todo momento lo hizo sobre la superficie de esta. Había una fuerza, que no era precisamente externa, la cual le impedía sobrevolar el mar. Rhadamanthys odiaba el mar, lo odiaba y le temía, lo odiaba porque le recordaba a aquel fatídico día en que su madre murió.

-Debí haber hecho esto desde el principio, me hubiera ahorrado tanta caminata y hubiera descubierto ese lugar antes que el insolente de Kanon… Kanon, ¿en dónde estará?

Pensó mientras pasaba justamente por encima del riachuelo donde había visto al peliazul y notó que éste ya no se encontraba ahí. De forma inconsciente bajó la mirada para tratar de divisarlo, después de todo debía seguirle la pista a su enemigo, ¿no? No pasó mucho tiempo antes de lograr ubicarlo caminando a unos pocos kilómetros del riachuelo, supo entonces que debía aprovechar ese momento para bajar y asearse.

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Sin dejar de analizar su entorno y con la incertidumbre en aumento respecto a la ausencia de animales o de otros árboles con frutos que ofrecer, Kanon caminó hasta encontrar una diminuta cueva no tan alejada de su fuente de agua.

Revisó aquel lugar y decidió adaptarlo lo mejor posible para refugiarse en él. Comenzó a recolectar algunas hojas grandes para improvisar una "cama" (o al menos algo que ofreciera mayor comodidad al dormir). Concentrado en su tarea, al momento de agacharse para recolectar más hojas, una sombra proyectada sobre el suelo llamó su atención, haciéndolo voltear hacia el cielo para ver como su orgulloso enemigo sobrevolaba la superficie.

-Maldito, tiene esa ventaja. Debo estar atento y cuidarme de él.

Renegó en pensamientos antes de continuar con lo que hacía.

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Tres semanas habían transcurrido ya. Tres semanas en las que había confirmado que no habían animales en la isla, y que tampoco había alguien más aparte de ellos dos.

Tres semanas en las que no se había alimentado de otra cosa más allá de los cocos que ya lo tenían harto (e incluso más delgado).

Tres semanas, durante las que un día descubrió que el otro desgraciado había encontrado un lugar mucho más decente, a diferencia de su cueva.

Tres semanas sin haber encontrado una salida a ese infierno paradisíaco, tres semanas en las que diariamente había salido a caminar para buscar respuestas, solo para regresar derrotado a su cueva a esperar el siguiente día.

Tres semanas desde la última vez que había cruzado palabra con el otro, no se habían vuelto a topar en el riachuelo; pero durante esas tres semanas, diariamente había visto a Rhadamanthys sobrevolarlo, estuviera donde estuviera, a veces lo veía una vez al día, otras ocasiones lo veía dos veces; la verdad es que le molestaba de sobremanera la idea de que el otro pareciera estarlo vigilando, pero reconocía que él habría hecho lo mismo de contar con esa ventaja, lo que no quería reconocer era que a su vez aquello le otorgaba una especie de confort, puesto que era signo de que el espectro tampoco había encontrado una salida y por ende, no estaba solo en ese lugar.

Y lo peor de todo, tres semanas con la incertidumbre de no saber cómo estaba su diosa, de saber si algunos de sus compañeros seguían con vida… y más allá de eso, tres semanas con aquella pregunta que se había instalado en su cabeza desde el principio, ¿por qué Athena?

Pero no todo podía ser cien por ciento malo, en esas tres semanas su herida había cicatrizado y sanado casi por completo, por lo que ya podía caminar distancias más grandes y podía plantearse nuevas opciones de búsqueda de una salida.

Se disponía a recoger algunos cocos sin apartar su mente de su diosa y de toda aquella frustrante situación, cuando sus pensamientos se vieron interrumpidos por la sombra diaria que parecía que lo merodeaba.

-Bastardo, desgraciado, presumido con complejo de wyvern… no eres más que un pajarito merodeador.

Gruñía por lo bajo volteando al cielo mientras Rhadamanthys pasaba encima de él, cuando de pronto, como si se hubiera tratado de una epifanía, llegaron a su mente un par de palabras

-Cielo… mar.. ¡mar!

Con una nueva idea corrió hasta la costa lo más rápido que pudo al tiempo que notaba con alegría que todo rastro de molestia en la herida había desaparecido casi por completo. Luego de unos minutos llegó.

-En esta isla no hay fauna, pero, ¿en el mar será lo mismo?

Se preguntaba emocionado mientras se despojaba de su camisa de entrenamiento y la aventaba sobre la arena, para acto seguido entregarse a las olas del mar y nadar lo más rápido posible. Era increíblemente hábil en esa disciplina, siempre lo había sido, incluso antes del encierro en Cabo Sunion que lo condujo a convertirse en marina.

Si alguien más hubiera estado en la playa esperándolo, habría visto la imagen de un feliz gemelo saliendo del mar mientras cargaba un maravilloso espécimen de róbalo de buen tamaño. Kanon no podía estar más emocionado, por fin podría comer algo diferente. Al salir del mar se dirigió a su pequeña cueva con más tranquilidad, allí podría cocinar y disfrutar aquel pescado que abrazaba como si fuera un tesoro.

No tardó mucho en lograr prender una fogata e improvisar una base con palos para colocar aquel pescado a cocinar. Con una emoción que podía rayar en lo infantil, Kanon se sentó en una roca y comenzó a engullir la carne blanca de su róbalo, tal era su felicidad que no se había dado cuenta de que era observado por el espectro, quien, durante su segunda ronda de vigilancia del día y su inmutable esperanza de encontrar la salida, había divisado una fogata que había llamado su atención y que lo hizo querer acercarse a averiguar más.

Kanon no tardó mucho en sentir aquella mirada de oro insistente sobre él, sabía que Rhadamanthys lo estaba viendo, pero decidió no voltear y prefirió seguir comiendo con más ímpetu, cerró´los ojos al tiempo que dejaba escapar sonoros sonidos de placer, como si aquello fuera un platillo realmente delicioso Era casi seguro para el gemelo que el otro había corrido la misma suerte que él con los dichosos cocos antes de ese momento.

Cuando decidió que había sido suficiente tortura, abrió los ojos y volteó a ver al rubio sin dejar de comer. Hubiera sido divertido sin dudas seguir burlándose de él, pero no lo hizo, por el contrario, se paró, tomó un trozo de carne de pescado cocinada y la extendió hacia Rhadamanthys.

El rubio dudó un momento, aceptar aquello significaba que le debería un favor a su enemigo, de por sí, la idea de no haber sido asesinado lo carcomía haciéndolo sentir hasta cierto punto en deuda, sin contar que, aunque seguramente no había sido la intención de Kanon, su sangre había revivido a Wyvern, pero esto ya estaba de más, no se humillaría. Pensó en únicamente preguntarle en dónde lo había obtenido, pero a final de cuentas era lo mismo (además, seguía sin estar dispuesto a adentrarse al mar). Lanzó un pequeño suspiro dispuesto a rechazar aquello que le extendía la mano de Kanon, pero el suspiro fue interrumpido por el sonido traicionero de sus entrañas hambrientas.

Kanon se aguantó la risa y agitó el trozo de carne sin dejar de ofrecérselo haciendo un gesto gracioso con las cejas alzadas, un gesto que claramente decía "¿qué esperas?"

Rhadamanthys decidió aceptarlo.

-Gracias..

Musitó mientras lo tomaba y se disponía a girarse para alejarse e ir a comer al bote.

-Come todo lo que quieras, la criatura pesaba al menos cinco kilos, es demasiado para mi. Además, caliente sabe mejor, aunque me disculpo por la sal.

Acto seguido, el gemelo se sentó para seguir disfrutando de su comida.

Rhadamanthys asintió y se sentó en otra roca para comer, después de todo tenía algo claro, el peliazul tenía una una mayor noción de la situación que vivían, podía aprovechar la oportunidad para indagar un poco más.

Permanecieron un rato en silencio comiendo, al rubio le supo aquello como si fuera la mejor comida que había probado en su vida.

Continuará...