Hola! Muchísimas gracias por sus emocionantes reviews, pues son mi fuente de energía para continuar este fic :D Me motiva ver que esta historia genere emociones que incluso rayen en la rabia. Pero no se me sulfuren xD. Ya hasta siento que hay gente que se me quiere lanzar al cuello por Sakura xD (Hola Geo Tlalli :P). Pero como ya dije antes que pase algo entre ellos es sólo una posibilidad. Todavía no sucede nada, ¿verdad? Mátenme cuando sí suceda algo entre ellos, no antes plz xD

Una vez más agradezco muchísimo sus comentarios. Creánme que los tengo muy en cuenta siempre. En el capítulo 9 (que puede ser el final) haré una lista agradeciendo con nombres a todos ustedes, ya que si lo hiciera en cada capítulo resultaría engorroso. Pero por mientras les agradezco el apoyo, las críticas, el odio y por todo. A esta historia le pongo empeño porque quiero dar algo que esté siquiera un poquito a la altura de ustedes, a quienes aprecio por brindarme su tiempo a través de comentarios (incluyendo a quienes envían reviews odiosos, pues también me brindan su tiempo :P). Es algo que valoro mucho y por eso siempre los respondo todos (los reviews sin cuenta lamentablemente no puedo responderlos o lo haría igualmente).

Por último, tengo que hacer una advertencia: este capítulo es fuerte para gente muy sensible. El principio y la mitad no darán problemas, pero al darle una releída me pareció que el remate a Hinata quedó muy fuerte, así que borré muchos párrafos para no perturbar tanto a la audiencia (si no le pusiera freno a mi maldad literaria creo que nadie continuaría leyendo este fic xD). Pero a pesar del retoque, quizás igualmente ha quedado fuerte para gente muy sensible. Para mí este capítulo es como una suave brisa de primavera, pero por si acaso dejo la advertencia para que estén preparadas/os de antemano ;)

Ah, casi se me olvida: como anuncié antes, gran parte de este capítulo estará escrito en segunda persona. Sin más que añadir, ojalá disfruten esta lectura ^^


Esclava Sexual, Capítulo Séptimo


Tras algunos días, el momento de la venganza ha llegado para quien te odia con todo lo que tiene. Dispuesta a enfrentarlo, tú has tomado uno de los cuchillos de la cocina, ocultándolo entre las sábanas. Intentarás matarlo, pero no por venganza, tampoco por odio, sino para defenderte de la aberración que pretende hacerte. No hay un antes, tampoco habrá un después. Probablemente, uno de los dos morirá hoy: tú si fallas o él si tu plan tiene éxito.

Escuchas como sus pasos se aproximan detrás de la puerta del que ahora es tu cuarto. Sabes que no es Sakura, pues ya reconoces muy bien la particular forma de caminar que Sasuke posee. Una sólida, pesada, pausada. El resquicio inferior de la puerta te deja ver la sombra de sus pies deteniéndose allí. Das un suspiro acongojado, uno tan profundo que parece arrojar tus pulmones al ambiente. Sin que te des cuenta, tu boca forja muecas distintas a través de los segundos que transcurren. Primero aprietas tus labios el uno contra el otro hasta el punto que casi los vuelves invisibles, luego muerdes el inferior por los nervios que te dominan, después muerdes el superior y finalmente pasas la lengua sobre ambos por la sequedad infame que sientes en ellos. Vuelves a suspirar profundamente. Tus palmas comienzan a soltar un sudor frío y sientes la desagradable sensación de tener las axilas húmedas también. No sólo aquellas partes transpiran de los nervios, también la piel de tus brazos y la de tus senos se contagian del miedo que comienza a atosigar tu cuerpo. Quieres ser valiente, estoica, pero es difícil lograrlo. Sólo pensar en Neji te brinda las fuerzas necesarias para acometer lo que pretendes. Te has perdido en tus pensamientos de una manera tan honda que apenas te das cuenta del momento en que Sasuke entra por la puerta. ¿Demoró él o fueron tus pensamientos los que se volvieron más rápidos de lo normal? Dejas de pensar en ello, dado que es la menor de tus inquietudes.

Tu cuarto estaba sumido en la negrura, pero, la lámpara de muchas velas que ha traído él, rompe la monarquía de la oscuridad. Ves entonces, colgando de su cinturón, los conocidos grilletes y unas negras correas de cuero enrolladas. Correas de sujeción que deja caer sobre el suelo. Al igual que los grilletes, seguramente las usará más tarde.

Coloca la metálica lámpara en la zona correspondiente. Luego, puedes sentir como una especie de energía intangible se instala entre los metros que los separan. Quieres lanzar un suspiro para desahogarte, pero no deseas mostrarle tu miedo. Lo que sí quieres es que vea tu odio; por ello lo invocas desde el fondo de tu alma. Quieres que vea que vas a luchar con todas tus fuerzas para defenderte. Que ya no te importa el dolor o la muerte.

¿O tal vez deberías fingir temor para que se confíe? Así tendrías una posibilidad mayor de apuñalarlo...

—Sé que has tomado un cuchillo de la cocina —dijo él, sorprendiéndote de lleno—. Es muy obvio que los tengo contados: son seis y ahora sólo hay cinco. Me imagino que lo tienes oculto en tus sábanas —sonrió a través de su mirar; luego agrega algo como si leyese tus pensamientos—. Que no te sorprenda: sé el número de cada una de mis pertenencias. Eres muy tonta si crees que podrás matar a Sasuke Uchiha de esa forma.

Te desarma completamente, aunque sabías perfectamente que algo así cabía dentro de las posibilidades. ¿Pero qué más podías usar para defenderte? Era la única alternativa que tenías disponible...

—Más vale que me lo entregues de una vez o sufrirás mucho más de lo que ya tenía presupuestado —te dice con una calma que te sorprende. Pensaste que si te descubría estallaría en asesina furia, pero se ve incluso relajado. Hasta podrías decir que hay buen humor en su voz. Es la primera vez que sientes algo así en él. Definitivamente estaba contento de que, tras días, su perro haya salido de su estado crítico y se esté recuperando. Sin embargo, eso no te salvará de su venganza. Nada lo hará.

No tienes alternativa, pues si desobedeces será mucho peor. Él te dijo su lema de vida la primera vez: las cosas siempre pueden ser peores. Es algo que durante el resto de tus días nunca olvidarás.

Efectivamente vas hacia tu cama, levantas las frazadas y tomas el cuchillo entre tus manos. Lo agarras desde la hoja en vez del mango para que él vea que no intentarás nada. Se lo entregas dando un suspiro de derrota total. Ya no tienes ninguna posibilidad de defensa: ahora sólo serás una marioneta sometida a los designios de Sasuke. Una títere que sufrirá las ansias de venganza que cargaba encima.

—Agradécele a Sakura que haya salvado a mi can o lo que ahora vivirás sería muchísimo peor.

No dices nada, sólo parpadeas al recordar a tu amiga. Te gustaría que estuviera contigo en este momento. Por lo menos no te sentirías tan sola y vulnerable como ahora lo estás. Aunque viéndolo por otro lado, su ausencia también significa que no presenciará tu futura vejación. Es una humillación que no deseas compartir.

Él se da una pausa en que no hace ningún movimiento. Te mira fijamente a los ojos, como si te lanzara desafiantes dagas a través de ellos. Aunque su semblante no desprende maldad, sus orbes permanecen ajenos a tal cariz: lo que hay en ellos sí que te infunde instantáneo miedo. Si los tuyos pudieran ver energías como tantas veces se rumoreó, si pudieran ver los colores de las auras, sabrías perfectamente que la de él es una energía extremadamente oscura. Dilata el momento lo que más puede, te hace saborear el temor previo, el miedo pausado que desea implantar en ti. Ya conoces su forma de ser. Es curioso el hecho de que llevan conociéndose hace muy poco, pero igualmente sientes que en realidad es desde siempre.

Tienes miedo, mas no lo demostrarás. No lo harás gozar con tu temor. Te has preparado mentalmente para enfrentar este momento, puesto que sabías desde un principio que tu plan con el cuchillo cocinero podía fallar. Tenías claro que poniendo tal recurso en marcha podrías empeorar las cosas, pero no te ibas a entregar sin luchar. No lo harías porque ahora eres distinta. Toda esta aberrante situación ha hecho sacar en ti un lado que desconocías. Ha provocado que surja una nueva Hinata; una que tiene una fortaleza que nunca pensaste obtener. Tu mirada se clava firmemente en la de él, formándose un nuevo duelo entre ellas. Sí; compruebas que efectivamente ahora eres mucho más fuerte que antes. Ya no desciendes tu mirada hacia el suelo como siempre solías hacer cuando alguien te miraba directamente.

Siguen mirándose a los ojos, sin siquiera pestañear. Luego de un tiempo eres tú quien da el primer parpadeo, aunque sigues sin bajar tu mirada ante él. Sientes que hacerlo sería someterte, hacerle ver que en el fondo sigues teniéndole miedo, pero no piensas hacerlo. Ha surgido en ti un orgullo que no sabías que tenías. Él mismo te dijo la razón: las circunstancias son distintas y está aflorando en ti otra Hinata. Una con mucho más temple que antes, pero también rellena de una tristeza incomparable. ¿Ese es el precio que se debe pagar para volverse más fuerte? Si serlo significaba caer en la eterna desdicha que ahora padeces, nunca habrías pagado tal costo.

Tu victimario lanza el cuchillo hacia la puerta sin siquiera mirarla, haciendo que la punta del arma se incruste en ella. Si estuvieras parada allí, te habría dado justo en la cabeza. No te deja de asombrar la precisión de su movimiento; lo letal que es Sasuke. A veces llegas a pensar, sinceramente, que no es un ser humano.

Comienza a caminar hacia ti. Muy lentamente; a sádica velocidad. Entonces un sudor frío se desplaza por tu frente, recorriendo tu nariz desde su nacimiento hasta su fin. No puedes evitarlo. Esta noche perderás algo que era muy preciado para ti. Algo que desde niña te enseñaron a cuidar y valorar. Algo que sólo debía entregarse al hombre que se ama. Ahora, por el contrario, tu virginidad será tomada por alguien que te odia con todo lo que tiene. Son ruines las nefastas vueltas que da la vida. Malvadas hasta el hartazgo.

Deseas escapar, pero no puedes. Por un momento incluso deseas suplicarle, pero tu nuevo orgullo te lo impide. Además, sabes perfectamente que sería inútil: él no te escuchará esta vez. No dos veces.

Tu respiración se acelera, al igual que lo hace tu corazón. Aunque intentas eclipsar tu temor con valentía, sabes que internamente tiemblas y él también lo sabe. Jurarías que puede leer tu mente en estos momentos. Que incluso puede oler el miedo que exhalas por cada poro de tu piel. Suspiras sin poder evitarlo y el corazón abandona tu pecho para convertir a la garganta en su nuevo hogar. Lo sientes allí, palpitando sufriente miedo. Pronto te da la impresión que se mueve a través de todo tu cuerpo, como si quisiera esconderse en algún lugar en el cual no puedan hacerle daño. El pecho es un lugar demasiado vulnerable para él. Pronto la sangre aumenta su caudal como si adquirieses diez corazones en vez de uno.

Sasuke te merodea moviendo sus pies lentamente hacia ti. A cada paso que tu futuro victimario avanza, tú retrocedes otro. Pero llega un momento en que aquella desgraciada dinámica no pudo continuar: tu espalda fue detenida por la pared. Él se detiene a un par de metros, depredándote con su mirada. Es el cazador y tú eres la presa.

—Defiéndete. Protege tu pureza. Demuéstrame cuanto te importa y quizás no te haga nada... —dichas sus palabras, sonríe de forma malvada.

Instantáneamente recuerdas la frase que te dijo después del primer intento de violación, cuando te contó que hacía prisioneros para torturarlos. Es evidente que él no reculará. Sólo quiere darte falsas expectativas, haciéndote sufrir a través de ellas.

—El sufrimiento es peor cuando hay una falsa esperanza alimentándolo —le devuelves sus palabras y él reacciona sorprendido. Un segundo después aquella sorpresa se convirtió en satisfacción.

—Excelente memoria —te lo dice como un cumplido; incluso parece estar orgulloso de ti.

—Voy a defenderme —le dices inmediatamente con furor—, pero no porque albergue la esperanza de que recapacitarás. Lo haré porque no voy a dejarme abusar por ti sin luchar —lo declaras con violencia. Con ímpetu sobresaliente.

—Así debe ser.

Das un profundo suspiro antes de tu arremetida. Tras aquel acto, te lanzas venciendo tu temor interior. Intentas golpearlo con tu rodilla en los testículos, punto débil de todo hombre, pero bloquea tu golpe fácilmente. Tratas de morderlo directamente en el cuello, pues los dientes son la mejor arma biológica con la que un ser humano cuenta, pero es completamente fútil: te esquiva fácilmente cual torero en el ruedo. Sus reflejos son impresionantes, tanto que los de cualquier felino parecerían poca cosa. Nada puedes hacer contra él. Te hace sentir la impotencia de ser débil, de ser la presa del cazador. Sin embargo, tu determinación no se rinde, sigues intentando golpearlo, morderlo y arañarlo, pero lógicamente nada consigues. Súbitamente Sasuke se agacha, te toma del tobillo y hace que pierdas el equilibrio de manera frontal. Te das un costalazo contra la madera del suelo y el oscuro hematoma en tu abdomen te causa ardiente dolor, pero consigues ignorarlo apretando los dientes. Te giras pataleando con todas tus fuerzas para zafarte de su mano. Mientras lo haces posas tus ojos en él, viendo como hay una sonrisa maquiavélica en su faz. Entonces comprendes que resistiéndote lo único que haces es provocarle mayor placer. No tienes ninguna posibilidad contra él. Absolutamente ninguna. Antes de que detengas tus movimientos, es él quien te neutraliza para terminar el juego tomándote firmemente de la garganta. Te domina de manera tan fácil, tan humillante, que tú pareces una niña intentando vencer a un león. La supuesta lucha ni siquiera alcanza a ser un remedo de ella.

Prepotente, te clava sus sanguinarios orbes, pero tú no te amilanas. Es más, reflejas tu odio a plena potencia. Le haces saber que el odio que siente por ti, tú también lo sientes por él. La aversión es completamente recíproca. Es precisamente tu odio quien te ayuda a encararlo con tanta firmeza. Internamente le sigues teniendo miedo, pero lo superas de manera total cada vez que recuerdas la cruel muerte de Neji.

Te da vuelta fácilmente, lleva tus brazos por detrás de tu espalda, usa su siniestra para entrelazar tus muñecas una sobre la otra y con la diestra te sujeta fieramente desde los cabellos enraízados en tu nuca. Totalmente sometida, te obliga a avanzar hasta hacerte chocar contra la pared. Una vez más te demuestra quien es la esclava y quien es el amo. Nada puedes hacer contra él. Sin embargo, pese a todo, tú reanudas tu inútil lucha, puesto que no te importa darle el placer de tu resistencia: no vas a perder tu virginidad sin luchar. No serás manchada sin defender tu honra.

—¡Suéltame! —le pides desatando todo tu odio, asco y repulsión. No deseas que el asesino de tu primo te ponga una sola mano encima. Más que una petición, le diste una imperiosa orden.

—Así me gusta; sigue defendiéndote. Si no lo haces no sería divertido —su voz evidencia de forma maldita su mórbido regocijo.

Y nuevamente te das cuenta que al forcejear lo único que consigues es darle todavía más placer. Si realmente quieres decepcionarlo, si quieres impedirle el gozo, lo que debes hacer es comportarte como un maniquí. No mostrarle el miedo que a él le encanta sentir. No obstante, permanecer como una muñeca sin vida asoma como una tarea prácticamente imposible.

—Si te excitas un poco, tranquila, no te culpes —te susurra al oído, cambiando su voz sombría hacia una comprensiva—. Somos mucho más animales de lo que crees y estamos hechos para gozar. Por eso, muchas veces el placer físico le gana al dolor mental. Incluso cuando es forzado, el sexo puede ser muy placentero si te lo hacen bien...

Te sientes tan ofendida que demoras menos de un segundo en responder semejante agravio.

—Y-yo jamás de los jamases me excitaría contigo. ¡Y muchísimo menos por una violación!

—Nunca digas nunca... —te susurra al oído nuevamente, desafiante. Despide una seguridad que te sorprende, como si realmente quisiera hacerte gozar de un abuso sexual. Definitivamente es un desquiciado. ¿Cómo alguien podría disfrutar algo así? Es enfermizo, ¡totalmente repulsivo!

Agarrando todavía más tus cabellos, sientes como se acerca a la zona de tu cuello para olerte profundamente. Husmea tu piel como un animal carnívoro lo hace con su futura comida. Inunda sus fosas nasales con tu aroma, como si quisiera grabarlo en su memoria olfativa. Luego jala tu pelo hacia la izquierda con fuerza y, por consecuencia, tu cabeza se inclina en la misma dirección, dejando al descubierto la zona derecha de tu cuello. Vuelve a inhalar tu perfume de mujer. ¿O quizás huele el miedo interior que hay en ti?

Su cuerpo se apega más a ti y puedes sentir su órgano sexual contra la zona inferior de tu espalda. La diferencia de alturas le permite a tus nalgas escapar momentáneamente de aquello que todavía no está endurecido. Aún así, su dimensión te parece anormal. Eres virgen y no sabes de tamaños, pero no necesitas tener experiencia previa para saber que lo que él posee va mucho más allá de una escala normal. Es algo que genera miedo de verdad. Grande, grueso, largo, extenso. Tiemblas sin poder evitarlo. Quieres impedir que sienta placer con tu miedo, pero es inevitable padecerlo.

Escuchas como Sasuke mastica el aire un par de veces, insinuándote que muy pronto hará lo mismo con tu cuello. Luego exhala su cálido aliento en la primera zona de tu cuerpo que será suya. Vuelve a mordisquear el aire; lo sabes por el sonido provocado por sus dientes. Sientes un nerviosismo muy extraño; quieres mover tu cabeza para impedir el contacto, pero su mano tiene tus cabellos firmemente sujetos y no puedes hacerlo. Acerca sus labios a tu piel cervical, apenas rozándote, como si estuvieran flotando sobre ti. Los desplaza manteniendo esa tónica por muchos segundos; demasiados, de hecho. Por algún motivo, aquel roce te eriza la piel mucho más que si el contacto fuera completo. Llega un momento infame en que, pese a saber que no es correcto ni digno, tu instinto te traiciona, deseando que esos labios te contacten completamente. Sin embargo, tu odio hacia él es tan grande que tu mente fulmina lo subconsciente al instante.

Sin que puedas evitarlo, Sasuke se arroja sobre tu cuello como un pirata lo haría sobre el barco con el tesoro. Y su atrevido abordaje resulta todo un éxito, pues al hundir sus labios en ti te provoca un escalofrío que te atraviesa de pies a cabeza. Él lanza un gemido de placer muy cerca de tu oído, haciéndote sentir algo muy singular. Algo que te perturba.

Su boca se deleita con tu cuello; succiona, besa, chupa. Aprieta tus cabellos a la vez que profundiza la intensidad de los apasionados besos que te brinda. Tal como la primera vez, y para tu gran pesar, reconoces que no es algo desagradable. Tu piel cervical es muy sensible y él te besa de una manera habilidosa. Son muy diferentes a los besos que te daba Sakura, pues él sí sabe perfectamente como hacerlo. Además, son besos que expresan genuino deseo. Te sorprende que sus labios sean así de suaves, tanto o incluso más que los de Haruno. Sin embargo, es una boca de hombre. Percibes una diferencia inmediata, una que quizás sea provocada sólo por tu mente, pero la sientes igualmente. En sus labios hay fuerza, hay anhelo, hay virilidad. La animalidad del instinto primario emerge con la voracidad de un lobo ante el encanto de la luna llena.

Te succiona suavemente. No lo disfrutas porque es tu mente la que está determinada a impedir el goce. Ese maldito hombre es quien mató a Neji delante de tus ojos y aquello lo tienes muy vigente en tu mente. Sin embargo, Sasuke besa muy bien, muchísimo mejor que Sakura. Jadea en tu cuello a intervalos, intercalando hábilmente sus labios con el calor de su aliento. Consigue enervar cada uno de los minúsculos vellos que tienes allí. A pesar de la renuencia que pretendes imprimir, hace que tu piel se vuelva efervescente. Es una reacción completamente fisiológica, algo independiente de la voluntad de tu alma.

Oleadas de vibrante electricidad recorrieron la zona de tu cuello cuando él te mordisquea suavemente allí. No lo niegues; ese maldito hombre sabe lo que hace. Aquello te ha producido cosas...

¡No! ¡Por supuesto que no! Si por un solo segundo te gustase algo de lo que te hiciera ese bastardo, te sentirías terriblemente mal. Un reconcomio infame se apoderaría de ti. Aunque no tienes por qué preocuparte: nunca disfrutarías nada de lo que te hiciera él. Jamás. Lo único que te genera Sasuke es repugnancia, repelús, odio infinito.

¿Pero por qué se está comportando así? ¿Por qué no está siendo más violento? Se supone que es un castigo, una venganza. Compruebas una vez más que aquel hombre se te hace impredecible. No puedes adivinar qué es lo que pretende. ¿Quiere mostrarte que una violación no es tan mala si es hecha por él? ¿O tal vez quiere hacerte sentir la peor mujer del mundo por disfrutar siquiera un segundo de sus caricias? Quizá es precisamente eso lo que desea: hacerte sentir alguien inmoral, indecente, abyecta.

Él profundiza hábilmente la mordida que te prodiga de manera elocuente. Te dejará marcados los dientes en la piel porque tu cuello le fascina. Puedes notarlo porque no quiere soltarte. Prolonga cada beso y cada mordida por espacio de minutos enteros, provocándote una especie de hormigueo desconcertante. Parece hipnotizado.

Comienzas a sentir su sexo creciendo lentamente en los límites que dividen tu trasero de lo que es la espalda. Aquello está preparándose para reclamarte como su futura hembra y el miedo vuelve a instaurarse en ti. Mientras él continúa sus besos sintiéndose el dueño absoluto del tiempo, su erección se va pronunciando hasta alcanzar su máximo potencial. Es entonces que te haces una pregunta que te infunde sumo temor: ¿Cómo tu vagina va a soportar eso por dentro?

Te empuja contra el muro apegándote aún más de lo que ya estabas, aunque tus pechos salvan a tu abdomen, amoratado por su patada de hace días. Presientes que elevará un escalón su deseo. Estás a su completa merced, aunque juntas tus muslos para forjar un atisbo de rebeldía. No obstante, él coarta tus intenciones colocando fieramente una pierna entre las tuyas. Entonces su rodilla asciende hasta colisionar contra tu intimidad, obligándote a separarlas todavía más. Te hace saber nuevamente que, hagas lo que hagas, nada podrá cambiar tu situación de víctima. De súbito, oyes el sonido de los grilletes y, tan solo dos segundos después, ya los tienes aprisionando tus muñecas. Piensas que hará lo mismo con tus pies, pero te equivocas. A diferencia de la primera vez, ellos sí quedan libres.

Esta vez no tienes un traje de cuerpo entero, sino una falda violeta que te llega un poco más arriba de las rodillas. Te habrías puesto algo que te cubriera hasta los pies, pero, como Sasuke siempre hace que te desnudes ante él, no tenía ningún sentido cubrirte tanto. Entretanto, tu torso y pechos son vestidos por una algodonosa blusa de botones. Súbitamente, sientes como sus manos emprenden un viaje hacia ti, levantando tu falda y perdiéndose entre tus piernas. Te sacudes en un fútil intento de impedirlo, pero él te presiona más contra la pared. La fricción que ejerce entre tu abdomen y el muro te está doliendo mucho gracias al moretón que allí tienes, de modo que detienes tu resistencia. Su siniestra toca la parte inferior de tus muslos, desplazándose en dirección ascendente. Cuando llega a tus bragas, las agarra desde el tirante. Te las baja lentamente hasta las corvas, como haciéndote sentir que ya no tienes nada que proteja lo que te hace mujer. Tu falda, empero, sigue manteniéndose en su lugar. Su mano levita hacia tu intimidad sexual y apretas los dientes por el asco mezclado con el miedo. Sin embargo, te sorprende que empieza a tocarte sin esgrimir la violencia que imaginabas. Lo hace de una manera extraña, como si estuviera explorándote, conociéndote. Parecida a la forma en que también lo hizo Sakura anteriormente. Te estremeces por inercia sin poder evitarlo. Las ásperas, pero cálidas yemas de los dedos índice y medio, acarician la línea que forman tus pliegues vaginales. Aunque tu mente sabe que es algo completamente inútil, aprietas por simple instinto para repeler a quien desea infiltrarse en ti. Él sigue descubriendo tu vulva de forma dactilar por primera vez, haciéndolo superficialmente y casi con cariño. Aquello es algo que no puedes creer. Pronto percibes como recoge el dedo medio, dejando únicamente al índice extendido. Este último se mueve lentamente desde abajo hacia arriba, paseándose con toda confianza. De pronto, el intruso dedo se detiene, separa tus labios vaginales y se inmiscuye levemente dentro de ti, con la suavidad y profundidad apropiadas para no dañar aquello que garantiza tu doncellez. Es algo incómodo, apenas soportable. Quieres gritar, pero te lo prohíbes para no darle tal placer. Te acaricia de una manera curiosa por un tiempo que no podrías definir. Luego sale de tu vestíbulo vaginal, dirigiéndose hacia la parte más sensible de tu sexo. Recorre con la yema tu diminuto órgano eréctil, explorándolo, descubriéndolo, meciéndolo. Luego, el pulgar se une a su hermano para intentar atraparlo. Hace un pequeño esfuerzo hasta que finalmente consigue su objetivo. Lo tiene perfectamente tomado. Evidentemente, Sasuke ya conocía la anatomía femenina de una manera impactante.

Mientras te acaricia tú te sientes tan invadida, tan humillada y sobrepasada, que, si lo que pretende es darte placer, jamás lo conseguirá. Lo que sí te sorprende es el gran cuidado que está desplegando. Recuerdas a Sakura y compruebas que un hombre, incluso alguien tan brutal como Sasuke, sí podía ejercer una suavidad comparable a la de una mujer cuando así lo deseaba.

Intentas distraerte, preguntándote nuevamente qué es lo que de verdad pretende. No parece una venganza; esperas golpes, torturas, sufrimiento, pero está usando una gentileza que te genera grandes sospechas. Tu alma se encarga de advertirte que algo anda mal; que debes estar alerta; que en cualquier momento le dará un arrebato que te hará prominente daño. Algo en tu fuero interno te avisa que esta fingida suavidad es la calma antes de la tormenta...

Sasuke es un sádico. Te lo ha demostrado con creces. Seguramente querrá hacerte sentir que esto no será tan malo como parece, para después desatar toda su malignidad cual tormento proveniente del tártaro.

Apartas tus pensamientos cuando, de improviso, se aleja unos centímetros de ti para liberarte de la opresión que sentías contra el muro. Gira tu cuerpo lentamente y entonces te sorprende con un violento movimiento que no esperabas: rompe la blusa que llevas encima, haciendo que cada uno de sus botones salten en todas direcciones. Como consecuencia a su acto diste un gran respingo que te apegó contra la pared nuevamente, sólo que esta vez fue tu espalda quien lo hizo. Tus encantos delanteros quedan al descubierto, puesto que, pese a la amplia de gama de vestimentas que el armario de tu habitación posee, no hay sostenes. Luego, sin perder el tiempo, desgaja tu falda y quedas totalmente desnuda ante él. Cuando notas su ávida mirada bajas la tuya al suelo, avergonzada como antaño te ocurría. Todavía quedan retazos de tu ser anterior. Sin intención, observas los pedazos de tu blusa, los de tu falda y los botones desparramados, los cuales dan testimonio ineludible de la ferocidad de tu amo.

Sasuke cierra su diestra en tu quijada; rápidamente comprendes que lo hace para que no puedas morderlo. Sin posibilidades de resistencia, te resignas a que disfrute de tus atributos. No quieres pelear ya, puesto que es algo completamente inútil. Lo mejor que puedes hacer es comportarte, para que así su lado más perverso no aflore.

Sus yemas viajan hacia tus pezones, tocándote con el desparpajo propio de quien se sabe dueño y señor. Por lo menos no lo hace de una manera que te provoque dolor. Utilizando el índice y el pulgar al mismo tiempo, se divierte estirándolos suavemente, como si quisiera descubrir cuán flexibles son. Puedes notar su mirada complacida cuando señala verbalmente algo que te enojará hasta las raíces.

—Veo que estás bastante excitada. Tus pezones están muy erectos...

Quiere provocar tu indignación y lo consigue hábilmente, pues necesitas espetar que de ninguna manera se debe a que estés estimulada.

—Es... —por el peso de lo desagradable, tu aliento se atora en la garganta y te hace tartamudear— es una reacción fisiológica al contacto. Es reacción, no excitación —profieres sintiéndote profundamente ofendida.

Él sonríe. Lo hace de una manera tan amplia, tan genuina, que te permite saber claramente que no te ha creído una sola palabra. Lo detestas más que antes. Piensas seguir protestando, pero hacerlo demostraría que necesitas defenderte porque quizás tú misma dudas de tu explicación. Por ello, no lo haces. Finalmente dejas que Sasuke piense lo que quiera.

Él, olvidándose del asunto, comienza a devorar tu seno izquierdo con gula controlada. Te succiona; te chupa; te mama; te lame; te besa. Lo hace de manera suave, sutil. Juguetea con tu pezón, meciéndolo con su lengua de abajo hacia arriba y de izquierda a derecha. Luego invierte las direcciones y finalmente su lengua se transforma en un torbellino mucho más hambriento. Necesitas dar un respingo cuando, de manera tenue, aprieta entre los labios su cónica adicción. Permanece succionándote un largo rato, cambiando de seno de tanto en tanto. Su mano, empero, no afloja el agarre a tu mandíbula.

No quieres contradicciones en tu ser, absolutamente ninguna, pero Sasuke sabe lo que hace. Sabe cómo lo hace. Sabe como provocarte cosas extrañas aunque te esmeres por no sentirlas. Y lo odias más todavía. Odias que tu maldito cuerpo intente desconectarse de tu alma. Tienes que hacer un esfuerzo para que ambas cosas se mantengan unidas bajo el alero del repudio.

Él suelta por fin las porosas golosinas que lo embriagaron con tu sabor. Relamiéndose antes de hacerlo, empieza a descender lentamente a través del sendero de tu vientre. Te prodiga deseosos besos y cálidos alientos, a la vez que mordisquea tu tersa piel a cada trozo que avanza.

Definitivamente no parece una violación. Parece un juego perverso en donde él quiere hacerte sentir un placer culpable. Eso era lo que quería: hacerte sentir sucia por tus reacciones fisiológicas.

Esquivando la zona oscurecida y también el ombligo, su recorrido prosigue del mismo modo: descendiendo pausadamente, dándose el tiempo de disfrutar cada segundo del trayecto que lleva hacia tu sexo. Abres tus ojos completamente sorprendida cuando llega a tu monte de Venus. ¿Acaso te va a hacer sexo oral? Una especie de corriente ígnea te estremece entonces; una que hace que tus pupilas se dilaten por culpa de lo desconocido. Por un sucinto momento, aparece algo en ti que te esforzaste para ignorar. Es indecoroso lo que sentiste. Algo que no debe ser mencionado jamás. Un secreto que sólo tu propia conciencia sabrá.

Detiene sus besos justo antes de llegar a tu intimidad para violarte bucalmente. Admira lo que tienes entre las piernas; ves su deseo, ves su verdadera pasión por ti. Se relame con ansias desbocadas, mientras una ingente cantidad de saliva va acumulándose en su boca. Te percatas porque su garganta emitió un ligero sonido cuando se vio forzado a tragarla. Permanece quieto, dándose el tiempo de disfrutar cada segundo en que te mira aquello. Muerde su labio inferior; parece estar conteniéndose, con todas sus fuerzas, para no contactar su boca contra tu feminidad.

Finalmente, tras un pequeño trecho de tiempo, te lanza unas palabras que te golpean como polvo de diamante.

—Hasta aquí llega el Sasuke civilizado... ahora la bestia surgirá... —cambiando radicalmente su cariz, ensombreció su semblante de manera espeluznante. Tus vellos se frisan instantáneamente por lo mismo.

Se endereza al tiempo que te toma ferozmente de los cabellos. Te arrastra hacia la cama, lanzándote con furia sobre ella. Tú tenías razón. Siempre la tuviste. Él sólo te estaba dando falsas esperanzas de que su tropelía no sería tan criminal, pero sí que lo será.

Sobredosis de temores trepan desde tu corazón hacia los ojos, pues presientes que muy pronto llegará el momento que tanto te perturba: el de la penetración. Lo que te acaba de hacer has podido soportarlo porque no te ha dañado ni te ha dolido, mas sabes que cuando llegue el momento decisivo el sufrimiento será terrible. Vaticinas que suprema maldad se inyectará en su ser para el instante definitorio.

Tratas de rebelarte nuevamente, pero, con tus manos esposadas, muy poco puedes hacer. Que te viole es completamente inevitable, pero piensas suplicarle para que no lo haga de una manera tan dolorosa. No obstante, pedírselo te significaría rebajarte ante alguien que, con toda seguridad, no se compadecerá de ti. Es ahora cuando realmente comienza su venganza; es ahora cuando liberará al demonio que lleva por dentro...

Camina hacia la cama y te coloca diestramente en la posición que tanto le gusta. Por un instante que fue menos de un segundo, te preguntas por qué a Sasuke le gusta tanto esa pose. Aunque quizás sólo siendo hombre podrías saberlo. Unos cuantos segundos después la tristeza acude a tu ser en marejadas que golpean tus ojos. No quieres llorar, pero algunas rebeldes y silenciosas lágrimas se independizan de tu voluntad. Esta vez serás suya sin que nada pueda evitarlo; gozará de ti el hombre que mató a tu primo delante de tus ojos. Es algo digno de la peor pesadilla.

—La tercera es la vencida —se mofa maliciosamente con el popular refrán, al tiempo que se te sube encima de la misma forma que las dos veces anteriores.

Tú sólo enriqueces el silencio apagando tus labios a la par de tus respiraciones. Cortas tus lágrimas también. Tratarás de adquirir la misma percepción que una muerta para que esto no te duela tanto, pero, ¿podrás conseguirlo? Escuchas como él abre la cremallera de su pantalón, obteniendo la inmediata y triste respuesta negativa.

Unos segundos después sientes su orgullo de hombre contactar contra tus nalgas. Tú las comprimes como si te quemara el calor que desprende. Se deleita frotándose superficialmente contra ti. Tiritas cuando su accionar te toca repetidamente la vagina y el ano, deslizándose sobre tales grácilmente. Te está mortificando, puesto que no sabes cual cavidad elegirá. Incluso piensas pedirle que te lo haga por la que te será menos dolorosa, pero corres el riesgo de causar el efecto contrario al deseado. Podrías motivarlo a violarte de manera anal. Por ello, guardas prudente silencio. Él sigue su juego sexual por muchos segundos, hasta que finalmente se detiene en lo que te hace mujer. Lo otro se ha salvado, emergiendo en ti un pensamiento contradictorio que mezcla alivio y miedo en porciones muy desiguales: el primero es apenas una ínfima dosis; en cambio el segundo consume tu alma. De súbito, tu mente se vuelve un nudo cuando el perpetrador, muy lentamente, se abre paso apenas un par de centímetros dentro de tu sexo. Congela su movimiento mientras tú quieres gritar con todas tus fuerzas, pero te detienes porque sabes que sólo le causarías más placer. Aunque te cuesta mucho hacerlo, acallas tus cuerdas vocales. Se mantiene en tu entrada carnal por varios segundos, quizás esperando alguna reacción de parte tuya, pero tú estás completamente determinada a no darle ninguna. De repente, como una pesadilla cobrando vida, te desflora de una forma absolutamente salvaje. Te empaló. Te horadó. Te atravesó. Te dio una estocada tan profunda que sentiste tus entrañas revolverse como una serpiente por el dolor alcanzado. Incluso arqueaste tu espalda como queriendo imitar a una víbora. Tu grito de dolor atravesó las paredes de la mansión, tanto las cercanas como las lejanas. Perforaste el aire como una navaja lo haría con la carne, pues lo masculino y lo femenino se fusionaron bajo las sombrías alas de la violencia. Cada milímetro de tu vagina comenzó a arder; raspada, casi desgarrada a pesar de su supuesta elasticidad natural. Él destruyó, pulverizó, ¡desintegró!, tu virginidad en milisegundos. Fue un movimiento tan fulminante y relleno de odio, que lo sentiste como la estocada de una afilada daga en vez de algo compuesto de carne y venas. Sasuke ni siquiera te da tiempo para que tu cuerpo asimile el terrible tamaño del invasor. Alejando cualquier tipo de piedad, empieza a moverse dentro de ti con una crueldad inimaginable, seguramente motivado por la dosis de sangre que podía sentir; la sangre de tu himen violentamente despedazado.

El demonio que realmente era se había desatado por fin. El dolor que sientes con sus movimientos se vuelve insoportable, inclusive mayor de lo que alguna vez te atreviste a imaginar. No querías darle el placer del llanto a ese malnacido, pero, esta vez no surgieron sólo unas lágrimas, sino muchas que no fuiste capaz de retener. No lo consigues, ya que esta vez el dolor espiritual es acompañado también por lo físico.

Te arden las entrañas de una manera escandalosa. Te penetra alardeando todo el odio que siente por ti. Por tal causa, intentas abrir tus piernas, separarlas para descomprimir la presión infame que él ha forjado en tu vagina. Pero, pese a no tener grilletes en tus pies, él tiene prisioneras tus piernas entre sus rodillas y no logras tu objetivo. El dolor no languidece siquiera un ápice.

Querías permanecer muda, pero te fue imposible. Duele tanto que no consigues controlar tu aliento. Gritas tu dolor, esparciéndolo por toda la mansión.

Si estuvieras con las manos libres y en otra posición que te lo permitiera, no dudarías en clavarle tus uñas para arañarle la piel con todas tus fuerzas. Morderlo para sacarle trozos de carne. Causarle heridas sin compasión. Sentir la humedad de su sangre entre tus dedos. Quieres abrirle la piel al maldito que te está haciendo suya. Destrozar su carne tal como él lo está haciendo con la tuya.

¡Te duele muchísimo! Necesitas liberar aquello de alguna otra manera, pues los gritos que das no son suficiente. Lo único que se te ocurre es cerrar tus mandíbulas en la almohada con todas tus fuerzas. No puedes hacer nada más. La muerdes tanto que pareces tener intenciones de despedazarla o de trizar tus propios dientes. Lo que suceda antes. Aprietas más tu boca y tus gritos apaciguan su terrible volumen: ahora emergen como si tuvieras una mordaza encima. Sin embargo, eso no significa que tu espantoso sentir haya cambiado.

¿Cómo deshacer el dolor que acorrala cada centímetro de tu intimidad? Lo único que urdes como solución es distraerte de alguna forma. Ansias ver un bello campo de mirasoles; impeles a tu mente para forjar tal visión. ¡Necesitas distraerte del maldito dolor! Pero no puedes. Hagas lo que hagas el sufrimiento es demasiado. Como último recurso para obtener solaz, recuerdas que soportar esto salvará a Sakura de tener que sufrir lo mismo. Es lo único que puede brindarte un consuelo, mas no resulta como lo esperabas. El dolor de tu alma efectivamente disminuye un poco, pero el físico sigue igual de radical. Incluso pareciera que se acrecenta.

Sus estocadas son tan profundas que las sientes arder mucho más allá de tu vagina. Como si incluso estuviera contactando la profundidad más íntima del útero. Algo infame, algo que te destrozaba completamente, como si además de horadar las entrañas que te hacen mujer, también lo hiciera con tu mismísima alma. Está aniquilando tu pureza sexual de la peor forma imaginable. Se mueve tan rápido, tan frenético, que sientes espasmos de sufrimiento. Algo que te lleva hacia el cénit más profundo de lo horrendo.

Él es un un guerrero y, como tal, ha convertido esta situación en un campo de batalla más que en cualquier otra cosa. Su amor por la guerra surgió más fuerte que nunca. Está sometiéndote, doblegándote, humillándote, sin dejar lugar a piedad alguna. Te hace sentir quien es el macho, quien es el fuerte, quien es el dominante. Él es tu amo y tú eres su esclava sexual. La que será su prostituta eterna.

Te penetra una, y otra, y otra vez. Sin piedad, sin compasión. Te lo introduce y te lo extrae a una velocidad infernal. El dolor bloquea completamente los pensamientos que pretendías forjar para distraerte. Ahora lo único que ruegas es que este suplicio acabe lo más pronto posible, ya que cada penetración la sientes como una cuchilla dentro de ti. Está ejerciendo una violencia endiablada. Te viola de una forma diabólica. Fuerte. Profunda. Malvada. Sobrenatural. El proceso repititiéndose de manera feroz. Imprime un salvajismo descomunal; fuera de este mundo. Inexpresable.

De pronto se detiene y saca su sexo del tuyo completamente. Luego te profiere una tremenda arremetida nuevamente, tan profunda que produce lágrimas más espesas en tus ojos. Es demasiado brutal para soportarlo. Empiezas a pensar que tu tolerancia al dolor es poca o que tu vagina es más pequeña que la del resto de mujeres, porque no entiendes como es posible que te pueda doler tanto. Te sientes desgarrada; te quema demasiado como para que sea diferente. La estaca carnal de tu amo está dañandote de verdad. Súbitamente, cuando pensaste que la inhumana velocidad de su penetración ya había alcanzado un límite imposible de superar, él te hace saber cuán equivocada estabas: aceleró todavía más el ritmo infernal de su vaivén, a la vez que sus terribles embestidas parecían hacerse todavía más profundas. Nunca pensaste que un ser humano pudiera ejercer una rapidez tan sobrenatural.

—La tienes tan estrecha... Me encanta... —te dice como si te halagara. Su frenesí hace temblar su voz.

Ahora sabes que está gozándote más que antes. Los cadenciosos gemidos que emite te lo notifican claramente. Comprendes que a mayor velocidad, mayor placer para él. Pronto tu angosta vagina le provoca una sinfonía de voluminosos suspiros, los cuales se plasman en el ambiente y alteran el aire circundante. Lo sientes embriágandose de ti. Su odio desaparece para ser reemplazado por el goce total.

En esta ocasión no te sucede lo que en ciertos momentos con Sakura sí; e incluso con él mismo hace tan solo unos minutos. Esta vez no surge una separación entre lo fisiológico y lo mental. Ahora ambas cosas se alinearon bajo un sólo mandato: el del sufrimiento. Te duele demasiado tanto físicamente como espiritualmente. Sólo deseas que esto termine de una vez, pero él no parece estar por la labor de cumplir tu deseo.

Sigue prodigándote bestiales penetraciones. Vez tras vez. Sucesivamente. Profundamente. Diabólicamente. Era algo pesadillesco. No hay palabras que puedan calzar con lo que él te está haciendo. Te invade como un demonio sediento de pecado y sangrientas blasfemias. Alardea, invoca e imbuye, la impetuosidad de un potro salvaje en una jaula de cristal.

Tu cuerpo convulsiona. Sientes que no puedes resistir más. No es que tengas poca tolerancia al dolor: se trata de que esto es simplemente demasiado intenso para soportarlo. El tamaño que tiene Sasuke es malvado de por sí, pero además te lo está haciendo de una forma totalmente inmisericorde. No está dispuesto a darle ninguna tregua a tu sufrimiento.

—¡T-termina rápido! —le suplicas sin poder evitarlo, mientras las lágrimas no se detienen a recorrer tus mejillas: vuelan sobre ellas impulsadas por las barbáricas arremetidas de quien te está poseyendo.

—Esto recién empieza —te dice él con una seguridad que te espanta y, aunque no puedes verlo, te imaginas una sonrisa vil en su rostro.

Efectivamente, no es algo corto como pensabas que sería: muchos minutos avanzan y la tortura no llega nunca a un finiquito. Si dirigieras tu vista al reloj, verías que ha pasado más tiempo del que pudieras imaginar. Ruegas que esto termine de una vez, pero tus esperanzas no son cumplidas. La tortura sexual se está alargando demasiado. Sin embargo, algo comienza a suceder con tu cuerpo después de ese gran lapso. Ya no te duele tanto como al principio. El sufrimiento sigue palpitando fuertemente, pero, para tu sorpresa, ha bajado un par de escaños su cruel intensidad. Parece que tu sexo por fin comienza a amoldarse al de él. Finalmente tu cuerpo está aceptando al invasor, asimilándolo de tal manera que el dolor va disminuyendo poco a poco. No la cantidad suficiente, pero sí la porción necesaria para que tus voluminosos quejidos también vayan mermando.

De pronto, tras otra cantidad de tiempo que no puedes determinar, emergen sensaciones anómalas en tu interior; unas que se propagan a través de tu matriz. Comienzas a sentir algo que te perturba severamente. ¿Acaso Sasuke estaba en lo cierto? ¿Realmente era posible que lo mental no pudiera mermar lo físico?

No es siquiera un atisbo de placer lo que sientes; pero no lo es porque te empeñas en que así no sea. Si te dejaras llevar quizás comprobarías que Sasuke sí tenía razón. No eres una frígida incapaz de sentir placer. Si tan sólo esta infamia hubiese acabado más pronto, como debía haber sido, jamás habrían dado inicio cosas disonantes en tu ser. Pero después de tanto tiempo sintiéndolo por dentro, algo comienza a torcerse. La culpa es del cuerpo joven que tienes, uno con hormonas que bullen y gritan a todo volumen tu fertilidad. Apretas los dientes y abres más los ojos para concentrarte en reprimir cualquier cosa parecida a lo agradable. Por ello no lo sientes, porque si así fuera te aborrecerías a ti misma por el resto de tu existencia. El problema es que Sasuke sigue follándote de tal forma que parece algo que no terminará nunca. Está causando estragos en tus sensaciones físicas. Te conminas a sentir sólo dolor, sólo rabia, sólo ira. Recordando la muerte de Neji, unes lo fisiológico a lo mental formando una impresionante consonancia total. Te juras que no te ocurrirá nada que vaya en dirección contraria y todo en ti coincide uniéndose en un sólo compás: el del dolor.

Tus gritos se convierten en quejidos inconstantes. A diferencia de lo mental, lo físico ya no te duele tanto. Puedes soportarlo. Algunos segundos después te obligas a acallar definitivamente tu voz, queriendo volverte una muda. Pretendes enmudecer también tus sentidos, mas aquello no lo consigues. A cada briosa puñalada carnal, seguías percibiendo como Sasuke subía a borbotones su nivel de pasión. Parecía que el punto de ebullición se aproximaba, puesto que empieza a jadear de manera mucho más intensa. Estaba perdiéndose en el limbo creado por el placer. Ruegas que así sea, para terminar por fin esta tortura maldita. Sin embargo, él te sorprende al detener sus movimientos de cuajo. Sale de ti, respirando con celeridad por varios segundos, aunque completamente inmóvil. ¿Qué pretende hacer ahora? La respuesta llega como un tromba infernal muchos segundos después: posiciona su miembro en la otra cavidad que tienes; aquella más pequeña. Instantáneamente asciendes al pináculo del terror, tanto que no puedes evitar una temblorosa súplica. Te esmeraste por no ceder ante el miedo, pero el mismo termina contaminando tu temple.

—P-por favor...

No hubo respuesta verbal: lo que sentiste un segundo después te obligó a gritar como si intentaras desintegrar tus cuerdas vocales. Fue algo terrible, espantoso, maléfico. Te invadió completamente sin ninguna clase de preparación. En un delirante arrebato alcanzó la máxima profundidad de un solo jalón, provocándote un dolor descomunal. A pesar de tu posición actual, arqueaste tu espalda más que cuando te desvirgó. Si pensaste que lo hecho con tu intimidad fue atroz, esto duplicaba el sufrimiento. Después de todo, la vagina está fisiológicamente hecha para recibir al miembro, pero el recto no. La función biológica que cumple es una diametralmente distinta; por eso es que estás padeciendo un dolor insoportable. Aquello no está dispuesto para recibir la gigantesca virilidad de Sasuke; muchísimo menos sin preparación alguna. Por ello lloras a todo lo que das, gritando inclusive más que antes. Esta vez te sientes tan ultrajada, con tanto dolor atravesándote, que ya ni siquiera esbozas pensamientos. Incluso jurarías que está haciendo pedazos tus intestinos. La velocidad que desata es malévola de verdad. Lo único que puedes hacer es rogar que tu tracto trasero también tenga la capacidad de acostumbrarse al invasor, como tras un tiempo sí logró hacerlo tu vagina.

Sasuke se deleita abusando de ti con saña ineluctable. Perdiste completamente la noción temporal; no sabes cuanto lleva violándote, pero sin duda es muchísimo. Dolor, sufrimiento, padecimiento, desesperanza; eso es lo único que te asedia durante esos minutos. No hay pensamientos esta vez, tampoco una leve contradicción sensorial, no existe nada que no sea profuso dolor. Está hiriendo tus entrañas, raspándolas, haciéndote sangrar por dentro.

Es terrible. Y definitivamente no se debe a que tengas poca tolerancia al dolor. Sabes que hay mujeres que hacen sexo anal por amor a sus hombres, incluso deben haber chicas que sí lo disfrutan. Sin embargo, lo que está haciendo Sasuke contigo es inhumano. Está desatando toda su aversión con una violencia inimaginable. Ese odio, sumado al tamaño malévolo de su virilidad, te está haciendo pedazos. No es una exageración; no es una hipérbole: es algo realmente ominoso. Brutal. Satánico.

—¡Acaba de una vez! ¡T-te lo imploro! —lanzas completamente desesperada.

Nada obtienes con tu súplica; él continúa su ultraje sin conmoverse. Sólo le otorgas más placer todavía. Muerdes la almohada nuevamente para no liberar gritos, mientras incontables lágrimas mojan tu rostro distorsionado. Tras un pequeño lapso dejas de mascar tu objeto de supuesto consuelo, gritando sin reprimirte. Proclamas tu dolor a todo lo que puedes. Ya no te importa que él goce tus gritos, lo único que te interesa es desahogarte de alguna forma. Tu sufrimiento, tus sentidos, tu ser entero, necesitan una vía de escape y la única que puedes labrar es a través de tus cuerdas vocales.

Con predadora ansiedad, te sigue violando. Te posee como un demonio lo haría con un ángel. Con fuerza, con delirio, con maldad. Con locura demencial. Desprovisto de toda humanidad o compasión. Está ejerciendo una bestialidad que los mismos animales envidiarían. Ya no esgrime ningún control o premeditación: ahora todo en él es una salvaje ópera de acciones espontáneas.

Sus gemidos de placer no tardan en volverse más intensos que antes. Es aquello lo que te hace imaginar que la conclusión de la tortura está a punto de llegar. Su momento culminante estaba muy próximo. Ruegas con todas tus fuerzas que así sea. Finalmente, enardecido, te da la estocada más profunda de todas. En cada resquicio de la habitación se plasma su gemido prolongado, extenso, prácticamente adimensional. Y mientras tira de tu largo pelo como si quisiera arrancártelo, sientes algo muy raro por dentro. Rápidamente entiendes que está inundándote con su esencia sexual. Tu sensibilidad física, unida a la gran potencia de su eyaculación, te permite sentir el caliente líquido golpeándote como latigazos sucesivos; como si fueran impetuosas llamaradas que prueban su hombría. Son verdaderos disparos que se accionan uno tras otro, propagando un calor insólito en tu interior. Varios segundos después de su clímax, todavía manteniéndose por dentro tuyo, se desploma como si le hubieran robado todas sus fuerzas; como si hubiera quedado completamente debilitado.

Ha terminado por fin la terrible bestialidad ejercida. Has sido su mujer tanto de manera vaginal como anal. Te ha contaminado con su esencia para siempre. Lo único que sientes ahora es el peso de la deshonra. Lloras sin parar. Fue peor de lo que habías imaginado. Ambas cavidades te duelen mucho, pero es la anal la que lo hace de una manera incandescente, incendiaria, como si hicieran ignición dantescas llagas dentro de ti. Quieres perder la conciencia. Perder los sentidos. Perder la vida. Sí, esto último es lo que realmente quieres: morirte. Es entonces que tomas una decisión irrevocable: te suicidarás. Nada ni nadie podrá impedirlo. Sabes que no eres la primera ni serás la última mujer que sufre una violación; también sabes que muchas luchan valientemente para seguir adelante. Sin embargo, después de todo lo que ha pasado, ya no tiene ningún sentido seguir viviendo. Has perdido a tu familia, a tus amigos, a tu hogar, a tu patria y además te han ultrajado. Después de tantas desgracias, tu corazón nunca más podrá estar en armonía con la felicidad. Jamás volverás a experimentar tal sentir. Sin ninguna duda, la muerte es mucho mejor que la vida. Su vacío, la carencia de sentires que debía otorgar, era mejor que este dolor que te hace sangrar cuerpo y alma al mismo tiempo.

—No tendrás que suicidarte —jadeando todavía, te dice él como si pudiera leer tu mente. Abres tus ojos completamente impresionada por ello —. Yo te mataré muy pronto.

Tras sus palabras se levanta de la cama; oyes como se dirige a la tina, abre la llave y, de espaldas a ti, parece lavar su órgano viril. Cuando finaliza su acción va por sus pantalones, poniéndoselos nuevamente. Moviendo tu cabeza tanto como puedes permitírtelo, ves que camina hacia las correas negras para tomarlas con su diestra. Instantes después se dirige hacia el cuchillo cocinero que tú misma trajiste. Con su mano libre, lo remueve de la puerta y sus pasos vuelven en tu dirección. Cuando llega contigo, se te posiciona por delante para que veas su cara. Luego ensombrece su voz en las siguientes palabras que te prodiga:

—Son tus ojos los que te han condenado —te dice de una manera singular; no logras interpretar cuál emoción despliega—. Cada vez que los veo lo único que siento es un odio irrefrenable. Irremisible. De todas formas estaba dispuesto a dejarte vivir. Sin embargo, quieres matarme —te muestra el cuchillo— y seguirás intentándolo hasta conseguirlo. Ya no hay vuelta atrás: debes morir por mi mano. Hoy será el día de tu muerte —escuchas su sentencia, diciéndotelo con tanta seguridad que no da lugar a dudas.

A pesar de que fallecer es lo que quieres, te infunde miedo igualmente. No sientes que sean palabras vanas. Sus orbes no muestran siquiera un ápice de mentira. Un temor te invade. Querías suicidarte, sí, pero escogiendo tú la manera. Ahora, en cambio, él te matará de la forma que quiera...

Tienes miedo, mucho miedo, pero tratas, por orgullo, de no demostrárselo. Sabes muy bien que eso es lo que él quiere: verte temblando, gozar con tu temor.

Te hace girar sobre la cama, poniéndote boca arriba. Al instante notas esa mirada que te infunde verdadero terror: la trastornada, la psicótica, la que colinda con una vil esquizofrenia paranoide. Algo incontrolable está llameando en su pútrido interior.

Desenrosca las correas pausadamente, haciéndotelas saborear visualmente. Luego junta tus pies uno sobre otro, amarrándolos firmemente; los pilares de la cama dan soporte a la atadura que te ha hecho. Es algo diferente a lo que consiguen los grilletes: esta vez ni siquiera puedes doblar tus rodillas o mover un poco tus piernas. Luego quita las esposas de tus muñecas, cambiándolas por las correas. Pese que te zarandeas para impedirlo, tus brazos no tardan en quedar extendidos horizontalmente a la altura de tus hombros. Adosándote a la cama, Sasuke ha simulado una perfecta crucifixión contigo. Sin mayores dilaciones, se acerca a ti mordiéndose los labios. Ves codicia de maldad en él, ansias de iniquidad inconmensurable. Su faz se dirige hacia tus senos; inhala su aroma intensamente. Repite aquel juego unas cuantas veces, exhalando su aliento sobre ti. Luego posiciona sus labios en el pezón izquierdo, atrapándolo perfectamente entre ellos. Como antes también lo hizo, lo presiona un poco y comienza a succionarlo suavemente. No obstante, esta vez sucede algo muy diferente: tu instinto, tu intuición, una hórrida premonición corporal, te advierten que algo muy malo va a ocurrir. El miedo hace que tu cara forme contorsiones que nunca antes hiciste. Es entonces que Sasuke, en un furibundo arrebato, te arranca el pezón con una mordida endemoniada. Instantáneamente, tu líquido vital brota profusamente mientras lanzas un grito de terrible dolor. Él lo goza mientras titila una sonrisa sangrienta. Cual vampiro, el palpitante carmín escurre por sus labios. Saborea el poroso trofeo al tiempo que un paroxismo de placer se refleja en sus facciones. Tus gritos de dolor aumentan todavía más su furor. Luego, con total fascinación, mastica tu cercenada carne. Resuena entre sus dientes lo que tan solo segundos antes te perteneció. Gozoso, la digiere con una sádica expresión de satisfacción.

—Delicioso.

Te revuelves, te sacudes, te convulsionas espasmódicamente dentro del diminuto margen que tus ataduras te permiten. Lloras por el pánico que te invade. El dolor provocado por aquel demente maníaco es inconmensurable.

Lamentablemente para ti, el terror apenas daba inicio...

—Te iré comiendo poco a poco —te anuncia con regocijo—, de manera lenta, manteniéndote viva mientras escuchas como mis dientes trituran deliciosamente tu carne. Serás mi cena el día de hoy...

Entonces lo entiendes, entonces lo sabes: él realmente es un demonio. Tal como lo advertía su fama, Uchiha era el mismísimo Diablo sobre la faz de la tierra. Vas a suplicarle, ya no te importa el orgullo, absolutamente nada tiene relevancia.

—T-te lo ruego, Sasuke, m-mátame rápidamente... —el terror corrompió tu voz, volviéndola mucho más aguda y temblorosa—. T-te lo imploro con todo mi corazón...

Él te mira, divertido. La sangre sigue escurriendo en sus labios; la relame con gran satisfacción. Pasan muchos segundos en que te mira. Notas una duda en su rostro; no puedes dilucidar si la misma es una genuina o una falsa.

—Está bien —habla por fin tras la tortura del tiempo extendido—. Hoy estoy feliz, de modo que seré benevolente contigo. Morirás rápidamente —consiente suavizando su voz.

Acto seguido toma el cuchillo, pero, para tu gran sorpresa, no eres tú la destinataria. Pone la afilada punta contra su propio pecho y lo mantiene allí durante varios segundos. ¿Qué pretende hacer el desquiciado que tienes en frente? La respuesta llega unos segundos después: comienza a cortar superficialmente la piel de su pecho, siguiendo la línea formada por la cicatriz diagonal que allí tiene. ¿Cuantas veces ha hecho lo mismo entonces? Baña sus dedos con su propia sangre, esparciéndola sobre la zona de tu corazón. Intentas evitarlo sacudiéndote, pero tus correas de sujeción vuelven a impedirte un movimiento que vaya más allá de un centímetro. Te das cuenta que él está haciendo un dibujo en tu pecho. Cuando termina su labor, miras con la boca abierta como su brillante líquido rojo ha formado un pentáculo invertido. El símbolo del diablo está sobre ti. Ahora mismo, Sasuke está haciendo un rito satánico contigo. Tiemblas con absoluto terror, mientras él disfruta tu reacción como un manjar.

—Ofrendaré tu cuerpo al demonio y así jamás irás al paraíso —dibujó una siniestra sonrisa en su rostro, notificando de esa manera la proximidad de tu sacrificio—. Vagarás eternamente en las puertas del infierno, suplicando por un descanso eterno que jamás llegará.

Quedas tan muda que no eres capaz de decir nada. Estás verdaderamente aterrorizada. Tu sangre está corriendo a través de las venas como un torrentoso río, que, en consonancia con el frenesí del miedo, aumenta más y más su caudal. Tu corazón bombea un verdadero vendaval de pavor a través de cada pared de tu cuerpo.

—¡Lucifer; Diablo; Satán! —grita los nombres más comunes del ángel caído para después carcajear de forma desquiciada —. ¡Te ofrendo a esta mujer como tributo a nuestro pacto!

De súbito, un viento surgido desde la mismísima nada apaga las velas y todo queda sumergido en la total oscuridad...

Estás tan espantada que no eres capaz de expresarlo. La negrura es tan profunda que ni siquiera los ojos de un gato o búho podrían vulnerarla. Trepidando en tus oídos, aterradoras risotadas restallan como truenos infernales. Era la risa más psicótica, lisérgica y enfermiza imaginable. Todo tu ser, espíritu y cuerpo al mismo tiempo, están siendo azotados por avalanchas de terror indescriptible.

De pronto, la estentórea risa se apaga. Y entonces escucharías una voz distorsionada, dual e irreconocible, condenándote por última vez. Una voz portentosa que no parecía fluir desde algo que fuesen cuerdas vocales.

—Hasta nunca, maldita Hyuga...

Se te congela la sangre; los glóbulos blancos, los rojos, ¡todo! Esa voz no es humana, no puede serlo. Lentamente, tu victimario comienza a hacer una punción en la piel de tu pecho, mientras un afluente de brillante carmesí sale en una ascensión terrorífica. Tu corazón palpita como un colibrí enjaulado que desea escapar de la muerte. Unos segundos después, Sasuke, o el demonio que habita en él, hunde el cuchillo de tal manera que la mitad asoma por tu espalda. Tu órgano vital ha sido atravesado y, en tan solo unos segundos, vagarás eternamente por el averno...

Lo último que escuchas mientras exhalas tu sucinta agonía, fue la risa enajenada de tu asesino. Sólo querías vivir dignamente, pero fuiste arrebatada cruelmente de tus sueños y esperanzas. Recuerdas a tus seres queridos, reviviendo los momentos más significativos que tuviste. Atravesarás el desconocido portal que lleva hacia el fin de la existencia. Finalmente todo tu dolor se extinguirá y la parca te cobijará en su tétrico seno...


Se irguió gritando horror por cada poro. Su corazón latía con tal violencia y rapidez que sentía martillazos isócronos en cada una de sus venas. Sus dientes castañeteaban mientras convulsiones sacudían sus extremidades. El sudor acosaba su frente, las axilas, las palmas de sus manos y las plantas de sus pies. Todo había sido una monstruosa pesadilla. Algo terriblemente espantoso. Inhumano.

Hinata tiritaba al tiempo que lágrimas se agolpaban en sus luceros. Tuvieron que pasar muchos segundos para que pudiera dominar la anómala alteración de sus extremidades. Cuando tal hecho cesó, llevó una mano directamente a la zona de su corazón.

Inhalando por la boca y exhalando por la nariz, finalmente consiguió la ansiada normalidad de su respiración. Llevó una palma a su frente para despejar las múltiples gotas de transpiración, suplicando que nunca más volviese a tener una pesadilla de tal magnitud. Desesperada, a tientas entre la oscuridad, se levantó hacia el lavamanos de su cuarto. Abrió la llave, juntó sus palmas bajo el chorro de agua y bebió ansiosamente lo acumulado allí. Luego se lavó bien la cara, masajeándola para relajarse siquiera un poco. Tras incontables minutos sentada en su cama, consiguió relevar al miedo por la tranquilidad.

¿Pero cómo podía haber soñado algo tan terrible? ¿La vileza de Sasuke podía alimentar tanto su imaginación?

¿O acaso era un sueño premonitorio?

Se aterrorizó con la última idea, pues ya un par de veces había tenido sueños que se habían cumplido: el inicio de la guerra fue tal como un par de días antes lo soñó, al igual que también predijo el regalo que su hermanita Hanabi le daría para su cumpleaños número catorce. Se trataba de una hermosa figura de un caballito que talló con sus propias manos. Efectivamente, una semana después recibió el mismo obsequio que apareció en su sueño. Recordó a Hanabi con tristeza. ¿Habría logrado escapar? ¿O estaba muerta realmente? Lamentablemente, quizás nunca lo sabría...

Hinata suspiró al rememorar el gran talento que su hermana tenía para la artesanía, pues el equino de madera que le regaló tenía a una jinete que reconocía cada vez que se veía en el espejo. Le había causado gracia, pues ella nunca había montado a caballo siquiera. Era mal visto que una mujer cabalgara, pues era algo que debía hacerse a horcajadas. Y separar las piernas de esa forma estaba considerado como algo vulgar e indecente. Mucho más para una señorita virgen como lo era ella.

Volvió a pensar en el asunto onírico. Reflexionó que, aunque había tenido un par de sueños predictivos, también era cierto que había soñado muchas otras cosas que no se habían cumplido. Por ejemplo, ganar la guerra fue una de las tantas equivocaciones que tuvo su subconsciente. Sumamente intranquila, divagó varios minutos en el tema hasta que llegó a la conclusión, por su propio bienestar mental, que su par de aciertos debían ser solamente una coincidencia estadística, no una revelación del futuro. De todas formas, pese a esgrimir tal lógica, sin duda que la ominosa pesadilla la perturbaría fuertemente durante los siguientes días. ¿Qué tal si realmente era un sueño premonitorio? ¿Y si en verdad Sasuke tenía un pacto con Lucifer o intentaba comerla viva? ¿Qué tal si él le hacía todo lo que había visto allí? ¡Qué aterrador era pensarlo siquiera como una posibilidad!

Dejando de lado la terrible pesadilla, la genuina realidad era que habían pasado seis días desde la tétrica muerte de Neji. Durante ese tiempo Uchiha no la ha castigado, no la ha torturado, no la ha violado; ni siquiera le ha dirigido la palabra. Quizás estaba preparándose para el momento en que cristalizaría su venganza, haciéndole sentir el miedo previo al suplicio que sufrirá.

Los días han pasado lentamente; pasan así cuando sólo la tristeza gobierna el alma. Sasuke, ya sin perros que cuiden el hogar o que prevengan el escape de sus esclavas, ha cerrado las pocas ventanas con los barrotes metálicos protectores. En su mansión las ventanas no eran de vidrio, sino de persianas de madera que se podían abrir y cerrar a gusto. Sin embargo, por la parte exterior también contaban con un sólido enrejado plegable que las podía cubrir si era menester. Mismo que había puesto ahora.

Durante el trancurso de esta semana, él sólo se ha dedicado a su perro. Ha convertido al día en noche y a la noche en día, cambiando su rutina radicalmente para cuidarlo mejor. Se desvela para bajar su fiebre aplicándole agua helada en su cuerpo o prender el fuego de la chimenea si, por el contrario, su temperatura desciende mucho. También le da de beber, lo alimenta y le profiere incontables caricias. Haruno hace lo mismo, pero durante el día. La única diferencia es que ella se encarga de cambiar los vendajes y de limpiar los desechos.

Si no fuera porque milagrosamente Leonidas había sobrevivido, ahora mismo estaría saliendo lo peor de Uchiha. La venganza habría aflorado con todas sus fuerzas. Pero por aquellos vericuetos que solía brindar el destino, que su can siguiera con vida lo llevó a enfocarse en ayudarlo en vez de buscar maligna represalia. La última podía ejecutarla en cualquier momento, pero darle afecto a su gran amigo de años quizás nunca más podría hacerlo. Su estado seguía crítico, dado que una herida tan grave como la suya no se recuperaría en escasos seis días. Deseaba con todo el corazón que su can sobreviviera, pero, si no lograba hacerlo, por lo menos iba a hacerle sentir con todas sus fuerzas cuanto lo amaba antes de que muriera.

Mientras tanto, en los dos días posteriores al fatídico hecho que destruyó su alma, Hyuga ni siquiera se levantó de la cama. Lidiar con la muerte de su primo y la consecuente culpabilidad la tuvo destrozada. Es más, la opción del suicidio apareció constantemente. La depresión era un ariete y ella la puerta del castillo que tarde o temprano terminaría por derrumbarse. De hecho, por tantas lágrimas vertidas, sus ojos ya lucían caídos e inertes. Daba la impresión de que los nervios ópticos que los sostenían se hubieran derretido desde dentro. Un muerto no envidiaría su mirada.

La de cabellera rosa, conmovida hasta su raigambre, quiso consolarla el primer día quedándose a dormir con ella, pero Hyuga le dijo que necesitaba estar a solas. Al siguiente día ocurrió exactamente lo mismo, aunque esta vez Haruno no aceptó su petición. Entendía que a veces era mejor convivir con el sufrimiento en soledad; que el apoyo podía surtir el efecto contrario al deseado. Sin embargo, tenía que ayudarla antes que la depresión se incrementara todavía más. Por ello, cuatro días atrás, le dedicó las siguientes y sentidas palabras:

«Hinata, si no te rebelas ante el sufrimiento sólo terminarás hundiéndote. Y mientras más te hundes más te costará salir a flote. De hecho, a veces nunca se sale. Cambiemos eso antes que caigas definitivamente», le propuso brindando una pequeña y natural sonrisa, abriendo con ese gesto las puertas de la ayuda que ansiaba entregarle.

Hyuga la miró de forma incisiva, dudando si aceptar consuelo. Fue entonces que su nueva amiga agregó algo más; algo que la terminaría por convencer.

«Nadie debería vivir el dolor en soledad. Nadie»

Así, en los siguientes días la de verdosa mirada le fue indispensable para superar las constantes oleadas de sufrimiento. Tal como lo previeron, se han hecho grandes amigas. Si no fuera por el apoyo constante de Sakura, Hinata seguiría estando en la cama sin fuerzas ni para levantarse. Ahora, en cambio, no quería caer. Al contrario, quería mantenerse firme para rendirle a Neji el honor que se merecía, pues él, desde el otro mundo, no querría verla así de derrotada. Instigada por su memoria, podría atravesar huracanes con tal de no defraudarlo.

Respecto a lo que Hinata siente por Sasuke, está muy claro: lo odia con todo el corazón. No obstante, durante los siguientes días ha surgido un pequeño matiz al verlo cuidar a Leonidas de esa impresionante forma, dado que lo trataba como si fuera un verdadero hijo. Lo ha cuidado con tanta dedicación que enormes caudales de asombro se presentaron en ella. Aquello la ha llevado a preguntarse lo siguiente: ¿él podría haber sido un hombre distinto sin sufrir aquello que cambió el rumbo de su vida? El cariño, el inmenso amor que dedicaba hacia su perro, le daba una inequívoca respuesta afirmativa al respecto. Uchiha, de haber vivido otras cosas o haber recibido otro tipo de crianza, podría haber sido un hombre bueno y no el gran ejemplo de maldad que era ahora. Lamentablemente era demasiado tarde para que su alma retornara desde el infierno. La oscuridad ya había corrompido su ser completamente. El amor que le brindaba a su perro nunca se lo daría a ningún ser humano; sólo seguiría esmerándose por hacer un daño descomunal. Por ello, si tenía la oportunidad de matarlo no dudaría en hacerlo, pese a que, después de ello, jamás podría vivir tranquila con el peso de su propia conciencia. Pero el odio que sentía por él, la profunda oscuridad que él le producía, ya no podía ser borrada por ningún acto. Había matado a su primo delante de sus ojos y nunca podría perdonarlo. Nunca.

Hoy jueves, siendo poco más de las ocho de la mañana, el día ha comenzado su jornada laboral. Cuando la pelirrosa lo relevó, Sasuke fue a dormir después de haberse desvelado nuevamente para cuidar a su can. Estando al lado de Leonidas, también ha aprovechado de leer un libro de género bélico. Tanto a Sakura como a Hinata, durante las horas vespertinas en que coinciden con él, les ha sorprendido mucho ver a un guerrero leyendo un libro. El noventa y nueve por ciento de ellos no se interesaban por tales cosas y otro gran porcentaje ni siquiera sabía leer. Aunque aquello no era extraño en realidad, dado que la alfabetización estaba reservada casi exclusivamente para las élites socio-económicas.

Sakura se encargó de cambiarle la venda a Leonidas. Su herida comenzaba a perder su mal aspecto, aunque todavía mantenía su estado grave. Hinata se le unió después, ya que intentaba cruzarse lo menos posible con su amo. Y después de lo soñado, procuraría que fuese todavía menos. Se puso al lado de su amiga y le brindó caricias al can. Lo había hecho así durante los últimos días, pues comprendía que él no tenía culpa de nada. Esperaba sinceramente que pudiera salvarse, aunque aquello le significara una alegría a Sasuke; una que no merecía tener.

Sentadas alrededor de los sillones que rodeaban al malherido, hablaron algunas cosas triviales, aunque Hinata pronto cambiaría la dinámica, pues quería desahogarse relatándole la vil pesadilla que tuvo esta mañana. Sin embargo, la de modestos senos se le adelantó decidiéndose a tocar un tema que quizás a Hyuga le podía molestar, pero era un asunto relevante, por lo que necesitaba sincerarse con ella.

—Hinata... tengo que confesarte algo. Es algo que seguramente no te gustará, pero que es muy importante para mí. Algo ha pasado que me hace sonreír el corazón. Algo que me tiene emocionada —dio inicio a la que sería una importante conversación. Su semblante irradiaba entusiasmo.

—¿Qué cosa? —preguntó extrañada. Aunque no tanto, puesto que, pensándolo bien, había notado a Sakura más animada de la cuenta los dos últimos días.

La conversación continuaría, pero un peculiar sonido la interrumpió. En las afueras, los cascos de un caballo corriendo resonaron por el suelo. Evidentemente alguien venía hacia la casa de Uchiha. Pronto el equino detuvo su carrera y el jinete contactó el suelo con sus pies. Caminando hacia la puerta, ambas escucharon como una llave se adentraba en la cerradura con total confianza. Acto seguido, la entrada principal se abrió.

Ellas, ante la inesperada visita, abrieron sus ojos sin mesura: la que había entrado era una mujer. Sólo podían ver su cara, puesto que llevaba un abrigo negro con una capucha que prohibía ver sus cabellos. No obstante, se podía apreciar claramente que sus rasgos eran más finos que los de un hombre. Era evidente que se trataba de una fémina.

La desconocida no tenía previsto visitar a Uchiha, pero algo muy grave había pasado y tenía que informárselo de inmediato. Sacudió su cabeza hacia atrás para librarse de la capucha, se sacó el delgado abrigo de encima, lo colgó en el perchero y entonces quedó todavía más claro que era una chica: tenía pechos y las curvas propias de una. Pero lo que realmente asombró a las esclavas era que su presencia deshacía, de cuajo, dos prohibiciones hacia las mujeres: el llevar pantalones y portar armas. Los primeros eran más ajustados que los usados por los varones y las segundas eran dos espadas que llevaba al cinto. Las vainas eran más delgadas de lo normal, en virtud de que se trataban de dos katanas, armas que prefería por ser más ligeras que las espadas comunes, lo cual, unido a su esgrima basada en la agilidad antes que en la fuerza, la hacían mortífera en combate.

Echó una mirada a las dos féminas que estaban más allá, como si recién se percatara de sus presencias. Las observó exhalando una estampa llena de una seguridad que rayaba en la arrogancia.

Ni Sakura ni Hinata habían visto nunca a una mujer con semejante desplante; uno que estaba a la altura de Sasuke inclusive. A pesar de lo imposible que parecía tal cosa, no les cabió duda alguna: esa mujer era una guerrera. Algo que resultaba verdaderamente impresionante. Algo que parecía una fantasía más que una realidad.

«Sólo hay una mujer en este mundo a la cual respeto. Y ella en realidad es un hombre en el cuerpo de una mujer»

Entonces Hinata lo supo con toda claridad: la fémina de la que hablaba Sasuke era esta visitante. La única mujer que él respetaba.

La soldado se acercó frunciendo el ceño, avanzando hacia ellas a paso firme. Su altura era prácticamente la misma que la de ambas chicas que allí estaban. Al tenerla ya al lado, tanto Hinata como Sakura la habrían saludado cortésmente, pero el asombro había poseído cada rincón de sus lenguas. Y no sólo a ésta, pues sus pares de ojos seguían muy abiertos.

La visitante posó su mirada en la albina de Hinata, ignorando de lleno a la pelirrosa.

—¿Qué hace una Hyuga vivita y coleando en casa de Sasuke? —preguntó con gran extrañeza.

Hinata se sintió intimidada sin saber por qué; la chica no le había hablado de manera agresiva y sus ojos eran tranquilos, a pesar del fuego que parecía arder en ellos de manera natural. Sin embargo, aunque tenían la misma estatura, se sintió pequeña ante ella.

—¿Cuantos días llevas acá? —la ignota cambió su primera pregunta.

A Hinata por alguna razón se le hizo conocida. Existía algo en ella que le era familiar. Le parecía haber escuchado su voz en algún lado. Su rostro también le parecía conocido. ¿Pero de dónde? ¿Cuando? Perdida en sus cavilaciones, Hyuga tardó un poco en reaccionar y responder.

—C-casi una semana.

—¿Casi una? —dijo sorprendida—. Me extraña mucho que siendo una Hyuga estés sana y salva después de ese tiempo.

Hinata reaccionó asombrada, sumiendo su mente en un momentáneo caos. ¿Por qué decía eso? ¿Acaso ella también detestaba a los Hyuga?

—Usted... ¿usted también me odia por mi clan? —la trató de usted no sólo porque no la conocía, sino también por el gran respeto que generaba. Una mujer guerrera significaba haber superado el descomunal machismo reinante; un camino que debió ser muy difícil de atravesar y ella había conseguido una meta que era imposible. De hecho, si no fuera porque Sasuke le mencionó a Artemisia, nunca habría imaginado que una mujer pudiera alcanzar algo así. Fue entonces que una idea llegó a su mente: ¿podría ella misma haber sido una guerrera si así lo hubiese querido?

—No te odio por ser una Hyuga, pero comprendo muy bien el que Sasuke sí lo haga —contestó afilando su mirada—. Tu clan estaba repleto de demonios que se hacían pasar por santos, pero claro, como eres mujer seguramente no tienes idea de nada. Sin embargo, adormecerte en la comodidad de tu ignorancia te hace culpable también.

Hinata, esta vez, abrió ojos y boca completamente invadida por el pasmo. Bajó su cabeza, seriamente pensativa con tales palabras. Era cierto que, por ser mujer, desconocía absolutamente todo lo concerniente a los asuntos bélicos. También era cierto que prefirió dormirse plácidamente en la ignorancia, antes que intentar averiguar el lado oscuro que quizás podía tener su clan. Porque todas las guerras conllevan un lado siniestro que muchos prefieren ocultar. Ellas sacaban lo peor de los seres humanos. Tal vez algunos Hyuga, o más que sólo algunos, hicieron cosas horribles que le dolería mucho saber...

—¿Qué hizo mi clan que fue tan malo? —preguntó con verdadero miedo de saber la respuesta.

—Eso no me corresponde a mí decírtelo. Es algo privado de Sasuke. Si quieres saberlo, él es el único que puede darte una respuesta.

Hyuga comprobó que ella sí conocía perfectamente el secreto de Sasuke; sabía lo acontecido entre él y su clan. Además nombraba a Uchiha por su nombre con toda confianza e incluso tenía llave de su casa... ¿Acaso era su pareja? ¿O una íntima amiga? ¿Quién era esta misteriosa mujer?

De pronto, por el rabillo de su ojo izquierdo, la desconocida notó algo que la perturbó mucho. Caminó rápidamente hacia lo que había provocado tal afección, se acuclilló y le brindó una caricia en la cabeza al malherido. El animal respondió moviendo su cola de manera tenue.

—Leo... —musitó afligida. Su voz dio perfecta muestra de ello. Recordó algo que le llamó mucho la atención apenas traspasó el portal de entrada a los dominios de Sasuke, pero que olvidó momentáneamente por culpa de las esclavas. Enseguida volteó su faz hacia ellas para enviar una pregunta —. ¿Dónde están los demás perros? ¿Qué diablos pasó aquí? —esta vez su tono cambió radicalmente. Ahora sí había agresividad, una que demandaba una pronta respuesta.

Nerviosa, Hinata no dijo nada pues se sintió culpable. Los perros de Sasuke habían muerto indirectamente por su culpa; por el rescate que Neji y Lee intentaron hacer. Si le decía aquello, la mujer que tenía enfrente seguramente la odiaría y hasta podría tomar alguna acción en su contra. Fue Sakura quien dio una respuesta.

—Hubo una pelea, señorita —dijo humildemente—. Dos guerreros buscando venganza mataron a los canes. Sólo Leonidas sobrevivió. Todavía está grave, pero yo albergo la esperanza de que se recuperará. Estoy haciendo todo lo posible para que así sea. Siento mucho que los demás perros hayan muerto —inteligentemente, omitió el gran detalle que habían fallecido por causa indirecta de Hinata.

—Ya veo... —esbozó suma tristeza en sus ojos—. Supongo que Sasuke mató a los malditos que hicieron esto.

—Así es —respondió Haruno nuevamente, sabiendo que el término despectivo empleado por la guerrera le sentaría mal a su amiga.

Hyuga hubiera contestado al «malditos» que la visitante utilizó, pero finalmente decidió no hacerlo. Después de todo era lógico que reaccionara así, pues quedaba muy claro que también quería a los canes de Uchiha.

—¿Sasuke está en sus aposentos, verdad? —preguntó mirando a la pelirrosa, luego cambió la dirección a Hinata.

—Sí; fue a dormir —dijo la de prominentes senos.

—¿Dormir a esta hora? —preguntó extrañada.

—Ha estado cuidando a Leo durante la noche —explicó ahora la de ojos verdes.

Ella asintió conforme, sin sorprenderse para nada de lo mencionado. Aunque siempre se empeñara en negarlo, sabía muy bien que Sasuke adoraba a sus perros.

Siguió dándole caricias al cánido por muchos segundos más, pensando también en los que habían fallecido. Tuvo que contener un par de lágrimas que ansiaban explorar el mundo exterior. Controló, además, los suspiros tristes que deseaban emerger, pues un guerrero jamás debía dar señales de debilidad. Endureciendo su corazón, se puso de pie, se volteó sin decir nada más y abrió la puerta prohibida con toda confianza, cerrándola tras ella. Entretanto, Sakura y Hinata se miraron entre sí como para compartir la sorpresa que las atacaba. Pero era la de cabellos largos la más asombrada de ambas. Por primera vez su perspectiva se abrió, pensando dolorosamente que quizás los Hyuga no eran tan buenos como ella pensaba...

La chica con katanas caminó por el largo y umbrío pasillo. Dio varios pasos hasta llegar a la puerta que daba la bienvenida al ala este, abriéndola para adentrarse. La oscuridad era profusa, dado que ninguna de las antorchas estaba encendida. Sin embargo, ella caminó con toda seguridad; era evidente que conocía muy bien el sitio. Su caminar resonaba produciendo ecos. El sector era muy largo y amplio, pues tuvo que dar muchísimos pasos antes de llegar a la trifurcación que deseaba.

Antes de doblar por el pasillo de la extrema derecha, se escucharon murmullos que pretendían ser gritos. Sin embargo, quizás tal persona no conseguía llegar a más por llevar una apretada mordaza encima. Aún así, los ahogados sonidos plasmaron claramente que deseaba ayuda con desesperación.

Ella cambió su destino, dirigiéndose hacia el pasillo más opuesto. Allí habían cuartos con gruesas puertas, las que sostenían una barra de metal horizontal que hacía de traba. No eran jaulas con barrotes como solían ser las celdas, de modo que podía inferirse que eran habitaciones comunes convertidas en calabozos. La espía caminó hacia el lugar de los murmullos, dándole una fuerte patada a la puerta con el calcañar de su pie derecho.

—Cállate, porquería, o seré yo quien te torturará. Y sabes que, cuando quiero, puedo ser tan cruel como Sasuke —amenazó enardecida. El silencio que se produjo dejó saber que la persona prisionera conocía perfectamente a aquella mujer y lo que era capaz de hacer. —Espero que te haya cortado la lengua y que no sea sólo una mordaza. Gritabas demasiado —agregó mientras sus pasos anunciaban que se iba.

Así, volvió al sitio de la trifurcación para retomar su destino original. Tras dar muchos pasos más llegó a los aposentos de Sasuke. Aferró la manilla de bronce yacente en su puerta y la utilizó tres veces para llamar.

Antes de caer en el mundo onírico, Uchiha había pensado con satisfacción que si su can salía de su estado crítico, como parecía que sucedería, entonces muy pronto la hora de su venganza llegaría. Ya no tendría que estar preocupado por él, de modo que podría disfrutar de la represalia contra Hinata a total placer. Luego, Morfeo lo llevó hábilmente hacia sus dominios. Sin embargo, recién iniciado el sueño, éste fue interrumpido por los recientes toques en su puerta. No podía ser otra que su única aliada, pues sólo ella podría llamar a su habitación.

—Sasuke, lamento despertarte, pero ha pasado algo gravísimo —dijo la recién llegada como excusa a su presencia.

—Más te vale que sea algo muy importante —deshaciendo su somnolencia, respondió con voz sumamente molesta. Su sueño era sagrado y levantarse antes de tiempo empeoraba aún más su mal humor.

—Lo es —confirmó inmediatamente.

Él se vistió, pues acostumbraba dormir siempre desnudo tanto en verano como en invierno. Cumplida su labor, quitó los tres seguros y, abriendo la puerta, salió al pasillo. Como era lógico, su pelo estaba incluso más desordenado de lo acostumbrado.

—Primero déjame decirte que lamento mucho lo de tus perros —dijo entristecida, clavándole una mirada que demostraba tal sentir perfectamente. Su voz más baja de lo normal también mostró su empatía en este aspecto.

Él la miró con tono de reproche.

—Nunca debí aceptar que me los dieras. Nunca —la recriminó duramente. También habría agregado que ahora entendía plenamente su afirmación de que perder a su perro fue uno de los dolores más grandes de su vida, pues él estaba padeciendo el mismo sufrimiento ahora. Sin embargo, jamás admitiría tal cosa. Nunca daría una muestra de vulnerabilidad ante nadie. Antes muerto que hacerlo.

—Después de que intentaran matarte mientras dormías, necesitabas guardianes sí o sí —justificó la razón de su obsequio.

Él hizo chasquear su lengua. Esa fue su única respuesta.

—¿Qué pasó exactamente? ¿Quienes te atacaron? —ella quiso indagar más del asunto.

—Dos imbéciles que ni siquiera vale la pena conservar en mi memoria.

La fémina asintió, aceptando su respuesta. Sasuke solía ser lacónico, además de no entregar nunca detalles de nada. A pesar de conocerlo desde hacía muchos años, sólo una vez logró vulnerar aquel cerrojo que yacía sobre su alma: precisamente la ocasión en que le contó el por qué les tenía tanto odio a los Hyuga.

—Espero que Leo pueda salvarse —comentó por última vez acerca del tema.

—Yo también lo espero —concordó Uchiha, reprimiendo a medias un suspiro. Dos segundos después, agregó—: ¿Y qué motivo te trae a molestar?

—Han matado a cuatro guerreros de las fuerzas especiales. Y al mismo tiempo.

Él entrecerró su mirada, aunque hacer tal gesto no logró ocultar su asombro. Los integrantes de las fuerzas especiales eran la élite máxima del ejército. Guerreros que, por sí solos, eran capaces de vencer a más de una docena de enemigos al mismo tiempo sin problemas. Un buen porcentaje de mérito por las incontables batallas ganadas correspondía a ellos, pues Sasuke, a pesar del incomparable y colosal talento bélico que poseía, evidentemente no podía estar en todos lados como para ganar una guerra solo. Precisamente la chica que tenía en frente pertenecía a las fuerzas especiales. Ingresar a la élite guerrera era un logro al alcance de poquísimos hombres y que lo consiguiese una mujer era algo que debía entrar en lo imposible, pero ella era realmente un prodigio en combate.

—Testigos civiles vieron a un hombre con traje negro, capuchón y tapabocas, acabar con ellos completamente solo —explicó los detalles sin ocultar su pasmo—. Sabes que el hecho de asesinar a un solo Élite es algo muy difícil para cualquier mortal. Muchísimo menos a cuatro al mismo tiempo. Sólo dos guerreros en este mundo podrían haber logrado una proeza tan impresionante... —esperó algún comentario, pero, como no llegó ninguno, continuó con el permiso del silencio otorgado—. Tú y el otro que pensábamos muerto después de la emboscada masiva. Sin embargo, de algún modo inexplicable, parece que consiguió sobrevivir al mar de flechas que recibió antes de caer por el acantilado.

Las pupilas de Sasuke se dilataron, despidiendo un brillo que mezcló satisfacción e ira a partes iguales. No podía ser otro que él: el mejor guerrero de la extinta nación. Un combatiente tan extraordinario que fue capaz de plantarle cara de igual a igual; el único hombre que estaba a su altura y con el que estuvieron a punto de matarse mutuamente. Seguía vivo quien le había provocado aquella gran cicatriz diagonal en su pecho. Si la guerra duró casi cinco años fue por causa y culpa exclusiva suya. Sin él, la nación de Hinata habría sido fulminada en apenas pocos meses. De hecho, después que aquel guerrero cayera en la maldita trampa preparada por las tropas de Danzo, la guerra terminó prontamente. Una emoción fulgurante lo recorrió al saber que su némesis seguía vivo. La expectativa de volver a combatir contra él para matarlo con sus propias manos le encendió cada fibra de una forma impactante.

—No cabe duda alguna: es Naruto Uzumaki. Y viene por venganza.


Continuará.


Notas Finales: Ahora ya saben por qué usé la narración en segunda persona :P. No sólo fue por la intimidad que provoca, sino también para diferenciar a la pesadilla de lo que sí es real en el fic. Pero obviamente el resto ha sido y será en tercera persona. Además la pesadilla no será descartable ni inútil, pues que pueda ser un sueño premonitorio incidirá en una importantísima decisión de Hinata (una que tomará en el siguiente capítulo).

También agrego que la chica guerrera no robará protagonismo (de hecho, aparecerá menos que Sakura). Tiene y tendrá participación porque me es necesaria para hacer avanzar la historia, pero Hinata es la absoluta estrella y lo seguirá siendo hasta el final. De eso no tengan ninguna duda ;D

Adelanto también que el siguiente capítulo es el punto al que realmente deseaba llegar desde que inicié este fic. Será el que defina el futuro entre Hinata y Sasuke. El decisivo.