Hola! Como ya dije antes este capi era el punto al que deseaba llegar. Espero que se note lo decisivo que será, sobre todo en el último tercio en que está lo más importante. También como siempre hago y haré, muchas gracias a todas/os ustedes por los comentarios. Cada uno de ellos me es importante, pues aunque yo soy el ficker son ustedes quienes me han inspirado a seguir esta historia continuamente.
Por cierto, llegará un momento en que tenía planeado cortar el capítulo, pues me interesaba mucho que se pusieran en el lugar de Hinata y saber qué harían ustedes en el lugar de ella. De hecho, mi intención original era dejar la decisión inconclusa y que ustedes la tomaran por ella; que ustedes fueran Hinata. Sin embargo, al escribir el capítulo sentí que faltaba algo, que fuera como fuera Hinata siempre habría tomado la misma decisión. Cuando lean el capítulo entenderán bien a qué me refiero, pero igualmente me gustaría que en esa parte crucial se pongan en el lugar de ella.
Ojalá disfruten la lectura :D
—¡General Uzumaki! —al atisbarlo, un desesperado guerrero que llegó cabalgando desde la zona sur gritó su nombre—. ¡Va a caer el primer escuadrón! ¡Las fuerzas especiales de Danzo los tienen acorralados! ¡Deidara, Sasori, Hidan y Kisame están allí! ¡Además de muchos soldados rasos!
El escuadrón bajo ataque estaba conformado por muchos amigos de Naruto, de modo que un escalofrío terrible lo pisoteó desde las vértebras cervicales hasta las lumbares. La idea de que pronto morirían dañó su alma severamente.
—¡No puede ser! Tengo que ir de inmediato —anunció al tiempo que iba por su fiel caballo.
—No vayas —dijo Shikamaru seriamente. A pesar de ser un subalterno, incluso pareció una orden. Pero era evidente que, más allá de sus rangos, ambos eran muy amigos.
—¿Pero qué dices? ¡No puedo abandonarlos! —protestó exclamando su desesperación a viva voz.
Shikamaru estaba tan preocupado como él, pero tenía que mantener la mente fría. Él era el estratega más sagaz de su nación y, por ello, debía dejar los sentimientos de lado para augurar certeramente lo que se proponía el enemigo. Estaba seguro que habían atacado masivamente al primer escuadrón por ser el que mayor enlace sentimental tenía con el guerrero de rubios cabellos.
—Naruto, es una trampa —advirtió dando un abatido suspiro. Era evidente el sufrimiento que le provocaba mantener la compostura—. Son cuatro integrantes de las fuerzas especiales y sus tropas. No hay posibilidad de que el primer escuadrón sobreviva —dijo apretando sus puños por la impotencia—. Si vamos a rescatarlos dejaremos libre esta zona crucial y el enemigo nos tendrá en sus manos.
—Iré yo solo —dijo Naruto desbordando seguridad.
—¡Eso es precisamente lo que el enemigo quiere! —advirtió Shikamaru alzando su voz—. Te están tendiendo una trampa, dáte cuenta. Estoy seguro que de haber querido ya los habrían matado, pero no lo han hecho porque están esperándote.
—Pero no puedo dejarlos. No puedo abandonar a mis camaradas, ¡a mis amigos!
Shikamaru bajó su cabeza; lágrimas se agolparon en sus ojos.
—Sé que es muy difícil, sé cuanto cuesta decir adiós, pero tú eres lo único que mantiene la esperanza de ganar la guerra. Sin ti caeremos, Naruto. Tú les influyes, les das apoyo moral a toda esta gente —indicó a los soldados—. Si te matan nos vendremos abajo. Te lo aseguro: sin ti nada ni nadie podrá detener a Sasuke Uchiha.
—Subestimas demasiado a nuestros guerreros, Shikamaru. Con o sin mí ganaremos esta guerra. Toda esta gente es la más valiente que existe. Nunca se dejarán derrotar. Nunca.
—Naruto... —fraguó una pausa para ordenar la congestión de sus ideas—, sé que esto te sonará como una locura, pero tienes que ser como Sasuke. Él no tiene puntos débiles. No se preocupa por nadie; por lo mismo jamás ha caído en ninguna trampa que le hemos puesto. Tú mismo has visto como utiliza a sus propias tropas como sacrificables carnadas para conquistar aldeas y zonas estratégicas. Y lo hace sin ningún tipo de consideración. Tú también tienes que ser así. Tienes que endurecer tu corazón. No se puede ganar una guerra sin sacrificios. Es tu corazón lo que te hace débil.
—Te equivocas, Shikamaru —replicó inmediatamente—: mi corazón es lo que me hace fuerte. Es él quien siempre me ha impulsado a hacerme cada vez más y más fuerte. Proteger a mis compañeros, a mis amigos, a mi patria, es lo que me hace ser quien soy. Yo jamás seré como Sasuke. Prefiero morir antes que ser alguien como él. Yo sí quiero y aprecio a mi gente. Yo daría mi vida por cada uno de mis amigos. Ese es mi camino guerrero.
Shikamaru dio un inevitable suspiro. Lo maldijo y lo admiró al mismo tiempo. Era un verdadero honor luchar junto a alguien como Naruto, pero, a pesar de ser un guerrero formidable, era demasiado emocional para una guerra tan cruenta como la que estaban viviendo. Una en que no existía la más mínima piedad.
—No te preocupes, no me pasará nada —agregó Uzumaki para tranquilizar a su mejor amigo—. Ya han intentado ponerme trampas y me he librado siempre de ellas, ¿verdad? —la confianza que irradiaba era suprema. Incluso una sonrisa destellaba en su faz. Sin duda, era alguien demasiado positivo y seguro de sí mismo.
—Esta vez es distinto —lo corrigió sin demora—, sé que hay más Élite escondidos y esperándote. ¿No te parece extraño que en el resto de frentes casi no hayan Fuerzas Especiales? Nos están dejando avanzar a propósito, Naruto. Te están tendiendo una emboscada. Entiéndelo.
—Las Fuerzas Especiales también necesitan dormir, descansar y comer —renegó a la misma velocidad que él —. Son seres humanos igual que nosotros y llevan muchos días guerreando. Además, tranquilo: Sasuke está en el sector norte, lidiando con el segundo regimiento entero y a muchos kilómetros de aquí. Mientras él no esté no correré peligro real. Podré matar a los Élite o, si son muchos, los distraeré mientras el primer escuadrón escapa. Tú solamente aguanta aquí. Confía en mí, ¡de veras!
Naruto subió a su fiel compañero equino, a la vez que le brindaba una sonrisa rellena de confianza a Shikamaru. A toda velocidad se dirigió a rescatar a sus amigos. Era demasiado leal e impetuoso como para hacer algo diferente.
Desgraciadamente para su patria, aquella sería la última vez que se le vería con vida...
Esclava Sexual, Capítulo Octavo
Hinata, tras la ausencia de la guerrera que amplió radicalmente su perspectiva, siguió ensimismada reflexionando cosas sobre su clan. ¿Qué había pasado durante la guerra como para que Sasuke le tuviera tanto odio a los Hyuga? Dando sentidos suspiros, múltiples recuerdos afloraron en su mente. Hiashi Hyuga, su padre y líder del grupo familiar, vino a remecer sus neuronas. Él era un hombre hosco, duro y poco dado a afectos. ¿A cuanto estaba dispuesto con tal de lograr sus objetivos? No tuvo que pensarlo mucho: su padre era alguien que no dudaría en hacer cualquier cosa por el bien de su propio clan. Posiblemente, incluso cosas malignas...
Pese a ser su hija, con ella Hiashi nunca fue un hombre cariñoso. Todo lo contrario, le hizo sentir muchas veces la gran decepción que le había supuesto tener a una mujer como primogénita. Y otras tantas veces le hizo sentir, sin piedad, lo patética que era por su timidez unida a sus constantes tartamudeos. Hizo una mueca triste al recordar aquellas cosas dolorosas. Sin embargo, quizás impulsado por las vicisitudes de la guerra, su padre la había tratado de mejor manera en los últimos años. De todas formas la pregunta real era: ¿qué había pasado entre Sasuke y su clan? ¿Qué orden o qué acto hizo su padre como para que los Hyuga se ganaran un odio tan colosal de parte de él? ¿O acaso su progenitor no tuvo nada que ver y fueron algunos Hyuga —o muchos— quienes actuaron por su cuenta? Eran demasiadas las preguntas y por ende las posibilidades a elucubrar eran prácticamente infinitas. Suspiró pesarosa al sentirse tan ignorante, tan adormecida en la inercia de ser mujer. Lamentó no haber hecho más esfuerzos para enterarse de los secretos que guardaba su clan. De no intentar cambiar su destino direccionado hacia la ignorancia...
—Sakura... —llamó la atención de su amiga, quien estaba perdida en sus propios pensamientos, mismos que seguramente involucraban a la mujer guerrera—. ¿Alguna vez tú escuchaste cosas malas de mi clan?
La aludida guardó silencio antes de responder. Abstrajo su mirada, evidenciando que repasaba recuerdos en su mente.
—Como sabes —inició su respuesta a la vez que atusaba sus cabellos— yo cuidé heridos de guerra, así que siempre escuché rumores, pero nunca me enteré de nada específico. Lo que siempre oí, como rumores simplemente y no como algo concreto, es que los Hyuga en combate eran muy feroces e impiadosos. Pero —se apresuró a señalar algo antes de que Hinata hablara — creo que así es como se debe ser para ganar una guerra. Supongo que no hay más remedio que ser así. Quizá Naruto era la unica excepción a la regla... —dijo con pesar.
Naruto Uzumaki. El amor platónico de Hinata desde la mismísima pubertad. Un guerrero mucho más noble de lo que la gran mayoría solía ser. Un hombre tan decidido como distraído; alguien que jamás se fijó en ella a pesar de sus tímidos esfuerzos por llamar su atención. Un hombre muy especial; diferente al resto. Se entristeció al recordar su muerte. Todo habría sido distinto si él no hubiese caído. Todo.
—Naruto era especial —dijo Hinata —. Él nunca fue cruel.
—Quizá por eso mismo ahora está muerto... Era alguien muy noble como para estar en una guerra tan cruenta —tristeza entintó el color de su voz.
Ambas fueron abordadas por el silencio, mientras una cadena de recuerdos pasaba por sus mentes. Fue Haruno quien retomó la palabras al tiempo que un suspiro intentó anclarse en sus pulmones, no queriendo emerger del todo.
—Sabes, yo a Naruto lo conocí desde hace mucho tiempo —a lo dicho por Sakura, Hyuga abrió sus ojos por la impresión —. De hecho, yo le gustaba y lo rechacé. Quizás fui una tonta... —dijo a modo de lamento— pero también creo que el amor es cosa de química y yo nunca sentí esa química hacia él.
Qué curioso era el destino. Ella siempre fue atraída por Naruto y esta chica, que sí tuvo la posibilidad de tener algo con él, lo rechazó. Definitivamente la vida era muy irónica. Permanecieron en cómplice silencio por muchos segundos, hasta que la de ojos verdes lo interrumpió.
—Ahora que recuerdo... sí escuché algo sobre los Hyuga—dijo Sakura dispuesta a continuar el primer tema. Aunque un segundo después se arrepintió de sus despreocupadas palabras. Su amiga podía sufrir mucho si le hablaba de aquel rumor.
—¿Qué cosa? —preguntó Hinata inundándose de ansiedad.
Haruno bajó su cabeza, queriendo eliminar su irreflexivo comentario anterior. Había una clara duda plasmada en su mirada, ya que tenía un debate consigo misma acerca de contarle lo escuchado entre susurros y camillas de heridos.
—Olvídalo —le pidió con voz más tenue de lo normal.
—No —rechazó enseguida, sin darse tiempo siquiera a respirar—. Dime qué recordaste. Necesito saber la verdad. No podré estar tranquila hasta saberla —apremió por una respuesta.
—Pero no tiene ninguna relación con Sasuke... —avisó.
—N-no importa. Quiero saberlo.
Sakura comprimió sus labios a la vez que sus pulmones catapultaban un profundo suspiro al aire. Su angustia se hizo patente en el ambiente.
—Algunas veces escuché de manera soterrada que Hiashi Hyuga, es decir, tu padre, mató a su hermano gemelo Hizashi para obtener el liderazgo de tu clan...
Hinata abrió sus ojos asombrada completamente, sumiéndose en un feroz nudo de pensamientos encontrados. Tembló al pensar que aquello podía ser cierto. Desde pequeños, Neji, hijo de Hizashi, siempre le tuvo odio y nunca supo el por qué. Incluso ya siendo amigos muy cercanos el jamás quiso revelarle el verdadero motivo de ello. Siempre dio respuestas evasivas que nunca le fueron convincentes. Un estremecimiento sacudió fieramente su corazón al pensar que lo dicho por Sakura podía ser cierto...
De hecho, los Hyuga jamás hablaban de Hizashi. Su muerte estaba envuelta en un misterio al que ella nunca pudo acceder por ser mujer. Era un secreto de su clan, uno tan grande que ni siquiera su amado primo se lo había dicho. ¿Qué sucedió realmente?
Sasuke saboreaba las ansias de combatir contra su archirrival. La emoción de la futura lucha se estancó en él de pies a cabeza. Nadie más que Naruto Uzumaki podría producir la emoción del reto, de la competencia, de estar frente a la posibilidad real de caer derrotado. Nadie más podría producirle la adictiva adrenalina del peligro.
Un minuto transcurrió; uno en que la soldado guardó prudente silencio para que Sasuke disfrutara sus emociones. Como guerrera podía entenderlo perfectamente. Cuando le pareció apropiado cortar la cadena que había posado en sus labios, se encargó de agregar otra cosa importante.
—También cayó una patrulla fronteriza entera hace una semana. Tuvo que ser Naruto el ejecutor.
—Él no fue —dijo Sasuke volviendo en sí rápidamente—, esa patrulla cayó ante los dos guerreros que me atacaron y que también mataron a mis perros —cerró los puños al calor del maldito recuerdo.
Ella, sin desvíos, se entregó a la sorpresa. —Ambos debieron ser muy fuertes como para acabar con una patrulla fronteriza por su cuenta.
—Lo eran.
—Ya veo —asintió. Luego se tomó el mentón, pensativa. Segundos más tarde volvió a hablar—. El caso es que estos dos sucesos están complicando las cosas: tus enemigos están empezando a rumorear que tú mataste tanto a la patrulla fronteriza como a los cuatro Élite.
Sasuke era visto con muchas suspicacias por su actitud rebelde y arrogante. Por lo mismo, dentro de su propia nación contaba con múltiples enemigos que, si pudieran hacerlo, le cortarían gustosamente la cabeza. Entre ellos muchos de las fuerzas especiales.
Uchiha sonrió de manera desafiante —. Me gustaría ver que se atrevieran a atacarme.
—No lo harán porque eres la mejor arma bélica con la que contamos. Tu fuerza es la que garantiza una victoria en cualquier guerra —precisó ella—, pero sabes que ni el rey Danzo ni las fuerzas especiales confian en ti. Y ni siquiera tú podrías contra todos los Élite al mismo tiempo.
Danzo Shimura, el despiadado monarca que hace muchos años tomó el poder tras derrocar a su pacifista predecedor, Hiruzen. Además de rey, también ejercía el cargo de General y el noventa por ciento de las fuerzas especiales estaban bajo su mandato. El otro diez por ciento estaban a cargo del General Gaara. Sasuke, entretanto, no era un miembro activo en el ejército: sólo entraba en acción y asumía el rango de General cuando estallaba una guerra. Y nunca trabajaba con las fuerzas especiales, puesto que no confiaba en ninguno de ellos. La única excepción era su aliada, quien solía trabajar bajo las órdenes de Gaara. Aquello cambiaba cuando Uchiha se reintegraba a la milicia; entonces ella pasaba a estar directamente bajo sus órdenes.
—Sasuke —lo llamó por su nombre para señalar algo—, tienes que empezar a ser más diplomático y forjarte lealtades importantes dentro del ejército. Eres demasiado rebelde e impetuoso —reprochó para luego recordar algo que enseguida mencionaría—. A propósito de ello: Danzo pronto te mandará a llamar. Te sugiero que te presentes antes de que suceda. Sería una muestra de aparente lealtad.
Él hizo un gesto lleno de desdén. —Dile que yo me ocuparé de Naruto y que no interrumpa mi tiempo libre con sus estupideces.
Ella dio un suspiro plenamente audible.
—Entiendo perfectamente tus menosprecios, pero, si realmente quieres cumplir tu deseo, tienes que ser más sagaz. Yo, como espía, muchas veces he tenido que convivir con enemigos y aguantarme las ganas de atravesarles la cabeza. Con tu actitud lo único que consigues es que Danzo siempre esté alerta contigo.
—Eso es precisamente lo que quiero: que sospeche de mí, que me tema, que conviva siempre con la preocupación. Si está vigilante o si está rodeado por todos los Élite me da absolutamente igual. El momento decisivo llegará más temprano que tarde.
La fémina se dio por vencida: convencer a Sasuke de ser más diplomático era como intentar obtener agua de una piedra.
—¿Crees que Naruto pueda atacar a Danzo? Eso nos convendría, aunque ahora mismo está custodiado por la guardia imperial.
—Naruto no hará nada porque lo mataré esta misma noche.
—¿Sabes dónde encontrarlo? —preguntó sorprendida.
—Él me está invitando al duelo definitivo. Matar a esos cuatro Élite fue su gentil invitación. Sé perfectamente donde y cuando encontrarlo —tras su afirmación, sus ojos destellaron ansias de batalla.
Ella asintió moviendo su cabeza una vez. Sasuke conocía bien a su gran rival, de modo que equivocarse no entraba en las posibilidades. Este mismo día sería el combate final. Duelo en que tenía la seguridad de que Uchiha saldría victorioso, tal como también ganó la guerra.
—Por cierto, ¿por qué tienes a Hinata Hyuga sin siquiera cadenas? ¿No debería estar en tus calabozos? Y no me digas que no es de mi incumbencia, sabes cuanto detesto que me digas eso.
—Eso no es de tu incumbencia.
—Argh, no tienes remedio —rezongó formando una mueca de disgusto—. En fin, ya me voy.
—Ya era hora.
—Siempre tan simpático —ironizó agriando su rostro—. Por cierto, ¿puedo tomar desayuno acá? Salí a informarte sin comerme siquiera un pan —lo acusó como si fuera su culpa.
—Dile a la pelirrosa que te sirva un suculento desayuno. Si se lo dices a la Hyuga corres el riesgo de morir envenenado; cocina pésimo. A mí casi me mata con una de sus comidas —le advirtió seriamente.
Ella sonrió divertida. Sabía que Sasuke era muy exigente en cuanto al arte culinario. Sin más palabras comenzó a alejarse por el pasillo, aunque antes de desaparecer se dio vuelta para decirle una última cosa a su superior.
—Sasuke... sé que no la necesitas, pero mucha suerte en tu duelo contra Naruto. Sé que ganarás.
—De eso no te quepa ninguna duda —dichas sus palabras, entró a sus aposentos y cerró la puerta tras de sí para volver a dormir. Necesitaba hacerlo para estar al cien por cien en su futura batalla.
Ella tenía confianza de que el pelinegro emergería victorioso, pero no pudo evitar preocuparse por él, ya que Uzumaki era un guerrero extraordinario también. Un duelo entre ellos podía acabar acabar perfectamente con ambos muertos, tal como casi sucedió en el último que sostuvieron. De todas formas había disimulado perfectamente su preocupación, pues a Sasuke le molestaría sobremanera verle tal cosa. Despojándose de su inquietud, avanzó hacia el pasillo dispuesta a volver al sector oeste. Cruzando la puerta prohibida, envió su mirada hacia las esclavas. Entonces caminó varios pasos hasta plantarse por delante de la pelirrosa.
—Tú, hazme desayuno —ordenó con autoridad militar.
—Enseguida —contestó Haruno levantándose del sillón, a la vez que inclinaba su cabeza de manera humilde —. ¿Qué es lo que desea para desayunar?
—Un buen plato de arroz con carne, cinco hogazas de pan, una mermelada de moras, dos tortillas con algo de miel y un café.
Tanto a Hinata como a Sakura les llamó mucho la atención que comiendo tal cantidad de cosas mantuviera esa espléndida figura. Si así era su desayuno, ¿cómo sería su almuerzo? ¿Devoraría una vaca entera, acaso? Si ambas esclavas comieran tanto seguramente ya estarían gordas como cerdas. Aunque pronto recordaron que la mujer que tenían en frente era un guerrero y los mismos solían comer mucho por la gran cantidad de energía que gastaban.
—¿Te ayudo, Sakura? —se ofreció Hinata, diligente y amable como solía serlo.
—No la ayudes —intervino la militar—; Sasuke me dijo que eras horrible en la cocina y yo no quiero morir todavía.
Hinata se sonrojó como antaño. El calor en sus mejillas ardió con fulgor. Pasara el tiempo que pasara jamás se le olvidaría la cara de Uchiha cuando probó su comida. Si ya la odiaba sobremanera, quizás con su poca gracia culinaria había conseguido más odio todavía...
Sakura, mientras sonreía en sus adentros por la divertida situación, fue directamente a la cocina a realizar lo encomendado.
La desconocida le echó un vistazo a Leo, quien había caído dormido. Sus ojos cerrados y respiración tranquila daban muestra de ello. El pobre necesitaba recuperar las cuantiosas horas de sueño que el dolor le quitó durante toda la semana. Acto seguido, ella se sentó en el acojinado sillón antes ocupado por Sakura y sintió el calor que la pelirrosa había dejado allí. Se arrellanó como si estuviera en su cama y sus manos hicieron la labor de almohada, entrelazándolas por detrás de su cabeza. Hecho esto, soltó un suspiro de agradable comodidad.
Al observarla detenidamente, Hinata una vez más sintió que la había visto en algún lado, pero, por más que se esforzaba, no conseguía que el recuerdo exacto arribara a su memoria. Estaba segura que si la vio en algún momento, fue algo tan breve que debió haber durado tan sólo unos cuantos segundos. Curiosa, se preguntó si esta chica sería tan reservada como Sasuke o sería más abordable que él. Quizás podría conversar con ella y obtener información que pudiera servirle. Tras pensarlo durante varios segundos, se atrevió a proceder con su idea.
—Perdón... —dijo Hinata, preparando el camino para indagar más cosas sobre ella y el tipo de relación que tenía con Uchiha—, ¿le puedo hacer una pregunta? —desplazándose sobre el sillón en que estaba sentada, se le acercó un poco más.
—Ya estás haciendo una —respondió sin mirarla.
Hyuga asintió.
—¿Usted es amiga de Sasuke, verdad?
—Amiga no soy —renegó de inmediato—. Amigo sí —aclaró a la misma velocidad.
—¿Amigo? —dijo ella, sorprendida que usara el masculino de la palabra —. ¿Pero usted es mujer, verdad?
—Soy un hombre en cuerpo de mujer —fue su automática respuesta, como si ya la hubiera dicho muchas veces.
A Hinata le asombró aquella afirmación. Recordó que Sasuke se la describió utilizando exactamente las mismas palabras: un hombre en cuerpo de mujer.
—Pero... pero no parece hombre. Se nota claramente que usted es una mujer, su voz también lo demuestra y su cara es muy hermosa y femenina. ¿Por qué dice que es un hombre en cuerpo de mujer?
—Porque yo no soy débil como todo el resto de mujeres —sentenció con una seguridad que resultaba despampanante.
Hinata se tomó unos segundos para reflexionar sobre aquellas palabras.
—¿Por eso habla en masculino de sí misma, verdad?
—Así es —confirmó a la vez que le dirigía su mirada—. Ninguna mujer podría ser tan fuerte como yo lo soy. Eso prueba que en realidad soy un hombre. Es lo que Sasuke siempre dice y tiene razón.
Hinata ensimismó su mirada, razonando las implicancias de aquella respuesta. Por sus últimas palabras dedujo que fue Uchiha quien le metió ese concepto en la cabeza. Probablemente no era una idea proveniente de ella misma, sino una insertada en su mente por él. Una especie de lavado de cerebro que ella debió aceptar para poder estar en el ejército.
—¿De verdad se considera a sí misma como un hombre? —insistió.
—Mi alma es la reencarnación de la de un varón; es por eso que soy tan fuerte —dijo como respuesta. Luego agregó—. Yo soy la prueba de que soy un hombre en cuerpo de mujer.
Hyuga, sin mover su cabeza, miró a la izquierda y luego a la derecha; no fue un acto en que observara algo, sino producto de la abstracción en sus propios pensamientos.
—Y-yo no creo que usted sea la prueba de que es un hombre en cuerpo de mujer. Yo creo que usted es la prueba de que una mujer puede ser tan fuerte como un hombre.
La guerrera detuvo cualquier parpadeo por un largo lapso. Había un claro dejo de sorpresa en sus ojos. Un dejo de curiosidad también. Nunca nadie le había dicho algo así. Guardó silencio, contrariada por el cuestionamiento. Para sobrevivir a un mundo dominado por hombres había tenido que comportarse como uno. Para ser la guerrera que es hoy en día no tuvo más remedio que dejar atrás su feminidad. Ser ruda y ponerse a la altura de ellos. Sasuke mismo la trataba como un varón más. ¿Pero realmente se consideraba a sí misma como un hombre? Era una pregunta que ella misma se había hecho años atrás y que reaparecía de vez en cuando, pero que desechaba por lo inútil que resultaba dirimirla. No quería contradicciones ni conflictos en su ser. Pero Hinata, con aquella afirmación, volvió a remover cosas supuestamente enterradas. ¿Realmente se consideraba como un hombre? Ensimismó su mirada al dudar la respuesta. Pese a su calidad de soldado, era cierto que, en lo más profundo de su corazón, a veces se sentía tan mujer como cualquier otra, sobre todo en sus misiones de espionaje en donde debía conectarse con su lado femenino para no generar sospechas.
Hinata entendió que sus palabras le habían llegado, pues aquella chica no le respondió de inmediato como lo había hecho hasta ahora. No la conocía; de hecho, quizá podía ser alguien tan cruel como Sasuke, pero de todos modos le generaba un respeto y una admiración inmediatas. Aquella mujer la había inspirado apenas la vio entrar por la puerta. Le hizo ver que una chica sí podía ser una guerrera; que a lo mejor ella también podría haber sido una si así se lo hubiese propuesto. Le encantaría echar el tiempo atrás, retroceder a los días de antaño y haber tomado otro camino. Haber roto el destino impuesto a las mujeres desde la cuna: aquello de que sólo servían para atender a sus esposos, criar hijos y ser dueñas de casa enfocadas a limpiar. Cuando peleó junto a Neji, durante aquellos instantes en que atacaron juntos a Sasuke, estaba segura que su primo se había sentido orgulloso de ella. Lo podría haber jurado porque lo conocía muy bien. Ella misma sintió algo distinto, algo en su interior que la hizo sentirse una igual. No alguien inútil que debía ser protegida, no una doncella en apuros, sino una chica que estaba a su altura y podía apoyarlo codo a codo; una camarada. No una más en la marea impuesta por la machista sociedad, sino alguien distinta tal como la chica que tenía en frente lo era. El único problema es que ella se consideraba a sí misma como un hombre, cosa que no debía ser así: ella era la prueba de que una mujer podía ser tan o más fuerte que un hombre. Que lo único que las limitaba eran los prejuicios, pero que una mujer lo bastante fuerte podía cambiar su propio destino. No obstante, ella debía aceptar quien era, debía aceptar que era una mujer.
—Qui-quizás el hecho de usar pantalones más ajustados que los de los varones es un hecho interno, algo de su subconsciente, para hacer ver que usted en realidad sí es una mujer a pesar de ser un guerrero; ¿no lo cree? Podría usar pantalones más sueltos como los que usan ellos, pero no lo hace por alguna razón.
La guerrera parpadeó todavía más sorpresa ante el último comentario, pues Hinata había dado justo en la diana. ¿Por qué usaba pantalones más ajustados? Precisamente porque una parte de su ser, la más íntima, gritaba para hacerles saber a todos, incluyendo a Sasuke, que ella sí era una mujer. Más fuerte que ninguna y más fuerte que muchísimos hombres, pero mujer. Contempló a Hinata y le sorprendió lo acertadas que habían sido sus suposiciones. Debía tener una empatía muy alta como para conseguir algo así. A pesar de ser una Hyuga, incluso algo de respeto afloró hacia ella. En tan solo un par de minutos había logrado que se planteara cosas importantes.
—Veo que eres muy incisiva.
—N-no sé si lo sea... —dijo sonrojándose—. Lo que sí sé es que, aunque Sasuke lo diga, no debería pensar que es un hombre. Usted es la prueba de que una mujer también puede ser muy fuerte y debería estar orgullosa de lo que ha conseguido siendo una en un mundo tan machista como el que vivimos.
—Estoy orgullosa —inconscientemente, esta vez no usó el masculino para sí misma; quizás una señal de que las palabras de Hinata le habían llegado—, pero una mujer entre millones no es prueba de nada. Mientras sea la única guerrera seguiré pensando que soy un hombre.
—Entonces si hubieran más mujeres guerreras, ¿usted se aceptaría a sí misma como una mujer?
Ella tardó algunos segundos antes de responder.
—Supongo que sí.
—Quizás le parezca un falso halago, pero usted me genera mucho respeto. Para mí usted es la prueba fehaciente de que una mujer extraordinaria sí es capaz de cambiar su destino. A mí me hubiese encantado haberla conocido antes; me habría inspirado a ser una guerrera igual que usted. Así podríamos haber sido dos.
—Ser una guerrera... —musitó ensimismada. Permaneció así varios segundos hasta que reaccionó examinándola visualmente—. Pero con esos grandes senos que tienes lo dudo mucho; ellos sólo molestan. Eres más curvilínea de la cuenta además; un cuerpo demasiado femenino para el combate. Aunque quizá tengas talento natural. Después de todo eres una Hyuga —por un momento se le vino la extraña idea de entrenarla, sin embargo, tal locura fue desechada de inmediato—. Sin embargo, yo no te entrenaría. Sasuke me mataría sólo por pensarlo.
—¿Entrenarme?
—Por supuesto, todos los guerreros tienen que practicar. El talento siempre debe perfeccionarse. Por ejemplo, a mí me terminó de entrenar Sasuke.
Hinata sabía que los guerreros debían practicar constantemente, puesto que eso veía siempre en el patio del clan Hyuga. Pero la información de que Uchiha la entrenó la dejó asombrada.
—¿Sasuke fue quien la entrenó? ¿De verdad fue él quién la entrenó? —no podía dar crédito a sus palabras.
—Yo ya tenía mucha práctica en esgrima gracias a mi padre, quien me enseñó a defenderme desde niña porque no quería que nada malo me pasara —Hinata, como respuesta, exhaló sorpresa a través de su boca abierta. Ella debía o debió tener un gran padre; uno que no tenía nada de machista —. Sin embargo, fue Sasuke quien me perfeccionó. Le demostré que tenía mucho talento y que no le temía a la muerte. Por eso terminó de pulir mis habilidades.
—Pero Sasuke es tan...
—¿Machista? ¿Cruel? ¿Demoníaco? —adivinó las probables palabras que usaría—. Es todo eso y mucho más, aunque a mí me dio la oportunidad igualmente. Por ser una Hyuga probablemente has conocido lo peor de Sasuke, pero si no fuera por él yo ni siquiera estaría viva —. Abrumada completamente por la sorpresa provocada, Hinata expandió sus ojos hasta casi desorbitarlos—. Además, sólo alguien que haya atravesado el mismo infierno que él tendría el derecho de juzgarlo —agregó muy segura.
Instantes después los pasos de Sakura se escucharon por el pasillo. Pronto apareció e interrumpió la conversación.
—Está listo su desayuno, señorita —anunció mientras llevaba una cofia de cocina en la cabeza, misma que servía para envolver sus cabellos. —Hinata, también te hice algo a ti —agregó con una pequeña sonrisa.
—Mu-muchas gracias, Sakura.
Hinata, dirigiéndose por el pasillo a desayunar, sintió que la conversación con aquella mujer había resultado muy productiva. Aunque tenía la fiereza propia de todo guerrero, parecía alguien muy razonable y era evidente que estimaba mucho a Uchiha. Algo sorprendente y difícil de asimilar a la vez...
Le hubiese gustado haber continuado la conversación, pero la visitante se sentó en la mesa principal, la cual estaba alejada de la correspondiente a la servidumbre. Tomó desayuno a una velocidad asombrosa y luego se marchó sin despedidas.
La noche ya había echado su oscuro manto sobre el cielo. En aquel lugar, como presintiendo que pronto algo tenebroso sucedería, una cortina de frondosos árboles agitaban en las alturas sus brazos retorcidos. Apenas unos metros más allá, a través de un gran claro que dejaba la maraña de abetos y pinos, podían verse pequeños jirones de niebla serpenteando alrededor del lago adyacente. El clima era lúgubre, tenso; el aire más húmedo de lo que debiese ser para una noche de verano. Sólo el aullido eólico provocado por la fuerte brisa se atrevía a profanar el profuso mutismo.
Un hombre sentado sobre el suelo en la misma posición en que se suele retratar a Buda, a ojos cerrados escuchaba atentamente la música propia del sitio: grillos llamando parejas, el murmullo de las aguas lacustres y algunas malezas y hojas agitadas por el viento. Nada presagiaba un visitante, salvo para quien lo esperaba. Muchos minutos más tarde, entreoyó el lejano pisar de un equino. Abrió sus ojos sin sorprenderse. Podría jurar que incluso reconocía a aquel caballo por su trote. Pronto el sonido aumentó sus decibeles hasta hacerse plenamente audible. La disminuida vista por la oscuridad, pero ayudada por la brillante luna y los reflejos titilantes del lago, le dejaron ver la sibilina figura de un hombre con abrigo negro y capucha. Tal como previó, Sasuke había llegado a la cita mortal. Una pequeña sonrisa de satisfacción cruzó su rostro. A él se le podría acusar de ser la maldad en persona, pero jamás de ser alguien deshonorable: había llegado completamente solo, listo y dispuesto a dirimir el duelo pendiente. Aquel que había quedado inconcluso precisamente en este lugar, unos pocos kilómetros más allá de la línea que alguna vez dividió ambas fronteras.
Uchiha detuvo su caballo a varios metros, descendió de él con un salto y lo amarró a uno de los árboles. Se sacó la gabardina y la dejó caer al suelo, quedando en su traje negro de combate. Sus dos espadas, con las que a tantos había matado, se apegaban a su cadera.
Naruto se puso de pie. Se contemplaron por muchos segundos, lanzándose miradas que atemorizarían a cualquier simple mortal. Los dos guerreros más fuertes tendrían su último combate. El decisivo, el definitorio.
—Si tus heridas te dejaron secuelas puedo combatirte con una sola mano —ofreció Uchiha, arrogante como siempre solía serlo.
—Ataca con todo lo que tengas, Sasuke, o créeme que te arrepentirás —sonrió desafiante. Tan seguro de sí mismo como siempre.
El de azabaches ojos devolvió la misma sonrisa combativa. A pesar de ser encarnizados enemigos, había un respeto singular entre ellos, pues ambos sabían que el otro era su único igual. El único hombre capaz de confrontarlos lo tenían precisamente en frente.
—Dime una cosa, ¿con qué demonio hiciste pacto para seguir vivo?
—Mis ansias de justicia fueron las que me ayudaron a sobrevivir, Sasuke. No puedes seguir viviendo sin que pagues todos los crímenes que has hecho. Yo soy la mano que te dará el castigo que mereces —dicho esto Naruto desenvainó sus dos espadas, haciéndole ver cuán ansioso estaba por iniciar el duelo.
Sin dilaciones, el pelinegro también sacó sus armas, corrió hacia su enemigo y envió estocadas a una velocidad espeluznante. Las mismas que Neji y Lee se veían obligados a esquivar dando saltos hacia atrás, esta vez el guerrero que tenía en frente las bloqueó todas a una velocidad tan inhumana como la que tenía él. Como si no estuviera siquiera viendo sus movimientos, sino presintiéndolos. Como si su cuerpo reaccionara por instinto sin necesidad de que sus ojos vean los golpes del otro. El enjambre de chispas producidas por la potencia de las metálicas colisiones iluminaron la noche como centellas. Era sobrenatural la fuerza y agilidad de ambos.
Sasuke detuvo sus movimientos, complacido. Naruto no contraatacó, dado que esperó sus próximas palabras. Tras muchas escaramuzas, se conocían demasiado bien.
—Por fin veremos quién es el más fuerte de los dos —dijo Uchiha.
—Evidentemente soy yo —declaró al instante—. Tú podrás ser muy fuerte físicamente, pero tu alma es la más débil de todas. Alguien verdaderamente fuerte no necesita oprimir a los débiles para demostrarlo. Al contrario, demuestra su fortaleza ayudándolos, inspirándolos y luchando para protegerlos.
—Tu filosofía barata de vida es precisamente lo que te hizo caer. Tu patria fue arrasada por tu culpa. Lo sabes bien. Si no hubieras caído por una imbecilidad la guerra todavía continuaría. Pero tenías que hacerte el héroe, ¿verdad? —espetó mordaz —. Si no fuera por tu gran estupidez sentimental, toda tu gente, tus amigos, podrían seguir vivos —señaló aumentando todavía más la punción verbal. Sasuke, además de ser un guerrero letal e impiadoso, era experto en dañar psicológicamente.
Naruto apretó sus dientes, cayendo bajo el influjo de la furia. Le dolía tanto admitirlo, pero él tenía razón. De haber estado sano y salvo, quizás la guerra habría tenido otro resultado. Todo por sobreestimarse a él y a sus guerreros. Todo por dejarse llevar por los sentimientos antes que por la razón. En una guerra tan cruel no existía espacio para ser sentimental y él lo había sido.
—No tiene sentido culparme por mi decisión —inició su respuesta—. Arrepentirme por el pasado no hará que éste cambie. Pero si puedo cambiar tu futuro y el de las fuerzas especiales. Hoy será el día en que pagarás todo el daño que has hecho, Sasuke. Por todo el mal que has provocado, por todos los que mataste, por todos los que torturaste, he venido a darte el castigo que te mereces. Yo encarno el sufrimiento de todos aquellos que anhelan justicia desde el otro mundo. Hoy te demostraré cuán débil eres realmente.
Motivado por la incipiente adrenalina, Sasuke sonrió belicoso. Estaba emocionado, incluso feliz. Una felicidad que sólo un guerrero podría entender.
—Veamos si tu voluntad de fuego es lo bastante fuerte como para matarme.
Esta vez los enconados enemigos sí se dieron el tiempo de saborear el momento previo. Ya no serían simples golpes de precalentamiento: ahora irían totalmente en serio. Sus percepciones aumentaron, haciéndoles saber cada detalle que los rodeaba. De súbito, el inconfundible perfume a bosque se intensificó en sus nervios olfativos gracias a la aceleración de sus respiraciones. El frío se les hizo anormal, como si quisiera lanzar un conjuro sobre sus pieles; uno destinado a enervar cada uno de sus vellos y producir vaho a cada respiración. La brisa, por su parte, hizo que sus cabellos ondearan intercalando sigilo y caos. Cuando las ansias de combatir se volvieron irresistibles, se arrojaron contra el otro al mismo tiempo. Esta vez hubo furia, hubo deseo de aniquilar al rival a cualquier costo. Esta debía ser la batalla definitiva. La que significaría la muerte para uno de los dos... o quizá para ambos...
Sakura y Hinata habían terminado sus labores domésticas un buen tiempo atrás. Aunque el ala oeste no era tan gigantesca como la opuesta, de todas formas daba mucho trabajo mantenerla limpia del polvo. Pero, alternándose, procuraron realizar tan buen trabajo que ahora el hogar relucía como nunca. El piso, las paredes y la loza rebosaban esfuerzo. Aunque Hyuga era menos rápida que Haruno, paulatinamente ha ido acostumbrándose al ritmo de su amiga. Ahora, alrededor de la apagada chimenea, ambas observaban como Leonidas dormía profundamente. La debilidad que padecía lo obligaba a hacerlo durante muchas horas.
Hinata, sentada de piernas cruzadas en uno de los tres sillones individuales, llevó sus manos a los hombros y al cuello para darse un masaje. Estaba hecha un manojo de tensión muscular, por lo que necesitaba aliviarse.
—¿Te lo hago yo? —solícita, le dijo la pelirrosa.
La de larga melena bajó su cabeza, algo avergonzada por tantas atenciones prodigadas. Ya se sentía muy en deuda con Sakura y no quería incrementar todavía más ese sentir.
—N-no... de verdad no es necesario. No quiero ser una molestia. Ya has hecho demasiado por mí.
—Tranquila, a mí no me molesta en nada —señaló risueña —. De hecho me hace sentir útil; me gusta ayudarte.
Hinata finalmente asintió con una linda sonrisa. —Muchas gracias.
—De nada —. Haruno se le puso por detrás y, esquivando los oscuros cabellos a la vez que la blusa, sus manos comenzaron el trabajo de darle el reparador masaje ofrecido—. Es increíble lo tensa que estás —comentó unos segundos después de contactarla—, aunque tampoco me sorprende después de todo lo que has pasado. Parece que en vez de nervios tuvieras escamosas serpientes en la espalda. Tu piel está como acartonada.
—Lo sé, me duele toda esa parte.
Hinata alzó sus hombros al tiempo que bajaba su cabeza para ceñirla más al cuello, como si quisiera ser una tortuga metiéndose en su caparazón. Le fue un gran alivio sentir las manos de su amiga descomprimiendo lo apretujado de aquellas zonas. Pasó un par de minutos en que cerró sus párpados para únicamente disfrutar del masaje, hasta que recordó que debía comentarle sobre la pesadilla que tuvo. No quería relatársela con detalles para no perturbarla, pero necesitaba saber si ella creía en lo de que el futuro se revelara a través de sueños.
—Sakura, ¿tú crees en los sueños premonitorios? —preguntó de manera general, sin mencionar la pesadilla que temía pudiera convertirse en uno.
La aludida detuvo su masaje un pequeño trecho de tiempo, debido seguramente a que la pregunta la tomó por sorpresa.
—Sí; totalmente —respondió para enseguida reanudar sus movimientos manuales.
—Si crees en ellos, e-entonces también crees que tenemos un destino predeterminado, ¿verdad?
La doncella de ojos verdes bajó su mirada, ensimismándose. Estaba pensando su respuesta antes de darla. El tema del destino era algo que casi todos se habían preguntado alguna vez y ella tenía una clara opinión al respecto. Ahora mismo explicaría la creencia que adquirió a través de sus años de vida.
—Yo creo que sí hay un destino, pero que podemos cambiarlo parcialmente.
Hinata parpadeó un par de veces. —¿Me lo explicas mejor?
Sakura asintió, dándose un lapso para hilvanar mejor su argumento. Cuando se sintió preparada dio inicio al mismo —. Desde que nacemos tenemos el destino de la muerte aguardándonos. Eso no cambiará hagamos lo que hagamos. Hay cosas que están destinadas desde un principio: por ejemplo, un león está destinado a comer carne o un caballo a comer hierba. Nosotras, como mujeres, estamos destinadas a tener la menstruación —masajeó su frente como para configurar aún mejor su idea y plasmarla correctamente de forma verbal—. Por lo tanto, el destino sí existe y todos los senderos llevan al mismo final: la muerte. Lo que sí podemos cambiar es el camino que tomamos en el transcurso de nuestras vidas, pero aún así estamos muy limitados y más siendo mujeres. Para ponerlo en palabras simples: puedes moverte dentro del rango que te ofrece la calle, pero nunca salirte de ella.
«Interesante respuesta», fue lo primero que pensó Hinata. Luego pensó en si lanzar o no una pregunta incómoda. Finalmente lo hizo para profundizar aún más en el asunto.
—¿Entonces era nuestro destino ser esclavas?
—Creo que estaba dentro de las posibilidades que conlleva una guerra...
Como acto inconsciente, Hinata se tanteó una mejilla con la lengua. —S-si el destino son probabilidades, entonces de nosotras depende tomar las decisiones correctas para evitar un mal destino. Al final precisamente de eso se trata la vida: de escoger las decisiones correctas; las que te brindarán felicidad y una buena vida. Sin embargo, muchas veces el destino lucha contra ti fieramente porque no te deja elección. ¿La guerra podríamos haberla evitado? Era algo ajeno, algo que se escapaba de nosotras completamente. En ese caso quedamos en las manos del destino. No pudimos hacer nada para evitarla...
Sakura asintió la idea dando un suspiro. —Tristemente creo que es así: muchas veces, por más que se luche contra el destino no puedes cambiarlo. Por eso mismo ahora somos esclavas.
Hinata apretó sus labios por la impotencia; luego recordó algo muy importante. —¿Sabes? Mi primo Neji creía firmemente en el destino. Siempre me dijo que no importa lo que hiciéramos o cómo lo hiciéramos, teníamos un destino predeterminado contra el que no podíamos luchar. Sin embargo, cuando conoció a Naruto su visión cambió radicalmente. Él le hizo ver que, cuando alguien tiene una voluntad lo bastante fuerte, podía cambiar su destino.
—De hecho, Naruto así lo hizo. Él luchó mucho para cambiar su destino. Era despreciado por muchos, incluida yo misma —se lamentó por lo inmadura que había sido respecto a él—, pero terminó convirtiéndose en un guerrero tan increíble como Sasuke.
—¿Despreciabas a Naruto? —preguntó asombrada, pues hasta ahora Sakura le había parecido una mujer sin defectos.
—Sí. Yo no siempre fui como soy ahora. Cometí muchos errores porque era muy inmadura cuando pequeña. Aunque no lo creas mi carácter era muy jodido, incluso fui violenta a veces.
—Bueno, todos cometemos errores. Lo i-importante es que has madurado y aprendiste de ellos.
—Creo que sí... —sonrió, pues no estaba tan segura de que realmente hubiera evolucionado mucho como persona. Entretanto, Hinata hubiera devuelto gustosamente la sonrisa, pero como Sakura estaba a su espalda no podía ver ninguno de sus gestos.
Se hizo una agradable pausa en que ambas disfrutaron la intimidad confidencial que habían creado. Hyuga se sintió más relajada gracias a las manos de su amiga; por un momento tuvo la divertida impresión de ser un futuro pan siendo amasado por ella. Poco después volvió a retomar el tema. —Bueno, nuestro destino como mujeres está marcado desde el nacimiento, pues no podemos aspirar a más que ser amas de casa. Pero, pese a tener todo en contra, esa chica guerrera cambió su destino igualmente. Ella también es la prueba de que cuando alguien es lo bastante fuerte sí puede cambiar lo que la vida le impone.
—Ella es una entre millones, Hinata. Las estrellas se alinearon como nunca para que pudiera conseguir algo así.
—P-pero me gusta pensar que si luchamos podríamos cambiar nuestros destinos. Naruto y esa chica son la prueba de que puede hacerse.
Sakura dubitó. Quería pensar igual que ella, pero quizás era algo demasiado iluso. Tal vez sí se podía torcer el destino, pero definitivamente no todos podían hacerlo. ¿Acaso ellas podrían cambiar el hecho de ser esclavas? La cruda realidad era que asomaba como algo imposible de conseguir.
—Por cierto, Hinata... —optó por desechar sus negativos pensamientos —. ¿Por qué me has preguntado sobre el destino?
La aludida sintió un escalofrío al recordar el por qué.
—Por-porque tuve una pesadilla muy fea... —sus hombros se tensaron al instante y Sakura pudo notarlo claramente—. Y que pueda ser un sueño premonitorio me aterra... —su voz fue aniñada por el miedo—. Pero eso también significaría que sí hay un destino predeterminado. Algo que no puede cambiar, un futuro inevitable. Y no me gusta pensar así.
Sakura hizo un sonido con su boca; algo muy parecido a una «M» prolongada. Luego volvió a hablar.
—Yo creo que ese tipo de sueños son una advertencia. Quizás nos señalan algo que debemos hacer para cambiar ese destino. Por ejemplo hay casos de gente que viajarían en barcos, pero tuvieron un mal sueño en donde naufragaban, así que a último momento desistieron de abordarlos. Y hacerlo les salvó la vida, pues a las naves les sucedía lo mismo que en sus sueños: terminaban hundiéndose con todos sus pasajeros.
—Sí, yo he escuchado casos parecidos también. Entonces mi sueño debo tenerlo muy en cuenta para tratar de impedir que se haga realidad...
—Yo creo que debes guiarte por tu corazón, Hinata. Si quieres confiar en tu sueño premonitorio entonces hazlo. Si tienes dudas entonces no confíes en él. Sigue a tu corazón, a tu instinto.
—Gracias, Sakura. Eso haré. Quiero pensar que el futuro puede ser cambiado por nuestras decisiones; que somos más que simples marionetas manejadas por los caprichos de la vida. Ahora soy más fuerte y me rehúso a pensar que no controlo nada en mi vida... pero realmente no sé qué pensar. La realidad es que soy sólo una esclava; mi destino está en las manos de Sasuke y puede hacer lo que quiera conmigo. M-me da mucho miedo.
—Lo entiendo y no sabes cuanto lamento que te tenga ese odio —suspiró con notable amargura. Luego le arribó la curiosidad —. Por cierto, ¿qué pesadilla tuviste?
—T-te contaré mañana durante el día. En la noche me da miedo recordarla; me dan escalofríos ahora mismo —por la angustia, inconscientemente se marcó una uñada en el dorso de la mano.
—Debiste soñar algo realmente horrendo —comentó guiada por su gesto y voz.
—S-sí.
—Entonces cuéntamela cuando quieras, no hay apuro —dijo comprensivamente.
—Gracias... Ahora que recuerdo tú querías contarme algo también —señaló Hyuga—. Con lo del sueño premonitorio y luego la visita de la chica guerrera se me había olvidado. Si quieres me lo cuentas ahora.
—Es algo relacionado con Sasuke... —avisó dudosa. Se dio una pausa y continuó—. Además, también he notado ciertas cosas respecto a él que me gustaría comentarte.
Hinata hizo un gesto poco común en ella: comprimir el ceño. —¿Qué cosas?
—Es un tema que va para largo y ya me estoy muriendo de sueño. Lo hablaremos mañana, ¿vale?
—No se vale —se quejó Hinata de manera pueril —. Me dejas con la curiosidad.
La chica de esmeraldas dibujó una sonrisa, pues su amiga era realmente enternecedora. Dejó de masajearla y se le puso por delante para que viera la curva de sus labios.
—Hina, mañana te cuento sin falta —le guiñó un ojo de manera cómplice—. Ahora me iré a dormir porque estoy muriendo de sueño. No sé por qué, pero el amo Sasuke está tardando demasiado en llegar y estoy agotadísima. Esta semana he estado cuidando a Leo y haciendo las cosas del hogar al mismo tiempo. ¿Me puedes relevar, por favor?
Hinata reprimió hábilmente un gesto de reticencia, pues después de la pesadilla lo que menos deseaba era ver a Sasuke a solas, pero era verdad que su amiga necesitaba descanso de manera urgente. Sin ayuda, Haruno se echó un gran peso encima de sus hombros durante estos seis días y, como si fuera poco, además había estado consolándola a ella. Lo mínimo que podía hacer para retribuirla era ayudarla en esto.
—Por supuesto, Sakura. Yo te relevaré —dijo con total seguridad.
—Muchas gracias. Dudo que lo haga, pero si el amo Sasuke pregunta por mí dile que estaba muy cansada. Sé que él entendería.
Hinata bajó su cabeza, realmente apenada.
—Perdóname... He estado tan dolida por lo que pasó que me encerré en mí misma y te he apoyado poco durante estos días. Te prometo que, tal como hoy, a partir de ahora te ayudaré en todo lo que pueda.
—Tranquila —la dispensó inmediatamente—, sé que la muerte de tu primo te afecto mucho. Sabes que si puedo ayudarte yo siempre estaré encantada de hacerlo.
—Muchas gracias. T-te digo lo mismo de todo corazón. Mañana sere yó quien te dará un masaje.
La pelirrosa asintió con una tenue sonrisa. —Buenas noches, Hinata. Nos vemos mañana.
—Buenas noches. Descansa bien, amiga.
Tras verla irse, agradeció una vez más tener la compañía de Sakura. Sin ella todo habría sido mucho más difícil de soportar. Luego comenzó a reflexionar en las cosas más importantes que sucedieron durante este día: el terrible rumor que implicaba a su padre; las palabras de la guerrera; el destino.
Un par de horas avanzaron tranquilas. El convaleciente can seguía durmiendo y sin respirar de la manera entrecortada de los días anteriores. Aquella era una buena señal; una que daba esperanzas a su recuperación. Hinata, de tanto en tanto le tomaba la temperatura, apenas tocándolo para no despertarlo.
Era muy tarde ya, más de las dos de la mañana, pero estaba entretenida leyendo el libro que Sasuke había dejado cerca, específicamente encima de la pequeña mesa con lomo de cristal. Era una obra que abordaba temas bélicos de una manera estratégica, no una novela propiamente tal como había pensado en un principio. Algo muy diferente a «La Odisea» o a «La Ilíada», pero que le resultó de sumo interés. «El Arte de la Guerra» se llamaba el prestigioso libro, escrito por Sun Tzu alrededor del siglo quinto antes de Cristo.
De pronto, los lejanos cascos de un caballo interrumpieron su agradable lectura. La carrera resonó hasta que concluyó en la proximidad de la puerta. Preocupada, se preguntó quién sería a estas horas. La entrada se abrió, obteniendo rápida respuesta: Sasuke entró por ella. Hinata se sorprendió, pues en ningún momento lo vio o escuchó salir. Evidentemente el ala este debía tener otra puerta, a no ser que hubiera salido por una ventana. No pudo ahondar en ello: su sorpresa escaló montañas al verlo ensangrentado. Se había hecho un vendaje con su propia camiseta alrededor del pecho, zona que debía albergar la profunda herida, pero el rojo líquido igualmente cubría gran parte de su ropa; cualquiera habría imaginado que perdió litros. De hecho, su rostro estaba tan pálido como el que debía tener un fantasma. Se estremeció, absolutamente pasmada de verlo así. ¿Qué había pasado? ¿Quienes le habían provocado semejante herida a un guerrero tan letal como Sasuke? Superando su asombro, rápidamente se levantó del sillón con la intención de ayudarlo. Fue una reacción completamente natural, la empatía que lleva a ayudar a otro semejante. Sin embargo, detuvo su deseo un par de segundos después. Era Sasuke Uchiha, el demonio que había matado a su primo y acabó con un sinfín de guerreros de su patria, incluyendo, entre ellos, a muchos de su clan. Pese a todo, no pudo evitar preocuparse por él. Su empatía encarnizó una lucha contra su odio, ambas batallando fieramente la una con la otra. Finalmente, el último fue el vencedor.
Él avanzó trastabillando mientras una ensangrentada espada le servía de improvisado bastón; Pese a ello, en un momento estuvo a punto de caer al suelo de bruces, apenas sosteniéndose para no estrellarse. Era un milagro que hubiese logrado cabalgar en ese estado paupérrimo. Resultaba muy claro que su vida corría serio peligro. Seguramente nunca estuvo tan cerca de recibir el abrazo de la muerte como ahora, puesto que el apretado vendaje no lograba detener la sangre, la cual seguía escurriendo a raudales. A pesar de su condición deplorable, no le pidió ayuda alguna a su esclava. Irguió su estampa guerrera y caminó hacia la chimenea dando los mismos tumbos que antes, aunque decidido en llegar a su destino. Una vez allí tuvo la fortuna de no tener que arrojar leños, pues habían los suficientes para iniciar una hoguera. Apoyando su diestra en la pared de piedra para mantenerse de pie, prendió el fuego agachándose sólo lo suficiente.
Hinata pensó que llamaría a Sakura, pero no lo hizo. Seguramente no confiaba en nadie; en este momento de vulnerabilidad podía ser atacado. ¿O era estrictamente por su inmenso orgullo?
Invocando fuerzas de flaqueza, Sasuke desplazó el sillón para acercarlo más a la chimenea. Curiosamente no lo dejó en la posición común, sino con el respaldo dando la cara al guardafuegos lateral. El esfuerzo realizado en tales condiciones lo hizo jadear severamente. Incapaz de sostenerse en pie por más tiempo, se sentó en el suelo con las piernas extendidas a la vez que recostaba su espalda contra la columna del sillón. Desenvainó la otra espada a duras penas, tomó uno de los paños húmedos destinados a bajarle la fiebre a su perro y limpió la sangre adherida a su arma. Estaba ensangrentada desde el principio de la hoja hasta el fin, como si hubiera atravesado completamente a varios guerreros con ella.
«¿A quienes mató ahora?» fue la pregunta mental que se hizo Hinata. Nunca se habría imaginado que en realidad había luchado contra un solo hombre. Mucho menos que se trataba de Naruto Uzumaki, quien se suponía ya muerto.
Una vez que la hoja quedó libre de la sangre enemiga, Sasuke la colocó sobre las incipientes llamas de tal modo que el dorso comenzó a calentarse. El mango lo afirmó en el suelo, sosteniéndolo contra su pierna para que no se deslizara. Empezó a sacarse la ropa que hacía de vendaje al tiempo que esbozaba múltiples muecas de dolor en su faz. Cuando Hinata vio el tamaño de la herida que había en su pecho, no pudo evitar taparse la boca por el espanto. La estocada no lo atravesó, pero abrió un gran trecho hasta tocar la capa más profunda de su piel. Estaba perdiendo mucha sangre por ello. Era una herida profunda, extensa, una que iba en dirección contraria a la cicatriz diagonal ya existente, pero más honda, peligrosa y cercana a su corazón. Si lograba sobrevivir tendría una «X» perenne sobre su pecho. De pronto, Sasuke dio las cabezadas propias de un inminente desmayo, pero de algún modo, quizás por mero instinto guerrero, logró seguir consciente.
Hinata convirtió sus manos en puños, apretándolos sumamente nerviosa. Pensó en llamar a Sakura para que le hiciera alguna curación, pero si él mismo no quiso llamarla era por alguna razón. Tras unos cuantos minutos la hoja se volvió un metal al rojo vivo. Entonces Sasuke la sacó del fuego y, apretando los dientes con suma fuerza, comenzó a cauterizar su propia herida. Las contorsiones que dio su cara profesaron que deseaba gritar con todas sus fuerzas. Sin embargo, contuvo su dolor de manera impresionante. Sobresaliente. Apenas unos sordos quejidos se acomodaron entre sus labios a intervalos. Sin duda que el tamaño de su orgullo era colosal. La hoja fue quemando su piel, formando la necrosis necesaria para que el sangramiento restañara. Una vez que el terrible proceso culminó, lanzó una orden a su impresionada esclava.
—Lárgate y enciérrate en tu cuarto. —A pesar de la potencia que deseaba imprimir, su voz tembló inevitablemente. Fue prácticamente sólo un susurro. Su escasez de fuerza era plenamente palpable.
Ella parpadeó un par de veces, como si dudara acatar la orden recibida. No deseaba sentir tal cosa, pero igualmente preocupación se instaló en su alma. Era por culpa de su prodigiosa empatía, una que Sasuke no merecía de ninguna forma. Tenía que desdeñar tal afección a cualquier precio y recordando a Neji lo consiguió de inmediato.
Caminó hacia el pasillo sin detenerse e hizo resonar sus pasos hasta llegar a su habitación. Sin embargo, no entró en ella: regresó sigilosamente hasta el recodo del pasadizo, permaneciendo allí. Cuando consideró que había pasado un tiempo prudente, su curiosidad la guio a asomarse unos centímetros para ver qué sucedía con él. Vio como le daba un par de caricias a su todavía dormido can. El sueño de Leónidas era tan grande que ni siquiera oyó el crepitar de las leñas. Luego Sasuke quedó mirando al vacío, seguramente perdido en sus pensamientos.
Hinata dejó de observarlo para no ser descubierta; permaneció nerviosa y apretándose los dedos de una mano con la otra. Una gran porción de ella ansiaba que Uchiha muriera y otra mucho menor quería lo contrario. Unos cinco o seis minutos después, necesitó mirarlo de nuevo: ahora tenía la cabeza inclinada hacia abajo y sus brazos colgaban sin vida aparente.
Abrumada por el peso de sus emociones, exhaló e inspiró varias veces. Abrió y cerró puños para liberar tensión de algún modo. Dando suspiros que no podía contener, avanzó para verificar que realmente estuviese muerto. Cuando llegó a su lado se acuclilló, temiendo que despertara de improviso. Respiraba todavía, aunque muy lentamente. Sus luceros albinos bajaron todavía más y entonces comprobó que Sasuke tenía los párpados caídos. Seguramente debajo de ellos, los ojos estaban en blanco por la carencia de conciencia.
Sí; estaba inconsciente...
Por ende, estaba completamente vulnerable. Totalmente abierto a un ataque...
Su corazón se aceleró. Sus palmas transpiraron. Todo su ser se estremeció. Este era el momento preciso. Este era el momento en que podía matarlo. La ocasión en que podría vengar a su primo, a sus familiares y a todos los guerreros de su patria muertos por él.
Sintió el fulgor de la adrenalina fluyendo, pero la excesiva dosis secretada logró el efecto contrario al funcional: clavó sus pies al suelo, convirtiéndolos en algo similar a las raíces de un árbol. Detenida en su lugar, apretó sus dedos como si quisiera aplastarlos. Suspiró profundo para aunar fuerzas. Si quería matarlo este era el momento. Nunca más habría otra ocasión.
Escalofríos y tercianas acosaron a intervalos sus zonas nerviosas más profundas. Por un momento, se frotó los ojos para borrar el espejismo que tenía en frente. Pero cuando cesó su acción la realidad no cambió. Definitivamente esta era su oportunidad y no podía desaprovecharla. Si no lo hacía, tal vez Sasuke podría sobrevivir.
Presurosa, pero tambaleante al mismo tiempo, fue rápidamente hacia la cocina para tomar un cuchillo mientras se tomaba la frente como si le doliera la cabeza. Posó su mirada sobre el colgador de madera que los contenía y vio que, tal como en su pesadilla, habían seis cuchillos. ¿Era una señal de que su sueño sí se cumpliría? ¿O acaso los contó inconscientemente durante sus estancias en la cocina? No profundizó en su dilema. No había tiempo que perder. Tomó uno entre sus manos mientras el galope del nerviosismo la azotaba de pies a cabeza. El arma temblaba en sus manos. Necesitó inhalar repetidamente para cambiar la dinámica infligida por sus dedos y aún así no lo consiguió.
Caminó dándole celeridad a sus pasos, pero sin que estos llegasen a convertirse en una carrera. No podía correr para no producir ningún sonido que pudiera despertarlo. Al arribar vio que Sasuke seguía cabizbajo, con sus párpados caídos y la respiración apenas notable. La pérdida de conocimiento era evidente.
Hinata tragó saliva, misma que le pareció ser cristal molido que atravesaba su garganta. Su alma entera ululaba ante el clamor de la próxima acción a ultranza. Puso el dorso del cuchillo en su lastimado pecho. Esperaba alguna reacción por su parte; como deseando que fuese una trampa preparada para sorprenderla, como si quisiera que él mismo evitara lo que pretendía hacer. Sin embargo, Sasuke no hizo un solo movimiento.
Sí, estaba a su merced. Quienes fuesen los que lucharon contra él, sus muertes no serían en vano: le habían brindado la oportunidad de acabarlo. Y en honor a ellos no podía desperdiciar semejante chance.
Comenzó a temblar. Lo hacía profusamente, pues nunca se imaginó que iba a matar a alguien. Iba contra sus principios, contra su moral. Era cierto que antes intentó asesinarlo, pero en ese momento Sasuke estaba plenamente consciente y era capaz de defenderse. Ahora, en cambio, sería un ataque con total alevosía, al amparo de su estado moribundo e inconsciente. Era ruin aprovecharse de su crítica condición para apuñalarlo. Sin embargo, recordó la vil muerte de Neji; recordó la horripilante pesadilla que podía convertirse en algo real; recordó que él se vengaría y la violaría por lo acontecido con sus perros. Recordó que sería su esclava sexual. No podía dejarlo con vida. Simplemente no podía dejar vivo a alguien tan cruel. No después de lo que había pasado y todo lo que podría pasar después. No iba a ser tan débil como para dudar, puesto que ahora era una mujer mucho más fuerte.
¡Claro que lo era!
Mientras el fulgurante y renaciente odio la envolvía como un sarcófago de oscuridad, se preparó a hundir el cuchillo en su corazón. Este sería el final de Sasuke Uchiha. El karma, la justicia divina, el destino, se estaban encargando de cobrarle todas sus cuentas pendientes. Sería muerto por una mujer; mismas que tanto subestimaba. Sería muerto por una simple esclava en vez de sucumbir ante grandes guerreros. Y lo más importante de todo: sería muerto por una Hyuga, una integrante del clan que tanto odiaba.
—Esto... —Como si sus cuerdas vocales se tiñeran de fúnebre negro, vibraron la irrefrenable sed de venganza—. Esto es por Neji...
Adquiriendo por fin una firmeza impresionante en sus manos, alzó el cuchillo y se dispuso a clavarlo hasta lo más profundo de su corazón.
Tras el cruento invierno, la primavera había llegado en todo su esplendor acariciando cada rincón. En una mansión con ventanas plegables de la más fina madera afloraba una gran tribu de hermosas, coloridas y aromáticas flores. Cultivadas por la matriarca de la familia, era el jardín que se encargaba de dar la bienvenida a la puerta principal. Y no sólo era adictivo para las personas, pues abejas y mariposas también se paseaban alegremente por allí. Incluso de tanto en tanto vivaces picaflores batían afanosamente sus alas. También, en la ribera del arroyo, había una hilera de árboles que mecían sus hojas al son de la brisa. Sencillamente era una grandiosa panorámica natural.
—¡Hermano! —gritó como saludo un pequeño niño de cabellos y ojos negros que venía llegando a su hogar. Iba a paso lento al tiempo que cargaba algo en sus entrelazadas manos.
El que fue aludido sujetaba una espada con la cual prácticaba mandobles. Al escuchar a su hermano menor detuvo sus movimientos y lo saludó agitando su diestra en alto.
—Mira —dijo el pequeño cuando al cabo de varios segundos llegó con él—, encontré un gorrión herido. —Destapó sus manos y entonces las extendió para que viera al plomizo pájaro—. No sé qué accidente le habrá pasado, pero no puede volar. Tiene un ala muy herida. Me costó calmarlo, pero al final entendió que no le haría daño. Por suerte ahora está quieto. ¿Crees que si lo ayudo se recupere? —preguntó esperanzado en recibir una respuesta positiva.
El de más edad acercó su faz para examinar de mejor modo la lesión del ave. Un profundo tajo con sangre ya seca se podía ver en el ala. Permaneció en silencio unos cuantos segundos, sopesando su estado. Luego habló.
—Creo que sí se puede recuperar. ¿Lo ayudarás, Sasuke?
—Sí; es muy pequeño y necesita ayuda —afirmó muy convencido—. Si no lo hago morirá por algún depredador.
—Pero no te encariñes con él —aconsejó Itachi—, cuando se recupere tendrás que dejarlo libre.
—Lo sé; ellos nacieron para ser libres. Por algo tienen alas —sonrió contento—. A mí me encantaría volar como ellos lo hacen.
—¿Quieres que te ayude a cuidarlo? —Itachi afirmó el mango de su espada contra su muslo. La habría clavado al suelo, pero un movimiento así de vehemente habría asustado al malherido. Ya teniendo sus manos libres, despejó con ambas el sudor que cubría su cara.
—No te preocupes, hermano. Ya soy grande, puedo cuidarlo solo.
—Tienes seis años solamente.
—Me faltan tres meses para cumplir siete, así que ya soy grande —corrigió él orgullosamente, dándose un aire de madurez. De hecho, los guerreros solían ser muy independientes y precoces. En Esparta, por ejemplo, ya desde los siete años los niños debían someterse a la agogé: sobrevivir cazando solos durante un largo período de tiempo —. Espérame, ya vuelvo. Iré a hacerle una cama y a mostrárselos a mamá, papá y al resto de la familia. Ojalá pueda recuperarse.
—Ojalá.
Tras verlo marchar, el consolidado guerrero retomó su entrenamiento; todavía no estaba lo suficientemente cansado como para darse un reposo. Mientras lanzaba estocadas al aire, minutos después su hermano pequeño volvió.
—¿Todavía sigues practicando? Estás así desde temprano —indicó el infante.
—Tú también debes hacerlo si quieres ser un gran guerrero. Últimamente estás entrenando menos.
—Pero yo nunca seré un guerrero tan bueno como tú lo eres —afirmó con total seguridad.
—Si te esfuerzas serás mucho mejor que yo, te lo aseguro. Sólo debes confiar en ti mismo y en el talento que tienes. La clave para lograr cualquier cosa que te propongas es creer en ti mismo. Nunca lo olvides, Sasuke.
—Gracias, hermano, pero a mí me gustaría tener otra profesión. La verdad es que no me interesa ser un guerrero.
Itachi lo miró sumamente asombrado; tanto que sólo consiguió romper el silencio tras varios segundos.
—¿Qué te gustaría ser entonces?
—No sé la verdad. —Se rascó la frente con el índice—. Pero me gustaría tener un trabajo con el cual poder ayudar a la gente. Aunque no sé si papá aceptará mi idea de no ser un guerrero...
—Será difícil que dé su consetimiento. Sabes que nuestra familia siempre ha tenido una gran tradición al respecto. Somos los más fuertes, así que salirse de la corriente te será muy complicado —le dijo honestamente, sin adornar sus palabras—. ¿Por qué no quieres ser un militar?
—Porque creo que vivir en paz es mejor.
—Sin duda alguna que lo es —concordó al instante—. A mí tampoco me gustan las guerras, pero, queramos o no, existirán por siempre. Por eso se necesitan guerreros. Lamentablemente las cosas son como son y no como nos gustaría que fueran.
En ese momento Sasuke no lo sabía, pero esa última frase permanecería por siempre incrustada en su memoria.
—Si te lo propones —continuó Itachi— podrías ser el mejor guerrero de todos.
—No, hermano, el mejor guerrero de todos siempre serás tú —sonrió por la gran admiración que sentía hacia él—. A mí me gustaría ser el mejor en alguna otra cosa. ¿Crees que papá se decepcionará de mí por pensar distinto?
El mayor guardó silencio. Solía ser muy sincero, pero esta vez le dieron ganas de mentir. Su padre no se tomaría nada bien que Sasuke tuviera ideas así. Dio un suspiro antes de responder con la verdad en sus labios.
—Seguramente... pero sé que, en lo que sea, tienes un gran futuro por delante. Es tu vida y deberías tener el derecho a escoger lo que quieras para ella. Si no quieres ser un guerrero yo te apoyaré. Sé lo que realmente quieras ser.
—¿De verdad me apoyarás?
—Por supuesto. ¿Acaso lo dudas? —preguntó simulando sentirse ofendido.
—¡Claro que no! Muchas gracias, hermano. Me alegra mucho contar con tu apoyo.
—No hay de qué. Ahora ve a bañarte igual que yo; recuerda que pronto iremos todos los Uchiha a conocer a tu prometida —dijo con una sonrisa socarrona, pues sabía que al pequeño le molestaría aquello—. Vive lejos, en la nación vecina, así que debemos darnos prisa porque es un largo trayecto.
Aquel sería un espantoso viaje que nunca llegaría a destino... Un viaje que cambiaría para siempre la vida de Sasuke...
—No quiero conocerla. —Formó un puchero acorde a su edad—. Será un fastidio.
Como antiguamente era común entre familias pudientes, muchas veces se concertaban matrimonios preparados de antemano. No basados en el amor, sino en la conveniencia; en las ventajas que se obtenían del acuerdo por parte de ambas familias. Sasuke, siendo apenas un niño pequeño ya conocía su destino marital, pero no a quien sería su futura esposa. De todas formas él estaba en completo desacuerdo, aunque sus padres esperaban que aquello comenzara a mermar cuando iniciara su adolescencia. Habían pensado presentarle a su prometida años más adelante, pero finalmente decidieron que crearles un vínculo desde niños los ayudaría a enamorarse más adelante. Por lo menos así había sucedido con ellos y deseaban que la historia se repitiese.
—Yo no me casaré con ella. No, no, y no. Tengo derecho a elegir a mi futura esposa. Ella no me gustará. Ninguna niña me gusta, son molestas y lloronas.
Itachi sonrió, divertido.
—Ya crecidas te gustarán mucho. Y quien sabe, quizás ella también te guste.
—Ni en un millón de años.
—¿No quieres saber cómo se llama?
—No me interesa —dijo instantáneamente, cruzándose de brazos.
—Bueno, pero te daré una pista —travieso, esperaba generarle curiosidad con la misma—: Su nombre tiene una «I» y una «N» —no diría más, pero decidió agregar otra letra —. También una «A»
Sasuke torció sus labios.
—¿Y su apellido?
Itachi pensó en las letras que contenía. Rápidamente respondió:
—Tiene la «U» y la «A».
El niño fue atacado por la curiosidad y quiso saber el nombre completo, pero su orgullo lo abstuvo de preguntar. Sintió rabia consigo mismo por interesarse en saber algo de ella.
—Voy a tratarla mal para que se dé cuenta que no quiero casarme con ella —anunció decidido.
—Pues deberías tratarla bien. No olvides que será tu futura esposa —arrojó a modo de chanza.
Sasuke resopló desdén.
—Voy a hacerla llorar cada vez que pueda.
—¡Pero si ni siquiera la conoces todavía! —exclamó un reproche—. Por lo menos espera a conocerla, a lo mejor te cae bien y se vuelven amigos. Además no te preocupes por eso, todavía faltan muchos años para que la boda se realice, así que no deberías tratarla mal ni hacerla llorar —aconsejó con gracia.
—¿Por qué no? Llorar es señal de debilidad. Si llora será su culpa por ser débil.
A pesar de querer otro destino para sí, evidentemente Sasuke seguía teniendo ideas influenciadas por los pensamientos de su padre.
—Digan lo que digan —inició Itachi su réplica— ten siempre presente que llorar no es señal de debilidad, es señal de que sientes. De que estás vivo y que tienes un corazón palpitando en el pecho. Así que no la hagas llorar. De hecho, si la ves llorando dale consuelo. Despeja sus lágrimas. Ella te lo agradecerá y te considerará como alguien fuerte.
—¿Seré fuerte por consolarla? —muy contrariado, preguntó enarcando sus cejas— ¿Por qué?
—Porque atizarla es el camino fácil. Es el camino que toman los débiles de corazón. En cambio, despejar sus lágrimas significará que eres fuerte. Tan fuerte y noble como para apoyarla en vez de juzgarla.
—¿Despejar sus lágrimas significará que soy fuerte y noble? Pues no lo entiendo, hermano. Tienes ideas muy raras.
Itachi sonrió ampliamente. Juntó sus dedos índice y corazón, los movió hacia la frente de su hermanito y la contactó suavemente. Mientras lo hacía, le habló.
—Eres muy pequeño todavía, pero un día lo entenderás, Sasuke. Un día lo entenderás.
Volvió desde los nubarrones difusos de la inconsciencia. Quiso labrar pensamientos coherentes en vez de caóticos, pero sus neuronas se desconectaron unas de otras de tal forma que les tomó algunos segundos enlazarse. Paulatinamente, el nudo en su cerebro comenzó a desatarse por fin. Veía todo borroso y su sentido del tacto, por un breve momento, fue anulado al punto que tuvo la impresión de estar flotando en el aire. No obstante, su oído sí era capaz de percibir sonidos con toda claridad. Fue entonces que escuchó continuos sollozos de sufrimiento. La reconoció inmediatamente; era ella: Hinata Hyuga. Abrió más sus ojos y parpadeó repetidas veces, intentando con esa acción aclarar su nublada vista. Pronto, su acción obtuvo resultado: móviles y brillantes fosfenos acosaron su mirar. Poco tardaron en desaparecer y entonces comprobó que ella estaba delante suyo, arrodillada y con su lacrimosa mirada clavada al suelo. Sólo le tomó algunos segundos ver que en su diestra tenía sujeto un cuchillo cocinero, mismo que se sostenía firme en su mano. La vio soltarlo sobre el suelo y entendió todo: había caído inconsciente y ella tuvo la oportunidad de matarlo. Chance que, con un tremendo dolor de por medio, había desechado...
Un torbellino de emociones inconexas hicieron presa de sus pensamientos. Está tan confundido, tan perplejo, que ni siquiera atina a reaccionar. No sabe qué hacer. No sabe cómo anular su impresión. Permanece congelado como si hubiera caído en otra dimensión; como si fuera un fantasma que no puede interactuar con el mundo real. Un testigo de lo inverosímil. La contempla por mucho tiempo; una vorágine de pensamientos lo azotan. Ella, tras incontables segundos, todavía no se ha dado cuenta de que recuperó la conciencia; está ahogándose en su propio dolor.
¿Por qué no lo hizo? ¿Por qué?
No puede entenderlo. No puede creerlo.
No es Sasuke quien necesita hacer saber que ha recuperado la conciencia. Es ella la que ejerce un gran respingo retráctil cuando se da cuenta que él la observa firmemente. Sostienen sus miradas en los ojos del otro durante muchos segundos; ella llora a cántaros y él está siendo abrumado por la confusión.
—¿Por qué no me mataste? —inquirió al volumen más seguro que su condición actual le permitía.
—¿E-estabas fingiendo? —reaccionó asombrada.
—¿Por qué... por qué no me mataste? —repitió su pregunta de forma tambaleante por el atosigador dolor que cruzaba su pecho. Realmente quería saber la respuesta.
Hinata bajó su cabeza, cerrando sus párpados antes de responder. Las lágrimas siguieron escapando por sus rabillos. Inhaló tan profundo, con tanto dolor, que resultaba fácil deducir que había tomado la decisión más difícil de toda su vida. Necesitó respirar muchas veces antes de esbozar palabras. Sentía que le estaba fallando horriblemente a Neji, pero nunca podría perdonarse por matar a alguien en una condición así de crítica. Hacer tal cosa no sería un acto de fortaleza, sino de cobardía. Si Sasuke hubiese tenido la oportunidad de defenderse, las cosas habrían sido distintas. O tal vez su moral la llevaría a escoger la misma opción que ahora. Era algo que nunca sabría, pues los hechos se dieron en las circunstancias actuales y tuvo que tomar su decisión bajo ellas. Su nobleza ingresó a una batalla encarnizada contra el odio que sentía por él. Y tras una eternidad de incontables segundos, finalmente hubo una clara vencedora...
—N-no lo hice porque sería igual que tú —su voz tropezó por el peso gigantesco de sus emociones—. Sería alguien que se dejó consumir por el odio. Y a mí... a mí el odio no me va a derrotar como sí lo hizo contigo.
Lo deja mudo. Completa y totalmente mudo. Por primera vez en su vida, Sasuke Uchiha no tiene una respuesta.
—Me dijiste que los seres humanos somos demonios, que esa es nuestra verdadera naturaleza..., pero yo creo que podemos ser mucho más que demonios. Creo que cuando alguien es lo bastante fuerte puede dejar atrás el odio y seguir firmemente sus convicciones. —A pesar de todo el dolor que la cruzaba, un gran destello de resolución afloró en su semblante—. S-sé que yo soy una simple esclava, pero tú también eres esclavo de algo: del odio. Quizás hayas perdido la fe en la humanidad, quizás nada de lo que te diga tocará tu corazón, quizás ahora mismo esté cometiendo el error más grande de toda mi vida..., pero no quiero caer en la misma trampa que tú. Por eso, ni tú ni toda tu maldad van a corromper quien soy realmente. —Fraguó una pausa en que sus sollozos lo abarrotaron todo. Las lágrimas caían como una cascada por el dolor que sentía; el terrible dolor de seguir sus principios—. No sé qué fue lo que hizo cambiar tu vida, seguramente fue algo muy terrible... pero quiero creer que nunca es tarde para hacer lo correcto. —La firmeza adquirida por sus ojos entintó todavía más la convicción de sus palabras.
Sasuke, entretanto, la observaba con un cariz muy diferente a cualquiera que ella le haya visto antes. Uno que irradiaba interés, genuinas ganas de escuchar cada una de sus palabras.
—Yo no tengo idea de si logres sobrevivir... —continuó la mujer que parecía la empatía en persona—, pero si sé que todavía puedes elegir. Eres capaz de hacerlo tal como yo he tomado mi decisión ahora. —Se volvió boquituerta por varios segundos en que la emoción se le fue desbordando por cada trozo de piel.
—Elegir... —musitó con voz apenas audible.
—Sé que tienes trazos de bondad en ti..., si lo intentaras podrías dejar atrás el odio que consumió tu alma. Pensarás que soy una tonta, y-yo misma me odiaré eternamente por haber tomado esta decisión, pero, pese a todo, quiero pensar que la luz es más fuerte que la oscuridad. Quiero pensar que tu bondad sí puede ser más fuerte que tu maldad... —en sus últimas palabras su voz se aniñó, como queriendo volver a ser la chiquilla idealista e ingenua que alguna vez fue. Aquella que estaba a un tris de morir, pero que peleaba con todas sus fuerzas porque se rehúsaba a caer todavía.
Él nada respondió, dado que no tenía respuesta. El guerrero de mil batallas quedó atónito. Escrutó los ojos de ella; aquellos orbes que tanto odio le representaban. Ve un gran brillo de honestidad en ellos y entonces aflora algo muy distinto al profundo odio que siempre le provocaban, algo completamente diferente a cualquier cosa que haya sentido antes. Se trata de algo más, algo que no sabe cómo afrontar. Algo que remueve su alma, esa misma que creyó haber perdido hacía mucho tiempo atrás.
Y, en esta ocasión, fue Sasuke quien sintió el ímpetu de ella. Por primera vez fue él quien se sintió invadido. Por primera vez en su vida, se sintió derrotado. Derrotado ante la visión conmovedora que yacía enfrente. El dolor en su pecho quedó completamente de lado, pues fue obnubilado por esos luceros compasivos tan distintos a los suyos. Tanto su color como su brillantez parecían querer demostrar cuán diferentes eran sus respectivas almas. A pesar de ello, sus negros ojos, quienes estaban en total consonancia con su oscuridad interna, quisieron fundirse con las albinas perlas que ella poseía. Debía odiarla por su linaje Hyuga, pero una fuerza desconocida, algo magnético, gravitacional inclusive, lo sumergió en un mar de sentires inefables. En ella podía ver una empatía sin igual, podía ver una pureza fuera de este mundo, podía ver una nobleza no digna de un ser humano. Una que ninguno debería tener...
Pero ella sí la tenía. Ella sí tenía la fortaleza para dejar atrás el odio que devoraba el alma.
Ahora, el hecho de mirar esos ojos no le provocan el odio descomunal de siempre. Ahora hubo algo completamente distinto. Quizás fuera porque presentía a la muerte queriendo llevarlo hacia su tétrica morada. Quizás fuera porque en los últimos momentos de su vida quiso volver a ser el niño que alguna vez fue. Su izquierda comenzó a temblar cuando inició un movimiento, mas no era por dolor o por la debilidad de perder mucha sangre. Era porque, por alguna razón ajena a su comprensión, deseaba despejar esas lágrimas de aquellas mejillas. Esa mirada llorosa lo conmueve, provocando que las células de su corazón se vuelvan efervescentes. Quiere percibir el calor de esa nívea piel. Anhela contactar su ser relleno de nobleza, descubrir lo que alguna vez él también pudo ser. Pero mucho tiempo atrás, el destino se encargó de convertirlo en un demonio sediento de venganza y crueldad. Por ello, su mano extinguió su movimiento, deteniéndose al principio de la ruta que su alma deseaba tomar. Era una Hyuga, la heredera del clan que tanto odiaba y al que debía odiar eternamente.
Pero, por un largo momento, sintió respeto hacia ella.
Por un largo momento, la admiró de verdad.
Por un largo momento, quiso ser tan fuerte como ella lo era...
Y, motivado por tal razón, se dejó llevar por lo que realmente deseaba antes de morir: movió su mano y despejó sus lágrimas.
Continuará.
