Hola! Espero que estén excelente y sin problemas con la pandemia. Aquí dejo otro capítulo largo, más de 16,700 palabras porque otra vez se me fue la mano ^^u. También agregaré un par de cosas que se me olvidó mencionar en mis notas del capítulo anterior: la primera es que yo tenía planeado algo MUY diferente para Sakura, pero al final ustedes me convencieron que no pasara nada entre ella y Sasuke. Que no se diga que no escucho a mis lectoras xD!
Lo segundo es que con Ino quise hacer algo parecido a Naruto original, pues ella sí estuvo muy interesada en Sasuke, hasta peleaba fieramente con Sakura por él, pero luego por alguna razón dejó a un lado lo que sentía. No sé si dijo la razón en la serie, hace años que la vi así que hay detalles que no recuerdo, pero supongo que aceptó, maduramente, que Sasuke no era para ella (o simplemente dejó de gustarle). Aquí quise hacer algo parecido y por eso lo de que estaba enamorada, pero que lo deja ir.
Este capítulo tiene bastante Sasuhina, me enfoqué a desarrollar un poco más sus interacciones de manera inocente, pero también surgirá la excusa perfecta para que haya mucha tensión sexual próximamente :P. Y ya saben, cualquier crítica, ánimos o comentarios odiosos (aunque hace muchos capítulos que no recibo ninguno de éstos o.O) son muy bien recibidos y los respondo todos (a los sin cuenta no puedo responderles, pero les doy muchísimas gracias por aquí también).
También aclaro que no tengo idea de cómo habrán sido los antiguos barcos de lujo, así que describí a Jiren según mi imaginación. Como ya supondrán, en ningún caso pretendo que este fic tenga exactitud histórica, pues ni siquiera está ambientado en una época o lugar determinados.
Sin más que añadir, ojalá disfruten la lectura ;D
La chica con katanas y la mujer de cabellos oscuros caminaban sin prisas a través de la costanera. Ahora la bahía lucía mucho más desocupada, lo cual, ayudada por el cielo estrellado, le daba un agradable encanto íntimo. Mientras avanzaban hacia el puerto, el precioso océano reflejaba las múltiples farolas de los barcos como si fueran celliscas de luz. Cuando finalmente llegaron a su destino, la civil apoyó sus brazos en el pretil dispuesta a disfrutar nuevamente la brisa marina, el rumor de las olas y las luces bailando sobre las aguas. Entretanto, Ino hizo lo opuesto: al mar le dio la espalda, recargando ésta en la baranda. Como la guerrera experta que era, siempre procuraba tener el dominio visual de sus alrededores.
Ya habían pasado más de dos horas desde que fuesen a comprar, de modo que Uchiha no debería tardar mucho en llegar. Animada, Hinata le pidió consejos a la castrense para ser una buena discípula e intentar potenciar sus virtudes, a lo que ella le dio una serie de instrucciones técnicas. Precisamente ahora, la más tierna agradecería su amabilidad.
—Gra-gracias por todo lo que me dijo, señorita Ino. No sabe cuanto me ha inspirado a convertirme en mucho más de lo que pensaba. Cueste lo que cueste, voy a ser una guerrera igual que usted.
—Si te esfuerzas sé que lo serás. Eres más fuerte de lo que crees, tanto que gracias a ti he comenzado a aceptar que yo sí soy una mujer en alma y cuerpo; que otras también podrían conseguir lo que yo —Hinata sonrió emocionada, pues era todo un honor influir en alguien como ella. Tras esa pequeña pausa, Ino continuó hablando —.Todo lo que te dije antes tiene relevancia, pero ahora te daré el consejo más importante de todos: nunca dudes de ti misma. Si dudas estás frita. Tienes que prepararte mentalmente para lo peor porque Sasuke no da compasión como maestro, así que procura confiar ciegamente en tu fortaleza.
—Muchas gracias por aconsejarme.
—No hay de qué —dicho lo anterior, sacó un grueso rollo de blancas vendas desde su bolsillo derecho y una bolsita con hierbas desde el otro —. Guarda estas vendas en tu maleta, te servirán tanto a ti como a Sasuke —dijo pasándoselas en la diestra —. También, cuando entrenes, véndate los senos firmemente porque es una verdadera molestia que brinquen como saltamontes.
—Sí; al correr molestan mucho también —recordando lo sucedido en el puerto, añadiría algo más —. Y es incómodo que los hombres los miren rebotando. Es algo que avergüenza mucho...
La blonda rió. —Hablando de senos, dile a Sasuke que te cuente la historia de las amazonas. Te vas a sorprender.
—¿Amazonas, verdad? —a su pregunta, Ino afirmó con su cabeza —. Se lo preguntaré.
—Una última cosa: no dejes que Sasuke coma nada que contenga sal o le subirá la presión y en su estado actual puede ser peligroso. Del azúcar no te preocupes, ya que a él no le gustan las cosas dulces. También cámbiale el ungüento que lleva en el pecho cada mañana; pónele esta hierba —usando su índice, apuntó a la de color más oscuro — e intenta hacerlo tú misma. Él se negará; lo sé porque lo conozco, pero inténtalo de todos modos porque las manos de una mujer son más minuciosas que las de un hombre . Y si ves que tiene fiebre hácele un té con esta otra hierba —indicó la más clara —; ayudará a bajársela.
—¿Usted también sabe de medicina? —preguntó asombrada.
—Sé lo básico para sobrevivir en caso de heridas. No es nada extraordinario, pues todos los guerreros estamos curtidos en primeros auxilios, así que tú también lo estarás en un futuro —le guiñó un ojo —. Confío en que cuidarás bien a ese maldito terco —agregó con una sonrisa.
Hinata sonrió de vuelta. Luego se dio el tiempo de mirarla fijamente, mientras la soldado alzó su cabeza para ver el cielo, probablemente buscando a la hermosa diosa de nívea piel que reinaba en él. Ella hizo lo mismo, aunque enfocó su albina mirada en buscar a las pequeñas súbditas que solían aparecer como acompañantes. Emocionada por el célico paisaje, se dio el tiempo de meditar que la resignación de Yamanaka no era válida. Quizá si lo intentara ahora, ahora que Sasuke parecía ser más abierto, podría iniciar una relación romántica con él. Generosa como su alma lo era, Hinata haría un último comentario al respecto.
—S-señorita Ino... sé que corro el riesgo de ser majadera y perdóneme si lo soy, pero de verdad creo que debo hacerle esta pregunta por última vez... ¿está segura que no quiere luchar por Sasuke? Y-yo sigo pensando que ustedes harían una pareja muy linda. Usted podría ser perfectamente la mujer indicada para él.
La dorada cabeza que se direccionaba hacia el cielo, bajó para clavarle sus ojos celestes a Hinata. Ésta trató de leer el tono de su mirada, pero no pudo interpretarlo con certeza. Lo que sí percibió claramente es que Ino parecía emocionada; la dilatación y vibración de sus pupilas daba testimonio de ello. La guerrera tardó un poco en responder, pero finalmente lo hizo.
—Mira, cuando era pequeña, a veces mi papá tenía que irse a misiones largas y yo lo extrañaba mucho, así que mi madre, para animarme, me relataba cuentos y parábolas —sonrió nostálgicamente por el bello recuerdo —. Escuché una infinidad, por lo que olvidé algunos, pero hubo uno que quedó grabado a fuego por siempre en mi memoria. Quizá fuera el destino porque creo que calza perfectamente con esta situación, así que te lo narraré —Hinata afirmó una vez con su cabeza, sus ojos brillando sumo interés —. Había una vez —empezó como solían hacerlo la gran mayoría de cuentos — un cactus que cuando todavía era pequeño fue mordido por una hiena y lo dejó gravemente herido, una lesión muy profunda le quedó. Desde entonces, mientras crecía como el más fuerte de todos, su cuerpo generó muchas espinas para defenderse del mundo, muchas más espinas que las que tiene un cactus normal. Él vivía en un desolado desierto, siempre soportando en completa soledad el terrible dolor que la herida de la hiena le dejó. Un día, una loba atravesó ese desierto en pleno día y se protegió del ardiente sol arrimándose a la sombra que le daba el cactus, pues éste era muy grande y la cobijó perfectamente. Como el cactus la protegió con su sombra, la loba se hizo amiga de éste aunque él no lo quisiera. Ella comenzó a quererlo mucho, muchísimo en realidad, así que lo que más deseaba era curarle esa horrible llaga que todavía no cicatrizaba, que le seguía doliendo intensamente, pero, cada vez que intentaba lamerle su herida para ayudarlo, se pinchaba con sus afiladas espinas. Por más que lo intentaba, el cactus tenía demasiadas puntas que no la dejaban acercarse más. Ella sabía que un día esa herida terminaría matándolo, así que estaba muy frustrada porque no era capaz de sanar a su amigo. Sin embargo, un día dejó su frustración de lado y se dio cuenta que ella no era la indicada para evadir sus espinas, que no era la apropiada para curar su lesión. Entonces se fue del desierto y llegó al día siguiente con una ardilla. Ésta era muy pequeña y parecía ser débil, pero tenía un gran corazón que la hacía fuerte. Por eso mismo quiso ayudar al cactus pese a que él, en un principio, la trató muy mal. Como ella era muy chiquita, pudo colar sus manitos entre el mar de espinas y le puso un ungüento curativo que logró sanar la herida que estaba pudriendo al cactus en cuerpo y alma. Aunque no fuese la loba quien pudo ayudarlo directamente, ésta sonrió muy feliz porque había ayudado a su gran amigo de otra manera —se produjo una significativa pausa en que dio un largo y profundo suspiro. Entonces continuó —. A veces, por más que quieras acercarte a alguien, por más que quieras ayudarlo, tú no eres la persona indicada para hacerlo. A veces, es otra persona la que sí puede tocar su corazón...
Hinata se llenó de lágrimas que se mantuvieron brillando en sus ojos, sin derramarse. Lo había entendido todo perfectamente, pues estaba mucho más que claro.
—Danzo es la hiena, Sasuke es el cactus, usted es la loba y yo soy la ardilla.
La chica rubia confirmó por medio de una emocionada sonrisa. Poniéndole sus manos en los hombros, la miró fijamente y le dijo lo siguiente:
—Tú eres la única que puede esquivar sus espinas y curar su dolor. No lo olvides, Hinata.
—Gracias de nuevo. Muchas gracias de verdad.
Esclava Sexual, Capítulo Decimosexto
Tras despedirse de la mujer militar, Uchiha eligió a uno de los dieciséis pasajeros que quisieron dejar su camarote disponible (todos de segunda clase). Cuando Hyuga y él abordaron el barco, el capitán los saludó atentamente, diciéndoles que, una vez que el navío emprendiera la navegación, los llevaría personalmente a sus respectivas moradas. También avisó a Hinata que la maleta que dejó abandonada cuando se echó a correr, ya había sido llevada diligentemente hacia su camarote, lo cual ella agradeció feliz. El oficial volvió hacia la cabina de mando, tomó el timón y, a través de los antiguos altavoces hechos de simples latones huecos, dio la orden de zarpar. Rápidamente, la mayoría de los pasajeros se amontonó en el costado que daba hacia el puerto, el estribor. Pese a la tardía hora, igualmente se formó el barullo propio de las despedidas efusivas, pues familiares y amigos acudieron para gritar adioses y agitar pañuelos en el aire como postreros saludos. Las poleas de las pesadas anclas comenzaron a funcionar, provocando que éstas se levaran. La pleamar estaba en su punto más favorable, lo que ayudaría a que los engranajes propios de las naves antiguas comenzaran a impulsar la rústica pero eficaz navegación. El viento soplaba en contra, de modo que la totalidad de las velas estaban arriadas para no generar resistencia. Hinata, mientras tanto, sentía la emoción propia de algo excitante que se hace por primera vez.
—Sujétate bien, porque al partir los barcos siempre dan bandazos.
—Sí —dijo ella, agarrándose firmemente al alto pretil que protegía de caídas.
El barco salió lentamente del surgidero y encarriló el rumbo hacia alta mar barloventeando, es decir, ganando distancia contra el viento navegando de bolina. Jiren dio unos tumbos, pero nada que unas manos bien sujetas o unos pies perfectamente balanceados no pudieran capear airosamente. Pronto los gritos de despedida fueron quedando atrás y la gente a orillas del puerto fue empequeñeciéndose a la par que las estructuras portuarias también lo hacían. Por fin, la nave surcaba hábilmente las rebeldes olas. A Sasuke le sorprendió que Hinata tuviera una sonrisa en su rostro y una mirada emocionada destellando. Parecía estar disfrutando cada detalle del mar iluminado por los fanales.
—Por la sonrisa que tienes en tu cara, deberías ser marinera en vez de guerrera —comentó Uchiha con su voz seria de siempre, sacando del trance a su compañera.
—Ay, e-es que estoy contenta porque el mar es hermoso y porque tampoco me he mareado, ¿te diste cuenta? El barco dio unos remezones fuertes, pero estoy como si estuviera en tierra firme —ratificó su felicidad pronunciando todavía más el ángulo de sus labios.
A Sasuke le pareció increíble que ella se conmoviera de esa manera por algo tan simple. Sin duda, pese a todo el dolor que había experimentado, era una chica entusiasta y que deseaba disfrutar de la vida. Volvió a preguntarse cómo pudo estar tan cegado para provocarle sufrimiento a una mujer así.
—Es un buen indicio que no te marees —dijo al cortar sus últimos pensamientos y retomar los primeros —, significa que, aún estando en alta mar, podrás entrenar sin contratiempos.
—Sé que así será —dijo sonriendo a su manera dulce nuevamente.
Era la primera vez que Uchiha la veía así de contenta. Pensaba en ello cuando el capitán llegó a encontrarlos, mientras en la cabina del timón quedaba el segundo oficial a cargo, el contramaestre.
—Si me permiten les mostraré personalmente sus camarotes. No suelo hacer algo así, pero tener a un guerrero tan ilustre en Jiren —miró a Sasuke — es un verdadero honor. Por supuesto usted, estimada damisela —miró ahora a Hinata —, también nos honra con su belleza y sus refinados modales —hizo una respetuosa señal con su gorra.
—M-muchas gracias, capitán. Usted es un señor muy amable —realizó una elegante reverencia correspondiente.
—No hay nada qué agradecer, es todo un placer guiarlos hacia su destino. Tengan la amabilidad de seguirme para mostrarles sus camarotes.
A medida que avanzaban hacia la planta más alta, en donde se ubicaban los cuartos de lujo, el avezado marino fue indicando los horarios de las comidas, los lugares en donde se ubicaban los botes salvavidas, el casino de juegos, el salón de música y bailes, los comedores, el menú disponible y otros detalles menos relevantes. Ascendieron por una escalera casi vertical —típica de los barcos, ya que ahorraban espacio— y rápidamente llegaron a la planta más alta, entrando a ésta por el pasadizo techado de estribor. Era abovedado, tapizado de un rojo muy suave y, a fin de evitar incendios, con distanciadas antorchas que eran circundadas por protectores de metal. También, a cada prudente trecho, había hermosos cuadros de ornamentación en las paredes: cenefas; frutajes; paisajes terrestres, célicos y marinos; además de dos pinturas de animales. En una aparecía el infaltable terror de los mares: el tiburón blanco, quien abría sus fauces en dirección hacia el cuadro contiguo, en donde un tierno e inocente gatito marrón parecía destinado a ser devorado. Quienquiera que haya adornado este corredor, sin duda que tenía un humor negro bastante festivo.
—Pobre gatito —comentó Hinata; medio en broma, medio en serio.
—No se preocupe, ese gato ha estado ahí durante años y el tiburón todavía no puede comérselo —rió el capitán.
Uchiha, entretanto, pensó en lo mucho que le gustaría cazar a un dientudo escualo. Kisame llegó a su mente entonces... ¿tendría que matar al único compañero que tuvo su hermano Itachi? Esa era una buena pregunta.
—Por cierto —dijo el capitán —, me he dado cuenta que no me he presentado: mi nombre es Culín. Sé que no es un nombre muy bonito, pero la culpa la tienen mis padres. En mi país de origen significa «fuerte como león», pero acá suena como a un diminutivo de lo que ya saben... —llevó una mano detrás de su cabeza, muy avergonzado.
Hinata no se rió por respeto, pero el marino lo contó de una forma en que era casi imposible no dar una risotada. Tuvo que morderse los labios por dentro para no hacerlo.
—Prefiero llamarlo capitán a secas —señaló Uchiha, sin mayor expresividad.
—O también puede llamarme por mi segundo nombre: Dan. Rima con capitán, así que suena mucho mejor que Culín —rió él.
Hinata comprobó una vez más que aquel marino tenía muy buen humor. Sin duda era un hombre agradable, de esos que a cualquiera le gustaría tener como amigo.
Tras dar unos cuantos pasos, se colocaron frente al camarote que ocuparía Hyuga, el cual tenía pintado un número uno en color dorado. El capitán le entregó la llave a la joven, siendo ella quien abrió la puerta. Las lámparas ya estaban prendidas, de modo que instantáneamente quedó asombrada con el hecho de que un barco pudiese tener una habitación tan amplia. Al igual que la estructura del navío en sí, el piso y los muros de la habitación estaban conformados por fuerte madera robliza, pero con refuerzos metálicos en puntos claves. Había una gran cama matrimonial y a su lado una claraboya redonda con cortinas a los lados; también un espejo, un armario, un velador, un reloj de péndulo, un sillón afelpado, sillas alrededor de una mesa redonda y una mullida alfombra de tono azuloso que cubría casi todo el suelo, ideal para aminorar algún porrazo producto de las repentinas zozobras propias de un barco de la época. Por las mismas, todos los muebles estaban adosados al suelo para evitar incómodos deslizamientos. Las paredes estaban correctamente barnizadas y de ellas colgaban tres pinturas de hermosos animales mitológicos: un pegaso, un unicornio y un fénix. Era una habitación muy acogedora, tanto que Hinata se enamoró a primera vista de ella.
—El baño está tras esa puerta —indicó el capitán la única que había.
Hinata la abrió, quedando sorprendida con lo espacioso que era. Entretanto, Sasuke dejó la maleta de oro en el gran armario, dejando también allí el arco que traía en su espalda. Poco después, ella guardó sus valijas en el mismo lugar, mientras el capitán le indicaba que la llave del ropero estaba en el colgador que estaba junto al velador. Hyuga cerró el mueble, aunque sin poner seguro pues pronto desempacaría algunas cosas.
—Espero que su camarote sea de su gusto, señorita. Es el mejor que tenemos.
—Es precioso —dijo inmediatamente.
—Me alegra mucho que le guste —sonrió para luego dirigirse al guerrero —. Señor Uchiha, su camarote es mucho más modesto, pero espero que igualmente le resulte cómodo.
—Para mí, cualquier cosa que tenga una cama ya es una gran comodidad.
Así, el capitán llevaría al espadachín para conocer el suyo, pero Hinata haría una rápida muestra de su curiosidad.
—¿Te puedo acompañar, Sasuke?
Él abrió su brazo como muda respuesta y ella se tomó enseguida de éste.
El barco casi no se balanceaba, signo de lo apacible que estaba el mar. Avanzaron por babor hasta llegar a otras estrechas escaleras, también posicionadas en una pronunciada verticalidad a fin de ahorrar espacio. Bajaron uno tras otro hasta llegar a la tercera planta, la más baja, a donde el sol evidentemente nunca llegaba. Se introdujeron por un corredor también abovedado, pero mucho más humilde que el anterior. No había un fino tapiz ni hermosos cuadros decorativos, sólo una fría e impersonal pintura blanca en las paredes. Una vez más quedaba muy claro la gran diferencia que había entre tener dinero y no tenerlo.
Avanzaron por el angosto pasillo que remataba su confín en una «T». Doblaron hacia el brazo de la izquierda en donde había una hilera de cinco puertas. La primera de ellas, la número treinta y nueve, era la que correspondía a Uchiha. El capitán iba a abrirla, cuando el soldado notó algo peculiar en el último camarote de aquel corto pasadizo: estaba sellado con dos gruesas tablas clavadas en forma de «X», como si echarle llave no fuera suficiente para impedir intrusos. Instantáneamente sus cejas se curvaron para mostrar su extrañeza.
Súbitamente se produjo una zozobra que hizo trastabillar a Hinata, quien se sujetó firmemente al brazo de Sasuke para evadir un percance. Por otro lado el capitán, como el avezado hombre de mar que era, ni siquiera pareció sentir el bandazo recién ocurrido. Sasuke estuvo a su altura o inclusive mejor, pues, al ser un guerrero extraordinario, poseía un equilibrio realmente fantástico.
—Ese camarote está sellado —lo indicó Uchiha —. ¿Por qué?
El marino pareció dudar un poco antes de contestar, atusándose la morena barba. Aquél parecía un gesto arraigado en su personalidad cada vez que meditaba. —Me gustaría decírselo, pero quizás la dama no está preparada para escucharlo —miró a Hinata mientras le prodigaba un tono de preocupación en su semblante.
—Esta chica es más fuerte de lo que aparenta —señaló el joven con sorprendente seguridad.
—Puede hablar sin cuidado —apoyó las palabras de Uchiha rápidamente. Ella le demostraría que tal confianza tenía una sólida base de la cual sustentarse.
—La felicito por ser una chica valiente —la halagó el capitán, fiándose de lleno a su entereza.
—Gracias —sonrió la aludida.
El experto en náutica oteó cada extremo del corredor, comprobando que no había nadie. Sin embargo, pareció no serle suficiente, pues abrió la puerta del camarote a la vez que decía en un susurro: —Se los contaré adentro, ya que es un secreto.
Los tres atravesaron el dintel, a lo que el capitán cerró. Hinata sintió emoción, pues parecía tratarse de algo muy importante. Mirando al oficial, ni siquiera se percató de lo pequeño que era este camarote. Uchiha, entretanto, le pareció que las reservas que se estaba tomando estaban de sobra; no debía ser nada de real interés. Echando un rápido vistazo a su actual morada, quedó conforme pese a lo poco espacioso.
El navegante carraspeó antes de hablar. Luego, en un volumen más bajo del normal pero más alto que un susurro, comenzó a explicar la razón de que el cuarto del fondo estuviera sellado.
—Hace cinco meses, en ese camarote se suicidó una mujer cortándose las venas en el baño —sin querer, Hinata removió un poco el brazo de Uchiha —. Usted sabe, señor, que los hoteles con años encima tienen muchas historias acerca de sus huéspedes, así que los paquebotes antiguos como éste también las tienen, pero nunca habíamos vivido algo tan grave para contar. Desde entonces los marineros han dicho que ese camarote está maldito, que hay algo diabólico e invisible que habita en él.
—Cielo santo —expresó Hyuga sin poder evitarlo.
El hombre de cuatro décadas percibió miedo en esas palabras, por lo que decidió aligerar un poco el peso de la historia. Contaría todo con la mayor veracidad posible, pero omitiría un detalle importante por el bien de la fémina. Mañana se lo relataría al general Uchiha en cuanto pudieran hablar a solas.
—Aunque eso no es todo: la cabina habría seguido abierta al público sin ningún problema, pero, apenas la pusimos disponible, volvió a suicidarse otra mujer de la misma manera que la anterior —ausentó, a propósito, otro detalle macabro que podría espantar todavía más a Hinata: la segunda chica que se mató no lo hizo en esa habitación, sino en otra de la planta de lujo.
Esta vez la joven no dijo nada para no demostrar miedo, pero un prolongado escalofrío recorrió su zona abdominal. Se aferró más al brazo de Sasuke en busca de instintiva protección. Desde niña pequeña siempre le había tenido miedo a cosas así, pues, como Neji en esa época la odiaba, siempre le contaba cuentos de terror para asustarla. Por ello, monstruos espeluznantes o macabros asesinatos quedaron grabados por siempre en su memoria.
El oficial dudó si seguir contando más cosas. Uchiha previó que eso no era todo, de modo que lo instigó a que continuará.
—Prosiga, quiero saberlo todo.
Deshaciendo su renuencia él dio el asenso, aunque se veía preocupado. —El problema es que, aunque haya sellado el camarote, hay algunas personas, tanto marinos que conocían los casos como pasajeros que no tenían manera de saberlo, que dicen haber oído llorando a mujeres de una forma fantasmagórica en distintos sectores de Jiren. Incluso dos de mis marinos, ahora retirados del barco por miedo, no sólo las oyeron: me juraron haberlas visto paseándose con las venas cortadas —dio un profundo respiro —. Ya sabe, supuestamente son almas en pena que no pueden descansar en paz.
Hinata sintió como si unos dedos de hielo le tocasen la nuca, para comenzar a recorrer lentamente su espalda. Sus vellos se frisaron, mientras una sensación de grave angustia recorrió sus células. El miedo psicológico se hizo patente en lo físico de una manera muy potente. Quería ser una guerrera y demostrar lo valiente que podía ser, pero desde niña las cosas sobrenaturales lograban asustarla de verdad. Lo desconocido solía engendrar mucho temor, pues la imaginación tenía la facultad de crear terrores escabrosos. Hubiese preferido no saber los detalles recién narrados por el oficial, ya que así habría disfrutado mucho más el viaje. Su corazón, lleno siempre de una infantil confianza en el porvenir, se atestó de un mal presentimiento que acabó por hacer mella en ella.
—Interesante —dijo Uchiha con un aplomo sobresaliente, digno de un guerrero que no le temía a nada.
Para Hinata, en cambio, lo relatado tenía poco de interesante y mucho de tétrico. Pronto se apegó más al soldado, pues estando a su lado se sentía protegida, como si nada pudiese sucederle.
—Usted sabe, señor, que la gente suele ser supersticiosa y los marinos lo son todavía más. Como el mar es peligroso acostumbran crear muchas leyendas de carácter sobrenatural: sirenas, monstruos marinos, barcos fantasmas, islas embrujadas, zonas malditas que hunden barcos y un largo etcétera. Ni yo ni el contramaestre creemos en cosas alimentadas sólo por la imaginación; sabemos que los suicidios fueron sólo una lamentable coincidencia, pero consideramos prudente sellar el camarote para mantener tranquilos a los marinos supersticiosos que dicen que ese cuarto está maldito. Le suplico humildemente que no informe a nadie más de esto o mucha gente que cree en cosas así dejaría de subirse a nuestro barco por considerarlo embrujado. De hecho, ya en los muelles están empezando a correr rumores, de modo que pronto le cambiaré el nombre a Jiren. Respecto al cuarto la excusa que doy siempre es que necesita una gran remodelación, pero consideré pertinente contarle la verdad a usted.
—Ni de mí ni de ella —Sasuke indicó a Hinata con su mano — saldrá palabra alguna al respecto.
La fémina apoyó con un movimiento de cabeza afirmativo.
—Muchas gracias —dijo el marino.
—Capitán —prosiguió el guerrero más fuerte —, convendrá conmigo que dos suicidios en la misma habitación y en un período tan corto de tiempo es una coincidencia muy llamativa. Éstas existen, es cierto, pero sin duda que esto es peculiar.
—Sí, sin duda que lo es —consintió el de más edad, sin corregir el hecho que las dos muertes no ocurrieron en el mismo camarote. Mañana, a solas con él, se lo precisaría.
—¿No hubo algún grito, llamada de auxilio, o algo, que indicara que se trató de asesinatos?
El oficial abrió los ojos, inundándolos de sorpresa. A efecto de la misma, tardó un poco en responder.
—No, señor, en ninguno de los dos casos hubo grito o señal que indicara homicidios. La investigación de la fuerza policial concluyó que fueron suicidios.
Sasuke permaneció pensativo en el transcurso de unos segundos. Hinata lo miró entre sorprendida y anhelante de que dijese más palabras.
—¿Cuantas llaves maestras hay? —Uchiha esbozó que, como éstas abren todos los cuartos, alguien podría entrar perfectamente sin ser sorprendido.
—Sólo una, señor.
—Usted la tiene, me imagino.
—Sí, y únicamente para casos de extrema emergencia —consideró necesario aclararlo —. Le aseguro que la privacidad de mis pasajeros es inviolable.
—¿Existe la posibilidad de que alguien haya tomado su llave maestra alguna vez?
El de mayor edad volvió a acariciarse la barba unos instantes antes de contestar. —Bueno, por algún motivo que desconozco, se me cayó en la cubierta hace varios meses. Estuvo muchos días perdida, pero Hiro, un marino que todavía navega conmigo, me la pasó después cuando la encontró.
—Puede haber sacado perfectamente copias de la llave. Y no sólo él. Eso quiere decir que alguien podría entrar a todas las habitaciones cuando así lo quisiera.
El capitán quedó muy pensativo con lo recién dicho, además de sorprendido con la rápida deducción del guerrero. Los agentes policiales habían tardado en esbozar esa posibilidad, mientras Uchiha a escasos segundos de saberlo ya la había planteado. Le quedó claro que, aunque guerrero, también era alguien muy analítico. Hinata, mientras tanto, estaba comenzando a sentirse muy intranquila, pero intentó no evidenciarlo.
—¿Las víctimas tenían alguna relación entre sí, con los marineros o con algún pasajero frecuente?
—Lamentablemente no estoy al tanto de eso, general.
Silencio profundo. Los ojos del joven se orillaron hacia la vacía pared, abstrayéndose. —¿Tiene los informes de ambos suicidios? —tras varios segundos, preguntó finalmente.
—Sí, señor. La comisaría me pasó copias del proceso y del dictamen.
—Mañana revisaré esos papeles. Seguramente ambos casos sólo sean una coincidencia muy desafortunada, pero les daré una ojeada por curiosidad.
—Por supuesto, señor. Estoy completamente a su disposición, así que puede pasar por los informes a mi oficina cuando así lo desee.
—Bien, eso es todo —terminó sin más, ejerciendo su manera seca de siempre.
—Entonces me retiro a mis últimas labores. Lamento si este suceso les provoca alguna molestia, pero espero que, pese a lo que he contado, disfruten su estancia en Jiren. Es un gran barco y les aseguro que no tiene nada de maldito.
Hinata fue quien asintió en lugar de Sasuke. —M-muchas gracias por su amabilidad, capitán. Agradecemos también su confianza al revelarnos este secreto —quiso brindar una gran sonrisa, pero se quedó sólo en la intención; después de lo escuchado sus labios apenas se curvaron.
Al ver el evidente cambio de ánimo en Hinata, el oficial se sintió compungido por haber abierto la boca. El hecho de que ella misma pidiera el relato esbozando valentía, no lo hizo sentirse mejor. Lo cierto era que la segunda mujer que se suicidó lo hizo en la habitación número uno, precisamente la destinada a Hinata. Sin embargo, era tan amplia y lujosa que no podía sellarla como sí lo hizo con la de segunda clase. Habría sido un desperdicio tremendo de espacio sólo por ridículas supersticiones. Confiaba en que estando en la ignorancia, ella podría menospreciar el asunto con el transcurrir de las horas. Finalmente, despidiéndose con un animoso movimiento de su gorra, salió del camarote. A su partida, Sasuke tomó asiento en la cama lentamente. Reflexionando, afirmó sus codos en los muslos mientras los dedos de sus manos se entrelazaban para afirmar su mentón. Hinata no recibió ninguna invitación para hacerlo, pero se sentó a su lado con confianza. Su felicidad inicial había mutado a un claro pesar.
—Veo que este viaje me será mucho más interesante de lo que pensaba —dijo para sí mismo; la prueba fue su volumen casi inaudible, pero que Hinata igualmente escuchó —. Existe la posibilidad —subió su tono — de que haya un asesino en este barco. De ser así, lo más lógico es que sea alguien de la tripulación o alguien que viaja constantemente aquí. El tal Hiro asoma como el primer sospechoso.
—¿De verdad lo piensas así?
—Probablemente sea nada, pero no hay que descartar la posibilidad. Dos suicidios en un margen tan corto de tiempo es una coincidencia muy llamativa.
—E-es verdad —concordó al instante —. Y por lo mismo me da un poco de miedo. Eso y lo de las fantasmas paseándose por el barco —al decirlo, un severo frío recorrió su cuerpo.
—Si quieres ser una guerrera tienes que volverte más valiente desde ya mismo —aleccionó clavándole la mirada.
—Lo sé, Sasuke, lo sé... pero las cosas sobrenaturales siempre me han dado mucho miedo —dijo ella esquivando a los negros orbes, avergonzada.
—Por lo visto, convertirte en una bestia indomable no me será nada fácil —si no fuera por su tono serio de siempre, casi se diría que sus palabras tenían el sabor de una broma.
Ella suspiró hondo a fin de relajar un poco su tensión. —La verdad yo estaba contenta de viajar por primera vez en barco, pero mi felicidad se cortó de cuajo con esto.
—Tranquila, estás bajo mi cuidado así que absolutamente nada te pasará. Yo estoy aquí para protegerte —lo dijo de manera despreocupada, sin ser consciente del real significado y alcance que tenían esas palabras.
Ella sonrió, avivando su mirada con ternura y agradecimiento. Se dio cuenta que incluso una situación de mal tenor era capaz de generar cosas positivas, pues esto podría servir para unirlos mucho más. Pensando aquello, la mala nube mental fue extinguiéndose mientras el horizonte plasmaba colores más auspiciosos.
—¿D-de verdad me cuidarás?
—Te lo debo después de todo lo que te hice sufrir, así que despreocúpate. Además, ahora soy tu maestro y mi responsabilidad es velar por ti como alumna.
—G-gracias —volvió a sonreír, aunque esta vez de manera más tímida.
Se produjo un pequeño mutismo en el que ella aprovechó de observarlo de forma ávida. Su cariz era reflexivo, por lo que dedujo algo que enseguida plasmaría verbalmente.
—¿Piensas descubrir si esos suicidios en realidad fueron crímenes? ¿Si acaso hay un asesino en este barco?
—Me interesa más entrenarte —dijo volviendo en sí —, así que no será mi prioridad en ningún caso. Debieron ser suicidios, pero igualmente existe una probabilidad, aunque ésta sea ínfima, de que realmente pueda haber un asesino suelto en este barco. El tal Hiro es el sospechoso principal, así que mañana me encargaré de hablar con él. De todas formas, el capitán también entra en la lista de sospecha.
—Pero él parece un hombre tan amable y simpático...
—Sí, ¿pero quién sabe qué sombras habitan en su alma? Con el nombre que tiene, no me extrañaría que Culín matara a sus padres y odiase al mundo entero.
—Sasuke... —aunque el tono de él fue tan serio como siempre, Hinata estuvo a punto de reírse. Pese a lo oscuro del asunto, un asesino llamado Culín llamaba a sonreír inevitablemente. Aunque Sasuke nunca echaba bromas, a veces parecía usar muy bien el humor negro.
—Por el momento —continuó él de manera indiferente — no comerás nada, absolutamente nada de lo que te ofrezcan a tu cuarto. Por ser primera clase tienes la opción de que te lleven las comidas, pero vas a desecharla de raíz.
—¿Por qué?
—Debido a que eres mi acompañante, el supuesto asesino podría intentar envenenarte y no sería algo extraño. Es la forma más fácil, cobarde e impune para matar. Emperadores, generales y reyes han muerto así, incluso envenenados por sus propias mujeres. Por ejemplo Agripina la Menor, esposa del emperador Claudio, lo mató envenenándolo —Hinata sintió como la sorpresa se apoderaba de su semblante. No sólo por el hecho de que una cónyuge matara a su marido, sino también porque Sasuke sabía un montón de historia —. Estoy seguro que conmigo muchos han tenido la idea de hacer lo mismo para sacarme del camino; el cobarde de Danzo el primero de todos. Sin embargo, yo jamás como en el cuartel ni en ningún lugar que no sea mi propia casa. Y estando en guerras yo hago mis propias meriendas o como las de Ino, que es la única en la que confío. O mejor dicho —precisaría algo muy importante —, era la única persona en que confiaba... pero ahora hay dos.
—¿Confías en mí? —preguntó emocionada, adivinando que se refería a ella.
—Por supuesto —dijo sin dudar un solo segundo—. No sólo no quisiste matarme cuando tuviste la oportunidad, sino que también me salvaste la vida. ¿Cómo podría no confiar en ti después de eso? —aceró su mirada al decirlo.
—Gra-gracias... —por un par de segundos, sus luceros parecieron aclararse tanto como el plenilunio —, y-yo... yo también confío en ti ahora.
Ambos no tardaron en advertir lo trascendentales que habían sido tales palabras. Incluso Sasuke, siempre reacio, notó la importancia innegable de éstas. Un Uchiha y una Hyuga confiando el uno en el otro parecía una vil mentira, mas era una completa y emocionante realidad. ¿Quién diría que los designos del destino podrían ser burlados de esa forma?
—En lo que no confío es en tu comida... —lanzó para cortar el extraño ambiente sentimental que estaba formándose.
Como solía suceder, la cara de Hinata abandonó el color piel para adoptar un brillante bermellón. Actualmente la cocina era su talón de Aquiles, pero después del consejo de Ino, el de los tomates, estaba segura que podría mejorar la apreciación de Sasuke respecto a sus dotes culinarios. Recordando la reciente cena, preparada y servida por la blonda antes de ir al muelle, no sintió que hubiera mucha diferencia entre sus talentos.
—¿La señorita Ino cocina bien? —quiso saber la opinión del exigente guerrero.
Uchiha quedó pensativo, recordando los desayunos, almuerzos y cenas hechos por ella.
—Algunos platillos le quedan muy bien, pero otros no los comería ni un animal famélico.
Hinata sonrió inevitablemente. El tono serio y hosco no cambiaba, pero esa respuesta le pareció divertida. Luego decidió retomar el tema realmente importante.
—E-entiendo perfectamente lo del veneno... ¿pero entonces pasaremos una semana sin comer?
—No; iremos donde el chef principal para vigilar su quehacer estrictamente, así estaremos seguros que no agrega nada anormal en sus comidas y que sus mozos tampoco lo hacen. Y en caso de que sea muy tarde, le diré al capitán que te dé vía libre para que tú prepares nuestras cenas.
—¿Yo?
—Aunque, pensándolo bien, morir envenenado o comer tus comidas es prácticamente lo mismo.
—Sasuke... —musitó con un tierno puchero ofendido, aunque luego renovó sus ánimos —. Te demostraré que puedo cocinar platillos mucho mejores que esa vez.
—Lo dudo mucho.
—Ya verás —reafirmó con la seguridad de una experta chef. El grandioso secreto de los tomates le daría la victoria ante ese paladar tan exigente.
El guerrero notó que Hinata iba adquiriendo mayor confianza en sí misma. Todavía le faltaba mucho, pero aquella era una buena señal de cara a su entrenamiento.
—Por cierto —señalaría él algo importante —, traba la entrada de tu camarote sólo por precaución. Como los muebles están adosados al suelo, toma esta espada —se dio una pausa a fin de desenvainar la secundaria, entregándosela a ella — y clávala firmemente contra el suelo. La hoja es del hierro más sólido de todos, así que, con ésta como obstáculo, absolutamente nadie podrá empujar tu puerta.
—Entiendo —cuidadosamente colocó la pesada arma sobre sus muslos —, ¿pero clavando la espada al piso no dañaré mucho la madera?
—Eso da igual, tu seguridad es lo primero.
Dichas esas palabras, Hinata ponderó que él realmente quería protegerla. No es que lo dudase, mas nunca pensó que pondría tal ahínco.
—M-muchas gracias por preocuparte por mí.
Su mirada albina, esta vez más atenta, bajó hacia la espada y la reconoció enseguida: era la misma que había atravesado la cabeza de Rock Lee; la misma que tuvo que desencajar de su cráneo para después atacar a Uchiha en defensa de Neji. Instantáneamente, su rostro se nubló con tristeza por el hórrido hecho. No importaba cuanto mejorara la relación entre ellos, siempre asomaban cosas amargas que se encargaban de puntualizar todo lo sucedido. A razón de esto, sus párpados cayeron un poco a la vez que daba un afectado suspiro.
Uchiha se percató que su distintiva arma debió desencadenar el recuerdo de aquel combate, pero no dijo nada. Ese frío metal había matado a cientos y cientos, de modo que el tal Lee era sólo uno más entre la inmensa montaña de sus víctimas. De todos modos, esbozó la idea que podría cambiar sus espadas por otras en un futuro cercano.
—Bien, es hora que vayas a tu camarote. Mañana será tu primer día de entrenamiento, así que necesitas descansar bien porque te será brutal.
Hinata reaccionó dando dos rápidos parpadeos. Decidida a desterrar sus pensamientos penosos, se enfocó en las cosas positivas que había visto en Sasuke, pues si quería ayudarlo debía apartar los rencores e intentar potenciar las virtudes que él poseía. Estaba segura que este viaje les serviría a ambos; en eso tenía que concentrarse realmente. Echó un rápido vistazo a la morada antes de irse, recién advirtiendo lo pequeña que era. La diferencia entre este cuarto y el suyo era igual que comparar a una ballena con una liebre. Una vez más quedaba clara la desigualdad que siempre forjaba el poder del dinero. Por un momento sintió ganas de invitarlo a pernoctar junto a ella, pero habría sido un descaro muy grande. El pudor emergió como un leviatán dentro de su ser.
—Casi se me olvida —dijo él de improviso, a lo que ella reaccionó mirándolo —, te daré dos tareas importantes: la primera es que a partir de hoy dejarás de usar tu mano derecha. No harás nada con esa mano; absolutamente nada —recalcó dándole más volumen a su voz —. Para todo emplearás la izquierda y quiero que cada noche escribas con ella. Haz cuenta que tu diestra te la han amputado. Si te veo utilizándola una sola vez me veré obligado a amarrártela al cuerpo.
Ella separó un poco sus labios, señal física de la sorpresa que arribó a su mente.
—¿Eso para qué es? —preguntó cuando volvió en sí.
—Si realmente quieres ser una guerrera debes convertirte en ambidextra.
—¿Ambidextra?
—Utilizar las dos manos por igual, con la misma habilidad. Empleando ambas serás mucho más peligrosa e impredecible y el enemigo nunca podrá tomarte desprevenida sacando provecho de tu lado más débil. Yo nací diestro, pero entrené tanto la zurda que para cosas normales ahora la uso incluso más que la derecha. Y en combate me valgo de ambas por igual.
Con su boca y ojos abiertos, Hinata expelió claramente su asombro.
—Cuando comiences a escribir con la zurda al igual que lo haces con tu diestra, significará que estás cerca de lograrlo —añadió tras el mutismo femenil.
—¿Es muy difícil? —atinó a preguntar.
—Es sólo costumbre. Úsala constantemente y te darás cuenta que volverla tan hábil como tu diestra no es tan difícil como parece. Te tomará tiempo, pero te darás cuenta que vale mucho la pena.
—Entiendo. Lo intentaré.
—Intentarlo no sirve de nada —repuso—. Hazlo o no lo hagas.
—Está bien, lo voy a hacer. ¡Lo haré! —enfatizó inundándose de animado temple. La idea de ser una guerrera lograba motivarla inmediatamente.
A sus palabras, Uchiha vivió una satisfacción interior.
—Segunda tarea: debes fortalecer tus bracitos de bebé desnutrida. Necesitas más fuerza sí o sí. Evidentemente nunca tendrás la misma que un hombre, pero debes alcanzar tu máximo potencial. Tener más fuerza siempre es mejor que tener menos, así que quiero que hagas ejercicios enfocados a desarrollar tus bíceps y tríceps. De esa forma, la desventaja del poderío físico será menos pronunciada.
—Sí, Sasuke, te prometo que mis bracitos escuincles se volverán los de un dragón —bromeó muy motivada, mientras contraía el brazo para hacer notar el milímetro que tenía de músculo.
Una sonrisa acudió a los negros ojos de Uchiha. Sus labios quisieron contagiarse de ella, mas la reprimió por su costumbre de hacerlo así. Era un general de ejército, no un chiquillo travieso. Sin embargo, comenzaba a sentirse tan cómodo junto a Hinata que, por un momento, le habría gustado ser más expresivo. Ella y su inocencia inspiraban a brindar una confianza total.
Siguieron hablando detalles del entrenamiento, lo cual le vino muy bien a Hinata para olvidar su preocupación anterior respecto a los suicidios. Ser una guerrera le daba un sentido a su vida, pues al convertirse en una podría gobernar su propio destino. Y Sasuke se veía tan tranquilo que le terminó contagiando la misma relajación. Ahora se sentía mejor gracias a él.
Desde la planta superior ubicada a babor, cuidándose de no ser vista, una mujer observó atentamente tanto a Sasuke como a la chica que había visto tomada de su brazo. Cuando desaparecieron por el sector de segunda clase, respiró de manera tan profunda que pareció no haberlo hecho por horas enteras. Luego una mueca se formó en sus labios y un tinte triste colmó sus ojos. Pronto el viento agitó sus largos cabellos, deslizándolos de manera contigua a sus mejillas, como si quisieran alcanzar aquella pareja que divisó segundos antes. Por un momento, pensó en hacerse un improvisado rodete o una coleta para capear el viento, mas prefería mantener el cabello suelto. Mientras pensaba, presionó sus labios el uno contra el otro como si tuvieran una lucha personal.
—¿Por qué la vida se encarga de dar esta clase de coincidencias tan dolorosas? ¿Por qué le gusta ser tan cruel?
Pese a que lo dicho fue sólo un susurro, el hombre que se le acercaba escuchó perfectamente. Tenía un aire salvaje, cabellos desordenados, mirada aguda, un semblante seguro y dos espadas al cinto. Todo lo anterior resaltaba a primera vista. Se trataba del actual guardaespaldas de la fémina, quien lo había contratado hacía meses. Le era necesario tener siempre uno, pues, como espía retirada, sabía secretos que más de alguno podría querer silenciar eternamente.
—¿Lo dices por Sasuke Uchiha? —preguntó él, tuteándola con toda confianza. Aunque tenían una circunstancial relación de jefa y subordinado, ambos se consideraban como iguales, pues aquel hombre estuvo en el ejército con un alto rango. Además, después del tiempo que llevaban juntos, terminaron formando una inevitable amistad.
—Ay, deberías hacer más ruido al caminar —se quejó de su inadvertida presencia. Se volteó para mirarlo con sumo reproche y luego dio un gran suspiro antes de responder —. Sí, me refiero a Sasuke —aceptó lo que era evidente, pues su guardaespaldas estaba al tanto del asunto, aunque no porque ella se lo dijese. Según la versión de él, se lo había contado un pajarito —. Mi ex no debería viajar en el mismo barco que yo. Sé que terminamos hace mucho tiempo, pero no es una coincidencia agradable verlo con otra mujer.
Él formó una sonrisa punzante. —¿Acaso sigues amándolo? —podía ser impertinente, pero su personalidad solía serlo.
La mujer esbozó una mueca triste. Se ahorró advertencias de secretismo, pues el hombre que la acompañaba podía ser entrometido, pero también alguien muy confiable. Por ello, le contaría lo que sentía como una manera de desahogarse. Después de todo, no tenía a nadie más a la mano.
—Pensaba que ya no sentía nada por él, que lo había superado de raíz, pero verlo con esa mujer tomándose de su brazo me ha dolido mucho. Sinceramente, sentí como una cuchilla entrando en mi corazón. Creo que a pesar de mis esfuerzos por olvidarlo, todavía siento algo demasiado fuerte. Para mi pesar me dejó marcada para siempre.
Él se conmovió por el tono angustiado, por lo que sería menos duro de lo normal. —Lo lamento mucho, pero después de tanto tiempo ya deberías superarlo.
—Lo sé... ¡lo sé! —repitió exclamando frustrada —. Pensé que ya lo había hecho, pero me dolió verlo con ella y no pude evitarlo. Quizás todavía siento que las cosas con Sasuke quedaron inconclusas, que pudieron ser distintas. Me cuesta dar vuelta la página cuando le entregué todo lo que una mujer enamorada puede entregar.
—¡Eh...! —dicha su interjección, carraspeó sonoramente —, no quiero saber esos detalles.
—Tonto —se quejó —, me estaba refiriendo a lo espiritual, pero tú nunca entenderás nada. Eres un insensible igual que todos los hombres.
—En este mundo es mejor ser insensible, porque involucrarse más de la cuenta siempre trae problemas. Entregarse espiritualmente, como tú dices, es ir directamente hacia la boca del lobo.
—Lo dices porque nunca te has enamorado.
—Ni quiero sentir tal cosa; así vivo sin preocupaciones ni dolores. Hago lo que quiero precisamente porque no tengo ataduras sentimentales.
—Tú eres un caso perdido que nunca conocerá la felicidad que brinda el amor.
—Pero tampoco su dolor —precisó triunfante. Enseguida agregó —. ¿Piensas hablar con Uchiha o lo esquivarás durante el viaje?
Ella masajeó suavemente su gollete. Luego respondió. —No pienso ocultarme sólo porque él también esté aquí. Mañana lo saludaré e intentaré hablarle naturalmente; hoy no tengo ganas de cruzármelo y adivino que él tampoco.
—Entiendo —se limitó a decir, mientras posaba sus ojos en el vasto mar.
—Puedes irte a dormir si quieres, necesito estar sola por un rato.
—¿Estás segura?
—Sí, en este barco nada me pasará. Puedes relajarte y tomar este viaje como si fueran vacaciones.
—De todas formas pónte al socaire o este viento húmedo terminará resfriándote —por el tono ejercido, el jefe pareció ser él.
Sin añadir más palabras, el ex-militar se dirigió hacia su camarote. Ella, entretanto, se perdió en un largo cúmulo de nostalgia que la obligó a suspirar repetidas veces.
Hinata partió hacia su habitación, volviendo a pensar en todo lo relatado por el capitán. El solo hecho de los suicidios y las fantasmas ya era preocupante, pero que además pudieran haber sido femicidios cometidos por un asesino que se paseara a sus anchas por Jiren, resultaba perturbador.
Caminaba incómoda por el peso de la espada, pues a duras penas lograba sostenerla con una sola mano. Comprobó muy bien la razón de que Ino emplease katanas, de modo que ella haría lo mismo en un futuro. Con muchísimo cuidado, subió por la escalera metálica que dirigía hacia el puente y, apenas salió de ésta, el barco zozobró de una manera casi estrepitosa. Por suerte, logró equilibrarse sujetando el arma con ambas manos y clavando la punta en el suelo. Ella misma se sorprendió con su veloz reacción, dándose cuenta que sus reflejos tocaban lo sobresaliente. Además de lo anterior, también se sintió feliz porque, pese a haber cenado en el hogar de la rubia castrense, en ningún momento sintió arcadas ni nada parecido. Sonrió; seguramente su abolengo guerrero estaba saliendo a flote.
Volvió a emprender el rumbo hacia su camarote. Llegando a éste, usó la llave, traspasó el dintel y dejó la puerta abierta para que las luces del pasillo iluminasen hacia dentro. En todo caso no era necesario hacerlo, ya que las farolas del cuarto seguían ardiendo gracias al sebo de ballena, el cual podía quemarse durante incontables horas. Echó una nueva inspección a su lujosa morada, aunque por alguna razón ya no le pareció tan hermosa como en un principio. Seguramente lo contado por el barbado navegante seguía dándole vueltas por la cabeza.
Dejó la espada a un lado y desempacó algunas ropas, guardándolas en el ropero. Se puso su holgado y cómodo pijama, dispuesta a caer en el mundo onírico lo antes posible. Se lavó los dientes y vació por última vez la vejiga para que ésta no le importunase el sueño más tarde. Apagó tres farolas colocándoles encima el latón que les quitaba el oxígeno, pero dejó dos prendidas. Tal acción le recordó su niñez más temprana, dado que, como le temía a la oscuridad, solía dejarlas encendidas para sentirse más segura. Ahora era una mujer adulta que no debería hacer algo así, pero estaba sola y nadie podría recriminarla. Además, sería por esta única noche mientras el temor se extinguía definitivamente. Echó la llave a su habitación, dejándola puesta en la cerradura. Como última acción precautoria, clavó la espada firmemente al suelo, por detrás de la puerta, para que actuase como traba. Le sorprendió que el arma vulnerase el suelo con apenas un movimiento, pero sin duda que la solidez del metal y su filo eran extraordinarios. Así, no tardó mucho en quedarse dormida.
Casi una hora más tarde, despertó sincronizándose con el portentoso estruendo de un aullido eó fue su perturbación que su corazón pareció cambiar de lugar, decidiendo que la garganta le diera acogida en vez del pecho. Así lo sintió ella: latiendo allí ferozmente. Quizás fuese por una pesadilla que pareció muy real, mas juraría que algo pasó deslizándose por encima de sus frazadas. Espantada y con sus nervios convertidos en escarpias, intentó escrutar el cuarto, mas no pudo hacerlo: las dos farolas, las mismas que se suponía podían arder por noches enteras, estaban apagadas...
Cuando escuchó una respiración alterada que producía ecos inhumanos, empezó a tembletear peor que una gelatina; estremecimientos espasmódicos acosaron sus extremidades. Tragó saliva rápidamente dos veces, mientras sus facciones se pintaban de angustia. Plagada de miedo, subió las cobijas hasta embozar su rostro. Llamó a Sasuke, pero su voz no salió audible. Ni siquiera ella misma la escuchó. Y, aún si lo hubiese logrado, él jamás podría oírla por la enorme distancia que los separaba. Subió las sábanas hasta taparse completamente, como si ocultarse debajo de ellas pudiese protegerla de algún modo. Su respiración se volvió adrenalínica y las palmas de sus manos se cubrieron de sudor. Acurrucándose, adquirió una instintiva posición fetal, rogando que nada estuviera en su habitación, que todo fuese fruto de su imaginación. Pasaron varios segundos hasta que el hemisferio más racional de su cerebro tomó control de su ser. Intencionadamente, calmó su respiración inhalando lentamente. Tras cosa de un minuto, la calma se imbuyó en su ser. Sin embargo, pronto sus oídos tomaron noción de algo peculiar: el viento incrementó su fuerza, pasando de silbar en primer lugar a luego aullar algo que parecía una tétrica condena. Ululaba de una manera que Hinata jamás había escuchado en toda su vida. Sin duda, en la planicie del mar el viento no encontraba ni cadenas montañosas, ni bosques, ni edificios que pudieran detener su avance. Corría libremente, a todo placer.
Tragó saliva una vez más, pensando que si deseaba ser una guerrera tenía que demostrarlo ahora mismo. Se sacó las frazadas que la cubrían e intentó que sus ojos vislumbraran algo. No obstante, la oscuridad era demasiado profunda para atisbar siquiera. Su mano más hábil fue hacia el velador, tanteando a ciegas para hallar la cajita de cerillas. No demoró mucho para que ésta contactara sus dedos. Se irguió lentamente en la cama hasta estar de pie, el techo quedando a sólo algunos centímetros de su cabeza. Estirándose lo más que podía, tanteó la pared que iba más allá del lecho. Casi se cayó del catre, pero logró encontrar la lámpara y enseguida la encendió. Ésta opacó un poco sus temores brindándole la ansiada luz que serviría para revisar el camarote. Empero, la iluminación fue muy tenue, mucho más de lo que ella hubiese deseado. De súbito, escuchó lentos pasos más allá; los mismos la asustaron tanto que la cajita de fósforos cayó de su mano al suelo. Sus puños se abrieron y cerraron de forma ó paralizada en el mismo lugar durante largos segundos, volviéndose la más clara expresión de la palabra miedo. Movió sus ojos de izquierda a derecha y viceversa, como si buscara desesperadamente a alguien. O peor aún...
... Algo...
Desgraciada o afortunadamente, su predadora ansiedad visual no fue satisfecha: la suave luz de la única antorcha no alcanzaba a iluminar los rincones más alejados. Aún así, quiso pensar que no existía ninguna anomalía. Quiso pensar que sólo estaba ella y que los pasos escuchados sólo fueron producto de su alterada imaginación. Sin embargo, su cuerpo estaba tan sudado que su pijama se pegoteó a prácticamente todas las zonas posibles: piernas, abdomen, pechos, horcajadura, muslos. No parecía que tal reacción fuera causada sólo por una perturbadora quimera, había algo más que el sexto sentido podía reconocer en el ambiente. Por eso el miedo no quería evaporarse; persistía a la vez que helaba su sangre. Casi podía sentir y respirar un efluvio anormal en el aire, como si una abominable presencia estuviera desplazándose por los rincones de su camarote en ese preciso instante. Tragó saliva, erizada hasta la médula, con aquella funesta idea que proyectaba su mente. El sólo creer que algo andaba mal, contribuyó a enervar su alma. Tenía miedo incluso de seguir profundizando en la oscuridad de sus pensamientos. Si no estaba segura de hallar la luz, no deseaba seguir indagando.
—T-tranquila, Hinata... s-sólo estás imaginando cosas... —se advirtió para calmar la tensión en sus músculos trastocados. Por lo mismo, incluso pensó que le daría un doloroso calambre en alguno.
Tras un suspiro que emanó de sus pulmones como una ignición, pensó en ir al lavamanos por un vaso de agua, ya que la sequedad en su garganta resultaba incómoda y la saliva no resultaba suficiente para aliviar ese opresivo ardor. No obstante, la sola idea de posar sus pies en la alfombra le provocó miedo. Imaginó que una mano horrorosa salía desde debajo de su cama, agarrándola con sus largos y monstruosos dedos. Pasaron más segundos cuestionándose antes de volver a obtener una relativa calma. Se convenció que las locuras de su mente eran provocadas por el espeluznante relato hecho por el capitán. La imaginación podía ser muy maldita. No obstante, cuando ya se había tranquilizado, algo la sobresaltó completamente. Asustada de pies a cabeza, sus ojos se abrieron al punto que desearon escapar de sus órbitas a toda velocidad. Hacia el fondo del cuarto, reflejándose en el espejo, vio una tenebrosa sombra desplazándose... ¡cruzando por delante suyo! Algo horrorífico, grotesco de verdad...
Al instante se puso blanca como hoja de papel. La sangre pareció desaparecer de su cara, mientras las perlas que tenía por ojos se estremecían desmesuradamente. Los pasos de aquella sombra se escucharon pese a la mullida alfombra. El pavor que sintió Hinata fue tanto que retrocedió en la cama instintivamente, apretando su espalda a la pared como si quisiera traspasarla. Sintiendo la boca tan árida como un desierto, comenzó a temblar espasmódicamente. La tensión nerviosa, la piel bullendo, el ancho sudor que comenzó a caer por su frente... todo su cuerpo le señalaba a gritos que lo que tenía en frente no era una persona...
La difusa silueta continuó su espectral caminar hasta detenerse frente a la puerta del baño. Se mantuvo ahí unos momentos, mientras Hinata era abordada por una variación de catalepsia. Quería salir corriendo a todo lo que podían dar sus piernas, pero sus músculos no respondían; estaban entumecidos de pavor. Su presión arterial ascendió hasta el punto de la taquicardia. De pronto, como si su capacidad visual hubiera aumentado de un segundo a otro, logró reconocer entre las tinieblas lo que parecía una cabellera larga y fina. Luego de pocos segundos, pero infinitos a la vez, la aviesa figura abrió la puerta. Ésta rechinó un perturbador desgaste, uno propio de la madera vetusta, casi podrida; e hizo el mismo sonido cuando se cerró hasta dejar sólo una hendija libre. Pronto un ruido metálico se oyó por la bañera; lo provocaron los anillos de la cortina al deslizarse por la barra. Luego otro sonido se hizo, uno que indicaba que aquella figura se había dejado caer en la tina, aunque Hinata lo oyó como el crujir de huesos en una desvencijada cripta. Estaba aterrada, tanto que le suplicaba a sus músculos que reaccionaran de una vez. Éstos parecieron hacer caso por fin, pero de una manera incompleta e insuficiente. Comenzó a dar temblorosos pasos de marioneta, como si los hilos de tendones que sujetaban sus piernas fueran a cortarse en cualquier momento.
Se bajó de la cama, manteniendo su mirada siempre hacia la puerta entreabierta del baño. Temió que en cualquier momento la cosa que estaba allí saliera para atacarla. El corazón seguía retumbándole espantosamente en el pecho, mientras el gusto del terror se le atoraba en la garganta. Engarfiados sus nervios, llegó por fin a la puerta que le permitiría escapar. La espada seguía firmemente clavada, por lo que tuvo la seguridad que nadie había entrado a su camarote. Nadie de carne y hueso, por lo menos...
Removió el arma procurando causar el menor ruido posible. En cuanto lo consiguió, intentó abrir la puerta, pero había olvidado que estaba cerrada con llave. Ésta debía estar en la cerradura; suplicó que así fuera, ya que allí la había dejado. Sin perder de vista el tenebroso cuarto de baño, tanteó con sus dedos para encontrar en tres segundos lo que buscaba. Giró el pequeño instrumento, pero, al hacerlo, oyó como la cosa que estaba en la tina comenzaba a andar furiosamente. ¿O tal vez sólo fueran los intensos latidos de su corazón en los oídos? No se quedaría a averiguarlo. Abrió la puerta y salió corriendo con el impulso frenético que sólo el terror era capaz de crear. La velocidad que alcanzó fue impresionante; en míseros segundos dejó atrás el pasillo, también la cubierta y bajó las escaleras casi verticales como si lo hubiera hecho miles de veces. Se adentró al sector donde estaba el camarote de Sasuke y llegó hasta su puerta para exclamar sin importarle si despertaba al resto de la gente.
—¡Sasuke! ¡Sasuke! ¡Ábreme, por favor! —dijo desesperada mientras golpeaba sucesivamente.
Uchiha reaccionó de forma rápida, ya que desde niño había tenido dormivela para estar atento contra cualquier amenaza. No se distrajo pensando en cuál podía ser el motivo de los gritos: rápidamente agarró sus pantalones, se los colocó sin siquiera ajustar el cinturón y corrió los cuatro pasos hacia la puerta. Giró el picaporte y le sorprendió que Hinata se lanzara a sus brazos refugiándose en su pecho sin siquiera pensarlo un segundo. Tenía mucho miedo, podía sentirlo claramente por causa de los temblores que estaba dando su cuerpo; por eso aguantó estoicamente el dolor que le provocó tenerla en su herida. Preocupado, preguntó enseguida el motivo de que estuviera así.
—¿Qué te pasa?
—H-hay alguien en mi cuarto. ¡Hay «algo» en mi cuarto! —subrayó la única palabra que cambió en su segunda frase.
—¿Estás bien? —preguntó Uchiha, sin darse cuenta que su voz salió preocupada de verdad. Como venía recién saliendo del sueño, las defensas aprendidas que esbozaba su personalidad todavía no despertaban.
—S-sí, pero tengo mucho miedo. Vi algo en mi cuarto —pese a los tartajeos, habló de forma atropellada —. D-de verdad, Sasuke, te juro que hay algo espantoso allí...
El guerrero se mantuvo completamente quieto en el transcurso de algunos segundos. A su forma de pensar, consolar a alguien significaba humillarlo terriblemente, hacerlo sentir tan débil como para darle solaz. El consuelo solamente lo necesitaban los débiles, jamás los fuertes. Sin embargo, conmovido por el sufrir que veía en Hinata, se dejó llevar por primera vez y, usando sus dedos, hizo círculos en su espalda como una manera de darle apoyo. Haberla abrazado como ella lo estaba haciendo con él habría tenido un efecto mayor, pero no estaba acostumbrado a dar semejantes muestras de afecto. De hecho, tratándose de Uchiha, hacer lo que estaba haciendo ya era algo que cabía en lo extraordinario.
—¿Qué viste? —requirió más información.
—A-algo, Sasuke; una especie de sombra que estaba caminando por mi cuarto. Lo digo y me atraviesan escalofríos ahora mismo —hundió su cabeza en su pecho, todavía temblando. Entonces sintió algo llamativo que contactaba su rostro: era la venda sobre el ungüento que cubría la gran herida. Fue sólo entonces que Hinata se percató que, buscando instintivo refugio, estaba abrazándolo por primera vez. Dándose cuenta del sufrimiento que debía estar provocándole, se desapegó de inmediato —. P-perdóname por favor, no fue mi intención causarte dolor —todavía temblorosa, se excusó muy avergonzada.
Él la dispensó con un gesto, continuando enseguida con lo importante: —No viste nada, sólo estás sugestionada. La historia que escuchaste de los suicidios avivó tu imaginación. Tuviste una visión causada por tu miedo; éste puede hacer que un simple juego de luz y sombras sea el más terrible de los demonios.
Hinata dio un paso atrás para esquivar el mentón masculino y verlo directamente a los ojos.
—V-vi algo, Sasuke, e-estoy muy segura —reafirmó sin dudas de ningún tipo. El terror en sus ojos no hacía más que verificar sus palabras.
Él exhaló fastidio. —Iré a revisar, pero estoy seguro que no se trata de nada. Simplemente tuviste una pesadilla muy vívida, muy lúcida, y la creíste verdad.
—Ya estaba despierta.
—Pero sugestionada —insistió con total seguridad. De la parte trasera de su cinturón extrajo dos estiletes que estaban escondidos por dentro del grueso cuero. Hinata se sorprendió abriendo los ojos, pero no tardó en entender que Uchiha, además de sus espadas, siempre debía cargar encima armas ocultas.
—A esta altura si hubo algo en tu habitación, que lo dudo muchísimo, ya se fue. De todos modos echaré una revisión. Mi olfato es excelente, así que si alguien estuvo allí detectaré su aroma.
—T-te acompañaré, no quiero estar sola —dicho esto, se tanteó la zona del hígado como si quisiera calmar un dolor aparecido allí.
Uchiha ni siquiera le asintió. Se puso una camisa para que nadie viese su herida y cerró su cuarto, dirigiéndose al de Hinata con un estilete en cada mano. Subió la escalera sin siquiera afirmarse de la baranda, mientras ella lo seguía a sus espaldas.
—¿P-por qué esos estiletes en vez de tu otra espada?
—En lugares cerrados, como una habitación, son mejores las armas cortas, te dan más maniobrabilidad, capacidad de reacción y no chocan contra obstáculos como sillas o escritorios.
—E-entiendo.
El vigía nocturno, que ocupaba su puesto en el mástil más alto para avistar icebergs u otros barcos, se había percatado de Hinata corriendo como alma que lleva el diablo. Le gritó para ayudarla en caso de necesitarlo, pero ella ni siquiera le prestó oídos. Ahora veía a Uchiha asomar a cubierta con dos armas en sus manos y pensó que quizás alguien había ofendido a la muchacha. De ser así, pobre de aquel infausto; seguramente moriría de una forma terriblemente sanguinaria. Quiso ofrecerle ayuda a Sasuke o preguntarle qué sucedía realmente, pero su semblante violento le indicó que era mejor no involucrarse. Si alguien fallecía, ya se enteraría más tarde.
Ambos llegaron al camarote de lujo, el cual había quedado con la puerta abierta. Por evidente temor, ella dio dos pasos inconscientes hacia atrás sin querer entrar. Sasuke, entretanto, se adentró sin siquiera esbozar una posición de combate. Sus estiletes se suspendían laxos en sus manos, sin vigilancia alguna. Había una sola lámpara prendida, pero no le molestó lo tenue de la luz, dado que la oscuridad nunca le fue una enemiga. Hinata se atrevió a atravesar el umbral y vio como Sasuke, cabeza mirando hacia el techo, olfateaba el aire de la misma forma en que lo hace un animal salvaje.
—E-en el baño —al decirlo, escalofríos perforaron la carne de su espalda —, en el baño estaba esa cosa espantosa —repitió con voz desmenuzándose en tonos disonantes de congoja.
Uchiha no tardó siquiera un segundo en dirigirse al lugar señalado. Pese a la intensa negrura que había allí, abrió la puerta tranquilamente y se introdujo como si tuviera la misma capacidad visual que un gato o un búho. Olfateó profundamente a la vez que se desplazaba por cada rincón. Cuando cesó su inspección volvió con Hinata, quien estaba sobre la cama, justamente bajo la única farola prendida, como si la luz de ésta pudiera protegerla.
—Sé que la respuesta será negativa —dijo él —, pero la haré sólo para verificar: ¿Robaron algo?
Hinata reaccionó dos segundos después, recogiendo la cajita de cerillas del suelo a fin de prender el resto de luces. Entonces examinó ávidamente, dándose muchos segundos en el proceso. También abrió el armario, cerciorándose que no faltaba nada; la maleta con oro seguía allí.
—N-no robaron nada... —dijo para después entrelazar sus dedos sobre su pecho, como si se tratara de un rezo.
—¿Dónde viste por primera vez aquella sombra?
A Hinata la atacó un fuerte escalofrío antes de responder. —A-allí, cerca del espejo —señaló con su tambaleante índice en el aire.
Acercándose, Sasuke quitó el espejo para descubrir algún pasaje secreto, mas no había nada. Olfateó profundamente derredor, percibiendo, por tan sólo un segundo, un aroma que pareció sobresalir del natural de la habitación. Fue algo ínfimo, pero tuvo la ligera impresión que olió un tipo de perfume; quizás jazmín. Entonces decidió remover los muebles para ver si alguno estaba suelto, constatando que todos estaban firmemente adosados. Aún así, no quedó conforme: sin importarle dañarlos, clavó las puntas de sus estiletes buscando espacios huecos tras ellos. Hizo exactamente lo mismo con las paredes del armario. Luego desplazó sus dedos por debajo del catre, esperando descubrir alguna escotilla escondida, pero no. Podría haber alguna bajo de la alfombra, de modo que, sin importarle en nada, comenzó a rajarla para dejar expuesto el suelo de madera. Hinata no lo detuvo, pues ya pagaría cualquier daño con el oro que tenía disponible. La alfombra quedó hecha jirones y Uchiha comenzó a dar fuertes taconazos a cada paso, buscando algún espacio cóncavo. Por el sonido, descubriría fácilmente cualquier sótano oculto. Nada encontró. La última opción era que hubiera alguna cámara secreta entre las paredes, por lo que, golpeando con la empuñadura de las armas, repitió el mismo proceso que hizo con el suelo. Sin novedades, fue hacia el baño e inspeccionó con igual tenacidad. La revisión fue tan minuciosa, tan metódica, que Hinata quedó realmente asombrada a la par de conmovida. Él realmente quería cuidarla de cualquier peligro.
—Nada. Absolutamente nada —dijo con voz fastidiada cuando terminó por fin —. Fue sólo tu imaginación alterada; seguramente te asustaste con tu propio reflejo en el espejo —volvió a guardar sus estiletes dentro del ahuecado cinturón.
Ella bajó su cabeza, apesadumbrada.
—Y-yo sé que algo vi, Sasuke. Te lo juro.
Él chistó molestia, mientras Hinata secaba el sudor de sus palmas pasándolas por su pijama. Nerviosa, hizo un círculo con su lengua por dentro de su boca. En otras circunstancias jamás diría lo que ahora sí, pero el temor era más fuerte que su pudor. La idea de que anduviera un aterrador espectro era mucho más importante que cualquier vergüenza.
—A-aunque no me creas, yo no quiero dormir aquí nunca más. Por favor, ¿me puedo quedar en tu habitación?
—Ocupa la mía si eso te hace sentir mejor. Yo me quedaré en ésta.
Ella tragó saliva que resonó cuando atravesó su garganta. Su mente daba vueltas como lo hace una cuchara girando dentro de un vaso con agua, pero, al igual que ésta, terminó deteniéndose. Entonces se atrevió a decir lo siguiente:
—Por favor... yo... yo no quiero dormir sola.
Uchiha alzó una ceja, delatando así su sorpresa. No dijo nada, su respuesta fue cruzar sus brazos.
—Sasuke... —intuyó que él deseaba que se explayara —, yo sé que mis sentidos no me engañaron, que no fue mi reflejo en el espejo. S-sé que vi algo anormal en este camarote, algo tenebroso, horrendo. La gente que es muy sensible, como yo, podemos sentir cosas así de manera más fácil. Perdóname por molestarte, pero tengo miedo...
Los ojos de él parecieron llamear. —Si quieres ser una guerrera, debes vencer siempre al temor. No puedes comportarte como si tuvieras cuatro años; ya no eres una niñita que puede darse el lujo de temerle a la oscuridad.
—Lo sé, soy consciente que debo ser más valiente, pero yo todavía no soy una guerrera. Ni siquiera he empezado mi entrenamiento. Además esto es diferente, es algo paranormal, algo que me asusta mucho desde niña.
—Es sólo sugestión; como escuchaste la historia de los suicidios y de las almas en pena que lloran en cubierta, tu mente está propensa a imaginar cosas tenebrosas, pero que en realidad no existen.
—Ay... y-yo jamás te pediría algo así porque mi timidez es muy grande, pero el miedo lo es todavía más. S-sé que esto suena muy feo y poco dama de mi parte, pero, por favor, compartamos habitación aunque sea sólo por esta noche. Yo puedo dormir en el suelo, pero no quiero estar solita —no era su intención, pero su cara angustiada y suplicante le dio todavía más asidero a su petición.
Uchiha la vio tan desvalida, tan temerosa, que se sintió incapaz de darle una negativa. Le molestaba tener que aceptar, porque significaba que Hinata estaba influenciando más de la cuenta en él, que por ella podría cambiar decisiones ya tomadas. Estaba seguro que si volvía a pedirle cualquier cosa usando ese tono sumiso, sería incapaz de decirle que no. Ya lo había convencido de que la acompañara en el viaje y ahora volvía a persuadirlo. Se sentía dominado por una fuerza misteriosa que no sabía si nacía de él o de ella, pero que lo envolvía en una atmósfera de algo que sólo había sentido con sus canes: ternura. Una maldita ternura que un hombre ansioso de venganza no debería padecer. Era algo que comenzaba a disgustarlo bastante.
—Ven a mi cuarto entonces, pero seré yo quien duerma en el suelo. Tú puedes acostarte en mi cama.
—M-muchas gracias de verdad, Sasuke —sonrió al borde de un colapso de alivio. Él no sólo se había preocupado por su bienestar, también tenía la gentileza de prestarle el lecho. Aunque intentara negarlo, era evidente que estaba ablandando su duro corazón con ella.
Una vez que el soldado tomó su espada secundaria y la valija con oro, Hinata cerró con llave su camarote. Después ambos caminaron a través de la cubierta, pero, molesto consigo mismo, Uchiha no le ofreció el brazo como solía hacerlo. La fémina estaba acostumbrándose tanto a hacerlo, que se sintió extraña al ir caminando detrás suyo sin más. Llegaron sin contratiempos a la morada treinta y nueve; entonces él abrió girando el picaporte, el cual cedió enseguida por estar sin llave.
El guerrero prendió una lámpara y sacó su ropa de recambio, preparando con ella una especie de colchón sobre el suelo, a un lado del catre. También formó una cabecera del mismo modo. La de ojos perlados, entretanto, sintió lástima por verlo acomodarse en el piso por su culpa. Uchiha estaba malherido; lo que él necesitaba era una cama cómoda. Estuvo a punto de decirle que compartieran el lecho, que ella podía dormir bajo las frazadas y él por encima, o también al revés, pero no se atrevió. Sasuke podría pensar que en realidad estaba haciendo esto para tener un acercamiento carnal, cuando en realidad no era así. No quería parecer una fácil o una ofrecida, de modo que aguantó las ganas de proponérselo. Sin embargo, su deseo real era compartir la cama. Confiaba en él; más después de ver su actitud para protegerla. Le habría gustado tenerlo a su lado para sentirse segura entre sus brazos. Era lamentable, pero definitivo: estaba sintiendo cosas fuertes por él.
—P-parezco tan niña que me da vergüenza. Perdóname, por favor. Me da mucha pena que tengas que dormir en el suelo por mi culpa...
—Despreocúpate —respondió secamente.
—Gracias, muchas gracias por cuidarme.
—Soy tu maestro ahora, así que es sólo mi deber. Puedes dormir completamente tranquila: hasta los espectros le temen a Sasuke Uchiha.
Bajo el alero de aquella portentosa seguridad, Hinata sintió que su espíritu se fortalecía nuevamente. Tras la terrible experiencia recién vivida, la honda angustia terminó por disiparse. Junto a él nada podría sucederle; tenía esa certeza. Pese al modo hosco del guerrero, se sintió protegida de verdad.
Uchiha no apagó la tenue luz de la lámpara, puesto que leería «El Arte de la Guerra» hasta que la somnolencia le volviera; ya sólo le faltaban unas pocas páginas para terminarlo. Entretanto Hinata se puso cómoda en el lecho, cuyo colchón era bastante confortable aún siendo de segunda clase. Cerró sus ojos e intentó conciliar el sueño, mas la adrenalina todavía no se evaporaba de su cuerpo. Curiosa tras muchos minutos, se acercó a la orilla de la cama y vio que Sasuke había dejado la lectura a un lado. Sus ojos se mantenían cerrados, por lo cual dedujo que quizá ya había caído en el mundo onírico.
—¿Estás dormido? —preguntó en voz muy baja, casi inaudible, para no importunarlo en caso de que así fuera.
—No —fue la escueta respuesta.
—Estoy desvelada... ¿podemos conversar un poquito?
Un silencio se prolongó por varios segundos.
—Habla —ordenó a la vez que sus ojos se abrían, tomando la ruta hacia el techo.
Ella deseaba hacerle al menos una de las preguntas que tenía pendientes, mas quería que éstas fluyeran de manera natural a través de una conversación, no lanzarlas a bocajarro. En primer lugar quiso abordar el tema de los fantasmas, pues había tenido una experiencia espeluznante en su infancia, pero con lo recién vivido prefirió olvidar tal asunto. Más adelante, si el temor un día se apagaba, se lo comentaría a Sasuke. Intentó instalar un par de temas sin mayor relevancia, pero los monosílabos recibidos no fueron nada inspiradores. Entonces decidió arrojarse de una vez con la primera pregunta que la atañía.
—T-tengo una duda... ¿por qué me ofreces tu brazo si con nadie más lo has hecho?
El chistar de él se oyó muy claro por la pequeña habitación. —Veo que Ino anduvo soltando su lengua.
—No te enojes con ella por favor, fui yo quien le preguntó cosas de ti.
Él hizo resonar su fastidio chasqueando sus cuerdas vocales. El prolongado silencio ulterior dio a entender que no respondería.
—A mí... a mí me gustaría mucho saber la razón —insistió ella tras los incontables segundos.
Otro prolongado mutismo se hizo. Hinata esta vez lo aceptó, pues era evidente que estaba reacio a conversar. A su áspera personalidad también había que agregar que debía encontrarse muy cansado, así que sellaría sus labios para no seguir importunándolo. Se giró en la cama dispuesta a conciliar el sueño, pero, para su sorpresa, poco después Sasuke habló.
—Desde que mi corazón se volvió negro, hubo algunas veces en que sentí que mi odio se disipaba un poco. La gran mayoría de esas veces sucedía cuando jugaba con mis perros, ya que ellos eran los únicos que me brindaban paz. Entonces me preguntaba cómo habría sido la vida de no ocurrir la emboscada. A pesar del dolor que me causaba escuchar tu nombre, me cuestionaba cosas. ¿Habríamos sido amigos?, ¿cuál sería tu forma de pensar?, ¿qué motivaba tu vida?, ¿qué tan mimada estarías mientras yo lo había perdido todo? Sí, Hinata, muchas veces pensé en ti —hasta ese momento su vista se posaba en el techo, pero al nombrarla la miró directamente —; la gran mayoría de ocasiones sentía un odio descomunal de por medio, pero otras veces, en cambio, mi mente comenzaba a volar para aplacar el sufrimiento que llevaba por dentro. Nos imaginaba paseando juntos sin que existieran problemas, como si una porción del dolor pudiera ser borrado de esa forma —chistó, inconforme —. Te he ofrecido mi brazo porque, pese a todo, una pequeña parte de mí quería saber cómo habrían sido las cosas sin rencores de por medio. Por eso lo he hecho. Es una manera casi inconsciente de cumplir lo que nunca pudo ser y lo que nunca será: convertirnos en amigos, contarnos confidencias, sonreír juntos.
—Sasuke... —su voz se quebró en pedazos de emoción al decir su nombre. Podía entender perfectamente a qué se refería —. A mí... a mí me gustaba imaginar que mi madre había salido de viaje y que algún día volvería. Antes de dormir, cada día me asomaba a la ventana y esperaba verla aparecer por el inmenso jardín principal, siempre esperanzada. Me tomó años aceptar la verdad de que nunca regresaría... —ensimismada, su mentón se hundió en su pecho con sumo pesar. Sus luceros comenzaron a humedecerse inevitablemente.
Él cerró los ojos por un largo momento. Antes de abrirlos, se masajeó la sobreceja derecha.
—A veces la imaginación te sirve como vía de escape para enfrentar el dolor, para borrar de algún modo el sufrimiento que llevas por dentro. Vivir de una quimera para no morir de realidad. Era por eso que yo nos imaginaba como amigos, contándonos cosas, compartiendo entre sonrisas, pues eso era lo que deseaba cuando partí hacia tu país para conocerte. Lo triste es cuando vuelves a enfrentar la verdad, a ver que las cosas no cambiaron, a comprobar que nada es distinto y que todo sigue igual. Por más que te empeñes en destruir la realidad, ésta siempre vuelve con todo su peso para mortificarte. Que sigue el dolor, que continúa el sufrimiento igual o peor que antes. Que el mundo sigue siendo una mierda en la que no vale la pena vivir.
A Hinata se le hizo un nudo en la garganta, pues ella, además de la pérdida temprana de su madre, ahora estaba viviendo algo parecido a lo de él. La gran diferencia era la cantidad de años en que Sasuke llevaba soportando el dolor de su clan injustamente masacrado. Por los enigmáticos giros que solía dar el destino, ahora mismo estaban anestesiando el daño dándose compañía, incluso sentía que estaba enamorándose de él... ¿pero podrían curarse el uno al otro? ¿Sería capaz de ignorar que el hombre enfrente suyo había exterminado todo lo que quería? ¿Acaso él podría mirar de otra forma a la heredera del clan que asesinó a su familia? Era algo tan abominable siquiera pensar la posibilidad de que ambos fueran pareja. La dura realidad era que entre ellos nada debía suceder; lo contrario era sólo una utopía, un cuento de hadas pueril y fantasioso. La vida no era así. Nunca lo sería.
—Los dos estamos y estaremos solos, condenados a sufrir hasta que nos llegue la hora de partir. Tú por culpa mía, yo por culpa de tu clan. Esa es la realidad inmutable —dio su oscuro veredicto.
Por un momento, ella olvidó que la nariz servía para respirar y a cambio lo hizo por la boca abierta, provocando que su garganta se secara de golpe. Tragó saliva para disipar la amarga sensación. En cuanto sintió las manos sudorosas, las secó en la tela de su pijama. Luego aclaró su garganta antes de hablar de nuevo.
—No es cierto —pese a sus pensamientos anteriores, su corazón idealista tuvo la necesidad de negar firmemente esa afirmación —. Ya no estamos solos porque yo estoy contigo y tú estás conmigo. Un Uchiha va a entrenar a una Hyuga, algo que hace sólo un día era completamente impensable —su garganta tambaleó, así que necesitó darse unos segundos para recuperar la solidez de su voz. Decidida, dijo algo que provino más desde su corazón que desde su mente —. Quizá podamos, con la ayuda del otro, sanar las heridas que tenemos en nuestras almas. Tú me puedes enseñar cosas a mí y yo puedo enseñarte otras cosas a ti.
Todo fue silencio después de aquellas palabras, pues Sasuke estaba sopesando éstas. Por alguna razón las expectativas de Hinata crecían sin siquiera saber qué estaba esperando realmente, pero la mente consciente le susurraba que debía mantener los pies en el suelo o podría llevarse una gran decepción.
—Si te voy a entrenar es sólo para pagar una deuda pendiente: me salvaste la vida y no me gusta deberle favores a nadie. Plantear que podemos curar nuestras heridas con amistad, volvernos cercanos, es sólo una tonta ilusión. Demasiado dolor ha corrido entre nosotros para que algo así suceda.
—¿P-pero por qué tienes que ser tan negativo? —replicó rápidamente —. Que esté aquí ahora mismo no es producto de tu imaginación, es producto de tus decisiones. Me acabas de proteger, te has preocupado por mí; eso es algo que nunca hubieras hecho, pero la realidad, el destino, puede ser cambiado a través de nuestras acciones. Si ambos lo queremos, podemos cambiar el dolor. Sólo depende de nosotros, de dejar los rencores de lado, de mostrar que un Uchiha y una Hyuga no tienen porqué estar condenados a odiarse. No tenemos que estar solos, Sasuke; podemos ayudarnos.
—¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? —reprochó con ahínco —. ¿Cómo es posible que quieras ayudar al hombre que destruyó a tu clan y a tu país?
—¿Cómo es posible que recién hayas protegido a la sucesora de quienes asesinaron a tu familia?
Otro profundo silencio se hizo. Nuevamente Hinata le demostraba que podía ser endeble en algunas cosas, pero muy fuerte en otras. Hace poco estaba asustadísima por la supuesta sombra que vio en su camarote, pero, asimismo, seguía siendo capaz de argumentar y defender con vigor lo que pensaba.
—Por tu causa me di cuenta que ser dulce y tierna no es lo mismo que ser débil —concluyó asertivamente, expresando abiertamente sus pensamientos —. Puedes ser frágil en ciertas cosas, pero también tienes un gran corazón que te hace fuerte en otras que son más importantes —a lo dicho, el rostro de ella adquirió un tono rubescente —. Sin embargo, no sabes todo lo que hice por mi venganza, todavía no sabes cuán cruel fui. Si lo supieras saldrías huyendo espantada en este mismo instante, porque yo soy peor que cualquier sombra terrorífica que veas. Alguien como yo no tiene, ni merece, redención —nuevamente la voz triste, la misma voz amarga que escuchó cuando le narró su historia de vida.
—Sasuke... —dijo su nombre, conmovida —, ¿entonces qué piensas hacer cuando acabes con Danzo? Si piensas que ya es demasiado tarde para redimirte... ¿qué harás cuando cumplas tu objetivo?
—Eso no es algo que te incumba —volvió a cerrar con llave el candado de su alma.
—A-ahora me incumbe... me incumbe porque me importas —alzó el volumen de su voz sin darse cuenta —. Cuando te pregunté si podría volver a verte en unos meses, me dijiste que para ese tiempo ya estarías en el infierno... ¿a qué te refieres con eso?
—Tengo muchos pecados que pagar, Hinata. Y sólo hay una persona, una sola, que me ayudará a pagarlos. Sólo eso te diré.
—No entiendo...
—Es mejor que no lo entiendas.
En Hyuga, las emociones maximizadas se estaban expresando fisiológicamente a través de la curva triste de sus labios, los ojos húmedos y la saliva acumulándose en su boca. Era como si la melancolía se hubiera materializado en cada centímetro de su ser.
—Sasuke, g-gracias por protegerme hoy —habló dispuesta a torcer la dinámica pesarosa que los envolvía —. Y no importa lo que digas, yo intentaré ser tu amiga. Quiero ayudarte, quiero que me ayudes, quiero que nos apoyemos el uno al otro, que intentemos dejar el dolor atrás. Yo quiero ser mucho más fuerte y tú necesitas perdonarte a ti mismo o el dolor te consumirá. Podemos ayudarnos mutuamente, podemos destruir el sufrimiento que nos carcome...
—La única forma de curar mis heridas es a través de la venganza. Cuando Danzo y sus esbirros mueran, todo acabará por fin.
—La venganza no sanará tu corazón. Sé que estás dañado y por eso quieres provocar el mismo daño de vuelta, ¿pero no sería mejor curar tus propias heridas en vez de hacerle otras al resto?
—No importa lo que hagas, existen llagas tan grandes que nunca cierran. Lo mío ya no tiene cura, es por eso que torturaré a Danzo de una forma tan terrible y espantosa que todo lo que hice anteriormente palidecerá ante lo que él vivirá —el tono usado fue terrorífico. Hinata no tuvo susto porque sabía que las palabras no iban dirigidas a ella, pero podría jurar que si el rey lo hubiera escuchado estaría temblando de pavor.
—Sasuke... sí puedes sanarte todavía. Puedes aliviar de otra forma las heridas que hay en tu alma...
—¿De qué forma?
Como si se hubieran puesto de acuerdo telepáticamente, ambos se miraron sin soltarse ni parpadear; esperanza contra desesperanza, ternura contra frialdad, ímpetu contra ímpetu. Contactaron las perlas negras y las albinas a un nivel sumamente profundo. Era un enlace sideral que sólo dos almas contrarias, pero gemelas al mismo tiempo, podían forjar.
—P-puedes sanar tu dolor con cariño, con amistad, con confianza...
«Con amor». Esa era la palabra que más ansiaba decir, pero no se atrevió a lanzarla. Estaba segura que únicamente el amor sincero podría curar un alma tan dañada y envenenada como la que Sasuke tenía. La única forma de vencer de raíz al odio provocado por la venganza, era el amor. Sin embargo, asomaba tan difícil ayudarlo, tan difícil aceptar lo que comenzaba a sentir por él. Había matado a su primo delante de sus ojos, exterminó a su clan, a su país. Quizás Uchiha tenía razón después de todo: demasiado dolor había corrido ya. Sin embargo, de súbito recibió algo que renovó sus alicaídas esperanzas.
—Espero que un día encuentres un buen hombre que te haga feliz —su mirada se mantuvo en la albina, sin el tono agresivo que solía esgrimirle —. Alguien como tú se merece alguien de noble corazón —la habitual rudeza se suavizó. Sus palabras deslumbraron asombrosa honestidad, pues fue conmovido por aquella mujer; por su inaudita amabilidad; por su hermosa pureza.
Emocionada, los dedos de ella apretaron una de las sábanas que la cubrían. No supo por qué, pero le dieron ganas de llorar. Estaba segura que palabras así de hermosas nunca se las había dicho a nadie, mas no sintió alegría de recibirlas. Podría deberse al cariz angustioso que había tomado la conversación. O tal vez fuese porque, a pesar de estar juntos en el mismo camarote, su buen deseo la hizo sentirse más distante de él.
—G-gracias, Sasuke...
«Pero quizá... quizás tú podrías ser ese hombre... si tan sólo te dieras cuenta que tú sí podrías cambiar hacia una persona de bien, que nunca es demasiado tarde para hacerlo». Estuvo a punto de darle libertad a esos pensamientos, pero finalmente no lo hizo.
—Estoy muy cansado, Hinata —interrumpió la divagación de ella —. Voy a dormir.
—Si-siento haberte desvelado... buenas noches, Sasuke. Gracias por cuidarme y perdóname por quitarte tu cama. Estás malherido y dormirás en el suelo por mi culpa —dijo exánime, apagada completamente. Realmente se sentía muy mal. Tras muchos segundos, agregó —. P-por favor, sé que puede sonar feo... —su rostro se ruborizó ardorosamente —, pero si quieres puedes dormir aquí —conmovida por su estado precario, logró superar la vergüenza —. Y-yo confío en ti.
Uchiha cerró sus ojos un largo momento, conteniendo un maldito suspiro de emoción. A pesar de todo lo que le hizo, Hinata igualmente le brindaba una confianza que no se merecía. ¿Pero pensaría igual si le dijera que ha torturado a su padre de una pavorosa manera? ¿Cómo reaccionaría si se lo dijera ahora? No debería importarle en nada su reacción, pero ya es demasiado tarde... Hinata le importa mucho. Por eso no quiere verla sufrir de nuevo. Ahora que confía en él, no quiere decepcionarla ni provocarle dolor. Era una tontería sentimental que desde un principio deseó evitar, mas no pudo hacerlo.
—Aquí estoy bien —rechazó la oferta finalmente. Aunque en su debilitado estado actual sería imposible caer en tentaciones carnales, podría ansiar darle inofensivas caricias que podrían malinterpretarse.
—Perdóname por ser una niña miedosa...
Uchiha la miró atentamente, pero sólo la mitad de esa hermosa cara sobresalía por sobre el catre. Y él quería más.
—Acercáme tu rostro un poco.
—S-sí —su petición la sorprendió, pero hizo caso sin ninguna demora.
Podría deberse a la intimidad que solía crear la noche; podría ser porque la había visto sufrir intensamente muchas veces; quizás fuera porque el mismísimo destino lo quiso así, pero Sasuke, inundado por una total compasión y embelesado por la mirada de niña que le confiaba, alzó su mano para acariciar las mejillas rubescentes de ella. La contempló como el ángel que era; ese ángel que se ha metido en su alma como un tóxico veneno que le hace reverberar emociones y traicionar sus propias lealtades. De forma irremisible, esa mujer se ha convertido en alguien muy importante en su vida. Lamentablemente, ella está casi a la altura de su sed de venganza; podría competir contra ésta inclusive. Y lo peor era que ya no puede remediarlo, simplemente la quiere. Precisamente por eso, es que le dirá algo muy importante:
—Hinata... no sabes cuanto odiaré las siguientes palabras —dijo entredientes —, pero no me cabe duda que alguien como tú se las merece —se tomó muchos segundos antes de continuar —: perdóname por todo el daño que te causé —aunque en la última frase su tono quiso ser impersonal, la potencia emotiva que desprendió fue indudable.
Cuanta fuerza podía tener el lenguaje que emerge desde la profundidad del pecho; tanto brío que las lágrimas treparon enseguida en la bella fémina. Su alma y su cuerpo se deshicieron de emoción. Sasuke Uchiha, el demonio, el despiadado, el cruel guerrero, se había atrevido a darle una frase que jamás imaginó recibir, dejando atrás su inmenso orgullo por ella. Sus luceros albinos se fijaron en los de él como si hacerlo significara abandonar el dolor. Entonces comprendió que, aunque el sufrimiento agobie sobremanera por incontables días, la vida sí puede hallar un sentido distinto. Sus lágrimas no recorrieron sus mejillas: cayeron directamente sobre el rostro de Uchiha, quien, cerrando los párpados como si entrara en trance, las recibía como si fueran capaces de purificarlo. Hyuga no supo qué pensar; tampoco sabía qué estaba sintiendo. Lo único que tenía claro es que el consuelo y la esperanza se hermanaron en su ser de una manera perfecta.
—Sasuke... muchas gracias...
Uchiha lo había negado rotundamente, pero, después de todo, tal vez sí había una pequeña esperanza para ambos...
Entre una doble fila de lujosas esfinges marmóreas que alegóricamente protegían el castillo, un informante de confianza caminaba por la antesala que llevaba hacia el cuarto del trono. Solicitó audiencia urgente con el noctámbulo monarca, de modo que la guardia imperial, tras consultar a Shimura, permitió el paso del súbdito. Éste avanzó por el inmenso salón sostenido por inmensas columnas cubiertas de bajorrelieves simbólicos. Las paredes estaban bañadas en oro, mientras diversos objetos de lujo decoraban como muestra de vasto poder: ánforas, esculturas, pinturas, trofeos de guerra. Era un sitio que parecía un templo dedicado al más poderoso de los dioses. Ni siquiera un faraón o un emperador podrían alardear semejante ostentación, pues Danzo quería dejar tales títulos como simples nimiedades. Su lugar en la historia ocuparía un pedestal mucho más grande que cualquiera de ellos.
El lacayo caminó a través de la fina alfombra hasta llegar al trono; entonces se arrodilló con la cabeza gacha en señal de completa sumisión.
—Majestad, le traigo una información muy importante: el general Uchiha zarpó hace unas dos horas hacia el país al otro lado del mar. Lo más extraño es que lo vieron con una mujer Hyuga tomada de su brazo y, además, dejó la orden dada de que estaba bajo su protección.
Los pequeños orbes de Danzo parecieron hundirse en sus órbitas, encogiéndose todavía más. Ese soplo era obviamente erróneo.
—¿Sasuke protegiendo a una Hyuga? Eso es completamente imposible; me sería más fácil creer que un ejército de dragones viene a destronarme —se burló a la vez que bebía un lujoso vino de pura cepa.
—Señor, hay múltiples testigos de sus ojos albinos y, previendo su cuestionamiento, me tomé la libertad de traerlos acá mismo. Si quiere puede verlos para que ellos corroboren la información. El general Uchiha dejó la orden que si alguien se atrevía a tocarle un solo pelo pagaría las terribles consecuencias con él.
El rey, quien ya parecía más un emperador, se llevó la mano al mentón. Mientras divagaba, se dio un masaje allí por varios segundos.
—Primero dame más información, luego llamaré a esas personas para verificarla. ¿Esa mujer cómo era? ¿Una niña quizás adolescente, una joven adulta o alguna anciana?
—Una joven de la edad del general Uchiha, de grandes senos que le rebotaban mucho al correr.
—Hinata... —musitó para sí mismo. No la había visto desde meses antes que estallara la guerra, pero, incluso recién iniciada su adolescencia, ella ya destacaba por el hermoso tamaño de sus pechos.
El nombre que escapó de Danzo fue dicho de manera tan tenue que el súbdito apenas logró oírlo, entiendiendo que no le había hablado directamente. Esperó alguna respuesta más expresiva del rey, pero al ver que sostuvo el silencio decidió seguir detallando.
—Corrió a través del puerto gritando el nombre del general de una forma muy sorprendente, como si lo necesitara.
—¿Como si necesitara a Sasuke? —preguntó Shimura al tiempo que, completamente anonadado, necesitó dejar el vaso de vino tinto a un lado.
—Sí, señor. Parecían una pareja.
—¿Una pareja? —repitió la afirmación como una pregunta, pues realmente no podía creer semejante cosa.
—Sí, majestad —ratificó el sirviente con total seguridad.
Los movimientos naturales del soberano, tales como la respiración o los parpadeos, se detuvieron del todo por un lapso de unos cuatro segundos. Se convirtió en una verdadera estatua. Pasó otros segundos inmóvil hasta que hizo un movimiento al llevar una mano a su barbilla, muy pensativo.
—Que los testigos se presenten ante mí —ordenó para después recuperar el aire faltante por medio de dos grandes respiros.
Una vez que el rey guerrero constató la veracidad de los hechos con los testimonios recibidos, despachó a todos para quedar en soledad. Necesitó levantarse de su trono, ya que era una información muy asombrosa como para digerirla fácilmente. Caminó lentamente de izquierda a derecha, meditabundo. Cada unos cuantos pasos se detenía, para luego reanudar la casi inconsciente marcha. Una Hyuga y un Uchiha emparejados era como que el cielo y la tierra se mezclaran, que el sol y la luna salieran al mismo tiempo o que el agua se juntara con el aceite. Una locura demencial, y, sin embargo, así parecía ser. Llevó una mano a su frente, para después volver a sentarse en su trono. La palma de su diestra sostuvo el mentón mientras los dedos tamborileaban su mejilla. Usando la izquierda, acarició la zona en donde debería haber un bigote si no lo rasurara. Entre sus pensamientos, respiró profundamente de tanto en tanto. Llegó a variadas conclusiones, pero la que más le importó fue esta: una chica especial podía tocar el corazón del más rudo de los varones. Con sus vastos años de experiencia —la mejor maestra de todas—, sabía que no debía subestimarse la influencia que una mujer podía ejercer sobre un hombre. Recordó historias trágicas de grandes guerreros y reyes que lo habían perdido todo por el amor de una. Sansón, Claudio, Marco Antonio y un largo etcétera. Por eso él tenía muy claro que nunca debía darle tanta confianza a una mujer, pues la única función de éstas era follar y servir.
¿Qué relación había entre Sasuke y Hinata? ¿De verdad serían una pareja? ¿Realmente el guerrero más fuerte formó un vínculo con una Hyuga? Uchiha tenía muchísima experiencia en combate y sentía un odio colosal hacia el clan que exterminó a su familia, pero también era un hombre joven, uno capaz de caer en los encantos de una chica sobresaliente. Frunció sus labios, manteniéndolos así un rato. Luego su mirada se reavivó cuando llegó una interesante idea a su mente. Tal vez se equivocaba rotundamente, pero, si el siguiente movimiento era acertado, entonces tendría un gran as bajo la manga.
Encargó a uno de sus guardias que llamase al mayor esclavista de la ciudad, ex-integrante de sus fuerzas de élite. Éste se presentó unos treinta y cinco minutos después, sin arrodillarse aunque sí haciendo un saludo militar.
—Kakuzu, te tengo una oferta muy generosa, una que no podrás rechazar.
—Lo escucho atentamente, majestad. Usted sabe que por la cantidad de dinero apropiada, feliz vendería a mi madre al mismísimo Diablo —los avarientos ojos brillaron al imaginar que se bañaba con áureas monedas como acompañantes. Tenía claro que si el rey lo había mandado llamar, era por un asunto muy importante.
—Te ofrezco veinte monedas de oro si aceptas una misión. Y cincuenta si la cumples exitosamente —por tal cantidad, nadie sería mejor para su encargo que el hombre enfrente suyo.
Como el hábil negociante que era, Kakuzu siempre procuraba ocultar sus emociones cual jugador de póker, mas la astronómica cifra mencionada hizo que su semblante resplandeciera emoción.
—Treinta por aceptarla y otros setenta por cumplirla satisfactoriamente. Cien en total —precisó sin parpadear.
Desde un principio, Danzo predijo que el codicioso hombre aumentaría la cifra. Por ello, no se hizo mayor problema en aceptar el regateo. Luego dio su orden:
—Quiero que busques personalmente a cualquier Hyuga sobreviviente, en especial a una niña que ya debe ser una adolescente. Hanabi es su nombre. Búscala en cada tribu, aldea, pueblo, ciudad, colonias aledañas, fincas, fundos, feudos. Remueve hasta las piedras si es necesario, ocupando a todos los soldados que necesites. Encontrarla a ella es de prioridad alfa. Si Hanabi sigue con vida, caerá inevitablemente en mis garras... —una sonrisa perversa formó su alcoholizada boca. Una sonrisa que incluso pareció siniestramente lujuriosa...
Continuará.
