Hola! Espero que ustedes y sus vecinos estén muy bien. Este capítulo me salió muy extenso, más de 19,900 palabras, así que seguramente será el más largo de todo el fic hasta que termine. Pensé en cortarlo antes, pero quería llegar al punto en que precisamente lo concluí.

También aviso que ya respondí todos los reviews con cuenta y a los que no la tienen les agradezco muchísimo por aquí. Son precisamente ustedes, la gente que se da el tiempo de comentar, quienes me inspiran a seguir escribiendo esta historia, así que infinitas gracias por todo su apoyo ^^

Espero que disfruten este capítulo, pero de no ser así pueden lanzarme quejas, tomatazos, amenazas de muerte, brujerías y demás con toda confianza ;D


La aprendiz y el guerrero siguieron consolándose mutuamente por un lapso que tergiversó la noción del tiempo. De manera casi inconsciente, como recuerdos en voz alta más que un relato propiamente tal, Hinata fue contando diversas cosas sobre su infancia: acerca de su protector primo Neji y el siempre afable Rock Lee, de Hanabi y su sueño de ser escultora, de su simpática institutriz Kurenai, entre otras personas y vivencias hermosas grabadas en su mente. Uchiha, ya sin derramar lágrimas, escuchó atentamente a la vez que acariciaba los cabellos que emulaban la suavidad del satén. Nuevamente volvió a sentir que si pudiera volver atrás en el tiempo, habría detenido su crueldad sólo por el ángel que ahora se sostenía contra su pecho.

En cuanto intuyó que Hinata se hallaba más repuesta, ladeó la cabeza para buscar su delicado rostro. Al encontrarlo, le vio acuosos mocos enturbiando la zona bajo su nariz, ojos con sanguinolentos trazos rojos, párpados hinchados de llorar, y, aún así, le pareció la mujer más hermosa que podría existir en el mundo. Era una cursilería detestable, pero, para su pesar, la atracción que sentía hacia Hinata era irrevocable; no podría deshacerla aunque empeñara todas sus fuerzas.

Como el pañuelo de ella ya estaba colmado de suciedad nasal, sacó de su bolsillo el que solía usar para secar el sudor de sus manos cuando entrenaba. Al ponerlo delante de los ojos albinos, éstos se abrieron como reacción a su inesperado gesto.

—N-no quiero ensuciar tu pañuelo.

—Ahora es tuyo, así que úsalo con confianza —fue la imperativa orden.

—Muchas gracias —tomó lo ofrecido y se limpió la nariz con su mano menos hábil. Uchiha quedó muy conforme al constatar que la concentración de Hinata iba mejorando bastante, pues ni siquiera en este emocional momento olvidó la tarea de seguir utilizando su zurda —. Perdóname, no debe ser agradable verme así —teniendo la seguridad de que no derramaría más mocos, dobló el pañuelo y lo guardó en su bolsillo.

—No importa —cortó el tema sin añadir más al respecto. Queriendo perderse en su mirada de tono lunar, la tomó del mentón a fin de alzar su rostro. De pronto tuvo ganas de besarla, aunque fuese el momento menos propicio para hacerlo. Nuevamente la química entre ellos se volvía efervescente, burbujeante, intoxicante.

Hyuga se pierde en esos ojos azabaches que, asaltados por una vastedad de sentimientos, brillan de una manera que ella nunca podrá olvidar. El hombre que antes sólo le arrojaba un odio descomunal, ahora le obsequiaba cariño, afecto, incluso adoración llevada de la mano por el amor. Sasuke la hechiza de un modo que le impide escapar de su magnético influjo. Sí, él tenía un rostro simétrico y bello de forma varonil, un atractivo cuerpo que haría alucinar a cualquier mujer heterosexual, una espalda que parecía capaz de mover montañas, una altura perfecta, pero a ella no le cabe duda que, incluso si su cara quedase desfigurada por profundas estocadas, aunque perdiera ambos brazos en combate o quedara paralítico por algún accidente, seguiría sintiendo por él la misma inmensidad que ahora. Al pensarlo, la emoción cubre sus ojos con dolor otra vez, pues le lastima confirmar que el hombre de su vida es Sasuke Uchiha, alguien con quien no puede estar porque sería una terrible traición a sus seres queridos, a la decencia, a la moral.

En el inicio de los pómulos femeninos, el militar atrapa dos lágrimas y las despeja cuidadosamente. Su corazón latió incomodidad por verla sufrir; ahora mismo no dudaría en dar lo que fuera por verla sonreír. Maldición; su último pensamiento le hace darse cuenta que el cariño hacia ella seguía incrementándose a cada minuto, aún cuando Hinata advirtió lo imposible que era mantener sus sentimientos románticos. Sin embargo, si seguía siendo un ángel de bondad que no dudaba un segundo en intentar apoyarlo, a fin de cuentas sería él quien terminaría enamorándose perdidamente, quien sufriría por no poder tenerla, quien la extrañaría cada maldito día, quien la necesitaría mucho más de lo que ella a él. Cerró un puño con fuerza; ¿por qué pensar todo eso le causaba dolor? ¿Acaso ya la amaba? La respuesta afirmativa que llegó a su mente sólo hizo que la frustración aumentara. ¿Aunque cómo no caer prendado de quien tenía un alma tan preciosa y fuera de serie? El corazón de ella era tan gigantesco que ni siquiera inundado por el dolor de una terrible tragedia fue capaz de oscurecerse. Cavilando, llegó a la siguiente conclusión: por su desmedida venganza, la mayor condena que recibiría del destino sería no estar con la mujer que le robaba el corazón. Jamás poder amarla.

—Después de todo es el castigo que me merezco... —dijo para sí mismo y no para ella.

—¿Qué? —preguntó Hyuga, parpadeando sorpresa un par de veces.

—Nada.

—No me hagas eso, me dejas con la curiosidad. ¿A qué te refieres?

—Esta vez no, Hinata.

La hija de Hiashi, sin intención, formó un candoroso puchero. Él la miró sin inmutarse, aunque por dentro disfrutó aquel gesto. Una vez más constató la ternura infantil que habitaba en la beldad. Sin embargo, aunando las reminiscencias de rudeza que ella se empeñaba en destruir, se negó a dejarse engatusar por su inocencia angelical.

—No me convencerás —advirtió endureciendo sus facciones.

—Sasuke... —protestó diciendo su nombre de manera tierna.

Inevitablemente él sintió que se derretía, que por alguna razón sus ojos volvían a impregnarse de emoción. Ella le despertaba un instinto de protección maldito e incomprensible a la vez; cuanto más la veía, más ganas de cuidarla afloraban en su alma. ¿Sería normal estar frente a alguien e inundarse de emociones ante un mero gesto suyo? ¿Sería normal sentir que daría absolutamente todo por ella? ¿Sería normal cultivar ese tipo de sentimientos después de todo lo que había sucedido? No lo sabía, pero no le cabía duda que la fascinación que esa joven le provocaba era algo fuera de este mundo. Por lo mismo, volvió a pensar que no poder tenerla era el peor castigo que el destino podría darle por todos sus pecados...

El peor.


Esclava Sexual, Capítulo Vigésimo


Ocultos entre las desvencijadas ruinas de un pueblo destrozado durante la última guerra, dos personas de distinto sexo y un perro de pelaje blanquecino registran visualmente las múltiples antorchas que, a lo lejos, van circundándolos paulatinamente. A juzgar por la cantidad de luces debía tratarse de un contingente de por lo menos cuarenta soldados, algunos de los cuales se erguían como exploradores a caballo. La alta profundidad de la noche los llevó a enfrentar esta situación mientras dormían y si no fuera por el aviso del fiel can que los acompañaba, quien detectó al escuadrón gracias a su desarrollado olfato, seguramente ya estarían muertos. La fortuna los había traicionado de vil manera, ya que militares volviesen a las ruinas de un poblado abandonado no entraba en las expectativas de la lógica. Era evidente que tenían una misión específica, la cual cumplirían muy pronto si ambos jóvenes permanecían donde estaban.

—Maldita sea, nunca pensé que soldados volverían por estos lares tan desolados —fue el susurro casi inaudible que se escuchó. Era una voz adulta, masculina.

—¿Qué haremos? —preguntó al mismo volumen la acompañante. El nerviosismo fluyendo hizo que su tono vibrase notoriamente.

El varón apretó los dientes mientras desenvainaba la espada que llevaba en la espalda. —Si nos quedamos aquí nos atraparán sin remedio. Iremos por las callejuelas más oscuras y estrechas, agazapados e intentando no hacer ruido. Tenemos que llegar al sur, en donde las ruinas son más altas para ocultarnos. Entonces mataré a uno de los jinetes; si conseguimos un caballo podremos huir.

—¿Pero y él? —indicó al cánido con preocupación.

—Tranquila, él corre casi tan rápido como un caballo. Escapará junto a nosotros.

Ella asintió con un movimiento de cabeza. Se ajustó un poco más la correa que le permitía llevar un carcaj en la espalda y tomó en su derecha un pequeño arco, apropiado para su tamaño.

—Deberías dejar a un lado tanto las flechas como el arco. Te lentificará.

—Esto —indicó lo que sostenía firmemente en su diestra — nos puede salvar la vida. Sabes que tengo buena puntería.

—Nunca has matado a nadie. No creas que es fácil —precisó él.

—No voy a dudar. Son ellos o nosotros —por la negrura que los rodeaba, el varón no pudo observar el tinte en aquella mirada tan singular, pero visualizó a la perfección la determinación que debía desprender. Quien lo acompañaba era apenas una chiquilla, pero alardeaba un temple que se lo quisiera cualquier mujer adulta.

—Bien, vamos entonces. Manténte detrás mío todo el tiempo y... —no pudo continuar porque el can comenzó a olfatear de manera más intensa, señal de que se aproximaban algunos soldados. Entonces el guerrero tocó dos veces el lomo de su compañero de cuatro patas, el cual cumplió enseguida la orden de silenciar sus olfateos.

Para no ser descubiertos, rápidamente retrocedieron varios pasos y entraron a una casa que, pese a su precario estado, seguía en pie. Mientras la adrenalina se encendía como fuego en sus células, se atrincheraron tras los muros. El joven quedó a un lado del umbral carente de puerta, listo para matar a quienquiera que se metiera a escudriñar. La chica, sintiendo el miedo connatural a un inminente peligro, imploró al destino que a los militares no se les ocurriera revisar este hogar todavía. No tardaron en escuchar los pasos y voces de tres hombres, los cuales conversaban sin poner demasiada atención a lo circundante. Al igual que el resto del escuadrón de búsqueda, eran sujetos tan viles como el esclavista que los lideraba.

—¿Tú crees que quede algún Hyuga sobreviviente? —preguntó un rapado con cuidado bigote castaño.

—Lo veo muy difícil —contestó el único que sostenía una antorcha —. El general Sasuke mató a la mayoría y los que no cayeron en sus manos fueron asesinados por las FE.

—Pues ojalá esa niña que estamos buscando siga con vida —dijo el tercero, quien era el más bajo de altura —. Seremos muy bien recompensados si somos nosotros quienes la hallamos.

—¿Pero para qué querrá el rey a una sobreviviente de ese maldito clan?

—Seguramente será un trofeo de guerra. Si es que sigue viva, la convertirá en una de sus esclavas sexuales.

—Da igual lo que haga el rey con esa mocosa. Yo sólo quiero violar a las vírgenes que nos regalará Kakuzu si la encontramos —al imaginarse su placentera recompensa, se relamió los labios lascivamente.

Los tres guerreros rieron a la vez que seguían de largo por la calle contigua a fin de inspeccionarla. Sus voces se fueron diluyendo, aunque no demorarían en volver y revisar el sector donde los perseguidos se ocultaban.

El hombre dueño del can ardió en furia al oír palabras tan carentes de humanidad. Hablaban de que Danzo esclavizaría sexualmente a una niña o de violar mujeres como si se tratara de jugar naipes. Era un hecho asqueroso, pero, pese a sus ansias de atravesar sus cráneos, tuvo que reprimirse o el resto del escuadrón los descubriría.

—Tenemos que irnos, en unos tres minutos regresarán aquí —justo cuando daría un paso fuera de la casa, sintió como una delicada mano lo tomaba desde el lado contrario al codo.

—Es a mí a quien quieren... —dijo a párpados cerrados; luego los abrió, aunque por la oscuridad no podía ver a quien la acompañaba —. Si me dejas podrás salvar tu vida. Tienes que huir por tu cuenta —quiso decirlo sin temblores de por medio, pero después de las vilezas recién escuchadas su voz se corrompió inevitablemente.

—¿Qué clase de hombre sería si abandonara a una niña en peligro? Jamás me lo perdonaría.

—En primer lugar no soy una niña —reunió aplomo para componer artificial seguridad —. En segundo lugar no podría soportar que murieras por mi culpa. Sálvate, por favor.

—Mantener la vida al precio de pudrir tu conciencia no vale la pena. Soy un guerrero, Hanabi. No me pidas que viva cargando una deshonra tan grande.

—A veces hay que dejar de lado el honor. Tienes que hacerlo por tu propio bien.

—No importa lo que digas, no te abandonaré.

Ella sintió como se humedecían sus ojos; la gran emoción que afloró deseaba manifestarse fisiológicamente, mas puso todo su esfuerzo en arruinar el proceso que desembocaría en lágrimas. Ahora no era el momento para llorar.

—Deberías...

—Hanabi —cortó las futuras palabras con decisión —, discutiendo aquí sólo perdemos valioso tiempo. Cada segundo puede hacer la diferencia entre la vida y la muerte.

Por los nervios, la muchacha apretó los labios de tal forma que se convirtieron en una delgada línea.

—Está bien —aceptó finalmente; a lo dicho él la tomó de la mano para guiarla. Para su gran pesar, la chiquilla entendió que si él tenía que dar su vida para salvarla simplemente lo haría.

Tanto los humanos como el can salieron a la callejuela de grava sin hacer ruido. Muchos metros más allá se veía la antorcha que indicaba que el trío de rufianes había llegado a la esquina. Hanabi detuvo la marcha para señalar algo.

—Podría matar a uno desde aquí. Quizá incluso a dos —sosteniendo su mirada en ellos, susurró.

—Incluso si acertaras directamente en sus cabezas no serviría de nada. Matar a guerreros que van a pie no nos será útil y la antorcha caída alertaría al resto del escuadrón. El contingente se comunica manteniendo las luces en alto.

—Entiendo —se mordió el labio inferior por la frustración de sentirse inútil.

—Hay que escabullirse hasta llegar a la salida sur del pueblo; sé que podremos escapar entonces.

Se resguardaron en los cascotes y desechos de mampostería acumulados en un recodo y se dieron el tiempo de observar las múltiples antorchas, las cuales delataban cuán cerca o cuán lejos estaban los soldados respecto a ellos. El joven confiaba plenamente en que los persecutores eran simples militares rasos, pues, a diferencia de los tres tipos anteriores, ningún FE conversaría de forma tan descuidada mientras cumplen una misión. Probablemente sólo el líder sería un guerrero de élite, por lo que escapar no asomaba como una misión imposible. Si lo hacían con cuidado, podrían librarse de la amenazante situación.

Para sus desgracias, pronto serían descubiertos por un vigía que, premunido de un catalejo y sin antorcha que delatara su presencia, se había posicionado estratégicamente en el sector más alto del cuadrante sur...


Desahogando sus dolores en compañía del otro, tanto maestro como discípula sintieron que se habían sacado enormes pesos de encima. No obstante, saber que sólo podrán quererse como prójimos, sin posibilidad de profundizar lo que realmente sienten, les resultará difícil de sobrellevar.

De pronto e inesperadamente, el fuego de las lámparas comenzó a disminuir su volumen de forma casi sincronizada. Probablemente el sebo de ballena sería consumido pronto, por lo cual quedarían sumidos en una negrura total. Hinata sabía que no habría nada que temer mientras el guerrero estuviese en el camarote. Sin embargo, el problema surgiría cuando él se marchara dejándola sola, ya que después de su pavorosa experiencia paranormal necesitaba dormir con las luces prendidas para sentirse segura. Tomando en cuenta que se convertiría en una guerrera, ¿cómo podría decirle aquello sin quedar expuesta a una profunda vergüenza?

—Se están apagando las antorchas... —decidió señalar el hecho como si fuera una simple curiosidad, algo que no le importaba mayormente.

—Mañana pide que te traigan más grasa para quemar —dio la solución al problema, simplificándolo de una manera que ella envidió.

—Ay —soltó con voz diluida —, sé que me vas a recriminar por esto, pero prefiero ser sincera: por culpa de la cosa espantosa que vi en el camarote de lujo, en este barco me da miedo la oscuridad.

Ella pudo leer claramente la decepción que apareció en los negros ojos.

—Hinata, ¿realmente quieres ser una guerrera?

—Sí —respondió sin vacilar.

—¿Crees que temiéndole a la oscuridad o a supuestos espectros podrás ser una?

—Sé que no... —contestó, atribulada.

—Más allá del tema de la oscuridad, deberías aceptar que no estás hecha para combatir. Aunque tienes talento, eres demasiado empática, amable y emocional. Entrar en batalla para matar al enemigo te sería un sufrimiento muy grande. Haría pedazos tu alma caritativa.

La mirada blanquinosa pasó del espejo al buró y de éste a la silla, aunque en realidad no estaba observando los objetos, simplemente sus ojos se movían inconscientemente mientras pensaba.

—Pero yo no quiero entrar a ninguna milicia —dijo cuando volvió en sí —, sólo quiero aprender a luchar para defenderme y proteger a quienes quiero.

Él se tomó el mentón en un gesto reflexivo.

—Ya veo; debí suponer que ser una guerrera civil, una combatiente sin afiliaciones, calzaría mucho mejor contigo —la fémina pudo leer un gesto de conformidad en la faz masculina —. Protegerte a ti o a quienes quieres es una buena razón para luchar. En cambio la mía siempre fue el odio.

—Pero tú salvaste a la señorita Ino de la muerte, lo que significa que no siempre fuiste motivado por la venganza.

—¿Ino te contó eso? —preguntó a ceño fruncido.

—Fue Karin, he estado hablando con ella —precisó a la vez que hacía un gesto de colocarse anteojos —. ¿Por qué salvaste a la señorita Ino? —quiso indagar más de tal asunto.

—No es de tu incumbencia —fue la cortante respuesta.

Ella bajó su rostro, cruzando las manos sobre su regazo antes de volver a hablar. —Después de esta noche, ¿volverás a cerrar tu alma conmigo? —preguntó tristemente.

—A fin de cuentas es mejor así. Formar afectos es dolor pospuesto porque tarde o temprano éstos se rompen, sea por la muerte, por la distancia, por una pelea o por cualquier otra razón. Y que se forme un vínculo entre nosotros después de todo lo que ha pasado, incluso si sólo es amistad, te lastimará inevitablemente.

A la vez que suspiraba con pesar, Hinata trabó de manera más intensa sus manos. —Quizá tengas razón en lo último, pero no en lo primero. No todos los vínculos se rompen, hay algunos que permanecen por siempre.

—Tú lo has dicho: algunos. Los que duran toda la vida son contadas excepciones. Los sentimientos humanos son débiles, volátiles y poco confiables. Esa es una verdad que hasta tu idealismo debería reconocer.

Como siempre, la visión de Sasuke era contundente y tenía su punto de razón. Las amistades y los amores que perduraban contra viento y marea eran pocos, escasos inclusive. Sin embargo, como Hinata destacaba por ser positiva necesitó puntualizar algo.

—Tienes la verdad respecto a que es difícil mantener los vínculos, pero precisamente por eso son valiosos. Cuando se encuentra a una persona especial, que sabes que te quiere y te querrá de una manera diferente al resto, hay que apreciarla y cuidarla mucho más que a cualquier tesoro.

Para Uchiha, el argumento lanzado por ella fue igual que una mordaza: lo silenció completamente. Hyuga lo había dicho de manera general, pero quedaba claro que también lo estaba aplicando a la situación de ambos. Ella no deseaba distanciarse de él.

—Aunque cierre mi alma nuevamente, voy a cuidarte. Es algo que te debo por hacerte sufrir.

Hinata no tuvo duda alguna de que lo dicho por él era una verdad irrefutable. Si Sasuke había sido capaz de salvar a Ino siendo una completa desconocida, también haría lo mismo por ella. Sin embargo, no quería escuchar que fuese por cumplir un deber, tampoco que enclaustraría su alma de nuevo. Necesitaba oír que la cuidaría porque así le nacía, porque la apreciaba, porque el vínculo entre ellos ya era imposible de romper.

—No me debes nada —lo miró fijamente para darle mayor énfasis a sus palabras —, yo ya te perdoné.

—Que me hayas disculpado no significa que me lo merezca. Tengo que pagar mis deudas contigo.

—Pero no olvides que tú también me perdonaste por dejarme llevar por la ignorancia y por ser una Hyuga. Aunque sea algo injusto sé que los clanes actúan como un solo organismo, que las culpas y castigos se comparten entre todos los integrantes.

—Mis pecados fueron mucho más graves que los tuyos.

—Pero tú también me perdonaste, eso es lo importante.

Él chistó al darse cuenta que su discípula podía ser tan terca como él cuando se trataba de defender lo que pensaba.

—Yo preferiría —continuó Hinata antes de que él hallase una réplica — que me cuidaras porque nace de ti, de tu corazón, no porque te sientas en deuda conmigo.

«También lo hago porque me nace» fue lo que pensó él, pero no quiso decírselo. Aunque abrió su alma esta noche, le era muy difícil mantenerla de esa manera. Apenas se había forjado una grieta en su hermetismo; necesitaba más tiempo para derribar todos sus muros.

Se hizo un silencio durante un par de minutos; ambos vieron como la única antorcha todavía prendida iba perdiendo su lumbre entre pequeños chirridos moribundos. Recordando que debía investigar el camarote sellado en que supuestamente habitaba alguna entidad fantasmal, Sasuke introduciría un nuevo tema de conversación.

—Hinata, ¿tú crees que hay vida tras la muerte?

La fémina fue sorprendida por el cuestionamiento, de modo que reaccionó separando más sus pestañas. Cuando dio cuenta que el tema era ciertamente muy interesante, mudó su expresión hacia una llena de atención.

—Quiero creer que sí, aunque también acepto que tal vez sólo sea un anhelo humano de eternidad. Es triste que al morir desaparezcamos sin más, que nada quede de nosotros.

—Precisamente por eso la gente se inventa vidas más allá de la muerte, la inmortalidad del alma, reencarnaciones y cosas de ese estilo; el ser humano es incapaz de aceptar lo efímera de su existencia.

—Es posible que tengas razón..., pero también puede que no la tengas. Yo sé que vi algo en mi camarote y esa cosa no pertenecía a este mundo —el soldado sintió cómo Hinata se estremecía en sus últimas palabras; fue el movimiento que hizo la cama quien denunció tal cosa.

—Si piensas que hay vida después de la muerte, ¿entonces a dónde nos iríamos? ¿Al cielo? ¿Al infierno? ¿A otra dimensión?

Ella se dio un pequeño lapso a fin de meditar su respuesta. —Supongo que a otro plano existencial, no necesariamente un paraíso o un infierno, sino una dimensión a la cual los seres de carne y hueso no podemos acceder. Sería lindo que la vida pudiera continuar en un lugar mejor —dijo embriagándose de ilusión.

Uchiha recordó con nostalgia el pensamiento de Itachi al respecto. —Mi hermano solía decir que nosotros veníamos de las estrellas y que al morir volvíamos a formar parte de ellas.

Ella curvó hacia arriba la esquina de sus labios. —Yo pienso que los seres humanos somos energía estelar en envases de carne. La alquimia dice que nada desaparece, que todo se transforma. Si nuestra alma es energía entonces no se destruiría al morir, permanecería más allá del cuerpo material.

—El alma de una persona es el cerebro, ni más ni menos. Al morir éste, también fallece la persona y ésta, a su vez, se pudre para volver a formar parte de la Tierra como simples elementos químicos dispersos. A eso se refiere la alquimia cuando dice que nada desaparece, todo se transforma.

—¿Pero y si por alguna razón nuestra alma, nuestra conciencia, pudiera mantenerse? ¿Si nuestra alma fuese más que sólo el cerebro? —preguntó entusiasmada —. Tú mismo viste a tu hermano mientras estuviste muerto por esos minutos —agregó con una sonrisa.

El varón disfrutó la encantadora curva que se mantenía en esos tentadores labios. También apreció la manera en que ella argumentaba no sólo en este tema, sino en todos los que habían abordado. No sólo su cuerpo o sus belfos eran sensuales, también lo era su inteligencia. A su modo machista de ver tal cualidad era escasa en las mujeres, ya que sus numerosas admiradoras vivían preocupadas de taparse los poros con el betún al que llamaban maquillaje, de obtener vestidos hermosos o lujosos zapatos, de dietas para mantener sus figuras y un sinfín de banalidades que sólo le provocaban antipatía. Las chicas que le mostraban su interés eran incapaces de sostener una conversación profunda e ir más allá de lo trivial. Si él era un hombre muy selectivo con las féminas, se debía precisamente a que le molestaba todo lo anteriormente mencionado. En cambio, Hinata era muy distinta a quienes había conocido: su lucidez racional deslumbraba, y, como si eso fuera poco, lo que menos tenía era de vanidosa. De hecho, incluso se vestía como si quisiera esconder sus atributos. A cada segundo que pasaba, más perfecta iba hallándola. De pronto, tuvo que quitarle la mirada en cuanto sintió que terminaría besándola desenfrenadamente. Haciendo un esfuerzo, removió su incipiente deseo a fin de retomar el tema original pendiente.

—Yo sigo pensando que nada existe tras morir —volvió a darle su azabache mirada —, pero tienes razón en tu apunte: tras ver a mi hermano cuando estuve técnicamente muerto, he abierto mi mente a la posibilidad de que sí haya vida después. Quizá mi visión sólo fue una alucinación producida por la anoxia en mi cerebro, aunque también pudo ser una vivencia real, por lo cual ampliaré mi perspectiva.

—¿Anoxia? —aquella palabra no estaba en su vocabulario.

—Falta de oxígeno.

—Vale —asintió para luego proseguir con lo importante —. Si lo que viviste no fue una alucinación entonces al morir nos encontraríamos con nuestros seres queridos ya fallecidos. Sería muy hermoso que así fuera.

—Efectivamente, aunque mi mente lógica sigue siendo escéptica al respecto —pasó varios segundos dándole vueltas a lo mismo, hasta que una pregunta se anexó a sus pensamientos: —¿Antes de nacer dónde estábamos?

Hinata llevó un índice a la comisura izquierda de sus labios. Reflexionó la pregunta durante varios segundos, llegando a la conclusión que ahora plasmaría verbalmente.

—Estábamos en ningún lado, en ninguna parte. Simplemente no existíamos.

—Antes de nacer sólo éramos elementos químicos sin conciencia alguna. La muerte debe ser un estado similar al previo a nacer; simplemente no existes. Cuando mueres desapareces sin más; te desintegras.

—Suena triste —dijo dando un suspiro.

—No existir no es tan malo como parece: no hay dolor ni congoja; precisamente por eso hay gente que se suicida. Ellos no buscan una vida más allá, sólo quieren dejar de sufrir.

Ella cerró sus párpados, luego los abrió para mirar de reojo a su maestro. —Lo entiendo muy bien. Quizás por esa razón existe la muerte: para que ningún sufrimiento o felicidad sea eterno.

Uchiha, como muchos seres humanos, ya había reflexionado sobre cuál era el sentido de fallecer. Sin demora, dio su versión de tal hecho.

—La muerte existe porque le da sentido a la vida. Apreciamos ésta porque tiene un final, de lo contrario no sería valiosa. Si fuésemos inmortales nada sería especial porque podríamos repetir cada momento cuando así lo quisiéramos.

Ella no tuvo que pensarlo mucho para concordar. —Viéndolo por ese lado tienes mucha razón.

Se formó un silencio cómplice, ambos mirándose con emoción bajo la tenue luz de la última antorcha encendida. De súbito, ésta crepitó anunciando que su ocaso culminaría muy pronto.

—No hay que temerle a la muerte porque es un proceso natural —continuó Sasuke —. Al aceptar el final, que somos seres mortales y no inmortales, honramos al mismo ciclo de la vida.

—¿Ciclo de la vida? —preguntó, curiosa.

—Explicado de forma simple: el ciervo come pasto, el león se come al ciervo y, al defecar, el león fertiliza la tierra para que crezca el pasto. Es una cadena que ha estado por eones, la alquimia de la vida. Si todos viviéramos para siempre, tarde o temprano los recursos se acabarían y llegaría la extinción. Las viejas generaciones deben ser reemplazadas por las nuevas para continuar evolucionando, para que el balance entre la vida y la muerte se mantenga.

Hinata lo miró, dando un suspiro que abarcó emoción por espacio de tres segundos. ¿Por qué un guerrero despiadado como él podía hablar con tanta facilidad de temas así? Debería ser un bruto sin remedio, ya que de esa forma sería más fácil deshacer sus sentimientos por él.

—La muerte existe para que se mantenga el equilibrio ecológico —convino ella —, pero quizás haya una dimensión superior en que sólo exista la luz de nuestros espíritus. Es algo que nunca sabremos porque nuestros sentidos están demasiado limitados para descubrir la verdad.

Él intensificó su mirada al recordar algo. —Tienes razón en lo de nuestra percepción limitada. De hecho, actualmente hay médicos teorizando que las enfermedades son causadas por seres pequeñísimos que no podemos ver.

Evidentemente Uchiha se refería a los virus, que, por ser tan diminutos, sólo podrían comprobarse siglos más adelante gracias a la invención del microscopio.

—¿En serio? —languideció su voz por causa del asombro.

—Sí —confirmó sin observarla directamente, aunque sí viendo su menudo reflejo en el espejo —; supuestamente serían corpúsculos tan pequeños que resulta imposible verificar si realmente existen.

—No tenía idea de eso —musitó entreabriendo su boca —. Quizás algun día lleguemos al nivel tecnológico que compruebe que eso es cierto.

Trémula en el último coágulo de sebo, la luz terminó por apagarse, sumergiéndolos en una oscuridad absoluta. Impulsada por el subconsciente, Hinata se acercó más a él como una reacción instintiva. Un par de segundos después se le apegó, ahora decidiéndolo a plena consciencia. La seguridad que Uchiha le brindaba era simplemente incomparable. Hubiese querido tomarlo de la mano o apoyarse en su hombro, profundizar el fuerte vínculo que ya los unía, pero lamentablemente no podían ser más que maestro y discípula. Ese era el destino que le correspondía cumplir. Sin intención, un suspiro lastimero surgió acompañado de un gemido en el mismo tono.

—¿Te duele algo? —preguntó él a su habitual manera hosca.

«Me duele no poder estar contigo»

—N-no... —dijo nerviosa sin poder evitarlo. Intentó buscar su mirada que ahora mismo debía desprender preocupación hacia ella, pero, pese a tenerlo a sólo unos cuantos centímetros, no logró divisar nada que no fuese profunda negrura.

De sopetón, como si pudiese ver claramente entre la penumbra, Sasuke se subió a la cama y tendió su espalda sobre ésta. Su gran mano atrapó el hombro de Hinata y, guiándola sutilmente, la hizo caer sobre su pectoral derecho mientras la abrazaba. Por acto reflejo, la cara de ella no dudó en arder como si se hubiera convertido en hija del sol.

—Sasuke... tu pecho...

—Sólo cállate —exigió con su voz más autoritaria.

Sumisa, obedeció aquella vehemente orden sin protestar. Ese hombre encarna al pecado, pero estar acurrucada contra él la hechiza de una forma contra la que no puede luchar. Desde pequeña le había temido a la oscuridad; sólo siendo adolescente consiguió superar tal miedo, aunque siempre manteniéndose cautelosa. Nunca imaginó que un día iba a estar bajo una total negrura sintiéndose tan reconfortada, confiada y complacida. Estar así era incluso sumamente sensual. Por suerte Sasuke tenía su camisa encima, o el tacto con su piel, su aroma, su calor, habría desembocado en cosas que se escaparían a su control. De todos modos, su alma ansiaba revivir la locura lujuriosa que experimentaron en cubierta; necesitaba explorar el cuerpo masculino, tocar su zona más íntima, ser amada por él en toda su latiente longitud. Mordió sus labios nerviosamente; estaba sufriendo un inesperado ataque de ansiedad. Se trataba del mismísimo amor que deseaba ser libre de todo atavío moral, salir y explotar como una ignición, volverse una indomable bestia salvaje y gritar con todas sus fuerzas «¡Te amo locamente, Sasuke Uchiha!».

La situación de él no es diferente. Lo que siente por ella es algo tan inexplicable que no es capaz de asimilarlo. Era una especie de estrépito que le fluía a través de todas las venas, una marejada espiritual que inyectaba de frenesí cada latido de su órgano vital. Cuán difícil era manejar todo lo que sentía por su musa. Para sus adentros, se ve obligado a aceptarlo por fin: el maldito amor sí existe. Por primera vez experimenta el querer darlo todo por la otra persona, lo que significa la generosidad de cuidar al otro por encima de sí mismo, las ganas de unirse yendo mucho más allá de lo carnal. Ya no quería marcarla como su primer hombre para que ella nunca pudiera olvidarlo. Ya no. Lo que ahora deseaba es que Hinata lo marcara a él como la única mujer a la cual podría amar. Mantenerla eternamente tanto en su mente como en su corazón, ansiaba.

Tantas cosas quería decirle, mas ninguna saldría por sus labios. Dio un emocionado suspiro y, antes de que los pantalones comenzaran a apretarle la entrepierna inevitablemente, abrió los ojos. Se enfocó en la negrura para distraer el resto de sus sentidos y decidió reanudar el tema de conversación pendiente. Si no lo hacía de esa manera, podría terminar sucediendo algo de lo que ella terminaría arrepintiéndose inexorablemente.

—¿Conoces la alegoría de la caverna de Platón? —preguntó de improviso, demudando drásticamente sus pensamientos. Fue un cambio tan abrupto que incluso le resultó gracioso.

—No —hizo una pausa para borrar también sus deseos amorosos; luego agregó —. A las mujeres sólo nos enseñan cosas domésticas y artísticas cuanto mucho. Por ejemplo, mi clan nunca me dejó acceder a libros de filosofía.

Uchiha comprobó una vez más cuán limitado estaba el género femenino.

—Es una metáfora sobre la situación en que se encuentra la humanidad respecto al conocimiento. Ya que es extensa, te la explicaré de manera parcial: en una cueva hay un grupo de hombres prisioneros desde su nacimiento, con cadenas que sujetan sus cuellos de tal manera que no pueden girarlo, por lo cual sólo pueden mirar hacia el muro cavernoso que tienen en frente. Por detrás de ellos hay una fogata que proyecta las sombras de los captores y de sus animales. Al estar encadenados desde siempre, los prisioneros consideran como única verdad las sombras deformadas que ven, ya que no pueden conocer nada de lo que acontece a sus espaldas. Están tan limitados que sólo conocerán un aspecto de los objetos que perciben, sus sombras, pero no la realidad del objeto en sí.

Comprendiendo que el guerrero había terminado de hablar, ella quiso dar un apunte que esperaba fuese certero. Aunque era una chica muy inteligente, su timidez a veces la hacía dudar de sus razonamientos por considerarlos bobos o vergonzosos. Sin embargo, la confianza que había forjado con Sasuke era tal que ya no temía equivocarse.

—E-entonces puede que suceda lo mismo con los seres minúsculos que mencionaste, esos bichos que supuestamente provocarían enfermedades. Podemos ver sus consecuencias, pero no a ellos.

—Exactamente. Eres muy inteligente para ser mujer —la felicitó mientras sus yemas disfrutaban la tersura de la preciosa melena morena con tonos azulosos. En un principio intentó no dejarse llevar, pero su cabellera era sencillamente adictiva; una verdadera obra maestra de la naturaleza.

—Por favor, Sasuke, no seas sexista —reprendió con tono sorprendentemente tierno —. Hay muchas chicas más inteligentes que yo. Si no pueden lucirse es porque no las dejan.

Incluso para corregir ella irradiaba delicadeza. Le encantaba que fuera tan femenina, tan dulce, tan increíblemente amable.

—Yo no he conocido ninguna mujer más lista que tú. Sólo Ino está a tu altura.

Hinata se sonrojó de manera fulminante, pues el sabor de un halago era mucho mejor cuando provenía de alguien tan tosco como Uchiha. Él no lo decía por afecto, por agradarle o por compromiso, sino porque realmente lo pensaba así. Después que su padre le dijera siempre que era una tonta sin remedio, escuchar todo lo contrario desde la boca del guerrero más fuerte la emocionó mucho.

—M-me estás idealizando nuevamente.

—No dejes que tu modestia tape la realidad. Eres muy inteligente y punto final.

—In-insisto que no es verdad, pero muchas gracias por pensar eso de mí... —rubescente a la par de feliz, se acurrucó más contra el sector que unía el fornido pecho al fibroso hombro. Disfrutaría cada momento junto a él, pues era probable que una cercanía así de íntima no se volvería a repetir.

Se sumergieron en varios segundos de grata complicidad, hasta que la curiosidad femenina emergió para realizar una pregunta. —Por cierto, ¿por qué me preguntaste sobre la vida tras la muerte?

—Mi maestro fue Orochimaru y...

—¿¡Orochimaru fue tu maestro?! —sin contener su asombro, Hinata interrumpió las futuras palabras exclamando. Levantó un poco su rostro para buscar el de Sasuke y, como sus ojos ya se habían acostumbrado a la falta de luz, logró vislumbrar tenuemente los trazos que lo definían —. ¿El criminal más buscado? ¿El guerrero alquimista que rapta y experimenta con seres humanos?

—En efecto; él fue mi mentor.

Sólo con escuchar aquello, Hinata comprendió muchas cosas respecto a la crueldad de Sasuke. Orochimaru tenía una reputación terrible, tanta que se rumoreaba que en verdad era una víbora que adquirió forma humana e inteligencia tras respirar el miasma del inframundo.

—¿Él te hizo tan cruel, verdad?

—No es excusa para mis acciones, pero sí; él me influenció bastante con su filosofía misantrópica. Potenció mi sed de venganza y su intención fue convertirme en un arma de guerra inhumana que sólo siguiera sus órdenes. Sin embargo, yo no sigo mandatos de nadie, por lo que intentó matarme cuando le resulté un proyecto fallido.

Ella parpadeó asombro que la oscuridad se encargó de ocultar. —¿Y qué pasó con Orochimaru? Según recuerdo hace varios años que no se sabe nada de él. ¿Lo asesinaste?

—Durante nuestro combate le causé múltiples heridas graves y también le corté su brazo derecho, así que es probable que haya muerto por desangramiento. No le di la estocada de gracia porque, después de todo, fue mi maestro.

—Entiendo —dicho esto, Hinata guardó profuso silencio. Necesitaba algo de tiempo para asimilar la información recibida.

A la ausencia de frases, Uchiha continuó parlando. —Él era un hombre excesivamente cruel, pero también alguien muy inteligente que deseaba conseguir la juventud eterna y descubrir los misterios del universo. Una de sus teorías sostenía que existen más dimensiones que las que el ser humano es capaz de captar. Por ejemplo, nosotros percibimos tres dimensiones espaciales: anchura, altura y profundidad. La cuarta dimensión es el tiempo, la que nos hace envejecer. Orochimaru planteaba que existía una misteriosa quinta dimensión, a la cual no podemos acceder precisamente porque nuestros sentidos están demasiado limitados. Según él, en aquella dimensión estaban tanto los secretos del universo como los espíritus de los muertos.

Hinata quedó muy asombrada; en cuanto tal sensación mermó se incorporó en la cama. Mientras meditaba lo recién dicho, se desabrochó los zapatos sin necesidad de verlos. Quitándoselos junto a sus calcetines, los dejó en el suelo, a los pies de la cama. Aliviada, regocijada inclusive, apretó y distendió sus pequeños dedos varias veces. No había nada como la libertad de estar descalza. Sasuke pensó imitarla, pero como no tardaría en revisar el camarote maldito prefirió no hacerlo.

—Pero si hay una quinta dimensión, también podría haber una sexta o una séptima —señaló ella al tiempo que, sonrojada, dudó si volver a cobijarse en él de la misma manera que antes. Estar así, abrazados en una cama mientras el color negro los rodeaba, era algo más propio de una pareja consolidada que de compañeros de viaje. Adoraba estar así con Sasuke, pero también le causaba inevitable pudor.

Uchiha, entretanto, admiró su respuesta; lo normal hubiese sido quedarse enfocada en el asunto de la quinta dimensión, no plantearse inmediatamente que existieran otras.

—Es posible que, tal como dices, existan incluso más dimensiones. De hecho, de la realidad no sólo podemos definir lo espacio-temporal, sino también tantos aspectos como queramos de cualquier elemento: su color, su temperatura, su sabor, su olor, su tersura, su compacidad, su brillantez, etcétera. ¿De qué depende ver más o menos facetas?

—De lo desarrollados que estén nuestros sentidos, ¿verdad? —postuló Hinata tras varios segundos. Acto seguido, despojándose de recatos que realmente no quería seguir, se acomodó nuevamente entre el pectoral y el hombro de quien amaba.

La mente de Sasuke cayó en alborozo gracias a la deducción de su alumna.

—Acertaste completamente. Por ejemplo, un ciego nunca podrá conocer los colores porque le falta el sentido de la vista; o un sordo no conocerá los sonidos. Partiendo de esta premisa, las personas tampoco podríamos ver la quinta dimensión o las superiores a ésta porque sólo tenemos los cinco sentidos tradicionales. ¿Pero por qué no podrían existir más sentidos de los que tenemos los seres humanos?

—¿Algo así como un ojo que viese los bichos diminutos que podrían causar las enfermedades? ¿O una oreja que pudiera escuchar hasta el rincón más recóndito del universo? ¿O incluso un sexto sentido totalmente nuevo e inimaginable?

—Así es, aunque Orochimaru decía que ver más dimensiones, o seres intangibles, dependía del estado de conciencia del individuo. Por ejemplo, una persona que observe un objeto y se fije solamente en su altura, anchura y profundidad, verá únicamente tres facetas. En cambio otra persona que también tome en cuenta el color, verá cuatro; y otra que se fije también en el aroma, distinguirá cinco. El objeto siempre es el mismo, pero, según el nivel de percepción, el observador podrá ver más magnitudes. Supuestamente, lo mismo sucedería con las dimensiones existentes en el universo.

—Suena impresionante.

Con la mano que tenía libre, el soldado acomodó un mechón tras su oreja. —Llevando esto al tema paranormal, mi mentor tenía la hipótesis que la dimensión espiritual, la de los fantasmas, no implicaba necesariamente que estuviese en un lugar distinto, sino que podía estar aquí mismo, paralela a nuestro mundo. Sin embargo, nos resulta inasible porque el nivel de nuestra conciencia, de nuestros sentidos, es demasiado limitado.

—¿Entonces los seres humanos nunca podremos acceder a esas dimensiones?

—Quién sabe, quizás algún día lleguemos al nivel tecnológico que las pruebe empíricamente o que las descarte. Lo único cierto es que hay muchos misterios que nos falta por develar, tales como el origen del universo, si hay vida más allá de las estrellas, si podemos escapar del tiempo o volverlo relativo, y así un largo etcétera. Por ahora son cosas incognoscibles, pero cuanto mayor sea nuestro nivel de conciencia e inteligencia, más misterios iremos resolviendo a través de los siglos.

De manera inconsciente, los dedos de los pies femeninos juguetearon entre sí mientras pensaba en lo culto y multifacético que era Sasuke. Ella tuvo la oportunidad de conocer mucha gente por pertenecer a la aristocracia, mas nunca habló cosas así de interesantes con nadie. Otras personas debían recurrir a temas manidos y triviales para poder sostener una simple conversación, pero él, aún siendo un guerrero brutal y lacónico, abordaba todo tipo de asuntos con una soltura asombrosa. Uchiha era alguien que lo perdió todo, pero como consecuencia también había experimentado muchas más cosas que alguien de su edad o incluso hombres ancianos. ¿Quién más podría decir que perdió a todo su clan teniendo seis años, que debió sobrevivir una persecución inhumana durante tres meses y vivir completamente solo otros tantos? ¿Quién más podría haber tenido de maestro a un hombre como Orochimaru, a quien además tuvo que matar? A todo eso también se le agregaba su sabiduría respecto a la esgrima y el sinfín de batallas en que había participado. No era extraño que junto a él siempre terminara aprendiendo cosas nuevas; le encantaba aquello. De pronto, en cuanto notó que estuvo divagando más tiempo de la cuenta, quiso acotar algo que llegó de sopetón a su mente.

—Todo lo que me has dicho es muy interesante, pero no puedo creer que un hombre tan malvado como Orochimaru pudiera plantearse cosas así de profundas.

—No es extraño —respondió de inmediato —: la inteligencia no tiene por qué ir de la mano con la empatía. Los asesinos seriales suelen ser más astutos y sagaces que el promedio. Y en el caso de Orochimaru fue precisamente su inteligencia la cual lo llevó a subestimar al resto de humanos y verlos como simples herramientas para sus experimentos.

—Tienes razón —concordó tras unos segundos.

Dándose una pausa, Uchiha direccionó su rostro hacia los cabellos de su alumna, aspirando profundamente a fin de percibir el aroma que éstos desprendían. Su deleite fue tanto que necesitó hacerlo más veces, pero tuvo que detenerse cuando supo que, de seguir así, no se conformaría sólo con obtener su fragancia. Uno contra otro, friccionó los caninos del lado izquierdo por frustración. Aunque tener a Hinata tan cerca era algo indudablemente hermoso, también resultaba una tortura a su autocontrol. Estaban abrazándose a oscuras, compartiendo una pequeña cama, felices en una intimidad irrepetible...

¿Cómo diablos podría reprimir la constelación de amor que su ángel le provocaba? ¿Y si simplemente se dejaba llevar por lo que siente? ¿Y si la hacía suya sin maldito impedimento que interviniese? Desgraciadamente no era posible, puesto que, tan sólo una o dos horas atrás, ella le había dicho claramente que le sería imposible mantener sus sentimientos por él. Entonces, volvió a teorizar que este era el castigo infausto que el destino le tenía reservado.

Mientras tanto, a Hinata, una invisible nebulosa parecía maximizarle cada uno de sus sentidos. A pesar de estar en el pectoral contrario al corazón, igualmente juraría que oía los latidos de Uchiha acelerarse tanto como los de ella. Tenía tantas ganas de besarlo e ir mucho más allá, entregársele como si no hubiera un mañana, que la hiciera mujer en este preciso instante. Sus mejillas mutaron de pálidas a rubescentes al entender cuán pervertida la estaba volviendo el amor por Sasuke... ¿pero cómo acallar lo que el alma exclama a gritos?

¿Y si enviaba a la moral a un recóndito escondrijo del que nunca escapase? ¿Podrían sus familiares, desde el más allá, perdonarla si así fuera? No, nunca la dispensarían. Esa era la cruel verdad. Ni siquiera debería estar aferrada al torso del guerrero más fuerte, dado que hacerlo era una terrible afrenta de por sí. Seguramente Neji la miraría muy decepcionado ahora mismo. Sin embargo, estaba cansada de que las mismas ideas volvieran a su mente una y otra vez; agotada de que, tratándose de Sasuke, todo fuese un pecado imperdonable. No estaría con él como pareja, pero por lo menos disfrutaría siendo una íntima amiga. Por ello, deshaciendo reconcomios, se cobijó todavía más contra el hombre que amaba con locura.

Estando así de apegados, era peligroso prolongar el silencio. Éste ayudaba a despertar los instintos, por lo que Sasuke decidió reanudar nuevamente la conversación que mantendría sus mentes alejadas del pecado.

—Retomando el tema sobrenatural: ¿crees que los fantasmas son muertos que por alguna razón quedaron vagando en nuestra dimensión?

Hinata recordó las dos experiencias fantasmagóricas que tuvo durante su infancia, por lo que un sucinto escalofrío recorrió su espalda.

—S-supongo que sí.

—De ser así, ¿por qué se quedarían vagando por el mundo terrenal?

Hinata quitó la mano que se sostenía contra la cintura masculina, llevándola hacia su propia frente. Masajeándola pausadamente, respondió: —Dicen que las almas en pena murieron en circunstancias trágicas o imprevistas, que les quedaron asuntos inconclusos en este mundo y es por eso que no pueden descansar en paz.

—Si las chicas suicidas quisieron dejar el mundo voluntariamente, ¿por qué regresarían después de muertas?

Hinata separó sus párpados lo más que podía. Nerviosa con la respuesta que arribó a su mente, hundió con más fuerza los dedos contra su frente. —Lo más lógico sería suponer que están penando porque realmente no se suicidaron...

Uchiha quedó conforme con tal deducción, pues era precisamente lo que dejó entrever con su pregunta. Pensativo, se tomó el mentón con su mano libre.

—Esa cosa que supuestamente viste en el camarote de lujo, ¿interactuó contigo? ¿Intentó hacerte daño en algún momento?

Hyuga se perdió en una abstracción que la hizo rememorar tanto el miedo como el hórrido suceso. Sasuke pudo sentir como su menudo cuerpo se estremecía contra él, por lo cual, a modo de recordarle que no estaba sola, acarició tanto el hombro como el brazo femenino. Sólo entonces la joven volvió al mundo real, aliviada por tenerlo junto a ella.

—No se me acercó ni me miró; aunque al final, cuando iba a escapar, sentí que salía del baño para atacarme, así que pudo ser alguna entidad diabólica en vez del fantasma de alguna de esas chicas —apenas forjó tal hipótesis, se convenció rápidamente de su veracidad —. Era algo tan horripilante que dudo mucho que alguna vez haya sido un ser humano. Esa cosa no era un fantasma: era un monstruo, un demonio o algo igual de grotesco —de no estar Sasuke presente, ahora mismo su torrente sanguíneo sería serrátil —. Cuando me odiaba, Neji solía contarme historias de criaturas espeluznantes que provenían del averno. Relatos de terror que nunca olvidaré porque me asustaban mucho —buscando cálido refugio, se abrazó aún más al soldado.

—¿Viste a ese espectro salir del baño para atacarte? —indagó con interés.

—No —dijo tras pensarlo detenidamente.

—Entonces que quisiera dañarte pudo ser sólo una impresión tuya por el miedo que sentías. Si fuese un ente diabólico te habría atacado desde el primer segundo.

—Quizá no arremetió porque no me vio antes —esbozó una segunda opción.

—A lo mejor, esa entidad está aquí porque desea ayuda —propuso mientras una de sus cejas se alzaba un poco.

—¿Ayuda? —la sorpresa absorbió casi toda su voz.

—Es un tema que hable con el capitán mientras hacían la fiesta; como es un hombre con más de cuarenta años de experiencia me pareció interesante conocer su opinión. Él es escéptico igual que yo, pero ha escuchado un sinfín de historias paranormales contadas por marineros —se dio una pequeña pausa antes de continuar —. Hay muchas teorías al respecto, pero si damos por cierto que los fantasmas realmente existen, entonces lo más probable es que no hacen la transición hacia el más allá porque existe una razón importante; por eso se dejan ver o intentan contactarse con alguien del mundo de los vivos. A pesar de su actual aspecto disforme ellas estarían aquí porque quieren ayuda, no para asustarte.

Abriendo sus ojos de gran manera, Hinata sopesó lo recién dicho durante varios segundos. —¿Querrían ayuda para que sus asesinatos no queden impunes?

—Exactamente.

Se hizo un silencio breve.

—¿Pero y si te equivocas? Pueden ser malignos seres sobrenaturales, no los fantasmas de las suicidas —dijo temerosa.

—Sigo pensando que, en caso de que tuvieras razón, aquella cosa te habría atacado desde el principio.

Ella refregó sus labios varias veces. Luego suspiró profunda y sonoramente.

—Sólo espero nunca más volver a ver algo así de ominoso.

—Dudo mucho que te suceda nuevamente, pero de ser así tienes que recordar que serás una guerrera y enfrentar con valentía lo que se te ponga por delante. Siempre debes ser más fuerte que el miedo.

—S-sí —aunque quiso mostrar seguridad, tartajeó de forma inevitable. Después agregó —: ¿Tú crees que esas dos chicas murieron asesinadas?

—Así es, pero sin pruebas no pueden haber culpables y después de cinco meses es difícil hallar algo. No obstante, en el camarote sellado puede haber algo incriminatorio. Por eso voy a revisarlo concienzudamente.

—Si quieres te acompaño —se ofreció superando reticencias —, pero antes me gustaría poner grasa combustible en mis antorchas. Si permanecen apagadas no podré dormir tranquila... —avergonzada, hizo un puchero de niña que la oscuridad reinante ocultó.

Uchiha dio un respiro con claro sabor a fastidio.

—Está bien, iremos ahora mismo a la bodega de utensilios.

—Muchas gracias —se incorporó sosteniéndose en un codo, mientras se atusaba los cabellos por la costumbre de hacerlo al levantarse —. ¿Sabes dónde está?

—Por supuesto; y tú también deberías saberlo. No sólo recorrí el barco entero, incluso revisé sus planos. Te dije que lo exploraras porque un guerrero siempre debe tener conocimiento total de los lugares que le rodean —la reprendió endureciendo su voz.

Ella habría interpuesto la excusa que le dolió la cabeza durante el día de ayer, pero procuraba ser siempre lo más sincera posible. Desde que despertó tuvo tiempo de sobra para conocer a Jiren de pies a cabeza.

—L-lo siento...

Uchiha no le dio mayor importancia al asunto; Hinata era una chica lista que aprendía de sus errores, de modo que seguramente mañana exploraría el buque.

—Bien, vamos por el sebo —como complemento a su anuncio, se irguió en la cama y puso sus pies en el piso.

—De acuerdo.

La joven imitó la acción de su maestro, para luego, a tientas entre la oscuridad, comenzar a colocarse sus calcetines y los zapatos. Inevitablemente, dio un suspiro al sentir que quizá nunca más podría estar abrazada a Sasuke de una manera tan cómplice e íntima. Sin dudas, le gustaría muchísimo que algo tan agradable pudiera repetirse en un futuro.


El centinela que estaba sin antorcha, ubicado en los altos escombros de lo que antes fue la techumbre de una casa de dos pisos, advirtió unas tenues sombras provocadas por la débil luz selenita. Sin dudarlo envió una alerta a todo pulmón que, por el mutismo de la noche, resonó estruendosamente.

—¡Allí hay unos prófugos! ¡En el cuadrante sur, a las diez en punto! —como es habitual entre militares, las posiciones suelen darse siguiendo el sentido de las agujas del reloj respecto a un punto de referencia. El susodicho, en este caso, era la derruida plaza del pueblo.

—Demonios —maldijo el perseguido a la vez que, lanzándose a la carrera, apretaba más la mano de Hanabi para que no se le perdiera.

—¡Si se trata de Hyugas los quiero con vida! ¡Si no lo son, mátenlos! —fue la potente orden dada por quien comandaba el escuadrón, el reintegrado coronel Kakuzu.

—¡Sí, señor! —la respuesta llegó desde todas direcciones como voluminosos truenos que anunciaron pavor por doquier. Rápidamente cada guerrero corrió hacia el lugar indicado por el vigía, mientras los jinetes se reunían en las salidas sureñas del pueblo para impedir el escape.

Quienes huían seguían al inteligente perro, que, gracias a su olfato y cuadrúpeda rapidez, comprobaba las callejuelas y los guiaba por aquellas que no tenían soldados apostados. De súbito, el hombre sintió como la mano de Hanabi apretaba nerviosamente la suya, señal de su lógico temor.

—Tranquila, Akamaru nos sacará de aquí —dijo él, desplegando total seguridad.

Kakuzu, quien tenía mucha práctica persiguiendo fugitivas que luego esclavizaba, llevó su caballo precisamente hacia el lugar menos custodiado. Bajó a ras de suelo, extrajo una flecha de la aljaba que colgaba a un lado de su corcel y, de una alforja del mismo lado, sacó una mezcla de brea, sebo y aceite. Untó la punta de la flecha con el producto altamente combustible y, en cuanto la encendió con una cerilla, la disparó al aire a manera de bengala. La iluminación de ésta le permitió ver en el horizonte callejero a los dos prófugos y al perro que los acompañaba. Había una chiquilla adolescente que instantáneamente lo hizo sonreír. Llevaba un arco pequeño en su diestra, precisamente apto para alguien de su tamaño. Además de Ino, sólo una Hyuga se atrevería a pensar que podría ser una arquera a la altura de los hombres. Fue entonces que el presentimiento que latió en su pecho no le dejó lugar a la equivocación: era Hanabi. Tenía que ser ella.

Apenas la vio, Kiba maldijo la bengala que sin duda delataría sus posiciones. Rápidamente doblaron por un callejón estrecho, apegándose a una de las paredes a medio derrumbar. La situación empeoró aún más cuando Kakuzu arrojó más flechas ardiendo que atravesaron el cielo, para terminar clavándose en puntos clave. La escapatoria asomaba cada vez más dificultosa.

—Kiba, huye junto a Akamaru —exigió la hermana de Hinata mientras la angustia tanteaba cada rincón de su alma —. Es a mí a quien buscan.

—Te dije que no te abandonaré —pese a que la preocupación por ella desgajaba su corazón en un martirio de latidos precipitados, su estampa se empeñaba en mostrar todo lo contrario —. Haré de señuelo mientras tú huyes en dirección contraria —apuntó con su índice el lugar hacia donde ella debía correr.

—Yo no voy a dejar que te sacrifiques por mí —negó fieramente con su cabeza a la vez que la determinación se petrificaba en su perfil —. No podría vivir tranquila después de eso, así que por favor entiéndeme. Tenemos que escapar todos —lo tomó del brazo con firmeza antes de agregar algo más —. O escapamos los tres o morimos los tres.

Kiba iba a responder, pero una flecha ardiendo cayó en un techo unos metros más allá. El sector donde se encontraban se iluminó casi por completo. Pronto los cascos de un caballo anunciaron que uno de los enemigos se aproximaba a toda velocidad.

—Vamos entonces —dijo él mientras volvía a sostener la izquierda de Hanabi. Haría el último intento por escapar junto a ella, pero si resultaba imposible se quedaría a retrasar a los perseguidores. Era lo suficientemente hábil como para mantenerlos ocupados un par de minutos mientras su protegida huía junto a Akamaru.

Hábilmente, el inteligente perro siguió guiándolos por las calles despobladas de enemigos. En cuanto atravesaron los cascotes de una casa derrumbada, llegaron al límite del pueblo por fin. En la infértil pradera de arena que se extendía por delante de sus ojos, una larga hilera de flechas ardiendo, equidistantes unas de otras, cumplían la función de pequeñas fogatas que advertirían sus presencias. La soldadesca, tanto infantes como algunos jinetes, esperaban al acecho como hienas. En muy poco tiempo habían creado una emboscada prácticamente perfecta. Sin embargo, existía un margen de error que le quitaba tal condición: el número de guerreros no era el suficiente para cubrir cada tramo de la enorme pradera. Si corrían lo suficientemente rápido mientras Hanabi disparaba algunas flechas para atemorizarlos o incluso matarlos, podrían dejar atrás las luces, perderse en la oscuridad y alcanzar el bosque que estaba en la lejanía. Una vez allí, podrían escabullirse definitivamente entre el sinfín de vericuetos.

Kiba explicó rápidamente su plan a la menor; ella comprobó la tensión en la cuerda de su arco y se preparó a correr como nunca antes lo hizo en su vida. En cuanto escucharon que a sus espaldas se acercaban los guerreros que todavía continuaban en el pueblo, se arrojaron hacia el horizonte siguiendo al hábil Akamaru, quien eligió la ruta que estaba más libre de olores humanos. Deteniéndose tras varios segundos, los tres se lanzaron a tierra antes de atravesar el punto más crítico: el de las flechas incendiadas que denunciarían sus siluetas. La proeza, el éxito de conseguir lo que asomaba tan difícil, estaba a un tris de realizarse. Escrutaron hacia los lados, comprobando que la distancia respecto a los cazadores era amplia. Podían dejarlos atrás. Tenían que hacerlo.

—Hanabi —susurró él, acercándose a su oído —, olvida lo de disparar flechas. Quiero que, pase lo que pase, corras como si te persiguiera una jauría de demonios.

—Pero tú también correrás conmigo, ¿verdad? —preguntó sumamente preocupada. Tenía el horrible pálpito de que Kiba planeaba quedarse atrás para detener a los persecutores.

—Por supuesto.

Era mentira. Ella lo supo con una claridad omnisciente, asombrosa. Cerró los ojos un momento y luego los abrió de golpe, tomando con fuerza el hombro masculino.

—Yo no pienso cargar tu sacrificio sobre mi conciencia. Vas a huir conmigo, ¿me oíste? —lo dicho fue sólo un susurro, pero hubo tal autoridad en él que pareció un verdadero grito.

Pese a su corta edad, Kiba tuvo claro que Hanabi era una Hyuga de tomo y lomo. Incluso se habría dado el tiempo de admirar su temple, mas la urgencia de escapar apremiaba. Emocionado, la miró como si fuese la última vez que podría. Luego, hizo lo mismo con el gran amigo de cuatro patas que lo había acompañado fielmente durante siete años.

—Escaparemos los tres —dijo decidido, relleno de convicción.

Ella asintió, ahora creyendo completamente en sus palabras. Sin más dilaciones, el trío se lanzó dándole máxima celeridad a su carrera. Parecía que todo saldría bien, mas, cuando fueron tocados por la luz, un terrible flechazo pasó a centímetros del hocico de Akamaru. Casi enseguida, una segunda flecha atravesó sus dos patas traseras. El animal cayó a tierra dando un gañido que destrozó los corazones de Kiba y Hanabi en cientos de pedazos. La intención de Kakuzu había sido matarlo al primer disparo, pero no era tan hábil con el arco como lo era Ino Yamanaka.

—¡Corre, Hanabi! ¡Corre! —la apresuró a continuar, mientras él se arrodillaba para cargar en sus hombros a su gran amigo canino. Si fuese un hombre frío y calculador, simplemente habría seguido corriendo dejando a Akamaru a su suerte; se habría dado cuenta que era imposible escapar cargándolo. Sin embargo, durante toda su existencia convivió con perros y si algo le habían enseñado éstos era la lealtad a toda prueba. Así tuviera que morir, jamás abandonaría a un ser querido. Era el costo de tener un corazón grande latiendo en el pecho.

El gran problema era que Hanabi tenía un corazón similar al de él. Detuvo su carrera, llevó su diestra al carcaj en su espalda, sacó una flecha y la colocó en el arco lista para ser lanzada al enemigo más cercano. Todo ello en apenas dos segundos.

—¡Huye, maldita sea! ¡Si te capturan sufrirás cosas peores que la muerte! —gritó Inuzuka, completamente desesperado.

La menor no hizo caso; comenzó a lanzar flechazos sin titubear siquiera. Nunca había asesinado a nadie, pero, si se trataba de proteger a Kiba y Akamaru, estaba dispuesta a matar a todo el contingente. Ella les debía la vida a sus dos amigos, quienes la habían salvado durante el fin de la guerra. Por nada del mundo los abandonaría ahora.

Kiba vio y escuchó como los jinetes los rodeaban. Hanabi ya no podría escapar y, al entenderlo, su corazón se hizo trizas. Con lágrimas aflorando en sus ojos rasgados, dejó a Akamaru en el suelo y se preparó a luchar con todas sus fuerzas. Quizás podría obrar un milagro y salvarlos a ambos.

—¡Yo me encargaré de ellos! —comandó el esclavista, mientras se aproximaba alardeando la misma soberbia que un león tiene ante sus presas.

—¡Sí, señor!

La chiquilla había disparado seis flechas hacia Kakuzu con una puntería casi perfecta, pero él evadía la muerte ladeando su cabeza o su cuerpo con una precisión increíble. Reducía la distancia hacia sus objetivos manteniendo una tranquilidad a toda prueba, mientras, cual torero en el ruedo, seguía esquivando los disparos de Hanabi sin siquiera poner por delante su escudo. Ella insistió apuntando a diferentes partes del cuerpo, pero sucedió lo mismo que las veces anteriores. Kiba supo entonces, por tamaña habilidad, que el hombre que se les aproximaba pertenecía a las fuerzas de élite. Un escalofrío recorrió su espalda sin poder evitarlo, puesto que derrotar a un FE asomaba como algo casi imposible de conseguir incluso para un guerrero altamente entrenado como él. Sólo Sasuke o el fallecido Naruto podían garantizar una victoria contra esos demonios.

Nerviosa porque nada cambiaba, Hanabi comenzó a fallar su puntería. Su pulso ya no era firme y su temple cayó en detrimento. Decidió apuntar a los demás guerreros a fin de abrir una brecha por la cual escapar, pero estaban firmemente cubiertos por sus escudos. Lamentablemente, ni siquiera una miríada de flechas servía cuando aquello sucedía.

Manteniendo la vista fija en el enemigo, la hija menor de Hiashi se acercó a Inuzuka y al malherido Akamaru, quien, en silencio, parecía entender todo lo que sucedía. Su mirada, el lenguaje universal incluso en animales, estaba llena de tristeza.

—¿Por qué no huiste? —preguntó Kiba con voz totalmente desgarrada —. Debiste escapar cuando tuviste la oportunidad.

—Perdóname, pero no podía abandonarlos. Entiéndeme, por favor.

Él espiró un dolor supremo, tal como si tuviese cáncer terminal en ambos pulmones. —Lucharé hasta el último segundo de mi vida para protegerte, Hanabi. Si no lo consigo, te suplico que me perdones.

—Kiba... la culpa es mía... —cayó de rodillas, llorando como la niña que todavía era.

Kakuzu, entretanto, disfrutaba cada segundo de cacería. Hacía años que no vivía la emoción del combate, sensación que le resultó preciosa de resucitar. Su faceta comerciante era mucho más civilizada que la bestia bélica que empezaba a renacer en su interior. Aunque ya era un quincuagenario, sus reflejos seguían siendo más que excelentes. De hecho, muchos años atrás llegó a ostentar el título de guerrero más fuerte, antes que la irrupción de Itachi le quitara su primer lugar en el podio. A pesar de su prolongado tiempo retirado de la milicia, seguía siendo capaz de enfrentar a los FE más poderosos de igual a igual, por lo cual muy pronto, en un duelo justo, la sangre de aquel joven correría por la hoja de su afilada espada.

Kiba podría resistir sus embates unos dos o tres minutos cuanto mucho, pero lamentablemente su nivel de esgrima no era el suficiente como para derrotar al hombre más codicioso. Su destino ya estaba decidido: muy pronto sería un cadáver.


Maestro y alumna subieron a la solitaria cubierta. Apenas arribó a la intemperie ella sintió un escozor en la piel, como si la gélida temperatura intentase mordérsela. Miró unos segundos hacia el horizonte de proa, preguntándose si aquellas nubes negras que anunciaban tormenta serían las causantes de tal algidez. Avanzaron con dirección a popa y, a medida que sus pasos los acercaban a su destino, la joven sintió claramente como el frío se incrementaba. Ya no deseaba masticar sólo su piel, sino también sus huesos. La noche correspondía más a un crudo invernazo que al cálido estío. Por inercia, empezó a frotarse sus brazos con las manos mientras avanzaba. Luego, ya en una acción plenamente consciente, se llevó ambas palmas a la boca para soplar vaporosos hálitos que le ayudasen a calentarlas. Entonces el castrense se detuvo, se quitó la chaqueta que traía encima y la puso por delante de los ojos albinos, los cuales se abrieron sobremanera. Como durante varios segundos no hubo ninguna acción o palabra, Sasuke perdió la paciencia.

—¿Qué estás esperando?, ¿que te la ponga encima también?

—¿P-pero y tú? —reaccionó con voz trémula —. ¿Acaso no tienes frío?

Si Sasuke fuera de los que se ríen, lo habría hecho a carcajadas en este momento.

—Hinata, viví con delgados harapos enfrentando a la lluvia y a la nieve del invierno. ¿Crees que esta temperatura significa algo para mí? —dijo con petulancia. Era obvio que estaba muy orgulloso de haber sobrevivido a condiciones que habrían acabado a la inmensa mayoría.

—Perdona, no quería ofenderte. Sólo estaba preocupada por ti.

—No necesito tu preocupación. Ahora pónete la chaqueta de una vez o me enfadaré.

—S-sí —lo que menos quería era verlo enojado, de modo que rápidamente se calzó la prenda. El calor que dejó Sasuke le vino como una bendición y, aunque él no usaba perfumes, juraría que olfateaba claramente su agradable esencia. También le pareció gracioso lo grande que le quedaba; mientras al soldado apenas le quedaba a la altura de la cadera, a ella le llegaba casi hasta la rodilla. Además, con la tela que le sobraba de las mangas podría tejerse dos pares de guantes e incluso más. Sin poder evadirlo, se sintió como una niña pequeña usando la ropa de un adulto.

Siguieron avanzando hasta llegar a la sombría popa. Hyuga recordó que en esta zona percibió algo anormal hacía sólo un par de horas y aquella sensación volvía a repetírsele. Si no fuera por la presencia de Sasuke, ahora mismo estaría asustada.

El soldado se dispuso a abrir la bodega de utensilios cuando sintió que Hinata se tomaba de su brazo, con los dedos tan agarrotados que incluso traspasaron las mangas de la prestada chaqueta, clavándole briosamente las uñas en los bíceps. Fue un movimiento compulsivo, sin intención de dañarlo. Simplemente las manos femeninas se habían vuelto un acervo de nervios erizados incapaces de controlar su fuerza. Sasuke no necesitó siquiera un segundo para comprender que ella tenía mucho miedo. Giró su faz a fin de encararla, dando cuenta que la mirada albina se estancaba en el último rincón de popa, directamente en el lugar que la luz no alcanzaba a tocar. De manera inercial Uchiha observó aquella oscuridad, pero ningún ojo humano podría haber vulnerado aquella negrura. Era imposible divisar algo extraño o anormal desde la distancia que se encontraban.

—¿Qué te sucede? —preguntó volviendo ceñudas sus facciones.

La fémina no contestó; el temblor que se apoderó de sus piernas fluyó rápidamente hasta sus hombros, mientras terribles escalofríos pisotearon cada una de sus vértebras. Más allá de los mástiles y a varios metros de ella, entre las tinieblas que no retrocedían ante el débil fulgor de las pocas antorchas, distinguió una silueta monstruosa que miraba hacia el mar. La impresión fue tanta que olvidó por unos segundos que Sasuke estaba a su lado. Inconscientemente tapó su boca con ambas manos para no gritar aterrada, puesto que hacerlo llamaría la atención de esa endiablada figura. Su feroz miedo se encargó de hacerla temblar incluso más que antes, bloqueando cualquier atisbo de luz racional. Lo que estaba enfrente, a tan solo unos cuantos metros, tenía una magnitud pavorosa, tanto así que se prohibió respirar para no llamar la atención de esa cosa indescriptible.

Siguió patidifusa, estupefacta al extremo de un cadáver, ansiando con todas sus fuerzas que esa figura de espanto se fuera lejos. Llevó una mano a su pecho con la intención de aplacar los intensos latidos de su corazón, que, en su mente asustada, se escuchaban como verdaderos bombazos en sus oídos. Sus mandíbulas se cerraron con tanta potencia que hubiese podido triturar la cáscara de una nuez.

—¿Qué diablos pasa? —perdiendo la paciencia, el joven militar exigió inmediata respuesta.

Ella, como si todas las células de su cerebro se hubieran comprimido en apenas un milímetro cúbico, sólo era capaz de esbozar pensamientos caóticos. Lo que tenía enfrente desencajaría a cualquiera, por lo que necesitaría muchos segundos más para poder asimilarlo.

Uchiha comprendió que su aprendiz había caído en un colapso mental, de modo que no insistió con una respuesta; la obtendría por su cuenta avanzando hacia la ruta que seguían los ojos albinos. Fue sólo entonces que Hinata reaccionó, ya que el instinto de protegerlo fue mucho más fuerte que su confusión. Lo agarró firmemente del brazo para detenerlo a toda costa.

—N-no vayas. Ha-hay... hay algo allí... —su diluida voz casi alcanzó el punto de volverse irreconocible. Fue como si gélida escarcha se hubiera apropiado de sus cuerdas vocales; éstas temblaban demasiado.

Uchiha tomó las mejillas femeniles entre sus palmas, obligándola a mirarlo sólo a él.

—Yo estoy aquí, así que nada te pasará —para darle mayor asidero a sus palabras, se puso por delante de ella como si fuese un fiero escudo humano.

Todavía temerosa, Hinata se acurrucó contra la robusta espalda masculina. Entre el desorden que produjo el miedo sobre sus pensamientos, la inteligencia intervino de manera suficiente como para darse cuenta que el guerrero más fuerte estaba a su lado. Aquello le dio mayor tranquilidad, pero, cuando su maestro quiso avanzar nuevamente, se encargó de detenerlo envolviendo su cintura con los brazos.

—N-no vayas, por favor —le suplicó de manera ahogada.

—Dime qué viste —exigió rudamente.

Ella ingirió saliva para darle alivio a la opresión que se formó en su garganta. Sintiéndose protegida por Sasuke, se atrevió a asomar la cabeza por un costado del hombro.

—E-está enfrente todavía... —indicó con el dedo que servía para ello, mientras el temor le revolvía los ojos —, parece una mujer desnuda. E-es una figura humana, pero terriblemente inhumana al mismo tiempo... ¡Es horripilante!

Sasuke escrutó atentamente hacia la dirección señalada por Hinata, mas, al no divisar nada, amplió su campo visual moviendo su cabeza de izquierda a derecha. Buscando anomalías recorrió por doquier, aunque sólo vacío logró hallar.

—Hay la nada, Hinata.

—Allí —temblando, indicó nuevamente —, está quieta dándonos la espalda —por la ansiedad que la atacaba, exhaló vaporosos vahos involuntarios —. Bri-brilla de una manera opalescente y parece alguna especie de mujer porque su complexión es delgada y tiene el pelo largo —al describirla con más detalle, sintió el amargo sabor del terror en su boca.

Él se movió para acercarse, pero Hinata se lo impidió nuevamente. Sus menudos brazos no soltaran el firme agarre a su cintura; cargó todo su peso echándose para atrás e intentó clavar sus pies en el suelo, imprimiendo en ambas acciones toda la fuerza de la que era capaz.

—N-no vayas, te lo ruego.

Asombrado, Uchiha la miró por encima de su hombro. Por el ímpetu físico que ejercía en su agarre, cualquiera diría que Hyuga intentaba salvarle la vida. Iba a decirle algo, pero ella lanzó un grito antes que pudiera hacerlo.

—¡E-está caminando! ¡E-esa cosa está caminando! —frenéticamente, buscó protección colocándose al lado izquierdo del militar.

—¿Dónde?

—A-allí, por la orilla derecha —apuntó con un tembloroso índice —, ahora mismo está a plena luz, ¡es imposible que no la veas!

Él rebuscó visualmente de izquierda a derecha, mas nada consiguió divisar.

—Estás delirando —lanzó con severo reproche.

—¡Te juro que allí está, Sasuke!

El militar hizo callar a la civil con un gesto, esperando escuchar pasos sobre las tablas. Cuando su expectativa no fue cumplida, olfateó el aire profundamente. No consiguió detectar nada anormal, salvo un frío poco común que entró a sus pulmones. Como último recurso, se desembarazó duramente del agarre femenil y corrió hacia la dirección que enfocaban los ojos blanquinosos. Hyuga dio un grito despavorido que resonó más que todos los anteriores; seguramente más de alguien en el barco habría despertado por culpa de ella. Sasuke hizo caso omiso e intentó expandir al máximo sus sentidos para encontrar aquella cosa nefaria, pero lo único que obtuvo fue maldita frustración.

—¡S-se está yendo por allí! —patitiesa y con una palidez enfermiza mediante, indicó lo que solamente ella estaba viendo —. ¡Cielo santo, se va por el pasillo de estribor!

Una vez más, Sasuke no logró vislumbrar nada anómalo. Reuniendo lo poco que le quedaba de paciencia, se tendió sobre el suelo y puso una oreja apegada a las tablas, lo cual amplificaría cualquier pisada que se diera sobre éstas. Sin embargo, su esfuerzo resultó completamente en vano. Se puso de pie a la vez que, sumamente irritado, enviaba una agresiva mirada a la fémina. No obstante, la suavizó al constatar que ella seguía con miedo plasmado en su rostro.

—Vámonos de aquí, por favor —pidió ella en cuanto él se le acercó. El rictus que tenía era casi histérico —. E-esa cosa espantosa podría regresar.

Al soldado le sorprendió la seguridad con la que Hinata creía en su falso espejismo. A pesar de que evidentemente él no había visto nada, ella no dudaba que tal espectro era completamente real. Intrigado, decidió sacar más información, aunque primero tendría que calmar el pánico que irradiaba su discípula por cada uno de sus poros.

—Ni a ti, ni a mí, nos pasará algo. Recuerda que serás una guerrera, así que tranquilízate —la calma total que había en esa voz fue envidiada por la fémina.

—P-pero...

—¿Confías en mí? —interrumpió la protesta antes que ésta se completara.

—Sí; confío mucho en ti, pero no quiero que algo malo te pase. Cuando corriste hacia esa cosa monstruosa, ésta pudo hacerte daño —llevó una mano a la zona donde su corazón residía —. Casi me matas del susto —agregó acongojada.

El alma de Uchiha se emocionó de raíz. Nunca en su vida imaginó que un día alguien iba a preocuparse de esa manera por él.

—Ten la absoluta seguridad que, mientras yo esté aquí, nada malo nos sucederá a ninguno de los dos. Yo te cuidaré de cualquier ser humano, monstruo o aparición que te quiera hacer daño.

Su miedo fue sedado por Sasuke casi de manera instantánea, pues, tanto sus palabras como la seguridad impresa en ellas, fueron la mejor terapia posible contra la cobardía que la abrumaba. Buscando solaz se arrojó a sus brazos sin pensarlo dos veces, aunque siempre cuidándose de no hacerle daño en su malherido pecho. Recobrados sus ánimos, comprendió que los males monstruosos podían verse erradicados por la presencia del ser amado.

Dos marineros que oyeron el grito más alto de Hinata, aparecieron unos segundos después a fin de comprobar que todo estuviese bien. Como los hombres de mar solían ser supersticiosos y quizás podrían entorpecer su investigación de algún modo, Sasuke los despachó diciéndoles que la doncella creyó haber visto un enorme jaquetón desplazándose entre las calmas olas. Conformes, ambos hombres se retiraron brindándole una reverencia de respeto al guerrero más fuerte. Entonces, el susodicho irguió el mentón de su alumna para observarla de la manera en que se mira a un demente. Ella pudo leer muy bien el tono plasmado en sus negros ojos.

—¿N-no pudiste ver esa entidad, verdad? —preguntó ella para confirmar su suposición.

—Tienes una imaginación muy vívida —dijo con gran molestia.

—Sasuke... yo no estoy loca —defendió su cordura sin dudar —. De verdad que vi algo siniestro, te lo juro.

A lo dicho, la mente del varón hurgó en soluciones lógicas que explicasen el hecho de que Hinata observara algo que él no. Un estado febril apareció como una opción factible, por lo que tocó la frente de su discípula a fin de comprobarlo, pero lo que vaticinaba no se cumplió. De hecho, su temperatura estaba más helada de lo normal. Entonces se separó un par de pasos de ella y convirtió su mano en un puño, dejando sólo el índice extendido.

—¿Cuantos dedos ves?

—Sasuke, yo te prometo que vi algo inhumano —insistió, sintiendo la angustia de que no le creyese.

—Necesito verificar tus capacidades cognitivas. ¿Cuantos dedos ves?

Ella, tragando saliva de por medio, asintió.

—Veo uno.

—¿Cuál?

—El índice. Ahora acabas de subir el dedo corazón también —expresó rápidamente el nuevo movimiento.

Uchiha aprobó, conforme. Luego lanzó una orden.

—Equilíbrate en un solo pie.

Sin protestar esta vez, Hinata hizo caso sosteniendo todo el peso de su cuerpo en el pie izquierdo. No tuvo ningún problema en lograrlo.

—Échame tu aliento —dada su nueva orden, acercó su nariz a sólo centímetros de los rojizos labios.

Algo nerviosa por tenerlo tan cerca, hizo caso.

—Estuviste tomando cerveza —reconoció enseguida el olor, pese a que ya habían pasado un par de horas desde entonces. Ella fue invadida por el asombro, puesto que Uchiha tenía un olfato impresionante.

—Sólo me tomé una jarra, no estoy influenciada por el alcohol. De verdad, Sasuke.

Él le dio veracidad a tales palabras; la cerveza no era fuerte y Hinata no presentaba un solo síntoma de alcoholemia. Fue entonces que llegó otra explicación a lo que había visto.

—Anteayer te diste un fuerte golpe en la cabeza, así que probablemente tuviste una alucinación.

—P-pero...

Él cortó su protesta enseguida. —El doctor dijo que podrías tener sensibilidad a la luz un par de días. Seguramente algún juego de luces y sombras avivó tu imaginación.

—Sasuke... —ella tomó la izquierda masculina con sus dos manos, envolviéndola de forma emotiva —, vi algo que no fue producto de mi imaginación ni por mi golpe en la cabeza. Por favor, créeme...

El guerrero atisbó de forma clara la súplica yacente en sus luceros, conmoviéndose. No cabía duda que Hinata creía con todas sus fuerzas que lo visto por ella había sido algo verdadero. Sin embargo, ¿cómo podía ser real algo que él no pudo ver en ningún momento? Fue entonces que arribó la conversación hacía poco sostenida, en donde ambos llegaron a la conclusión que la percepción humana estaba demasiado limitada. Hizo chasquear sus dedos zurdos cuando una potente idea se incrustó en su cerebro. Ella notó que el rostro del hombre que no debía amar se iluminaba. Con una expresión de hondo interés de por medio, Uchiha tomó las mejillas femeninas con las palmas a fin de examinar concienzudamente los ojos de tono lunar, como si quisiera descubrir algo diferente en ellos. En un primer momento Hinata pensó que él la besaría, por lo que su rostro enmarcado por las varoniles manos comenzó a arder, pero pronto dio cuenta que la significativa mirada azabache tenía un matiz de concentración absoluta. Él buscaba algo en sus luceros con una atención que se salía de toda escala. Pasaron varios segundos hasta que la joven no pudo seguir ignorando su natural timidez, por lo que necesitó cerrar sus párpados durante un lapso. Sólo entonces el soldado pareció volver en sí.

—Tus ojos, Hinata... —dijo con voz diluida; algo que era muy raro en él.

—¿Mis ojos? —repitió ella sin entender.

Él quitó sus manos de las mejillas todavía coloradas. —Recuerdo que cuando te compré, Kakuzu me dijo que corría el rumor de que podías ver energías y yo le contesté que esas eran sólo patrañas. Sin embargo, tus ojos son muy distintos a los de cualquier ser humano. Quizás puedan ver cosas que el resto de los mortales no. Tal vez tú puedas ver energías y presencias que los ojos corrientes no.

Ella separó sus pestañas de un modo que muy pocas veces hizo. Luego se restregó la cara, los ojos, y de paso también los pensamientos. Tras ello, un silencio sepulcral se apoderó del ambiente.

—Pe-pero eso es imposible —dijo finalmente, consternada.

—¿Entonces cómo explicas que hayas visto algo que yo no? ¿Aceptarás que fue una alucinación? No tienes fiebre, tampoco estás somnolienta o borracha.

La fémina nunca podría admitir que lo visto fue sólo un espejismo creado por su imaginación; algo tan real, tan claro, era imposible atribuirlo a una jugarreta de su mente. Enmudeció al darse cuenta que Uchiha podía tener razón.

—Debes tener un don especial —interrumpió sus pensamientos —. Siempre me has parecido diferente a cualquier ser humano y tus ojos vuelven a comprobarlo.

Hinata recordó las dos experiencias paranormales que vivió durante su infancia, mismas que contribuyeron a que su miedo por la oscuridad aumentase. También rememoró un hecho mucho más reciente, ocurrido hacía diez días: en el pavoroso momento en que Sasuke se disponía a violarla por primera vez, justo después que huyera corriendo sobre la cama, le pareció ver que energía negra surgía desde todo su cuerpo cuando la castigó azotando su espalda contra la pared. Y hacía tan sólo tres noches atrás, también había visto a esa cosa espantosa en el camarote de lujo...

¿Realmente sus ojos tendrían la capacidad de ver tanto energías como presencias extrañas? Temiendo que la respuesta fuese afirmativa, el hemisferio más racional de su cerebro buscó respuestas lógicas como una manera de disipar el miedo que ahora mismo acosaba sus entrañas.

—P-pero la primera vez no sólo vi un espectro, también lo escuché.

Él se dio algunos segundos a fin de meditar una respuesta. —Probablemente tu miedo era tan pronunciado que confundiste con pasos el sonido del péndulo del reloj. Una reacción de tu cerebro para complementar lo que veían, o pronto verían, tus ojos. La otra explicación es que tu sentido del oído también tiene una agudeza superior.

Cerrando sus ojos, ella buscó la manera de contrarrestar su argumento. En cuanto arribó algo razonable, abrió sus párpados nuevamente.

—Pero el capitán contó que dos marineros dijeron haber visto a las fantasmas también. Eso prueba que mis ojos no son especiales.

Sasuke se tomó el mentón, pensativo. Unos segundos después volvió a hablar. —Se me ocurren dos explicaciones para eso: la primera es que la imaginación los traicionó. Ellos sólo vieron sombras, tú, en cambio, acabas de ver a una mujer con toda claridad, ¿verdad?

Hyuga, en un gesto nervioso, colocó el índice diestro en una mejilla. —Sí, la vi de manera diáfana —un gesto de congoja se apoderó de ella, mientras presionaba el dedo contra su piel.

—La segunda explicación es que esos marinos realmente vieron algún espectro, pero podrían hacerlo sólo una vez en la vida. Tú, a diferencia de ellos, podrías hacerlo muchas veces con tus ojos.

—Y-yo nunca más quiero ver algo así... —dijo descorazonada, apretando sus párpados como si no quisiera abrirlos durante años enteros.

Él le puso una mano en el hombro. —La clave para resolver el enigma de los suicidios puede estar en tus orbes, Hinata. ¿Tu clan jamás te habló algo acerca de ver energías o espíritus?

—N-no...

—De todos modos siempre te dejaron en la ignorancia; no sería extraño que te hubiesen ocultado algo al respecto.

Ella, moviendo su lengua por dentro de la boca en un círculo nervioso, tuvo que aceptar la posibilidad. —P-puede ser...

—Iremos al camarote maldito para investigar —la arremangó hasta dejar sus manos libres, ya que la chaqueta que le prestó le quedaba demasiado grande.

—No quiero ir, me da miedo —protestó enseguida.

—¿No quieres descubrir la verdad tras lo que viste? En este caso, tu temor es solamente una emoción provocada por la ignorancia.

—P-pero...

Sasuke la interrumpió. —Cuando descubras la verdad dejarás de tener miedo. Si vuelves a ver a esa entidad intenta llamar su atención para interactuar y comunicarte con ella.

—¿E-estás loco?

—Dime... ¿ese espectro trató de hacerte daño en algún momento?

—N-no...

—¿Quiso atacarme cuando me acerqué a ella?

—No...

—¿Nos vio siquiera?

Hinata bajó su cabeza, comprendiendo el punto al que deseaba llegar Sasuke.

—En ningún momento nos miró...

—Si ese ente de verdad existe, no quiere hacerte daño. Sólo está vagando como si estuviese en el purgatorio porque su alma no puede descansar en paz.

Ella guardó silencio. Quizás gracias a este, ambos escucharon el lúgubre sonido de una ventolera que llegó desde estribor. Sasuke, debido a la mano que mantenía en su hombro, sintió claramente como el cuerpo femenino se tensaba.

—Hinata, también debes recordar que serás una guerrera, por lo cual no puedes ponerte a temblar como niña en situaciones riesgosas.

—P-pero yo no seré una militar —intentó defender su conducta.

—No importa si no lo eres: serás una guerrera civil igualmente, por lo que debes hacer frente a este tipo de situaciones. Supera tus miedos de raíz.

Ella dibujó un mohín en su rostro, pero esta vez no alegó. Muy a su pesar, sabía que él tenía razón.

Sasuke caminó hacia la bodega de utensilios y Hinata no dudó en tomarse de su brazo como antaño, a lo que él no protestó. En cuanto llegaron a la puerta, el soldado extrajo un objeto de su bolsillo.

—Es la llave maestra —dijo mientras se la mostraba a su discípula. Era de plata y su brillantez denotaba que estaba muy bien cuidada, señal de que el líder del buque la utilizaba muy poco —. Se la pedí ayer al capitán para abrir el camarote sellado.

Dicho lo anterior, Uchiha la giró en la cerradura y ambos entraron a la bodega. Él encendió las antorchas circundadas por metal y buscó la estantería que debía guardar la adiposidad cetácea que servía de lumbre. Prontamente leyó en grandes letras blancas la palabra «sebo», extrajo un pequeño saco y también cogió una tenaza que servía para untarlo sin tener que ensuciarse las manos. Volvió sobre sus pasos, echó llave a la bodega y observó a su discípula: lucía más tranquila, aunque cierta cuota de nervios todavía podía apreciarse en su talante.

Bajaron por las escaleras y se introdujeron al pasillo. Hinata abrió su camarote, dejando la puerta abierta para que las luces del pasillo lo alumbrasen. Entonces, pacientemente, Uchiha colocó la grasa combustible en las antorchas. Una vez que terminó su labor, tomó el martillo que aquí había quedado y salió dispuesto a investigar el misterioso cuarto maldito. Usó su espada a modo de palanca para desapegar las tablas y, cuando estuvieron lo suficientemente sueltas, utilizó el saca clavos del martillo para quitar los mismos. Así, la puerta quedó lista para abrirse con la llave maestra. El soldado la extrajo de su bolsillo, tomó la zurda de Hinata y dejó el objeto en su palma.

—Te esperaré aquí mientras tú revisas esta habitación por tu cuenta —anunció tranquilamente.

—¿¡Por mi cuenta!? —gritó desesperada pese a las horas de la madrugada. Cuando se dio cuenta de su error se tapó la boca con su diestra, como si haciéndolo pudiera borrar lo recién vociferado.

—Será parte de tu entrenamiento. Una prueba para que aumentes tu valentía.

—Yo no entraré a ese camarote sola —se negó de manera tajante, algo que era poco común ella.

—Tú misma quisiste cambiar tu destino y yo te advertí que el camino para ser una guerrera era muy difícil, pero insististe una y otra vez, así que derrotar al miedo es un paso indispensable para que cumplas la meta que anhelas.

—P-pero...

—Vas a entrar o cortaré para siempre tu entrenamiento —amenazó mirándola directamente a los ojos —. Yo no pienso malgastar mi tiempo adiestrando a una cobarde.

—Sasuke, por favor —su semblante angustiado le daría mayor asidero a sus palabras —, haré cualquier otra cosa, lo que tú quieras lo cumpliré sin dudarlo, pero esto no. Estando sola me da mucho miedo presenciar algo como lo que vi hace tan poco.

—Ser un experto en combate no sólo tiene que ver con lo físico, sino también con lo psicológico. Si no eres capaz de dominar al miedo, del tipo que sea, nunca podrás defender a quienes quieres. Te paralizarás sin poder hacer nada. ¿Eso es lo que quieres?

Ella apretó sus labios en un gesto compungido. Comprobó que, tal como Ino se lo dijo en el puerto, Sasuke no daba compasión como maestro. Aunque le costaba admitirlo, sintió que en el fondo él tenía toda la razón: no podía dejarse atemorizar.

—¿Es realmente necesario? Pre-preferiría no tener que hacerlo. Podría ver otra cosa horrenda... —arguyó con voz vibrátil.

—Aunque no lo creas, hago esto por tu propio bien. La única forma de vencer el temor que hay en tu interior es atravesarlo de punta a punta; sólo entonces llegarás hacia alturas más altas. Esto es como enfrentar el miedo a cabalgar: si le temes a las caídas nunca podrás disfrutar de una. Lo mismo sucede con la noche: si siempre vivieras medrosa de su oscuridad, jamás tendrías el relajo necesario para deleitarte con la luna.

—Sé que tienes razón... —admitió la verdad que había en sus palabras —, pero recién vi algo tan horrible en cubierta. Todavía no me siento lista para enfrentar esto sola...

—Has superado cosas más difíciles, así que preparada estás de sobra —dijo con total seguridad —. Yo creo en ti, sé que puedes superar esta prueba. Si te considerara como alguien débil ni siquiera me lo plantearía. La verdadera fortaleza de una persona es su determinación y confío en que tú la tienes.

—Ay, Sasuke... agradezco mucho la fe que depositas en mí, p-pero yo no puedo hacer esto todavía —dijo con dolor por decepcionarlo —. Aunque te juro que lo haré en un par de días, así que no me dejes de entrenar, por favor.

Uchiha chasqueó la lengua, perdiendo la paciencia. Intentó ser lo más comprensivo posible, cosa que no podría hacer con nadie más, pero estaba claro que Hinata no daba el ancho.

—Muy bien, yo revisaré el camarote —vehemente, le quitó la llave con rudeza —. Me decepcionaste completamente, aunque después de todo eres mujer y por lo tanto una cobarde por naturaleza —sentenció duramente. Le quitó la mirada con inquina, clavándola en la cerradura. Justo cuando introduciría la llave a fin de abrir la puerta, sintió como la joven lo tomaba de la mano para detener su accionar.

—Te demostraré lo valiente que puede ser una mujer —tocada en su orgullo femenino, reunió el vigor necesario para enfrentar la siguiente prueba.

El general hizo un gesto de conformidad, regalándole una mirada aprobatoria. Comprobó que a veces el apoyo moral no servía para alentar al otro; a veces era mejor herir el orgullo para motivar.

—S-sólo dame un par de minutos para prepararme mentalmente. No voy a retractarme, pero por favor dame un poquito de tiempo. Necesito pensar qué voy a hacer en el caso de que vea algo siniestro allí dentro.

Uchiha no se hizo problemas, dando el asenso con un movimiento sutil de cabeza. La observó atentamente, teniendo claro que, si Hinata era capaz de superar esto, habría dado un paso enorme para eliminar sus miedos más profundos. Podía parecer una tortura psicológica, pero estaba seguro que ella se lo terminaría agradeciendo.

A ojos cerrados y luego de un sinfín de gestos angustiosos, Hinata respiró profundamente para aquietar sus erizados nervios. Inspiró por la nariz y exhaló por la boca. Si veía un espectro en ese camarote, intentaría pensar que alguna vez fue una mujer como ella, alguien que no deseaba hacerle ningún daño. Tal como antes lo dijo Sasuke, tener ese pavoroso aspecto no era algo intencional.

—Recuerda que las cosas siempre pueden ser peores —intervino él súbitamente, diciendo su lema de vida —. Da gracias que lo que viste en cubierta no fue una estantigua.

—¿Estantigua? —una vez lanzada su pregunta, abrió más sus ojos.

—Una procesión de fantasmas; una jauría de ellos.

Hinata tragó saliva de manera sonora al imaginar una manada de criaturas así de espantosas. Comprendió, entonces, que la frase favorita de Uchiha era indudablemente una gran verdad.

Acordándose de algo él desenganchó su cinturón, llevó su diestra a la parte trasera y extrajo uno de sus estiletes. Sin dilación lo puso en la mano libre de ella, la que no estaba sosteniendo la llave.

—Te hará sentir más segura —también pensó recordarle que en caso de cualquier emergencia, él estaría afuera del cuarto listo para entrar, mas prefirió guardárselo. Tendría mayor mérito si Hinata olvidaba que contaba con su ayuda.

—Gracias —miró el arma, tomando con fuerza su empuñadura.

Sasuke la tomó del costado de los hombros para infundirle valor. —Sé que eres fuerte, Hinata, por lo cual tengo la absoluta seguridad que saldrás victoriosa de esta prueba.

Ella, dando un gran suspiro que pareció corporificar sus pulmones en el ambiente, lo miró sin saber si amarlo u odiarlo.

—Gracias por tu apoyo, Sasuke. E-en el fondo sé que tienes razón, que debo enfrentar mi miedo...

Él asintió; inexpresivo por fuera, pero orgulloso de ella por dentro.

Mirando el número «44» del camarote, Hinata apretó sus labios en un gesto nervioso. Se dispuso a usar la llave en la cerradura, pero la sintió tan fangosa en sus dedos que se le cayó al suelo. Seguramente su propia transpiración había causado tal cosa. Agachándose a recogerla la sostuvo con más firmeza esta vez, la introdujo en el lugar que le correspondía, mas algo muy extraño sucedió: en cuanto giró apenas un centímetro la llave, la puerta comenzó a abrirse sola al tiempo que pronunciaba un preocupante e inconfundible chirrido de desgaste. A través de aquel sonido plañidero, las bisagras gritaron lo herrumbrosas que estaban. Empero, aquello era un detalle menor en comparación a lo realmente sorprendente: la puerta se había abierto prácticamente sola. Como si el mismo camarote tuviera un alma y la estuviera invitando a entrar...

De manera inexorable, Hinata dio dos pasos atrás cautelosamente. Preocupadísima, miró a Sasuke para ver si él también compartía su extrañeza, pero no era así. Se veía tan sobrio como siempre.

—Tranquila, la puerta está floja porque las bisagras están oxidadas —fue su racional explicación.

Ella hubiese querido estar de acuerdo con todas las fuerzas de su corazón, pero no podía. La pareció una interpretación rebuscada a lo recién visto. Dudó si entrar o decepcionar definitivamente a Sasuke; dubitó durante incontables segundos. Su instinto le rogaba que no avanzara ni un solo paso. De hecho, si no fuese porque el guerrero la estaba poniendo a prueba, que de esto dependía su futuro entrenamiento, no habría entrado jamás. La sórdida oscuridad interior que el camarote albergaba en su interior, realmente asustaba.

Dio un par de temblorosos pasos hacia delante y el tóxico presentimiento que desconfiguró los latidos de su corazón no le dejó lugar a ninguna duda: dentro de ese camarote había algo tétrico que estaba deseando su ingreso, que la instaba a adentrarse por algún motivo espeluznante...

Para su tremendo horror, Hinata muy pronto descubriría lo que allí habitaba...


Kiba había luchado con todo su cuerpo y alma para salvar a Hanabi, intentando por todos los medios convertir lo imposible en posible. La batalla que dio fue honrosa, temeraria e impertérrita, soportando los embates de Kakuzu por más de siete minutos, algo que poquísimos en el mundo conseguirían. Sin embargo, comprobó en carne propia que los guerreros de las fuerzas especiales eran semidioses más que seres humanos. Nunca tuvo una oportunidad real de vencer a su adversario, quien consiguió desarmarlo al cortarle el meñique diestro. Aunque la intención original del esclavizador fue cercenarle ambas manos, Kiba fue lo suficientemente rápido para evadir el lacerante golpe, aunque pagando el costo de perder su dedo en totalidad. Un segundo después de aquello, el FE, desde el ángulo preciso, esgrimió un potente mandoble contra la hoja enemiga, torciendo las muñecas de Inuzuka y obligándolo a soltar su arma inevitablemente. En ese momento, Kakuzu pateó el arma para lanzarla muy lejos. No conforme con derrotar a su contendiente, le dio múltiples patadas que le rompieron las dos costillas inferiores. El terrible aullido óseo de ambas se escuchó plenamente en el ambiente.

Hanabi, ya esposada con las manos en la espalda y sujeta ferozmente de los hombros por un soldado, gritaba para que el energúmeno coronel detuviera la terrible tortura. Sus cuerdas vocales ya estaban desgarradas y sus retinas le escocían de tanto llorar.

El gran amigo de Hinata escupía sangre a borbotones, mientras la respiración se le dificultaba a cada segundo. Tuvo la sensación que el peso de su cuerpo se incrementó varias veces, como si la gravedad del planeta hubiese aumentado de repente. El descomunal dolor le hizo comprender que lo que estaba viviendo no era una pesadilla, sino la cruel realidad. Sin embargo, ahora en nada le importaba el sufrimiento físico; lo único que ansiaba era salvar a esa niña que estuvo protegiendo durante siete semanas y al can que había marcado su vida con infinita alegría. Entre asmáticos respiros, la única alternativa que le quedaba era suplicar por las vidas de quienes tanto quería. El honor no significaba nada si a cambio podía salvarlos. Arrastrándose a duras penas hasta llegar con ellos, los abrazó desesperadamente.

—Mátame a mí... p-pero deja que Hanabi y mi perro se vayan. ¡Te lo ruego!

Kakuzu gesticuló de una forma que desprendió severa vileza.

—Morirás lamentando tu falta de fuerza, sabiendo que no fuiste capaz de proteger a quienes quieres. Todo lo que le pasará a esa mocosa y a tu can será únicamente culpa tuya. A ese roñoso animal lo torturaré hasta la muerte y esa niña será gozada por el rey Danzo durante el resto de sus días. Recuérdalo por siempre en el otro mundo —rió con maldad al igual que la soldadesca también lo hizo. Luego hizo un gesto para que el esbirro que apresaba a Hanabi la alejara un par de pasos, puesto que el remate sería sanguinario —. ¡Ahora muere! —la afilada espada se alzó hasta el tope para decapitarlo desde la espalda.

—¡Kiba!

Desesperada hasta alcanzar una demencia de dolor, Hanabi vio por encima del hombro de su amigo como la espada se movía a fin de cortarle la cabeza. Las redes del tiempo se dilataron hasta tocar el infinito; toda la acción sucedía en una atroz cámara lenta. Su capacidad cerebral aumentó de tal manera que los múltiples recuerdos que vivió junto a él, afloraron durante un lapso que abarcó menos de un segundo. Kiba no tenía que morir por protegerla; él nunca debería dar su vida por ella. Extrayendo todas las fuerzas que tiene, intenta deshacerse del vil agarre que la sostiene; quiere saltar sobre su amigo y ser ella la asesinada. Empero, la fuerza del esbirro de Kakuzu le impidió cualquier movimiento. Entonces, mientras la espada seguía viajando para descabezar a su objetivo, un espantoso grito de impotencia hizo eco por toda la llanura. Fue un alarido tan psicodélico e inexplicable que, de tener el suficiente tiempo para pensarlo, todos los allí presentes habrían creído que esa chica nunca más volvería a hablar porque desintegró sus cuerdas vocales.


La extensa guerra terminó con el asalto final que destruyó la ciudad capital. El tremendo caos resultante había separado miles de familias que, nadando o cruzando el río en botes, ansiaban escapar y reanudar sus vidas más allá de la frontera. Hanabi, gracias a ir sobre la espalda de Kiba, logró burlar la muerte atravesando el caudaloso afluente antes que despiadados soldados o esclavistas les dieran caza. Akamaru, tan buen nadador como su amo, también consiguió escapar. Tras salvarse, se abocaron durante varios días a recorrer diferentes pueblos en busca de sus familiares, pero no consiguieron llenar sus expectativas con felicidad. Aquello envenenó sus almas con la siempre angustiosa incertidumbre. Por lo mismo, tras meditarlo concienzudamente, los dos decidieron volver por el río, aunque esta vez por el norte, en donde la corriente se volvía menos torrentosa y permitía nadar sin correr riesgos de ahogamiento. Descubrirían qué sucedió realmente con sus parientes; intentarían rescatarlos si habían caído en calidad de esclavos o confirmarían sus muertes para poder seguir sus vidas definitivamente.

En horas vespertinas y a orillas de un tranquilo arroyo rodeado de montañas y coníferas, tanto el joven adulto como la recién adolescente buscaban objetos combustibles que pudieran arder con facilidad. De un brazado, Kiba cogió un conjunto de hojas y ramajes que cumplirían tal labor. Escudriñando con más paciencia, Hanabi seleccionó las ramas que parecían más secas, separándolas de las hojas. Por fortuna habían conseguido cerillas entre las múltiples ruinas que antes fueron casas, por lo que no debían sortear la dificultad de crear fuego como en los tiempos prehistóricos, es decir, friccionando la madera durante incontables minutos o inclusive horas. No sólo fósforos habían encontrado: también frazadas, mochilas, sacos de dormir, ropajes, cubiertos, ollas y otras cosas que les servirían para sobrevivir a la crudeza de la intemperie. A fin de evitar un accidental incendio hicieron la fogata sobre el tapiz de arena ribereña, alejándola del enjambre de pinos. Y para evadir que alguien los descubriera, la posicionaron tras la montaña más alta e imponente, quien serviría para ocultar el humo y la luminosidad. Ser precavidos era una rogativa, pero lo cierto era que no habían visto soldados por ningún lado, dado que los mismos abandonaron estos desolados parajes en cuanto la guerra concluyó.

¿Por qué dices que tienes dieciocho años? Con suerte alcanzas los doce, si es que llegas —señaló Inuzuka, quien asaba lo mejor que podía los jugosos trozos de un conejo cazado hacía poco.

Frente a él, sentada sobre una mullida manta, con las piernas estiradas y manos atrás sosteniendo su espalda, la niña de ojos albinos lo miró con desaprobación.

¿Por qué no me crees que tenga dieciocho?

Kiba no quiso ser tan directo, pero era evidente que a Hanabi le faltaban dos grandes razones para ser considerada como una mujer.

Te falta desarrollarte todavía.

¿Lo dices por mis pechos pequeños, verdad? —dijo clavándole la mirada —. Que sea hermana de Hinata no significa que deba salir tan voluminosa como ella.

Kiba se sonrojó un poco. Hanabi solía ser demasiado directa, incluso para una mujer adulta.

Mira, niñita, no voy a discutir contigo sobre el tamaño de tus senos, pero es evidente que una chica de dieciocho años está más crecida que tú.

Ella no se molestó, al contrario, sonrió con presuntuosa suficiencia. —Mi edad psicológica supera con creces a la de mi cuerpo. Mentalmente soy más madura que cualquier chica de dieciocho, de veinte o veinticinco. Físicamente puede que todavía no lo sea, pero mentalmente ya soy toda una mujer —terminó su afirmación sonriendo orgullosamente.

Todavía te falta mucho para considerarte una mujer de verdad. Sólo eres una mocosa agrandada —se burló, provocándola.

Te frustra que ya sea mucho más madura que tú, ¿verdad? —continuó el mismo tono burlesco usado por él —. Los hombres en realidad nunca maduran, siguen siendo irresponsables por siempre —remató pronunciando todavía más la curva yacente en sus labios.

Claro, señorita adulta —se mofó con una media sonrisa —, seguramente es un acto muy maduro decir que tienes dieciocho en vez de tu edad real.

Hanabi se mordió la lengua al sentir el golpe de nocaut.

Ay, te odio, pero mi madurez me obliga a reconocer que tu último argumento fue bueno —dicho esto, miró como Akamaru se paseaba alegremente a orillas del arroyo intentando atrapar algún pez.

Él rió. —A mí me encantaría volver a tener tu edad. No sé porque te empeñas en querer tener dieciocho y madurar antes de tiempo. Ser una niña no es tan malo, ¿o sí?

Es un asunto de orgullo, Kiba —alzó su mentón —. Ya hablando en serio —su rostro adquirió un cariz gravedoso, acorde a su última frase —, agradezco mucho que me estés protegiendo, pero no quiero que me veas como una niña indefensa; tampoco debes sentir que es tu obligación cuidarme porque soy sólo una jovencita. Lo que menos deseo es que arriesgues tu vida por mí.

¿Qué clase de hombre sería si abandonara una niña a su suerte?

Kiba, no soy una niña.

Sí lo eres —afirmado esto, giró uno de los pinchos para asar del otro lado la carne conejuna.

Ella chistó. —Ya me siento una mujer, puedo defenderme por mí misma. En serio, no soy una chiquilla que necesita ser protegida. No me gusta sentirme una carga para ti. Si quieres irte por tu cuenta puedes hacerlo, no es tu obligación permanecer a mi lado.

Si no lo hiciera, entonces nunca podría perdonármelo. Hinata era mi mejor amiga —dijo con un suspiro pesaroso, recordándola melancólicamente —, así que por honor a ella te cuido.

La menor de los Hyuga permaneció con sus labios sellados, contemplando el vasto horizonte de árboles, helechos y musgos al otro lado del arroyo. Diez segundos después, abrió su cantimplora y con su contenido alivió la sequedad que había brotado en su garganta.

Supongo que debería darte las gracias, pero si lo haces sólo por ella entonces no lo haré.

También lo hago por ti, evidentemente. A veces eres insoportable, pero supongo que es por tu edad. Todos pasamos por esos años problemáticos y rebeldes.

Ay... ¿siempre eres tan fastidioso? —rezongó formando un puchero.

Kiba sonrió. Luego se fijó atentamente en la carne, comprobando que estaba en su mejor punto de cocción. Desde su mochila extrajo un par de platos y cubiertos, rebanó los solomillos como también los muslos, y los que se veían más apetitosos se los ofreció a su compañera.

¡Eh, Akamaru! ¡Ven a comer, amigo! —ya correctamente desollado, le ofreció un segundo conejo que estaba crudo, dado que al can no le gustaba la carne asada o cocida.

Cesaron de hablar, pues la chiquilla le había enfatizado que hacerlo mientras se comía era falta de educación. Como Kiba era un hombre muy práctico y silvestre, le respondía que no hacía falta ser civilizado cuando eran rodeados sólo por bosques y praderas. Sin embargo, aceptando que Hanabi había sido criada de manera muy distinta a la de él, decidió comportarse educadamente durante estos últimos días.

Una vez terminada la opípara cena, la jovencita comentaría algo que desembocaría en algo inesperado.

Ojalá pudiera convertirme en una guerrera —añoró algo que sólo emergió como un sueño fantasioso, una ilusión imposible de cumplir.

A las palabras recién dichas, Inuzuka la examinó como si jamás la hubiera visto antes. Estaba reflexionando al respecto. En cuanto llegó a una conclusión, decidió compartirle algo muy importante.

Aunque te parezca increíble, en el ejército enemigo hay una mujer soldado.

¿Una mujer soldado? —repitió muy sorprendida.

Sí; es una rubia tan letal que incluso logró entrar a las Fuerzas Especiales —a lo dicho, Hanabi separó todavía más sus largas pestañas —. Yo nunca luché contra ella, pero sé que derrotó y asesinó a un sinfín de guerreros. Se cuenta que es una diabla jodidamente rápida, incluso más que un rayo. También se rumora que fue entrenada por el mismísimo Sasuke Uchiha.

Hanabi abrió la boca, necesitando varios segundos para anular su asombro. —¿Entrenada por Sasuke? —preguntó sin poder créerselo —. Pero yo nunca supe nada acerca de una mujer guerrera —acotó, incrédula.

En nuestro país no se hablaba de ella porque era un mal ejemplo. Una mujer militar es contranatural. Ustedes se ven mucho más lindas cuando hacen las cosas para las que nacieron: cocinar, fregar platos, lavar ropa y trapear el piso.

Pedazo de cerdo machista. Para que lo sepas, el mundo va mal precisamente porque lo gobiernan los hombres.

Si al mundo lo rigieran las mujeres sería un caos total porque les falta carácter y fuerza para liderar. Suelen ser muy blandas e inseguras; Hinata era el mejor ejemplo de eso.

Se enfrascaron en una guerra de sexos que tuvo intervalos de seriedad y otros de jocosidad, hasta que finalmente firmaron la paz como buenos amigos. Fue entonces que Hanabi, parcialmente abstraída, retomó el tema anterior.

Si hay una mujer soldado... —dijo pensando en aquella blonda que de inmediato le resultó un ejemplo a seguir —, eso significa que yo también podría serlo. Soy una Hyuga —inundada de orgullo, recordó su linaje —, así que podría convertirme en una guerrera —con sus perlas iluminándose, miró al hombre que la protegía —. ¿No podrías entrenarme, Kiba?

Él la miró con sorpresa para luego analizar su propuesta. La meditó en forma meticulosa durante poco más de cincuenta segundos, que Hanabi respetó en silencio.

Pues podría entrenarte para ser una arquera. Es mucho más fácil que ser una espadachín, así que si tienes puntería podrías ser buena en ello. ¿Pero por qué quieres aprender las artes bélicas?

Quiero matar a Sasuke Uchiha.

Los leños en la fogata crepitaron, lanzando llamativas pavesas que danzaron por el aire. Tanto el adulto como la niña siguieron los errabundos movimientos consiguientes.

Ni en un millón de intentos podrías. Ni siquiera Naruto, con lo increíblemente fuerte que era, lo consiguió. Me molesta admitirlo, pero Sasuke es prácticamente invencible; un dios caminando entre hombres. Sólo un batallón rodeándolo podría matarlo, aunque de todos modos nunca se dejaría atrapar así. Nosotros le tendimos muchas trampas y el maldito jamás cayó en ninguna —apretó sus puños y dientes con frustración —. Naruto murió por tener un gran corazón, por querer ayudar a sus amigos. En cambio Uchiha es frío, analítico, implacable con el prójimo y mucho más inteligente que él —Kiba pensó que había terminado de hablar, pero recordó algo que puntualizaría ahora —. Aunque en realidad cualquiera era más inteligente que Naruto, hasta una mosca con deficiencia mental —se rió con ganas.

Contagiada por él, Hanabi dio una risotada. Luego agregó: —A mi hermana le gustaba él, tartamudeaba más de la cuenta cuando lo tenía cerca —dijo con nostalgia brotando.

Lo sé muy bien, pero a Naruto lo traía loco una chica que se llamaba Sakura. No tenía ojos para nadie más que para ella.

Dando un breve suspiro, la menor paseó su vista por el espectro de colores que irradiaba la fogata. —He escuchado que el amor enceguece... ¿eso es verdad?

No tengo idea porque nunca me he enamorado, pero supongo que así pasa —se rascó la cabeza con el índice, pensativo. Cuando volvió en sí, señaló algo. —Y de todas formas no deberías preocuparte por esos asuntos; todavía eres muy niña.

¡Qué no soy una niña! —hizo un berrinche mientras pataleó tal como lo haría una infante.

Kiba lanzó una carcajada.

Argh, eres insoportable —le sacó la lengua y le quitó la mirada. Recogió un pedruzco y lo lanzó contra el cauce como una forma de liberar frustración. La piedra rebotó sólo una vez antes de hundirse.

Pues tú también eres inaguantable —precisó, risueño.

El varón se dirigió hacia el curso de agua, llenó una pequeña olla con más líquido y la puso a hervir para servirse unas infusiones de té caliente. Como efecto colateral también mataría a los microbios, aunque en ningún caso fue su intención hacerlo, pues, salvo teorías de algunos eruditos, todavía no se descubrían.

Regresando al asunto de Sasuke —dijo Hanabi en cuanto Kiba volvió a su lado —, pienso que hasta los demonios poseen un punto débil. Tiene que dormir, salir a comprar víveres, estar desatento en alguna ocasión, en algún momento estará vulnerable para comerse un flechazo furtivo. Quiero vengarme de él y matarlo en un descuido. Sé que si me entrenas a conciencia podría hacerlo.

Se hizo un prolongado silencio, ambos pensativos respecto a las posibilidades reales de matar a alguien como Uchiha. Era duro aceptarlo, pero asomaba como algo casi imposible; un guerrero como él jamás bajaba la guardia. Finalmente Hanabi insistió en su pedido de ser entrenada, a lo cual Kiba respondió lo siguiente:

Te adiestraré sólo si me dices tu edad real.

Eres un estafador... —gruñó a la vez que, a modo de protesta, alzaba sus manos de manera teatral.

O me la dices o nada.

La jovencita frunció sus labios. —Te daré una pista, un rango de edad que oscilará entre tres años, así que confórmate con eso.

Él lo pensó detenidamente. No era lo que realmente deseaba, pero después de todo sería divertido seguir adivinando.

Está bien, acepto.

Tengo más de once años, pero menos de dieciséis.

¿Entre doce y quince? —dijo ladeando su cabeza un poco —. Pues yo pensé que tenías cinco añitos.

Qué gracioso, Kiba —remarcando todavía más su ironía, sus ojos se movieron en un círculo—. ¿Entonces me entrenarás? —agregó unos segundos después, dudosa.

Lo haré para que puedas defenderte por ti misma. Eres una Hyuga, así que debes tener talento innato.

Muchas gracias —dijo jubilosa, aunque rápidamente ansió algo más —. ¿También me ayudarás a matar a Sasuke, verdad? Tú podrías distraerlo mientras yo le clavo algunas flechas desde una posición estratégica, pero no apuntaré a puntos vitales porque quiero que sufra antes de morir.

Kiba leyó perfectamente en sus ojos albinos el deseo de venganza, aunque no la criticaría por ello. De hecho, era algo muy natural. Pensó en poner objeciones, puesto que, incluso en un ataque sorpresa, enfrentar al guerrero más fuerte asomaba como algo demasiado peligroso. Sin embargo, como la vio tan motivada decidió seguirle la corriente por ahora. Ya habría tiempo para retractarse o seguir adelante cuando el momento definitorio arribase.

Si tenemos la oportunidad de matarlo, entonces acabaremos con Sasuke Uchiha.

Lo mataré aunque sea lo último que haga —dijo enardecida —. Por mi familia, por Hinata, por mi papá, por Neji... juro que el bastardo de Uchiha pagará por todos sus crímenes.

Mirándola, él congeló un expresivo rictus de asombro. Basándose en su propia experiencia de vida, ese nivel de determinación no era común entre mujeres adultas y mucho menos en una jovencita que se zambullía entre la pubertad y la adolescencia. No tuvo duda alguna de que Hanabi era una chiquilla muy especial. Queriendo relajar el ambiente que se había tornado algo sombrío, observó si su compañero peliblanco había terminado de comer; constatando que así era, lo llamó para darle alegres caricias. Entonces a Hanabi se le borraron las ansias de venganza, cambiándola por radiante estima. Cuando el amigable animal se echó sobre su espalda, dejando la panza libre para recibir afecto, ella se sacó el zapato derecho y, con una brillante sonrisa de por medio, lo acarició moviendo su pie en círculos. Miró al guerrero, quien en ese momento mimaba las largas orejas de su amigo. Fue entonces que a la niña, de la nada, le llegó una emoción completamente ignota. Él no tenía ningún deber hacia ella y no compartían lazos sanguíneos, pero no había dudado un segundo en cargársela en la espalda y cruzar el caudaloso río para salvarla. Como si aquello fuese poco, ahora mismo se esmeraba en protegerla con todas sus fuerzas.

Kiba...

En primer lugar él respondió volviendo su faz interrogativa; luego lo hizo de manera verbal. —¿Qué pasa?

Aunque seas un tonto... gracias por cuidarme.

De nada, pequeña. Akamaru y yo te protegeremos cueste lo que cueste, incluso con nuestras vidas si es necesario. Eso no lo dudes.


Psicodélicos gritos de espanto ondulaban por el aire, propagándose a una velocidad bestial por cada rincón del sórdido ambiente. De súbito, a macabros chorros, la sangre se vierte escandalosamente para teñirlo todo de palpitante rojo. Rodando por el suelo, la cabeza recién decapitada avanzó un par de metros hasta que detuvo su trayecto cuando perdió la inercia, aunque todavía balanceándose sobre sí misma antes de congelar todo movimiento. Los ojos abiertos, inyectados de abrumador dolor, miraron a Hanabi antes de sumergirse en el vacío insondable de la muerte. Un segundo después de ello, el cuerpo sin testa colisionó contra el piso agitando sus extremidades espasmódicamente, como si no pudiera asimilar lo fatal de su destino. La escena fue mórbida, pero la niña dejó de gritar en cuanto el vil hombre que la apresaba dejó de sostenerla. El occiso había sido él, no Kiba. No su amigo.

Gracias a sus impresionantes reflejos, Kakuzu no compartió el mismo destino que su subordinado, pero la desconocida y ensangrentada espada atacante pasó a centímetros de su cuello, esparciendo contra la piel cervical el líquido vital del descabezado. Milisegundos más tarde, como recién dándose cuenta que también habían muerto, dos soldados más cayeron a espaldas de quien llegó de súbito, en la retaguardia que impedía el escape de las víctimas. Por la rapidez inhumana en que todo había sucedido, el resto de guerreros que acompañaban al esclavista sólo se limitaron a mirar espantados, sin entender aún lo que estaba sucediendo.

Tanto Hanabi como Kiba alzaron sus miradas y, al constatar quien tenian por delante, abrieron sus ojos desmesuradamente.

—Escorias como ustedes no merecen llamarse hombres —furibundo, el letal guerrero adoptó su posición de combate alzando su única espada con la diestra —. Un verdadero hombre nunca dañaría personas desarmadas, mucho menos raptaría a una niña.

—¡Es imposible! —clamó uno de los cazadores, reconociendo claramente al sujeto.

Kakuzu no podía creer lo que veía, mientras los nervios de los soldados rasos se ponían de punta inexorablemente. Aunque no eran guerreros de élite, igualmente estaban altamente entrenados. Se trataba de militares que prácticamente no conocían el miedo, pero precisamente enfrente estaba ese tono de voz inconfundible, esa estampa orgullosa, ese traje distintivo, esos singulares cabellos ondeando al viento.

—¡Tú estás muerto! ¡Muerto! —uno de los hombres gritó completamente desesperado, dando instintivos pasos hacia atrás. En su mirada se reflejaba perfectamente el pavor de que sus palabras fuesen erróneas.

No se trataba de un espectro, no se trataba de un alma en pena, era algo mucho peor porque continuaba con vida. Por delante, tenían al único guerrero capaz de combatir de igual a igual contra el mismísimo Sasuke Uchiha. Debido a ello, sin poder evitarlo, el terror atravesó columnas como fulminantes relámpagos.

Naruto Uzumaki seguía vivo... ¡Vivo!


Continuará.