¡Hola! Hice este capítulo más rápido que de costumbre porque quería desearles de todo corazón una muy feliz navidad y un excelente año nuevo a todas y todos quienes lean esta humilde historia. Les deseo lo mejor de lo mejor tanto a ustedes como a sus seres queridos, esperando además que el 2021 sea mucho mejor que este nefasto 2020. Mucho ánimo y fuerzas a todos para seguir luchando contra las dificultades ^^
Pasando al capítulo de este fic, me enfoqué a desarrollar las interacciones entre Sasuke y Hinata después de que ambos decidieran separarse. También entiendo perfectamente que ansían que sus sentimientos estallen en un lemon real (y no en un sueño como el anterior xD), pero, ya que deseo hacer esto lo más realista posible, todavía siento que falta un último paso. El siguiente episodio será precisamente el decisivo, tanto como aquel en que Hinata decidió no clavarle el cuchillo a Sasuke. Entretanto, espero que disfruten esta lectura preparatoria para ese momento.
Por cierto en unos párrafos mencioné las alturas de ciertos personajes, las cuales saqué desde la wikia de Naruto. Karin mide 1.62, Hinata 1.63, Sakura 1.64, e Ino 1.65. Como ven todas tienen alturas muy parecidas.
Por último, una vez más muchísimas gracias por su apoyo a quienes me dejan reviews, pues son ustedes quienes me motivan a continuar este fanfic. En dos capítulos más haré una lista de agradecimientos =]
Vocabulario:
Repentizar: Improvisar con rapidez.
Quinquenio: Período de cinco años.
Genuflexión: Acción y efecto de doblar la rodilla, bajándola hacia el suelo, ordinariamente en señal de reverencia.
Manumisa(o): Dicho de una persona: Que ha sido manumitida (liberada de la esclavitud).
Birra: Cerveza.
Vendetta: Venganza derivada de rencillas entre familias, clanes o grupos rivales.
Carialegre: De semblante risueño / Que se ríe con facilidad.
Antepecho: Pretil o baranda que se coloca en lugar alto para poder asomarse sin peligro de caer.
Cuadragenario: Dicho de una persona: Que tiene entre 40 y 49 años.
Nereida: Cada una de las ninfas que residían en el mar, y eran jóvenes hermosas de medio cuerpo arriba, y peces en lo restante (Lo usaré como sinónimo de sirena).
Rubia platino: Dicho del cabello: rubio muy claro.
Pelirrubia: Que tiene rubio el pelo (el significado es evidente, pero lo pongo para que vean que esta palabra, pese a ser redundante, sí existe en la RAE :P).
En lo más profundo de alta mar, cinco corbetas de guerra impulsadas por cinco filas de remeros a cada lado, se aproximaban al objetivo que esta misma noche debían alcanzar. En la embarcación que fungía como líder, cerca de la siniestra gárgola del mascarón de proa, un joven pelirrojo de cortos y desordenados cabellos observaba el horizonte. Disfrutaba la agradable llovizna que acariciaba su rostro, pues, en el árido desierto en que nació, tal fenómeno era muy escaso. En su espalda cargaba un pavés, un tipo de escudo oblongo que cubría prácticamente todo el cuerpo del combatiente.
—Si los cálculos son correctos en unas cinco horas deberíamos alcanzar nuestra meta, general —informó un soldado raso haciendo un saludo militar y manteniendo una distancia de tres metros. Acercarse más no era conveniente a menos que quisiera morir prontamente.
—Por tu propio bien espero que sean menos de cinco horas —lo miró por el rabillo agresivamente. Su tono de voz era bajo, pero muy oscuro. A veces parecía que un tipo de maligna entidad interior hablase por él.
El soldado tragó saliva antes de retirarse rápidamente para retomar sus labores de vigía en el mástil más alto.
—Te veo algo ansioso, Gaara —comentó un rubio de largos cabellos acomodados en una coleta alta, alardeando una sonrisa insidiosa. Portaba un abrigo negro jaspeado de manchas rojas, claramente reconocible.
—No me trates como un igual, Deidara, o pagarás las consecuencias —le advirtió dirigiéndole su siniestra mirada de matiz turquesa.
El aludido pronunció todavía más su sonrisa —. Me gustaría mucho verte intentarlo, hum —dejó de sostener su espalda contra un mástil, irguiéndose de manera amenazante. Era evidente que ambos no se soportaban.
—No tientes tu suerte, no en vano soy el segundo guerrero más fuerte que existe.
—El problema tuyo es que no evolucionas, ya alcanzaste tu tope, así que tu supuesta fuerza ya pasó de moda —respondió con tono burlón —. El verdadero arte está en constante cambio, no tiene límites porque su potencial es infinito. Yo soy verdadero arte —se indicó con el pulgar presuntuosamente —, lo cual significa que actualmente yo soy más fuerte que tú e incluso más que Sasuke Uchiha.
—Entonces comprobemos ahora mismo si lo que dices es cierto —desenvainó lentamente su espada, dándole el tiempo a Deidara de que apreciara visualmente el movimiento.
El de ojos azulados sonrió muy feliz, aceptando el reto instantáneamente —. Será un enorme placer extinguir tu existencia, Gaara —dicha su sentencia, desenvainó usando la misma velocidad en que lo hizo su rival.
Los incontables remeros ubicados en proa cesaron su labor, pues la mayoría escucharon las palabras que anunciaron el inicio del sangriento duelo. El silencio se hizo tan abrumador que incluso las respiraciones más tenues parecían resonar. Sin embargo, un tercer guerrero de élite decidió intervenir colocándose entre los dos.
—Por favor, señores, si quieren ver quien lo tiene más grande entonces háganlo más tarde. Tenemos una misión que cumplir y el verdadero enemigo nos está esperando —indicó hacia el punto más alejado del océano. Quien habló tenía cabellos grises de tono claro y sus ojos se asemejaban parcialmente a los de una serpiente. Llevaba unos lentes que sólo usaba para no agotar su vista, pues los cortos de la misma no eran aceptados en el ejército.
Los que iban a tener el duelo aceptaron el llamado a ser razonables, envainando sus armas a regañadientes. Sin embargo, en cualquier momento podrían enzarzarse en un combate a muerte, dado que la tirria entre ellos era muy potente.
—No me dirijas la palabra, Deidara, o la próxima vez no te salvará la campana —amenazó el general.
—Más temprano que tarde mi arte terminará rebanando tu cuerpo —contestó brindándole una de sus sonrisas irritantes.
—Kabuto —habló una voz grave desde más atrás —, ¿por qué tenías que intervenir? Una lucha entre ellos habría sido muy buena, ¿verdad Haku? —comentó de modo jocoso un hombre de cortos cabellos puntiagudos y con una gran espada en el lomo. Su rostro estaba embozado por una máscara hecha por blancas vendas.
—Así es, pero hay una misión que es la prioridad —dijo el cuestionado, quien llevaba dos largos flequillos que enmarcaban su rostro mientras su larga melena trasera se recogía en un moño. Sus rasgos eran tan femeninos que, pese a ser hombre, podía ser tomado por una mujer fácilmente. Sin embargo, su apariencia frágil no disminuía en nada su letalidad en combate. —De todos modos, creo que es una tremenda exageración enviar a veintidós guerreros de élite para algo como esto. El rey Danzo debe haberse vuelto loco —agregó comprimiendo sus sienes por la extrañeza.
—Concuerdo contigo, pero me dan igual sus absurdas decisiones mientras nos pague las recompensas que nos prometió —arguyó Zabuza, sin darle importancia al asunto.
Entretanto, alejado muchos metros del resto de poderosos guerreros, un joven de piel excesivamente pálida dibujaba en un cuaderno el bello paisaje marítimo que tenía enfrente. Sus trazos podrían competir fácilmente contra el mejor de los artistas, aunque los balanceos constantes de la corbeta no le permitían esbozar su perfección acostumbrada. Casi todo el tiempo permanecía tan frío como un hielo, puesto que desde su más tierna infancia le enseñaron a deshacerse de sus emociones a fin de ser un guerrero impiadoso. No obstante, el arte de dibujar siempre conseguía conmoverlo, lográndole extraer sentires que creía profundamente enterrados.
Esclava Sexual, Capítulo Veinticuatreno
El soldado más fuerte supo que estaba ablandándose cuando las lágrimas que Karin liberaba le removieron algo por dentro. Antes de conocer a Hinata tal cosa ni siquiera le habría movido un vello, pero la bonhomía de la mujer que aún amaba había logrado cambiar muchos aspectos de su psiquismo. Tensó su brazó sin necesidad de cerrar su mano, molesto con la idea de adquirir empatía cuando en poco más de una semana enfrentaría a los hombres más peligrosos que este mundo conocía.
Piedad, clemencia, sensibilidad; esas eran palabras que necesitaba desterrar de su ser, por lo que no iba a consolar a Karin con muestras de afecto, aunque sí de otra manera más acorde a su dura personalidad. Por ello, caminó hacia la lámpara más cercana a las tres bellas pinturas de animales míticos, mismos que Hinata vio la primera vez que entró. Encendió el fuego para iluminarlas, dirigiendo su mirada a la espía retirada.
—¿Ves ese pájaro de plumaje tan anaranjado que parecen llamas de fuego? —indicó la pintura ubicada al medio.
Karin siguió la dirección del dedo, preguntándose por qué Uchiha estaba cambiando radicalmente el tema.
—Sí; ese es un Fénix, ¿verdad?
—Exactamente, la famosa ave que es capaz de renacer desde sus cenizas. No importa cuantas veces lo maten o intenten destruir su alma, un fénix siempre se levanta con fuerzas renovadas para encarar al mundo otra vez —explicó de manera solemne —. ¿Sabes por qué te digo esto?
—Porque yo también tengo que resurgir desde mis cenizas —dedujo certeramente tras unos pocos segundos.
—En esta vida todos debemos tener el mismo espíritu que un fénix. Sólo siendo así se pueden superar las desgracias y tristezas que te arroja este mundo maldito.
La fémina avivó la intensidad de su mirada. —Entiendo. Seré como esa ave entonces. Tengo que serlo por mi propio bien.
—Sé que saldrás adelante —la animó Sasuke, disminuyendo un poco su semblante distante.
Ella dio su asentimiento. Pensó en pedirle un beso como despedida definitiva, pero predijo que Sasuke se negaría. E incluso si por algún milagro aceptara su propuesta, seguramente no movería sus labios un ápice. Así lo hizo cuando ella lo besó la última vez antes de separarse, hacía ya varios años atrás. Muy concentrada, lo miró unos momentos intentando grabar su aspecto adulto en sus memorias. Retendría en su mente las líneas de su rostro, su salvaje cabello, sus brillantes ojos negros, sus finos labios, pues sabía que después de este viaje difícilmente lo volvería a ver. Su pecho se ensanchó y se desinfló al suspirar profundo. Sonriéndole mientras despejaba sus lágrimas, decidió marcharse dignamente.
Por detrás de la puerta, Hinata se acariciaba un seno sin una pizca de morbo, buscando inconscientemente algo de relajación en su actual estado de estrés. Aunque sentía una pequeña felicidad dado que nada sucedería entre Sasuke y Karin, la tristeza se agigantaba en su alma por las decididas palabras del castrense respecto a no dar marcha atrás en lo concerniente a ellos. Era lo que debía pasar, pero le dolía mucho igualmente. En cuanto oyó que ligeros pasos se acercaban hacia la puerta, reaccionó rápidamente tocando ésta; una respuesta meramente subconsciente para no ser descubierta husmeando. Unos segundos después la entrada se abrió a manos de la pelirroja, quien tomó la palabra antes que ella pudiese decir algo.
—No te preocupes, Hinata, entre Sasuke y yo no ha pasado nada. Te ama tanto que no sería capaz de tocar a ninguna otra mujer.
—Cállate, Karin —le ordenó él con voz muy enojada.
—Pero escuchar la verdad le molesta —mientras miraba a quien tenía enfrente, dijo en un tono cómplice; uno que sólo se podría usar entre amigas.
—¿Estás bien? —preguntó Hyuga, preocupándose al verle los ojos llorosos.
—Sinceramente no, pero no importa. Iré a incordiar al cretino de Suigetsu; sé que eso servirá para subirme el ánimo.
Hinata no pudo hacer menos que admirar su fortaleza emocional.
—Karin, si necesitas algo...
—Sé que puedo contar contigo, Hinata. Lo mismo va de parte mía, cuentas conmigo.
—Muchas gracias.
La pelirroja avanzó dispuesta a buscar a su despreocupado guardaespaldas. Quizá tomarse un par de copas junto a él, le ayudaría a quitarse las penas de encima. Posteriormente Hinata, cruzando sus manos tímidamente sobre su regazo, explicaría la razón de su presencia. Decidió omitir, por ahora, que había escuchado tras la puerta.
—Y-yo quería saber si vas a seguir entrenándome. Por eso vine a preguntártelo.
Él se tomó la barbilla en un gesto pensativo, dándose cuenta que su vello facial ya comenzaba a crecer un poquito tras dos días sin afeitarse. Tomó nota de hacerlo cuando el mar volviera a estar en plena calma o de lo contrario podría hacerse un corte con la navaja. Luego su mente volvió a lo importante, llegando a una conclusión rápidamente.
—Lo personal no debe incidir en lo profesional; que no podamos estar juntos no significa que corte tu entrenamiento. Seguiré siendo tu maestro, eso no cambiará.
—Muchas gracias, Sasuke. ¿Se-seremos amigos entonces?
—¿Se puede ser amigo de la persona con la que ibas a hacer el amor?
—T-tienes razón... —aceptó cuán difícil era.
—Mantengamos esto como una estricta relación de maestro-discípula.
—De acuerdo...
Hinata quiso pensar de forma positiva a fin de ver el vaso medio lleno en vez de medio vacío. Por lo menos podría seguir hablando con Uchiha, aunque sólo fueran temas acerca del entrenamiento. Él la estaba tratando de forma distante nuevamente y eso era lo mejor, pero detestaba sentir esa frialdad después de haber sentido su más íntimo calor. No pudo seguir pensando en ello, puesto que el militar se dispuso a salir. Se colocó una negra gabardina sobre la chaqueta y, con un gesto seco, le indicó a Hinata que abandonara el camarote. Cerró éste con llave y avanzó por el pasillo dejándola atrás.
—¿Cuándo empezaremos la lección de usar arco y flecha? —le preguntó mientras se ponía a su lado, mirándolo mientras lo seguía.
—Después de comer algo.
—¿No has comido en todo el día? —preguntó tímidamente, imaginándose que el guerrero prescindió de alimento por estar a merced del dolor. Al menos esa era la razón por la cual ella no había probado bocado.
—Nada en todo el día —confirmó la suposición de la muchacha.
—Si quieres yo te puedo preparar algo —se ofreció de manera solícita y dulce, características propias de su personalidad.
—No quiero morir intoxicado.
Ella lo miró con reproche impreso en sus luceros. ¿Lo dijo en serio o fue su ácido sentido del humor? No supo cuál era la respuesta, pero sí tuvo claro que una irremediable mueca se le formó en el rostro.
—Pues el chef en jefe me dio muchos consejos. Sé que puedo hacer algo que te guste —se defendió con seguridad sobresaliente.
Él lo meditó por unos segundos, mirándola con fijeza. Gracias a la determinación mostrada por ella, finalmente decidió arriesgarse.
—Está bien, alimentarme con tu comida me ayudará a ser inmune contra venenos.
—Sasuke... —se formó un nuevo puchero en su faz, mismo que al soldado le pareció adorable. Que a veces Hinata pareciera una verdadera niña lo enternecía en sus adentros, aunque se encargó de disimularlo perfectamente. La joven pronto agregó una pregunta —. ¿Por qué eres así?
—¿Quién sabe? —dio la respuesta más simple de todas, una impropia de él. ¿O quizá sí era acorde a su carácter real? —. Sólo espero que no termines achicharrando la comida como te pasó en la mansión —le recordó con toda la intención de avergonzarla una vez más. Deseaba ser tan frío como un cubo de hielo, pero Hinata era definitivamente su talón de Aquiles.
—No la quemaré... —su rostro expulsó el color piel, reemplazándolo por un brillante rojo —. Te aseguro que esta vez cocinaré mucho mejor, ya lo verás.
Uno al lado del otro, caminaron hacia la cocina a fin de comer antes de iniciar la lección de tiro con el arco. A Hinata le habían enseñado a tener una rutina precisa de meriendas, pero Sasuke debía ser la persona más volátil al respecto; comía simplemente cuando le daba hambre, así fuesen las cuatro de la mañana o la hora actual. Dedujo que tal accionar era una herencia directa de sus días de persecución, en que alimentarse no podía tener un horario específico si quería mantenerse con vida.
Tras descender por una de las escaleras casi verticales, llegaron a su objetivo. Él sacó la llave maestra de un bolsillo, girándola en la cerradura para que ambos se adentraran en la sala de cocina. En ella relucientes ollas, cuchillos, cucharones de caoba y otros implementos relativos a la gastronomía se veían por todas partes. La hora de la cena ya había pasado, de modo que sólo quedaban tres grumetes que se encargaban de la limpieza. Al ver a quienes creían una bonita pareja, saludaron respetuosamente haciendo una genuflexión. Hinata, humildemente, les pidió permiso para ocupar el lugar a fin de preparar algo, a lo que ellos respondieron afirmativamente enseguida. Terminaron sus labores rápidamente para no molestar a los supuestos novios, dejando pendiente lo menos importante para la mañana siguiente.
La manumisa clavó su mirada en dos gigantescas despensas afirmadas contra la pared, las cuales debían contener una cantidad muy variada de carnes, verduras, frutas y especias. La alacena de la izquierda tenía un letrero que decía «Segunda Clase», mientras la ubicada a la derecha rezaba «Primera Clase». Como era lógico, la última opción tenía acceso a lujosos ingredientes que armonizaban con los paladares más exigentes. De todos modos, optó por preguntarle a su maestro qué clase de comida se le apetecía. No quería arriesgarse igual que la otra vez y terminar decepcionándolo, de modo que iría por lo seguro.
—¿Cuál es tu platillo favorito?
—Cualquiera, menos el que preparaste la otra vez.
—Ay... ¿En serio no tienes alguna preferencia? ¿No puedes darme alguna pista siquiera?
—No.
—E-está bien —supo que Sasuke no revelaría sus gustos porque no quería darle ninguna ventaja; él realmente estaba poniendo a prueba su talento culinario —. Daré mi mejor esfuerzo para hacerte algo rico.
Tras pensarlo con calma, y recordando el sabio secreto dado por Ino, finalmente se decidió a preparar un guisado bañado con salsa de tomates. Éstos serían la clave principal para conseguir la victoria, pero también aderezaría con lechugas, apios, oréganos y una pizca de pimienta. Descartaría los ajos, pues la primera y única vez que le cocinó a Uchiha los había agregado y no resultó nada bien. Se ajustó un gorro cocinero de impecable color blanco y luego amarró su larga melena en un repentizado rodete. Posteriormente abrió las conservadoras cárnicas, las cuales tenían rótulos indicando al animal al que pertenecían. Las carnes porcina, vacuna y conejuna eran las menos costosas; la cérvida, de langostas y de avestruces eran las prohibitivas para la segunda clase. Todas se conservaban cubriéndolas enteramente con sal, ya que todavía faltaban muchos siglos para que los refrigeradores fuesen inventados. Abriendo la tapa hermética correspondiente a los ciervos, la joven rebuscó un filete con sus manos y, sobre la tabla de picar, lo rebanó en pequeños trozos.
Uchiha extrañó su afilador de espadas, pues tenía la costumbre de emplearse a ello cuando no preparaba sus propias meriendas. Pensó en hacer algunas rutinas de ejercicios, pero era mejor no forzar su cuerpo; la herida de su pecho todavía no sanaba y la pérdida de sangre mantenía su cuerpo en convalecencia. Pese a su increíble fortaleza física, faltaban algunos días para que estuviese completamente repuesto. Su atención se enfocó en mirar a su discípula, quien, pese a cocinar mal, se veía preciosa realizando tales labores. Cuando ella le dio la espalda, sus negros ojos instintivamente bajaron hacia el trasero que tenía enfrente. Éste no destacaba como lo hacían sus senos o las carnosas nalgas de otras mujeres, pero igualmente le parecía hermoso a la par de apetitoso. En cuanto llegaron lujuriosos pensamientos a su mente, desvió la vista a fin de deshacerlos. La joven terminó de trinchar el cárnico alimento y, sin prisas, prendió el fogón para ponerlo a freír. Se volteó hacia Sasuke para hacerle un ofrecimiento.
—Mientras la carne se fríe me haré una naranjada, ¿quieres que te haga una o prefieres una limonada?
—Yo mismo me haré una limonada —precisó a la vez que se ponía de pie, yendo hacia las fruteras.
Hinata iba a asentirle, pero como él no vería su gesto desistió de hacerlo. Cuatro segundos después quiso añadir algo: —Por cierto, en el bar hay una cerveza muy buena por si la quieres probar. Yo apenas tengo cultura etílica, pero me pareció exquisita. Dudo que haya alguna mejor —cuando Sasuke iba a contestar, ella se adelantó al recordar algo importante —. Pero en realidad todavía no te recuperas completamente; una birra quizás podría hacerte mal.
—De todas formas no bebo alcohol; un guerrero de élite siempre debe estar al cien por ciento de sus capacidades tanto físicas como cognitivas. Si alguien muy hábil decidiera atacarme justo en el momento en que cargo licor en la sangre, entonces él podría tomar la ventaja.
—Oh..., entiendo. Supongo que para ti es costumbre estar siempre en alerta —tras mencionar aquello, Hinata necesitó agregar algo más —. Es un poco triste mantenerse vigilante de manera constante, incluso en un momento de relajo como este.
—Estar pendiente de lo que te rodea es algo automático, no significa que no puedas estar en relajo. Éste llega precisamente porque compruebas que no hay peligro alguno.
—¿Es como una hábito, verdad?
—Exactamente.
Hinata convino con un movimiento de cabeza. Después fue hacia la canasta más grande, dobló su mandil a manera de bolsa y colocó cinco naranjas allí. Volvió hacia el mismo lugar de antes, sacó las cáscaras ayudándose con sus uñas, tomó el colador y exprimió el zumo. Una vez lista su labor, le echó un modesto toque de azúcar. Terminada la naranjada regresó al sartén marinero, volteando la carne para que se friera del otro lado. Ésta terminó su cocción y la sirvió sin percances.
—Bien, Hinata, veremos qué tanto ha mejorado tu forma de cocinar —anunció el guerrero mientras tomaba asiento enfrente de ella, a la vez que afirmaba su limonada en uno de los huecos de la mesa.
—Espero que te guste... —mezcló esperanza y desesperanza por igual.
Merendaron sin intercambiar palabras; una muy buena señal tomando en cuenta que, de ser desagradable el guiso, Uchiha simplemente no lo habría comido. Dándose miradas curiosas de vez en cuando, Hinata volvió a comprobar que la compañía silenciosa del guerrero le era muy grata. Terminada la cena, él dio su esperado veredicto.
—Esta vez te quedó mejor la comida.
—¿De verdad? —dijo felizmente, sin darse cuenta de que tal cosa era algo que no sentía desde anoche.
—Debo admitir que este platillo no te quedó nada mal.
—¿Ves que no soy mala cocinera? —mencionó con orgullo.
—Seguramente tener tanta hambre hizo que tu comida me pareciera buena.
—Sasuke... —dijo su nombre con tono de crítica.
—Por lo menos hoy no moriré indigestado, pero todavía te falta mejorar.
Ella decidió tomar su comentario positivamente, plasmando una pequeña sonrisa. Fue una leve, pero era la primera que daba en muchas horas. —Seguiré practicando para volverme la mejor cocinera de todas.
Él asintió. —Lograrás lo que te propongas; si quieres ser la mejor chef sólo visualízalo en tu mente y lo serás. La práctica hace al maestro.
—Sí —dijo animosa.
—Bien, después de algunos minutos de reposo iniciaremos tu entrenamiento —le anunció en forma gravedosa.
—Como usted diga, maestro —contestó adoptando la misma seriedad.
Aunque no era necesario ni trabajo suyo, Hyuga igualmente se levantó a lavar los cubiertos por amabilidad hacia los grumetes. Mientras lo hacía, meditó contarle la verdad a Sasuke; aquello de que había escuchado su conversación con Karin. En cuanto terminó su tarea, puso lo recién lavado en el escurreplatos. Sácandose la cofia cocinera, deshizo su rodete para dejar sus largos cabellos libres como siempre. Se sentó nuevamente y observó el cariz abstraído del soldado, lo cual se inducía por su mirada perdida. Quiso iniciar una conversación confesándole lo sucedido alrededor de una hora atrás.
—Sasuke... y-yo escuché la conversación que tenías con Karin —avergonzada, confesó a cabeza gacha mientras sus índices giraban uno alrededor del otro.
Él enfocó su ojos en ella, haciéndole ver de esa manera que se había ganado su completa atención.
—No sabía que tenías la costumbre de oír pláticas ajenas —reprochó endureciendo sus facciones.
—No lo hice a propósito. Bueno —se apresuró a corregir —, es decir, sí lo hice cuando decidí quedarme detrás de la puerta, pero no llegué a tu camarote con la intención de escuchar lo que hablaban.
—No tengo nada que agregar respecto a ese tema. Si ya escuchaste lo que hablamos entonces saca tus propias conclusiones —finiquitó a su modo hosco.
—Yo... yo sólo quería agradecerte lo que dijiste al final: eso de que me desearías lo mejor a la distancia.
—Pase lo que pase deseo que seas feliz. Te lo mereces.
—M-muchas gracias. Sabes que quiero lo mismo para ti —dijo con voz temblorosa por la emoción que la invadió. Quiso abordar el asunto de Karin también, agradecerle que no tuviese nada con ella, pero sería algo ilógico teniendo en cuenta que ambos separarían sus destinos después del viaje. Cavilando en lo último, se preguntó qué sería de Sasuke después de cumplir su venganza contra Danzo. Sin ella a su lado, probablemente reviviría su idea de pagar sus pecados yéndose al infierno.
—Sasuke... ¿cuál será el destino de tu vida después que tu meta finalice?
Mirándola con fijeza él analizó la pregunta. Su intención de vivir para hacerla feliz había sido destruida, por lo cual su idea de morir ante Naruto en un duelo épico volvió a reflotar en su mente. Sin embargo, decírselo a Hinata sólo provocaría un discurso que no tenía ganas de oír ahora.
—Ahora tú estás en la misma situación que yo, así que, ¿cuál es el sentido de la vida después de perderlo todo?
Hinata enmudeció ante la complicada pregunta. No era algo que pudiera contestarse sin darse un tiempo de reflexión. Bajó su cabeza, provocando que parte de su melena se deslizara a un lado del hombro, aunque por estar concentrada no se molestó en reacomodarla. Sasuke había tocado un punto sensible, pues tendría que partir desde cero en un país desconocido sin tener ninguna meta clara. Desmenuzó diversas ideas hasta llegar a una conclusión que expresaría enseguida.
—Creo que el sentido de mi vida será buscar la felicidad y tratar de morir sin arrepentimientos. Así, cuando me llegue la hora de partir, pensaré que valió la pena venir a este mundo.
Uchiha suspiró sin reprimirse. —¿Piensas que nacer en un mundo tan destructivo como este vale la pena?
Ella quiso contestar intentando ser positiva, pero la verdad era que no tenía una respuesta clara. Guiada por ello, dijo lo siguiente: —Realmente no lo sé.
El joven general cerró sus ojos un momento. No dijo nada más.
—¿Tú quieres morir, Sasuke? —preguntó temiendo que la respuesta fuera afirmativa.
—No tengo ganas de morir, pero ya estoy cansado de vivir.
Hinata entendió claramente la diferencia. Era fácil comprenderla porque ella estaba sintiendo exactamente lo mismo.
—Sé a qué te refieres... yo también estoy agotada de todo; me siento muy vacía ahora mismo —apoyó un codo en la mesa a fin de sostenerse una mejilla con la mano —. «Lo peor es que hace muy poco tuve la oportunidad de cambiar las cosas, pero no pude» —tras su último pensamiento, infló sus pulmones de aire. Luego lo soltó lentamente, sin producir sonido alguno.
Uchiha la miró, constatando el matiz compungido que había adquirido su semblante. —Aunque la vida no tenga sentido, si buscas arduamente puedes encontrarle alguno. Tener algo por lo cual luchar es de lo que se trata la existencia; una meta, una persona, un ideal. En eso consiste todo en el fondo.
—¿Quieres decir que la vida tiene el sentido que tú quieras darle, verdad? —se dio más segundos para complementar esa pregunta que fue más una afirmación —. Hay muchas opciones entonces: quizá estar junto a las personas que quieres; hacer muchos amigos, la búsqueda de conocimiento; dejar un legado al mundo, ya sean hijos, una obra o algo que dé testimonio de tu paso por aquí; o simplemente ser feliz. Mi institutriz solía decir que la vida es una lucha constante por alcanzar la felicidad, por transformar la adversidad en alegría.
Uchiha entrecerró sus párpados, tomándose varios segundos. De repente, sus ojos se volvieron más hoscos —. Ser feliz ya no es una opción para alguien que ha sufrido y causado tanto dolor como yo. He sido tan consumido por el odio que ya no puedo encontrar otro sentido para mi vida que no sea la venganza.
«Pero tú querías darle el sentido de luchar por mí y yo lo estropeé todo...»
Con la inminente separación ella no sería la única desdichada, también había condenado a Sasuke. La joven sintió como sus ojos se enaguaban, cerrándolos un largo momento a fin de controlar el vaivén de sus emociones. Si tan sólo pudiera volver atrás el tiempo...
—Después que completes tu venganza, ¿no crees que podemos encontrarnos más adelante? —reunió esa esperanza, mientras su mano libre movía el índice sobre la mesa como dibujando sobre ella.
—No, Hinata. Tanto por tu bien como por el mío, no nos veremos más —dijo sumamente tajante.
Total pesadumbre recorrió la psique femenina —. Te decepcioné por mis dudas, ¿verdad?
—Tú nunca me decepcionarías. Nunca.
—¿E-entonces por qué?
—Ya te dí mis razones la última vez que hablamos. No voy a repetirlas.
—Comprendo...
Se hizo un profundo silencio, ambos compartiendo un torbellino de pesares por medio de sus miradas. Éstas se volvieron tan profundas que ni siquiera sintieron los sesenta y dos segundos que transcurrieron.
—De todas formas, te mantendré en mi mente para nunca olvidar que los ángeles sí existen —dijo liberándose de ataduras, conmovido de verdad —. En cambio sé que para ti yo nunca seré una buena remembranza, pero, en cuanto nos separemos, espero que no me recuerdes por las cosas malas que te hice, sino como alguien que intentó enmendar sus errores contigo.
Los ojos de Hinata se humedecieron aún más. ¿Por qué tenía que ser tan expresivo cuando ya no podía amarlo?
—Sasuke..., aunque no lo creas yo te recordaré con mucho cariño —tiritó su voz inexorablemente —. Te recordaré como el hombre que quiso dar lo mejor de sí para mí, el que me enseñó a ser más fuerte, el que me dio la libertad y me terminó cuidando como nunca podría haberlo imaginado.
—Es agradable escuchar eso —su mirada taciturna adquirió un leve brillo. Después se levantó del asiento, intentando endurecer su alma nuevamente —. Bien, es hora de enseñarte el arte de usar arco y flecha o esto se volverá un mar de maldita sensiblería. Recuerda que te convertiré en una bestia indomable.
Hyuga pensó que tendría que hacer un esfuerzo para ponerse de pie, pero, animándose tanto por el último comentario como por el entrenamiento, se irguió sin contrariedades. —Lo sigo, maestro —dijo intentando deshacer la reciente tristeza.
En el potrero de la mansión Uchiha, siendo casi las diez de la noche, Sakura se encontraba cepillando cuidadosamente la crin de un alazán mientras un candil portátil iluminaba el lugar. Llevaba casi tres días en soledad, cosa que no le hacía nada de gracia. Aunque contaba tanto con Leonidas como con los equinos, necesitaba compañía humana, hablar con otra persona, para así no divagar y sobrecargarse de pensamientos tristes.
Se había duchado hacía poco, después de realizar prácticas de esgrima por su cuenta. Ahora mismo, el aire nocturno secaba los últimos residuos de humedad en su rosado cabello. Perdiéndose en sus pensamientos se preguntó cuantos días pasarían antes que Yamanaka, su ahora maestra, volviera al hogar. Agradecía infinitamente la amabilidad que tuvo al dejarla libre y sin cadenas, confiando que no escaparía durante su ausencia. A su mente le llegó la última vez que la había visto y lo rara que fue su partida.
—¿Pasa algo, diosa Ino? —cuestionó Sakura cortando su entrenamiento, temiendo que algo grave hubiese pasado. Apenas unos minutos antes, una paloma había traído un mensaje, el cual pintó preocupación en el rostro de la blonda apenas terminó de leerlo.
—Ya vengo, Sakura —por primera vez la llamó por su nombre en vez de su apodo, cosa que denotó que su mente estaba concentrada en otro asunto —. Sigue practicando.
—De acuerdo —en el enorme y árido patio, siguió lanzando estocadas a un enemigo imaginario.
Un lapso después Ino salió de la mansión vistiendo su uniforme militar, cargando además un arco y un carcaj en la espalda, implementos que tomó desde la armería de Sasuke. Sumándose a lo anterior, sus dos afiladas katanas se apegaban a sus caderas. Ignorando a Sakura, fue al establo y rápidamente colocó en su negro equino la silla de montar, la cincha y las riendas.
Haruno, entretanto, al verla equipada dedujo lo obvio: ella saldría para realizar algo de suma importancia; quizás alguna batalla decisiva.
—Frente de marquesina —dirigió la mirada hacia su alumna —, quedarás a cargo de esta mansión durante un tiempo indefinido —dicho esto, montó grácilmente al negro animal.
—¿Yo?
—Sí, tú —confirmó con voz dominante —. Tengo algo muy importante que hacer, así que te pido de favor que cuides bien a Leonidas y a los caballos —un mechón cayó para cubrirle su ojo derecho, pero no se molestó en quitarlo —. Podría encerrarte bajo llave en la mansión, pero no es mi estilo aprisionar a una discípula —la de ojos verdes se sorprendió, algo que todo su semblante expresó claramente —. Si quieres escapar eres libre de hacerlo; esta será tu oportunidad. Yo no te buscaré y estoy segura que Sasuke no perderá su tiempo en ello. Sin embargo, tengo que advertirte que al sur hay una enorme muralla con muchos kilómetros de extensión e imposible de escalar, al oriente está el mar, y tanto en el occidente como en el norte hay patrullas fronterizas en constante movimiento. Si éstas te ven te aguardará un futuro muy oscuro, ya que tu cabello rosado te delata enseguida como extranjera. Evidentemente, si huyes tampoco podré seguir entrenándote. La decisión estará en tus manos.
Haruno supo enseguida que su mentora la estaba poniendo a prueba. Si realmente quería ser una guerrera, entonces tendría que esperar a su regreso en vez de huir.
—No voy a fugarme porque quiero seguir aprendiendo. Además usted me ha tratado bien, salvo por ese maldito sobrenombre que me puso —formó un mohín de disgusto.
Ino dio una carcajada estridente.
—Bien, Sakura —la llamó por su nombre esta vez —, nos veremos después entonces. No sé cuanto tiempo estaré fuera, pero no creo que sean más de tres días.
—Mucha suerte, maestra.
La amiga de Naruto volvió desde sus recuerdos en cuanto oyó el ruido de una cabalgata aproximándose. Los cascos de dos o más caballos resonaban sobre el suelo, levantando algo de polvo seco en el horizonte. Por simple costumbre puso su diestra en la frente a modo de visera, deshaciendo enseguida su gesto al recordar que era algo inútil tomando en cuenta que ya había caído la noche. ¿Sería Ino, acaso? Tomando la lámpara que serviría para iluminar su camino, se asomó a la entrada de la caballeriza esperando que fuese ella, pues nadie más se atrevería a entrar en los dominios de Sasuke Uchiha, ¿verdad?
Mientras lo anterior sucedía, el carruaje se detuvo a las afueras de la trefilada alambrada, justamente en el gran portal de bienvenida. Hanabi supo lo enorme que debía ser la hacienda por el enorme cerco que la rodeaba.
—¿Esta es tu casa? —preguntó la menor de los Hyuga, muy asombrada.
Yamanaka se preparó a tener una nueva discusión, pues evidentemente todos reaccionarían mal al enterarse que los había llevado al hogar de Sasuke, pero era mejor decirlo de una vez. Tarde o temprano verían el estandarte de los Uchiha, de modo que no sacaría nada con ocultar tal información.
—Esta es la mansión de Sasuke Uchiha —fue su impersonal anuncio.
Por supuesto, las airadas protestas de Hanabi y Kiba tardaron la nada misma en surgir. Naruto formó un gesto de molestia en su rostro, aunque no apoyó a sus compañeros verbalmente.
—Sólo por ahora ahórrense el orgullo —espetó la soldado tras escuchar las quejas —, este es un lugar seguro y además aquí hay una enfermera que puede curarles las heridas. Si quieres recuperarte de buena manera —miró a Kiba — y quieres que el perro sea tratado apropiadamente, entonces no me hagan perder el tiempo. Después nadie los obligará a permanecer aquí, así que podrán marcharse cuando gusten.
La sólida respuesta los hizo callarse, aunque tanto la niña como su ahora guardián hicieron rechinar los dientes en forma desagradable. Posteriormente, gracias a las luces del carruaje, Uzumaki posó su mirada más allá de la valla y se percató de que habían cinco cruces de madera. Pronto Hanabi prestó atención a lo mismo y, frunciendo el ceño, preguntó la razón de ellas.
—Cinco de los seis perros de Sasuke murieron en un ataque sorpresa hecho por enemigos sobrevivientes —omitió que tal emboscada fue realizada por Rock Lee y Neji, puesto que la reacción ante sus muertes sería una tremenda vorágine. Si revelaba tal información, los tres se irían sin importar la atención de sus lesiones.
Kiba quedó pasmado. —¿A ese demonio le gustan los perros? —atinó a preguntar tras unos segundos.
—No sé si le gusten todos los perros, pero sí te puedo decir que a los suyos los quería un montón. De hecho, él mismo les hizo esas cruces y les pintó sus nombres.
El castaño guardó sorpresivo silencio, mismo que compartió a través de una mirada con Hanabi. Era muy contradictorio que alguien tan malvado como Sasuke pudiera encariñarse con alguien, así fueran canes.
Unos instantes después, la luz del candil llevado por Sakura se hizo notar en cuanto ella salió del potrero. A lo lejos, Naruto pensó que la difusa figura de quien se acercaba poseía un aire extrañamente familiar. Mientras tanto, Ino abrió el pórtico e hizo avanzar el vehículo. Poco después se produjo el inevitable encuentro entre el guerrero de cabellos mostaza y la enfermera de ojos esmeraldeños. Instantáneamente el aliento de ambos fue succionado por el asombro total que los fustigó. Sus espíritus temblaron de raíz, provocando un caos neuronal que les impidió hablar durante muchos segundos. Tanto Ino, como Kiba y Hanabi, tuvieron claro enseguida que ellos se conocían.
Sin siquiera tomar en cuenta el mundo circundante, el de ojos azules separó sus labios formando la penúltima vocal en sus labios, aunque sin lanzarla verbalmente. En cambio, sí arrojó el nombre de quien tenía enfrente con una emoción indescriptible.
—¿Sakura? —preguntó a la vez que saltaba a tierra.
—¿N-Naruto? —trastabilló su voz al no poder creer que su amigo había sobrevivido.
A él le tomó varios segundos procesar que la chica enfrente suyo no era una alucinación o un fantasma. Realmente tenía la pinta de ser su amiga de siempre; de verdad parecía un ser tangible.
—Soy yo, Sakura.
Ella sintió como si su garganta, su lengua, incluso sus cuerdas vocales, se secaban por el peso del sentimentalismo que nacía en su interior. Su dualidad cuerpo-alma propulsó un incontenible fuego de felicidad interior.
—¿¡De verdad estás vivo!? —insistió una vez más porque precisaba oír esa voz de nuevo, recibir una nueva confirmación de que no estaba soñando.
—¡Vivito y coleando! ¡De veras!
—¿De veras? —musitó al escuchar aquella expresión después de tanto tiempo —. ¡¿Realmente eres tú!? ¡Casi no puedo creerlo! —reaccionó al distinguir que sólo una persona cerraba siempre sus frases con tal expresión.
—¡Claro que soy yo! Jamás pensé que te hallaría aquí, Sakura —la consintió regalándole una gran sonrisa, tan enorme que ella se conmovió con su cariño.
Ella no lo pensó siquiera un segundo para correr hacia él y envolverlo en un sentido abrazo. Desde la infancia siempre lo trató mal, menospreciándolo e incluso maltratándolo físicamente algunas veces. Cualquiera le habría devuelto esos golpes con mayor fuerza, pero él nunca lo hizo. Uzumaki no era de los que acumulaba rencores en su corazón y, precisamente por eso, ahora mismo la estaba saludando muy carialegre. Aquello la emocionó mucho, puesto que Naruto era el único ser cercano y querido que aún le quedaba.
—¿Ella es la chica que enamoró a Naruto? —preguntó la hermana de Hinata a su amigo, cuchichéandole a la oreja mientras tapaba ambos lados de su boca con las palmas.
—Ella misma —respondió Inuzuka tras acercarse al oído femenino, secreteando de la misma manera en que ella lo hizo con él —. Sakura Haruno es su nombre. Yo la conozco poco, pero sé que es buena gente.
—¿Ustedes son muy amigos? —intervino Ino, mirando al rubio y a la pelirrosa de manera solapadamente suspicaz.
—Sí —respondió Uzumaki mirándola, aunque enseguida volvió a cambiar la ruta de sus azulados iris hacia su amiga de siempre —. Pensé que nunca volvería a verte. Aunque no lo creas, no hubo un solo día en que no te recordara y rogase al destino que estuvieras viva y a salvo en algún lugar lejos de la destrucción.
—Naruto... —algunas lágrimas asomaron en sus esmeraldas oculares —. Yo no puedo decir lo mismo porque había asumido tu muerte. Que no aparecieras durante el asalto final corroboraba que habías caído durante esa trampa que te pusieron.
—Lastimosamente no pude evitar la destrucción de nuestra patria —resolló muy frustrado —. Estaba demasiado herido como para moverme siquiera. Sobreviví de milagro a mis heridas.
—No te culpes, por favor. Si la guerra duró un quinquenio fue sólo por causa tuya. Sin ti habríamos sido vencidos en unos cuantos meses.
Los otros tres allí presentes decidieron respetar el encuentro en silencio, pero no se mantendrían así de quietos mucho tiempo más.
Aunque el hijo de Kushina estaba bañado en felicidad, pronto una hórrida calamidad cruzó por su mente y lo volvió boquituerto unos instantes. —¿Sasuke te hizo algo malo? ¿Ese maldito te ha tocado un pelo? —preguntó temiendo una respuesta afirmativa, asustado de que su archienemigo la hubiese usado para satisfacer sus bajos instintos. Los dientes se le apretaron, rechinando intensamente por sólo esbozar tal posibilidad.
—No; él no me ha hecho nada —renegó inmediatamente, prefiriendo omitir el detalle de que la obligó a retozar con Hinata. Ciertamente fue algo poco agradable, pero en realidad no le hizo daño y eso era lo importante. Que Naruto lo supiera solamente traería problemas innecesarios.
—¿De verdad? —preguntó tan sorprendido como también lo estaban Kiba y Hanabi. A cada nueva información recibida, el cariz demoníaco que le adjudicaban a Uchiha iba disminuyendo levemente.
—De verdad —confirmó al instante la de exóticos cabellos rosados. Prontamente buscó algo para desviar la atención de aquel tema —. Por cierto, estás muy alto —dijo sorprendida al tener que alzar su mentón para encarar esa azulada mirada —. La última vez que nos vimos apenas me aventajabas por unos cuatro o cinco centímetros —añadió mientras llevaba su mano hasta la punta de la rubia cabeza, como si estuviera midiéndolo.
—Pues parece que tienes razón porque te veo más chica que antes —señaló divertido.
—Oye —dijo tal palabra con tono de reproche —, aunque no lo creas yo también crecí un poquito —se defendió —. ¿Cuanto mides ahora?
—Un metro y ochenta centímetros. ¿Tú?
—Vaya, es increíble que ahora me saques esa altura. Yo mido un metro con sesenta y cuatro.
Naruto se rió muy divertido. —Ahora eres una enana comparada conmigo.
—Cállate si no quieres que te recuerde los viejos tiempos con un buen coscorrón —amenazó levantando su puño cerrado.
Él se cubrió con los brazos automáticamente. —Algunas cosas nunca cambian —se quejó con un suspiro. Ya le parecía que un dolor surgió en su cráneo sólo por el hecho de recordar las «caricias» de su amiga.
—Pues yo sí cambié; antes te habría dado un correctivo enseguida. Agradece que actualmente soy más sensata.
Naruto se rió con ganas. Entretanto, Ino detalló cuidadosamente el lenguaje corporal de ambos; como experta espía tenía el don de sacar conclusiones a través de detalles así. No le gustó que Uzumaki se viera tan feliz y cómodo junto a Haruno; tampoco le agradó ver aquel tono sutil de rubor en su discípula.
—Ey, ¿nosotros estamos pintados o qué? —espetó Kiba, ya aburrido de que la conversación entre ellos se prolongara como si nadie más existiera.
La pelirrosa dirigió su mirada hacia quien habló, reconociéndolo enseguida. Aunque no podían saludarse con efusividad pues amigos no eran, sí lo hicieron como dos conocidos que se respetaban. Posteriormente los verdes luceros se fijaron en los albinos que tenía a un par de metros.
—Oh, tú tienes los mismos ojos que Hinata —dijo lo obvio por simple inercia —. ¿Eres su hermanita, verdad?
—Sí; soy Hanabi Hyuga. Es un gusto —estiró su mano como gentil saludo.
La pelirrosa se sorprendió de aquel gesto, pues aquellos que poseían sangre azul no solían estrechar las manos de los plebeyos. Aquello le indicó que a esa pequeña no debían importarle las formalidades; o por lo menos no ahora, después de perderlo todo. Sin prolongar de más sus pensamientos, correspondió dándole un suave apretón. También pensó en tratarla de «usted» como en un principio lo hizo con Hinata, pero al ver que era sólo una púber decidió seguir tuteándola con confianza. Si le había ofrecido la mano, esto tampoco la iba a incomodar.
—Yo soy Sakura Haruno, el gusto es todo mío. Hinata me habló muchísimo de ti. En nuestras conversaciones siempre te recordaba.
Tal información desembocó en una conversación que Hanabi, Kiba y Naruto no podían asimilar. La manumisión que Sasuke le había dado a Hinata, el oro que le había obsequiado para subsistir, que ahora mismo estuviera acompañándola en un barco hacia el país más allá del mar, fue un verdadero baldazo de agua fría a todas sus creencias. A Ino le pareció perfecto que fuese Sakura quien relatara todo, pues así se evitaría molestos cuestionamientos o agrios escepticismos. Por ser aliada de Uchiha a ella le discutirían mil veces, rehusándose a creerle. En una asombrada pausa que se hizo por parte del trío de invitados, Ino los ingresó a la mansión y avisó que iría por los implementos médicos para que Haruno hiciera las curaciones a los heridos. Mientras avanzaba por el pasadizo que conectaba el ala oeste con la contraria, se dijo que su incipiente interés por Uzumaki debería morir ya mismo, pues era evidente que el poderoso guerrero gustaba de Sakura. De hecho, supuso que su discípula le llevaba un gran tiempo de ventaja pues parecían ser amigos de muchos años. A producto de ello dio un suspiro agotado; muchos admiradores andaban detrás suyo, pero no tenía suerte con los hombres que realmente le habían atraído. Ni Sasuke, ni Naruto, se habían fijado en ella como mujer. Esbozó una sonrisa resignada ante su destino de no ser correspondida. ¿Sería un castigo divino por haber nacido tan bella? De ser así no le habría importado ser menos agraciada físicamente. Incluso ser fea le valdría la pena si a cambio podía ser feliz con un buen hombre a su lado.
Antes de iniciar la lección de tiro, Uchiha fue al casino para utilizar una de las dianas en que los apostadores lanzaban dardos. Sería perfecta para constatar la puntería de su preciada alumna, quien lo estaba esperando a estribor con el arco ya en sus manos. En cuanto él llegó a la cubierta, sintió inmediatamente el frío abrazo del viento. Éste soplaba contra la proa, lo cual le impedía al paquebote desplegar las blancas velas que durante todo el día habían permanecido arriadas. La buena noticia era que la lluvia había cesado, lo cual venía perfecto para que Hinata pudiese practicar sin contrariedades.
—Si el viento sigue generando resistencia, vamos a demorar más de una semana en llegar —comentó Uchiha en cuanto llegó con su pupila. Luego, mientras le daba una mirada al mar, posó ambas manos en el metálico antepecho.
—Pues la verdad no me molestaría un retraso. Así podría prolongar un poco más mi entrenamiento.
«Y también podría estar más tiempo a tu lado»
Avanzaron hasta ubicarse en proa, pero, una vez allí, el general comprobó empíricamente que las constantes ventoleras no serían apropiadas para que una novata como Hinata practicara el tiro al blanco. Por tal razón, Sasuke dio media vuelta a fin de alcanzar el lado contrario del navío. Su alumna lo siguió ansiando tomarse de su brazo, pero sin atreverse a hacerlo. Ya estando en el mismo sitio en que Hyuga vio una espeluznante presencia fantasmal, quien fungía como maestro le hizo una advertencia a su discípula.
—Con el entrenamiento, tu mano dejará de ser tan tersa y se volverá igual de áspera que la mía.
Para sorpresa del miliciano, ella ni siquiera pensó su respuesta.
—No me importa porque significará que he trabajado duro. Mis manos revelarán todo el esfuerzo que puse para convertirme en una guerrera. No será un defecto, sino una virtud —contestó plenamente segura.
Sasuke sonrió en su interior con aquella respuesta. Recordó que, cuando la compró como esclava, apenas tocó sus palmas lo asaltó una gran indignación por la sedosidad que tenían, una digna de una princesa que jamás había hecho nada en su vida. Sin embargo, ahora se da cuenta que tal tersura no se debía a que Hinata así lo quisiera, no se trataba de que le temiera al trabajo duro, era simplemente porque nunca le permitieron hacer más. Ella no le temía al esfuerzo ni le importaba volver sus manos callosas.
—Los arcos son de uso personal —tomó entre sus manos el que Hyuga llevaba entre las suyas —, hechos a medida para cada quien, pero de momento usarás este pequeño que traje desde mi museo de armas. Ino lo usa perfectamente y creo que tú también lo harás, ya que te pareces a ella en estatura, contextura y también en el largo de tus brazos.
—¿Cuanto mide la señorita Ino? —la curiosidad la llevó a formular esa pregunta.
—Un metro con sesenta y cinco.
—Me gana por dos centímetros. ¿Tú mides más de un metro y ochenta, verdad?
—Uno con ochenta y dos, para ser exactos.
—Me ganas por diecinueve centímetros —dijo un poquito avergonzada de que existiera tanta diferencia.
—Es normal, yo soy hombre —dijo orgullosamente. Luego prosiguió —. Este arco va a ser tu mejor amigo, así que cuídalo como tal.
—Sí —además de lo dicho, también afirmó moviendo su cabeza.
—Bien, como tus senos son grandes —los recordó e instantáneamente sintió ansias de tenerlos entre sus labios de nuevo, aunque aunó concentración para seguir la lección sin distracciones —, tu forma de disparar será diferente a la de los varones. La mayoría de nosotros, para estabilizar el arco, lo ponemos paralelo al pecho y disparamos sin que la cuerda encuentre obstáculos allí —ejemplificó lo dicho adoptando aquella pose —. Tú, en cambio, tendrás que hacerlo de la misma forma que Ino: inclinar el torso hacia adelante, recargar tu peso sobre el pie delantero y alargar el brazo lo más posible —ahora mostró la nueva posición —. Así las flechas no tropezaran contra tus pechos cuando las dispares. Es un poco más difícil acertar así, pero si tienes talento te acostumbrarás rápidamente. Ino flechea de esa forma y es el mejor arquero de todo el reino.
—¿Mis mamas molestarán mucho para ser una buena guerrera?
—Para cualquier ejercicio físico las tetas son sólo una molestia. Más si éstas son tan grandes como las tuyas.
El rostro de Hinata se llenó de sangre a una velocidad despampanante. Nunca le había gustado tenerlas así de voluminosas y por eso mismo intentaba disimularlas, pero el querer ser una guerrera aumentó esa sensación de no estar a gusto con ellas. De súbito le llegó el instante exacto en que Ino, en el puerto, le dijo algo relacionado al tema: «Hablando de senos, dile a Sasuke que te relate la historia de las amazonas. Te vas a sorprender».
—A propósito de ese tema, antes de viajar Ino me dijo que me contases sobre las amazonas —dio voz a sus pensamientos.
Uchiha recordó que a su blonda compañera le gustaba mucho esa leyenda. De hecho, algunos hasta pensaban que ella era una amazona reencarnada.
—Es un relato mítico sobre un pueblo exclusivo de mujeres guerreras, primordialmente expertas en luchar con arco y flecha. Según muchas versiones, las amazonas creían en la supremacía del sexo femenino por sobre el masculino; los hombres eran necesarios solamente para la reproducción. Por tal razón capturaban a los mejores guerreros y los volvían simples esclavos sexuales destinados a procrear descendencia que fuese fuerte. Luego de fornicar con ellos, los mataban sin más. Si nueve meses más tarde el bebé nacía varón, lo sacrificaban o lo abandonaban a su suerte. Si nacía niña entonces la conservaban, adiestrándola en las labores del campo, la caza y el arte de la guerra.
Hinata quedó muy asombrada con lo narrado. Prueba de ello fue que boqueó instantáneamente por el grosor del asombro.
—Nunca había escuchado algo así. ¿De dónde proviene esa leyenda? —preguntó interesada.
—De la mitología griega.
—Entonces, si te hubiesen capturado, tú habrías sido un esclavo sexual destinado a reproducción.
—La sola idea de que exista una nación gobernada por guerreras es de una ridiculez extrema. Además, si ni siquiera un grupo de hombres puede vencerme, mucho menos lo haría uno de mujeres —hizo destacar su acostumbrada soberbia.
Como Hinata ya lo conocía muy bien no le daría ningún sermón inútil respecto a ser más modesto, aunque sí puntualizaría algo: —Pero dicen que todas las leyendas tienen una base que fue real. ¿Habrán existido las amazonas realmente?
—Imposible, las chicas son demasiado débiles y delicadas para luchar. Que hayan contadas excepciones como Ino y Artemisia, o que tú misma intentes volverte una guerrera, sólo confirma la regla general.
Por esta vez, la fémina decidió preguntar algo en vez de replicar lo anterior. —¿Y qué nexo hay entre las amazonas y los senos? Recuerdo que la señorita Ino las nombró porque estábamos hablando de ese tema.
—Según distintas versiones del mito, las amazonas se cortaban un seno para eliminar peso extra innecesario y así ser guerreras más veloces. La otra teta la conservaban para alimentar a sus niñas durante la lactancia.
Después de eliminar la sorpresa que la invadió, Hinata sintió un escalofrío al tiempo que bajaba su cabeza para mirar sus femeninos atributos.
—Sé que mis senos son voluminosos, pero no quisiera cortarme uno para ser más rápida; suena muy doloroso.
—Debe serlo —afirmó él.
Al sentir una comezón en la nariz, ella se la rascó a fin de aliviarla. Pronto una idea llegó a su mente al repasar el comentario de que las amazonas conservaban uno de sus pechos para amamantar.
—¿Tú nunca has pensado en tener hijos? —cuestionó muy interesada.
Él guardó silencio, ensimismándose por muchos segundos. En realidad nunca se le pasó por la cabeza algo así, pues hasta ahora el único motivo de su existencia siempre fue la venganza. Cumplir esa meta era su obsesión, misma que le impedía pensar en nada más. De hecho, siempre tuvo mucho cuidado de no embarazar a Karin, ya que no deseaba tener hijos con ella por ningún motivo. La sola idea le provocaba repulsión, pero también se debía a otra razón que lanzaría ahora mismo:
—¿Cómo podría traer un niño a un sitio tan injusto y cruel como este? ¿Crees que uno podría ser feliz en un mundo lleno de crímenes, asesinatos y odio por doquier?
Hinata deslizó su mirada hacia el suelo mientras daba un pesado suspiro. No criticaba que el soldado pensara de esa forma tan pesimista, ya que le había tocado ver lo peor de la vida. Él mismo había hecho cosas horribles por su venganza, pues un mundo monstruoso creará seres más monstruosos que puedan lidiar contra él. El demonio llamado Sasuke Uchiha fue creado por la locura de la sociedad y la maldad existente en el ser humano. Sí, después de todo lo que vivió era normal que pensara de esa manera. Cerró sus ojos y respondió manteniéndolos de esa manera.
—Yo entiendo muy bien tu perspectiva; sé que la humanidad está podrida y nada de lo que te diga cambiará tu opinión. De hecho, quizás tengas razón, quizá sea mejor no traer hijos a un lugar como este. Es difícil ser positivo en un mundo en que se ve tanta maldad —dijo luctuosamente.
—De todos modos, no me cabe duda que tú serías una excelente madre.
Ella sintió como el calor invadía su rostro. Subió sus manos a éste, sin saber si fue para tapar su verguenza o para enfriarse las mejillas.
—Mu-muchas gracias por pensar eso —presionó sus palmas contra la piel facial —. Yo no creo que todo esté perdido aún; me gusta pensar que la humanidad avanzará hacia un camino mejor, uno con más amabilidad y empatía; por eso tengo el sueño de ser mamá algún día. Sin embargo, si no puedo asegurarles una vida buena a mis hijos, o si siento que serán infelices porque este planeta no tiene remedio, entonces no tendré niños. Sería muy egoísta de mi parte tenerlos solamente porque quiero cumplir mi sueño de ser madre.
—Esa es una forma de pensar muy madura.
—Gr-gracias.
Dándole vueltas al asunto, y pasados unos cuantos segundos, Hinata recordó las palabras de Ino cuando le contó acerca de la única novia de Uchiha: «Era él quien tenía que ponerle límites a ella. Sé que si no fuera porque Sasuke evitaba sus días fértiles, habría terminado embarazada».
—¿Tú te preocupaste de no preñar a Karin por la decepción que sientes hacia la humanidad?
—¿Te lo dijo ella? —preguntó arrugando el entrecejo. Su alumna abrió la boca para dar una respuesta, más él la cortó al continuar hablando —. Déjalo, en realidad eso no importa. Mi misantropía no es la unica razón; tampoco me gustan los niños. Los considero insoportables, así que sería un padre horrible.
—Pero al ser tuyo no creo que lo considerases insoportable —dijo esbozando una pequeña sonrisa —. Podrías restablecer tu clan.
Las pupilas de Sasuke se contrajeron como si le hubieran revelado un secreto trascendental. Dos ideas colisionaron en su mente: a diferencia de lo que siempre le sucedió con Karin, con Hinata en ningún momento se preocupó de evitar un posible embarazo. ¿Acaso se sentía tan feliz a su lado que no le molestaría ser padre junto a ella? Si un día quisiera tener un hijo ella sería la mujer correcta, ¿verdad? Reavivó su mirada al escrutarla de una manera muy distinta a la de antes, puesto que los dos podrían entregarse a la tarea de restaurar sus respectivos clanes juntos. Sonaba como una completa insanidad, pero, después de todo, si los Hyuga habían acabado con casi todos los Uchiha y el último Uchiha había exterminado a casi todos los Hyuga, quizás el mismísimo destino esperaba que los últimos descendientes de ambos clanes fuesen quienes los restituyeran.
Mientras todo lo anterior sucedía en la mente de Sasuke, Hinata reaccionó con pensamientos parecidos en cuanto los negros ojos la observaron de una manera tan distinta. Comprendió, entonces, que la idea de restablecer su clan había provocado algo en él. Pronto dio cuenta de que justamente anoche podría haber quedado encinta; él la excitó tanto que ni siquiera pensó en las consecuencias. Jamás pensó que algo así pudiera pasarle a ella, pero, siendo honesta, la idea de ser madre junto al guerrero incluso le provocaba felicidad. Era muy joven todavía, tampoco era el momento adecuado, mas no le hubiese molestado. ¿Estaría loca o eso sólo comprobaba una vez más cuán enamorada estaba?
Intercambiaron conmovidas miradas, leyéndose a través de ellas. Sincronizándose sin intención, ambos expulsaron dos suspiros que provinieron desde el rincón más profundo de sus pulmones. Sus desatadas emociones galoparon entre el asombro, el anhelo y la expectación ante lo imposible. Uchiha decidió cortar aquella significativa atmósfera, dejando ensoñaciones de lado para enfocarse en la práctica. No volvería a ilusionarse en vano; suficiente dolor había padecido durante toda su vida como para agregar más.
—Nos desviamos de lo importante —apuntó el militar, retomando su cariz frío y distante —. Empezaremos tu lección de tiro de una buena vez.
Ella parpadeó rápidamente dos veces, notando que el brillo en las negras pupilas había desaparecido. Sintiendo su garganta reseca, acumuló saliva voluntariamente y la ingirió para deshacer tal sensación. —De acuerdo —fue lo único que atinó a decir. Hubiese querido seguir profundizando en el tema anterior, pero era muy evidente que él se pondría su coraza de hielo nuevamente. Prefirió no tantear suerte ahora mismo; así podría retomar el tema mañana con más calma.
—Tienes que leer cada movimiento, así que presta mucha atención —demandó —. Recuerda mantener firme el brazo que sostiene el arco —lo tomó en su diestra, adoptando la posición que usaría ella —, pues es el que lo estabilizará. Respecto al que sostiene la flecha —tomó una con su mano libre —, elonga tu hombro hacia atrás y el brazo se moverá por inercia. El antebrazo debe quedar en posición perfectamente horizontal, mientras el codo flexionado te dará la firmeza necesaria para que la saeta no tiemble —realizó el gesto técnico mientras Hinata absorbía toda la información con ojos muy abiertos.
El general cerró un párpado, apuntó y disparó el proyectil. Éste se clavó justo en el blanco un segundo después. Que Ino fuera la mejor flecheando, no le quitaba a Uchiha el honor de estar entre los cinco mejores arqueros.
—Tu turno —le dijo a la vez que le entregaba el arco a su alumna, sin darle tiempo a sorprenderse.
Hinata humedeció sus labios a la vez que tomaba el instrumento bélico nerviosamente, dado que no deseaba por nada del mundo decepcionar a Uchiha. Copió lo antes enseñado de la mejor manera posible, aunque el pelinegro se vio obligada a corregirla pues sus extremidades superiores temblaban.
—Recuerda: el antebrazo siempre debe estar perfectamente horizontal hacia donde apuntas, en perfecta sincronización direccional con el otro brazo. Si no están coordinados, aunque sea sólo por una diferencia de tres centímetros, vas a tiritar y no podrás acertar en el blanco.
—Comprendo —trató de seguir las instrucciones a la perfección, pero los nervios impedían alcanzarla.
Sasuke se acercó a ella, dándole un consejo de manera más íntima: —No veas el arco como un simple artefacto, piensa que es una extensión de tus brazos, que es parte de ti. Sólo relájate, respira hondamente y deja fluir tu determinación.
Haciéndole caso a su maestro, Hinata cerró sus ojos e intentó aflojar la tensión punzante de sus nervios. Inspiró y exhaló lentamente hasta que alcanzó una calma que le permitió encender su temple. En cuanto se sintió preparada abrió los ojos, notando que sus tremores había cesado. Por suerte la flecha no era nada pesada; debía llegar a unos setecientos gramos y sólo debido al metal ligero que tenía en la punta.
—Estoy lista.
—Casi lista —puntualizó él. Un segundo después le corrigió su posición de pies. En cuanto terminó, dio una sentencia —. Ahora sí pareces una verdadera arquera —le susurró a su espalda, sin tocarla pero lo suficientemente cerca como para que notará su aliento en su oreja mientras se lo decía.
Hinata no supo por qué, pero necesitó dar un pequeño paso atrás simplemente porque su cuerpo se lo rogó imperiosamente. La distancia entre ellos desapareció, pues necesitaba sentirlo cerca de verdad. Después de lo vivido anoche deseaba que su calor la rodeara nuevamente, fundirse con él otra vez. Cuando su mente se percató de lo osada que estaba siendo, volvió a dar un paso adelante, como intentando dar a entender que su movimiento fue por una pérdida de equilibrio momentánea. Se puso roja de vergüenza por cómo su instinto la había traicionado de una manera tan vil. Respiró profundamente, volviendo a concentrarse en lo que realmente requería su atención: el arco y la flecha.
Uchiha disfrutó aquel contacto físico tanto como el perfume de sus cabellos, pero se obligó a centrar sus pensamientos en vez de recordar la fogosidad experimentada anoche. Rápidamente notó que Hinata estaba cometiendo un nuevo error, lo que lo ayudó a dejar pensamientos libidinosos atrás.
—La cuerda está hecha con fibrosos y elásticos tendones de animales, pero no es irrompible. Nunca debes tensarla más de la cuenta o se romperá —advirtió mientras se le ponía a un costado —. Si en algún momento piensas que se cortará, lo más probable es que así suceda.
—S-sí, maestro Sasuke —tartamudeó por el arrimón recién sucedido.
—Por cierto: muchos cerramos un ojo para apuntar, aunque no es necesario. Ino dispara con ambos abiertos, así que quizás tú también puedas hacerlo. Por último, justamente cuando vayas a disparar aguanta la respiración, pues incluso ese leve movimiento puede hacer que falles en darle a tu objetivo.
Hinata asintió. Poco después tensó la cuerda y detuvo su aliento en el momento decisivo. El proyectil salió a toda velocidad e impactó contra el mástil. Acuciosamente agudizó su mirada e, incrédula, refregó sus párpados con la mano que ya tenía libre, intentando aclarar su vista al igual que un carraspeo lo haría con la voz.
Sasuke pestañeó dos veces lentamente, como si al abrir sus ojos pudiese borrar lo que estaba enfrente. Creyó sinceramente que la información proyectada era errada. Debía ser un espejismo, una alucinación, ya que atinar al primer disparo debía entrar en una probabilidad estadística de una en mil.
—No lo puedo creer, ¡acerté! —dijo contenta, aunque sin dimensionar realmente la impresionante hazaña recién conseguida.
—Sólo fue un tiro de suerte —espetó él sin compartir su alegría, camuflando perfectamente el tremendo asombro que lo inundaba por dentro.
Pese a la enorme puntería que tenía, ni siquiera la talentosa Ino había acertado en su primer disparo. Ni siquiera ella. Como todavía dudando del panorama que recibían sus ojos, se acercó al mástil y comprobó nuevamente que el tiro había dado justo donde debía; la flecha en verdad se había incrustado en medio. Sin poder creerlo dedujo que estaban demasiado cerca del blanco, por lo que la alejó veinte metros más. A esa distancia el objetivo apenas podía verse entre la oscuridad.
—Dispara nuevamente. Esta vez no tendrás tanta suerte —aseguró como si la estuviese desafiando.
—De acuerdo —además de usar su voz, también afirmó con su mirada —. Seguro que tienes razón, pero daré mi mejor esfuerzo —dijo realmente motivada.
Repitió el proceso anterior: colocó la flecha, apuntó sin cerrar ningún ojo, detuvo su respiración y tiró nuevamente; el disparo se clavó de tal manera que partió por la mitad a la flecha anterior. Su amazónica perfección no podría ser negada nuevamente. Una vez era un milagro divino, pero dos seguidas era definitivamente habilidad innata.
—¡Lo logré! —dijo muy entusiasmada, sonriendo merecidamente —. Gracias a que me enseñaste tan bien pude lograrlo rápidamente —por un momento le habría gustado darle un abrazo para celebrarlo, mas sintió la obligación de contenerse.
Uchiha guardó silencio, pues seguía sin poder asimilarlo. Necesitaba varios segundos para procesar un hecho tan sorprendente. Enfocó sus negros ojos en la mirada albina; se encorvó para disminuir los diecinueve centímetros de diferencia que había entre ambos, buscando algo diferente en esos orbes que difuminaban pupilas e iris en el mismo color. Era imposible que un ser humano corriente acertara dos veces seguidas siendo un principiante, por lo que la única explicación posible era que los luceros de Hinata le dieran una precisión que iba más allá de la lógica. Aún así, no debería tener la técnica para disparar de una forma tan perfecta. Era casi como si la hubiese heredado genéticamente. Se masajeó la frente formando semicírculos con sus dedos; una manera de concentrar aún más sus pensamientos.
—Seré sincero contigo, Hinata: por más bien que te haya enseñado es imposible que alguien, siendo apenas un novato, pueda acertar dos veces seguidas. Menos a la distancia a la que estamos actualmente. Bajo esta oscuridad yo apenas alcanzo a ver el blanco, pero tú has dado justo en él. La única explicación lógica es que tus ojos te dan una ventaja panorámica, una profundidad más grande que la que tiene un ser humano común.
Ella abrió tanto su boca que incluso pudo verse su campanilla al fondo de la garganta. —¿Quieres decir que, además de ver fantasmas, mis ojos también pueden ver más que los de una persona ordinaria?
—Exactamente —confirmó sin dudas —, de otra manera sería imposible que tuvieras tanta puntería. Ahora mismo recuerdo que tu clan tenía grandes arqueros, seguramente ayudados por la peculiaridad de sus orbes albinos.
—Sí, había muchos muy buenos, aunque no todos eran hábiles con el arco.
—Incluso entre ustedes debía haber una diferencia de capacidades, ya fuese ocular o de talento.
Sasuke quedó mirándola, admirando sus luceros blanquinosos tan diferentes. Esos mismos que antes sólo le engendraban un odio descomunal, ahora estaban despertándole un tipo de admiración extraña.
Los minutos avanzaron, probando la puntería de Hinata en veinte disparos más. Doce fueron perfectos y ocho se incrustaron muy cerca del blanco. Como ya estaba claro que Hinata contaba con una excelente puntería, Uchiha incrementaría el nivel de dificultad.
—Probaré tu puntería mientras corres —lo dicho era algo que debería intentarse a lo menos un mes después, ya que hacerlo en el mismo día era una verdadera locura.
—¿Se puede disparar corriendo? —preguntó ella, realmente asombrada de que tal cosa fuera posible.
—Lo que diferencia a un gran arquero de un arquero de élite es precisamente eso: los últimos pueden disparar corriendo o montando a caballo. De hecho, por su pequeño tamaño, el arco que tienes es ideal para esas faenas.
Él le dio una serie de instrucciones técnicas para acertar bajo las nuevas condiciones impuestas. Hinata prestó oídos atentamente, preparándose para darle una nueva sorpresa a su maestro. En cuanto todo estuvo dispuesto ella se echó a correr lateralmente, disparando en cuando creyó tener enfocado el blanco, pero esta vez la flecha pasó tan alejada del mástil que incluso cayó al mar.
—N-no pude —la decepción que bañó su rostro se hizo gigantesca.
—No te desanimes por fallar, es evidente que de todos modos tienes un enorme talento en esto. Si pudieras hacerlo enseguida no serías humana, sino una diosa de la guerra.
—¿De verdad crees que seré una buena arquera? —preguntó con latiente inseguridad.
Sasuke la miró con reproche y entonces Hinata recordó que a él no le gustaba repetir las cosas.
—Lo siento, es que casi no puedo creerlo. Mi padre siempre me dijo que era una inútil sin remedio y que yo pueda flechear de esta forma me resulta prácticamente increíble.
—Te aseguro que como arquera tienes un tremendo futuro por delante.
Ella estuvo a punto de dar un salto de júbilo.
—Sasuke... gracias por enseñarme pese a lo que pasó anoche.
Él emitió un sonido irreconocible, algo que pasó de ser un gruñido a transformarse en un chistado.
Una vez más Hinata entendió que a él no le gustaba que le diera las gracias. También se dio cuenta de cuán cómoda era estando junto al militar, sintiéndose tranquila y feliz al mismo tiempo. Sin embargo, el pensar que en dos días separarían sus caminos la ponía triste inevitablemente.
Después que Sakura atendiera eficientemente a los heridos, Ino les mostró las habitaciones a los visitantes, dándoles la oportunidad de escoger las que quisieran. También señaló con mucha firmeza que el ala este era privada de Uchiha, de modo que estaba prohibido el paso. Sin embargo no confiaba en la curiosidad de Hanabi, por lo que se volvería un enorme problema si ésta descubría que su padre estaba aquí encerrado. Sin dudarlo, trabaría la puerta conectora para evitarse una situación tan compleja de resolver. De todas formas, un par de minutos después, se preguntó si acaso no sería mejor decirle la verdad a la niña de una sola vez. Tarde o temprano tendría que saber que su progenitor seguía con vida, pero debería asimilar las múltiples heridas provocadas por las torturas del guerrero más fuerte. No lo pensó mucho antes de tomar la decisión de acudir con el líder de los casi extintos Hyuga. Sin necesidad de prender ninguna antorcha, la rubia platino avanzó por el gigantesco salón como si fuese su propia casa. Llegó a la consabida trifurcación, dobló por el camino de la izquierda y quedó frente a la puerta número trece. Sacó el manojo de llaves, extrajo la de número correspondiente y se introdujo lentamente. Prendió un candelabro, el cual iluminó de manera tenue el sombrío lugar. Agarró una de las sillas de nogal, sentándose en ella. Miró fijamente el dañado aspecto de Hiashi, aunque no se sorprendió de verlo tuerto; de hecho, le asombró no verlo peor. Se lo imaginaba manco o amputado de una pierna por lo menos.
—Puedes estar tranquilo, vengo en son de paz —cruzó una pierna sobre la otra.
—¿Qué quieres, Ino? ¿Vienes a reírte de mi desgraciado estado? —a propósito, hizo sonar una de las cadenas que aprisionaban sus pies.
Antes que lo concerniente a Hanabi, la blonda abordaría otro tema que también era muy importante.
—Supongo que Sasuke no te lo dijo, así que te lo contaré yo: tu hija mayor ha quedado en libertad y ahora mismo está viajando hacia el país al otro lado del mar con una gran cantidad de oro para vivir por sí sola.
Hiashi abrió mucho su único ojo.
—¿Hinata en libertad? Eso es una locura que nunca te creeré, ¿por qué un demonio como Sasuke haría tal cosa?
—La razón es muy simple: ella pudo matarlo, pero no quiso hacerlo. Hinata superó al odio y es por esa razón que ha dejado de ser una esclava.
Él renegó con su cabeza, sin aceptar que tal información pudiera ser veraz.
—Me importa un bledo si lo crees o no, te seguiré informando: ahora mismo Sasuke está entrenando a tu hija, pues se convertirá en una soldado igual que yo.
—¿Mi frágil retoño se volverá una guerrera? —ni siquiera tuvo que forzar la risa, puesto que ésta emergió naturalmente —. ¿Y entrenada por Sasuke Uchiha? Debes estar muy mal de la cabeza.
Ino sonrió sinceramente, cosa que le molestó al varón.
—Sólo me bastaron tres horas hablando con tu hija para saber que es una persona muy especial, mucho más valiosa que un desgraciado como tú —como muda respuesta, los párpados de Hiashi temblaron de rabia mezclada con frustración —. Evidentemente heredó su nobleza de su madre, ya que de ti sólo hubiese recibido vileza.
—Claro que Hinata es diferente a mí, pero porque ella sí es débil.
—Es muy curioso que siendo débil ella haya conseguido su libertad y tú, en cambio, sigues encerrado sin poder escapar. ¿Quién es el débil realmente? —esbozó una de sus clásicas sonrisas mortificadoras.
Expresando su molestia, el cuadragenario esgrimió una especie de voz inarticulada e ininteligible.
—Prepárate —continuó ella— porque si lo que te conté antes te molestó, lo siguiente te provocará un ataque cerebral: tanto Hinata como Sasuke se están enamorando el uno del otro.
Él abrió tanto su único ojo que formó un contraste total con la cuenca vacía que tenía al otro lado.
—¿Qué diablos estás diciendo?
—Lo que escuchaste —repitió con una sonrisa ladina. Realmente estaba disfrutando cada una de las reacciones de Hiashi —. Comprometiste a Hinata para usarla como señuelo en esa trampa asquerosa, pero terminarás siendo suegro de Sasuke en verdad. ¿No es burlón el destino?
El hombre friccionó los dientes, provocando un ruido que sólo resonó en sus oídos.
—Así que no conforme con traicionar a su propia familia, mi hija mayor también se convertirá en la puta favorita de Uchiha. No sé por qué sonríes tanto si te está quitando tu lugar.
—Cuida tu lengua, Hiashi, porque la paciencia no es una de mis virtudes. No me gustaría tener que cortarte una mano por pasarte de listo —advirtió tranquilamente, sin alzar un ápice su voz. Si Hinata era un ángel y Sasuke un demonio, Ino era ambas cosas a la vez. Dependiendo de quien tuviera enfrente, podía ser una persona bondadosa o una tan cruel como Uchiha.
El cautivo desvió la mirada, volviendo a recordar su situación actual. Ya no era el general al cual todos obedecían, ni el intocable líder Hyuga a quien su clan debía completa sumisión. Ahora era sólo un prisionero de guerra a quien Yamanaka podría torturar o matar en cualquier momento. Era mejor no tentar su nivel de tolerancia o lo podría pagar muy caro, de modo que decidió no alborotarla.
—Por cierto, me asquea que hables así de Hinata. Nunca deberías insultar así a tu propia hija.
—Yo tuve solamente una hija y se llama Hanabi. Es únicamente por ella que sigo vivo, pues mi corazón me dice que sigue viva y quiero volver a verla algún día. Ella sí hubiera matado a Sasuke sin dudarlo, ella no hubiera traicionado a su propia familia porque ella sí es fuerte; una verdadera Hyuga.
—Me sorprende que a tus años todavía no sepas que no hay una sola forma de fortaleza, pero estás tan cegado por tu orgullo que no puedes ver más allá de éste. Hinata es más de lo que crees, aunque, como eres un pésimo padre, jamás te diste cuenta de eso.
—Hanabi podría decirte cuán bueno fui como padre.
—Alguien que aborrece a una hija y quiere a la otra jamás será un buen papá, Hiashi. Compadezco a Hinata por haber tenido que soportar a un tipejo como tú. Verte me hace valorar todavía más a quien me crió y lo bueno que siempre ha sido conmigo. Él sí es un hombre de verdad, uno que merece que le llamen papá.
—¿Qué sabes tú? —siseó en un tono lleno de indignación —. No tienes idea porque no tienes hijas. Lo único que quería era hacer fuerte a Hinata, prepararla para enfrentar a este mundo de mierda tal como después lo hice con Hanabi, pero la muy estúpida siempre pensaba en el prójimo antes que en ella misma. ¿Crees que eso está bien? ¡Por supuesto que no! —prorrumpió desatando su ira como una serpiente agarrada por la cola —. Cuando murió mi esposa se lo pasaba llorando todos los días sin parar, por muchos meses estuvo sufriendo y extrañándola. Traté de cambiar su debilidad por su propio bien, intenté hacerlo porque el mundo es más duro para las mujeres, pero todos mis esfuerzos fueron inútiles. Tenía expectativas muy altas puestas en Hinata, pero me fue decepcionando cada vez más y, sin darme cuenta siquiera, esa desilusión fue mutando hacia el desprecio inevitablemente. Y ahora la odio con todas mis fuerzas por no tener la valentía de acabar con ese maldito engendro llamado Sasuke Uchiha —con manos trémulas, vociferó sin ser capaz de controlar la magnitud de sus emociones.
Ino lo miró con lástima. No entendía como alguien podía ser capaz de odiar a su propia hija.
—Te equivocaste. De hecho toda tu vida has tomado malas decisiones, pues de nada sirven las buenas intenciones si éstas terminan haciendo tanto daño como tú lo hiciste. Cuando murió mi madre yo también estuve sumida en una oscura depresión, lloraba todos los malditos días, pero mi padre nunca me criticó diciéndome que era débil por extrañarla o por llorar su ausencia. Al contrario, me brindó todo su apoyo y cariño porque ser afectuoso no es sinónimo de ser débil ni tonterías de esas. En vez de menospreciarme, me ayudó a salir adelante porque eso es lo que se hace por la gente que uno ama. Unos meses después, cuando le conté que quería convertirme en una guerrera, lo primero que hizo fue darme palabras de apoyo motivándome a que yo fuese lo que realmente deseaba ser. Nunca le importó que fuera mujer o que todo el mundo estuviera en contra; siempre me dijo que yo podía estar a la altura de cualquier hombre o ser incluso mejor. En cambio tú le causaste un gran daño a Hinata, pues que tu propio progenitor no te valore debe ser algo muy doloroso. Erraste al igual que lo hiciste con Sasuke, pero eres tan estúpidamente orgulloso que no eres capaz de reconocerlo. Por eso mismo tu clan está prácticamente extinto y ahora estás prisionero en ese calamitoso estado.
Por primera vez Hiashi guardó varios segundos de silencio, sintiendo el golpe lacerante provocado por las verdades lanzadas por Ino. Sin embargo, pese a que en un principio se abrió a la idea de admitir ciertos errores, su obstinación se encargó de anular aquella intención.
—La situación tuya no es comparable a la de Hinata de ningún modo. No me cabe duda que tú siempre tuviste un gran carácter, uno parecido al de mi hija Hanabi, ¿o me lo vas a negar? —Ino no realizó ningún gesto, con lo cual Hiashi prosiguió su idea —. En cambio Hinata siempre fue tímida, introvertida y blandengue. Siendo un padre cariñoso sólo la habría vuelto más inútil de lo que ya es —estuvo a punto de escupir al suelo como una forma de darle más convicción a sus palabras —. Y en lo que respecta a Sasuke..., cuando se trata de proteger a quienes quieres no existe el bien ni el mal. Proteger a los tuyos es lo único que importa y eso no tiene nada de equivocado —sentenció acerando su tuerta mirada.
La de ojos zarcos soltó un suspiro agotado, preguntándose si quien tenía enfrente era realmente una persona inteligente. Sabía que a veces el orgullo cegaba, pero lo de Hiashi caía en una necedad indigna de un hombre de su abolengo militar y político.
—Si sigues pensando de esa manera tan estúpida nunca podrás volver a ver a tu hija —advirtió mientras tanteaba la horquilla roja que sujetaba su pelo por el lado izquierdo.
—No me interesa ver a esa maldita traidora. Puede morirse y me dará exactamente igual.
—No me refiero a Hinata, sino a Hanabi —descruzando sus piernas, colocó un codo en el muslo mientras su puño diestro afirmó su barbilla.
Él abrió su único ojo sobremanera. Poco después formuló un cuestionamiento a través de éste.
—Sí, Hiashi, Hanabi está viva —contestó a la pregunta ocular.
—¿Mi hija sobrevivió? ¿No estás mintiendo? —de repente, su sorpresa inicial derivó hacia un hórrido temor —. ¿Qué destino le espera? A mí hazme lo que quieras, tortúrame o mátame si eso te hace feliz, pero no te atrevas a ponerle un dedo encima a Hanabi. ¿Me oyes? —pese a ser un prisionero, su voz fue demandante; la entonación que sólo un general de ejército podía tener.
—Puedes estar muy tranquilo: a diferencia tuya, ni Sasuke ni yo matamos niños.
Recibiendo el golpe verbal como un gran pinchazo en el estómago, el prisionero bajó su cabeza por primera vez. Luego apretó sus puños fuertemente.
—Cazar a Uchiha era la única opción que tenía —explicó mientras alzaba su mentón —. ¿Crees que no lamenté dar la orden de matar a un niño? Lo hice, pero no tenía alternativa, pues precisamente buscaba evitar lo que finalmente pasó. Sabía que si él sobrevivía buscaría venganza por el resto de sus días y acabaría con todo lo que quería. Y no me equivocaba: su incontenible ansia de vendetta fue lo que terminó destruyendo a mi clan, ¡a toda mi patria! —vociferó lo último casi al borde de soltar lágrimas de impotencia.
—Fuiste tú mismo quien destruyó a los Hyuga con tus pésimas decisiones. El único culpable eres tú, Hiashi —aceró su celeste mirada contra él —. Para colmo, en vez de arrepentirte sólo das excusas para justificar tu inmoralidad. Quizás un simple «Perdóname, me equivoqué» pudo cambiar muchas cosas con Sasuke, pero con tu estúpida actitud no me extraña que te haya sacado un ojo. Yo habría hecho lo mismo o peor si estuviera en su lugar. Me repugna siquiera mirarte.
Hiashi frunció la boca mientras apretaba los dientes, aunque prefirió no responder o podría escapársele un insulto. Contó hasta diez y suspiró hondamente, para luego, ya en calma, realizar una importante pregunta.
—Si no vas a hacerle daño a Hanabi, ¿qué piensas hacer con ella? ¿Acaso será una cautiva también?
—Tu hija es una invitada a esta casa, no una rehén. Como era lógico, ella ha aceptado a regañadientes estar en el hogar Uchiha, de modo que lo más probable es que se vaya pronto, apenas el tal Kiba y su perro Akamaru se recuperen de unas heridas no letales.
—¿Kiba está con ella? —un cariz de sorpresa tiñó su semblante.
—Al parecer él la ha cuidado todo este tiempo.
Hiashi agradeció mentalmente al joven muchacho. Lo conocía por ser el mejor amigo de Hinata y sabía perfectamente que era un hombre de mucho honor, alguien que no dudaría en sacrificarse por proteger a una niña.
—La pregunta es la siguiente —continuó Ino —: ¿mereces ver a Hanabi? ¿Cuánto sufrirá tu hija al verte en ese estado? Sabes que tu paupérrima condición sólo le causaría más dolor, pero, si muestras un arrepentimiento sincero, pensaré seriamente la posibilidad de hacer una reunión entre ustedes.
—No tengo por qué tener remordimientos, así que déjame ver a mi hija ahora.
—Supongo que eres un hombre medianamente inteligente, Hiashi. Deberías reflexionar por qué Sasuke te mantiene prisionero mientras a Hinata le dio la libertad.
—Te he dicho que no me interesa saber nada de esa maldita traidora. Es una pusilánime y siempre lo será.
—Aunque la consideres una débil, yo te felicito por tener una hija como Hinata. Gente como ella es la que me hace pensar que sí hay una esperanza para la humanidad, que el mundo sí puede ser mejor.
—No sabes lo que dices —espetó mirándola como si fuera una insensata —, personas como ella no cambiarán nada porque no tienen la fuerza para hacerlo. La empatía y la sensibilidad te vuelven débil; justamente por eso Hinata siempre lo fue. Lo único que importa en este mundo es la fuerza y un gran orgullo para sostenerte.
—Pues el orgullo infantil que esbozas ahora no te llevará a ningún lado —reprendió como si fuera ella quien lo doblaba en edad —. Permanecerás encadenado aquí mientras tu hija trabaja duro para hacerse más fuerte. Ella es alguien que se merece mucho más que tu desprecio, pero, por lo visto, alguien tan cegado como tú nunca será capaz de comprenderlo.
Ino se levantó, dispuesta a irse del cuarto. Caminó hacia la puerta, mas recordó algo antes de atravesarla.
—Casi se me olvida —dijo mirándolo de soslayo a la vez que esgrimía una voz amenazante —: no te amordazaré, pero si escucho un solo grito para tratar de contactarte con Hanabi, te cortaré las manos sin ninguna piedad. Mientras Sasuke esté ausente, la única que decidirá si se ven o no seré yo —sin ningún interés en recibir una respuesta, dejó el cuarto número trece cerrando tras de sí.
Una vez que Hiashi oyó los tranquilos pasos alejarse de la celda, masticó su rabia para tragarla a duras penas. Sabía perfectamente que la pelirrubia no dudaría un segundo en cumplir lo dicho. Es más: seguramente dejó su boca libre para «tentarlo» a perder sus órganos prensiles. Lanzó algunas injurias a voz baja al tiempo que sus cadenas sonaron por algunos movimientos involuntarios. No obstante, en cuanto la cólera se extinguió al cabo de unos minutos, disfrutó la noticia de que su retoño menor, su ahora única hija, estuviera viva y a salvo. ¿Tendría que agradecerle a Ino por eso? ¿Tendría ella algo de razón en los argumentos que sostuvo durante la charla recién terminada?
Sasuke decidió terminar la lección después de poco más de cuatro horas. Su alumna lo había sorprendido gratamente, pues su talento en esto era indudablemente tremendo; había nacido para ser una arquera. Pese a que era muy pronto para decirlo, incluso parecía tener el potencial necesario para superar a Ino en tal asunto. Miró atentamente a la mujer que amaba; lucía muy agotada, pero sus rasgos irradiaban entusiasmo. No se había equivocado cuando decidió traer un arco al barco.
La joven estaba empapada por la llovizna que caía de cuando en cuando, pero ésta le ayudó a no elevar su calor corporal pese a las carreras que emprendió. El entrenamiento había sido duro, pero no se comparaba al de esgrima; ese sí que era para caer completamente rendida. Miró a Sasuke de forma cómplice por lo conseguido en tan poco tiempo, alegrándose mucho de que su maestro pareciera estar muy orgulloso de ella. El adiestramiento sirvió para dejar parcialmente atrás el dolor padecido anoche.
Se sentaron en uno de los bancos que había en este sector, disfrutando de la fina lluvia que era iluminada por las luces. Ambos supieron, una vez más, que este viaje permanecería en sus memorias hasta el fin de sus días. Tras varios minutos comentando detalles acerca de la práctica, Hinata decidió cambiar el tema hacia algo que, llegado el momento de separarse, la preocuparía en demasía.
—Sasuke... ¿algunos FE no podrían volverse tus aliados? Quizá si hablases con unos cuantos, ellos podrían ayudarte...
Uchiha la miró marcando una arruga en sus sienes. Su aprendiz era demasiado inocente, pero le tuvo paciencia ya que sabía perfectamente que sólo intentaba ayudarlo. En vez de dar una respuesta tajante, prefirió enviar una pregunta reflexiva.
—¿Tú crees que una persona nace siendo mala? ¿Que la verdadera maldad existe desde un principio o es el mundo quien corrompe al ser humano?
Ella se acarició los labios con el índice en un gesto pensativo. Estuvo abstraída por muchos segundos sin llegar a una conclusión definitiva. El tema era ciertamente complejo.
—Quisiera darte una respuesta bien hecha, pero sinceramente no lo sé.
Sasuke se dispuso a lanzar su argumento. —Cuando nacemos no hay bondad ni maldad, sólo instintos básicos de supervivencia. Para subsistir debes ser egoísta, por eso los niños lo son. Solamente después germina la conciencia y a medida que ésta se desarrolla también lo hacen la generosidad, la empatía y la moral —se dio una necesaria pausa para seguir hilvanando su idea —. Sin embargo, mucha gente, sea por simple naturaleza o por razones de crianza, no desarrolla una conciencia hacia el prójimo y se estancan en los impulsos primitivos, sin poder o sin querer controlarlos. Si quieren sexo, violan. Si quieren lo del otro, roban. Si quieren placer malévolo, matan. La conciencia es la que crea la moral; sin la primera no existe la segunda —sentenció mientras cruzaba sus piernas de un modo varonil —. Y como muchos no tienen conciencia o la atrofian a propósito, la verdadera maldad sí existe.
Hinata comprendió perfectamente su punto. Una vez más comprobó que la inteligencia de Uchiha, sumada a su gran manera de argumentar, le resultaban sumamente atractivas. Se mantuvo pensando varios segundos en las particularidades del hombre que se adueñó de su corazón, hasta que volvió a enfocarse en lo que debía.
—Antes —reaccionó ella, saliendo de su distracción — solía pensar que con amor y una buena crianza ética, todos los seres humanos podían ser benévolos porque nos inclinamos naturalmente hacia la bondad; que las personas nacen puras y era la sociedad quien las corrompía —llevó un dedo a su labio inferior, buscando la forma correcta de completar su argumentación —. Sin embargo, ahora te encuentro toda la razón porque hay asesinos que lo tuvieron todo: amor, riqueza, una familia bien constituida y aun así cometen barbaridades innombrables. Hay gente que nace malvada por naturaleza.
Uchiha recordó un popular dicho que rezaba lo siguiente: «muchas pueden alborotarte el cuerpo, pero pocas pueden agitarte la mente». De nada servía una belleza despampanante si la persona en sí no era interesante. Y, para su suerte, con Hinata siempre había mantenido pláticas inteligentes, además de ser una chica preciosa físicamente. Era una verdadera lástima perderla.
—No lo dudes siquiera un segundo: la verdadera maldad sí existe y la encarnan Danzo y sus fuerzas especiales. Ellos gozan matando niños, adultos, inocentes o culpables por igual. La moral es una desventaja para ellos, algo que los restringe y que sólo es un impedimento para cumplir sus crueles objetivos. Por eso Shimura se ha rodeado de hombres tan viles como él para conquistar sus metas.
—Entiendo..., sería muy ingenuo pedirles ayuda.
—Aunque quizá sí hay alguien que podría hacerse a un lado: Kisame. Él fue compañero de mi hermano por mucho tiempo y adoptó su código de honor. Es un sanguinario, pero, a diferencia de los otros, él sólo mata soldados. No ataca a niños ni civiles.
—¿Kisame es quién lleva una gran espada azul oscuro en la espalda?
—¿Cómo lo sabes? —se ahorró la confirmación haciendo enseguida una pregunta.
—Cuando iba con la señorita Ino hacia el puerto, me encontré con tres guerreros de Élite. Me dieron mucho miedo sus semblantes —recordando aquel tenso momento, gesticuló algo nerviosa —. Además dos de ellos le dieron palabras de desprecio a Ino; parecían odiarla muchísimo, pero Kisame, en cambio, la reconoció como una gran guerrera.
Sasuke asintió. —¿Quienes eran los otros dos?
—Uno tenía los cabellos de un color parecido al malva; se llamaba Hidan. Ese fue el que más miedo me dio, parecía un desquiciado. El otro era un pelirrojo con un talante muy oscuro; su nombre era Sasori.
Uchiha cerró sus puños con tanta rabia que algunas venas se marcaron en su clara piel.
—Si hubiera estado allí, esos dos malnacidos no habrían dicho absolutamente nada. De todos modos, muy pronto pagarán las ofensas que le han hecho a Ino en mi ausencia. En cuanto a Kisame, no me gustaría tener que matarlo, pero si se interpone en mi camino lo haré sin dudarlo.
—Ojalá que no sea necesario.
El militar mostró que coincidía mediante un gesto silencioso.
—Estaré rogando para que no te suceda nada —continuó la futura arquera —, aunque preferiría poder apoyarte de un modo más útil —se tomó unos segundos, dispuesta a hacerle una importante propuesta. Acercándose hacia él, disminuyó la distacia entre ellos a sólo centímetros —. Sé que todavía no soy una guerrera y que no tengo experiencia, pero ya viste que tengo buena puntería. Creo que podría apoyarte —tragando saliva e inundado sus ojos con brío, esperó ansiosamente una respuesta positiva de su parte.
—No, Hinata, tú ya me has ayudado bastante; demasiado de hecho. Esta es mi guerra personal, no la tuya.
Por un gesto de decepción, en una de las mejillas femeniles se formó un pequeño hoyuelo. —Comprendo —suspiró luctuosamente.
Sasuke la miró sin ocultar su emoción. Hinata había cambiado su vida, pues le hizo reaccionar sacándolo de la profunda oscuridad en que su alma cayó. A sabiendas de que en sólo dos días nunca más la vería, no quiso contenerse esta vez: liberaría sus sentimientos, aunque de una forma distinta a la habitual.
—Quizás te parezca extraño esto, pero Ino sabe muchos relatos porque su madre solía contárselos cuando era pequeña.
—Lo sé —se apresuró a informar Hinata —. De hecho, me contó uno muy bueno mientras te esperábamos en el puerto —al recordar tal momento, se volvió risueña.
A Uchiha le agradaba saber que ambas chicas se llevaron muy bien en tan poco tiempo. Incluso habría sonreído levemente de no ser por su costumbre de reprimirse.
—Voy a contarte algo como lo haría mi subalterna: a manera de fábula; ella me narró una muy llamativa tiempo atrás, mientras acampábamos a orillas de un río. Yo fingí no tener interés alguno, pero en el fondo la escuché atentamente. Me inspiraré en esa historia porque quiero expresarte algo que quizás de otra forma no podría.
Hyuga abrió mucho sus ojos, sorprendida y ansiosa a la vez. Movió su cabeza de arriba a abajo como una cándida niña esperando el cuento relatado por un ser muy querido.
—Modificaré el relato parcialmente para darle un toque personal —especificó sobriamente, recordando con triste nostalgia las veces en que su madre o Itachi también le narraban algunos cuentos —. Los familiares de un niño —inició de manera diferente al típico «Había una vez» —construyeron un barco al que bautizaron como «La Vida» e invitaron al pequeño a abordarlo. Ese navío emprendería un largo viaje que duraría muchos años, así que el chiquillo no quería subirse, no quería ir, pero sus parientes lo obligaron igualmente —ensimismó su mirada —. Pese a que el periplo tendría días de terribles tormentas, el niño nunca dudó que su familia siempre estaría junto a él. No obstante, al barco lo atacaron unas feroces sirenas en una noche de mar bravío. Sin alternativas, todos los adultos se sacrificaron valientemente para protegerlo. El chico consiguió sobrevivir aunque pagando un precio demasiado alto, pues quedó viajando en «La Vida» completamente solo, sin saber qué hacer ni cómo afrontar el dolor que le causó la pérdida de sus seres amados —se dio una pausa, ahora mirando con avidez a su alumna. Después, sin necesidad de pensar, continuó naturalmente —. Él odió al mar, odió al mundo y odió a todas las sirenas porque ellas habían causado un dolor insufrible en su corazón. Desde entonces no le importó nada más que encontrar a los seres que habían matado a su familia, aborreciéndolos con todas sus fuerzas. El chico creció hasta transformarse en hombre y se vengó de muchas nereidas empleando maneras terribles. Más tarde, logró capturar a la princesa de aquellas criaturas que tanto detestaba. Estaba dispuesto a hacerle cosas inhumanas, pero, mientras la mantuvo prisionera, poco a poco el joven fue dándose cuenta que no todas las sirenas eran iguales, que no todas eran malvadas ni tuvieron la culpa de lo que había pasado; que compartir sangre no significaba compartir también las culpas y los pecados —su tono de voz fue mutando hacia uno más suave, casi emocionado —. Al final, tras conocerla profundamente, se dio cuenta que la princesa era el mejor ser que podía habitar tanto en la tierra como en el mar. Esa chica llena de nobleza le enseñó que en este mundo habían más cosas que odio y que no todos eran demonios; que, aunque no lo pareciera, existían cosas en esta vida que valían mucho la pena. Finalmente, él logró abandonar su venganza contra ella.
Sin darse cuenta, Hinata fue separando sus labios paulatinamente. La historia en sí, sumado a que la contaba como si el mismo la hubiese experimentado, le dejó muy claro que Uchiha estaba hablando de ellos dos en sí.
—Un día, Ino me dijo que yo encontraría a una chica que cambiaría mi vida tal como la princesa de un hermoso cuento. Por supuesto, me burlé en su cara de sus tontas suposiciones, pero, por alguna razón, recordé la fábula que te acabo de narrar. Y ahora me doy cuenta que ella siempre tuvo razón: sí encontré a una sirena maravillosa —al llenarse de emoción, le tembló la mirada —. Está enfrente mío.
Sin lograr reprimirse, Hinata soltó un par de lágrimas que se fusionaron con la llovizna que acariciaba su terso rostro. Intentó mover su boca, pero la profundidad de su emoción le cerró la garganta.
—Nunca olvidaré todo lo que me enseñaste, Hinata. Sé que, aunque hayan mil desgracias intentando opacarte, tu luz va a brillar por siempre.
Ella divisó claramente los bordes, las líneas bien definidas que separaban al Sasuke anterior del Sasuke renacido. Ambos eran muy distintos, pues quien tenía enfrente la amaba de verdad.
—Gracias a ti —surgió su voz en un hilo —. Muchas gracias por darme la libertad, por ser mi maestro, por cuidarme, por todo.
Una exaltación contradictoria los cobijó a ambos, sus ojos enlazándose en un amor tan puro como precioso. Aunque en dos días nunca más se verían, sus sentimientos estaban destinados a permanecer por siempre.
Lo que ellos no sabían era que muy pronto, tan sólo en una hora y veintiocho minutos, la muerte llegaría para tocar sus puertas. ¿Podrían rechazar su oscuro llamado?
En las afueras del terreno Uchiha, una cabalgata se oyó notoriamente entre el silencio nocturno de la cercana medianoche. Al instante los invitados pararon oreja, atentos a reaccionar prontamente ante cualquier situación de peligro. El visitante detuvo a su purasangre frente al portal y no tardó en dar un potente grito.
—¡Comandante!
La susodicha reconoció enseguida aquella voz, aunque le resultó extraño el preocupado tono esgrimido.
—Tranquilos —dijo mirando al grupo que estaba en la cocina, pues todos estaban cenando —, es mi lugarteniente. Seguramente vino a informarme de alguna novedad. Vuelvo enseguida.
Dicho lo anterior se fue por el corredor y abrió la puerta principal, dirigiéndose al trote hacia el portal. Allí se encontró con un joven de su edad, de macizo cuerpo y mejillas redondeadas por causa de su sobrepeso. Llevaba una amplia melena puntiaguda, un escudo sujeto a su espalda y una espada apegada a su cadera. Su lenguaje no verbal denotaba inquietud y nerviosismo.
—¿Qué pasó, Chouji? —se ahorró saludos, yendo directamente a lo importante. Su compañero y amigo sólo aparecería allí por una razón verdaderamente importante.
—Ino, te tengo una noticia realmente terrible.
—¿Qué? ¿A qué te refieres? —preguntó apretando la frente a la vez que avivaba sus ojos.
Él se dio una pausa respirando profundamente, dado que sabía que esto le sería un golpe a su rubia colega.
—Al día siguiente de que Sasuke zarpara, a las seis en punto de la tarde, partieron cinco corbetas de guerra con doscientos cincuenta hombres a bordo en cada una. Mil doscientos cincuenta en total.
Ino abrió sus ojos, tragando saliva dos segundos después. Quiso pensar que estaban siendo enviados a la isla rebelde, pero su astucia no podía negar lo evidente.
—¿Danzo los envío a interceptar el barco en que va Sasuke, verdad?
—Todos en el puerto se dieron cuenta que Uchiha estaba zarpando en el navío civil que cruza el mar, así que el rey quiso aprovechar esa oportunidad para matarlo mientras está lejos de sus tropas, lejos de ti y en medio del mar sin ninguna posibilidad de escapar. Si todavía no alcanzaron su nave, ya deben estar muy cerca de hacerlo. Partieron con dieciséis horas de retraso respecto a Sasuke, pero, como ya lo sabes, las naves de guerra son más rápidas gracias a los remeros.
Súbitamente, ella tuvo la sensación de que su cerebro triplicó su volumen, intentando expandirse mientras presionaba cada una de sus paredes craneales.
—Todavía no te digo lo peor, Ino, así que prepárate —prolongó una pausa intencionalmente, como si le costara decir lo que venía. Luego continuó —. A bordo van veintidós FE —la rubia ensanchó mucho sus ojos —. Sí, veintidós —confirmó Chouji ante la perpleja mirada celeste —. Nadie, ni siquiera el dios más poderoso, podría derrotar una cantidad tan descomunal.
La blonda casi cayó a tierra al sentir sus piernas flaquear. Danzo había enviado a más de la mitad de las Fuerzas Especiales para asegurarse que la muerte de Sasuke fuese un hecho sin derecho a réplica. Jamás en toda la historia del reino habían caído veintidós FE; ni siquiera sumando juntas a todas las guerras se llegaba a esa cifra. Mantuvo un silencio prolongado, el cual su obeso compañero respetó en silencio. Él sabía que asimilar la muerte de Sasuke le sería difícil.
—Quizás pueda escapar en un bote salvavidas —inconscientemente acarició la empuñadura de una katana, algo que sólo hacía cuando se sentía en peligro o muy nerviosa. Era su manera de llamarse a la calma y darle un silente consuelo a su alma.
—Lo interceptarían fácilmente —quebró él sus ilusiones.
El nado apareció como una última opción desesperada en su mente, ¿pero cuánto tiempo había pasado desde el duelo con Naruto? ¿Seis días?, ¿cinco? Era imposible que Uchiha estuviera al cien por ciento para escapar nadando, mucho menos si estaba lejos de la costa y en una zona que además era conocida por sus numerosos tiburones. Todo indicaba que no existía ninguna posibilidad de huida y luchar contra tantos enemigos de élite era una muerte más que segura. Se llevó las manos a la cabeza, hundiendo sus dedos en el cuero cabelludo como una forma de liberar su frustración. Brujuleando por una ínfima esperanza, decidió preguntar quienes cumplirían el encargo de asesinato. Tal vez Danzo había enviado a los FE menos fuertes.
—¿Sabes quiénes están a cargo de la misión? —sacó los dedos de su cabeza, procurando recuperar la compostura; a duras penas lo consiguió.
Como si el semblante que ya traía no fuera suficiente, Chouji lo volvió todavía más pesimista.
—Eso es lo peor de todo... Danzo alcanzó a reunir a la élite de la élite: Gaara, Deidara, Kabuto, Zabuza, Haku, Kimimaro, Zetsu, Sai. No sé quienes son los otros catorce FE enviados, pero evidentemente no serán sólo una comparsa.
Para la blonda, cada nombre escuchado fue casi igual que recibir una puñalada en el corazón. Gaara era el segundo hombre más fuerte del reino, destacando por su extraordinaria defensa puesto que era el maestro indiscutible del escudo. Deidara era tan peligroso como versátil, pues podía usar un sinfín de armas con tremenda habilidad, incluyendo dardos envenenados; de hecho, su enorme habilidad pronto lo ascendería al grado de general. Kabuto era muy fuerte también, además de un experto estratega bélico. Junto a Kimimaro buscarían con todas sus fuerzas vengar la muerte de Orochimaru, maestro de ambos, quien fue asesinado por Sasuke. Zabuza y Haku formaban un dúo realmente terrible, con un nivel de compenetración abrumador. Zetsu era un habilidoso oportunista sin nada de honor, que gustaba de atacar por sorpresa desde las sombras. Sai era el único al cual no conocía siquiera de vista, pues realizaba misiones de alto secreto sin relacionarse con nadie. Pertenecía a la organización llamada «Raíz», una subdivisión de guerreros criados desde niños para carecer de emociones y ser completamente leales al rey. A diferencia del resto de las FE, ellos no eran mercenarios que lucharan por dinero o recompensas. Por lo mismo, Sai era el hombre de confianza de Shimura y no cabía duda alguna que debía ser un gran combatiente. A la increíble fuerza de esos ocho hombres que podrían acabar con un ejército entero, también había que agregarle a otros catorce guerreros de Élite. Para más desesperanza aún, no había que olvidar a la masa de mil doscientos cincuenta soldados rasos. Danzo realmente había tomado todas las precauciones necesarias para que el guerrero más fuerte muriera de forma inevitable. Y seguramente también habría despachado a Hidan, Sasori y Kisame, de no estar luchando ahora mismo en la isla rebelde.
—La posibilidad de que Uchiha escape es de una en un millón —interrumpió Chouji los pensamientos de su amiga, empatizando con ella —. Lo lamento, Ino.
—Mucho más lo lamento yo —su voz salió en un aliento casi inaudible.
Devastada, miró hacia el cielo nombrando en su mente al hombre que años atrás le salvó la vida. Sin bajar su cabeza cerró los ojos inundada de tristeza, aceptando dolorosamente que la parca había llegado por él. Lamentó profundamente el no poder ayudarlo, el no poder morir a su lado combatiendo con honor.
«Sufriré mucho tu muerte, Sasuke... No sabes cuanto...»
Continuará.
