Hola! Cómo están, gente? Espero que muy bien. Aquí dejo este capítulo como un pequeño regalo de Halloween. Y obviamente también quiero desearles un feliz día de muertos. Para quienes hemos perdido seres queridos es un día que puede ser nostálgico, pero por eso mismo quiero envíar mucha energía positiva a cada persona que lea esta humilde historia. También muchas gracias de nuevo por todo el apoyo en reviews :D. Les aseguro que sin ustedes este sasuhina ya habría terminado mucho tiempo atrás.
También aviso que más adelante (en un mes aproximadamente) haré un edit al capítulo 12. Haré un salto en el tiempo en que pasen tres días en los cuales Hinata y Sakura cuidarán a Sasuke después de su infarto. Esto para que el sasuhina sea menos insta-love, algo que hace poco me criticaron en dos interesantes reviews. Mi idea era hacer algo al estilo Romeo y Julieta, algo incontrolable y desesperado, pero seguramente el cambio de Sasuke siguió viéndose muy radical, por lo que trataré de alivianar un poco ese defecto con ese salto de tres días. Será un edit pequeño, así que no será necesario releer el capítulo. También reitero que yo soy alguien muy abierto a las críticas, asi que pueden decírmelas con toda confianza pues me sirven para seguir mejorando ;D
Vocabulario:
Resuello: Aliento o respiración, especialmente la violenta.
Runrunear: Susurrar (Se parece mucho a «Ronronear», pero esta palabra nada tiene que ver con los gatos :P).
Acezar: Jadear.
Retemblar: Temblar con movimiento repetido.
Zollipo: Sollozo con hipo, y regularmente con llanto y aflicción.
Espeluzno: Escalofrío, estremecimiento.
Romo: Que carece de punta o filo.
Simiente: Semen / Semilla.
«El odio aumenta con un odio recíproco, y puede, al contrario, ser destruido por el amor. El odio que es completamente vencido por el amor, se transforma en amor. Y por ello, ese amor es más grande que si el odio no lo hubiera precedido» —Baruch Spinoza, filósofo.
Esclava Sexual, Trigésimo Capítulo
Como hipnotizado Sasuke posó su diestra sobre la mejilla de su musa, acariciándola con una suavidad que le indigna y enfurece al mismo tiempo. Un guerrero implacable no podía darse el lujo de sentirse tan dócil, no podía ser así de gentil. ¿Qué era lo que le estaba sucediendo entonces? ¿Qué rayos le había hecho esa ángel que imitaba a una mujer? ¿Qué conjuro le lanzó para hacerle sentir que ella era incluso más importante que su venganza?
Invadido por un sinfín de preguntas, el fiero guerrero examinó a la fémina que tenía enfrente. Todavía le asombraba cómo pasó de profesarle el odio más intenso a amarla como un maldito demente, pero, al contemplar la cantidad de brillos que desprendían sus emocionados ojos de tono lunar, halló todas las respuestas que buscaba. Hinata en sí era su respuesta: su fuerza interior, su manera de pensar, su bondad innata. Todo ello causó que le fuera inevitable caer prendado.
Uchiha era ateo y siempre lo sería, pues se trataba de alguien demasiado racional como para creer en religiones, fueran éstas de múltiples dioses o de uno solo. Sin embargo, por unos segundos llegó a pensar que únicamente un ser superior podría haber creado a alguien tan pura. Su prometida era una de esas contadas personas que inspiraban a creer que después de todo algún dios sí existía, que la prueba de su existencia se manifestaba a través de gente tan excepcional como ella.
Ella lo mira acumulando también un sinfín de preguntas. Tampoco entiende los misteriosos caminos que sentimientos tan opuestos como el amor y el odio podían engendrar. No es fácil asimilar que después de todo lo sucedido fueran capaces de cultivar un sentimiento tan grande hacia el otro. ¿Qué tiene ese hombre que la cautiva de una forma inexplicable? ¿Por qué necesitar estar al lado de alguien que sigue contaminado por la vindicta? ¿Por qué arde en deseos por pertenecerle esta misma noche? Decidida a expresarse, no tardó en realizar un comentario.
—No lo entiendo... —se escuchó la voz femenina, batallando por hablar en vez de besar.
—¿No entender qué? —contestó sin dejar de acariciarle el pómulo con el dorso de sus dedos.
—¿Cómo eres capaz de provocarme tantas cosas? ¿Estas ganas increíbles de querer estar contigo? No es lógico, no es algo que se pueda explicar; es algo indescriptible, inenarrable. De verdad no lo entiendo.
—Yo tampoco lo comprendo —negó con su cabeza a modo de complementar sus palabras—. El dolor que corrió entre nosotros debería sepultar cualquier afecto que tuviésemos hacia el otro, pero igualmente lo sentimos. Es inexplicable. —Antes de proseguir, se dio el tiempo de seguir hilvanando su idea mientras se enderezaba en la cama. —Lo único que tengo claro es que, en un principio, pensé que te acompañé al país de ultramar porque debía pagar mi deuda pendiente contigo, pero gradualmente, a medida que transcurrían los días, me fui dando cuenta que lo hice por algo que nacía desde mi propio ser.
Irguiéndose también, Hinata se abocó a reflexionar. Pronto un brillo de concentración tiñó sus ojos. Respiró profundamente y eso ocasionó que el agradable aroma de Sasuke le acariciara sus nervios olfativos, lo cual la distrajo momentáneamente. Hizo un esfuerzo para enfocarse en el asunto anterior y, al terminar de esbozar una teoría, volvió a hacer contacto visual con él.
—Quizás lo que sentimos es inevitable precisamente porque el sufrimiento nos ha unido —a lo dicho por ella, un intenso brillo de interés se reflejó en las pupilas de Sasuke—. Aceptar que compartíamos un gran dolor creó una conexión que nos hizo entendernos en vez de seguir odiándonos. Casi sin darnos cuenta convertimos al odio en amor y el puente que lo permitió fue precisamente el dolor.
Sasuke avivó su mirada mientras su respiración se detenía. Su inteligencia era mucho más lógica que emocional, pero, a pesar de que nunca entendería los sentimientos del todo, intentó encontrar defectos en la hipotésis de Hinata. Ninguno halló.
—No sé si lo que dices sea lo acertado —puntualizó mientras la miraba fijamente—, pero sí sé que tú anestesias el sufrimiento que he cargado durante toda mi vida.
—Sasuke... —dijo colmando su mirada de cariño.
Por muchos años los ojos albinos del clan Hyuga le significaron una especie de infierno de odio y dolor, pero ahora, en cambio, sintió que se perdía en los luceros que tenía enfrente, embelesado por ser tan profundos como el mar y tan extensos como el firmamento. Aquellos orbes brillaban con luz propia, como si una estrella de amor creciera justo allí. Tal pensamiento desembocó en otro que mencionaría ahora mismo.
—Antes de tocar el cielo teníamos que atravesar el infierno. Quizá esa es la respuesta.
—Tal vez tengas razón —concordó ella—. El dolor nos unió, pero espero que podamos dejarlo atrás. Lucharé para que lo consigamos —los labios de la joven se curvaron tiernamente.
Sin prisas, Uchiha se dio el tiempo de admirar esa bella sonrisa.
—Sea cual sea la verdad, no te imaginas lo valiosa que eres para mí. Eso es lo único que importa ahora. —Quiso decirle muchísimas cosas más, explicarle de la mejor forma posible todo cuánto le significaba, cuántas ganas tenía de cuidarla y de apoyarla todas las veces que fueran necesarias. Un sinfín de sentimientos se le aglomeraron en el pecho, mas suficiente había dicho ya. Las cursilerías nunca irían de acuerdo con un guerrero que se preciara como tal. Esta vez son sus negros ojos quienes se dan a la labor de acariciarla y expresar las sublimes cosas que la boca no se atreve a decir.
Desde que se conocieron los momentos alegres fueron casi inexistentes, pero ahora mismo, estando uno al lado del otro, podían eclipsar con felicidad lo que antes sólo fue oscuridad. Por tal razón, sus luceros de opuestos colores comenzaron a expedir el fuego que deseaba la unión entre sus cuerpos. Sin embargo, Hinata sabía muy bien que Sasuke aún estaba débil y que, por ende, no debería comprometer la salud de quien amaba. Sólo habían pasado tres días desde el desgastador combate que casi los llevó a la muerte, de modo que lo prudente e inteligente era que no hiciese ningún ejercicio físico hasta que se recuperara del todo. No podía dejarse llevar si eso significaba que su prometido tendría consecuencias en su salud. Sin embargo, su corazón no estaba en consonancia con su cerebro y la intensa emoción que brotó en sus ojos mostró el desacuerdo. Intentar contener la naciente excitación que sentía por él era difícil, lo cual la hizo sentirse culpable. Quiso suspirar lentamente a fin de tranquilizarse, pero no pudo ejecutar su idea al ser besada apasionadamente por Uchiha.
—Sasuke..., e-estás débil todavía —mencionó de manera entrecortada, finalizando el beso que iba a desembocar en mucho más. Una vez incrementada la pasión nada podría detenerla.
Era verdad lo dicho por su prometida. No podía negar que estaba en un paupérrimo estado físico y que los músculos le seguían ardiendo pese a los días ya transcurridos. Que no lo expresara al caminar no significaba que el dolor de su cuerpo fuese inexistente. Empero, a su lado estaba la mujer más tentadora que hubiera visto alguna vez, mirándolo con deseo, con ganas de entregársele. Aquello debía ser una especie de complot por parte de los dioses y de los demonios, o quienesquiera que controlaran el cielo y el infierno, pues ambas cosas podría vivirlas esta noche: el paraíso por hacer suya a Hinata o el infierno porque podría empeorar su ya disminuida salud. Por su propio bien lo mejor era desdeñar cualquier acercamiento sexual, pero esos ojos albinos llenos de inocencia no hacen más que profundizar las ganas de corromperla. Parecía una burla cruel del destino, pero no estaba dispuesto a jugar el papel de convaleciente. Le es intolerable resistir el antojo que le producían sus deliciosas curvas. Esos labios, que brillaban por la fina humedad que los cubría, tampoco se quedaban atrás en su propósito de atraparlo. Era como estar sujeto a un hechizo.
—Ir en contra de nuestros deseos es tan inútil como regar el océano —aseguró empleando una seguridad total—. Además, Sasuke Uchiha jamás está débil —complementó clavándole su bruna mirada.
Si una cualidad describía perfectamente a Hinata era la generosidad, pero por esta vez le gustaría creerle y ser egoísta, pensar en ella, en lo que quiere, en lo que desea. Su cuerpo tiene sed de tacto, de varoniles manos, del calor de otra piel, del gozo de la fricción. Por alguna razón las ganas de hacer el amor galopaban por sus entrañas.
—¿Estás seguro de qué estás bien? —pregunta de manera tímida. Todavía no se acostumbraba a estar tan cerca de él, lo cual le causó un sonrojo que el guerrero adoró.
Figurativamente su debilidad lo hacía sentirse atado de manos y pies; y en sentido estrictamente literal de verdad tenía un brazo inmovilizado. Sin embargo, la bella vista que tiene enfrente lo lleva hacia el pecado de la lujuria de un modo inexorable. Lo siguiente era irse al extremo, pero si fallecía haciéndole el amor a su musa, ¿qué mejor muerte que esa podría obtener? El paraíso o el infierno tenían escrito en su puerta un solo nombre: Hinata. Y estaba plenamente dispuesto a atravesarla. A ella y a la puerta.
—Totalmente seguro —confirmó.
Ella dudó si tomar su respuesta como una verdad, pues lo conoce lo suficiente como para saber que su presunta lozanía podía ser sólo apariencia. Aunque lo vio mejor durante estos días, el gran orgullo que poseía Uchiha le impediría averiguar cuán afectado estaba realmente.
—Pero... —insistiría por última vez.
Impulsado por una fuerza irresistible, Sasuke toma las mejillas de su musa entre las manos. El soldado no le permitirá dudar. El amor que reflejaban sus brunos ojos, la intensidad de su pasión, las ganas de expresarle cuán importante le era realmente, hizo que su caricia ocular se convirtiera en una verdadera obra de arte. Aquello se mantuvo por incontables segundos, hasta que sintió como su propia boca se hacía agua por los deseos de besar y morder esos labios de color bermellón.
Hinata tembló ante el sabor de la tremenda expectativa que se atascaba en su pecho. Un hormigueo se presentó en su ser, aunque pronto tomó noción de que se trataba de algo mucho más significativo: era una especie de ebullición celular gimiendo en su alma una multitud de deseos aún desconocidos para ella. Su piel, erizada por la reciente emoción, exhalaba impulsos naturales que ya no quería reprimir. Cada centímetro de ella se estremecía en marejadas sucesivas, chisporroteando anhelantes descargas eléctricas.
Finalmente, tras un sinfín de suspiros y alientos alterados, sus cuerpos dictaron sentencia: se desean porque se aman y eso es irrevocable por más lesionado que esté él y por más preocupada que esté ella. Ambos acataron el veredicto contactando sus almas a través de los labios.
Para gran sorpresa de ella, el beso fue tierno, mágico, de un cariz inocente que pensó inexistente en Sasuke. Sin embargo, poco tiempo pasó para que sus lenguas se agitaran como si supieran que nunca más volverían a tocarse. Contra todo pronóstico fue Hyuga quien inició tal cambio, dado que el sabor a demonio enamorado la motivó a vencer su timidez. El solo hecho de estarlo besando, de que en verdad no era un maldito sueño como el que tuvo antes, la calentó tanto que necesitó invadir la boca masculina. Buscó esa lengua para saborearla con mayor intensidad y, cuando lo logró, soltó un gemido por el dulzor que la hizo arder. Ansiaba demostrarle todas las cosas que le provocaba, de modo que, deshaciéndose de pueriles vergüenzas, mordió, lamió, succionó e incluso le masajeó las encías. Tal era la fuerza intempestiva del amor infinito que siente por él.
—Hina... —el soldado iba a decir su nombre, pero el mismo se le deshace en los labios como exquisita miel.
Ella detuvo el beso por unos segundos, ansiando detallar el atractivo rostro de quien ama. Quería apreciar cada contorno, el grosor de sus labios, su recta nariz, cada perfección e imperfección de su cutis, pero se perdió inevitablemente en el magnético e insondable negro de sus ojos. Exhalaban un brío que la traspasó y se quedó congelada por tal razón, como embrujada.
La inmovilidad que se acomodó entre los labios femeninos hizo que Sasuke los mirara, acrecentando la tentación de hacer suya esa boca nuevamente; un anhelo que necesita desatar, un anhelo que termina expandiéndose por cada capa de su piel.
—Necesito comerte, Hinata... —susurró jadeando.
Así era: no podía escapar de sus seductoras curvas ni intentándolo con todas sus fuerzas. De hecho, podría perderse en esos blanquinosos iris y en sus rojizos labios por tanto tiempo que no podría medirlo, pues tenían la energía para cautivarlo por la vida entera.
—Sasuke... —dijo el nombre que marcó su vida con un deseo sobrecogedor. Lo que vivía él, también lo vivía ella.
Uchiha se movió sobre el cubrecama de tal modo que su fornido pecho quedó tocando la espalda femenina. Le apartó los cabellos sujetándolos con su diestra y entonces, cerca del cuello, forzó una gran inhalación para embriagarse con la esencia de su mujer. Ni el más elaborado de los perfumes le hubiera parecido mejor que esa piel que se moría por morder. Incluso llegó a pensar que si los nervios olfativos tuvieran la capacidad de sentir un orgasmo, este sería el momento en que lo tendrían. Tras dar otras profundas aspiraciones, le acarició la zona cervical exhalando su aliento entibiado varias veces, agitando y erizando cada uno de los vellos ahí ubicados. Casi salivaba por morderla ya mismo, pero logró contener sus ansias. De forma calculada, sus labios se dieron a la labor de apenas rozarla, provocando que la sedosa carne de ella reaccionara ansiando más. Mantuvo esa tónica por muchos segundos; después se acercó al lóbulo de su oreja, mordisqueándolo suavemente.
—Eres tan deliciosa que me vuelves loco...
El cálido y sensual susurro lanzado en su oreja le resultó tan satisfactorio que la hizo retorcerse. Le gustaba mucho la voz de Sasuke; varonil, grave, gruesa. Sumándose a tales cualidades, la frase en sí le provocó un escalofrío que hizo eco en su cuerpo. Adoró que le hablara de esa forma tan erótica a su oído. Si en este momento hubiera tratado de escapar de él no podría, dado que ese hombre tenía algo que la volvía su esclava por voluntad propia. Bastaba con tenerlo cerca, bastaba que le hablara así, para que despertara su instinto animal. Ese que cada mujer de su época debía empeñarse por ocultar, pero que con el hombre correcto ansiaba total libertad.
De súbito, siente como los dientes de Sasuke se posan en su cuello suavemente. Es apenas un roce, pero la hace estremecer de nuevo. Hinata supo que él deseaba provocarla hasta llegar al límite. Está creándole ansias, expectativas, maximizando su deseo a escalas que le serían ineluctables. Por eso siente un nerviosismo extraño, uno que ruega que la devore sin importar las futuras marcas, pues más adelante su bufanda se encargará de ocultarlas. Espera pacientemente los mordisqueos, pero llega un momento en que no soporta más esta demora torturadora. Necesita que lo realice de una vez por todas.
—Hazlo, por favor...
Sasuke, sin poner objeciones, atrapó la piel cervical entre sus labios y le hundió los dientes a la profundidad ideal; una que no era tan leve como para apenas sentirlo, ni tan fuerte como para hacerle daño.
A Hinata la recorrió de pies a cabeza un escalofrío de placer, plasmándolo a través de un gemido que pareció atravesar dimensiones. Esa boca sólo estaba atacando únicamente su cuello, pero las oleadas de fulgurantes vibraciones, de algún modo, recorrieron su zona vaginal también. Su propio cuerpo le explicaba de esa forma que no era un conjunto de partes aisladas, sino un todo perfectamente interconectado.
De súbito, un mordisco más vampírico que el anterior la hizo respingar hasta el punto de alzar su faz hacia el techo. Había cerrado los ojos, pero llegó a ver estrellas en su mente. Su instinto, ya desbocado, le vociferó que angule aún más su cuello para que Uchiha expandiera el maravilloso alcance de sus mordiscos. La está volviendo completamente loca, ida de toda razón. La animalidad del instinto primario trepida en ella con una voracidad inaudita.
Él, cual íncubo sediento de lascivia, goza del sabor que tiene la piel de su musa. E inspirado por su cuerpo perfecto, apartó el brasier que cubría los encantos delanteros que le brindarían un placer táctil inigualable. Suspira extasiado cuando uno de esos generosos senos se desborda en su palma, atrapando luego el erecto pezón entre el índice y el pulgar. Mientras se regocijaba tocándolo, su boca se deslizó para morderle el hombro y sus alrededores. Su prometida tenía un cuerpo tan femenino, tan precioso, que realmente le asombra. De repente su zurda, celosa de que la diestra se llevara todo el placer, intentó moverse dejando atrás la cárcel del cabestrillo. Un error instintivo que le causó un inevitable y sonoro quejido. El dolor en su brazo le recordó su actual condición convaleciente, misma que había olvidado por culpa de su chica.
Ella reaccionó de inmediato abriendo sus ojos, evidentemente preocupada.
—¿E-estás bien? —intentó dirigirle su mirada, pero, por la posición en que estaban, sólo pudo conseguirlo a medias.
Él gruñó de impotencia al darse cuenta de que poseer a Hinata no iba a ser tan satisfactorio con una mano menos, maldiciendo el sentirse disminuido. Definitivamente su lesión era mucho más molesta de lo que podría haber imaginado en un principio.
—Tranquila, por querer tocarte con ambas manos se me olvidó que no debo mover mi izquierda.
—Si quieres podemos dejar esto para otro día... —sugirió sintiéndose culpable, pues había ignorado adrede que la salud de su amado debía estar antes que todo.
Enseguida la fémina sintió como Sasuke la levantaba un poco con su única mano disponible, posicionándole el trasero justo en su pene semiendurecido. Aquel sorpresivo movimiento la aturdió, la atontó y la volvió loca al mismo tiempo, dado que, pese a tener prendas encima todavía, lo masculino y lo femenino se tocaron de una manera casi perfecta. Olvidándose por completo de su preocupación anterior, se dejó llevar por la fricción insistente que Sasuke inició a lo largo de su lugar más íntimo. Su sensatez fue hecha añicos al sentir el órgano viril presionándose una y otra vez contra ella, simulando los movimientos propios de la penetración. Incapaz de pensar, sólo pudo mantenerse concentrada en el sugerente ardor que nacía a cada movimiento. Aquel calor que se propagaba por su cuerpo la desarmó completamente, sintiendo que iba a desfallecer con las fricaciones que comenzaba a necesitar por dentro en vez de afuera. En cuanto su mente se atrevió a más y se imaginó siendo fornicada sin ropa, sintió que una intensa ráfaga de necesidad golpeaba su vagina. La imagen fue tan real que llegó a temblar al esbozar el momento exacto de la penetración, soltando, a consecuencia, un extenso e indescriptible jadeo.
—¿De verdad quieres dejar esto para otro día? —le devolvió sus palabras en una pregunta susurrada directamente al oído.
—No... Por supuesto que no —dijo embobada de amor. No entendía cómo podía hacerle sentir tantas cosas a la vez.
El soldado, por su parte, tampoco lo comprendía. Lo que sí tenía claro era que ese remolino de emociones lo conminaba a desatarse como una fiera salvaje, pero estaba conteniéndose porque tal vez podría traerle malos recuerdos a su amada. Quería ir lentamente, excitarla al máximo, que lo deseara tanto como él a ella. El placer de su prometida debía estar por encima del suyo, algo que en sus tiempos podía tomarse como algo verdaderamente excepcional, pues el único disfrute que importaba era el masculino. No obstante, se sentía en deuda y hacerla gozar era lo mínimo que ella se merecía.
El vacío que sentía entre sus piernas se le hizo desagradable a Hinata. Necesitaba llenarse cuanto antes, precisaba unirse con la persona que tanto amaba de una vez. De pronto se dio cuenta que la tela de sus bragas se le estaba pegoteando. Ello la hizo abrir sus ojos en forma desproporcionada, sin poder creerse que ya estuviera tan caliente. Por dios... ¡Si habían empezado apenas unos minutos atrás!
«¿Qué clase de descontrol está viviendo mi cuerpo? ¿A todas las mujeres les pasa esto?» se preguntó entre resuellos, casi asustada. La única respuesta que arribó fue que ese hombre tenía el don de volverla loca y no tenía más alternativa que aceptarlo. Ejecutando la última palabra, mordió su labio inferior y se dejó llevar por la fogosidad de sus instintos. Tan nerviosa como deseosa, mordió su labio inferior al imaginarse el momento en que sería desvirgada.
Lentamente, Uchiha descendió su mano desde el seno derecho hasta acercarse peligrosamente a la entrepierna. Enrojecida como nunca, Hinata chilló mientras se tapaba la cara con ambas manos, pues su hombre se empaparía bastante los dedos. El soldado llegó al destino que tenía trazado desde un principio, esquivó el tirante de las bragas, introdujo su mano bajo ellas, palpó cuidadosamente lo que le pertenecía y, al instante, sus yemas fueron bañadas por la viscosa humedad genital.
—Estás igual que días atrás —le runruneó directamente en la oreja—. Me fascina que tu cuerpo se moje con tanta prisa.
Los hombros de Hyuga se movieron nerviosamente mientras, en gesto de negación, su rostro se movía un poco de izquierda a derecha.
—N-no es mi culpa.
—Tienes razón porque la culpa es mía. —Disfrutó esa timidez surgida en un momento en que ya no debería tenerla, pero comprendía que tal cualidad siempre formaría parte de la personalidad de su chica.
A la vez que volvía a besarle el cuello, Sasuke inmiscuyó sus dedos entre los labios genitales a fin de darle el paraíso de placer que ella se merecía. Ubicando con facilidad el excitado clítoris, empezó a estimularlo plasmando movimientos semicirculares con el pulgar. Ella, poco después, forma un excepcional concierto orquestado por jadeos que se prolongan más allá de lo imaginable. Guiado por la lujuria, el militar se encarga de seguir tocándola hábilmente para continuar la incitante e inolvidable melodía.
Su vagina ya parecía hecha de pegajoso líquido en vez de carne. Sin aguantar más el océano de sensaciones que la agobiaban, dio un abrazo hacia atrás que expresó efusivamente su deseo de sentir mejor el miembro contra ella. Grande fue su asombro al darse cuenta de lo recién hecho, pues a plena conciencia su timidez le habría impedido realizar algo tan osado. Sasuke definitivamente le extraía su lado animal, ese que toda mujer también lleva por dentro y que despertaba en plenitud con el hombre correcto.
—Te amo tanto —dijo ella, desnudando su alma a través de las palabras más hermosas que alguien pudiera recibir.
A pesar del deseo que lo consume como llamas siderales, Uchiha detuvo sus movimientos a la vez que enmudecía. No puede decirle lo mismo y no sabe por qué. La confusión que lo invadió hizo que sus cejas se comprimieran. Es un guerrero y no debe caer en cursilerías, eso lo tenía muy claro, ¿pero por qué sentía que decírselo era un pecado? ¿Por qué no se libera y le da esas bellas palabras de vuelta? ¿Hinata no se las merece acaso?
No...
Es él quien no se merece esas palabras. Por eso no se las regresa. Por eso le es difícil decirle «te amo». Por eso le cuesta deshacerse de su carácter berroqueño aunque se trate de ella. Sabe que la hizo sufrir mucho por culpa de ese pasado que lo llenó de odio; ese pasado en que parecía más un demonio que un ser humano. ¿Realmente ha hecho lo suficiente como para estar con ella? La respuesta, fuera ésta meditada o impulsiva, era la misma en ambos casos: un rotundo no. Tal verdad le llegó de una forma tan diáfana que lo sorprende. Ahora lo entiende, ahora lo sabe por fin: él no merece a Hinata todavía. Eso es lo que realmente siente y es la razón de que intente alejarla cada vez que puede. De hecho, la última ocasión ocurrió en el puerto poco tiempo atrás.
La verdad era clara: no ameritaba el amor de ella y, por lógica consecuencia, tampoco podía tomar su virginidad. No obstante, plantearse la posibilidad de recular le pareció una tontería sentimental indigna de él. Dejó de lado sus reflexiones y entonces vuelve a pensar en hacerla suya. También le viene la idea de hacerla sufrir salvajemente en su primera vez. Debe ser el sádico que aún lleva por dentro y que jamás lo abandonará completamente. Sin embargo, no demora en desterrarlo muy lejos: se trata de Hinata y cualquier duda que suponga cuidarla es completamente válida. Se trataba de una molestia, ciertamente, pero todavía siente que le falta bastante para resarcir sus errores pasados.
—Hinata... —agravó su voz y se separó de ella, intentando volver a ser el de siempre—, yo no te merezco todavía —se lo expuso sin palabras previas ni preparaciones. Va directo al meollo del asunto, como suele hacerlo siempre. Tenía que decírselo o no podría estar tranquilo.
Ella lo mira sorprendida. Se abstrae unos segundos y luego, confundida, le pregunta:
—¿Por qué lo dices?
—Te traté demasiado mal. —Dejó el lecho y se puso de pie. Después extendió un silencio, mismo que ella respeta porque sabe que todavía no ha terminado. Es entonces que un funesto recuerdo le arriba; el que más le duele y del que más se arrepiente. —¡Incluso quise violarte! —vociferó con virulenta furia contra sí mismo para luego friccionar sus dientes—. ¿Cómo pude ser tan ciego y malvado? ¿Cómo?
Ella fue invadida por un asombro que colmó su ser por muchos segundos. Tras superarlo, intentó darle un abrazo como instintiva reacción. Sin embargo, él la detuvo interponiendo su único brazo disponible. Una expresión que entremezclaba furia y tristeza contra sí mismo se acopiaba en sus facciones.
—Lo importante es que no lo hiciste, Sasuke. —Su voz verificó que de la excitación había pasado a la angustia, una prueba más de lo impredecibles que solían ser las emociones. —Me odiabas por el tremendo sufrimiento que te provocó mi clan y, aún así, te detuviste. —Le recordó mientras se le ponía por delante a fin de verlo a los ojos. —Para mí todo lo malo quedó atrás, así que, en serio, no debes culparte más. Yo ya te perdoné, ¿por qué no lo haces tú también?
Los párpados cubrieron sus negros ojos por un rato. Ella le ama tanto que le resulta verdaderamente incomprensible.
—No sabes cuánto me gustaría borrar el pasado, pero no es fácil. —Apretó el puño sano fuertemente, marcando los nudillos. —No puedo evitar odiarme. Has sido tan buena conmigo y yo, en cambio, fui un maldito.
—Oye... —la joven tomó la mano de él entre las suyas—, me duele verte así. Por favor no pienses más en eso —enterneció todavía más el timbre de su voz—. Ahora eres distinto y eso es lo único que me importa. Reaccionaste porque en el fondo tienes un buen corazón palpitando en el pecho y la prueba es que ahora mismo estás tratando de cuidarme. Así que no dudes por mí, yo ya estoy totalmente segura de querer estar contigo hasta el final —continuó irradiando nobles sentires a través de sus preciosos luceros—. ¿Quieres verme feliz? —agregó una pregunta clave tras unos segundos.
—Sabes que sí.
—Entonces nunca vuelvas a mencionar eso. Date cuenta que si ahora estoy viva es gracias a ti. —En una pequeña pausa su rostro se pintó de carmín por lo siguiente que diría. —T-te amo y tú me amas y eso es lo único que debe importar ahora. Sé que dejar el pasado atrás es difícil, pero podemos hacerlo. Vivamos el presente y vivamos lo que sentimos sin recordar eso que nos lastima.
—Hinata... —se atañe a susurrar únicamente su nombre, sin saber qué más decir. El amor de su novia le ha trabado la lengua y no puede deshacer aquel nudo. A cambio, emplea su diestra para brindarle la caricia más tierna que alguien tan tosco como él pudiese dar. Esa maravillosa e increíble mujer termina por derrotarlo completamente, pues las emociones que le provoca son demasiadas como para contenerlas. A virtud de ello, quisiera decirle las palabras más bellas del mundo. Le gustaría tanto poder expresarle todo lo que siente, dedicarle preciosas frases cual poeta inspirado por su musa, pero no ha nacido para eso. Lo único que logró salir de su boca fue un simple «gracias», aunque, tratándose de él, tal vocablo también tenía un significado enorme.
Una vez más, cual designio escrito en el firmamento, Hinata sintió que su corazón adquiría un tamaño descomunal. Debía crecer de esa manera, ya que sólo así podría contener el universo de sentimientos que él le provocaba. Atraída como un planeta a su estrella, su faz tomó la dirección que encaminaba hacia el rostro masculino. Entonces lo miró como si no hacerlo le trajera una desgracia a su alma. Lo miró deseando que todos sus pensamientos y emociones se revelaran como una irrefrenable epifanía.
Al verla tan emocionada, Sasuke meditó que era un desperdicio tener ojos si éstos nunca contemplasen a la criatura más hermosa que pisaba la faz de la Tierra: Hinata Hyuga. Inspirado por su ángel, también pensó que sería una desgracia tener manos si ellas no podían tocar un cuerpo tan exquisito como el que tenía enfrente. Por ello, como si cobrase vida propia, su diestra se independiza de su mente: impulsada por sus hormonas se va directamente a las carnosas nalgas que lo tentaban. Las desea tanto que las aprieta más de la cuenta, marcándole las yemas en su piel como un tatuaje de pasión. Su amada da un gemido que lo calienta todavía más, pero aminora su fuerza con el fin de no hacerle daño.
Locura desprende su bruna mirada y ella no necesita un espejo para saber que la suya también. Porque de eso también se trataba el amor: de locura, de ansias, de demencia por el otro. Su peligrosa cercanía la vuelve irracional y hace añicos su molesta timidez. Ni siquiera ella misma logra entender como pudo destruirla hasta el punto de ansiar hacer el amor con todas sus fuerzas. Lo que sí entiende es que el salvajismo que exhala el semblante de ese joven la excita de una forma realmente incandescente.
Hay una descomunal tensión sexual revoloteando entre ellos. Sus bocas temblorosas, anhelantes y deseosas, muy pronto se unirían para producir un océano de éxtasis. Acariciaron con sus alientos los labios del otro mientras aspiraban nebulosas de feromonas. Sasuke perdió la noción de que estaba malherido y Hinata la noción de que debía cuidarlo. Así, como si fuese un ataque furtivo, se besaron empleando un repentino movimiento que produjo una excelsa ópera de sensaciones. Sus húmedas lenguas chocaron y se entrelazaron con delirio, expresando de esa forma lo que a ambos fulminaba: deseo, lujuria, excitación. Tres cosas que, amparadas por el bello amor que se profesan, se volvían magia hecha realidad.
Él dio inicio a la tarea de desnudarla desabrochándole una blusa de botones con un cuidado que a la fémina le sorprendió. Pensó que alguien como Sasuke haría pedazos su prenda, pero al parecer iba a cuidarla en su primera vez. Inhaló y espiró por la emoción que tal cosa le provocó. Después, empleando habilidosamente su diestra, Uchiha le quitó el sostén como si lo hubiese hecho miles de veces. A Hinata le sorprendió mucho; incluso lo hizo en menos tiempo de lo que a ella le tomaba.
Bajó su mirada sintiendo una vergüenza asaltarla. Pese a ser una chica preciosa, sus inseguridades le susurraban que Sasuke ya había estado con mujeres mucho más hermosas que ella y, por ende, las comparaciones desfavorables serían inevitables. Sin embargo, cuando se atrevió a levantar su cabeza pudo vislumbrar como sus negros ojos querían brincar desde las órbitas por la vista concedida. Sus pechos se reflejaban en las pupilas de Uchiha, quien se relamía como un animal sediento. Era evidente que su nivel de libido se incrementó hacia nuevos límites, mismos que ella también estaba experimentando. Padeciendo una calorina en su rostro, pero muy motivada a la vez, procedió a quitarse los pantalones y éstos no tardaron en arremolinarse en sus pies descalzos.
Ya estando únicamente en bragas, Sasuke, como desesperado, metió su diestra por debajo de la tela y la paseó por ambos glúteos a sabiendas de que le pertenecían. Los apretó suavemente mientras un nuevo beso profundizaba el deseo de ambos hasta lo inconcebible.
Hyuga vivió la codicia de querer lo mismo, de tocarlo como él lo estaba haciendo con ella. Lo justo era que también pudiera gozar del placer táctil, sentir que Sasuke le pertenecía. El solo hecho de imaginarse al miembro entre sus dedos para recorrerlo desde su punta hasta su final, la hizo humedecerse aún más. Entonces se mordió el labio inferior en su esquina izquierda. Suspiró al no entender como un hombre con un cabestrillo encima pudiera lucir tan sensual e imponente al mismo tiempo. ¿Qué rara energía tenían sus brillantes ojos, su indomable cabello, su grave voz? Sasuke en sí era un encantamiento que no podía resistir, un adictivo hechizo de masculinidad.
—¿P-puedo tocarte? —Separando un poco su rostro, le pidió su permiso con inherente timidez. Si la voz pudiera representar la inocencia, entonces la suya lo hizo a la perfección.
—Tócame, Hinata. Demuéstrame que en verdad quieres hacer el amor —dijo respirando alteradamente—. No más timidez, no más coartarse, no más pudor; deja que tu ser más instintivo aflore sin reproches. Haz lo que realmente deseas.
El tono más ronco en su voz hizo que ella se estremeciera hasta la punta de los pies, mismos que provocaron un crujido en las tablas del piso. Por reacción sus ojos lunares se posaron en los sitios que pronto tocaría con ambas manos. Sin duda ese cuerpo de guerrero poseía una tonificación apolínea excepcional. Sus bíceps, sus deltoides, sus trapecios, sus pectorales, cada músculo en sí estaba en su punto de tensión perfecto. No había una exageración que pudiera resultar grotesca en vez de apetitosa. También quiso admirar sus abdominales, mas no pudo mantener sus luceros allí. Simplemente no pudo evadir ser hipnotizada por el impetuoso falo que había alcanzado su máximo potencial otra vez. A pesar de seguir cubierto por el negro pantalón, mirar que casi destrozaba la tela le resultó muy erótico. Perdida en la atrayente visión, no se percató de que mordía su labio inferior mientras tragaba saliva. Le costaba entender como su pene podía generarle miedo y ansias al mismo tiempo, empero, un jadeo involuntario le hizo saber que pronto la última emoción superaría a la primera.
Dispuesta a seguir las palabras de su hombre al pie de la letra, sus manos se dejaron llevar sin vergüenzas: fueron hasta el pantalón de su futuro esposo, abrió la larga cremallera, metió su zurda, colocó la dura erección entre su pulgar y los cuatro dedos restantes, se dio el tiempo de asombrarse con el calor que desprendía, para finalmente extraer cuidadosamente lo que ansiaba tener a su merced. Resoplando, se detuvo a examinarlo como una ciega leyendo en braille, acariciando, apretando, queriendo abarcar todo lo que el cuerpo masculino le ofrecía. Se volvió una adicción para sus ojos y un deleite para sus manos.
¿Sería normal que ese órgano pudiera fascinarla tanto? Supuso que era parte de la sexualidad y del deseo, pero aún así no lograba comprenderlo. Sasuke, a diferencia de ella, la recorría de pies a cabeza tanto visual como manualmente; sus senos, su cintura, sus muslos, su vulva, sus piernas, sus glúteos. Sin embargo, ella no lograba hacer lo mismo: era la cumbre de la excitación masculina, la imponente montaña carnal, la que atrapaba su total y completa atención. Verlo y tocarlo le resultaba alucinante en verdad.
Un repentino bandazo les recordó que estaban en altamar en vez de tierra firme. A fin de evitarle una caída, Uchiha rápidamente la sujetó desde la espalda como si pesara lo mismo que un gato. A ella le encantó comprobar su fuerza otra vez; también se regocijó con lo protector que estaba siendo. Luego el soldado la guio hasta quedar mirándose frente al espejo. El reflejo de Hinata quedó por delante mientras el de Sasuke era cubierto parcialmente por el de ella.
Una vez que el mar se aquietó, Uchiha encajó sus dedos en el tirante de las bragas. Entonces empezó a bajarlas lentamente mientras admiraba el proceso frente al espejo, disfrutando cada centímetro del objeto deslizándose. Por alguna razón, posiblemente porque Hinata aún era casta, convirtió su acción en un verdadero ritual de posesión. Se sintió poderoso, orgulloso y vanidoso de ser el primer hombre que estaría en su interior. Asimismo gozó del simbolismo de que un ángel como ella estuviera entregándose a un demonio como él. Cuando el sexo femenino quedó al desnudo, sorbió el aire provocando un sonido de ansias que a la joven estremeció sobremanera. La prenda siguió descendiendo hasta que Uchiha la dejó un poco más arriba de las rodillas. No la quitaría, dado que le pareció sensual mantenerla allí, como si fuese un recordatorio ceremonioso de cuán significativo podía ser el hecho de bajarle las bragas a una virgen. Pronto sus ojos se volvieron adictos a la provocativa sensualidad que había entre esas lindas piernas.
El rostro de Hyuga adquirió un rojo brillante por la sangre que su vergonzoso corazón impulsó. La timidez aún era fuerte en su ser, pero descubrió que, pese a ello, a él sí quería llamarle la atención, provocarle deseo, desesperación; que su mirada la hiciera sentir bonita, hermosa y única entre todas las demás. En cuanto su vulva quedó en completa libertad, una electricidad distinta le recorrió el cuerpo al ver como su varón se relamía. El reflejo del espejo también le dejó observar la manera en que la bruna mirada intensificaba su fervor.
—Eres una diosa, Hinata... —le dijo jadeándole en la oreja.
La chica sufrió un verdadero cortocircuito de emoción auditiva. Posteriormente, la sinceridad escrita en el rostro de Uchiha le hizo sentir espeluznos.
—N-no me digas eso, por favor. No soy lo que dices —refutó nerviosamente, acezando incluso más que él.
El rubor que se posó en su cutis le hizo ver que ella era la perfecta mezcla de inocencia y seducción. Esa era Hinata: la pureza de un ángel unida a un cuerpo infartante.
Sin pensarlo dos veces, Uchiha le clavó los dientes nuevamente. Pronto sus dedos corazón e índice se bañaron con la lubricación femenina, comprobando que su consistencia era glutinosa en vez de acuosa. Curioso, alzó su diestra un momento y, a la luz de las antorchas, también vio un color algo blanquinoso en lugar de traslúcido. Aquello le indicó que su musa no debía estar en sus días fértiles como en la ocasión anterior, por lo que no corría peligro de quedar embarazada si hacían el amor. Aunque, a diferencia de lo que sucedía con Karin, tampoco le importaría si sucedía lo contrario. De hecho, le asombró pensar que sí le gustaría tener un hijo con Hinata.
Sin esperárselo, Sasuke sintió como la punta de su pene se humedecía por la tremenda excitación que estaba viviendo. No podía creerlo, ya que con Karin nunca le había sucedido aquello. Entonces lo supo con total convicción: no podía aguantar más, necesitaba que Hinata sea suya ahora mismo, le apremiaba clavarle su palpitante falo de una vez por todas.
—Voy a llenarte ahora mismo o se me reventará la hiel. —Su respiración entrecortada hizo que su ronca voz resultara exquisitamente excitante para ella.
Presuroso, comenzó a quitarse el cinturón para quitarse los pantalones, pues, con los movimientos propios de la cópula, la cremallera rodeando su miembro se volvía muy incómoda.
Ella enrojeció al ver que la elegancia que antes adornaba cada movimiento de Sasuke era reemplazada por una cruda urgencia de concretar el acto. Atacada por nervios que se erizaban en sus raíces, abrió la boca para respirar de mejor forma. Sentía que sus células, incluyendo las pulmonares, se volvían de fuego por lo caliente que estaba.
—Maldito cabestrillo —gruñó el castrense, exasperándose. De buena gana habría hecho pedazos el objeto mencionado—. No sabes cuánto quiero tocarte con ambas manos —agregó entredientes.
La manumisa se derritió al sentirse tan deseada. La creciente expectativa hizo que su cuerpo hiciera fluir un torrentoso río de adrenalina por sus venas y que, a consecuencia, sus piernas empezaran a temblar levemente. Como si no fuese suficiente, el corazón le aceleró los latidos hacia un punto muy cercano a la taquicardia.
Ya sin pantalones, Uchiha fue menos brusco que días atrás. No la tiró de los cabellos, no la empotró contra la pared, no le dio ninguna nalgada; quizás por tener un brazo en cabestrillo, quizás porque deseaba ser más cuidadoso. Aplicando la cualidad anterior —esta vez conscientemente—, la puso a un lado de la cómoda de tal modo que el espejo reflejaría sus acciones de frente. Ella permaneció de pie y con la espalda erguida, esperando a que él le indicara cuando inclinarse. El soldado no lo hizo; en cambio su mano la sujetó desde el talle, le arrimó la pelvis y le colocó su miembro entre las nalgas.
—Teniendo un brazo herido esta posición es más cómoda para mí.
Ella se sorprendió de que tuviese la gentileza de explicarle ese detalle.
—Está bien, Sasuke. Yo quiero ser tuya como tú lo dictes.
La apasionada frase dicha por su ángel hizo que su excitación aumentara hasta el punto que necesitó resoplar. Aunque se moría por penetrarla sin perder un segundo, hizo un esfuerzo para contenerse. Clavó sus ojos en el espejo y, por incontables segundos, tal objeto fue la única vía de comunicación entre ellos. El reflejo le permitió ver como la mirada albina se conectaba con la suya. Permanecieron congelados, gritándose emociones desatadas, sintiendo que el amor del uno por el otro crecía a escalas que sólo la astronomía podría imitar.
Sasuke adelanta su cabeza para darle un beso a su hembra, misma que tuerce un poco su cuello para recibir sus labios. La fiebre amatoria aumenta su volumen de manera sideral. Sienten locura, frenesí, vesania libidinosa. El que todavía no estuvieran unidos carnalmente los comenzaba a torturar. Estar juntos era un pecado poco tiempo atrás, pero, después de casi morir, ya no quieren pensar más en el terrible pasado que unió sus destinos. Sólo quieren vivir e incendiarse en placer hasta el punto que sus almas se volvieran familiares muy cercanos de las cenizas. Expandir sus sentimientos sin ninguna moral que los contenga era una obligación, una completa urgencia.
—Seré tu dueño eterno, Hinata. Cada día de tu vida debes pensar en mí, en nadie más que en mí —dijo como poseído—. Eres tan bella, tan única, tan pura... —exhaló inusitado desespero.
Hinata suspiró enamoradamente y enrojeció como si todo lo hecho antes no hubiese servido para dejar atrás su timidez innata. Respiró de modo profundo y se preparó para el momento culminante. Estaba nerviosa, por supuesto, pero era algo por lo cual casi todas las mujeres debían pasar. No podía ser tan cobarde, ¿verdad? Se mordió el labio inferior, advirtiéndose que debía prepararse para lo que vendría. Dudaba que el instinto salvaje de su prometido pudiera quedar de lado.
—S-sé que sonaré como una niña, pero me sigue dando miedo tu pene tan grande... —dijo nerviosamente. El guerrero, mientras tanto, se sintió orgulloso pues acababa de recibir un grandioso halago.
Sin tiempo de esperar por una respuesta, Hinata sufrió una oleada de excitación mezclada con temor cuando sintió el órgano de Sasuke presionarse levemente contra su zona más íntima. No le extrañaba que teniendo tamaña bestia, su ego fuese tan grande también. Traga saliva de manera nerviosa porque sabe que realmente le dolerá. Y mucho.
Entre agitados resoplidos, Uchiha apela a su autocontrol para no invadirla todavía.
—Trataré de penetrarte con delicadeza, pero no te aseguro nada. Soy sádico por naturaleza, así que difícilmente podría ser un príncipe de cuentos de esos que les gustan a las chicas —advirtió mirándola fijamente a través del espejo—. Sabiendo eso... ¿todavía quieres hacerlo?
Hinata procura dejar su mente completamente de lado a fin de que sea su corazón quien dé la respuesta. Quiere despojarse de su pureza con Sasuke. Quiere mancharse con su odio y purificarlo con su amor. Tal vez esto no era correcto, pero no le importa. Sabe muy bien que Sasuke, solamente él, es el indicado.
—Contigo deseo ser libre como nunca antes lo fui en mi vida —inicia su respuesta sin temblores ni tartamudeos de por medio—. No más timidez, no más temor al qué dirán, no más temor a ser simplemente una mujer enamorada. Una que también siente, una que también desea, una que también es lujuriosa, una que también quiere amar sin restricciones, sin control, sin cadenas morales que la coarten. Deseo ser tu mujer de pies a cabeza porque, por primera vez en mi vida, sé lo que es amar a un hombre con todo el corazón.
La intensidad de los sentimientos recién expresados crea en Sasuke un hervidero inigualable de sensaciones positivas; una bellísima manifestación extrasensorial que sólo ella le puede causar. Entonces lo sabe de una manera palpable, omnisciente y extraordinaria: únicamente ella tiene el don de tocar su corazón y emocionarlo de esa forma. Sólo Hinata puede hacer que en él nazca, germine y florezca el amor; ese amor que le impulsa a hacerla feliz con todas sus fuerzas. También a cuidarla.
—Tengo que insistir por última vez, pues, además de todo lo que pasó entre nosotros, también sé que para una mujer la virginidad tiene un significado importante. ¿Estás segura de que quieres entregarte a mí? —Necesitaba que le confirmara sus ansias otra vez, dado que, en caso contrario, no se sentiría con derecho a invadirla después de cuánto la hizo sufrir. Sólo después de obtener su permiso desataría al animal en celo que llevaba por dentro.
Súbitamente las voces de sus familiares aparecieron en la mente de Hinata, condenándola nuevamente por lo que estaba a punto de hacer. Fue revivir prácticamente lo mismo que la vez anterior: insultos, reproches, maldiciones. Apretó las manos nerviosamente a consecuencia de lo anterior.
«Neji, tienes todo el derecho a pensar que soy una perra ingrata. Perdóname tú, perdónenme todos, pero Sasuke me salvó la vida incluso si eso le costaba perder la suya. Él ya no es la misma persona de antes y nosotros, como clan Hyuga, también somos culpables de todo lo que pasó. Perdónenme, pero esto es lo que siento y no voy a dejar que el terrible pasado interfiera con mis verdaderos sentimientos otra vez. Ya no puedo seguir batallando contra el amor que nació en mí, es enfermizo hacerlo. Por favor, espero que un día puedan disculparme por haberme enamorado del hombre equivocado»
—Junto a ti quiero sentirme más viva que nunca —confirmó muy segura, sin ningún temblor que diera luz a alguna duda. Ya no dejaría que sus familiares le impidieran ser feliz. ¡Ya no!—. Sé que lo nuestro perdurará porque mi corazón así me lo dice. —Una gran emoción se ancló en su pecho, misma que le impidió seguir escuchando las hirientes voces de antes. —Por eso quiero unirme a ti esta misma noche, formar una conexión que ninguno podrá olvidar. Hazme el amor, Sasuke.
Y lo enamora escucharla así. Le apasiona oírla tan decidida. No es algo auditivo, ni visual, ni olfativo, ni gustativo, ni táctil: es espiritual. Total y únicamente espiritual. Esas palabras le llenaron el alma de una manera increíble.
—Entonces, Hinata Hyuga, te haré mía ya mismo... —Dicho lo anterior, le inclinó la espalda para que su vientre se recostara sobre el mueble.
La fémina, como muda respuesta, cerró sus puños con fuerza en las esquinas de la cómoda al intuir que Sasuke le daría una primera estocada brutal. Su sadismo intrínseco seguía estando con él y no podía ser tan ingenua como para esperar que cambiara su comportamiento en menos de tres semanas. Afortunadamente su vagina ya parecía de agua por tanta excitación, lo cual la ayudaría a aminorar el dolor que sentiría. Y, de todos modos con sufrimiento o sin él, ahora necesitaba sentirlo por dentro.
—Ay, estoy muy nerviosa, pero también sé que te amo con todo lo que tengo —comentó por última vez queriendo desahogar sus pensamientos.
Uchiha intenta devolverle las mismas palabras, pero una vez más su lengua se le rebela. ¿Por qué? No lo entiende y le gustaría hacerlo, pero, sin querer dilatar más el momento que ambos están esperando desde el inicio, posicionó su glande en la entrada femenina y, cuidadosamente, comenzó a tantear todo su contorno.
Hyuga, por reacción, cerró ambos párpados al sentir el inicio de su endurecida carne explorándola, aunque pronto necesitó abrirlos para mirar, por medio del espejo, el momento exacto en que se unirían.
—Sólo trata de no ser tan brusco, por favor... —Enseguida se mordió el labio inferior mientras sus dedos se presionaban contra el mueble que la sostení su mente se clavó la sensación de la primera acometida antes de que Uchiha efectivamente la hiciera. Sus rodillas temblaron por lo mismo.
—Puedes estar tranquila por ahora —dijo sorprendentemente condescendiente—. Sólo te meteré la punta.
Ella le cree. Su nerviosismo cesa parcialmente al saber que Sasuke se lo hará con cuidado, un trato que toda virgen debería recibir en su primera vez.
—Gracias...
De repente, como si fuese un rayo, su hombre entró en ella de una forma absolutamente salvaje, estirando su carne más íntima en menos de un parpadeo. El dolor fue como una verdadera puñalada, por lo cual la joven necesitó desahogarse gritando a todo pulmón. Si su alarido no se oyó por todo el barco sería un milagro o un indicativo de que sólo sordos viajaban en Jiren.
A Uchiha el grito subsiguiente dado por Hinata realmente lo enloqueció; le fue tan impresionante como disfrutable. Ansioso por recibir otro premio auditivo, le dio una segunda estocada igual de profunda que la anterior.
La fémina dio otro grito voluminoso, aunque, sin estar conforme todavía, agregó una palabrota.
Entre sorprendido y encantado, Uchiha se detuvo. Por lo visto su ángel de pureza también podía ensuciar su boca en casos extremos.
—Es la primera vez que te escucho un improperio.
—P-perdón, es que... es que me duele muchísimo. —Se le desgarró la voz al punto que Sasuke casi no la entendió. —Siento como si me llegara hasta el estómago —precisó gimoteando.
—No seas exagerada —desdeñó su dolor como poca cosa.
—Para ti es muy fácil decirlo... —Siguió quejándose como si se estuviera quemando por dentro, resoplando varias veces. —¡Además me mentiste! ¡Dijiste que sólo sería la puntita! —protestó chillando, evidentemente enojada.
—Oh, Hinata —la interrumpió tras un jadeo—, si supieras lo maravilloso que es poseer a una mujer, penetrarla, sentir el calor asfixiante que proporciona una vagina estrecha, sentir a una virgen entregarse a ti mientras gime y grita por lo que tú le provocas, entonces, sólo entonces, podrías entenderme. Para un hombre hacer el amor es más delicioso cuando no tiene que contenerse, cuando puede desatarse totalmente —guardó silencio esperando una respuesta de su musa, pero sólo un gemido ahogado se oyó. Extrañamente para él, Hinata no protestó ni intentó hacerlo—. De todos modos dentro de poco tú lo gozarás también, el dolor terminará siendo reemplazado por un exquisito placer, te lo aseguro.
La mujer esta vez sí iba a responder, pero no pudo hacerlo ya que una nueva y profunda estocada se lo impidió. Entonces aceptó que la culpa era suya por haberse enamorado de un sádico. Sasuke comenzó a moverse dentro de ella, lo cual le cortó cualquier ilación coherente. Resignada al dolor inherente a su virginidad y que, a su vez, era incrementado por el enorme tamaño del invasor, apretó la boca mientras su cuerpo intentaba acostumbrarse al masculino. Tomó aire y apretó los dientes, esperanzada de que sus palabras respecto al inminente placer fuesen ciertas.
Cada acometida le duele mucho porque es su primera vez y quisiera que fuera más cuidadoso, pero, por alguna masoquista razón que ni ella misma entiende, también la estimula sentirte tan deseada que el hombre que ama no sea capaz de controlarse, volviéndose energúmeno por su exclusiva culpa.
Por reacción, y no por intención, Hinata tensó sus músculos vaginales y apretó el miembro todavía más. Uchiha llegó a rugir por el perfecto placer que ella involuntariamente le brindó. Si la temperatura promedio de un cuerpo humano era de treinta y seis grados celsius, la vagina de su hembra debía rondar los cuarenta y cinco por lo menos. Está ardiendo de verdad y le encanta que así sea. El calor que lo envuelve es tan placentero, tan único y maravilloso que le resulta inconcebible.
Sigue haciéndole el amor mientras esa cara de dolor que ve reflejada en el espejo lo incendia todavía más. Le fascina que, a pesar de que ella lo sufra, se está entregando a él porque lo ama como una loca. Esa dedicación total le es fantástica; la está gozando demasiado.
Se lo introduce y se lo extrae. Sale y entra. Se lo mete sucesivamente, sin mermar, sin detenerse. Le entierra su órgano infinitas veces aumentando la fuerza y la rapidez al mismo compás. La sangre se le vuelve efervescente en el interior de cada vena, bullendo, exclamando y anhelando someter a la dueña de su corazón. Por eso la vulnera, la castiga, la penetra con una violencia impropia y pecadora. Hinata lo inspiraba a desatarse por completo, pues como hembra era increíble. Sus sonoros gemidos, su adictiva cintura, sus carnosos glúteos, su brillante pelo moviéndose como una marejada sobre su espalda; toda ella era la provocación en persona.
—No puedo ser más suave..., no puedo... —musitó como disculpándose.
Uchiha siguió profanando la pureza de su carne, escribiendo en su cuerpo que le pertenecía, que él sería por siempre su único dueño y señor, amándola mientras sujetaba su largo cabello como si fuera una rienda. La velocidad que le aplicaba era tan sobrenatural que parecía querer disolver su virilidad dentro de ella. Y es que estaba loco, completamente ido de deseo por ella, obsesivo, maníaco, adicto; a sus ojos, a su cuerpo, a ella de por sí.
La potente penetración a la cual era sometida hacía que su cuerpo se moviera hacia adelante una y otra vez. Debía agradecer que los bordes de la cómoda fueran romos y que una tela tejida a crochet lo cubriera, o, de lo contrario, al dolor que ya sentía también se le habría sumado la incomodidad. Sin embargo, tal como se lo anunció su prometido, llegó un momento en que sus movimientos empezaron a provocarle algo distinto. Su cuerpo todavía no se acopla al suyo a la perfección, todavía sufre, pero el placer comienza a nacer en ella, a desarrollarse y a engrandecerse para eclipsar el sufrimiento. Gimoteos con otro sabor arribaron ante la contradictoria avalancha de sensaciones otorgada.
Sí, definitivamente algo empieza a difuminar el dolor que se había anidado entre sus piernas. Las potentes puñaladas que recibía de ese sexo endurecido ahora parecían electrificarle su cavidad a cada segundo que transcurría. Se siente retemblar; quizás por una convulsión en su interior, quizás por algo parecido a una desconocida tormenta. Lo único que sí sabía es que Uchiha le inoculaba sensaciones que gradualmente le abrirían las puertas hacia un nuevo mundo, uno en que no necesitaría los ojos abiertos para descubrir las estrellas.
—Sigue así..., no te detengas... —dijo ella cuando un atisbo de conciencia le afloró.
La fémina sintió como él empezaba a moverse frenéticamente para meter el miembro todavía más adentro, apretándose contra ella como si quisiera hacerla pedazos. La lógica común del tiempo también era vulnerada, pues lo alteraron tanto que olvidaron que existía. No sólo la cuarta dimensión había sido asesinada bajo las alas de la pasión, también las paredes, el espejo, el suelo, las olas, sus conciencias en sí. A consecuencia, los gemidos de ella y los jadeos de él se incrementaron dramáticamente. Sin embargo, sus cuerpos sudorosos no estaban conformes todavía; anhelaban llegar al punto en que incluso el más pequeño de sus nervios se erizara por culpa del otro.
Toda la zona de la ingle femenil se inundó de calor a medida que Sasuke seguía penetrándola como un demente que no deseaba escapar jamás de la locura. Estaba atrapada por la ignición que amenazaba con abrasarla entera partiendo desde el vientre. Los ojos cerrados le permitieron al resto de sus sentidos amplificarse. Pronto tuvo la impresión de que ahora mismo podría oír los pasos de una hormiga si se lo propusiera, empero, su completa atención iba hacia la erección que estaba provocándole estragos de múltiples percepciones combinadas.
Siguieron fusionando sus cuerpos en el éxtasis total, sudando feromonas, oyendo el acuoso sonido resultante de la unión de sus sexos. La agitada respiración de ambos causó un concierto de deliciosos acezos. Ambos claramente ya estaban fuera de sí. Sasuke ya no pensaba en nada, salvo en seguir sintiendo el calor abrasador que esa vagina le proporcionaba. Hinata, entretanto, a cada briosa embestida sintió subir a borbotones la pasión que le inyectaba su amado. El placer se acercaba cada vez más al punto de ebullición, haciéndoles hervir.
Entre los constantes gimoteos, de repente los pulmones de Hyuga se vaciaron de aire en un excepcional suspiro. No fue solamente por el placer físico que experimentaba: también por el grandor de sentirse tan comprometida con sus verdaderos sentimientos. Nunca antes los sintió latir por dentro como si los tuviera incrustados en el alma, removiendo cada fibra íntima, cada célula, cada recoveco que componía el misterio fabuloso de su ser. Quizás nunca se había sentido tan conectada al amor de su vida como ahora.
—Te amo, Sasuke...
Aunque la perdición del placer lo consumía, el soldado no pudo evitar conmoverse a un extremo que ni intentándolo mil veces podría plasmar en palabras. Una especie de torbellino emocional le hizo sentir que su corazón giraba como loco dentro de su pecho. El desbocado ritmo de penetración mermó un poco al tiempo que la sostenía con más fuerza contra su cuerpo, como si tuviera miedo de que se desvaneciera si le daba más espacio. Queriendo devolerle las mismas palabras sintió un cosquilleo en su garganta, mas por alguna razón no logró corresponderle verbalmente. Era como si aún hubiera un lado de él que le decía que tenía que reprimirse, que, tal como lo había pensado durante toda su vida, esa frase era una tontería. Irritado consigo mismo, irguió la espalda de su mujer, le abrazó el vientre y reanudó sus embestidas dispuesto a retribuirle su amor de otra manera: dándole el placer que ella se merecía. Después de todo él no era un ángel de palabras sino un demonio de acciones.
No sabía cómo era posible, pero Hinata lo sintió menos hondo, menos incómodo. Uchiha había tomado la profundidad y la velocidad idónea para hacerla desfallecer en un mar de placer. Ser amada así sabía a gloria. Por eso clamó con locura cuando sintió que todos sus sentidos se perdían de la realidad. Amagos de contracciones nacían en su matriz, pero iban expandiéndose por todo su cuerpo en forma de escalofríos. Sus gemidos se acentuaron cada vez más, pues se orquestaba un orgasmo tan intenso que le sería la liberación total.
—Hinata... —dijo él como suplicando—. Oh, Hinata... —Una vez más se esparció, desesperadamente, el nombre que mayor significado tenía en su vida.
De pronto, la chica sintió que su vagina adquiría casi la misma consistencia que el vapor; que se derretía por el fragor de una sensación demasiado intensa. Su nombre dicho de esa manera tan emocionada, el sexo de él a la profundidad exacta, los jadeos tan cerca de su oreja... Todo ello conspiró para que el punto culminante llegase muy pronto.
Realmente ya no daba más; supo que el primer orgasmo de su vida pululaba en su interior queriendo liberarse, pues era demasiado agradable lo que estaba sintiendo. Era como si cada nervio de su cuerpo, como si su ser al completo, se concentrara en un único lugar: su sexo.
Exhala un grito corto, pero que igualmente produce un eco que resuena en las paredes. De súbito, se apretó violentamente contra él cuando una convulsión trascendental nació en su bajo abdomen. Bombazos uterinos de placer se suscitaron, incendiándose y propagándose hasta tocar el último rincón de su ser. El placer carnal, uniéndose a lo emocional, le provocaban centellas de pasión.
¡Jadea el nombre de su hombre!
¡Exclama que lo ama!
¡Lo grita con desesperación!
Cada milímetro de su piel se sacudió y, al mismo tiempo que lanzaba la primera vocal de forma prolongada, liberó su clímax en un indescriptible estallido de pura magia. El placer inmensurable que la estremecía le explicó el por qué existían dos sexos. Fue como vivir una experiencia fuera del cuerpo, pero mucho mejor. Viajar de manera astral por un campo de multicolores estrellas hubiera sido poca cosa en comparación.
Uchiha vivió la proclamación de su nombre y el amor juntos como un orgasmo auditivo que jamás olvidaría. El momento en que lo dijo, sus palabras brotando como una explosión de emoción, la mancomunión sexual unida a la espiritual; todo lo que ella le provocó fue simplemente... épico. Ya no podrá vivir sin esa mujer. No después de esto; no después de verla desnuda, penetrarla y oírla gemir por él. A partir de ahora, quiera o no lo quiera, la necesitará cada día de su vida.
Gracias al espejo siguió disfrutando el rostro de ella distorsionado por muecas de inaudita satisfacción. Lo excitó y lo enorgulleció verla así de perdida, gozando como enloquecida. Tenía que ser así para que ella jamás pudiera olvidarlo, que entendiera que ningún otro hombre podía comparársele. Ascenderla hacia el pináculo del placer era el último paso para volverse su dueño eterno.
Experimentar el clímax y el amor de Hinata unidos fue lo que empezó a engendrar el orgasmo masculino también. A virtud de la tórrida presión de la vagina alrededor de su pene, sintió que éste aumentaba su sensibilidad hasta alcanzar un punto exacerbado. Las contracciones que anunciaban la inminente eyaculación las llegó a sentir incluso en la parte posterior de su cabeza, espárciendose por todo su cuerpo un milisegundo después. Inexorablemente un ronco gemido escapó de su garganta; era la señal de que ya no faltaba prácticamente nada. Su simiente vibraba con la fuerza de un géiser hirviente anhelando tocar el cielo de la matriz. Entonces cerró los párpados y alzó su rostro hacia el techo, exhalando por fin lo que antes no pudo.
—Yo también te amo... —susurró cuando terminó de amalgamar todas sus sensaciones, emociones y sentimientos en la frase recién dicha. —. Te amo, Hinata... —repitió poseído por lo sublime, mientras sentía que se volvía etéreo a medida que se derramaba en su fértil mujer. Los chorros de caliente semen, uno tras otro, se abocaron a golpear impetuosamente el interior de su musa. Su orgasmo fue tan cuantioso que su cuerpo parecía tener la intención de embarazarla a toda costa.
Hinata se sintió en el paraíso. No podía creer que Uchiha le hubiera dicho «te amo» durante su culminación. Precisamente por ello sintió como una montaña de amor le recorrió el cuerpo entero. Gracias a él lo celestial y lo terrenal difuminaron sus límites siempre bien demarcados. Su hombre la amó desatando una sádica locura, pero, después de todo, valió la pena el dolor del inicio si al final recibía un placer tan maravilloso como este.
El soldado finalmente sintió como su alma se reacomodaba nuevamente en su cuerpo. Entonces tuvo la certeza de que, definitivamente, hacer el amor era mucho mejor que tener sexo. Secreto que sólo una persona como él, quien había experimentado ambas cosas, podía corroborar.
Como embrujadas, sus miradas se detienen en la del otro a través del objeto que las refleja. Ambas, albina y negra, alardean una sublime complicidad; una que sólo dos almas que acababan de hacer el amor podían crear.
—M-me tiemblan las piernas... —comentó ella en un hilo de voz que desfallecía—. Si no estuviera afirmada en esta cómoda ya me habría caído. —Tras su acotación se giró como pudo para mirar esos luceros azabaches directamente. Haciendo otro esfuerzo se sentó en el mueble que la había sostenido.
Los dedos de él fueron hacia los cabellos femeninos, disfrutando tanto su fineza como su sedosidad. Eran un verdadero encanto al tacto.
—Es difícil que un varón se preocupe de complacer a su pareja, así que debes agradecerme que te provoqué un orgasmo —todavía con la respiración muy alterada, dijo irguiendo presuntuosamente su mentón—. Que una mujer lo alcance en su primera vez sólo lo puede lograr un hombre como yo —sentenció muy seguro.
A ella se le quitó el habla, pues, aunque buscó una réplica, no supo cómo contrarrestar esa arrogante afirmación. Su prometido nunca cambiaría, pero, por alguna razón ajena a su comprensión, le gustaba que su personalidad fuera contraria a la suya más humilde.
Ante el silencio de ella, el castrense esperó a que sus pulmones consiguieran un ritmo normal de funcionamiento. Luego, ojos brillantes mediante, volvió a parlar.
—Hinata... —extendió una sabrosa pausa tras decir su nombre—, no necesito más tiempo para saber que jamás podría encontrar a otra chica como tú. Quiero estar contigo eternamente porque eres la mujer perfecta para mí.A partir de hoy eres mi prometida, esta vez de verdad —aseguró tajante.
—¿Prometida de verdad? —dijo sin entender del todo.
Extrañamente él dio un suspiro que pareció de fastidio, como si fuera reticente a la siguiente acción que emprendería. Sin embargo, le clavó los ojos y procedió.
—Nunca me imaginé que un día haría esto, pero estamos a punto de vivir una guerra y después puede ser demasiado tarde. Además me corresponde pedírtelo formalmente —dio una significativa pausa, lo cual hizo que Hinata se llenara de expectativas que no comprendía—. ¿Quieres casarte conmigo? —arrojó sin más.
—¿C-casarte conmigo? —iteró tontamente por el asombro que la atacaba, sintiendo que sus mejillas ardían más que el magma. Una cosa era una falsa boda arreglada por sus familias muchos años atrás y otra lo que estaba sucediendo ahora. En este instante era Sasuke mismo quien se lo pedía, expresándole que deseaba pasar el resto de sus días junto a ella. Le fue un hecho increíblemente significativo, algo que la emocionó de una manera que nunca imaginó. Parecía un sueño cursi en vez de la realidad. De hecho, no dudó en apretarse una pequeña porción de piel para verificar que sí estaba despierta.
—Sí, Hinata, quiero que seas mi esposa —confirmó su proposición al verla pellizcándose, una clara muestra de su incredulidad—. ¿Aceptas?
Ella llevó sus manos hacia su corazón porque sintió, genuinamente, que se estaba derritiendo. Por un momento un principio de desmayo le arribó, algo que no le pasaba desde que alcanzó la pubertad. No obstante, logró sostenerse como la aprendiz de guerrera que ya era.
—Acepto.
—Eso sí —mirándola directamente a sus ojos, puntualizaría algo seriamente—, te advierto que habrá una cláusula: tienes que aprender a cocinar mejor.
Ella se sonrojó a la vez que formaba un puchero de niña en sus labios. Una vez que deshizo su mueca, contestó.
—P-por supuesto que mejoraré... —afirmó risueña y conmovida al mismo tiempo.
Uchiha disfruta la curva en esos rojizos labios. También aprecia la belleza de su rostro. No, en realidad ella no era bella: iba mucho más allá de tal palabra. De repente le mira la boca con tanto deseo que éste se manifiesta haciéndolo salivar un poco, tal como cuando se va a comer algo muy apetitoso. Los ecos en su corazón retumban ansiosos e impacientes por devorarla nuevamente. Se inclina para impregnar sus labios con el sabor del amor y ella consiente con ojos más brillantes que el plenilunio. Sasuke se perdió un largo tiempo mordiendo sus labios, lamiéndolos, pero de pronto y por sorpresa, su lengua fue invadida por un sabor salado que le fue difícil de reconocer.
Indescriptible fue su sorpresa al separar su rostro, abrir los ojos y ver que algunas lágrimas recorrían el cutis de su amada, aunque extrañamente no iban acompañadas de sollozos, zollipos o lamentos. Lleno de preocupación entreabrió su boca y frunció el entrecejo, pues verla con lágrimas era un sinónimo claro de tristeza. Sin embargo, sólo un par de minutos atrás había experimentado un orgasmo y una proposición de matrimonio... ¿Entonces cómo era posible que su mujer estuviese llorosa?
—¿Por qué estás así? ¿Todavía te duele mucho? —preguntó con voz abiertamente preocupada y mirada inquisitiva, arrepentido por habérselo hecho tan fuerte en un principio.
La joven fémina le acercó su cara hasta que sus narices hicieron un tierno contacto, susurrándole mientras rozaba sus labios contra los suyos.
—No lloro con dolor..., lloro con amor.
La mirada del guerrero retrocedió como queriendo indicar que eso no podía ser. Comprimió aún más su ceño, intentando descifrar el código de extrañas palabras que su mujer había combinado. ¿Llorar con amor? ¿Qué diablos era eso? Masticó la idea con ánimo de entenderla bien, desatando en su mente un tsunami de pensamientos. A pesar de sus cavilaciones no terminó de comprender cómo era posible llorar con amor.
—¿A qué te refieres? —con auténtica curiosidad, puso toda su atención en la respuesta que recibiría.
La Hyuga le dedicó una linda sonrisa. Tan ávido de una respuesta se veía casi inocente, algo inimaginable tan sólo un par de días atrás. Buscando una respuesta, pensó que sería difícil explicarle algo así a un guerrero acostumbrado a matar. Por ello se masajeó la sien invocando ideas al mismo tiempo que sus lágrimas se detenían.
—La verdad no sé como explícartelo. Tal vez no encuentre las palabras precisas, pero sí te puedo decir que la emoción que estoy sintiendo me supera. Es algo tan lindo, tan emocionante; tengo tal cúmulo de sensaciones que me hacen llorar de felicidad inevitablemente.
El hombre le dio una mirada confusa antes de expresarse nuevamente.
—Sé que las mujeres pueden llorar por felicidad, pero nunca he entendido eso. Es algo que se escapa a mi lógica, pues llorar debería ir asociado a sentimientos de tristeza —explicó elocuentemente el motivo de su caos mental.
Aunque todavía no tenía una respuesta certera, la manumisa enseguida quiso explayarse más.
—Lloré porque tu amor me sobrepasó... —jadeó en una batalla para recuperar el aliento que se le escapaba—. Lloré porque me causaste una emoción gigante e incontrolable. —Se detuvo un momento buscando una definición mejor. —Lloré porque sentí tu corazón en mis manos —suspiró en forma emotiva—. Yo nunca pensé que un sentimiento así podría crecer en tan poco tiempo, pero hemos pasado por tantas cosas, buenas y malas, que esto va más allá de lo que puedo razonar. Jamás creí que pudiera existir algo tan intenso, pero existe. Lo sé gracias a ti.
Sasuke quedó estupefacto. Un silencio absoluto se estancó entre sus labios. ¿Qué podía decir a palabras así? ¿Qué?
Volvió a sentirse culpable de haber maltratado a una mujer como ella semanas atrás. Volvió a sentir que no se la merecía. Cerró los párpados fuertemente al sentir que sus ojos ardían. Tragó saliva al sentir un peso en su garganta. Tembló al recordar cuánto hizo sufrir a cada Hyuga. Odió que su mente trajera de vuelta el momento en que mató a Neji. No lo lamentaba por ellos, claro que no, pero sí por el sufrimiento que sus muertes provocaron en su chica. Suspiró en cuanto sintió que su barbilla no se mantenía firme. El pasado no podía volverse atrás, pero juró, por todos sus ancestros Uchiha, que haría todo lo posible para ser digno de Hinata.
—Es tu amor lo que me catapulta a querer mejorar como persona —le tembló la voz—. Si no fuera por ti seguiría siendo un monstruo. Por eso me esforzaré cada día para retribuir lo que has hecho por mí.
—Lo sé, Sasuke. —A la vez que le acariciaba una mejilla, su semblante se le iluminó—. Confío en que así será.
Uchiha clavó sus ojos en ella como si jamás quisiera mirar a otra mujer en su vida. Hinata, a su vez, lo vio como si fuera el último hombre sobre la faz de la Tierra. Lo que se provocaban el uno al otro era tan increíble, magno e irrefutable que sería casi imposible romperlo.
Casi imposible...
En el suntuoso palacio de Danzo Shimura se celebraba un juicio por hechicería en contra de una mujer. Aunque en su reino existían tribunales encargados de juzgar la mayoría de los crímenes, era el rey en persona quien se entretenía impartiendo «justicia» en los casos de magia negra.
—¡Pero su majestad yo no soy una bruja! —chilló la chica con desesperación, alegando mientras se arrodillaba a los pies del mornarca—. ¡Yo nunca he hecho magia negra ni nada parecido, se lo juro!
—Tu esposo —indicó al susodicho— te ha acusado de hacer hechizos de muerte contra él. ¿Por qué inventaría algo tan ruin contra su propia cónyuge? —preguntó en modo suspicaz.
—Su majestad, mi marido y su familia han inventado esas terribles calumnias contra mí. —Les lanzó una mirada llena de reproche—. Él quiere quedarse con las propiedades que me heredó mi difunto padre y casarse con otra mujer. Le suplico, le imploro, que no cometa una injusticia conmigo.
—No sólo estás imputada por brujería, sino que además tienes el atrevimiento de manchar la honra de tu propio esposo realizando falsas acusaciones —dijo con afectada indignación.
—¡Pero mi rey! —intentó protestar.
—¡Silencio! —se levantó del trono, enfurecido—. No me cabe duda que llevas la maldad en la sangre, pues las mujeres se dejan tentar fácilmente por las fuerzas demoníacas.
El rostro de ella se compungió de una manera horrible, dado que un destino terrible le esperaba. Sus familiares, presas de sufrimiento, debieron morderse la boca o cualquier alegato podría desembocar en el mismo castigo funesto.
—Tampoco has logrado darle hijos a tu marido, que por tu culpa quedará sin descendencia. Es obvio que tus aberrantes pactos con demonios han secado tu matriz, dejándote infértil a pesar de lo joven que eres —La chica, que no debía ser mayor de veinte años, empezó a llorar profusamente. Ella no lo sabía, pero era su pareja quien en verdad no podía engendrar. Lamentablemente en tiempos antiguos la culpa de la infertilidad siempre recaía en la mujer. —A lo anterior hay que sumar el hecho de que eres fea como una bruja —exageró sin reprimirse— y eso es algo digno de quienes se dejan llevar por la oscuridad. —Carraspeó una sola vez a fin de endurecer aún más su voz. —Ya que las numerosas pruebas aportadas por tu marido y su familia han sido incontestables, te condeno a morir en la hoguera por cargos de brujería.
—¡No, mi rey, por favor! ¡No lo haga! ¡Soy inocente, se lo juro!
—Sin embargo —prosiguió Danzo—, no es culpa tuya haber nacido mujer y, por ende, estúpida por naturaleza. Obviamente todas las féminas habrían elegido nacer hombres, pero el destino les fue injusto. Por ello, como soy un rey muy generoso, te daré la oportunidad de defenderte. —Desenvainó una de sus dos espadas y la lanzó a los pies de la mujer, quien miró el arma con sorpresa. —Si logras matarme no sólo te salvarás de la hoguera, también te convertirás en reina. Pelea para cambiar tu destino.
—P-pero mi señor, yo no sé pelear.
—Mujer tenías que ser —dijo enfatizando su desprecio—. Llévensela a la hoguera inmediatamente —miró a sus guardianes— y luego cuelguen su cuerpo carbonizado en la plaza de los condenados.
—¡No! ¡Yo pelearé! ¡Voy a pelear!
Shimura, quien ya le había dado la espalda, sonrió satisfecho. Le gustaba mantenerse en forma dueleando contra mujeres acusadas de brujería o cualquier sujeto que no representara una real amenaza. A su modo de ver era la mejor forma de satisfacer su sadismo a la vez que se mantenía en buena condición física. Pese a que ahora desempeñara el cargo de rey y que su edad rondara los cincuenta años, su instinto guerrero seguía tan firme como en su juventud, por lo cual no podía permitir que sus músculos se oxidaran.
Se divirtió jugando con su víctima un largo rato, hasta que finalmente la desarmó calándole una espada en el antebrazo. Sin estar conforme todavía, le hizo más punciones en distintos y dolorosos lugares. Luego, a viva voz, dio una orden a sus hombres.
—En unas cuantas horas, específicamente al atardecer, esta víbora pagará sus pecados siendo quemada lentamente —dijo esbozando ademanes de satisfacción—. Hacía un buen tiempo que no se castigaba a ninguna bruja, así que corran la voz por toda la ciudad para que mis súbditos disfruten del espectáculo.
—¡Sí, su majestad! —contestaron los soldados al unísono.
—¡Qué todos sepan que en mi sagrado reino nadie puede hacer magia negra! —exclamó airadamente. «Porque sólo yo puedo hacerlo» agregó en un jocoso pensamiento.
Entre los desgarradores gritos de sus familiares más queridos, la condenada fue tomada desde los brazos por los militares y, al arrastre, la llevarían hacia la celda en donde debería esperar su inhumana muerte.
Después de atracar en el puerto, los cuatro élites más peligrosos caminaban por el sendero de esfinges que llevaba hacia el gran salón del trono. Estentóreos gritos de «¡Bruja!» escucharon poco después. Buscaron a la susodicha con sus miradas, encontrándola unos pasos más adelante entre la turba que la maldecía y escupía por igual. Evidentemente ya había luchado contra Danzo por el mal estado en que se encontraba.
—Qué gentuza tan inculta —comentó Sasori, mirando con aires de superioridad hacia la muchedumbre—. Me sorprende que todavía existan engendros que crean en tonterías como las brujerías.
—Igual no es algo que a nosotros nos incumba —replicó Deidara—. Yo podría haber intercedido por ella, pero no tiene la hermosura de un artista —agregó mirándola con disgusto una última vez. Su cara esbozó la misma mueca de alguien que ve algo horrible.
—¿Y qué importa si es una bruja o no? Las mujeres tienen que alegrar la vista o morir, así que una fea menos en el mundo siempre se agradece —arguyó Hidan riéndose a mandíbula batiente.
—Pues a mí me parece linda —repuso Kisame—. En realidad todas las mujeres son bellas —añadió sonriente.
—Tú siempre has tenido gustos muy extraños —acusó el pelirrojo.
—Deberíamos apodarte el «coge feas» en vez de «tiburón» —agregó jocosamente el experto en arcilla.
—Soldados —habló Kisame cuando los militares rasos pasaron a su lado algunos segundos después—, no la quemen hasta que yo llegue al lugar —ordenó.
Tanto los élites como los guardias miraron al tiburón extrañamente, aunque supusieron que tal orden era para gozar la futura calcinación de la chica.
—Sí, señor. Lo esperaremos.
El cuarteto entró finalmente por la puerta de acceso al trono. El rey, todavía de pie, sonrió ampliamente al verlos mientras se servía un vino de fina cepa; unos segundos después dio la orden a su guardia personal de mantenerse al margen, específicamente al fondo del inmenso salón. En cuanto el mandato se cumplió, Danzo retomó la palabra.
—Hoy es un gran día para celebrar, ya que por fin Sasuke Uchiha ha muerto. —Miró a Deidara, suponiendo que su presencia allí significaba aquello. —Y supongo que la reconquista de la isla ya está completada —miró a los otros tres guerreros de forma sucesiva. Luego, a sus anchas, empezó a caminar alegremente.
—Al contrario, estimado Danzo —el artista blondo empleó un tono irónico—, Uchiha mató a veinte FE y los mil doscientos cincuenta soldados que enviaste se pusieron de su parte. Te traicionaron —añadió por si no había quedado lo suficientemente claro.
Shimura detuvo sus pasos en seco y envió lentamente su mirada hacia ellos. El líquido en su vaso empezó a temblar levemente.
—Supongo que te escuché mal. Repite lo que dijiste.
—Dijo que Sasuke acabó con veintiún élites y los más de mil soldados que enviaste te traicionaron —intervino Kisame, repitiendo lo anterior con una sonrisa socarrona.
El mismo asombro que sucedió en la isla rebelde volvió a experimentarse con Danzo, con el añadido de que su vaso cayó contra la alfombra. Ésta era tan mullida que el vidrio no se hizo pedazos, pero sí se derramó todo el licor que pronto se extendió en una ingente mancha. Por incontables segundos las mandíbulas abiertas del quincuagenario no hicieron un mísero movimiento, mientras Deidara se entregaba a la labor de narrar los detalles disfrutando cada reacción del rey. Pasó mucho tiempo hasta que que el monarca logró asimilar la inverosímil noticia y obtener el control de sus desbocadas emociones. Entonces se obligó a idear alguna estrategia que sirviera para resolver el drástico giro de los acontecimientos. Debates y planes se sucedieron uno tras otro hasta que Hidan propuso algo sorprendentemente inteligente para alguien como él.
—Hay que agregar a Kakuzu a la dotación. Así nos será más fácil vencer a Sasuke.
Shimura movió sus mandíbulas dos veces de manera pronunciada, como si estuviera rumiando. Luego lanzó una frase que hubiese preferido evitar, pero que lamentablemente era verdad.
—Kakuzu fue asesinado —informó agriando su faz.
Al instante todos quedaron mudos, pero el religioso fue el más impactado. ¿Su compañero de años muerto? Le era imposible concebir algo así.
—Eso es una vil mentira —reaccionó alterándose enseguida, algo común en él—. Sé que el dios de la codicia está viejo, pero sigue siendo muy fuerte. Incluso para un FE de primera clase sería muy difícil asesinarlo. Es imposible que haya muerto —renegó sumando más violencia a su semblante.
—Es posible porque lo mató alguien más fuerte que cualquier élite: Naruto Uzumaki sigue vivo.
No pasó siquiera un segundo para que los cuatro mercenarios señalaran su sorpresa abriendo desmesuradamente los ojos. Era una ofensa al sentido común que Naruto siguiera vivo después de la terrible emboscada que le habían preparado.
—Me rehúso a creer que ese bastardo siga con vida. Todos vimos la cantidad de flechas que tenía antes de caer por el precipicio —espetó el religioso que se creía inmortal.
—Cerca de cuarenta soldados reportaron verlo con vida y no creo que Uzumaki tenga la capacidad de resucitar, ¿verdad? —afiló su lengua el soberano—. Es evidente que su armadura sólo fue perforada por algunas flechas, mismas que no le tocaron ningún punto vital —apretó un puño con frustración.
—Siempre lo he dicho: no se puede dar a nadie por muerto hasta no ver su cadáver —puntualizó Sasori mirando acusatoriamente a Deidara, quien había cometido tal error con Gaara.
El blondo no quiso replicar. Debía reconocer que en esto su amigo tenía la razón.
—¡Maldición! ¡No puedo creer que Naruto tuviese tanta suerte! —vociferó un iracundo Hidan. Luego lanzó un puñetazo al aire imaginando que le fracturaba la nariz.
—Estas son malas noticias —acotó Sasori, sin perder la compostura en ningún momento. Su calma era envidiable—. Si Sasuke y Naruto unen fuerzas las cosas se pondrán complicadas para nosotros. Si a eso le sumamos a la maldita de Ino, que a pesar de ser mujer no es débil precisamente, el futuro se vislumbra abiertamente oscuro.
—Sasuke y Naruto nunca formarían una alianza —afirmó Hidan empleando mucha seguridad.
—Puede que la hayan formado ya —replicó el titiritero.
—Lo dudo mucho porque se odian demasiado —repuso Deidara a su vez—. Ellos se matarían antes que aliarse.
—Puede que odien más a Danzo de lo que se odian entre ellos. Si es así aplicarían la célebre frase de «el enemigo de mi enemigo es mi amigo».
El silencio que se impuso gritaba que lo antes dicho era una maldita verdad. De los allí presentes Sasori era el más astuto y deductivo, virtudes por las cuales se había ganado el respeto de todos. Era difícil que se equivocara en sus presunciones.
—Sea como sea: si Uchiha, Uzumaki y la Yamanaka suman fuerzas las cosas serán difíciles para nosotros —advirtió Deidara, poniéndose en el peor de los casos enseguida. Su sagacidad también era sobresaliente.
—De la zorra no hay que preocuparse —precisó el adorador de Jashin—, todos sabemos que sin Sasuke protegiéndola habría muerto mucho tiempo atrás. Yo me encargaré personalmente de matarla; esa arpía me pagará por cada una de sus insolencias —sonrió al imaginarse torturándola sádicamente.
—Descartemos a Ino entonces —apoyó Sasori para luego tomarse el mentón—, pero, aun así, y sea juntos o por separado, vencer a Sasuke y Naruto será muy complicado. Necesitaremos traer, imperiosamente por cierto, más tropas desde las colonias porque no tiene buena pinta el futuro.
El ambiente se había tornado pesado y pesimista, pero, fiel a su estilo despreocupado, Kisame plasmaba una ancha sonrisa.
—Vas a tener que pelear por tu reino codo a codo con nosotros, Danzo —advirtió el de peculiar rostro, disfrutando cada palabra—. Más te vale que empieces a retomar la práctica de tu esgrima con verdaderos guerreros desde ya mismo o tu monarquía se puede ir al carajo —agregó punzante.
Al rey no le gustó el tono empleado por el tiburón, pero no era el momento adecuado para enemistarse con uno de sus aliados más fuertes. Ahora más que nunca lo necesitaba para enfrentar a Sasuke. Caminó hacia su trono, se sentó en él, tomó un puro entre sus manos y lo mantuvo ahí, sin llevárselo a la boca ni encenderlo todavía. Aunque la situación era grave, sonrió confiadamente después.
—Aún tengo un as bajo la manga, uno que tenía en caso de emergencia. Sin embargo, nunca pensé que tendría que recurrir a él algún día.
—¿A qué te refieres? —preguntó Sasori, marcando dos arrugas en su frente.
Danzo sólo sonrió, dejando en el misterio la respuesta. No obstante, su mente sí que la dijo.
«No quería hacerlo, pero no tengo otra alternativa: tendré que acudir con el hombre que mejor conoce a Sasuke Uchiha...»
Continuará.
