Hola! Primera actualización del año y lo hago con el capítulo más largo de esta historia, 19,967 palabras en total (casi supero mi límite de 20,000). Siempre intento disminuir el largo de los capítulos, pero al final igual se me pasa la mano escribiendo. Sepan dispensar eso, trataré de que los siguientes tengan menos palabras y detalles ^^u.

Aviso que ya respondí sus reviews, excepto el último que me llegó hace poco (Hola Azkipi, te responderé mañana ;D). Como siempre lo digo, muchas gracias por el apoyo que le dan a esta historia.

Cuento que en este capítulo habrá una escena respecto a la menstruación, por lo cual busqué información sobre como lidiaban con ella las mujeres en épocas antiguas. También tomé a la Biblia como ejemplo, principalmente el siguiente versículo del Antiguo Testamento:

"Cuando la mujer tuviere flujo de sangre, y su flujo fuere en su cuerpo, siete días estará apartada; y cualquiera que la tocare será inmundo hasta la noche". Levítico 15:19.

Los versículos siguientes siguen hablando de la inmundicia de la regla y del aislamiento social, así que me basé en eso para nombrar ese protocolo, pues me imagino que en todas las culturas debía ser parecido o igual.

Sin más que añadir disfruten la lectura y muy feliz 2022 ;D


Vocabulario:

Contencioso: Dicho de una persona: Que por costumbre disputa o contradice todo lo que otras afirman.

Micción: Acción de orinar.

Pérfido/a: Desleal, infiel, traidor, que falta a la fe que debe.

Facineroso: Persona malvada o de perversa condición / Delincuente habitual.

Huronear: Procurar saber y escudriñar cuanto pasa.

Arcano: Dicho especialmente de una cosa: Secreta, recóndita, reservada.

Encallar: Dicho de una embarcación: Dar en arena o piedra y quedar en ellas sin movimiento.

Fondear: Dicho de una embarcación o de cualquier otro cuerpo flotante: Asegurarse por medio de anclas que se agarren al fondo de las aguas o de grandes pesos que descansen en él.

Barcaza: Lanchón auxiliar para transportar carga de los buques a tierra, o viceversa.

Roquedal: Lugar abundante en rocas.

Vilipendio: Desprecio, falta de estima, denigración de alguien o algo.

Posada: Establecimiento económico de hospedaje que solía servir de aposento destinado a albergar viajeros, en ocasiones con sus carros, caballerías, etc.

Carpe Diem: Exhortación a aprovechar el presente ante la constancia de la fugacidad del tiempo.

Segundogénito/a: Dicho de un hijo: Nacido después del primogénito.

Motear: Salpicar de motas una tela, para darle variedad y hermosura.


Esclava Sexual, Capítulo Trigésimo tercero


Hinata, entristecida, caminaba hacia su camarote tras la discusión sostenida con Sasuke. Nunca imaginó que haciendo una pregunta sobre la noche en que casi le clavó el cuchillo, terminaría abriendo su propia caja de Pandora. Su prometido mostró odiar a Naruto con una fuerza que la hizo estremecer de mala manera, por lo cual tuvo la certeza de que si ambos se enfrentaban en otro duelo sólo existiría una ganadora: La Muerte. Como si no fuera suficiente, a lo anterior había que sumar la preocupación que el inminente encuentro con su padre le generaba. No tenía dudas de que la trataría de traidora, culpándola, entre insultos, por haberse enamorado del hombre al cual debió asesinar cuando obtuvo la oportunidad.

Sin duda la química que poseía con el pelinegro era única e irrefutable... ¿Pero cómo eliminar la culpa que sentía por estar a su lado? Sasuke le dijo claramente que junto a Uzumaki no tendría que sufrir por amar al hombre que mató a su familia. Debía admitir que eso era una gran verdad: su padre no la maltrataría, su propia conciencia no la recriminaría, no tendría que estarle pidiendo perdón a Neji y a Rock Lee cada noche...

Suspiró profundo cuando una idea completamente nueva llegó a su mente: ¿Qué habría pasado en caso de matar a Uchiha esa noche en que quedó inconsciente? ¿El destino la habría llevado hacia Naruto? ¿Le hubiera gustado eso?

El solo hecho de que lo vivido últimamente con Uchiha se borrara de un plumazo la hizo sentir acongojada. Para bien o para mal lo amaba, de modo que no deseaba eliminar todo lo que habían pasado juntos. Tampoco deseaba entrar de nuevo en inquietantes crisis existenciales... ¿Pero algún día dejaría de doler el hado que los unió? ¿Realmente se podía dejar atrás lo malo o, como decía el refrán, el pasado siempre te condenaba?

Quiso volver a escribir sus pensamientos en el cuaderno que Sasuke usó para anotarle técnicas de esgrima, las cuales también plasmó a través de ilustraciones. Aquello le serviría para clarificar sus ideas a la vez que seguía entrenando su zurda, misma que empezaba a usar de forma más natural. Creyó que le sería más difícil emplearla constantemente, que le tomaría mucho más tiempo, pero era sorprendente como, concentrándose en ello, podía dejar a la diestra completamente de lado. Aun así le faltaba mucha práctica todavía, pero confiaba en que, con seria dedicación, podría volverse ambidiestra igual que su prometido.

Abrió el cajón del velador, tomando con presteza la pluma y la tinta. A través de letras se dispuso a volver tangibles sus pensamientos, pero su mano se detuvo cuando se puso a releer lo que había escrito la primera vez. Vio sus cuestionamientos sobre el amor, acerca de que nunca estaría con Sasuke, y también tuvo que ignorar otros pedazos inteligibles por culpa de su nula experiencia escribiendo con la zurda. Se sumergió en sus pensamientos y entonces se dio cuenta de que no deseaba volver a escribir cosas tan tristes. Abrió el cajón de la mesita de noche otra vez a fin de guardar los implementos que todo literato apreciaba desmedidamente.

—No quiero acostarme peleada con Sasuke porque siento un dolor incómodo en mi pecho. Trataré de arreglar las cosas antes de dormir.

Cuando se disponía a cumplir lo dicho un cólico azotó su vientre repentinamente, haciendo que su rostro se desfigurara. Habría lanzado un fuerte improperio si fuera de ese tipo de personas.

—Para colmo parece que justo ahora me va a llegar... —lamentó su suerte.

En sus tiempos no existían medicamentos que ayudaran a paliar el dolor menstrual. Tampoco tampones ni toallas higiénicas ultra-absorbentes listas para comprarse en tiendas, farmacias o supermercados. Cada mujer debía hacerse sus propias compresas empleando las telas que creyeran convenientes: algodón o lana en caso de las mujeres con recursos, o simples y humildes paños en el caso contrario. Una porción considerable también optaba por reemplazar lo anterior por musgos o pieles de animales que, se creía, absorbían de mejor manera. Otras hacían una combinación.

La joven se hizo una compresa empleando vendas limpias que, en un principio, estaban destinadas a afirmar sus senos durante los entrenamientos. Luego se puso dos calzones bien apretados esperando que el flujo no le manchara los pantalones. Ahora mismo debería seguir los protocolos de su época y aislarse mientras su regla estuviera activa, pero quería arreglar las cosas con Sasuke antes de hacerlo.

Tras esperar unos minutos a que los cólicos le dieran tregua, Hinata salió del camarote y caminó hacia la popa, sitio al que se había dirigido su novio cuando se separó de ella. Llegando a su destino se percató de que no estaba solo: un hombre muy alto, de unos dos metros y de anaranjados cabellos, conversaba con él. Se quedó quieta al no saber si debía esperar o interrumpirlos. Estudió al desconocido y recordó que lo había visto en el funeral de Suigetsu, acompañando a Karin permanentemente. Debía ser un buen amigo de ella y probablemente también del difunto. Cuando notó que su presencia fue vista por ambos, decidió avanzar al advertir que el semblante agresivo de Sasuke había cambiado.

Al llegar con ellos se sintió intimidada por el gigante de dos metros. Si Sasuke ya la hacía sentir pequeña, ante ese hombretón se percibió diminuta. Con suerte le llegaba al pecho.

—Perdonen que haya interrumpido su conversación, pero como notaron mi presencia decidí acercarme.

—No hay problema —contestó el que era un desconocido para la fémina—. Estaba a punto de irme de todos modos —añadió comprendiendo que una pareja prefería estar a solas en la noche.

—Oh, si es por mí no se preocupe, no es ninguna molestia que se quede. Mi nombre es Hinata, es un gusto. —Se presentó con su acostumbrada y elegante genuflexión.

—El mío es Jūgo —dijo realizando una reverencia tosca y desabrida. Por tal razón, Hinata dedujo que el hombre que tenía por delante no debía tener mucho roce social. Lo más probable es que fuese un guerrero y un enemigo de las muchedumbres.

—Usted era amigo de Suigetsu, ¿verdad? —El aludido contestó asintiendo con su cabeza, a lo cual ella prosiguió su parlar. —Él fue un héroe que nunca olvidaré. Lamento muchísimo que tuviera que perder su vida para salvarnos —le dio el pésame sentidamente.

—Gracias por tus condolencias, pero él está más vivo que nosotros. —De manera lenta, extrañamente significativa, alzó su mirada hacia el firmamento.

Hinata se sorprendió hasta el punto de que enarcó levemente una ceja, un gesto casi inexistente en ella.

—Perdóneme, pero creo que no lo entendí.

El corpulento hombre volvió a darle la mirada.

—Es incorrecto decir que Suigetsu murió cuando en realidad despertó de este sueño al que llamamos vida, en donde estamos limitados y encajonados en un cuerpo físico que no es más que un envase limitante del alma. La vida es un sueño y a todos nos tocará despertar a través de la muerte —declaró manteniendo un tono monocorde.

—¿La vida es un sueño? —musitó tan sorprendida que su voz salió ahogada. De hecho, apenas se escuchó.

—Así es. Esta vida es temporal, por eso la considero un sueño en el que debemos tratar de ser las mejores personas posibles. Si logramos esa meta, eventualmente iremos a un lugar eterno y mucho mejor, un plano superior llamado paraíso en donde nos reunimos con el único dios que existe, nuestro creador celestial.

Sin tener la cortesía de pedir permiso, el asombro invadió a Hinata en menos de un santiamén. Su boca se abrió como si fuera a comer algo.

—¿Un único dios? —preguntó desplegando mucha curiosidad tras unos segundos.

—Así es. Sólo hay un creador y ahora mismo Suigetsu está a su lado.

Hinata parpadeó repetidas veces como si quisiera aclarar su vista. La seguridad con que afirmaba ese sujeto daba a entender que ya había hablado muchas veces sobre su creencia.

—Jūgo ha viajado mucho por el tercer continente y, en sus confines, conoció una religión que cree en la existencia de un solo dios —Sasuke explicó lo que el espigado hombre le contó tan solo unos minutos atrás—. Desde entonces la profesa.

El cuerpo de Hinata no supo de qué otras maneras podía expresar su asombro. Antes enarcó una ceja, se le ahogó la voz, abrió su boca más de la cuenta y también parpadeó repetidas veces... ¿Qué más podía hacer?

—Permítame decirle que eso suena muy interesante —dijo cuando recuperó el dominio de sí, mientras sus ojos se iluminaban en curiosidad.

—Lo es —confirmó el pelirrojo sin añadir más.

—Yo no lo creo —replicó Sasuke, contencioso como siempre—. Las religiones han causado demasiadas guerras. Hay que tener mucho ojo con ellas, pues sus devotos se creen dueños de la verdad y siempre el dios, o dioses a los que alaban, son los únicos verdaderos.

—No puedo hablar por los demás, pero yo respeto todas las creencias —precisó Jūgo, desligándose de lo anterior—. Como le dije antes de que llegara su novia, a mí la religión me ayudó mucho para calmar los demonios que habitaban en mi alma.

—Eso está muy bien —lo felicitó la fémina animadamente—. Si la fe religiosa te ayudó es muy respetable. Los fanatismos que quieren imponer sus ideas a través de la fuerza son los dañinos.

—A mí ningún dios me ha ayudado nunca —intervino Sasuke otra vez—, ni jamás he visto o sentido la presencia de alguno, por lo tanto no creo en seres superiores imaginarios. Lo único que puede sacarte adelante es tu propia fuerza.

—Creer es cuestión de fe. Yo no creo que el universo haya salido de la nada, alguien consciente tuvo que crearlo. Desde la nada no puede salir algo.

—¿Y qué es la nada? Si lo recuerdas, Orochimaru postulaba que la nada no existe, porque si la nada existiera entonces sería algo; algo que precisamente tiene un nombre que se llama nada —argumentó mirándolo fijamente—. Incluso al tratar de describir la nada la tornas en algo —agregó tres segundos después—. Además si crees que sólo desde algo puede crearse algo, ¿de dónde vino tu dios? No pudo producirse desde el vacío, pues, según tú, de la nada no puede nacer algo —explicó elocuentemente pese a que no era algo fácil de explicar a la primera.

—Creo que precisamente por eso el creador del universo es un dios, porque es capaz de superar a la lógica. Él es la excepción porque pudo crearse desde cero.

—Sin embargo, sigues contradiciendo tu propio razonamiento, el cual dice que desde la nada no puede crearse algo. Quieres creer en él y por eso justificas su existencia de una manera metafísica, pero jamás tendrás un argumento sólido para defender su existencia.

—Por eso creer es un asunto de fe, no de lógica. Los seres humanos no tenemos todas las respuestas y, tal como lo dijo, quiero creer en un ser superior.

Sasuke dio un asentimiento a través de un leve gesto.

—Aunque se base en algo imposible de probar, respeto tu creencia.

—Yo también respeto su posición.

Hinata creyó que iban a seguir arguyendo, pero ambos conciliaron sus posturas. ¿Un ateo y un religioso intercambiando opiniones sin discutir acaloradamente o llegar a pelear inclusive? Aunque le pareció curioso, también pensó que entre ellos parecía haber un respeto mutuo que venía desde antes, mismo que los ayudó a debatir en parsimonia. Por su lado, Hinata se consideraba neutral en este tema, lo que actualmente se denomina agnosticismo. No sabía si los dioses existían realmente, pero tampoco los negaba. A su juicio, cualquiera de las dos opciones era posible.

—Bueno, señor Sasuke, me retiro a mi camarote —anunció Jūgo.

—No olvides las espadas que te encargué.

—Por supuesto, señor. Apenas tenga disponibles hierro y fragua, haré dos espadas con la misma calidad que la de Suigetsu. Me encargaré de hacerlas tal como me lo ha indicado. Ahora, con el permiso de ustedes, me retiro. —Bajó su cabeza en señal de respeto hacia ambos. Luego se perdió por el pasillo que llevaba a los camarotes de segunda clase, haciendo rechinar la tablazón con sus más de cien kilos de peso.

La dama miró de manera atenta como, eventualmente, esa fornida espalda desaparecía. Entonces, al quedar a solas, le envió una mirada escrutadora a Sasuke. Seguramente el encuentro con Jūgo le había sido beneficioso, pues podía notar aquello en su semblante más relajado. Se le acercó más hasta quedar a su lado, sin que él reaccionara mal por ello.

—¿Jūgo es buen herrero? —cuestionó con voz tan melodiosa como curiosa.

—De hecho es el mejor que existe.

Lo dicho emergió con tanta seguridad que Hinata no hubiera podido ponerlo en duda ni siquiera intentándolo con todas sus fuerzas. Guardó silencio pensando en qué convertía a un herrero en el mejor de todos y cuáles eran las características que podían forjar un acero de mejor calidad que otro, pero no sintió que ahora fuera el momento de entrar en ese tipo de detalles. A cambio, prefirió enfocarse en el joven que acababa de marcharse.

—Ese hombre tenía el rostro inmutable todo el tiempo y además tiene una voz monótona —comentó mientras sentía que la nariz se le congelaba. Llevó el índice y empezó a frotarse el tabique a fin de calentarlo—. Se ve alguien tan tranquilo como poco expresivo.

—Ahora es impasible y un amante de la naturaleza empedernido, pero años atrás estuvo a punto de ser quemado en la hoguera —precisó Sasuke.

La repentina sorpresa que la abordó, hizo que entreabriera sus labios.

—¿Por qué? —Casi sin darse cuenta, atinó a solicitar más información.

—Por alguna razón sufría ataques de ira incontrolables que, en una ocasión, lo hicieron matar gente a puñetazos y patadas.

—¿Estás hablando en serio? —preguntó con ojos muy abiertos, siendo invadida por un temor muy comprensible. Debía ser aterrador morir así en manos de un hombre de dos metros y tan corpulento como un león.

—Yo no bromeo. Se pensó que estaba endemoniado y él mismo, sintiéndose culpable cuando recuperó la cordura, se entregó para morir en la hoguera. Sin embargo, Orochimaru asaltó el carromato que lo trasladaba, capturándolo para experimentar con él y convertirlo en un arma de guerra útil para sus propósitos. —Se dio una pausa para que su mente siguiera yendo hacia atrás en el tiempo. Hinata, en total silencio, respetó su abstracción. —Jūgo nunca ha comentado sobre eso —continuó de repente—, de modo que no tengo idea qué cosas habrá vivido, pero, cuando asesiné a mi maestro, lo liberé de la prisión en que estaba confinado.

—¿Por qué hiciste eso? —preguntó después de que su boca formara la cuarta vocal.

—No lo sé realmente; quizás fue porque su mirada destilaba una tristeza parecida a la mía. No parecía un mal tipo.

—Se ve un hombre tan tranquilo que me cuesta creer que sea tan peligroso.

—Recuerda que las apariencias engañan.

Antes de poder entregar una respuesta, la manumisa volvió a sentir un retorcijón uterino que le hizo arrugar la nariz y apretar los labios. Dirigió su rostro hacia el mar para ocultar su gesto de dolor mientras se hacía tronar un dedo. Luego miró de reojo a Sasuke, quien, al parecer, enfocaba el firmamento sin haberse dado cuenta de nada. Esperó un par de minutos hasta tener la sensación de que sus molestias cesarían un rato por lo menos. Entonces retomó el asunto que la llevó hacia él.

—¿Estás más tranquilo que en proa, verdad?

—En ningún momento perdí la calma.

—Golpeaste la baranda —le recordó ella.

—Eso sólo fue un desahogo, perder la calma va mucho más allá —corrigió a su modo hosco.

—Seguramente tienes razón. Yo sólo sé que no me gusta discutir contigo.

—Te advertí que si no te ibas a dormir terminaríamos discutiendo —le espetó tajante—. La culpa es tuya.

Ella guardó silencio ante sus duras palabras. Su rostro se desdibujó.

—No podía conciliar el sueño mientras estamos peleados. Vine acá porque quiero arreglar las cosas.

—¿Y cómo pretendes arreglarlas?

—No lo sé..., simplemente vine impulsada por mi corazón.

—Esa no es una buena estrategia. Si fueras general dejarías mucho que desear.

—Seguramente, pero es lo único que se me ocurrió. Supongo que soy más arrebatada de lo que pensaba.

Uchiha cerró los ojos. Luego los abrió; despacio, sin apremio.

—¿Qué deseas que te diga? ¿Que le perdonaré la vida a Naruto? ¿Que no me importa que mi futura esposa se haya fijado en él?

—Sólo quiero que no me odies por algo de tantos años atrás. Naruto no significa nada más para mí que un amigo.

Una pausa se hizo; una que fue rota tras veintisiete segundos y un leve suspiro añadido.

—No podría odiar a la chica que me salvó de la oscuridad. Nunca.

—Gracias... —dijo emocionándose por el tono tan solemne empleado por él—, pero igualmente te enojas conmigo. Y también dices que matarás a Naruto cuando él ni siquiera se fijó en mí.

—¿Y qué quieres? Yo no soy una buena persona, Hinata. —Su mirada se encendió, aumentando de ese modo la fuerza de su sentencia. —¿Todavía no te das cuenta de eso?

—Pero sé muy bien que quieres mejorar —protestó encarándolo—. Me lo demostraste con Sai.

—Eso no significa que me sea fácil controlar el odio que todavía llevo por dentro.

—Pero eres el más fuerte, ¿verdad? Por eso esta batalla también la ganarás —aseveró confiando plenamente en él—. Vas a derrotar al odio, lo sé.

—No estoy tan seguro de ganar esa batalla —lo puso en duda seriamente.

—¿Por qué lo dices?

Uchiha, buscando las palabras precisas, cerró los párpados. Volvió a abrirlos cuando halló lo que deseaba.

—Antes todo mi odio iba dirigido hacia tu familia. Cuando supe la verdad de lo que pasó entonces también lo guie hacia Danzo. —Hinata volvió a comprobar lo que ese nombre provocaba en él. Su talante entero se contagió de una furia impresionante. —Quizás ahora también necesito odiar a Naruto.

—A él no, por favor —pidió con una voz resquebrajada que se sincronizó perfectamente con una nueva molestia que acudió a su vientre, aunque no tuvo la fuerza como para adquirir el nombre de cólico.

Él, creyendo que ese sufrir se debía exclusivamente al rubio guerrero, la miró con sumo desdén. Se tomó un prolongado tiempo para templar su enfado, lo cual lo terminó llevando hacia una interesante idea que, de hecho, ya se había planteado otras veces.

—Puede que en realidad me odie a mí mismo más que a Uzumaki.

—¿A ti mismo? —preguntó muy contrariada. El gesto de su cara se encargó de revelarlo claramente.

—Así es.

—¿A qué te refieres?

—Reflexionando he llegado a la conclusion de que me odio a mí mismo por todo lo que hice en nombre de mi venganza. —Frustrado, cerró el puño fuertemente. —Mientras más tiempo paso conociendo tu nobleza, más me digo que yo no merezco una segunda oportunidad, no después de torturar y matar como lo he hecho. Es triste aceptarlo, pero junto a mí estarás condenada a sufrir por el terrible pasado que nos unió.

Hinata se sorprendió por el cambio de su tono. En primer lugar lugar sonaba enojado, impotente, para luego variar a uno que parecía... ¿arrepentido?

—Tú me dijiste que te convertirías en el hombre que yo merezco. Eso es lo que tienes que hacer y en lo que confío; mientras trates de hacer lo correcto yo seguiré contigo apoyándote.

—¿En verdad crees que estarás conmigo hasta el final? El amor eterno es muy difícil de conseguir, prácticamente un fantasioso cuento de hadas —cuestionó duramente.

—Quiero creer que sí existe. Sé que será muy difícil superar el pasado, ¿pero cómo saber si el amor es verdadero si no se superan los malos momentos? —Hecha su pregunta, ilusión y fuerza se condensaron perfectamente en los vibrantes brillos de sus ojos. —Mi institutriz, la señorita Kurenai... —se detuvo unos momentos al recordarla con mucho cariño—, generalmente me enseñaba a cómo ser una dama intachable, una buena esposa y cosas de la alta sociedad, pero otras veces también me hablaba sobre el amor. Una vez me dijo que era fácil estar en la buenaventura, pero que el amor de verdad se veía en la desgracia. Y creo que nosotros hemos estado superando muchas.

Sasuke la miró queriendo tener el mismo optimismo que ella; recuperar esa ingenuidad que la vida se encargó de quitarle de cuajo. ¿Pero por qué Hinata seguía conservándola a pesar de todo lo que había perdido?

—Ella también solía decir —continuó Hyuga— que sólo puede haber dos caminos ante cada problema de pareja: que el amor se debilite o que se fortalezca. ¿Cuál camino tomaremos nosotros?

—El segundo.

Ella, queriendo verle ambos ojos, le apartó el mechón que solía caer por su lado izquierdo, colocándoselo detrás de la oreja. Aprovechó, entonces, de acariciarle amorosamente el resto de sus cabellos. Él respondió haciéndole lo mismo.

—Liberaré a tu padre en cuanto lleguemos a la costa. —La expresión en su rostro dejó claro que le molestaba la idea. —Y, aunque no me guste —recalcó de modo verbal lo que su gesto ya decía tácitamente—, tú también eres libre de irte con él si eso deseas.

—Lo sé. Muchas gracias por eso.

Se produjo un beso cómplice y después, al separarse, hizo acto de aparición un nuevo silencio. Hinata notó que el aire que le daba en el rostro era más helado que cuando viajaba hacia la nación de ultramar, indicándole que el cambio de estación desde el verano al otoño comenzaba a concretarse. Se puso la bufanda más alta en el cuello, aunque sus dedos terminaron jugueteando con ella. Unas veces la ajustaba y desajustaba; otras la subía y la bajaba. El mar seguía sorprendentemente tranquilo, aunque temía que tal condición desembocara en una tormenta justo antes de llegar a la costa. Se perdió un rato recordando los vendavales y los relámpagos nocturnos que la asustaban cuando niña. Sólo la compañía de Hanabi, quien se abrazaba a ella buscando consuelo, impedía que su miedo se convirtiera en pavor. Se quedó pensando en su amada hermanita un prolongado lapso hasta que recordó que Sasuke seguía a su lado. Lo vio perdido en sus propias cavilaciones y buscó un tema del cual hablar. Pronto llegó una duda que sostuvo desde que había conocido a Ino y que plasmaría en este mismo momento.

—¿Te puedo hacer una pregunta personal? —habló a fin de preparar el terreno.

—¿Quieres volver a pelear?

—No, por supuesto que no. Es muy ingrato discutir contigo, me hace mal. Esta vez es una pregunta mucho menos complicada.

—Hazla, pero no te aseguro que no discutiremos de nuevo.

Esa respuesta la hizo guardar mutismo durante unos segundos. Trató de dilucidar el futuro, llegando a la conclusión final de que su pregunta no suponía ningún riesgo. Para discutir se necesitaban dos y ella no iba a hacerlo por este tema.

—¿Por qué nunca te fijaste en Ino?

—¿A qué viene esa pregunta?

Hinata empleó la mano diestra para agarrarse el codo izquierdo. Responder lo cuestionado la hizo sentirse insegura al compararse con la blonda; un cotejo que sentía perder por paliza. ¿Por qué tenía que sentirse así respecto a ella o a Karin? Inseguridad, sólo eso. Sabía que debía aumentar su autoestima y había conseguido un avance durante el último tiempo, mas le faltaba mucho camino por recorrer aún.

—Ella es muy guapa —inició su réplica—, carismática, inteligente, y una guerrera igual que tú. Al lado de ella cualquier mujer podría sentirse disminuida... Incluida yo... —Su último pensamiento emergió en voz alta, por lo que reaccionó tapándose la boca con una palma. No pretendía decir eso, pero la frase se liberó como si tuviera vida propia.

—Sé que te falta seguridad todavía, pero no deberías compararte con Ino. Tú también tienes grandes virtudes.

—Muchas gracias..., pero eso no responde mi pregunta —insistió del modo en que lo solía hacer él.

Sasuke dio un respiro con gusto a fastidio, empero, se dispuso a contestarle de todos modos. Se tomó varios segundos para organizar sus ideas; luego su boca se movió a fin de expresarlas.

—No me fijé en ella porque siempre la traté como un hombre. Antes no conciliaba la idea de que una mujer pudiera ser fuerte; siempre me parecieron débiles y lloronas. Además, ver que se asustaban hasta por un ratón correteando por la calle no ayudó a que mi concepto del género femenino mejorara. Sin embargo, Ino era distinta y por eso la traté igual que a cualquier varón.

—Pero Ino es una mujer por más que use un abrigo militar que oculte sus curvas —puntualizó a la vez que hacía el gesto de ponerse esa prenda encima—. Su agraciado rostro y su fina voz lo hacen notar de inmediato.

—Sin embargo, tratarla así fue lo que nos permitió acercarnos. Evitó que nuestra relación fuera rodeada por patéticos sentimentalismos que escalaran más allá de lo estrictamente profesional.

—¿Eres de los que cree que no existe la amistad entre hombre y mujer? ¿Que no se puede ser amigos cercanos sin sentirse atraídos?

—No me interesa ese tema —desdeñó indiferente—. Hice lo que me pareció mejor y punto.

—Pues yo creo que sí existe —insistió con lo anterior—, pero que depende de las personas involucradas. Quizá pueda ser difícil que haya amistad entre sexos opuestos, pero, por ejemplo, yo tuve un muy buen amigo que se llamaba Kiba y nunca se fijó en mí porque a él le gustaban las mujeres fuertes y decididas. Yo tampoco me fijé en él porque no era mi tipo.

—Porque tu tipo era Naruto, ¿no? —espetó, cizañero.

—No empecemos, por favor... —contestó de manera suplicante—. ¿Crees que tu decisión de tratarla como un hombre fue la mejor? —trató, desesperadamente, de mantenerse en el asunto principal.

Sasuke, para gran sorpresa de ella, no prosiguió su odio contra el rubio. Sólo le quitó la mirada y dio una respuesta.

—Fue lo mejor —concluyó sin añadir más.

Hinata enfatizó una negativa moviendo su cabeza tres veces.

—No creo que haya alguna mujer que le guste ser tratada como hombre. Nunca debiste relacionarte de ese modo con ella; el respeto es un derecho que todos debemos tener más allá del género que tengamos.

—El respeto no es un derecho, el respeto se gana —refutó tajante—. Así pensamos los fuertes.

Hinata resopló. A veces la terquedad de Sasuke llegaba a ser exasperante.

—Pues debiste aceptar que Ino se ganó tu respeto siendo mujer.

—Te guste o no, así eran las cosas si querías recibir mi respeto —dijo agravando su voz al sentirse medio irritado—. Pero si te conforma —matizaría lo anterior— ahora sé que las mujeres también pueden ser fuertes. Ino no era sólo una excepción y eso lo aprendí gracias a ti.

Tal reconocimiento hizo que Hinata disminuyera la molestia que iba encarnándose en las raíces de su ser. Sintiéndose cansada se dirigió hacia la banca más cercana y, acostumbrada a usar vestidos en vez de un pantalón, estiró la tela antes de sentarse para no arrugarla. Por alguna razón miró sus manos y un impulso la condenó a que sus dedos se enfrascaran en una guerra contra el padrastro que tenía. Quería sacárselo sin que doliera.

—¿Ino es una amiga para ti o sigues considerándola como una subordinada solamente?

—Estás muy preguntona esta noche —recriminó dejando claro su fastidio.

—Soy curiosa —contestó sin amilanarse.

Sasuke bufó al darse cuenta que, antaño, la habría mandado a callar en vez de responderle. Esa mujer lo estaba ablandando.

—En un principio sólo me pareció alguien útil para mis planes, una herramienta conveniente que podría desechar en cualquier momento. —A lo dicho, Hinata cambió sus facciones hacia una mueca que Uchiha no supo leer. Nunca se la había visto antes. —Sin embargo, las cosas fueron cambiando con el tiempo y, por su lealtad, dejé de verla sólo como un elemento descartable. Sé que Ino es la única persona, aparte de ti, que se preocupa por mí sinceramente.

—Por eso mismo te lo pregunto, ¿nunca pensaste en verla de otro modo?

—¿Para qué? ¿Para hacerla sufrir igual que a Karin? —cuestionó rudamente—. Hay cosas que es mejor evitar porque sabes que terminarán mal. —Se acarició una ceja a contrapelo mientras enfocaba un mástil, perdiéndose unos segundos en sus recuerdos. —Con Karin me daba igual porque nunca me importó realmente. Con Ino, en cambio, peleamos muchas batallas codo a codo. —Dio una pausa para que su novia comentara algo, pero sus ojos atentos sumándose a su silencio le hicieron continuar. —Seguramente te sorprenderá lo siguiente, pero te lo diré por la confianza que me inspiras: aunque nunca se lo haya dicho, Ino es alguien importante para mí. Por eso la mejor forma de protegerla era no mirarla como a una mujer, mantenerla siempre alejada.

Hinata ya se lo imaginaba, pero ahora verificó, de su propia boca, cuán valiosa le era la blonda. Ni siquiera cuando el odio lo consumía quiso hacerle daño. No supo por qué necesitó bajar la cabeza, como apesadumbrada.

—Ya veo —se limitó a decir.

—En todo caso —precisaría algo significativo— ella nunca se fijó en mí ni yo en ella; eso permitió que pudiéramos relacionarnos sin complicaciones ni molestos sentimentalismos.

«Ay, Sasuke, si supieras la verdad que ella me confesó...». Empezó a darle vueltas al asunto mientras se tiraba el cuero suelto del dedo casi sin darse cuenta. Cuando sintió dolor detuvo su acción.

—Yo pienso que habrían hecho una buena pareja —dijo de repente.

No supo por qué razón quiso que él le negara esa afirmación. Tuvo la imperiosa necesidad de escucharlo, pero lo que iba a recibir no sería lo que esperaba.

—Si quieres la desposo junto contigo. Puedo tener dos esposas o un harem si quiero —picaneó esperando alguna reacción de su prometida, lo cual consiguió: formó una mueca de disgusto.

—Es primera vez que haces una broma.

—¿Y quién dijo que estaba bromeando?

—Sasuke... —formó un puchero.

Él se acercó a su musa, se sentó a su lado, la tomó del mentón y entonces le dio un beso más largo de lo normal.

—Tus celos son mucho más disfrutables que los míos —dijo cuando separó sus labios de los de ella—. Hasta celando eres tierna.

Ella, muy avergonzada, desvió la mirada. Luego utilizó su melena para cubrir el fulminante sonrojo que la asaltó.

—Adoro tu carácter tan opuesto al mío —dijo mientras le acariciaba la coronilla—. Eres única, Hinata.

La joven se sintió muy feliz, pues su prometido rara vez la halagaba. Inspirada por él, liberó algo que había pensado muchas veces en cuanto a la relación que sostenían.

—¿Sabes? Es muy sorprendente que en tan poco tiempo sienta que te conozco desde siempre, como si fuéramos almas reencarnadas que se han reencontrado después de pasar muchas vidas sin coincidir con el otro. Somos tan opuestos, pero de alguna manera inexplicable me siento muy conectada a ti.

—Me pasa exactamente lo mismo —dijo muy conmovido. Incapaz de pestañear le encajó la emoción de sus ojos, dándole, después, el beso que a menudo se consideraba como el más puro de todos.

Durante el nuevo silencio que se hizo, Hinata se alegró de que sus molestias uterinas hubieran dado marcha atrás, por lo menos por ahora. Luego aprovechó de reacomodar su bufanda para que envolviera de mejor forma su cuello y, acto seguido, le lanzó una mirada a Sasuke, quien, a su vez, parecía observar un punto fijo en el mar... ¿O más bien estaría perdiéndose en sus pensamientos?

Faltaban apenas dos días para llegar a la costa, lo cual la llevó a pensar en su futuro matrimonio. Fue entonces que se envolvió en una idea que la hizo soñar despierta durante un largo lapso. En cuanto despertó de su alegre ensoñación, se le ocurrió comentarla enseguida.

—¿Sabes? Recién estaba imaginándome que bailaba contigo en nuestro casamiento. —Sus ojos brillaron efusivamente al decirlo.

—¿Piensas invitar a Naruto a nuestra boda? —pasando por alto lo anterior preguntó de modo cizañero, ya que la fantasmal presencia del aborrecible blondo seguía rondando por su cabeza. Uchiha era de aquellos sujetos que insistían una y otra vez con el tema que les disgustaba, empecinados como ogros en tratar de obtener alguna respuesta que los complaciera, aunque, en honor a la verdad, ninguna podría lograr tal cosa.

—Ay, Sasuke, no arruines el momento —se quejó ella formando un expresivo puchero.

Él la estrelló contra un mástil, acorralándola de un modo muy dominante.

—Lo arruino porque no quiero que vuelvas a mencionar nunca más su nombre. —Posesivo, la acercó dándole un tirón desde la cintura. Pronto su mano se inmiscuyó por debajo de la blusa hasta llegar a la altura de su nuca, iniciando, desde ahí, un viaje descendente en que tocó su espina dorsal como si fuera un instrumento musical. Cada vértebra era una tecla que invitaba a proseguir la travesía hasta el mismísimo coxis.

Hinata se sintió nerviosa de que algún soldado noctámbulo pudiera verla, pero también le subió la adrenalina la sensación de riesgo indecoroso.

—Tú me perteneces, Hinata. Eres sólo mía. —Le dio un beso largo y muy intenso, mientras su mano seguía descendiendo por la parte baja de su espalda. Muy pronto se inmiscuiría por debajo del pantalón—. Que te quede claro que ya no eres mi esclava, pero sigo siendo tu dueño —señaló cuando separó sus labios de los femeninos.

Temiendo que Sasuke descubriera que andaba con compresas, algo que sin duda sería vergonzoso para alguien aún tímida como ella, trató de apartarse un poco a la vez que le sujetaba su ansiosa diestra.

—M-me gusta que seas mi dueño, esa es mi voluntad, pero también necesito que controles tu oscuridad. Me hace daño cuando te pones agresivo y no me refiero únicamente a lo físico. Créeme que no me gusta discutir contigo como lo hicimos denante. —Formó un gesto triste que verificó lo expuesto.

Un sentir de culpabilidad se apropió de Sasuke, provocando que un resoplido escapara desde sus labios como una explosión. Se alejó dejando su actitud posesiva, permitiéndole a Hinata recuperar su espacio personal.

—Sabes que no quiero hacerte daño, pero necesito más tiempo. Quiero mejorar como persona, volver a tener la bondad de mi niñez, pero es difícil. Cuando el odio me cegaba las cosas eran mucho más simples.

—Sé que te es complicado, pero, tal como le dijiste a Sai, también sé que lo conseguirás —sonrió verdaderamente esperanzada mientras entrelazaba sus dedos con los de él.

Al toque de manos, Uchiha sintió que todo rastro de egoísmo se desvanecía. No sabía qué clase de fuerza ejercía ella sobre él, pero definitivamente le hacía experimentar cosas que Karin jamás. Había una conexión muy distinta, cuyo influjo propició que sus labios se movieran para alinearse con los de ella. Y todos los sentires tormentosos, los celos, la pasión, la posesión, ahora confluían expresándose en un contacto de bocas que se volvió ternura en su estado más puro, logrando que dos seres consumidos por las telarañas del dolor adquirieran un precioso significado de felicidad.

Envuelto por el calor que su musa le provocaba, sus emociones fluctuaron paulatinamente desde lo tierno hacia lo pasional, por lo cual, enceguecido por el afán de remarcar que Hinata le pertenecía, le apretó fuertemente el glúteo izquierdo.

—Sasuke... —Al oír su nombre con un tono preocupado, Uchiha comprendió que ella deseaba que la mirara. Gracias a la atención que le puso notó que se volvía ruborosa antes de retomar el habla. —Tengo que decirte algo... —avisó antes de que esa deseosa mano quisiera irse a su entrepierna.

Esperando sus futuras palabras, el guerrero detuvo sus acciones a la vez que adquiría un cariz de extrañeza.

—T-tendré que aislarme por algunos días.

Uchiha formó una instantánea mueca de insatisfacción.

—¿Te llegó la regla, cierto?

—Eso es muy íntimo como para decirlo así. —Jugueteó con sus dedos nerviosamente a la vez que bajaba su mirada, cosa normal tomando en cuenta que, en sus tiempos, era un tema tabú que nunca habló con ningún hombre, ni siquiera con Neji. Por lo que sabía desde rumores vertidos entre paredes, los varones solían escandalizarse ante la sola mención del ciclo menstrual.

—No seas tan niña, no tiene sentido que te pongas tímida conmigo después de haber hecho el amor. Dímelo con confianza que para algo seré tu esposo —dijo más demandante que comprensivo.

—E-está bien. —Como su voz tembló, carraspeó para aclararla. —No ando enferma todavía, pero tengo síntomas de que me llegará pronto. —Podía parecer curioso, pero el témino «enferma» se usaba mucho incluso hasta finales del siglo veinte, aunque, por supuesto, la menstruación no se trataba de ninguna enfermedad—. Me han dado algunos cólicos premenstruales, unos incluso los sentí mientras hablábamos —dijo sintiéndose algo cohibida todavía.

—Ya veo —dicho esto, se agarró el mentón—. En todo caso no vi que mostraras dolor.

—Las mujeres nos aguantamos, no nos queda otra. Voy a quedarme encerrada en otro camarote hasta que se me pase.

Permanecer aislada era algo muy común en su época, ya que la menstruación era considerada como algo muy sucio, indeseable e impuro, mitos alimentados desde los tiempos prehistóricos en que se pensaba que el olor de la sangre menstrual atraía a los depredadores.

—¿De qué hablas? Te quedaras conmigo en el mismo camarote. Sólo pone bien tus compresas para que no te manches.

—¿Estás seguro? —Paró de jugar con sus dedos al ser abordada por la sorpresa, misma que se diluyó al entender que Uchiha era demasiado listo como para regirse por tabúes o tradiciones sin sentido.

—Completamente.

—Gra-gracias...

—Lo que me molesta es que esto pase justo cuando voy a follarte —añadió cortando, sin intención, los pensamientos de su musa—, pero al menos sabemos que no quedaste embarazada.

—Ay... —Se tapó el rostro con sus palmas, ojos incluidos—, no sé cómo lo hiciste, pero ni siquiera pensé en eso cuando hicimos el amor. Fui demasiado irresponsable y despreocupada —se culpó, severamente avergonzada de sí misma.

—Yo sí lo pensé, pero sabía que no quedarías preñada. Tu excitación era casi blanca y viscosa, lo cual indicaba que no estabas en tus fechas fértiles. Durante esos días el líquido es más transparente y acuoso.

Ella se sonrojó e incluso se perturbó por la ligereza con que Sasuke hablaba del tema, pero pronto sus primeras sensaciones fueron reemplazadas por la sorpresa que le generó lo comentado.

—¿Estás hablando en serio? Yo soy mujer y no sabía eso.

—Eso es normal porque el sexo es un tabú, pero Orochimaru, además de la esgrima, me enseñó muchas cosas sobre biología humana. Como te dije, mi maestro era un tipo muy inteligente. De no ser un facineroso, habría pasado a la historia como una de las grandes mentes que tuvo la humanidad. A la altura de Platón o Aristóteles.

—Es una lástima que siendo alguien tan sabio fuera también tan malvado.

Él no añadió más al respecto, aunque sí volvería al tema anterior.

—Por cierto —le daría un consejo a su prometida—, deberías tomarte una deliciosa sopa de sapos y ranas. Dicen que hace que la regla se vaya antes.

—Ay..., he oído eso muchas veces, pero no creo que funcione. Además, me da asquito comer una sopa de eso —se rió nerviosamente al esbozar una delante de sus ojos.

Él asintió con un brillo en sus negros ojos. Después se hizo un silencio en que miró al mar deseando que se asomara un grupo de delfines como los de anoche. Una ballena errantes también apareció como una espectacular posibilidad. Si era época de migraciones, entonces no sería tan improbable ver una. Escrutó atentamente las olas esperando hallar alguna señal de vida aunque ésta fuera pequeña, pero ninguna suerte tuvo. Entonces se sumergió en reflexiones de índole íntima. Pasó un largo rato hasta que la bella joven quiso hacerle una pregunta al notarle un semblante distraído. ¿O tal vez la palabra correcta era meditabundo?

—¿En qué piensas?

Al escuchar la dulce voz de Hinata, Sasuke parpadeó como si despertara de un trance.

—Siendo un guerrero no debería decírtelo —contestó tras observarla fijamente varios segundos.

—¿Qué cosa? Lo que sea dímelo, por favor —solicitó entrañablemente—. Confía en mí, abre tu alma conmigo.

Uchiha optó por mantener una apatía obligada. Por su parte Hinata no pudo leer su misterioso semblante, sintiendo que descifrarlo era un trabajo muy difícil ahora mismo. Le recordó a Sai por ello.

—Está bien, te lo diré aunque no me guste. —A regañadientes, aceptó dejar sus reticencias de lado—. Pensaba en que si me hubieras clavado el cuchillo esa vez, nunca podría haber disfrutado esos delfines de anoche, no me hubiese alegrado hoy viendo a un simple gato; tampoco valoraría cosas hermosas como la dulzura de tu voz, tu mirada afable... —se detuvo un momento buscando con qué cualidades continuar—, la sensibilidad de tu ser, o gozar de una noche de placer como la que tuvimos.

Ella se emocionó mucho con lo primero y se ruborizó otro tanto con lo último.

—Yo no sé qué decir... —Su voz, sus ojos, su cuerpo en sí, tiritó de emoción.

—No digas nada. Me basta con ver tu brillante mirada.

—Tengo que decir algo, pero dame unos segundos porque me dejaste sin palabras —se dio el tiempo de hilvanar sus ideas, su cerebro incrementando sus funciones sinápticas por consecuencia—. Nunca me habías hablado de forma tan linda antes y créeme que yo también me alegro mucho de haber tomado la decisión de perdonar en vez de asesinar. Te amo, Sasuke.

Un milisegundo después que terminara la última frase, le vino un calambre uterino que la hizo quejarse mientras distorsionaba sus facciones.

—Que te venga un dolor justo cuando me declaras tu amor no es buena señal —comentó mientras examinaba con curiosidad el rostro afligido de su musa.

Ella apretó sus labios, para luego humedecerlos pasándoles ansiosamente la lengua. Sintiéndose incómoda, empezó a caminar de lado a lado empleando pasos cortos y apresurados.

—Ya se me pasará —dijo resignándose como cada mes—. Además, siempre se dice que son compañeros de viaje.

—¿Los cólicos y la menstruación?

—En realidad —detuvo sus pasos para mirarlo— me refería a otra cosa, pero tu deducción es muy certera también. —A pesar del malestar que sentía, igualmente le nació una sincera sonrisa.

—¿A qué aludías entonces?

—Los compañeros de viaje son amor y dolor. Por eso mismo riman.

—La vida en sí es dolor —corrigió él—, pero a veces puede ser hermosa también. Eso lo descubrí gracias a ti.

—Sasuke... —soltó su nombre, intensamente emocionada.

Embelesado por esos demostrativos ojos albinos, Sasuke sonrió en sus adentros al sentir que Hinata era como una primavera llegando tras un infinito invierno. Definitivamente, ella había logrado descongelar su corazón.

—Te diré algo —anunció inspirado por sus últimos pensamientos—: Desde niño la única razón de mi vida era vengar la muerte de mi familia. Nunca me proyecté más allá de la muerte de Danzo. Después de asesinarlo mi existencia no tendría ningún sentido, probablemente habría sido consumido por mi odio hasta morir luchando contra Naruto, pero tú me diste una oportunidad, tú me diste la posibilidad de resarcir mis errores, de darme cuenta que la vida no era tan asquerosa y ruin como pensaba, que quizás, después de todo, la vida es un hermoso regalo en vez de una maldición.

Azotada por una ternura irrefutable, la joven sintió que el cuento de Ino cobraba vida: Sasuke seguía siendo el cactus herido al que sólo una ardilla como ella podía sanar. Y lo estaba consiguiendo.

—Yo sólo intento hacer lo correcto —replicó modestamente.

Él quiso sonreír al comprobar una vez más cuán diferentes eran. Él, soberbio como nadie. Ella, humilde como ninguna. Afectado por el cariño, vivió, a todo fulgor, una gran sensación de gratitud por la oportunidad de redimirse que su musa le brindaba.

—Me parece que nunca te agradecí por perdonarme la vida esa noche.

—No...

Como nunca lo hacía, la miró con una ternura desplegada sin vergüenzas, sin filtros, sin caretas. No hizo falta que le dijera gracias de modo verbal, su expresión emocionada fue más honesta y explícita que cualquier palabra. Hinata, impulsada por su alma, respondió besándolo apasionadamente mientras la emoción se la comía viva.


Un trío de vigías llegó a la mansión Uchiha casi tres días después, anunciándole a Ino que las naves del rebelde pelinegro fueron avistadas por botes de reconocimiento. En un par de horas, probablemente, desembarcaría muy cerca de la ciudad más norteña del reino, la cual estaba rodeada por una cordillera tan empinada que resultaba imposible escalar. Sólo existían dos caminos que conectaban la urbe con el resto del reino, lo cual era una situación casi tan provechosa como la que eligieron los trescientos espartanos.

—Recuérdenle al rey que el tiempo empieza a correr desde que Sasuke pisa tierra firme, no antes —dijo tomando en cuenta que le tomaría tres horas llegar al lugar anunciado.

—Se lo diremos.

Una vez que los tres hombres desaparecieron de su vista, la soldado fue hacia el establo, sacó el carruaje y lo enganchó a los equinos. Tal acción se debía a que tendría compañía en su viaje a la costa; por ello entró a la mansión avanzando hacia la habitación número trece, descolgó la traba, abrió la puerta y dio cuenta que el líder del clan Hyuga hacía sus necesidades urinarias. Por fortuna estaba de espaldas, de modo que no vería nada indebido.

—Podrías tener la decencia de avisar que vas a entrar o, por lo menos, de no entrar tan rápido —la recriminó mientras terminaba de orinar.

—Créeme que tú no tienes nada que me interese ver —espetó la blonda mientras se volteaba hacia la puerta.

—Tú tampoco tienes nada que me interese —replicó mientras agregaba «bruja» mentalmente. En cuanto concluyó la micción, sacudió su miembro varias veces para luego guardarlo dentro del pantalón nuevamente. Se subió la cremallera y luego se volteó. —¿Qué quieres?

—¿Terminaste? —Había dejado de sentir el sonido de la orina cayendo, pero quería cerciorarse de no observar algo que no deseaba.

—Sí.

Ino se giró a fin de encararlo, constatando que el jerarca de los Hyuga había vendado su cuenca ocular vacía con un pedazo de su ropa, pues el simple hecho de que el aire se colara allí le debía causar un ardor bastante molesto. Dispuesta a ayudarlo sacó desde un bolsillo un parche de cuero negro, mismo que solían usar los tuertos. Se lo arrojó al varón, quien lo atrapó fácilmente.

—Úsalo. Es mejor que esa tela sucia que te pusiste.

—Vaya, no sabía que te preocupaba tanto mi salud —ironizó mordazmente, aunque por dentro agradeció el gesto. Se quitó la improvisada venda, reemplazándola sin contratiempos.

—Bien, ahora pónete de frente contra la pared, arrodíllate y coloca tus manos en la nuca.

El cuadragenario la miró gravemente.

—¿Se puede saber para qué? ¿Serás capaz de matarme de un modo tan cobarde?

—Modera tu tono, Hiashi —oscureció su voz—. Es cierto que yo tengo más paciencia que Sasuke, pero no te atrevas a ponerme a prueba —desenvainó una porción de su katana derecha, de tal forma que se asomaron dos partes del arma: la empuñadura y el inicio del metal, mismo que destelló gracias al fuego de las antorchas.

El hombre tensó sus mandíbulas al sentirse humillado, pero sus ganas de volver a ver a Hanabi le hicieron desechar cualquier intento de protesta. Además, la Yamanaka no le habría dado un parche sólo para matarlo. Por tales razones decidió colocarse del modo en que ella le ordenó, aunque arrodillándose de una manera muy lenta. Un pequeño dejo de rebeldía inherente a su alcurnia.

La militar se le acercó a tranco calmado; aquello pudo ser advertido por el sonido de sus pasos contra el piso.

—Te advierto que si haces un solo movimiento, será el último —amenazó cuando llegó con él.

El otrora general no objetó. Ino le colocó rápidamente unas esposas en las muñecas, dejando a Hiashi de la misma forma en que los policías a un criminal. Después se agachó, sacó el llavero de su bolsillo y le quitó los grilletes que sujetaban sus pies.

—¿Adónde me llevarás? —preguntó todavía contra la pared, a sabiendas que lo recién hecho por Ino significaba un traslado.

La fémina, sujetándolo desde las esposas, lo puso de pie y empezó a desplazarlo hacia fuera.

—Hinata atracará en la costa en dos horas aproximadamente, así que te llevaré con ella.

Hyuga sintió que le estaba hablando en el oído, ya que hacía más de dos meses que no escuchaba a nadie tan cerca suyo. El salir de la habitación en que estuvo encerrado hizo que sus pensamientos se concentraran en la aparente sensación de libertad en vez de hacerlo en su hija mayor. El aire más fresco que había en la mansión le supo a ambrosía, disfrutando la deliciosa sensación a fondo. Sólo tras muchos pasos, en cuanto atravesó el pasadizo que conectaba las dos alas de la mansión, volvió a recordar a su primogénita.

—Yo nada tengo que hablar con esa pérfida.

—Tú eres un simple prisionero, así que, te guste o no, vas a obedecer lo que te digo. —Demostrando quien estaba al mando, lo zamarreó violentamente desde las esposas. Tras oír un gruñido del varón, prosiguió el camino hacia la salida principal. —Hinata querrá verte, pues adivino que Sasuke ya le contó que te tenía encarcelado. ¿Acaso no quieres encararla, insultarla y decirle lo traidora que es? Esta será tu gran oportunidad.

Hiashi entrecerró su único ojo, imaginando el momento en que podría descargar la tremenda furia que llevaba contenida.

—Está bien. Si es por eso no pondré quejas. —Al conformarse, sus párpados retomaron la posición normal—. Necesito encarar a esa zorra para hacerle ver cuán indigna es... ¿Pero qué pasará conmigo después?

—Esa decisión la tomará Sasuke, aunque posiblemente Hinata intervendrá a tu favor.

Él no supo qué pensar al respecto. Ilusionarse con ser libre era algo que no se podía permitir, dado que la decepción sería mayor en caso de no suceder. Morir en las manos de Uchiha o ser torturado por él nuevamente eran las opciones más factibles. Y quizás eso era mejor que ser ayudado por su hija traidora.

La blonda lo subió al carruaje previamente preparado y repitió el procedimiento de ponerlo de rodillas contra una pared. Entonces puso firmes grilletes en sus pies, esposas en sus manos, y una cadena que enganchó al vehículo. Un escape era misión imposible.

—Suceda lo que suceda, por lo menos podré ver el paisaje y sentir el aire fresco después de tanto tiempo. —Miró por una de las dos ventanas sin vidrios, sintiendo la bendición del viento oreando sus largos cabellos.

—No te quejes porque dos meses es la nada misma. Además, ¿te olvidas del modo en que tú tratabas a los prisioneros de guerra?

Hiashi nada refutó porque saldría perdiendo en la comparación. Luego Ino guio el carruaje raudamente hacia el litoral que le indicaron los vigías.


Después que el viento en contra retrasará a las naves diecisiete horas, el guerrero perfecto por fin avistó la costa. A raíz de ello, ordenó arrestar al sospechoso principal del asesinato de las chicas: Hiro. Entre airados reclamos el susodicho fue encerrado en un camarote, en donde permanecería sin la oportunidad de tocar tierra firme hasta que se resolvieran los crímenes a bordo. Una media hora después, los barcos se fondearon a doscientos metros de la playa para no encallar contra los roquedales submarinos. Tal característica hidrográfica impediría que la flota naval de Danzo pudiera realizar un desembarco a gran escala para atacarlos.

Los navíos de guerra soltaron las barcazas que llevarían a los soldados hasta tierra firme, aunque los más osados se decidieron a nadar hacia la orilla a fin de mostrar su valía. El proceso de trasladar las armaduras, escudos y demás equipamiento bélico sería más lento, pero necesario para que los navíos de guerra no sufrieran ningún percance.

Tras tocar la arena playera, Uchiha y Hinata, uno al lado del otro, observaron como el cielo vespertino se salpicaba con algunas nubes blanquecinas. Pronto atisbaron como un hombre que tenía un abrigo con capucha descendía de uno de los botes y emprendía una caminata directa hacia ellos. La Hyuga no sabía de quién se trataba, pero su oscuro semblante, la soltura de su andar, la mirada asesina, le informaron de inmediato que ese sujeto no era común y corriente. ¿Sería Gaara, acaso? De ser así se lo imaginaba más alto y menos apuesto. También le llamó la atención que la mujer castaña lo acompañara siguiéndolo desde atrás.

—Volveré en unos días —en cuanto llegó con Sasuke, informó empleando su inquietante tono de siempre.

—Ojo con las emboscadas, Gaara. Recuerda que los hombres de Danzo ya deben estar acechando.

—Shimura aún no sabe que sigo vivo, por ende cuando se entere dará por sentado que sigo siéndole leal —lo corrigió con calculada lentitud—. Además, ningún contingente que carezca de varios élites se atrevería a enfrentarme.

Hinata verificó que se trataba del segundo general cuando su prometido mencionó su nombre. Dio cuenta, entonces, que su aspecto delgado y atractivo no coincidía con el de un guerrero tan afamado por su ferocidad. Obviamente un combate no se decidía por apariencias, pero Sasuke se veía más imponente, más salvaje. Lo que sí causaba escalofríos era el sombrío tono del pelirrojo; por un momento incluso llegó a pensar que eran dos voces distorsionadas que se fusionaban bajo una. Recordó, también, aquellos rumores de que él jamás dormía, pues tenía unas ojeras negras que nunca vio en nadie de manera natural. Aunque parecía un sombreado producido por maquillaje, podía notarse que esa oscuridad era algo consustancial tanto en sus párpados como en la piel circundante. Ello provocaba que su mirada fuera aún más lúgubre y perturbadora.

El demonio de la arena le echó un rápido escrutinio a Hinata, quien reaccionó preocupada. Sabía que los ojos de su clan despertaban fieras antipatías, por lo que trataba de nunca mirar a los soldados. Por ello, sin pensarlo siquiera, desvió su rostro hacia el mar. De todos modos para evitar malentendidos, Uchiha le había explicado a Gaara, unas horas antes y someramente, el cómo una Hyuga llegó a ser su pareja.

Sin decir palabra alguna, el de ojos turquesas se volteó a fin de esperar la barcaza que transportaba algunos caballos. En cuanto llegó lo esperado, se montó en el animal que le pareció más fornido y se dispuso a marcharse sin escoltas.

—Don Gaara, yo puedo... ¿Puedo acompañarlo? —solicitó Matsuri acercándose a él, claramente ruborosa—. M-me gustaría volver a visitar la aldea en que nací —tartamudeó un poco.

Hinata, tan perceptiva como siempre, comprendió perfectamente lo que le estaba sucediendo a la castaña. De hecho, ella misma vivió esa timidez con Naruto muchas veces.

—Si no te molesta galopar seis horas puedes hacerlo. —Dicho esto, indicó al purasangre más próximo.

—Pero yo no sé cabalgar —aclaró sin sentir vergüenza, ya que su inhabilidad al respecto no ocurrió por dejadez suya—. A las mujeres no nos dejan hacerlo, sólo podemos como acompañantes.

—¿Siempre sigues las reglas? —El tono que envió dio a entender que eso le disgustaba. —Pudiste aprenderlo en secreto, ¿o cómo crees que Ino Yamanaka se convirtió en una guerrera? —preguntó duramente—. Si te prohibieran leer, ¿también harías caso sumisamente? —agregó manteniendo el molesto cariz anterior.

Matsuri bajó su cabeza; esta vez sí se sintió abochornada.

—Usted tiene mucha razón, señor, pero, si me permite justificarme, mi tiempo lo ocupé aprendiendo medicina a escondidas, pues a nosotras también nos prohíben estudiarla.

—¿Nunca te enseñaron que la excusa agrava la falta?

—Le pido humildemente que me perdone, don Gaara. —Bajó su cabeza, entristecida. —Yo sólo quería viajar con usted —dijo de modo trémulo.

Pese a estar en la altura dada por un caballo, el de ojos turquesas logró vislumbrar un puchero en la fémina. Quizás ese gesto provocó que le dijera lo siguiente:

—Ir en un carruaje sería una molestia que haría más largo el viaje. Te llevaré en este caballo si así lo deseas, pues te lo debo por cuidarme durante mi agonía.

La fémina alzó su mirada, emocionándose enseguida. Simplemente no podía evitarlo.

—¿De verdad no sería una molestia para usted? —le pareció muy osado ir abrazada a él, pero no perdería una oportunidad que, estaba muy segura, jamás volvería a repetirse. Carpe diem era su lema de vida.

—No.

—Yo...; muchas gracias.

Matsuri fue ayudada por un soldado para subir al equino, se sentó a horcajadas por detrás de Gaara y lo aferró desde la cintura, disfrutando mucho aquel contacto. Tras ello él agitó las riendas, iniciando el largo viaje hacia su aldea natal.


De los dos caminos disponibles la blonda guerrera eligió el menos transitado, ya que el común de la gente temía posibles derrumbes desde las laderas montañosas. Circundando hábilmente la ciudad, terminó llegando al litoral una hora después de la partida del general de ojos sombreados. Para evitar hundirse en la arena, condujo el carruaje por el camino pavimentado colindante a la playa y, a medida que avanzaba, fue saludada enérgicamente por numerosos grupos de soldados que se reunían alrededor de improvisadas fogatas.

Poco tiempo le tomó divisar a su compañero pelinegro, quien, parado en la parte más alta de la playa, daba órdenes con su potente voz. A un lado lo acompañaba Hinata, hecho que no la sorprendió en absoluto; no tenía dudas de que si Sasuke sobrevivió, ella también. De existir condiciones distintas habría sonreído ampliamente, pero saber lo que sucedería dentro de poco la hizo suspirar hondamente. Acto seguido, sintió que sus luceros se llenaban de lágrimas. Apretó los labios e intentó endurecer su emotivo corazón; no tenía más opción que hacer lo que debía.

Detuvo los caballos jalando sus riendas, se inclinó para acariciarle los lomos y después bajó de un salto a tierra. Al sentirse aletargada tras el largo viaje desde la mansión Uchiha, estiró sus extremidades como si estuviera recién despertándose. Aquello también le sirvió para desahogar la tensión que poseían sus nervios. Luego se dirigió hacia la portezuela del vehículo, asomándose por la ventana para advertirle algo a Hiashi.

—Supongo que ya te diste cuenta, pero más vale que no te asomes. Si los soldados te descubren te harán pedazos.

Ninguna respuesta recibió. El otrora general sólo mantuvo su mirada fija hacia la pared.

En cuanto se sintió lista para poner en acción los dotes de actriz que sus labores de espía le desarrollaron magistralmente, se dirigió hacia Sasuke a paso moderado.

Hinata agradecía mentalmente que, a pesar de que su período siguiera activo, los molestos cólicos sí habían desaparecido. Fue entonces que avistó una pálida cabellera dorada que se le hizo plenamente reconocible.

—¡Señorita Ino! —clamó llena de júbilo—. ¡Qué gusto me da verla de nuevo! —agregó atropelladamente al ser sobrepasada por sus emociones.

A pesar de que ambas jóvenes tenían la misma edad, Hinata quiso correr a abrazarla igual que a una hermana mayor, pero dudó un momento al pensar que, tal vez, la soldado podría tomárselo como un exceso de confianza. Sin embargo, optó por hacer lo que realmente quería: puso sus pies en polvorosa y la estrechó entre sus brazos efusivamente. Ino la correspondió, contenta genuinamente.

—Pasaron poco más de dos semanas, pero los he sentido como meses enteros —dijo la aprendiz de guerrera cuando sus rostros se separaron lo suficiente para mirarse.

—Estaba preocupada por ti, Hinata. Me alegra un montón ver que estás bien. —Enfocó su rostro con una sonrisa que no tuvo necesidad de fingir.

—Estoy a salvo gracias a Sasuke. Sin él quizás qué cosa hubiera pasado conmigo.

Las féminas intercambiaron algunas palabras más hasta que, eventualmente, blonda y pelinegro se miraron de manera fija. Como era lógico el encuentro entre ellos no sería efusivo como el anterior, pero ambos comunicaron emociones a través de sus miradas. Entre soldados no hacía falta más, aunque el brutal cargo de conciencia que se agrandaba en el pecho de la Yamanaka le hizo desviar la mirada como nunca sucedía. Sus dotes actorales tambalearon un momento inevitablemente. No era lo mismo fingir en misiones, ante gente que no le importaba, que hacerlo frente a alguien tan valioso para ella como lo era Sasuke.

—¿Cómo está Leónidas?

Que la primera cosa que hacía Uchiha en tierra firme fuera preguntar por su perro, le hizo saber a su prometida una vez más cuánto lo amaba realmente.

—Sobrevivió —volvió a dirigirle la mirada, omitiendo, por obvias razones, que convirtió a Kiba en su nuevo dueño—, aunque está curándose de sus heridas todavía. —Mientras sonreía artificialmente, sintió un golpe de culpabilidad por haberlo dado.

A modo de respuesta, Sasuke formó un gesto de satisfacción.

—Joder, si no te viera ahora mismo seguiría sin creerme que derrotaste a veinte FE. Menos sin estar al cien por ciento.

Él apartó un poco el sobretodo, dejando al descubierto una parte de su brazo en cabestrillo.

—Como puedes ver derrotar a los élites no fue gratis, tuve que pagar un alto costo incluyendo la muerte de Suigetsu, quien, por cosas del destino, también viajaba en Jiren. —Volvió a cerrar la vestimenta al tiempo que Ino abría su boca sin mesura. —Para lograr la victoria se sacrificó valientemente por nosotros. Sin su ayuda ni Hinata, ni yo, estaríamos aquí. —Sus labios se curvaron hacia abajo, dando, además, un suspiro con sabor a congoja.

La pelirrubia tuvo una sensación de dolor que se le instaló en el pecho como una garrapata espiritual. Suigetsu había sido el comandante de la Legión Colmillo Rojo, por lo tanto habían compartido muchas batallas y descansos alrededor de fogatas. Lamentó su muerte y su rostro se encargó de demostrarlo.

—Fue una suerte que él también haya estado en el barco para ayudarte. Murió como un verdadero guerrero, aunque de igual modo lamento mucho su muerte.

El ambiente se tornó tan silencioso como triste por varios segundos. La rubia cortó el mutismo preguntando los pormenores del combate, lo cual llevó a que Hinata volviera a sentirse culpable por no acertarle el flechazo a Kabuto. Ino, tras dejar atrás su asombro al enterarse de lo buena que era la liberta como arquera, la consoló refrendándole lo increíble de haber ayudado a Sasuke siendo sólo una civil. Así también, agregó que Suigetsu tomó su decisión de no retroceder porque morir salvando a otros era la mejor muerte a la que un guerrero podía aspirar.

La conversación fluyó de modo menos tenso a partir de ese momento y muchos detalles del viaje empezaron a saltar de la boca de una mujer a la otra, mientras Sasuke escuchaba el diálogo interrumpiendo de vez en cuando para aportar algún dato extra. Karin salió a la palestra, luego los espectros, el sacrificio de pelear solo que pretendía Uchiha, el salto de Hinata hacia Jiren nuevamente, la captura de Sai y la alianza con Gaara tras casi morir. Lo último provocó una idea en Yamanaka, pero lastimosamente el guerrero de la arena ya se había marchado y, tras más de una hora de ventaja, sería imposible alcanzarlo.

—Hay más cosas que debo contarle, señorita Ino —avisó Hinata, preparándose a seguir batiendo la lengua.

—Seguramente muchas, pero lo más importante es que hasta planes de matrimonio tienen. ¿O me equivoco, par de tórtolitos? —sonrió de manera artificial, pero, como la gran actriz que era, pareció un gesto de lo más auténtico.

Hinata se sonrojó instantáneamente. La pelirrubia siempre parecía estar un paso por delante del resto.

—A veces pienso que usted tiene la capacidad de leer mentes, señorita Ino.

—Ojalá pudiera, pero es simple percepción incrementada —la corrigió para luego mirar a Uchiha—. Parece que por fin alguien logró domar tu negro corazón —dijo empleando un tono burlón.

—Yo soy indomable.

—Tan terco como siempre —sonrió ocultando la tristeza que le produjo saber que esa obstinación prontamente desaparecería de la faz de la Tierra.

Las féminas conversaron un poco más al respecto hasta que Uchiha las interrumpió para concentrarse en asuntos de mayor urgencia.

—Ya hemos hablado bastante del viaje. —Atrapó a la mirada celeste antes de proseguir—. Dame un informe de lo que ha pasado desde mi ausencia —dio la orden mientras comenzaba a dar un pequeño paseo a través de la playa. Las féminas lo siguieron por inercia.

Ino pasó a relatarle una serie de detalles aunque omitiendo, por ahora, la cruzada que emprendió junto a Naruto para salvarle la vida a Hanabi.

—¿Por qué Danzo no trató de impedir nuestro desembarco? —preguntó el general a ceño fruncido.

—No lo sé en verdad. Seguramente lo vio inútil y prefiere esperarte alrededor de los muros de la capital —mintió perfectamente.

Uchiha no lo vio lógico, pues por lo menos una legión debió estar parapetada en la costa para combatirlos, tratando de dificultar el arribo lo máximo posible. De todos modos lo insólito fue para mejor, pues necesitaba retrasar cualquier combate hasta recuperar el movimiento de su brazo lastimado.

—¿Tu clan cómo está?

Ino guardó silencio un par de segundos.

—Están bien, aguardándote en el punto acordado para unirse a la rebelión —engañó nuevamente. Tenía claro que el tiempo corría en su contra, pero debía tener paciencia contestando preguntas si no deseaba generar sospechas.

—¿Escondiste el cofre de oro? —Pasó a otro tema de suma importancia: el monetario. —Lo necesito para mantener a las tropas durante unos meses.

—Casi me sale una joroba por lo pesado que era, pero logré ocultarlo en los túneles secretos de tu hogar.

Hinata abrió los ojos con sorpresa, aunque pronto dio cuenta que una mansión perfectamente dispuesta para enfrentar asaltos también debía tener vías de escape arcanas.

—Excelente —la felicitó Sasuke—. Iré a buscarlo cuando sea necesario.

La de zarca mirada asintió.

—¿Y Sakura dónde está? —preguntó Hinata, queriendo ver a su amiga pelirrosa—. ¿Sigue en la mansión Uchiha?

—Está en un lugar seguro mientras cuida de Leónidas. Más tarde te llevaré con ella si gustas.

Iniciaron una conversación sobre la pelirrosa; como aquello no le interesaba a Sasuke, partió a supervisar el trabajo de los soldados que descargaban los víveres, armaduras, armas y escudos.

Al quedar solas, ambas chicas empezaron a caminar por la bahía. Eventualmente, Hinata diría un secreto que sólo ellas sabían.

—Señorita Ino, muchas gracias por el consejo que me dio antes de partir. Sin usted no me habría atrevido a vivir lo que siento, sin usted nada de esto hubiera sido posible.

Yamanaka tuvo que ocultar un brillo de tristeza que no pasó desapercibido para la de pelo oscuro, quien pensó que quizás todavía sentía cosas hacia Sasuke. ¿Se habría equivocado al agradecerle? Ni en cien vidas se habría imaginado que la realidad era completamente distinta: Ino sintió un estremecimiento interior al saber que pronto le quitaría la vida al hombre que la Hyuga amaba. Se esmeraba en mantener cada gesto; todos los dotes de actuación que aprendió como espía tenían que relucir ahora, pero era difícil y tremendamente desgastante fingir que todo estaba bien, que estaba contenta, alegre, cuando en realidad estaba muriéndose por dentro.

Conversaron sobre la complicadísima relación amorosa que había nacido, hasta que Uchiha, una media hora después, volvió junto a ellas. Ino, entonces, decidió contar algo que los involucraba a ambos.

—Perdona que me haya demorado un poco en decirte esto, Hinata, pero necesitaba que Sasuke también estuviera presente. —Causó una intencionada pausa, preparando el ambiente. La futura arquera reaccionó abriendo sus ojos más de lo normal. —Te tengo una excelente noticia; una que te hará muy feliz.

—¿Qué cosa? —atinó a preguntar la aludida.

—Tu hermana Hanabi está viva.

La estupefacción que la asaltó le impidió mover un solo músculo, incluyendo a los párpados. Se petrificó al punto que, de haber estado pintada de gris, cualquiera la habría tomado por una estatua. Como para recordarle que seguía con vida, su corazón empezó a galopar más fuerte en su pecho.

—¿E-es verdad?

—Te lo juro —confirmó la de ojos celestes, a lo cual su amiga abrió su boca desmesuradamente—. Hasta hace tres días estaba en la mansión Uchiha, pero decidió irse cuando supo que Sasuke regresaría con vida después de la emboscada. Sin embargo —Ino le puso un dedo en la boca a Hinata, quien iba a hablar—, sé donde está y quiere reunirse contigo, aunque sin que tú estés cerca —declaró lo último mirando directamente al general.

La descomunal montaña de emociones que invadió a la manumisa estuvo a punto de provocarle un desmayo.

—Casi no lo puedo creer... ¡Mi hermanita está viva! —Se abrazó a Ino, quien la correspondió efusivamente.

—Por cierto no es la única buena noticia, tu amigo Kiba también está bien, aunque con un meñique menos. De hecho, ha sido él quien protegió a Hanabi durante todo este tiempo.

Una nueva y gran sonrisa se forjó en los labios de Hinata. Que Inuzuka estuviera vivo también le brindó una alegría enorme a su corazón.

—Te advierto, eso sí, que tu reencuentro con Hanabi puede ser menos alegre de lo que crees —advirtió la de dorada coleta—. Ella odia a Sasuke con toda su alma, por lo que será muy difícil que pueda entender lo que sientes por él.

Hinata sintió el golpe de lo recién dicho, perdiendo sus ojos risueños. Que Hanabi estuviera viva cambiaba todos sus planes de matrimonio, pues aquel sacramento la dañaría terriblemente. Su boda con Sasuke debía postergarse o jamás realizarse. Nunca le haría daño a su hermanita si podía evitarlo.

El fiero guerrero, entretanto, se alegraba de que Hinata pudiera reencontrarse con su ser más querido, pero al mismo tiempo vislumbró que algo difícil de superar se venía encima. Era muy obvio que su futura cuñada se opondría con dientes y uñas a que ambos fueran pareja e incluso podía esperar un atentado en su contra.

Mientras la manumisa se mantenía distraída, Yamanaka se acercó al oído del Uchiha. Verificaría lo que ya suponía: si ya le había contado que Hiashi era su prisionero. Tras su pregunta, el guerrero se lo confirmó con un gesto.

—Hinata. —Cuando la aludida le entregó su singular mirada, Ino continuó parlando. —Tengo que informarte otra cosa muy importante, así que prepárate porque esto no es algo feliz.

—¿Qué cosa?

—Tu padre está en el carruaje en el que vine. Lo he traído desde la mansión para no dilatar el encuentro que tendrán.

Las pupilas albinas se contrajeron por preocupación y asombro combinados. Cuando asimiló lo recién mencionado volvieron a dilatarse.

—¿Será conveniente que lo vea ahora mismo? —solicitó un consejo.

—Te advierto que Hiashi te dirá cosas muy hirientes. —Le puso una mano en el hombro a modo de apoyo. —Sin embargo, en mi opinión, lo mejor es que lo enfrentes de una vez para salir de la incertidumbre. Si postergas esto sólo aumentarás tu estrés.

—Tiene razón: hablaré con él enseguida. Mientras más demore en hacerlo, más ansiosa me pondré.

—Me parece que las olas no son tan ruidosas como para camuflar posibles gritos de Hiashi. —Se agarró el mentón, pensativa. Luego miró hacia la costa, comprobando que ya casi los mil hombres habían descendido—. ¿Emplearás a todos los soldados para tomar la ciudad, verdad? —le preguntó a Sasuke.

Él afirmó con su cabeza.

—En diez minutos aproximadamente —añadió verbalmente—. Como es lógico, bloquearé los dos caminos de acceso entre las montañas.

—Bien, en ese momento Hinata podrá hablar con su padre tras esas rocas —apuntó las susodichas con su índice derecho.

Ambos soldados enfocaron a Hinata, quien lucía un evidente nerviosismo.

—Ay, trato de estar serena —comentó unos segundos después quien tenía las miradas encima—, pero la verdad es que me siento muy intranquila. —Sus manos moviéndose sin ton ni son se encargaron de corroborar lo dicho. —¿Qué haces tú cuando te sientes así? —le pidió un consejo a la soldado.

—Acaricio mis katanas y me imagino en una deliciosa piscina, mientras hombres muy guapos me dicen que soy una diosa escultural —dijo risueña, sin simulaciones de por medio—. Eso es lo que me sirve a mí, pero supongo que cada persona tiene sus propios métodos.

Las mejillas de Hinata se colorearon un poco.

—Creo que a mí eso no me resultaría... —Movió sus índices, haciéndolos chocar constantemente. —Pero imaginar que como de todo sin engordar podría ayudarme —intentó bromear como ella para seguir descomprimiendo la pesadez del ambiente, aunque sentía que nunca podría tener la misma gracia de Ino. Luego empezó a juguetear con su larga melena, enroscándola alrededor de un dedo.

Tras el jocoso momento, se iniciaron los preparativos y los acuerdos. Yamanaka se quedaría con Hinata en caso de que Hiashi quisiera atacarla, pues incluso esposado un guerrero como él podría usar sus dientes como arma. Hinata, desde luego, no pensó que su padre pudiera llegar a tanto, pero Uchiha la refutó diciéndole que ella no sabía de lo que Hiashi era capaz. «Tú no lo conoces realmente; nunca has visto su verdadero nivel de crueldad. No voy a correr riesgos contigo» fueron sus palabras. Hinata, también preocupada por él, le solicitó que no liderara el próximo ataque a la urbe, pero tanto el general como la coronel la tranquilizaron diciéndole que incluso con un brazo en cabestrillo no existía rival para Sasuke a excepción de los élites, mismos que no debían estar presentes. Entonces el espadachín más fuerte fue con los militares, los reunió, los arengó y se lanzaron a la carga confiadamente.

—Te traeré a tu papá —informó la soldado en cuanto la playa quedó desierta de hombres.

Hinata envidió su tranquilidad.

—De acuerdo —consintió la aludida mientras intentaba eliminar el desasosiego por el resultado de la batalla que tendría lugar en la ciudad. Sólo esperaba que su prometido no corriera riesgos innecesarios.

—Recuerda que tu padre ahora está tuerto —avisó antes de partir—, así que debes endurecerte para verlo así.

—Lo sé.

Empleando un elegante trote, Yamanaka fue hacia el estacionado carruaje. Le quitó a Hiashi los grilletes y entonces lo llevó, navaja contra su espalda, hacia el punto de reunión.

A medida que iba avanzando, el jerarca Hyuga separó sus párpados casi desorbitadamente. Una vorágine de emociones negativas fluyó por su ser al ver a la mujer que traicionó a los de su propia sangre. Sintió que su piel se volvía efervescente a través de todo su cuerpo. Sus puños se cerraron al punto que las venas en la piel se le marcaron intensamente.

Ino se ubicó por delante de las rocas de tres metros de altura, le quitó las esposas al prisionero y se puso a una distancia prudente de ambos Hyuga con una katana desenvainada. Sería una espectadora privilegiada de lo que ocurriría, aunque su mente se perdía más en el futuro asesinato de Sasuke que en la conversación que se desarrollaría por delante suyo.

Los que eran familiares permanecieron de pie con varios metros de separación e, ignorando de plano a la rubia, concentraron sus vistas en los ojos del otro. Hiashi, a través de todo su semblante, lanzaba reproches como lacerantes dagas. Hinata, empero, estaba recibiéndolas sin amilanarse.

El líder Hyuga nada tardó en captar que algo muy distinto emanaba del lenguaje corporal de su retoño. La postura de su cuerpo era muy diferente a la que le conocía: esta vez estaba bien erguida, no un poco encogida como solía estar antaño. Sus hombros no estaban medio caídos y su cabeza se mantenía recta, no gacha como acostumbraba. Su mirada no se desviaba hacia el suelo; era directa y frontal, no la dubitativa de siempre. Sus manos no se entrelazaban en su regazo, en el mentón o en el pecho como una forma de escudo inconsciente; se mantenían a un lado del cuerpo en quietud. No había señales de temor. Sí, algo había cambiado en ella, por lo menos en apariencia.

—Es indignante que tengas el descaro de presentarte ante mí después de haber traicionado a tu propio clan —la increpó endureciendo sus facciones. El odio rezumaba por su ojo.

—Padre, usted...

Él la interrumpió fieramente.

—No me llames padre porque ya no lo soy. Tú no eres mi hija, sólo una pérfida que merece la muerte —afiló su lengua aún más.

—Lamento que diga eso, pero no me afecta dejar de ser su hija. En el fondo nunca quiso que lo fuera, siempre me odió.

—Eso da igual ahora. Lo único que importa es la afrenta que has hecho contra toda tu familia. No tienes valores, orgullo, ni dignidad. Eres una completa deshonra y no entiendo como no se te cae la cara de vergüenza.

Para sorpresa del varón, ella le sostuvo la mirada en cada uno de sus vilipendios.

—Lo siento mucho de verdad, pero de todos modos usted no tiene la autoridad moral para juzgarme. ¿Cuándo pensaba decirme que mató a su propio hermano? —Hiashi abrió su ojo con sorpresa, la cual fue diluyéndose al mismo tiempo que los párpados retomaban su posición natural. Era evidente que Uchiha le contaría los oscuros secretos del clan Hyuga—. ¿Cuándo pensaba informarme de la injusta división que había en nuestra familia? —Hiashi le sostuvo la mirada mientras sus labios formaban un signo de claro disgusto. —¿Cuándo pensaba decirme que masacró al clan Uchiha a traición en vez de aliarse para enfrentar juntos a Danzo? —su voz emergió condenatoria, tan indignada como el tono que él tuvo antes con ella.

—Veo que Sasuke consiguió infectar tu débil mente.

—Atacarme a él o a mí es el camino más fácil para usted, pero tome el camino difícil y dígame los motivos que tuvo para hacer canalladas semejantes.

—Todo lo que hice tuvo justificadas razones de fondo.

—Dígamelas entonces.

—Fue para que el clan Hyuga siguiera existiendo.

—Pues obtuvo lo contrario —espetó aumentando un poco el volumen de su voz—. Estamos prácticamente extintos y usted es el principal responsable.

—¡Mentira! ¡El único culpable es Sasuke! —protestó enardeciéndose—. ¡Ese maldito demonio acabó con los nuestros! ¡Y ahora mismo escupes en sus memorias al estar con él!

—¿Y acaso usted no escupió en todos los Hyuga cuando mató a su propio hermano? ¿¡Cómo fue capaz de asesinar al padre de Neji e imponerle una servidumbre!? ¡Él era mi primo, no un lacayo!

Él se aquietó, calmando, a través de un largo y hondo respiro, la virulencia que iba desarrollándose en cada una de sus palabras.

—Así son las reglas, mismas que existen por una buena razón. En el pasado los enfrentamientos entre hermanos casi acabaron con nuestro clan y por tal motivo nació esa norma: para preservar a nuestro linaje. Y exactamente lo mismo ocurre con la división que había en nuestro clan: era necesaria para mantener la cadena de mando, para que no hubiera rebeliones que terminaran acabándonos. —Mientras se daba una pausa, movió un dedo suavemente por su negro parche. Luego continuó con una expresión tan dura como la anterior. —Para que un clan como el nuestro sobreviva el líder tiene que hacer cosas difíciles, rígidas, pero ese era el único camino para subsistir. Tú no lo sabes, pero mi hermano siempre tuvo la gran tentación de matarnos a ti, a Hanabi y a mí. Había que tomar decisiones difíciles y yo las tomé. No me arrepiento de nada. Tampoco de la emboscada a los Uchiha porque ellos no eran mejores que Danzo, tarde o temprano habrían atacado nuestra nación al igual que él.

Hinata parpadeó profunda tristeza. Por alguna razón el sonido del mar rompiendo contra las rocas se incrementó en sus oídos, pese a que en realidad no se había intensificado. Aspiró el aire, lo que inundó sus fosas nasales de aquel olor que durante las dos últimas semanas se le había hecho una costumbre, aunque esta vez mezclado con la húmeda arena de la playa.

—Nunca fue capaz de reconocer errores —dijo en cuanto volvió a enfocar sus sentidos en su progenitor—. Si hubiera tomado otras decisiones, las que sí eran correctas, Ko, Tokuma, Iroha, Natsu, Neji y todos los demás seguirían con vida.

—No voy a seguir discutiendo con una mocosa que no entiende nada de la vida. Mis decisiones fueron duras, pero correctas; el único error fue dejar que Sasuke escapara con vida. Eso fue lo que nos condenó. Sin él los Hyuga seguiríamos vivos, sin él habríamos derrotado a Danzo en la última guerra. Uchiha es el verdadero responsable de todo lo que nos pasó.

Hinata cerró los ojos por un largo momento, repitiendo su acción de concentrarse en las olas. Siendo una mujer que nació en un país sin mar, quizás lo apreciaba más que aquellos que pudieron disfrutarlo durante toda su vida. Ino, entretanto, mantenía un pie en el suelo y el otro contra la roca. Miraba fijamente a Hiashi, atenta a cualquier atisbo de golpe o arremetida que intentara hacer.

—El orgullo lo ciega, padre.

—El amor ciega mucho más —le devolvió con más fuerza—. Aunque dudo mucho que lo tuyo pueda llamarse de ese modo, más bien es una aberración del amor. Una inmunda degeneración.

—Diga lo que quiera, pero ciega no estoy. De hecho, estoy viendo las cosas más claras que nunca. Ahora sé bien qué clase de hombre es usted realmente.

En Hiashi nació una sonrisa sardónica.

—Uchiha te ha embrujado de alguna forma, pero, apenas tenga un nuevo ataque de sadismo, te va a matar procurando que sientas un dolor insufrible. Es un desequilibrado mental, un demonio que disfruta haciéndole daño a los demás. Gente así nunca cambia, sólo fingen que lo hacen, pero más temprano que tarde vuelven a su verdadera esencia.

—Él me salvó la vida arriesgando la suya en una emboscada que los élites de Danzo hicieron en altamar. Si no fuera por Sasuke ya estaría muerta.

Tal afirmación lo tomó fuera de guardia, dejándolo ver en su rostro impactado.

—No inventes mentiras —renegó con su cabeza como si alguien le hubiera dicho que vio un cíclope—. Es imposible lo que dices.

—Me da igual si lo cree o no, esa es la verdad.

Hiashi movió sus mandíbulas como si estuviera rumiando en contra de su voluntad. Un gruñido surgió después, el que se sincronizó con una ola rompiéndose contra otra roca que estaba cerca de ellos. De hecho, algunas gotas alcanzaron a tocarlos.

—En caso de que fuera cierto lo que dices... ¿Crees que te salvó por ser caritativo? ¿Por amor? —replicó mirándola igual como se mira a una tonta—. Lo único que desea es convertirte en su zorra, en uno de sus trofeos sexuales, pero créeme que apenas se aburra de ti te eliminará como a una escoria.

—Se equivoca completamente —afirmó con tanta seguridad que Hiashi sintió su sangre burbujear justo en su corazón.

—¿No te das cuenta que ese maldito podría matarte en cualquier ataque de rabia que tenga? —trató de hacerla entrar en razón otra vez—. ¡Vas a morir de la peor manera porque gente como él no sabe lo que es el amor!

—Pues Sasuke me ha dado más amor en tres semanas de lo que usted en veinte años —aseveró de un modo abrumador.

El cuadragenario apretó sus dientes. Después resopló de tal manera que el sonido saliente fue parecido al de un caballo relinchando. Su mirada adquirió una indignación inaudita.

—¿Es por eso que traicionaste a tu clan? ¿Te convertiste en la puta de Sasuke porque no te di amor?

—No soy una prostituta. —Como si lo dicho no fuese suficiente, también renegó con su cabeza. —Y sé perfectamente que lo que siento por Sasuke está muy mal. ¿Cree que no me lo cuestioné un sinfín de veces? Traté de evitarlo, juro que lo intenté con todas mis fuerzas, pero lo que siento por él simplemente sucedió porque somos dos almas sufridas, dos personas muertas de soledad que no tenían remedio si no era con el otro. Por eso creamos una especie de fuerza que superó el terrible pasado que nos unió. Además Sasuke no es el mismo hombre de antes, ya no es alguien consumido por la venganza.

Hiashi formó un gesto que Hinata pudo leer claramente. Todas las expresiones trataban de decir algo y la de su padre gritaba que lo recién escuchado le era una completa estupidez.

—Neji sacrificó su vida para tratar de rescatarte. ¿Qué diría ahora si te viera? —cuestionó mostrando por cada poro su indignación.

Esa era la pregunta que se hacía cada día sin excepción: ¿Qué pensaría su amado primo de ella? A veces le gustaba imaginar que la comprendería, puesto que siempre lo hacía. Se ilusionaba con que le diría «Yo siempre querría lo mejor para usted, señorita Hinata». Otras veces, las que le mortificaba imaginar, le lanzaba maldiciones que la recriminaban por estar junto al hombre que lo asesinó. Lastimosamente, la incertidumbre de que jamás podría obtener una respuesta la carcomería por siempre. ¿Qué le diría él si, por un milagro inexplicable, pudieran comunicarse?

—¡Responde! —exigió el otrora general, iracundo ante el silencio que obtuvo.

Ella reaccionó dándole la mirada.

—A Neji le pido perdón cada día de mi vida, también a Rock Lee, pero con usted jamás haré lo mismo porque no se lo merece.

El ojo de Hiashi, relleno de una furia incendiaria, casi saltó desde la órbita que lo contenía.

—¿Esto es obra de Sasuke, verdad? Además de convertirte en su ramera, también te volvió una insolente. —De pura rabia una ceja le tiritó espasmódicamente.

—Si decir la verdad es ser insolente, entonces lo soy —reaccionó dejando fluir el dolor que sentía.

Él desaprobó dando un pisotón contra la arena.

—Lamento que no tengas la inteligencia suficiente para darte cuenta de algo tan simple: todo lo que hice fue por el bien de nuestra familia.

—Siga repitiendo eso, pero sabe perfectamente que lo hecho por usted fueron repugnantes injusticias.

—Piensa lo que quieras, en nada me importa lo que diga una traidora como tú.

—Entonces en nada le importará lo que le diré ahora: Voy a casarme con Sasuke —lanzó enrabiada. No debió decirlo, pero que su padre no fuera capaz de reconocer sus errores le provocó un impulso irrefrenable de castigarlo y, por lo tanto, anunciarle su compromiso era la mejor forma de hacerlo.

Hiashi sintió, una vez más, que cada rincón de su alma hervía. A causa de ello, hablaría como si arrojara fuego en vez de palabras.

—Tú estás definitivamente demente. Me das un asco tremendo.

—Fue usted quien me prometió a Sasuke, ¿o no? —preguntó punzante como nunca lo era. Quizás algo del carácter de Uchiha se le iba contagiando tras convivir tres semanas—. ¿O ya se le olvidó que me usó como señuelo para su cruel celada? —espetó indignada.

Hiashi cerró su puño como preparándose a dar un golpe. Reconocía no haber sido el mejor padre para Hinata, empero, jamás le había levantado la mano. El día de hoy, en cambio, sintió unas ganas terribles de hacerlo, de darle un puñetazo que la incrustara contra el suelo. Sus dientes se friccionaron al intentar controlarse.

—Sabes que nunca te pegué, pero ahora mismo debería molerte a golpes.

—Ten cuidado con lo que pretendes, Hiashi —advirtió Ino mientras su diestra alzaba su katana, dispuesta a defender a Hinata en caso de necesitarlo.

—No necesito amenazas tuyas, Yamanaka. No voy a ensuciarme las manos con una traidora; no vale la pena. —Cruzó sus brazos o seguramente se tentaría a contrariar lo recién dicho.

Empleando su palma izquierda, Hinata le hizo una señal a la rubia para que no se preocupara. Después volvió a enfocarse en su progenitor.

—Le agradezco que nunca me haya castigado físicamente, pero los golpes no son la única forma de hacer daño. Siempre me sentí menospreciada por usted, siempre sentí que me odiaba en vez de quererme.

—Y con justo fundamento —confirmó decididamente—. Me estás demostrando, en este mismo instante, que siempre tuve razón respecto a ti: no solamente has sido débil toda tu vida, también eres una traidora que avergüenza a su propia sangre al querer casarte con el hombre que mató a la mayoría de los nuestros. Será la vida misma quien te castigue por deshonrar el apellido Hyuga de una forma tan detestable.

La liberta cerró sus párpados a la vez que sus pulmones se hinchaban en un sentido suspiro. Luego abrió sus ojos con fuerza.

—Yo estoy dispuesta a aceptar mi castigo, sea cual sea. A fin de cuentas la vida siempre se encarga de hacernos pagar nuestros pecados.

Aunque no era la intención de su hija, Hiashi tomó ese argumento como un ataque hacia su persona. ¿Él también recibió su castigo al haber sido torturado, verdad? Bajo un torbellino de ira que se desataba en su interior, se sacó el parche que cubría su cuenca ocular vacía. También se quitó la camiseta y se subió el pantalón un poco más arriba de la rodilla, mostrando las encostradas heridas en sus brazos y las rojizas quemaduras en sus piernas.

—Todo lo que ves en mi cuerpo lo ha provocado el hombre con el que pretendes casarte. Todo. ¿Estás contenta con el castigo que, según tú, me merezco?

La manumisa apretó sus labios, amargada, sumamente triste. No era la primera vez que veía a un tuerto sin parche, pero, obviamente, que un familiar fuera el afectado golpeaba mucho más. Sumándose a lo anterior, sus terribles heridas le hicieron desviar la mirada inexorablemente.

—Date cuenta que estás loca, Hinata; algo en tu enfermo cerebro no funciona bien. Solamente eso puede explicar que estés junto a un vil demonio como Uchiha.

—Tiene razón en que mi relación con Sasuke llegó demasiado lejos. Tal vez sí estoy loca. Soy una desleal, pero, aunque no le guste escucharlo, la venganza de ese hombre no nació desde la nada. Fue usted quien le generó tanto odio, fue usted quien le dio las razones para hacer todo lo que hizo.

—Increíble que lo estés justificando. —Alzó sus manos al cielo airadamente. —¿Qué clase de mujer indigna se casaría con el asesino de su propia familia? ¿Qué clase de pérfida se casaría con el hombre que torturó a su padre de esta manera? —Volvió a indicar sus terribles heridas. —¡Dímelo!

Un inquietante malestar existencial se aferró a las entrañas femeninas, viviendo un profundo e inevitable dolor. Sintió fuertemente que, en efecto, su relación con Sasuke era un grave error. Su padre estaba herido de un modo tan salvaje que conmovía. ¿Por qué no pudo evitar, con más ahínco, el haberse enamorado de Uchiha? ¿Debería echar atrás su inminente matrimonio? ¿Debería separarse de él?

—Acepto que soy una pérfida, pero usted se contradice solo —inició una respuesta antes de que su silencio fuera tomado por Hiashi como una señal de debilidad. Muchas dudas la asolaban, mas no las demostraría—. Hace poco me espetó que ya no era mi padre, así que no venga ahora a chantajearme emocionalmente diciéndome que sí lo es.

—Es la maldita costumbre de tratarte como una hija aunque nunca te lo merecieras. —Al sentir que el húmedo aire marino le provocaba un dolor en su cuenca vacía, volvió a colocarse el parche ocular. —Sin embargo —continuó—, sigues sin contestarme lo verdaderamente importante. ¿Será que no tienes una respuesta que justifique tus asquerosas acciones?

La fémina sintió que debía defender sus sentimientos por Sasuke con dientes y uñas, o de lo contrario su relación terminaría destruyéndose ante los cuestionamientos que Hiashi trataba de implantarle. Y una relación sin convicción no podía tener un futuro por delante.

—Sé perfectamente que amar al hombre equivocado es un pecado imperdonable, pero es lo que siento. Aunque usted no sea capaz de entenderlo una no elige de quien enamorarse, simplemente sucede.

—¿Ese es tu intento de argumento? —condenó con una media sonrisa agresiva—. Hay algo que se llama honor, dignidad, integridad, pero evidentemente tú no conoces ninguna. —Quiso cruzar sus brazos, pero no lo hizo al recordar que sus heridas todavía le dolían. —¿Sabes algo? Cuando venía acá me carcomía la furia, pero viéndote ahora lo único que me provocas es una lástima infinita.

—Sólo quiere hacerme daño atacándome, pero, si es por culpabilidades, yo le puedo devolver preguntas mucho peores: ¿Cómo un hombre es capaz de odiar a su propia hija? ¿Qué tipo de monstruo desalmado manda a matar a un niño? —Hiashi hizo un gesto de que la interrumpiría, pero ella incrementó la rapidez de sus palabras para continuar sin que la detuviera. —¿Qué clase de líder promueve una división de amos y sirvientes en su propia familia? ¿Cuán cobarde se puede ser para matar a otro clan por la espalda sin darles una mínima oportunidad de defenderse? ¿Cómo alguien puede matar a su propio hermano? —En cada pregunta Hinata fue subiendo su nivel de indignación hasta llegar a un punto en que estuvo a punto de alcanzar un odio momentáneo. —Como puede ver, usted tiene muchos más pecados que yo.

Hiashi negó con su cabeza un par de veces para luego clavarle la agresividad de su mirada.

—¿No sabes otra cosa que repetir lo mismo de antes? Júzgame todo lo que quieras, pero deja de lado tu supuesta superioridad moral porque tú no eres mejor que yo. —La miró con calculada altivez. —Sólo pregúntate qué pensará Hanabi cuando escuche que piensas casarte con el asesino de tu familia. Te va a odiar con toda su alma.

Eso le dolió a Hinata más que todo lo anterior, llegando al punto que se resquebrajó por dentro y su aspecto no dudó en exteriorizarlo. Su hermanita era su adoración e imaginarse su reacción la hizo arrugar sus facciones en una amargura descomunal. Hiashi, al verla, agregó una frase odiosa más, pero la joven no la escuchó o simplemente la ignoró. El antiguo general no supo cuál de ambas fue.

—Hanabi tendrá derecho a aborrecerme si así lo desea, pero conociendo todos los datos. —Intentó mantener la compostura, pero no sabía si lo estaba logrando porque sentía que se estaba desmoronando. —Ella también lo odiará cuando sepa todas las verdades oscuras que nos escondió, vilezas de las que usted es el único responsable.

Ahora fue el turno de Hiashi para sentir un punzante dolor en su pecho. Hinata le daba exactamente igual, pero por su hija menor daría su vida sin dudarlo siquiera un segundo. Era su pequeña, su bebé, la niña que amaba con toda su alma. El solo hecho de pensar que ella pudiese odiarlo volvió frágil su corazón, alterando el curso normal de sus latidos. Incluso percibió que su único ojo se humedecía, aunque realmente no sabía si era verdad o una jugarreta de su mente angustiada.

—Hanabi será la jueza que nos sentenciará a ambos. —Hiashi retomó el habla tras ingerir saliva. —Pero estoy muy seguro que tú saldrás perdiendo —advirtió alzando su mentón a un modo altivo.

—Seguramente ambos perderemos —corrigió enseguida— porque sus malas decisiones y su detestable orgullo fue lo que llevó a nuestro clan a la desaparición. —Estuvo a un tris de tutearlo, pues a cada segundo sentía que iba perdiéndole el respeto.

Él sintió que ninguna de las torturas que Sasuke le había dado, podía compararse a perder el amor de su amada segundogénita. Eso lo destrozaría como nada más podría hacerlo.

¿Cuál sería la reacción de Hanabi ante ellos y sus posiciones totalmente encontradas? A los dos los amaba de un modo incalculable, por ende tratar de adivinar lo que sucedería era una misión imposible.

—No hay más que hablar, muchacha. —Aunque intentó que su voz saliera segura, un temblor pudo notarse. Era señal de que los argumentos de Hinata consiguieron afectarlo. —Has decidido traicionar a los tuyos y casarte con el hombre que asesinó a nuestro clan. Ni los dioses más piadosos podrán perdonar tu acción tan enfermiza. Irás al infierno, te lo aseguro. Espero, asimismo, que mueras de un modo acorde al que te mereces.

Le fue muy triste que su propio padre le deseara la muerte. Era de esas cosas que sólo podían vivirse para comprender, en toda su extensión, el sufrimiento que provocaban.

—Yo no te deseo lo mismo, papá. —Por fin se atrevió a quitarle el respeto de hablarle de «usted», pues sintió que ya no se lo merecía. —Espero que no tengas que ir a un lugar como el averno, tampoco te deseo la muerte, pues será Hanabi quien te castigará por el resto de tu vida.

—Ella me entenderá porque, pese a ser mujer, la crié para ser la futura líder del clan. Ella es como yo, fuerte y decidida, no una pusilánime como tú. Por lo tanto sabe muy bien que se necesitan sacrificios para mantener la jerarquía natural de las cosas. A ti, en cambio, tu conciencia te castigará eternamente y Hanabi hará exactamente lo mismo. No olvides mis palabras, traidora.

La manumisa vio que la mirada de su padre rezumaba un rencor sin precedentes. Si fuera la mujer de antes no dudaba de que ahora mismo estaría temblando ante su presencia. Sintió lástima por él, pero también por Hanabi, quién pronto estaría contra la espada y la pared, forzándose a elegir entre ambos. Suspiró tristemente al tratar de esbozar el futuro, sin tener claro lo que iba a suceder. Tenía miedo, ya que si su hermanita la llegaba a odiar no podría soportarlo.

Entendiendo que la fuerte discusión había cesado, Ino le lanzó las esposas de vuelta al de cuatro décadas.

—¿Pretendes que me vuelva a poner cadenas sin luchar por mi libertad?

—Más vale que lo hagas si no quieres morir antes de ver a Hanabi. Sin armas tus posibilidades de vencerme son nulas. —Desenvainó su segunda katana lentamente, dándole todo el tiempo del mundo para que saboreara visualmente el movimiento.

El antaño general sopesó la opción de atacarla a manos desnudas. Si tenía suerte quizás podría arrebatarle un arma, ya que, a su parecer, seguía siendo sólo una mujer. Finalmente, a regañadientes, optó por no subestimarla o seguramente lo pagaría tan caro como aquellos que cometieron tal error. Volvió a colocarse las esposas.

—Sé que no quieres ver a tu padre esposado, Hinata, pero por ahora es necesario. Es un hombre peligroso.

—Lo comprendo.

—Si no me necesitas iré a ver como va la toma de la ciudad. Regresaré junto a Sasuke.

—No te preocupes, yo estaré bien —dijo fingiendo una fortaleza que en este momento no sentía.

La chica de coleta llevó a Hiashi hacia el carruaje nuevamente, asegurándose de que ninguna posibilidad de escape tuviese. Tras ello, partió raudamente hacia la urbe.

Mientras tanto Hinata quedó muy triste, pensando seriamente en terminar su relación con Sasuke. No por haber dejado de amarlo, sino porque el hecho de que Hanabi siguiera con vida cambiaba radicalmente todo lo que tenía planeado. Ella nunca la perdonaría si contraía matrimonio con Uchiha, de eso estaba segura porque nadie conocía a su hermanita mejor que ella.

¿Podría Hanabi entenderla y perdonarla por haberse enamorado del último Uchiha? ¿O la haría elegir entre ella y Sasuke? Imaginarse la última disyuntiva le encogió el corazón, pero, aunque resultara muy dolorosa, la decisión la tenía muy clara.


Una media hora después Sasuke e Ino regresaban a la costa tras completar exitosamente la misión de asegurar las dos vías de acceso a la urbe. Para sorpresa de todos no hubo siquiera una ligera escaramuza. Apenas entró a la ciudad, el guerrero más fuerte fue aclamado por la multitud como un héroe. Para mejorar todavía más las cosas otros doscientos soldados se unieron a la causa de acabar con Danzo, los cuales, entremezclándose entre los pelotones, seguían al general y la coronel a fin de continuar descargando cosas desde los navíos. Otros setencientos hombres se quedaron en la ciudad o acampando en sus alrededores.

Afectada todavía, Hinata sentía el peso del futuro oprimiendo su pecho y la única forma de aligerar tal sensación era disfrutar el bello paisaje crepuscular que se cernía ante sus ojos lagrimosos. No obstante, los constantes pensamientos que involucraban a Hanabi odiándola le impedían hallar el consuelo que tanto necesitaba. Sólo al al oír las voces de la multitud de hombres volvió a concentrarse en lo circundante.

—¿Estás bien? —preguntó el pelinegro cuando llegó a su lado. A primera vista no parecía haber llorado, mas era mejor confirmar su estado.

Ella respiró profundamente antes de contestar.

—La verdad no, pero me recuperaré —intentó sonar fuerte, pese a que todavía un fuerte sufrir azotaba su pecho—. ¿Salió todo bien?

—No tuvimos que pelear, la gente nos recibió con los brazos abiertos —explicó con satisfacción—. Por cierto, lamento que vieras a tu padre en ese estado —agregó sin quitarle importancia al asunto. Le preocupaba bastante, de hecho.

—Yo también lo lamento —musitó de modo angustiado, cosa que produjo un silencio incómodo durante muchos segundos—. Por favor, si no les molesta quisiera estar sola unos minutos más —solicitó después.

—¿Estás segura? —cuestionó Ino.

—Sí.

Uchiha se vio obligado a aceptar en favor de respetar el deseo de su musa. Sabía que el encuentro entre padre e hija le pasaría factura a su relación con Hinata. Era inevitable, mas no por ello que mediaran más palabras, se alejó para que Hinata viviera su amargura en soledad por cinco minutos, aunque, de extenderse ese plazo, tomaría acción.

Ino lo siguió pensando que este sería un buen momento para asesinarlo por la espalda, pero la masa de hombres que estaba un poco más allá la despedazaría sin piedad como venganza. No era sólo matar a su compañero, también tenía que cortar su cabeza y llevarla clandestinamente ante Danzo, evadiendo a los soldados que pudieran presentarse en su camino. Por tal motivo necesitaba estar sin testigos; sólo Sasuke y ella.

Era así de simple y complejo al mismo tiempo.

...

Pasaron los cinco minutos, mismos que generaron un sentir de impotencia en Uchiha. Sabía bien que él no era el más adecuado para consolar a su prometida y menos aún tomando en cuenta que era el culpable directo de su sufrimiento. No se arrepentía de lo hecho a Hiashi, pero seguramente no habría sido tan sádico de conocer a Hinata antes. Frustrado, avanzó unos pasos hacia Ino y le solicitó que la consolara.

La aludida la apoyaría, aunque siempre cuidándose de ella ya que era muy intuitiva. Aplicaría la misma precaución con Sasuke, quien la conocía lo suficiente como para saber cuando algo no andaba bien. Aún tenía poco más de nueve horas para cumplir su cometido, por lo cual reuniría paciencia para disimular, del mejor modo posible, el remolino espiritual que la fustigaba. Concentrada en su objetivo de fondo, caminó directamente hacia la de ojos albinos.

—Hina —acortó su nombre para darse más intimidad con ella—, sé que no somos amigas cercanas, pero en este mundo no tenemos más alternativa que ser fuertes porque cosas muy malas pueden suceder de improviso. Lo que se te viene encima es difícil y necesitas maximizar tu fuerza de voluntad si no quieres que tu alma sea destruida.

La dama de cabellos oscuros no lo sabía todavía, pero Ino no se refería únicamente a su futuro encuentro con Hanabi, sino también a que perdería a Sasuke dentro de poco.

—Lo sé, pero cuesta ser fuerte. Agota mucho serlo todo el tiempo.

—Sé eso muy bien, pero la vida sigue y lo único que podemos hacer es seguir adelante, no arrodillarnos ante ella.

La conversación fluyó como si fueran dos hermanas. Hinata fue sintiéndose mejor al transcurrir de los minutos, lo cual fue refrendado por su semblante más tranquilo.

Sasuke no quiso entrometerse entre ellas, por lo que giró su vista hacia el mar para comprobar que todo fuera bien con la descarga de equipamientos. Fue entonces que se percató de algo singular en el lugar en que agua y arena se saludaban constantemente. Allí, dos cangrejos se enfrascaban en un duelo empleando hábilmente sus tenazas. Le sorprendió la gran coordinación que tenían sus movimientos, utilizando sus múltiples patas para retroceder y avanzar alternadamente. A veces alguna impetuosa ola los empujaba tierra adentro, pero ellos no estaban dispuestos a dar por terminado el combate, arrojándose contra el otro con renovada vehemencia. Su imaginación convirtió al de color más claro en Naruto y al más oscuro en él, apoyando mentalmente a su representante. Sin embargo, no sabría el resultado de la pelea debido a que escuchó los pasos de las chicas acercándose.

—¿Estás bien, Hinata? —preguntó dándole el rostro mientras sus cabellos eran agitados por una fuerte ráfaga que llegó de súbito—. O mejor dicho: ¿Estás más tranquila que antes por lo menos?

—Estoy mejor gracias a la señorita Ino —sonrió de manera tenue.

Él esbozó un gesto de conformidad.

—Entonces te informo que tu padre quedará arrestado en el cuarto de una posada a la espera de que se encuentren con tu hermana. Por cortesía hacia ti estará sin cadenas, aunque vigilado por soldados para que no huya. Puedes estar tranquila, les advertí que no le hicieran nada malo o se las verían conmigo —precisó al verla preocupada—. ¿Alguna objeción al respecto?

—Ninguna.

—Mientras tanto nosotros nos quedaremos en la hacienda más cercana a la playa, le guste al dueño o no.

Hinata dio su anuencia. Varios minutos después, cuando las estrellas ya moteaban la tela del firmamento, el trío se dirigió hacia la estancia que los albergaría. Al llegar a ésta dieron cuenta de que era grande, aunque no tan colosal como la mansión de Uchiha. Estaba bien cuidada y contaba con unos jardines que amenizaban la vista. Seguramente bañados por la luz del día en vez de las producidas por las antorchas, se verían mucho más hermosos. El dueño de la mansión, el hombre más adinerado de la comarca, no puso ningún problema en prestar hospedaje al mayor héroe de su nación. Su familia tuvo la misma disposición afable. También les ofreció esclavas para atenderlos, pero Uchiha desechó la oferta.

Pronto se instaló una guardia de soldados en las afueras, mientras Hinata, Ino y Sasuke recorrían el ala de la mansión que los acogería. Contaban con unas habitaciones finamente amuebladas y enteramente alfombradas, un baño en cada habitación, una lujosa sala de estar y una amplia cocina. Los pasillos que conectaban cada sector eran contiguos unos de otros. Conformes con lo visto, se dispusieron a cenar antes de dormir. Ino supo, entonces, que el momento final de Sasuke estaba cada vez más cerca, que ser un cadáver era una inminente realidad. Buscó algo de consuelo para su alicaído corazón pensando que, por lo menos, esta mansión era un buen lugar para morir.

De pie en medio de los sillones del living, el trío habló unas cuantas cosas. En el momento que se produjo una pausa, la chica de coleta decidió poner en marcha, por fin, su plan homicida.

—Hinata... ¿te puedo hacer una sugerencia?

—Por supuesto —contestó sorprendiéndose de que la actitud de Ino fuera tan comedida. Conociendo a la blonda habría lanzado su proposición sin ninguna pregunta preventiva de por medio.

—Es que tengo mucha hambre y me gustaría tratar algunas cosas castrenses con Sasuke mientras tú preparas la cena. Creo que te serviría para distraerte. Es bueno mantenerse ocupada, ¿no crees?

—Oh, tiene razón en lo que dice. Además, así aprendo a cocinar mejor. —Sus labios se curvaron de una manera casi imperceptible, aunque de no haber hablado con su padre su sonrisa habría sido muy amplia—. Sasuke... ¿te gustaría comer algo preparado por mí?

—Claro, pero hace algo fácil o nos terminarás envenenando.

Ella formó un expresivo puchero.

—No soy mala cocinera, de hecho en Jiren preparé un platillo que te gustó. ¿O no lo recuerdas? —se defendió.

—Así es, aunque tampoco me alucinó. Debes seguir practicando —acotó él tercamente.

Sin ánimos de esbozar más protestas, Hinata asintió humildemente.

—Bueno, voy a preparar algo mientras ustedes hablan sus asuntos de guerra. Les prometo que haré algo muy rico para ambos, no lo duden —dijo confiadamente.

—Estoy segura de que así será —dijo la del clan Yamanaka, aparentando alegría perfectamente.

Escatimando el tiempo, la manumisa se dirigió hacia la cocina mientras su mente decidía qué platillo hacer esta noche. Vio que afortunadamente habían muchos ingredientes dispuestos en las cestas de mimbre, lo cual la ayudaría a tener un menú bastante amplio. Entre las opciones que vinieron a su mente estaban un estofado aderezado con tomates, un guisado, un caldo de pollo con arroz y especias, fideos con salchichas y así una lista que fue alargándose más de lo prudente... ¿Pero qué podría fascinarle a Sasuke? Lo único que tenía muy claro era que los tomates no podían faltar para satisfacer su exigente paladar.

—¿Y si hago los rostros de Ino y Sasuke con el arroz? ¿Les gustaría o lo encontrarían muy infantil?

De pronto le afloraron más dudas todavía, dándose cuenta que la soldado tuvo razón en su argumento de que cocinar la ayudaría a distraerse.

—¿Debería preguntarle a Sasuke qué desea para cenar? ¿O elijo por mi cuenta?

Se llevó el índice a los labios mientras alzaba su mirada hacia el techo pintado de un blanco crema. Pensó seriamente la idea de acudir con su amado para consultarle, pero finalmente decidió arriesgarse haciendo lo que ella deseaba. Empezó a lavar los utensilios y a preparar los ingredientes, mientras, de manera subconsciente, tarareaba una melodía. De todos modos, volver con Sasuke le quedó rondando por la mente...

Al mismo tiempo que ambos guerreros hablaban, la coronel era apalizada por un vendaval de emociones negativas y no sabía si eso se estaba expresando exteriormente. Lo más probable era que su inseguridad no pasaría desapercibida, por lo cual redobló sus esfuerzos por ver a Sasuke como un enemigo. Si no quería ser descubierta tendría que matarlo dentro de los próximos minutos o no podría seguir actuando como si nada pasara, no con el hombre que le salvó la vida de una horrible muerte.

Siguieron hablando de los pasos a seguir en contra de Danzo; Uchiha contándole los detalles de su estrategia, ella escuchando atentamente. El varón no notaba algo extraño en su aliada, salvo que lucía más callada que de costumbre. Ino solía ser más habladora, replicadora y efusiva; ahora, en cambio, tenía un semblante... ¿expectante? De alguna forma sintió como si la blonda estuviese esperando a que sucediera algo.

—Durante dos meses reuniremos más hombres y construiremos más torres de asedio. Durante ese lapso espero que mi brazo recupere por lo menos la mitad de su movilidad, entonces marcharemos hacia el castillo de Danzo y lo atacaremos con una furia que este mundo jamás ha presenciado.

—¿En dos meses podrás recuperarte del brazo? —preguntó ella dudosamente—. Si la flecha te atravesó el hueso necesitarás más tiempo.

—Shimura tiene el poder económico de su parte, así que no podemos tardar tanto en atacar. Con lo que tengo yo puedo mantener hasta dos meses a un ejército de diez mil hombres, podrían ser hasta cuatro si Gaara también aporta lo suyo, pero dudo que desee invertir su capital. A regañadientes aceptó la alianza conmigo.

—Tienes razón, pero si es necesario yo también puedo apoyarte. No soy rica, pero con lo de mi clan podríamos financiar al ejército por otros dos meses más.

—Serían cuatro meses en total, lo que nos da un margen bastante amplio. De todas formas ya veremos como se van dando las cosas.

Ella dio el asenso con su cabeza.

—¿Alguna sugerencia que añadir? —cuestionó el pelinegro.

Ino podría haber puesto en marcha, ahora, uno de sus planes previamente concebidos: exponer algún tema sentimental del pasado, algo que la hiciera ver vulnerable y necesitada de consuelo. Eventualmente, Uchiha podría abrirse de tal modo que incluso podría aceptar un abrazo de parte de ella. Justo en ese momento de cariño podría aprovechar para apuñalarlo en la espalda. Entonces le pediría perdón mirándolo a los ojos, explicándole, mientras moría, que Danzo la había obligado por tener a su clan secuestrado. No obstante, existía un problema que echaba por la borda aquello: a sabiendas que Sasuke rechazaría de cuajo un abrazo, en todos los años que llevaban de compañeros jamás intentó darle uno. Por eso, si lo hacía ahora se vería demasiado sospechoso. La única alternativa que aseguraba el éxito era matarlo por sorpresa y esperar que su muerte no fuera tan rápida, para así rogarle perdón y explicarle las razones que la llevaron a traicionarlo.

—¿Ino? —Uchiha la llamó al mundo real.

La soldado parpadeó dos veces en cuanto volvió en sí. Al parecer se había sumido demasiado tiempo en sus pensamientos.

—No tengo sugerencias, pero cuando se me ocurra alguna te la diré encantada —sonrió naturalmente, aunque por dentro estuviera llorando. Incluso tuvo que hacer un gran esfuerzo para enmudecer un acongojado suspiro.

—Entonces eso es todo por ahora —cerró la conversación—. Iré a ducharme antes de cenar.

—Yo iré con Hinata para ayudarle.

El momento que estaba esperando Ino por fin había llegado. Ambos tendrían que ir a la zona de pasillos que conectaban las distintas salas del hogar. Tal lugar asomaba como el ideal para matarlo por la espalda: su estrechez hacía que girarse no fuera algo fácil, no habían espejos y la iluminación de las dos antorchas era escasa.

Avanzó mirando la espalda masculina a dos metros por delante suyo, sintiendo que el trayecto hacia el corredor era eterno. Los recuerdos con su padre y los que hizo con Sasuke chocaban como bloques de concreto contra su cerebro. La decisión la tenía muy clara de todos modos, pese al inmenso dolor que sentía por ejecutarla.

En cuanto llegaron al principio del pasadizo que daría paso a la fatalidad, la guerrera contuvo la respiración, tragó saliva, apretó los labios y, yendo más allá de su padre, también recordó a su amado clan en general. Dio un par de silenciosos pasos a fin de aproximarse más a Sasuke y, justo cuando llevó la mano al bolsillo para sacar su navaja, él se giró de soslayo para decir algo. La de cabellos dorados se detuvo en seco, manteniendo su mano en el bolsillo. Realizando un esfuerzo instantáneo, trató de darle franqueza a su semblante.

Uchiha levantó una ceja al verla tan cerca suyo.

—Te equivocaste, es el pasillo de al lado el que lleva hacia la cocina —le indicó al suponer que el error se produjo por estar en una nueva mansión. En todo caso le extrañó, puesto que Ino tenía una excelente orientación.

—Primero iré al baño de mi habitación —respondió velozmente, manteniendo una aparente tranquilidad.

A Sasuke le llamó la atención que tuviera una mano en el bolsillo.

—Por cierto —puntualizaría algo importante que pasó por alto—, haré a Jūgo el líder de la Legión Bestial.

—¿Estás seguro? —imprimió preocupación en su voz—. Sabes que cuando entra en su frenesí de sangre no distingue aliados de enemigos.

—Él me aseguró que ya superó sus ataques de ira, pero si no es así entonces yo lo detendré.

La chica de katanas asintió con un movimiento de cabeza.

—¿Es idea mía o no tienes el semblante de siempre? —cuestionó, extrañado—. Además tener una mano en el bolsillo no es un gesto característico tuyo. De hecho nunca te lo había visto.

La blonda ya tenía preparada una excusa en caso de un imprevisto como este, una explicación que era difícil de poner en duda.

—Bueno, es un tema íntimo, pero te lo diré de todos modos: la verdad es que tengo cólicos porque me llegó la regla hace unas horas. Es una mierda muy jodida que tú nunca sufrirás. —Se encargó de darle tirria a su celeste mirada. —Por eso necesito ir al baño antes de ir con Hinata. —Soltando la navaja en su bolsillo, se agarró la zona ventral con ambas manos al tiempo que formaba una expresión de dolor contenido.

—Es una de las ventajas de ser hombre —dijo conformándose con su explicación, mientras pensaba que, curiosamente, su menstruación se había sincronizado con la de Hinata—. Aunque nunca te había visto sufriendo por tenerla.

—Que siempre me aguante el dolor no significa que no lo sienta —arguyó instantáneamente.

—Espero que esas molestias se te pasen pronto —señaló de modo empático, cosa que a Ino la sorprendió mucho. El Sasuke de antes nunca le habría dicho algo así. Era evidente que Hinata, durante los viajes, logró provocar un cambio en él.

—Gracias —musitó de verdad conmovida—. Generalmente el dolor sólo me dura un día, después desaparece.

Él asintió. —Bien, iré a ducharme de una vez.

—Ve; yo iré al baño y después le ayudaré a Hinata, pues si la dejo cocinar sola nos puede matar a los dos —rió con espontaneidad.

—Mejor prevenir que lamentar.

—Exactamente.

Como Ino tenía su total y absoluta confianza, Uchiha nada sospechó a pesar de las rarezas que notó. Dispuesto a encaminarse hacia su habitación, se volteó dándole su fornida espalda. Para la rubia este era el momento decisivo, el instante que estaba esperando: tomarlo por sorpresa justo después que una broma lo relajara y que le hiciera bajar la guardia. Sus emociones lucharon entre sí del mismo modo en que se enfrentarían un león y un tigre, pero nada podía hacer ya. Era ahora o nunca. Ahogó un suspiro que alteraría su respiración, sacó la afilada navaja desde el bolsillo y entonces, en un acto sorprendentemente instantáneo, un par de lágrimas escurrieron por sus mejillas.

«No te imaginas cuánto me duele hacer esto... Perdóname, Sasuke...»

En un abrir y cerrar de ojos su rostro atravesó todas las capas de la angustia, pero dispuesta a salvar a los suyos movió su brazo, navaja en mano, para darle una certera estocada por la espalda. El arma se acercó a una velocidad tan relampagueante que, en menos de un segundo, ya estaba a cuatro centímetros de perforar el corazón que buscaba...


Continuará.