Hola estimada gente. Aquí estoy avanzando de nuevo esta historia, aunque me vi obligado a separar este capítulo en dos partes o de lo contrario habrían tenido que leer casi 24,000 palabras en un solo capítulo, lo cual me parece excesivo. Como siempre he dicho mi límite es 20,000 (y eso ya me parece demasiado también) y por eso lo he dividido para hacer más cómoda la lectura.

Por cierto: si a alguien no le interesa el encuentro entre Ino y Sai puede saltarse este capítulo completamente ya que el 95% tratará de ellos y hay poquísimo sasuhina. Aviso también que para leer la segunda parte no tendrán que esperar nada pues la publicaré inmediatamente ;]

Como siempre muchísimas gracias a quienes me dejan reviews (con cuenta y anónimos), pues son ustedes quienes me alientan a seguir escribiendo. Por cosas de tiempo no he contestado todavía, pero pronto los responderé como hago siempre ^^


Vocabulario:

Yerto: Dicho de un ser vivo o de alguna parte de él: Tieso o rígido, especialmente a causa del frío o de la muerte.

Inánime: Que no tiene alma.


Capítulo Trigésimo quinto: Primera parte


Ino le dio la misión a tres soldados de peso ligero que le informasen a Gaara lo que estaba sucediendo. Luego llegó al lugar en que era custodiado el único élite sobreviviente de la emboscada de altamar. Se trataba de la cárcel de la ciudad, específicamente una celda unipersonal. Tras solicitarle a los guardias las llaves de la jaula para humanos, les ordenó que la dejaran a solas con el cautivo. Tomó una de las sillas a un costado de una pared y la colocó por fuera de los barrotes. Fue entonces que se dio un pequeño lapso para examinar al prisionero que estaba extendido a lo largo de la cama y sólo cubierto por una tenue sábana. Encima de su regazo mantenía abierto un cuaderno en el que parecía estar dibujando o escribiendo. Desde su perspectiva no alcanzaba a notar cuál de las dos opciones era la correcta.

Pronto le llamó la atención el parecido que tenía con Sasuke, lo cual, según sus gustos, ya era un plus para considerarlo como alguien muy atractivo. Las diferencias más notables eran el peinado distinto, sus cabellos más lacios y especialmente el tono distinto de piel. Fue esta característica la que más la impactó: su tez era tan descolorida como la de un vampiro, luciendo enfermiza por la evidente falta de sol.

De repente sus ojos dieron un brinco al llegarle un recuerdo desde la nada: estaba segura que esa palidez la había visto en algún lado. Hurgó afanosamente en su mente hasta que llegó el recuerdo exacto: ese joven compró violetas en su florería en dos o tres ocasiones. ¡Sí! ¡Estaba segura que se trataba de él! ¿Acaso Danzo le encargó la misión de espiarla? ¿Acaso fue Sai quién descubrió los planes del clan Yamanaka y su secreta ubicación? No; ahora que lo pensaba era imposible debido a que esas compras fueron realizadas cuando ambos eran apenas unos adolescentes. Unos cinco o seis años pasaron desde entonces, aunque seguía recordándolo por su particular color de piel.

Entretanto la mente de Sai voló en el tiempo cuando, por primera vez, vio a la Yamanaka desde una esquina. Vestida de civil, atendía la floristería un fin de semana. Recién había salido de las barracas de Raíz, volviendo al mundo después de un entrenamiento de muchos años para insensibilizarlo y hacerlo incondicional a las órdenes del rey. Sin embargo, tanto tiempo de lavado cerebral no logró quitarle totalmente la curiosidad, pues algún retazo de humano, de artista, aún le quedaba. Por ello, tras escuchar muchas veces los rumores del gentío en las calles, quiso conocer a la mujer que estaba en boca de todos por haber entrado al ejército. Quería dibujar en su cuaderno a esa guerrera peluda como un oso, bigotona como bruja y con músculos de ogro que su mente se empeñaba en concebir. No obstante, comprobó en persona que su imaginación distaba mucho de la realidad. Para su gran sorpresa aquella era la chica más hermosa que había visto jamás. Y sabía perfectamente que no se trataba de una percepción provocada por haber estado mucho tiempo sin ver una sola fémina, pues ya había observado a muchas paseando por las calles de la capital. Su primera impresión fue que ella era simple y llanamente...

Una joven belleza.

La pelirrubia pensó preguntarle el verdadero motivo de que acudiese a la florería, pero decidió ahorrar tiempo e ir directamente al meollo de lo importante.

—Hola, Sai. Mi nombre es...

—Sé quien eres —la cortó él de modo displicente—. Si necesitas algo ve directo al grano.

—Danzo ha secuestrado a mi clan. Lo matará al amanecer.

—¿Qué te ha pedido para salvarlos?

—Asesinar a Sasuke.

—Y no pudiste hacerlo, ¿verdad? Una prueba más de que los sentimientos son inútiles, de que sólo sirven para interferir en los verdaderos objetivos.

—Fueron los sentimientos los que me ayudaron a tomar la decisión correcta.

Inundándose de sorpresa por dentro, Sai permaneció impasible por fuera.

—No te entiendo.

—Si me hubiese dejado llevar por la lógica habría matado a Sasuke, pero fueron mis sentimientos los que me advirtieron que Danzo no cumpliría su palabra, que matar a mi compañero no tenía sentido. A veces, más veces de las que crees, los sentimientos te ayudan a tomar las decisiones correctas.

—Las peores diría yo —corrigió al instante—. Actuar bajo el estímulo de nuestras emociones es un obstáculo para el buen trabajo de la razón. Las mejores decisiones son tomadas por la mente y no por el corazón.

—Difiero con eso.

—Pues te equivocas. La mejor prueba es que tu vínculo sentimental con tus familiares propiciarán tu muerte.

—Y tu vínculo mental con Danzo propiciará la tuya. ¿No te das cuenta que eres sólo un esclavo para él?

—¿Es esclavitud cuándo obtienes lo que deseas?

—¿Y qué deseas?

—Respeto.

—Eso también puedes conseguirlo sin tener que ser un siervo del rey. Lo importante es tener el respeto de la gente correcta.

—Dudo que mis heridas me permitan ser el mismo de antes —miró su brazo en primer lugar y la rodilla en segundo—. Es evidente que quedaré con secuelas. ¿Crees que la gente respetará a alguien que no podrá caminar bien porque le partieron la rótula?

—Si te preocupa eso es porque sí tienes sentimientos —retrucó hábilmente, poniéndolo en jaque.

—Eres rápida mentalmente, aunque, siendo una espía igual que yo, no es algo que me sorprenda. Sin embargo, no me refiero al respeto desde una perspectiva sentimental, sino como un objeto para conseguir metas. Si la gente te respeta es más fácil cumplirlas —escapó magistralmente de la jugada hecha por la soldado.

Ella se silenció unos segundos, pensativa.

—¿No será que te estás mintiendo a ti mismo?

—Los sentimientos sólo entorpecen a la inteligencia, por lo tanto los eliminé completamente.

—Si quieres creer que eres una roca allá tú, es tu problema, pero sí te diré que deberías aceptar lo que nos hace humanos.

—¿Y crees que ser humano es algo bueno? Guerras por doquier, asesinatos, violaciones, luchas de poder... Todo lo que te nombré es provocado por las emociones o por sus hermanos mayores: los sentimientos.

La de zarca mirada suspiró pesadamente. No tenía tiempo como para discutir sobre la naturaleza humana, pero sí daría una breve respuesta.

—No todo es tan malo como lo pintas y tú puedes decidir qué clase de persona ser. También existe gente buena gracias a los sentimientos. Acéptalos para poder vivirlos o vívelos para poder aceptarlos. El orden de los factores no cambia el resultado.

—Hablas muy bonito —la alabó de un modo marcadamente irónico—, pero sé directa y dime a qué has venido realmente.

—Necesito que me reveles dónde está el laberinto del castillo más cercano a las catacumbas.

—¿Crees que voy a traicionar a mi rey?

—La muerte de Shimura no es mi prioridad ahora mismo. Sólo quiero salvar a mi clan, a los míos. —Se levantó de la silla, acercándose a los barrotes para mirarlo más de cerca. —Por favor, Sai.

Él, indiferente, dejó su pluma en el velador y sopló la hoja en que realizaba un nuevo dibujo. El motivo era apresurar el secado de la tinta. Pasó un minuto entero en que puso a prueba la paciencia de la fémina, la cual no reaccionó al esperar una respuesta definitiva a su pedido. Sin embargo, eso estaba muy lejos de llegar aún.

—A mí nadie me ayudó excepto mi señor. ¿Entonces por qué debería ayudarte a ti en vez de a él?

—Mi clan va a morir por una injusticia.

—La muerte es parte de la vida. Si tu clan muere debes aceptarlo.

—La muerte es parte de la vida cuando es natural, no un asesinato como el que pretende hacer Danzo.

—Así es el destino. A éste no le importa si es natural o innatural. La muerte existe en cualquiera de ambas formas y hay que aceptarlo.

—Veo que te esfuerzas en aparentar que eres tan frío como un hielo, pero por más que actúes se me hace imposible creer en tu fachada.

—¿Fachada? —inquirió con una sonrisa inánime—. No tengo vínculos sentimentales con nadie. No tengo familia ni amigos y tampoco los necesito. Sentimientos como el amor no existen en realidad, esas sólo son tonterías humanas para huir de la soledad. Una excusa para darle una supuesta profundidad al vacío del sexo y poder sentirse menos animales de lo que realmente son.

A diferencia de él Ino sonrió tristemente, compadeciéndolo de modo sincero.

—Danzo hizo bien su trabajo después de todo. Tú ya no eres Sai, sólo un cascarón vacío del niño que alguna vez fuiste.

—¿Y eso te importa realmente? ¿Te crees diferente a Danzo cuando lo único que te importa es obtener la información que tengo? Así somos los seres humanos, sólo vemos a los otros como herramientas. Esa es nuestra verdadera naturaleza.

—Quizá tengas razón y ahora mismo sí te veo como una herramienta, ¿para qué lo voy a negar? —aceptó sin hacerse problemas, cosa que sorprendió a Sai—. Sin embargo, me gustaría puntualizar algo en relación a eso: si no fuera por las circunstancias actuales me quedaría a debatir contigo toda la noche porque sé que eres una persona y no una cosa desechable. Y por eso yo jamás te habría lavado el cerebro para utilizarte como lo hizo Danzo, jamás habría matado a tu único amigo con tal de eliminar tus sentimientos.

Se hizo un significativo silencio. Sai no quería creer lo dicho por ella, pero veía tanta honestidad en esos ojos celestes que le fue imposible. Era una mirada emotiva y llena de temple al mismo tiempo.

—Puede que seas distinta a mi rey —dejó margen a la duda—, pero eso no cambia la verdad: si buscas afecto es sólo para llenar vacíos, si buscas amistad es por lo mismo. El amor es sólo un remedio contra la soledad, algo a lo que se aferra la gente débil que se siente incompleta. Pero yo soy fuerte y estoy pleno, no me hacen falta tonterías como los sentimientos. Lo único que necesito es respeto.

Esta vez fue Ino quien mantuvo el mutismo durante varios segundos.

—Ya veo. Lo que queda de tu anulado ser siente que la única manera de obtener respeto es seguir siendo un frío asesino al servicio de Danzo. Es muy triste que volverse un homicida insensible sea una mejor alternativa que ser simplemente Sai. Es una prueba más de cuán loco está este mundo.

—En fin —desdeñó de un modo indiferente—, si vas a torturarme no pierdas más tu tiempo y hazlo sin molestas palabrerías —exigió como quien habla de salir a pasear, como si estuviera deseando ser castigado.

La blonda ignoró su pedido olímpicamente.

—¿Es un cuaderno de dibujos? —preguntó con genuino interés, poniéndose de puntillas para verlo mejor a través de los barrotes. Y antes de recibir una respuesta afirmativa, añadió—: ¿Me dejas verlo?

—No.

—No me lo quieres pasar porque es íntimo, ¿verdad?

Sai sintió que lo puso otra vez en jaque, por lo que reacomodó su primera respuesta.

—Tómalo si gustas, pero espera un momento. Sacaré una hoja.

—¿Por qué?

—Es una ilustración con muchas desviaciones. Dibujar en un barco navegando no es fácil —complementó— y me gusta la perfección —a lo dicho rasgó la hoja, la arrugó hasta convertirla en un desecho y la guardó en un bolsillo.

A la soldado le pareció otra señal de que sí tenía emociones, pero por ahora lo dejaría pasar. Desenvainó sus katanas y las colgó en el perchero de armas. Luego hizo lo mismo con sus puñales. Quizás era una precaución excesiva, mas no quería que Sai pudiera arrebatárselos en un descuido. Después abrió la celda con la llave correspondiente e ingresó confiadamente hasta quedar al lado de él. Entonces recibió el cuaderno en su diestra, cuyos dedos se dedicaron a hojear lo plasmado. Se vio obligada a entreabrir los labios ya que no se esperaba tamaño talento. Pensaba pasar páginas rápidamente, pero los detalles, los trazos, el realismo en cada dibujo, atrapó e hipnotizó sus luceros. El arte en sí era para adularse y hubo algo que la sorprendió aún más: las ilustraciones no trataban de sangre, cadáveres, combates o armas.

—Tantos paisajes hermosos y caras sonriendo... —comentó todavía anonadada—. ¿Y dices que no tienes sentimientos? —criticó al tiempo que seguía hojeando con mucho interés—. Tú eres una farsa.

—¿Por qué lo dices?

—Porque veo una clara contradicción en ti. Tus dibujos gritan que estás buscando algo profundo, pero al mismo tiempo huyes de todo lo que vale la pena.

Sai conservó silencio, pero la confusión se plasmó a través de los reflejos de su semblante. Ante su desbarajuste mental, sintió que el peso de su cabeza se triplicaba. Esa mujer había logrado sacar una conclusión demasiado acertada, cosa que lo hizo sentirse extrañamente desnudo. Eso nunca le pasó con Hinata y sus discursos que, a su juicio, eran prefabricados.

Ino supo que, tal como se lo dijo su amiga Hyuga, había tocado una de las teclas del alma de ese hombre entrenado para ser inánime. Que se quedara sin palabras era una prueba de que algo en su interior se había remecido. Entonces le devolvió el cuaderno, aunque de tener más tiempo habría seguido absorta observando su bello arte.

—¿Quieres que te mate? —preguntó ante el silencio creado por él.

La contestación tardó cuantiosos segundos en arribar.

—No lo sé.

—Es muy triste no saber si quieres vivir o quieres morir. ¿No te gustaría descubrirlo?

—¿Para qué?

—Porque estás atrapado en un limbo entre dos mundos. Un suicida por lo menos sabe que desea morir. Tú ni siquiera tienes claro eso y el vacío que debes sentir por ello tiene que ser horrible.

Sai recibió ese ataque psicológico con fuerza. Sus labios no fueron capaces de decir algo, sólo sus pupilas se expresaron a través del temblor que las poseía. Por un momento, se sacudió internamente al sentir que esos rojizos labios lanzaban verdades demasiado incómodas. La palabra que había empleado era la clave de todo: vacío.

Así se sentía: horriblemente vacío.

—Digas lo que digas, tu clan va a morir —lanzó tratando de defenderse, intentando engendrar odio en ella. Prefería ser torturado físicamente que sentir que tantos años al servicio de Danzo fueron sólo un maldito desperdicio.

Ino se sentó en la cama, acercándose más a él. Para tremendo asombro de Sai, no le dio ningún puñetazo o bofetada por lo dicho. En cambio lo abrazó de una manera muy lenta y cuidadosa, siempre evitando no tocarle sus vendajes.

Por el asombro el rostro de Sai quiso ponerse todavía más pálido, pero eso ya era imposible. No entendía qué estaba sucediendo. ¿Acaso el propósito de esa mujer era confundirlo? Pues debía reconocer que lo había logrado completamente.

Su brazo permaneció inmóvil a un costado, pero súbitamente sintió claramente como aquella extremidad trataba de rebelarse ante su voluntad. Quería moverse, quería corresponderle con el mismo acto por alguna razón que no lograba comprender. ¿Por qué deseaba abrazarla? ¿¡Por qué sentía que su corazón se enternecía!?

—¿Por qué me abrazas? —cuestionó a la vez que hacía un tremendo esfuerzo por contenerse. Y, muy a su pesar, la agradable fragancia floral que despedía esa mujer le estaba dificultando las cosas incluso más.

Ino, sin separarse de él, le hablaría al oído para que sus palabras llegarán más fácilmente a ese corazón oculto que ansiaba salir a flote.

—Hinata me hizo ver algo que me hizo reflexionar mientras venía hacia acá.

—¿Qué cosa?

—En nuestra vida se suscitan muchos momentos en los cuales hubiésemos querido que alguien se sentará a nuestro lado y que simplemente nos abrazara, que nos dijera que todo estaría bien, pero tuvimos que sufrir mientras seguíamos adelante solos. Muchos dirán que eso fortalece el carácter, pero no se puede negar que deja mella en el alma formando nudos en nuestro corazón que jamás se deshacen. Por eso te abrazo, porque desde niño te hizo falta un gesto de cariño como este.

El varón quedó atónito mientras su corazón aumentaba el ritmo de sus latidos. Tuvo ganas de extirpárselo y golpearlo hasta quitar eso que siempre le enseñaron a desdeñar. Sin embargo, su única mano disponible tampoco quería obedecerle: impulsada por lo más profundo de su alma se movió unos escasos centímetros, intentando aferrar la espalda de la soldado. La guerra entre tener sentimientos y no tenerlos, entre lo natural y lo inculcado, se desataba ferozmente al punto que su extremidad temblaba en el aire. Tenía tantas ganas de abrazarla, tantas ganas de dejarse llevar, pero logró controlar ese impulso que su conciencia veía como una traición a su propio ser forjado en la insensibilidad. Ella sólo quería engañarlo, insertarle la vulnerabilidad que daban los sentimientos para sacarle información. Nada más que eso deseaba. ¡Nada más!

—Si crees que dándome un abrazo te revelaré el secreto que pides, estás muy equivocada.

Ino mantuvo su abrazo muchos segundos más, sin importarle lo dicho. Por un momento se olvidó de que enfrente tenía a un enemigo, dejándose llevar por la pasión que había entregado en su abrazo y por el atrayente aroma que despedía ese cuello tan blanco como una hoja de papel. Luego, cuando se separó, le captó una mirada artificialmente fría, antinatural. Aquella era una forma de protegerse contra la guerra que había en su interior. De reojo pudo ver que la mano abierta de Sai temblaba, comprendiendo, definitivamente, que detrás de esa frialdad implantada sólo había un niño que deseaba dejar de matar, que solamente quería ser feliz.

—No vas a estafarme con un abrazo —dijo paralizando su diestra por fin, convirtiéndola en un puño poco después.

—Puedes guardarte tu secreto.

—¿No intentarás torturarme? —preguntó aún más confundido que antes.

—¿Qué sentido tiene torturarte si ya has sido torturado toda tu vida?

Sai quedó en completo silencio, la confusión atacándolo hasta en las entrañas. Lo dejó desconcertado esa compasión sin condiciones a pesar de que no la quiso ayudar.

—¿Y tu familia?

—Sé que ustedes, integrantes de Raíz, prefieren soportar todo tipo de dolores antes que traicionar al rey. Sólo perdería valioso tiempo atormentándote, así que confiaré en que el plan A tendrá éxito. Es difícil, pero es mi única esperanza —dicho lo anterior, Ino se giró y empezó a caminar hacia fuera de la celda—. Espero que un día te des cuenta que estás desperdiciando completamente tu vida —dijo a modo de despedida—. Te deseo suerte, Sai.

Él supo, con diáfana seguridad, que no la volvería a ver más. Quizás porque iba a morir en el asalto al castillo, quizás porque moriría él. La repasó observando su dorada coleta moverse al son impuesto por sus pasos y recordó su primera impresión respecto a Ino, dándose cuenta que ahora debía agregar algo más a sus palabras...

Era una joven belleza en cuerpo y alma.


En tanto lo anterior se desarrollaba, Hinata comía ansias al tener que esperar el resultado de la infiltración. Recordó a Naruto y se preguntó si Ino y Sasuke le pedirían ayuda. De ser así podría tomar la oportunidad para acompañarlo y aprovechar de reunirse con Hanabi. Incluso podría tratar de persuadirlo para dejar que lo ayudara con la misión al castillo. Ciertamente sería muy difícil que aceptara, ¿pero qué perdía con intentarlo?

Decidida, salió de la mansión y les solicitó a los guardias apostados en el patio que de favor la llevaran con Sasuke, pero no fue necesario: su prometido estaba muy cerca todavía, dirigiéndose hacia la playa tras haberle dado órdenes a unos soldados que partieron en dirección contraria. Al trote acudió a su presencia.

—Sasuke —dijo su nombre un poco antes de llegar a su lado—, ¿irás por Naruto?

El antiguo Uchiha la habría ignorado a la vez que la mandaba de vuelta a casa, pero el renacido decidió responderle a la vez que detenía sus pasos.

—No me agrada, pero para salvar al clan Yamanaka necesitaremos de los mejores guerreros y eso lo incluye.

—Mi hermanita está con él, ¿verdad?

—Así es.

—Llévame con ella por favor.

—¿No será que quieres ver a Naruto? —cuestionó en modo cizañero mientras alzaba una ceja.

—Por favor, no empecemos —solicitó de la manera más humilde posible, la misma que a Sasuke le costaba más contradecir—. Sólo quiero ver a Hanabi porque me tiene muy preocupada.

Él le dio veracidad a lo dicho y por eso respondió sin agregar inquina.

—Correrías grave peligro. Las patrullas de Danzo deben estar vigilando, acechantes para atacar en cualquier momento.

—Pero necesito ver a Hanabi lo más pronto posible. No me pasará nada, en serio —aseguró confiadamente.

—Tu hermana está en el bosque de arrayanes cercano a la caverna al suroeste. Es muy difícil, pero en caso de que no vuelva —la oyente arrugó sus facciones y movió sus labios para interrumpir a su amado, pero él se lo impidió con un gesto de su diestra— les dejaré encargado a los mejores soldados que te lleven para allá. Tu padre también será liberado.

—En caso de que no vuelvas... —repitió en un susurro lo que le estaba costando mucho digerir.

—Tranquila: la posibilidad existe, pero es mínima.

—Sé que me dices eso sólo para que no me preocupe. La posibilidad es muy alta; no soy tonta.

Uchiha rechistó.

—Un solo brazo mío equivale a los de cien hombres —aseveró soberbiamente—. Pase lo que pase no me permitiré morir hasta que Danzo se revuelque de dolor bajo mi espada.

La fémina se sintió un poco más sosegada al notar que su arrogancia de siempre volvía a brillar. Ese era el Sasuke que conocía: altanero, engreído, altivo. Sin embargo, tenía que insistir con su petición.

—Por favor déjame acompañarte hasta ese bosque —insistió o la incertidumbre terminaría matándola—. Además de ver a Hanabi, también podría ayudarte flecheando desde lejos. Tú mismo viste cuán buena soy como arquera —agregó esperando una respuesta positiva. Después de todo fue útil en la emboscada de los élites.

—No insistas porque, aunque lo hagas mil veces, no te pondré en riesgo. Es mi palabra final.

La absoluta seriedad con que lo dijo le dejó claro a Hinata que sería muy difícil convencerlo.

—Eres malo conmigo —se quejó como lo haría una niña; incluso un puchero se formó en su rostro—. Te juro que no me pasará nada —perseveró nuevamente.

—Es demasiado riesgoso. Puede que tengas mucha puntería, pero no tienes el entrenamiento militar adecuado para sobrevivir. Serías un estorbo porque, en vez de concentrarme en la lucha, estaría preocupado de cuidarte.

La esquina derecha de su boca se movió como tratando de tocar la esquina contraria. Luego deshizo su gesto y respondió: —Por lo menos déjame ir al bosque de arrayanes. Me urge ver que mi hermanita está bien.

—Mi respuesta ya la tienes, así que no me hagas perder tiempo discutiendo. Cada minuto vale oro.

Hinata se agarró la uña del índice derecho; por un instante tuvo ganas de tirarla hasta arrancársela. Solía persuadir a Sasuke cuando disentían, pero no tuvo más remedio que aceptar que esta vez no lo conseguiría.

—Está bien. No me gusta, pero me quedaré aquí —dijo sin ocultar su tristeza.

El semblante de Uchiha reflejó su aprobación. Ya había dado pie atrás ante ella en más de una ocasión y no estaba dispuesto a continuar la misma dinámica.

—Si quieres puedes venir a la playa conmigo para despedirme —le dijo a modo de consuelo—. Un beso tuyo justo antes de partir me dará muchas fuerzas —apenas dijo esto, se preguntó cómo diablos fue capaz de lanzar semejante cursilería. Para peor, justo antes de una batalla decisiva.

Esa mujer, definitivamente, lo estaba cambiando para mal.


Sai miraba a Ino avanzar hacia sus armas colgadas en la pared. Su forma de caminar era elegante y el movimiento de sus nalgas hipnotizante pese a que su pantalón no terminaba de marcarlas completamente. Entonces volvió a pensar en cuán hermosa le parecía esa mujer guerrera. A decir verdad no quería que se fuera todavía y, por ello, súbitamente le llegó una idea tan rastrera como satisfactoria; una con la que podría ayudarla y ser ayudado al mismo tiempo.

—Espera —dijo cuando Ino ya abriría la puerta de salida. Estaba colocándose de nuevo su negro abrigo militar, pero congeló su acción y se giró para mirarlo de soslayo.

—¿Qué pasa?

—¿Estás dispuesta a sacrificarte para salvar a tu clan?

—Sí —lanzó su inmediata respuesta.

—Entonces demuéstralo.

La fémina se giró del todo, encarándolo.

—¿Cómo?

—Toda mi vida me he sentido muerto, pero si logras que me sienta vivo te diré donde está el pasadizo secreto más próximo a las catacumbas.

—¿Y cómo puedo hacerte sentir vivo?

—Quiero que me chupes el pene y te tragues mi semen.

Los ojos de Ino brincaron de sorpresa sin poder darle crédito a lo mencionado. Quiso creer que había oído mal, pero el tono fue tan claro e inteligible que le resultó imposible atribuirlo a un error suyo o a un producto de su imaginación. También le asombró que el tono aflorase tan habitual como siempre, como si hablara del clima o de una minucia. Cuando asimiló el demente pedido la reacción fue inmediata: una clara indignación se apoderó de ella estallando a través de todo su semblante. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no terminar moliéndolo a golpes.

—¿Quién mierda te crees que soy? ¿Una prostituta? Preferiría morir despedazada antes que hacerte algo así.

—Te pregunté si estabas dispuesta a sacrificarte por tu familia y contestaste que sí.

—Pensé que me pedirías otra cosa, no algo tan deshonroso.

—Tú quieres salvar a tu familia y yo quiero sentirme vivo. A mi parecer es un intercambio más que justo.

La guerrera convirtió sus manos en puños fieramente apretados.

—Nunca pensé que me harías un chantaje tan aborrecible.

—¿Qué esperabas?, ¿que te diera la información gratuitamente? Las cosas no funcionan así en este mundo.

—Si quieres algo a cambio entonces pídeme otra cosa. Eso no lo haré.

—Piensa en tu familia —presionó el punto exacto en el momento oportuno.

La florista y floricultora encajó una mandíbula contra la otra, frotando sólo los dientes del lado izquierdo. El ruido consecuente podía escucharlo justo como si se provocara al lado de su oído, aunque externamente Sai no logró percibirlo. Dando un resoplido, y obligada por el riesgo que corría su familia, comenzó a pensar en otras opciones hasta que por fin llegó una que le resultó admisible.

—Me bastaría un beso para hacerte sentir vivo. —propuso su alternativa. Lo otro simplemente no iba a cumplirlo.

—No quiero besos sino una felación con final feliz. Mucho peor sería si te pidiera que te cortes un brazo, ¿no crees? —puso las cosas en perspectiva, haciéndole ver que lo primero era menos pernicioso que lo segundo.

—Dices ser alguien que no tiene emociones ni sentimientos, pero, convenientemente, a la lujuria no la tienes exenta —reprochó evidenciando su asco.

—El sexo es lo que nos hace sentir más vivos que nunca. Siempre he oído eso y quiero comprobarlo contigo. Con prostitutas nunca sentí nada, se me hacían todas iguales, como si fueran copias unas de otras. Algo tan simple y normal para todo hombre como es llegar a un orgasmo, nunca se ha desatado en mí. Tampoco masturbándome lo he conseguido.

Los ojos de Ino mostraron una inevitable expresión de gran asombro. Por cuchicheos sabía que había mujeres incapaces de llegar al clímax, mas nunca pensó que un hombre pudiera padecer lo mismo. Era sin duda sorprendente el nivel de insensibilidad que Raíz consiguió implantar en él.

—Pero tú —continuó Sai— eres una guerrera, una mujer distinta a cualquier otra que exista en este mundo. Por lo tanto quiero ver si contigo es diferente.

De estar en otra situación podría haberse conmovido un poquito. Después de todo debía ser difícil querer conocer un orgasmo y no obtenerlo jamás. Aunque en sus tiempos fuese un pecado, ella se masturbaba a menudo y no concebía el hecho de vivir sin disfrutar de ese tremendo placer. No obstante, ahora mismo poco le importaban los traumas sexuales del castaño. Y mucho menos le daría una «terapia bucal».

—A ver, cara de talco: ¿qué tal si mejor te torturo hasta hacerte confesar? Había desechado la idea, pero tu pedido ha hecho que renazca —levantó ligeramente uno de sus puñales desde la vaina, intentando intimidarlo.

—Tú misma lo dijiste: en Raíz nos enseñaron a controlar el dolor perfectamente a través de la mente. En segundos alcanzamos un estado de abstracción extrema en que nos desconectamos de lo corpóreo —explicó con aires de suficiencia—. Golpéame, quémame, abrieme el vientre en canal, me da exactamente igual. Si quieres salvar a tu clan ya sabes lo que debes hacer.

Ino repitió el proceso de emperchar sus armas y se quitó el sobretodo. Avanzando hacia él se introdujo en la celda y, sin piedad, le apretó fuertemente la herida del brazo por encima de la venda. Lo puso a prueba mirándolo fijamente, buscando señas de dolor en su rostro. Él respondió manteniéndose tan impasible como una piedra, sin mover un solo músculo facial. Ella incrementó la constricción aún más desatando la salida de sangre, incluso estuvo a punto de trizarle más el hueso, pero no obtuvo siquiera un pestañeo. Pensó entonces en hacer lo mismo con su rodilla o golpearle los testículos hasta molérselos, mas no quería dañarlo realmente. Habría sido distinto si estuviese completamente sano; en cambio, torturar a un hombre que ya tenía graves lesiones en su brazo y en su rodilla sólo la haría sentir demasiado vil. Por eso se detuvo, aunque también lamentó el hecho de no ser más sádica.

—¿Y si hago pasar tu cabeza como si fuera la de Sasuke? —arrojó otra idea que le estaba llegando justo ahora—. Después de todo te le pareces.

—Sabes muy bien que no colaría. No somos gemelos como para que no se note la diferencia —dijo con un aire triunfante casi imperceptible—. Sin embargo, decapítame si gustas.

No parecía siquiera preocupado, pero la florista no vio eso como una virtud o una forma de valentía. Sai no apreciaba la vida y por ende le era muy fácil aceptar a la muerte. ¿Qué valor podía haber en eso?

Suspiró pesadamente al quedarse sin alternativas. Si esto fuera un juego de ajedrez estaría sufriendo un jaque mate ahora mismo. A raíz de ello cerró el puño con tanta fuerza que incluso su brazo entero tembló de rabia.

—Si hago lo que me pides y después no me dices la verdad voy a destriparte lentamente. Me importa poco si eres capaz de controlar el dolor, sigues siendo humano y créeme que tus nervios lo van a sentir.

—Si cumples lo que te digo, te diré la verdad. Te lo juro por mi rey.

Ino se ensimismó durante un par de minutos, pensando en degollarlo como a un cordero en vez de cumplir la bajeza que le estaba pidiendo. Cortarle el miembro también asomó como una fantástica posibilidad. A decir verdad nunca hizo sexo oral antes, de hecho seguía siendo virgen pues deseaba entregarse por amor y, hasta ahora, el único que le provocaba tal sentimiento era Sasuke. Nunca fue más allá de besos y toqueteos íntimos, y aquello debido a sus misiones de espionaje en que necesitó engatusar a ciertos hombres para obtener información. No obstante, imaginarse succionando el falo de alguien que conoció sólo unos minutos atrás, y peor aún, ingerir su esperma, sólo le provocaba una repulsión tremenda.

—Veo que en realidad nunca has estado dispuesta a sacrificarte por tu familia —comentó Sai ante su prolongado silencio—. No los quieres tanto como crees.

—¡Cállate! —reaccionó furibunda dándole una salvaje bofetada—. ¿Qué sabes tú de seres queridos? ¿Qué sabes tú de cuán valiosa es una familia? Si lo supieras me ayudarías enseguida en vez de ponerme una condición tan maldita —se quejó haciendo ademán de escupirle. Pensó que podría detenerse, pero la ira que estaba sintiendo fue más fuerte.

Sai recibió la afrenta en su nariz sin inmutarse un ápice. Sus dedos fueron hacia el espumoso líquido y lo quitó tranquilamente.

—No me molesta porque mi verga te escupirá de vuelta y justo dentro de tu boca —convirtió el desprecio de la blonda en una abierta provocación, aunque internamente dudaba que pudiera obtener la anhelada eyaculación.

—Nunca pensé que fueras un degenerado, un pervertido de mierda —espetó asqueada—. Debería ponerle fin a tu vida degollándote ahora mismo.

—Hazlo y tu clan sufrirá las consecuencias —lanzó desafiante, sin siquiera una pizca de temor en sus ojos. Mientras tanto, el golpe en su mejilla comenzaba a notarse bastante por su color de piel tan blanca.

—Hijo de puta.

Sai seguía tan inexpresivo como siempre; no pareció darse por aludido en ningún momento.

—Mientras más demoras en tomar una decisión, menos tiempo tendrás para salvarlos —presionó manteniendo ese mismo tono imperturbable que a Ino sacaba de quicio.

Buscando alguna forma de lidiar con su ira miró hacia una esquina de la pared y allí vio una araña que colgaba en medio del aire desde un hilo de su red. Qué vida tan simple debían vivir esos bichos, sólo preocupados de atrapar moscas y evadir a sus enemigos naturales. ¿Qué sabrían de chantajes, traiciones o lujuria?

Pasó otro minuto en que el huracán de sus pensamientos se manifestó en una seguidilla de muecas y músculos tensos. La sola idea de hacerle sexo oral le generaba una repulsa enorme, pero confiar en que Gaara llegaría puntualmente era casi como esperar que un animal se enamorara. Si no aceptaba, ¿podría lidiar con el hecho de que su padre moriría por no hacerle sexo oral al imbécil que tenía por delante?

¿Qué haría Hinata en su lugar? ¿Qué haría cualquier otra mujer en su situación? ¿Se rebajarían de esta manera para salvar a sus seres amados?

De pronto Sai vio que la soldado se giró hacia la puerta de salida. Mientras caminaba pensó que se marcharía, pero fue invadido por la sorpresa cuando la blonda le echó la traba a la puerta. Iba a hacerlo, estaba aceptando su extorsión y eso le provocó lo que tanto ansiaba sentir: una emoción. El morbo de sentirse vivo, más vivo que nunca, recorrió su ser de cabeza a pies.

Yamanaka respiró profundamente; un suspiro del corazón si tal cosa existía. Aseguró la puerta pues no deseaba que Sasuke, Hinata, o algún soldado, la vieran haciendo algo digno de una meretriz. La gran diferencia radicaba en que se veía forzada a realizarlo para salvar a su familia de la muerte, pero aun así le resultaba muy humillante. Caminó hasta quedar a unos metros de él, clavándole su furiosa mirada. Intentaría desconectar sus sentidos, sobre todo el del gusto, para realizar la felación. También tendría que luchar bastante para aguantar el impulso de arrancarle el miembro con sus dientes. ¿Cuánta sangre se perdería desde un pene erecto cercenado? ¿Podría morirse desangrado por algo así?

Dejó de pensar en ello y pasó a centrarse en algo de carácter mucho más noble y positivo: su padre. Le pidió miles de disculpas porque, conociéndolo como nadie más, sabía que él preferiría morir antes que aceptar que su hija fuese chantajeada de una manera tan despreciable. Sin embargo, resistir lo que pasaría en unos minutos sería mucho más fácil que soportar la muerte del ser que más amaba en este mundo. Pronto se sentiría sucia, indigna, mugrienta, incapaz de poder verlo nuevamente a los ojos... pero tenía que salvarlo a pesar del costo.

«Perdóname, papá...»

Dio un intenso suspiro mientras procuraba sentarse a un lado de la rígida cama. No obstante, Sai se lo impidió.

—En la cama no. Te quiero de rodillas en el piso.

La rubia pensó discutirle, pero hacerlo sólo causaría que siguiera perdiendo valioso tiempo. Sin embargo, hizo una promesa ante todo su clan:

«Voy a matarte después de que me reveles el secreto. Te lo juro, maldito»

Sai se movió sobre la cama dificultosamente, afirmándose en el lado derecho del cuerpo para quedar sentado al borde de la cama.

—Quiero que te quedes sólo con tu ropa interior.

—Eso no era parte del trato —protestó sin poder evitarlo.

—Yo soy el jefe acá —replicó empleando su voz monocorde de siempre—. Además no te estoy pidiendo que te desnudes, simplemente quédate en ropa interior. Quiero ver qué tan lindo es tu cuerpo.

La idea de matarlo volvió a atravesar su mente. Por desgracia ya no tenía sus armas a mano. Sin más remedio esperó diecinueve segundos hasta encontrar las fuerzas necesarias para casi desnudarse ante él. Cuando las obtuvo empezó a sacarse la camiseta militar sin mangas.

Sai hubiese preferido que se quitara sus prendas de una forma más sensual en vez de expeler esa brusquedad propia de la furia. Se sorprendió cuando observó que sus senos sobresalían a pesar de ser oprimidos por las vendas que cumplían la labor de brasier. También sintió la misma emoción anterior al notar que sus caderas formaban una curva espectacular respecto a la cintura. Su vientre, mientras tanto, lucía muy tonificado e insinuaba unos abdominales que, empero, no alcanzaban a demarcarse como los de un hombre. Por último, sus brazos al descubierto denotaban mucho brío a pesar de no ser musculosos. Por lo visto hasta ahora, el cuerpo de Ino alardeaba una combinación perfecta entre reciedumbre y feminidad.

La soldado, ajena a la exhaustiva inspección del hombre tan pálido como un vampiro, desabrochó sus botines militares; primero se quitó el izquierdo y luego el derecho. Entonces se despojó de los calcetines, luego los pantalones y quedó cubierta sólo por unas bragas negras que contrastaban completamente con el tono claro de su piel. Aunque estaba así contra su voluntad, su estampa seguía tan firme como siempre a pesar de la furia que le alteraba las entrañas de raíz.

La mirada del castaño se deleitó con los muslos carnosos y firmes que eran rematados por unas torneadas piernas largas. No cabía duda de que las mujeres eran el sexo hermoso, que la anatomía femenil debió ser creada por dioses, pero a su juicio Ino Yamanaka llevaba ese parámetro a un nivel inalcanzable.

—Tu padre estaría muy orgulloso de lo que estás haciendo para salvar a tu clan —lo dijo sinceramente, sin ningún ánimo de injuria. Ino, por supuesto, no lo tomó de esa manera.

—Sigue provocándome y te juro que te cortaré el pene. No olvides que eres el plan B, puedo descartarte todavía.

—Es evidente que no estás nada segura de que el plan A funcione. De lo contrario jamás habrías venido a hablar conmigo.

El sonido de los dientes rechinando de Ino se hizo plenamente audible.

—Arrodíllate —dijo el integrante de Raíz manteniendo su pierna malherida inmóvil al tiempo que la sana se abría para darle el espacio suficiente a su nueva prostituta. Hubiese preferido estar de pie, pero evidentemente no era algo que ahora pudiese hacer.

La soldado pensó en su padre un largo momento antes de hacer cualquier movimiento. Permaneció estática en su lugar mientras muchos pensamientos le abarrotaban la mente. ¿Y si confiaba únicamente en el plan A? ¡Qué ganas de saber el futuro! Sólo deseaba predecir certeramente lo que ocurriría por esta noche y nunca más en su vida volvería a pedir algo. Lamentablemente, nadie contaba con ese don y ella no era la excepción. Suspiró de nuevo al sentir como la duda se la comía viva. «¿Podría llegar Gaara a tiempo?» se preguntó una vez más. El negativo presentimiento que remeció su pecho hizo que sus rodillas desnudas se depositaran sobre el frío piso de concreto.

—Recuerda: quiero sentirme más vivo que nunca. Si no lo consigues nada te diré.

—En nada me importa lo que sientas, si no me dices la verdad después de esto te mataré. Es la palabra de una Yamanaka.

«Y aunque me digas la verdad te quitaré la vida de todos modos» añadió en su mente.

—Muy bien, supongo que puedo ceder en relación a eso. Bastará con que me lo chupes gustosamente y te revelaré el secreto.

La florista dejó caer sus glúteos sobre los talones mientras su rostro quedaba a escasos centímetros de la entrepierna del varón. Cerró sus párpados fuertemente, volviendo a recordar a su padre y el duro castigo que le daría por someterse de esa manera. Las protestas del resto de sus familiares fluyeron también. Sacó a los Yamanaka de sus pensamientos, pues no deseaba que ellos estuvieran presentes mientras hacía sexo oral. Por un momento su mente caprichosa deseó que fuera Sasuke el que estuviese en lugar de Sai; si se tratara de su compañero no habría tenido problemas realmente. Al fin y al cabo se había masturbado muchas veces inspirándose en él. Sin embargo, no podía pensar en su primer amor si realmente quería dejarlo atrás. Además, por más que forzara al máximo su imaginación, aunque tratara de engañarse con todas sus fuerzas, sabía que Sai no era Sasuke. ¿Qué alternativa tenía para hacer esto menos repulsivo? ¿Poner la mente en blanco? ¿Acaso se podía hacer eso realmente?

—Sácame la verga —ordenó empleando la autoridad propia de un militar.

—Sácala tú —contestó abriendo sus ojos visiblemente incómoda. No quería observar su entrepierna, de modo que retiró su mirada hacia la pared más cercana.

—Hazlo tú. Es parte de lo que debes hacer —sentenció sin ceder.

Aunque Sai no lo demostrara exteriormente, este momento estaba convirtiéndose, por lejos, en lo más alucinante de toda su vida. Después de sobrellevar una vida entera carente de emociones, tener a la orgullosa Yamanaka de rodillas y a punto de succionarle el miembro sabía a gloria pura.

Ella apretó las mandíbulas como si tuviera ganas de triturar la cáscara de una piña. Una idea vino a su mente entonces: quizás podría asustar a Sai, hacer que cambiara su pervertida petición por otra, si mordía el aire como si le fuera a cortar el pene con sus dientes. Mirándolo directamente a sus ojos oscuros, cumplió sus pensamientos al mordisquear el aire tres veces de modo lento y amenazante, pero él no se dio por aludido. Sólo leyó que sus ojos le decían lo siguiente: «Hazlo y tu familia se muere»

Por un momento oyó que alguien trataba de entrar por la puerta, cosa que le hizo perder el equilibrio de tal forma que necesitó afirmarse posando sus manos en los muslos de su chantajista. No le importó y se giró para verificar que nadie había ingresado, dándose cuenta entonces que su imaginación la había traicionado. No hubo ruido alguno.

Alzó su zarca mirada hacia él y no pudo ver ninguna reacción a su preocupación, manteniendo una inexpresividad de máquina. Tampoco logró notar ningún brillo en sus orbes. Sin embargo, aunque su morbo no se externalizaba, sabía que ese maldito lo estaba disfrutando enormemente. El tiempo pareció detenerse e Ino no recordaba haberse sentido tan ultrajada en su vida a excepción de ese día en que esos malditos depravados casi abusaron de ella.

—Estás perdiendo demasiado tiempo —le recordó él—. Llevas como veinte minutos retrasando lo inevitable. ¿Es tan terrible hacerme sexo oral?

—Lo es, maldito. No tienes idea de lo humillante y repulsivo que es esto.

Ino, por un momento que debió durar menos de un segundo, captó en Sai una sensación de satisfacción.

—No te preocupes: mi pene tiene sabor a fresas.

—Hijo de perra —respondió su burla con un insulto que salió desde el rincón más profundo de su alma.

«Juro que te voy a matar. ¡Lo juro por todo mi clan!»

—Hazlo de una vez —exigió él, presionándola—. Quiero ver cuán hermosa te ves chupando mi verga.

Un nuevo suspiro relleno de impotencia hizo eco en la celda. Resignada, enfurecida, denigrada, indignada; todo eso y más se mezcló en el ser de la blonda. Juró una vez más que lo mataría sin compasión apenas revelara el laberinto. Nunca podría jactarse de que una Yamanaka le hizo sexo oral.

Aceptando su destino por fin, miró el lugar más íntimo de Sai. Para su sorpresa todavía no había ningún bulto emergiendo bajo la tela. No estaba excitado a pesar del placentero morbo que esta situación debía estar creándole. Sin querer divagar más puso sus dedos índice y pulgar a modo de gancho y, como preparándose a tomar una prenda sucia, empezó a bajar la cremallera tirando de la lengüeta. En cuanto terminó el proceso necesitó aspirar mucho aire antes de extraer el miembro que forzosamente chuparía.

Movió su mano, pero, justo antes de tocar el órgano viril, el varón la detuvo sujetándola firmemente desde la muñeca. Muy sorprendida detuvo todo movimiento, a excepción de sus ojos celestes clavándose en los de él.

—Puedes detenerte.

Una intensa mezcla de confusión con alivio se apoderó del femenino ser. Permaneció perpleja durante muchos segundos hasta que reaccionó quitando de un tirón su mano de la de él.

—¿Qué pasa, cabrón? —temió que se le hubiese ocurrido exigirle algo que podría ser peor. Sexo anal por ejemplo.

—No voy a jugar más contigo —dijo mientras hacía un esfuerzo por volver a tenderse en la cama—. Puedes ponerte de pie.

La Yamanaka enmudeció por varios segundos al quedar aún más confundida. Había vivido un sinfín de situaciones, pero nada tan psicodélico como esto. Por lo mismo tardó más de la cuenta en incorporarse de nuevo.

—¿Entonces por qué diablos me pediste eso?

—Quería ver cuánto estabas dispuesta a soportar con tal de salvar a los tuyos —explicó mientras acomodaba de mejor modo la almohada—. Te diré un secreto que quizás no sepas: la profundidad de tu sacrificio determina la altura de tu amor.

Ino despegó el labio inferior del superior. Recordaba que algo muy parecido le había enseñado su padre: «el tamaño del amor se mide por el tamaño de tu sacrificio». Esa era la frase que le dijo él en una ocasión muy importante.

—Para guerreros como nosotros morir es fácil —continuó Sai—, en cambio aguantar una humillación es mucho más difícil, algo que resulta intolerable. Y tú lo ibas a hacer por los tuyos; realmente los amas.

Yamanaka guardó un intenso silencio, uno que sólo fue interrumpido por el leve sonido de su saliva atravesando su garganta.

—¿Y cómo sabes eso si no tienes sentimientos? —atinó a preguntar.

—No los tengo, pero los entiendo. O por lo menos creo que lo hago. —Empleando términos actuales, Sai se refería a la empatía cognitiva en vez de la emocional. —Me enseñaron a sacarle provecho a esas debilidades que tienen los seres humanos.

—Ya veo... —musitó comprendiendo perfectamente—. También me enseñaron a sacar beneficio de los sentimientos para mis labores de espionaje.

La mirada entre ellos se hizo más suave al compartir algo en común. La soldado supo entonces que Hinata no se equivocaba con lo que le dijo: al ser guerreros habría un respeto diferente, lo cual se incrementaba aún más por sus trabajos como espías.

—¿Entonces me ayudarás? —preguntó volviendo a lo realmente importante—. ¿Pasé tu prueba?

Lo cierto era que Sai nunca le hubiera puesto una, pero debía reconocer que ese abrazo que le dio le fue sumamente significativo. En efecto nunca había recibido un gesto de cariño así, lo cual, a pesar de su obligada insensibilidad, lo conmovió de una forma que nunca experimentó. Trató de rechazar ese calor desconocido que abordó su corazón, pero los restos de su alma reprimida fueron más fuerte que el lavado de cerebro. Gracias al resultado de su prueba terminó comprendiendo que, de haber tenido una familia como la de ella, también habría hecho hasta lo imposible por salvarlos.

—Te lo diré porque te lo has ganado, pero sólo el pasadizo oculto que está cerca de las catacumbas. No traicionaré a mi rey diciéndote el que lleva a su trono —precisó al tiempo que volvía a cerrar su cremallera.

Ino entendió, ipso facto, que no sería tan fácil derribar el muro de lealtad impuesto por Danzo. Sai había dado un gran paso, era cierto, mas tendría que dar muchos más para liberarse completamente.

—Eso es todo lo que necesito —afirmó velozmente—. Sólo quiero salvar a mi familia, la muerte del rey no es mi prioridad ahora mismo.

—Muy bien. Te haré un mapa del pasillo —anunció tomando su cuaderno. Luego volvió a entintar su pluma.

—Gracias, muchas gracias, Sai. Te juro que no olvidaré esto —dio su gratitud casi con lágrimas—. Y discúlpame por escupirte, también por el dolor que le cause a tu brazo y por los insultos —añadió sintiéndose culpable—; tenía tanta rabia que no pude aguantarme. Nunca imaginé que estuvieses poniendo a prueba mis sentimientos.

—No hay problema —desdeñó como si nada, poniendo rápidamente manos a la obra.

A medida que completaba el croquis fue añadiendo explicaciones importantes, mientras Ino aprovechaba el tiempo para vestirse de nuevo. Luego, cuando Sai terminó el trabajo, sopló reiteradas veces a fin de que la tinta se secará rápidamente. Entonces le entregó la hoja a la blonda. Ésta la vio atentamente: era un mapa muy simple, algo propio de un trabajo de dos o tres minutos, pero muy bien esquematizado de todos modos. La dobló cuidadosamente y la guardó en un bolsillo.

Ino lo observó por última vez sintiendo que acababa de conocer al hombre más singular de toda su vida. Y eso que había conocido a muchos especímenes inusuales, incluyendo a Sasuke, Naruto, Deidara, Sasori, Hidan o Kisame. De repente la mirada celeste se hizo más profunda debido al agradecimiento. Sus pupilas vibraban de emoción porque ahora tenía la completa certeza de que podría salvar a su padre y a su clan en sí. No supo si fue sólo una idea suya, pero por un momento le pareció creer que con ese hombre existía algún tipo de conexión. Sin darle vueltas al asunto, se giró para irse. Levantó la traba de la puerta, abrió la cerradura con la llave y se marchó a paso presuroso.


Continúa enseguida ;D