Hola y muy buenas! Antes que todo y con el permiso de ustedes quisiera dedicarle este capítulo a mi querida amiga DrizzleDay, quien está de cumpleaños hoy. Espero que esta actualización sirva como una pequeña ofrenda cumpleañera en honor a nuestra amistad, la cual aprecio muchísimo :D

Al resto le doy mi infinita gratitud por sus reviews, me alegro mucho de que el último capítulo haya causado emociones y hasta un par de opiniones en contra, pues no se puede contentar a todo el mundo. Por eso me encanta que se expresen con total sinceridad y si quieren odiarme háganlo con toda confianza ;D. Al final ese es mi propósito cuando escribo: provocar emociones ya sean éstas buenas o malas.

De momento contaré que tengo muy claro como se desarrollará todo en la historia. Todavía falta la prueba de fuego definitiva porque menos de un mes me sigue pareciendo muy poco como para que Sasuke y Hinata superen sus dramas y vivan felices como si nada hubiese pasado, pero creo que al final todo valdrá la pena. De hecho siento que lo mejor está por venir aún :p

Respecto a este capítulo he tratado de repartir el protagonismo entre Ino y Hinata de la forma más equilibrada posible, aunque quizá la rubia vuelva a tener un poco más de protagonismo por causa de la infiltración. Sin embargo, será el último capítulo en que Ino robe pantalla.

Una amiga me comentó también que el fic se estaba yendo más de la cuenta hacia la acción, pero siempre trato de equilibrar eso junto al romance y el drama. Ténganme paciencia si no lo consigo, pues más temprano que tarde habrá capítulos que de acción no tendrán nada y que estarán enfocados exclusivamente en el sasuhina. Como dije antes quizás ahora parezca que no, pero lo tengo todo fríamente calculado ;D


Vocabulario:

Extático: Que está en éxtasis, o lo tiene con frecuencia o habitualmente.

Extáticamente: Con extásis.

Ganzúa: Alambre fuerte y doblado por una punta, a modo de garfio, con que, a falta de llave, pueden correrse los pestillos de las cerraduras.

Unigénita/o: Dicho de un hijo: único.

Alborozado: Alegre, que denota alborozo.

Alborozadamente: Con alborozo.

Lanería: Casa o tienda donde se vende lana.

Palaciega/o: Perteneciente o relativo al palacio del rey.

Torno: Máquina simple que consiste en un cilindro dispuesto para girar alrededor de su eje por la acción de palancas, cigüeñas o ruedas, y que ordinariamente actúa sobre la resistencia por medio de una cuerda que se va arrollando al cilindro.


Esclava Sexual, Capítulo Trigésimo sexto


El pelinegro general caminó de manera más lenta de lo normal, intentando obtener el máximo tiempo posible para endurecer la gigantesca herida que laceraba su corazón. Como un testimonio de lo anterior estaba el ardor que se fraguaba en sus ojos y la alteración de su respiración habitualmente tranquila. Recordando lo sucedido en Jiren más de una semana atrás, un cruel paralelismo llegó a su mente: sentíase como si esta vez fuera él quien colgaba desde la mano de Hinata, pero ella, en lugar de ayudarlo, lo dejaba caer al vacío.

Qué triste era eso.

De estar solo incluso podría haberle dado rienda suelta a su dolor, pero ahora mismo no se podía permitir debilidades. A cada paso que avanzaba, el odio, el amigo más fiel que había tenido durante su vida, le iba susurrando cosas contra esa mujer que prefirió ser chantajeada antes que pelear por lo que amaba.

«No merece que sufras por ella. No alguien que sólo te llevó hasta el cielo para dejarte caer desde lo más alto. No alguien que te mintió diciéndote que alguien como tú todavía podía alcanzar la redención. No alguien que te ilusionó haciéndote creer que podías ser feliz a través del amor. ¡Ódiala con todas tus fuerzas! Tu inspiración es la venganza sustentada en el odio; siempre lo ha sido y siempre lo será. A diferencia de esa mujerzuela yo nunca te traicionaré. Nunca»

Sí, era mejor odiarla que amarla, era mejor el rencor que sufrir por su abandono. De pronto vio como Ino dejaba al grupo de soldados, acercándosele con cierta prisa.

La soldado se percató de que algo muy complicado de dilucidar existía en los ojos brunos. ¿Qué sentir era el que los llenaba? Se consideraba experta analizando miradas, pero en la de Sasuke había un exceso de sentimientos que dificultaban bastante la tarea. Si tuviera que apostar diría que era dolor intentando camuflarse bajo una gruesa cortina de rabia.

—¿Qué pasó? —preguntó preocupada e intentando ponerse en sus zapatos—. Hanabi obligó a Hinata a que te dejase, ¿verdad? —lanzó su veraz suposición. Sasuke ya había pensado más de una vez que Ino era capaz de leer mentes; ahora volvió a creerlo.

—Da igual —su voz salió tan sobria como siempre, sin transparentar su interior en conflicto.

—No da igual —rechazó instantáneamente—. Déjame hablar con Hinata un par de minutos. Te aseguro que la haré reaccionar.

Sin esperar permiso Ino inició su avance hacia la Hyuga de más edad, pero su superior la detuvo tomándola por la muñeca.

—Ella me sigue viendo como el asesino de su familia en vez de un hombre al cual amar. —Trató de evitarlo, pero esta vez su tono sí delató levemente su pesar. —No pierdas el tiempo porque eso nunca va a cambiar.

—Pero...

—Vamos —interrumpió su esbozo de protesta a la vez que le soltaba la muñeca—. Rescatar a tu clan es mucho más importante.

Aquella frase hizo que la Yamanaka pusiera las cosas en perspectiva, reaccionando con un asentimiento natural.

—Tienes razón —acató por lo bajo—. Es sólo que no me gusta verte sufriendo. Ya lo has hecho lo suficiente.

—¿Sufrir? —preguntó desdeñador a la vez que sus ojos se endurecían—. Un demonio nunca siente tal cosa.

—Nunca fuiste un demonio, así que no digas eso por favor. No tienes que hacerte el duro conmigo. Ya no más.

—Te equivocas, Ino, no estoy haciéndome el rudo. El verdadero Sasuke estará de vuelta muy pronto.

Ambos intercambiaron las fuertes miradas que solían portar. La blonda no quería a ese hombre de vuelta; no a ese ser frío y distante que la alejaba cada vez que podía. Por eso decidió liberar una sentida protesta.

—Yo no quiero que esa persona esté de regreso. No quiero que me apartes de nuevo como siempre lo hiciste. Pensé que podríamos tener un nuevo nivel de complicidad gracias a Hinata, pero por su culpa volverás a encerrarte en tu caparazón de espinas. No quería eso —reiteró con tristeza.

Uchiha no pareció conmoverse o darse por aludido. Su mirada de témpano, artificial pero potente, se mantuvo.

—Ya habrá tiempo para discutir pormenores, ahora lo importante es enfocarse en la infiltración. Vamos de una vez.

Ella asintió a sabiendas que el tiempo no podía desperdiciarse. Mientras antes partieran mejor sería.

—Vamos.

Desde su posición, Hinata observó como Sasuke proseguía el alejamiento que ella misma provocó. Tuvo ganas de correr hacia él, pero, incluso si lo hiciera, sabía que ya no querría volver con ella después de lo sucedido esta noche. Lo había decepcionado y, tomando en cuenta cuán rencoroso era, ya no habría vuelta atrás incluso si se retractara en este mismo instante.

Unos minutos más tarde vio partir a Uchiha en los botes. Para su pesar no se volteó a mirarla siquiera una vez. Suspiró dilatadamente entonces. Hubiese querido despedirlo y decirle muchísimas cosas antes de que se fuera, animarlo antes de enfrentar una batalla tan decisiva.

Cerró sus luceros un largo momento como si no quisiera vislumbrar la realidad de la separación. Una vez que volvió a abrir sus párpados dio cuenta que la masa de pequeñas embarcaciones ya había desparecido. ¿Volvería a salvo? Sólo podía rogar para que así fuese.

Al verla desolada, Kiba, Hanabi y Sakura se acercaron a Hinata con el fin de acompañarla. Después de darle unas palabras de consuelo que la mayor de las Hyuga encontró insustanciales, la castaña le hizo un comentario a su protector.

—Qué bueno que no fuiste con ellos, Kiba.

—Quería ir, pero Ino desdeñó mi ayuda diciendo que provocaría peleas en vez de cooperación. Allá ella. De todos modos prefería quedarme contigo para cuidarte.

Hanabi sonrió sintiendo un poquito de calor en su rostro. Era la primera vez que un hombre, aparte de su padre, se preocupaba tanto por su bienestar. No quería que le pasara nada al que había sido durante más de dos meses su protector y entrenador. Queriendo dejar atrás sus pensamientos volvió a enfocarse en Hinata, quien lucía muy triste. Sin embargo, estaba segura que esa cara cambiaría con el transcurrir de las horas.

Poco después se acercaron tres milicianos que quedaron sin embarcar, explicándoles que recibieron órdenes de Uchiha para llevarlas a la mansión donde se hospedarían. Una vez que el grupo se adentró, Sakura, excusándose en que necesitaba dormir con urgencia, se dirigió hacia la habitación que le fue designada.

—¿Cuándo podré ver a mi papá? —preguntó Hanabi apenas la pelirrosa se alejó.

Hinata dio un respiro de agotamiento. No sentía que tuviese las fuerzas suficientes como para lidiar con otra discusión. Que se la tragara la tierra era una mejor opción que mostrarle a su hermanita la paupérrima condición en que estaba Hiashi. Sin embargo no quería alargar esto más de la cuenta. Respiró profundamente antes de arrojar la quemante verdad.

—Hanabi, recién tuve que mentirte respecto a papá para que no hicieras una locura. Él fue torturado.

—¿Qué... qué dijiste?

—Papá fue capturado y torturado por Sasuke. Ha quedado tuerto por lo mismo.

El cuerpo de la adolescente pareció saltar sin que sus pies le dieran el impulso, como si de alguna manera los nervios internos quisieran brincar sobre la piel. Cualquiera habría especulado que incluso sus huesos estaban haciendo un gran esfuerzo para mantenerse unidos.

—¿¡Y te atreviste a iniciar una relación con ese monstruo sabiendo eso!?

—Yo no lo sabía, Hanabi. Fue después cuando me lo confesó, cuando ya mis sentimientos por él no podían detenerse. De hecho lo intenté con todo mi empeño, pero no lo conseguí.

Hanabi gruñó sintiendo ganas de abofetear a su hermana. No lo hizo sólo por el debido respeto que le merecía, pero las ganas no le faltaron. Se enfrascaron en una nueva discusión hasta que Hinata la paró en seco con un argumento que la silenció de raíz.

—Te elegí a ti por sobre Sasuke, pero si sigues con tus recriminaciones lo único que lograrás es que me arrepienta de mi decisión. Ya estoy cansada de que me enjuicies, agotada de soportar tus reprimendas.

Hanabi dio un profundo respiro a fin de calmarse. Trataba de entender a su hermana mayor, pero se le hacía tan dífícil como tocar lava con las manos.

—Está bien, discúlpame. No volveré a reprenderte —dijo formando una mueca difícil de leer por lo rara que era.

—En todo caso nuestro padre hizo cosas peores y, como si fuera poco, contra nuestra propia familia. Incluso mató a su hermano gemelo, al padre de Neji —acusó decididamente.

Hanabi despegó sus labios como si fuera a comer algo. Kiba, en cambio, no se mostró sorprendido. Había escuchado rumores sobre eso y, conociendo lo cruel que podía ser Hiashi, no le pareció que lo dicho fuese inverosímil.

—¿Papá mató al padre de Neji? —La menor consiguió dejar atrás su mudez después de quince segundos exactos, aunque sólo para repetir lo antes dicho.

—Así es —confirmó al tiempo que agregaba una puntualización—. Como ves nuestro padre no es ningún ángel y espero que lo juzgues con la misma dureza que has empleado contra mí.

—Pero... —Hanabi murmuró sin saber que sería lo siguiente, ya que su objeción no maduraba aún.

—Sé que tratarás de defenderlo, pero es algo tan injustificable que nada es capaz de llegar a tu mente. Si crees que yo sobrepasé los límites de la tolerabilidad, lo de él fue ir mucho más allá.

Hanabi inspiró por la nariz y exhaló por la boca. Luego humedeció sus labios al sentirlos resecos, refregándolos uno contra el otro durante varios segundos.

—Explícame con más detalles por favor.

Hinata pasó a relatar el ritual que llevaba a cabo el clan Hyuga desde muchos siglos atrás. La adolescente escuchó atentamente las oscuras costumbres que se habían heredado. En su época existían muchas cosas salvajes todavía, pero escuchar la narración de Hinata respecto al mal agüero que los hermanos gemelos engendraban, le provocó la misma sensación de primitivismo que hacer sacrificios humanos a los dioses para obtener favores como una buena cosecha.

—Como puedes ver —cerraría Hinata— nosotras siempre estuvimos en la ignorancia mientras padre amenazaba entre las sombras a la casta inferior.

—Me cuesta mucho creer lo que estás diciéndome, pero si papá hizo algo así era porque no tenía alternativa. Él no habría matado a su gemelo o causado maldades sin motivo. ¿O tú crees que disfrutaba haciendo esas cosas? Para él también debió ser muy difícil cumplir las leyes del clan, pero nadie puede estar por encima de las reglas; ni siquiera el líder tiene ese privilegio.

Hinata destelló mucha sorpresa destellando en sus luceros. No se esperaba tal respuesta.

—¿Crees que está bien lo que hizo?

—No creo que esté bien, pero hizo lo que nuestra ascendencia le impuso. No tenía opción.

—Siempre hay opciones, Hanabi. Un líder puede cambiar reglas arcaicas si se lo propone.

—No lo sé la verdad. Sólo sé que debo hablar con él para escuchar su versión de las cosas. Por eso te agradeceré mucho si me llevas con papá.

Hinata suspiró al darse cuenta de cuán influenciada estaba su hermanita. No en vano Hiashi estaba preparándola para ser la futura jerarca del clan. A él nunca le gustó tener a dos retoños mujeres, pero sabía que su segundogénita, cual Cleopatra, podría imponerse por su linaje y fuerte personalidad.

—Honorables señores —dijo la adulta en cuanto llegó con los vigilantes que estaban en las afueras—, ¿podrían llevarnos de visita a la cárcel por favor? —solicitó de un modo humilde pero elegante al mismo tiempo, algo que sólo damas de alcurnia podían combinar de una forma tan perfecta.

El encuentro se concretó prontamente mientras Kiba, por decisión propia, se quedaba afuera de la aislada celda.

Al reunirse nuevamente, Hiashi y su hija menor atravesaron una espiral de emociones divergentes. La adolescente, en un principio feliz, sufrió grandemente al ver a su amado padre portando un parche ocular. Y los brazos desnudos cubiertos por cicatrices hicieron que ella incrementara aún más su odio contra el último Uchiha. Si ya era enorme, ahora ese sentimiento tan negativo no dudaría en alcanzar el infinito.

Entretanto Hinata se mantuvo al margen, mirando con algo de tristeza como su hermana menor recibía el afecto que ella nunca pudo tener.

Después de que ambos intercambiaran un sinfín de emocionadas palabras, Hiashi miró a Hinata destellando el odio de siempre. Sin pensarlo siquiera, lanzaría sus reproches y acusaciones de nuevo.

—¿Qué hace esta traidora aquí? —inquirió formando una mueca de expresivo asco—. ¿Por qué no te vas de regreso con tu maldito demonio?

La de cabellos con tintes azulinos sintió el fastidio de tener que lidiar con él otra vez. Habría sido mucho mejor evitarlo, pero era una de esas cosas que debía afrontar pese a lo desagradable que era. Esperaba por lo menos que esto no se alargara más de la cuenta.

—Gracias a ese maldito demonio estoy libre y viva. Y gracias a ese maldito demonio usted quedará en libertad a pesar de todo lo que le hizo.

—¿Seguirás justificando a ese malnacido?

—No lo justifico. Él cometió gravísimos errores, pero usted también. ¿Y qué ha hecho para repararlos? A diferencia de Sasuke usted no ha hecho nada, absolutamente nada para resarcir sus pecados. Ni siquiera ha sido capaz de reconocerlos.

Hiashi apretó los puños, azorándose como pocas veces en su vida.

—No sabes cuánto me avergüenza haber tenido una hija como tú. Es más, te quito mi apellido y te expulso de mi glorioso clan.

—¿Cree que me afecta? Antes estaba muy orgullosa de nuestra familia, pero ahora sólo siento decepción.

A fin de enfatizar una advertencia Hiashi trató de engancharla desde la solapa, mas, para gran sorpresa de él, Hinata lo evadió con una destreza digna de una curtida guerrera. Antes de que la acción se repitiese, Hanabi se interpuso en medio a la vez que extendía sus brazos hacia los lados. Lo encaró decididamente.

—Papá —alzó su voz—, mi hermana ya dejó a Sasuke así que no voy a permitir que le dé escarmientos.

—¿No te das cuenta que es una traidora que nada merece de nosotros?

—Si hace algo contra ella es como si lo hiciera contra mí.

—Sigo siendo el líder de nuestro clan. Yo soy el que toma las decisiones y por lo tanto ella no será más una Hyuga. No se lo merece.

—¿Pero no se da cuenta que ya no somos un clan siquiera? —dijo Hanabi recordando amargamente a todos sus familiares caídos. —Apenas quedamos tres componentes. ¿De verdad quiere que se vaya? ¿De verdad quiere mermar a los Hyuga todavía más?

—Una traidora no merece llevar mi apellido.

La mozuela iba a responder de nuevo, pero esta vez su hermana mayor se le adelantó.

—No te preocupes, Hanabi, no me interesa llevar un apellido que se forjó derramando la sangre de los nuestros, sometiéndolos como si unos valieran menos que otros. A partir de hoy seré simplemente Hinata.

La aludida renegó moviéndole la cabeza. Luego dirigió su vista hacia su padre.

—No me obligue a ponerme en contra suya, papá. No quiero hacerlo, menos después de verlo en este calamitoso estado, pero si sigue atacando a mi hermana mayor lo haré.

Hiashi apretó sus dientes sin sorprenderse de que su preferida intentase defender a la traidora. Nunca entendió por qué siendo tan diferentes pudieron formar una conexión tan grande. Hinata era el talón de Aquiles de Hanabi y ésta era el talón de Aquiles de su hermana mayor.

—Está bien. Sólo por ti —miró a Hanabi— aceptaré que esta desleal siga llevando el apellido Hyuga.

—No se preocupe porque jamás volveré a usarlo mientras no reconozca sus errores. De hecho preferiría ser una Uchiha —agregó pensando en el futuro matrimonio que se vio obligada a cancelar.

Esta vez no sólo fue su padre el indignado, también Hanabi. Ésta, empero, prefirió contener recriminaciones. Se lo había dicho antes y estaba dispuesta a cumplirlo.

—Cuida tu boca, Hinata —amenazó el cuarentón—. Ten muy claro que jamás te perdonaré por tu asquerosa traición.

—En nada me interesa el perdón de un hombre tan ruin como usted —apuntó la aludida.

—No le faltes el respeto a tu padre, atrevida —exigió levantando más la voz.

—Cuando quiere manipularme dice que es mi papá, pero nunca fue capaz de comportarse como tal. Jamás me dio el cariño que necesité. —A diferencia de lo que sucedió cuando Hiashi le dijo que la despojaría de su apellido, esta vez su semblante sí lució triste. —No sabe cuántas veces soñé que me brindase una sonrisa feliz, que me motivara a volverme más fuerte en vez de criticarme sin descanso. Siempre me ilusioné conque me dijera una sola vez «Te amo, hija» —Le tembló la voz inevitablemente. Dio los segundos necesarios para recibir una contestación, pero como no recibió ninguna prosiguió firmemente—. Hay mucha gente que sufre por la ausencia paterna, pero conmigo pasó al revés: sufrí por su odiosa presencia una y otra vez. Eso siempre me dolió, siempre.

El cuadragenario y la adolescente quedaron para adentro, aunque la más sorprendida fue la muchachita. Su hermana mayor estaba sacando todo lo que llevaba guardado durante muchos años. Podía ser muy joven todavía, pero no era tonta como para no saber que Hinata siempre estuvo en segundo lugar a ojos de Hiashi. Por ello respetó silenciosamente sin intervenir.

—Sólo te decía verdades —espetó él tras un prolongado silencio, defendiéndose—. Siempre fuiste débil.

—Pues yo también le estoy diciendo verdades ahora; ¿entonces por qué se hace la víctima? —le enrostró decididamente. Ya estaba harta de discutir, mas no se quedaría callada como siempre lo hizo cuando niña. —Por lo menos Sasuke fue capaz de reconocer sus errores. Usted, en cambio, no es lo suficientemente hombre como para hacerlo —agregó lacerante.

Hiashi volvió a sentir que su autocontrol era puesto a prueba. Si de algo podía jactarse era de que nunca había ejercido la violencia física contra su primogénita a pesar de la evidente inquina que le tenía. Sin embargo, esta vez estuvo a punto de darle un bofetón. Era ochenta por ciento seguro que de no estar Hanabi presente se lo habría dado. De todos modos su furia igualmente se exteriorizó apretando dientes y puños.

—Le encanta dañar pero no ser dañado, ¿verdad? —arrojó ella leyendo en su gestualidad que lo dicho le hizo mella—. Pues conmigo se le acabó el juego. Ya no soy la misma chica de antes; esa mujer que se dejaba lastimar por sus desprecios se acabó para siempre.

El jerarca la miró con reluciente odio. Hanabi, tratando de evitar que la confrontación escalara todavía más, haría una pregunta clave que debería cortar la agresiva dinámica entre ambos.

—Papá, quiero saber los secretos del clan Hyuga. ¿Es cierto que había una división de clases? ¿Es cierto que se torturaba a quien intentaba rebelarse?

Hiashi abrió unos ojos plagados de desconcertación. No tardó en comprender que Hinata trataría de dejarlo mal ante Hanabi. Bufó exasperación; sólo esperaba que su consentida fuese capaz de entender que las tradiciones del clan debían respetarse por más duras que fuesen.

—Es cierto —aceptó para luego apretar sus mandíbulas—. Te lo iba a contar cuando cumplieras los dieciocho años, no siendo tan joven porque te falta madurez para comprenderlo.

—Madurez no me falta —contrarrestó la menor altivamente—. ¿Por qué lo hizo? ¿Y por qué ocultó la verdad de nosotras?

Hiashi fue explicándole los asuntos más clandestinos de los Hyuga. Por supuesto, no se olvidó de justificar y validar la división existente entre una casta primaria y una secundaria.

La menor fue dando intensos suspiros cada tanto mientras su cara mostraba algo de desilusión. Por su familia habría puesto sus manos al fuego sin dudarlo siquiera un segundo, pero saber esto le hizo ver la amarga realidad: los Hyuga no eran los héroes que la inspiraron durante toda su infancia, aquellos que la llenaban de un orgullo sin igual. La imagen de su padre también cayó al punto de casi tocar la decepción, pero a fin de cuentas entendía que tradiciones tan arraigadas eran muy difíciles de abortar. Si esa era la única forma de mantener la jerarquía del clan, entonces ella habría hecho lo mismo que su progenitor.

—Si me disculpan estaré afuera. Necesito aire puro —anunció Hinata queriendo retirarse de una vez, ya que no tenía deseos de seguir polemizando con su progenitor. Aunque parecía tener más fuerzas que nunca, lo cierto era que estaba empleando a fondo las reminiscencias que le quedaban. —Hanabi, avísame cuándo quieras irte de vuelta a la mansión.

—¿Y qué pasará con papá?

—Sasuke me dijo que pronto será liberado.

Realizando un fruncimiento Hanabi demostró cuánto la irritaba aquel nombre. Detestaba que el destino de su padre y el de ella dependieran de ese tipejo endemoniado.

Sin esperar respuesta, o quizá sin oír la que llegó, Hinata se marchó a fin de esperar en las afueras de la cárcel. Allí quedó junto a Kiba, aunque sus ganas de estar a solas no permitió que fluyera ninguna conversación que tuviese más de dos palabras.


A través del viaje a su aldea natal, Gaara dio cuenta que el efecto del veneno seguía debilitando su sistema, pues tuvo que luchar contra algunos mareos que pretendieron tumbarlo. Precisamente esas ocasiones lo obligaron a disminuir la velocidad o a detenerse para reposar, empleando la excusa de que era el caballo quien lo necesitaba.

Tras casi siete horas de viaje, el militar atisbó la luz que indicaba la entrada a su lugar de nacimiento. Paulatinamente moderó la velocidad del equino hasta adentrarse en la calle principal que, como era lógico, lucía vacía por las altas horas de la noche.

Matsuri, pese a que las espaciadas antorchas apenas conseguían iluminar las calles, observaba su pueblo natal siendo invadida por una sobrecogedora nostalgia. ¿Cuántos años habían pasado desde que transitó por estas vías? Muchos sin duda, pero sus memorias eran lo suficientemente nítidas para apreciar que la aldea lucía muy distinta; más moderna, menos rústica.

Su mente no tardó en volar hacia su infancia, época dónde comenzó su particular admiración hacia Gaara. El resto de la gente le temía igual que a un diablo, de hecho muchos juraban a pies juntillas que era la reencarnación de uno. Sin embargo, ella fue capaz de empatizar con él gracias a su trágica historia de vida. Tener un padre alcohólico que lo culpó desde siempre por la muerte de su esposa durante el parto, que lo golpeaba constantemente e incluso trató de matarlo, era algo que podría volver demoníaco a cualquiera.

Pronto sobrepasaron la plaza principal y llegaron a la casa más grande, la cual destacaba por el hermoso invernadero que lucía en el jardín. Apenas detuvo el caballo, el general se bajó dando un salto y no se preocupó de ayudar a su acompañante, quien se las arregló para tocar suelo sin que ocurriera algún percance.

Gaara entró al jardín y avanzó hacia un macetero que tenía una planta sin flores, lo levantó y sacó la llave escondida que le serviría para abrir la puerta de la casa, pues la suya la perdió cuando cayó al mar. Despejó la tierra del metal, lo encajó en la cerradura y se introdujo en su hogar tras abrir la puerta.

Como el guerrero no la invitó a pasar, Matsuri esperó respetuosamente tras la reja del jardín. «En algún momento recordará que no vino solo» se conformó con una sonrisa animada. Rápidamente se distrajo viendo las hermosas flores que habitaban el invernadero, aunque sus colores no alcanzaban a iluminarse lo suficiente por la falta de luz. Su atención cambió cuando de improviso escuchó que Gaara gritaba el nombre de su hermana con un tono anormal. ¿Qué habría pasado? Preocupada, decidió ingresar dispuesta a emplear sus conocimientos de enfermería si era menester.

—Señor Gaara, mil perdones por meterme sin su permiso —habló desde el umbral en cuanto lo avistó apareciendo desde el fondo—, pero lo oí gritar y me preocupé. ¿Sucede algo malo?

En primera instancia el aludido iba a ignorarla, pero algo le dijo que esa mujer podría serle de ayuda.

—Mi hermana no está. Acabo de revisar todas las habitaciones, incluido el baño, y brilla por su ausencia.

La fémina parpadeó sorpresa a la vez que sus labios se entreabrían. Se rascó la ceja derecha.

—¿Se habrá ido de viaje? ¿O sus cosas siguen aquí?

—Todas sus pertenencias están, eso significa que planea regresar... ¿Pero a dónde demonios fue? Le he dicho mil veces que ella es la encargada de esta aldea durante mi ausencia y ha abandonado sus deberes.

—Quizá tuvo algún problema, algo que la hizo irse momentáneamente.

—No le encuentro sentido a que se haya marchado. Menos a horas tan tardías —rechazó él.

Ambos se miraron fijamente. Sintiéndose intimidada, Matsuri agregó algo más.

—Me gustaría tanto ayudarlo, señor Gaara, pero tampoco le hallo ningún sentido.

Al pelirrojo le molestaba perder el tiempo, de modo que, sin importar lo tarde que era, fue hacia la casa vecina para realizar averiguaciones. Abrió la entrada del jardín y tras un buen número de pasos tocó fuertemente la puerta de nogal de la casa ladrillada. Impaciente, repitió su toque mientras Matsuri quedaba un par de metros por detrás.

—¿¡Pero quién demonios se atreve a tocar a esta hora?! —se escuchó una voz enfurecida desde dentro del hogar. —Le voy a partir la madre al maldito que...

Apenas la entrada se abrió el hombre se calló de cuajo. Sus ojos se abrieron expresivamente.

—P-perdone, lord Gaara, nunca imaginé que usted fuera quien tocaba mi puerta. —Llevaba un pantalón que seguramente se había calzado a las prisas por lo mal puestos que lucían. Por detrás, a unos metros, podía verse una mujer en pijama que apenas vio al guerrero retrocedió un par de pasos instintivamente. —Le suplico que me perdone, pero nosotros pensábamos que estaba... —cortó lo que iba a decir a sabiendas de que le disgustaría a quien tenía enfrente.

—Continúa hablando —exigió el joven.

El hombre, como pidiéndole ayuda, le echó una mirada a la mujer castaña que estaba más atrás. ¿Sería su pareja? Cuando vio que las facciones del general se aceraban envió su respuesta sin más demora.

—Nosotros pensábamos que estaba muerto... —completó la oración para después tragar saliva nerviosamente. Se imaginaba que en cualquier momento Gaara podría atacarlo o incluso asesinarlo sin más.

El militar lo tomó desde la solapa, enfurecido. Demostró su fuerza levantando al hombre con una sola mano a pesar de que se veía pesado.

—¿Crees que moriría tan fácilmente, cucaracha?

—Perdóneme, señor —habló con cierta dificultad—, pero mucha gente creyó en el rumor que llegó hace unos días, uno que decía que había muerto en el mar —explicó mientras sentía como un hilo de sudor caía por una de sus peludas axilas.

Al verlo tan sumiso y asustado, Gaara decidió soltarlo.

—¿Dónde está mi hermana?

—Señor, lady Temari convocó a la aldea y se fue sin darnos motivos. Sólo dijo que si no volvía en unos días nosotros eligiéramos a su sucesor.

Aquello tomó por sorpresa al espadachín, aunque se obligó a no externalizarlo.

—¿Cuándo se fue?

—Cuando se enteró que usted había muerto a manos de Deidara, señor. Simplemente agarró un caballo y se fue sin darnos ninguna razón.

—¿Qué dirección tomó?

—Hacia el oriente —a sus palabras sumó su dedo apuntando tal dirección—. Eso fue hace tres días, cuando dos soldados que llegaron desde el puerto esparcieron por aquí el rumor de su muerte.

Gaara hizo algunas preguntas más y luego despachó al vecino, quien hizo una respetuosa reverencia y agradeció el poder regresar a su cama junto a su mujer. Sabía que el pelirrojo ya no era el mismo ente diabólico de su niñez y adolescencia, pero su pasado cruel seguía convirtiéndolo en alguien muy temible.

Tras dejar atrás el jardín colindante, el hermano de Kankuro cruzó sus brazos y cerró sus ojos. Era una postura que solía hacer cuando meditaba. Matsuri esperó a su lado sin interrumpirlo.

—¿Por qué mi hermana se habrá ido al enterarse de mi muerte? —cuestionó muchos segundos después, esperando que la consabida intuición femenina le echara una mano.

—No lo sé —dijo tan confundida como él. Pasó unos segundos meditabunda hasta hallar una posible explicación—. Sólo se me ocurre que quiso darse un tiempo para tratar de superar el dolor. Es muy difícil perder a un ser querido y esta aldea debe traerle muchos recuerdos.

—Puede ser —aceptó que lo dicho sonaba lógico—. Después de todo creyó haber perdido a sus dos hermanos.

—¿El señor Kankuro falleció? —musitó asombrada mientras una vaga noción de él llegaba a su mente.

—En la guerra —confirmó recordando lo mal hermano que fue con el difunto. No mostró ningún cambio exteriormente y continuó—. Lo que me molesta es que Temari haya dicho «si no vuelvo». ¿A dónde fue y por qué pensó que podría no volver?

—No lo sé..., pero es preocupante.

—Algo en esto huele muy mal —acotó a la vez que su ojo izquierdo se entrecerraba sin que por ello temblara.

El demonio de la arena no era de los tipos que tenían presentimientos; su nula sensibilidad jamás le avisó de algún desastre o algo parecido. No obstante, esta vez había algo desconocido que le perturbaba el pecho fuertemente. Como respondiendo a lo anterior una idea perturbadora terminó llegando a su cerebro cual estaca.

—Si Temari dijo que tal vez no volvía puede que esté en peligro porque decidió cometer una tontería.

—¿Una tontería? —Pasaron unos segundos en que no entendió a qué podía referirse hasta que, de repente, abrió su boca tan sorprendida como espantada. —¿Acaso está hablando de... un suicidio? —Hizo una especie de antigua persignación dedicada a los dioses. Recordaba vagamente el fuerte carácter de la blonda y no la veía tomando una decisión tan radical, pero las personas también podían cambiar mucho con los años o por un dolor devastador.

—Ella nunca se suicidaría, de eso estoy completamente seguro —descartó inmediatamente—. Temari tiene un carácter demasiado combativo para eso. Estoy hablando de algo mucho peor... —dijo sin ocultar su preocupación.

—¿Mucho peor? —Los ojos negros de la castaña saltaron mientras las pupilas se contraían. ¿Qué podía ser más malo que un suicidio? Pronto algunas opciones horribles aparecieron para contestar tal pregunta.

—Sólo espero que no se trate de lo que estoy pensando... —dijo para sí mismo, por lo cual su voz salió apenas como un susurro.

Justo cuando ambos quedaron en total silencio oyeron el galope de un caballo a lo lejos. Miraron hacia el horizonte y Gaara dedujo que, por la velocidad que traía, el desconocido llegaría con ellos en un par de minutos. En efecto arribó ciento dieciocho segundos después. El jinete saltó a tierra e hizo un férreo saludo militar. Su tamaño era pequeño, no debía sobrepasar el metro con sesenta y su contextura era delgada aunque musculada. Pronto habló con la tranquilidad propia de un militar avezado.

—Señor, el rey Danzo tomó prisionero al clan Yamanaka. El general Uchiha requirió su presencia de manera urgente en este punto de encuentro —le entregó un mapa dibujado, el cual señalaba con mucha precisión lo anteriormente dicho—. Usted es el único que puede entrar al palacio. Tiene que llegar al alba o los Yamanaka morirán.

—¿Al amanecer? —cuestionó como si le hubieran dicho una demencia—. Llegar es imposible entonces. Mi caballo está muy cansado y por lo que veo el tuyo también.

—Permiso para hablar, señor —pidió humildemente. No quería que Gaara lo matase por saltarse el protocolo.

—Concedido.

—Dejamos tres caballos a lo largo del camino para que haga relevos. Es difícil, pero si lo intenta quizá podría llegar.

Queriendo sopesar la situación, el guerrero de élite se cruzó de brazos mientras se abstraía de todo a su alrededor. Ino era su subordinada en tiempos de paz y le tenía respeto, sin embargo, lo que ahora mismo le preocupaba era resolver el enigma planteado por Temari. Presentía que estaba en peligro y no quería abandonarla a su suerte, ¿pero dónde podría encontrarla? ¿Dónde? Si la conocía lo suficiente, cosa que dudaba bastante, entonces ya tenía una idea del por qué se fue y hacia dónde. Sin embargo, anheló estar equivocado porque acertar implicaba un peligro muy grande tanto para su hermana como para él.

—No acudiré al castillo —le anunció al soldado raso en forma seca.

El miliciano respetó tal decisión en silencio, aunque lamentando el hecho de haber cabalgado en vano. Se preguntó si Gaara se habría atrevido a dar la misma respuesta de tener al general Uchiha enfrente, pero obviamente no verbalizaría sus pensamientos. Hacerlo sería tan recomendable como abrazar a un leproso.

El de ojos verdes miró a Matsuri dejando claro que sus palabras iban únicamente para ella: —Mi hermana está desaparecida y mi prioridad es encontrarla. Temari es la única persona que significa algo para mí y no voy a cometer el mismo error de desdeñarla como hice con Kankuro. Así como Ino se preocupa por su familia, yo lo haré por la mía.

El militar de tropa se sorprendió de que se diera el tiempo de explícarselo a ella. ¿Acaso esa chica era la novia del general?

—Es muy comprensible, señor Gaara —contestó ella—. Respaldo su decisión al cien por ciento.

—Tú te quedarás a cargo de mi casa en mi ausencia.

—¿Yo? —musitó sin poder creerlo—. ¿De verdad me dará a mí ese honor? —añadió emocionándose.

—Sí. Quédate y lidera la aldea en mi ausencia.

El enviado volvió a asombrarse conque le tuviese tanta confianza como para dejarle el cargo.

—Tú, soldado, te quedarás como guardaespaldas de esta mujer —lo miró fijamente—. Te haré el responsable si algo le llega a pasar.

—Sí, mi general. Le aseguro que la cuidaré con mi vida —dijo realizando el habitual saludo militar.

—Muchas gracias por preocuparse de mí, señor Gaara —dio su gratitud la joven castaña—. Cuídese mucho usted también por favor —agregó rogando que pudiese encontrar a la señorita Temari sana y salva.

Quien carecía de cejas no tuvo prisas en partir. Sin que mediasen más palabras tomó al caballo del soldado y lo llevó a la plaza principal para que bebiera el agua que le debía faltar. Luego de unos diez minutos partió a velocidad moderada, ya que hacerlo a toda prisa sólo resultaría contraproducente a largo plazo. Sin más pistas que seguir una ruta ambigua hacia el oriente, sólo deseó que Temari fuese lo suficientemente prudente como para no hacer la locura que él vislumbraba.


Tras desembarcar cerca del pantano que estaba a un kilómetro de la capital, los soldados se separaron en dos grupos: los que se infiltrarían en el castillo y los que armarían un alboroto a fin de distraer. Naruto, por cierto, se había tomado mal el hecho de que el asesino de Shikamaru, Gaara de la arena, tuviese que participar en el rescate. Sin embargo por el bien de Ino decidió dejar de lado, sólo por el día de hoy, la querella que debía enfrentarlo tarde o temprano contra el pelirrojo.

El grupo principal siguió esperando por un largo tiempo el momento en que el general arribase, pero la actual líder se vio forzada a hablar.

—Gaara no llega y el amanecer está acercándose. Tendremos que meternos al palacio por el pasillo que me dibujó Sai.

—¿Confías en que te dijo la verdad? —cuestionó Chouji—. Puede llevarnos a una trampa, hacia un pasadizo perfectamente custodiado.

—Quiero confiar. Además no tenemos alternativa: Gaara ni siquiera se asoma en el horizonte. Sabía que no alcanzaría a llegar, el trayecto es demasiado largo —dijo sin imaginarse que el de ojos verdes no había emprendido el viaje siquiera.

—No queda otra que seguir el plan B si queremos salvar a tu clan —apoyó Naruto—. Habrá que confiar en que el tal Sai te dijo la verdad.

—Muy bien, avancemos.

La élite rogó porque todo saliera bien, ansiando que el integrante de Raíz tuviese palabra de honor. Camuflados por la oscuridad se movieron a través del pantano hasta llegar a los límites de la capital. A partir de allí se dirigieron por los callejones más oscuros hasta que avistaron la herrería que señalaba el mapa. No obstante, antes de llegar a destino debían atravesar una enorme granja que se encargaba de surtir de alimentos al palacio. Alrededor habrían unos seis guardias que rondaban en parejas y que se comunicaban a través de las antorchas. Si una caía cualquiera de los otros daría la alarma de inmediato, por lo que era necesario evadirlos o matarlos a todos de una sola vez.

Ino decidió tomar la primera opción y aplicar la segunda sólo en caso de ser necesario. Así, yendo al sector menos protegido, cortaron un pedazo de la alambrada y avanzaron de uno en uno arrastrándose igual que culebras. Todo se desarrolló según lo planeado hasta que uno de los guardias escuchó un breve ruido metálico, mismo que uno de los infiltrados, Juugo, provocó por culpa de su gran tamaño.

—¿Escuchaste eso? —preguntó uno de los vigilantes dispuesto a acercarse más.

El ruido de una gallina invadió el ambiente antes que el compañero respondiera. No fue un asunto de providencial suerte sino todo lo contrario: Ino había imitado un cacareo a la perfección para despistarlos. Esa era otra de las grandes virtudes que tenía la blonda, una que aprendió especialmente para misiones como esta: el imitar a algunos animales de granja.

—Olvídalo, son solo las gallinas cacareando.

—¿A esta hora?

—Se nota que es tu primer turno acá. Precisamente cuando se acerca el amanecer es cuando más cacarean.

—¿Y no es raro que una sola lo haga?

De repente Naruto también se unió al coro gallináceo, cosa que sorprendió mucho al resto del grupo. También copió a la perfección el cacareo.

—¿Qué tiene de extraño que sea una sola? Además ahí tienes a otra para que veas que tengo razón.

—Ya veo —aceptó finalmente, permaneciendo en su sitio.

Dejando atrás lo sucedido ambos vigilantes siguieron conversando tranquilamente, abordando de modo burlón el tema de quien sería el sucesor del rey cuando éste muriera. No se le conocían hijos legítimos ni bastardos pese a tener un harem, por lo cual muchos ya rumoreaban que su ancianidad se lo impedía, o peor aún, que no era lo suficientemente viril para engendrar.

Finalmente llegaron al lugar que estaba junto a la granja: la herrería principal del reino. Como ya estaban en una zona segura, Ino se permitió hablar por lo bajo.

—No sabía que también tenías este don, Naruto —dijo verdaderamente impresionada. Por lo general a los hombres les costaba más hacerlo por su voz grave, aunque el tono más suave de Uzumaki era un indicativo de que tenía una mayor variedad de matices.

—Es algo que aprendí desde niño —susurró a su vez, animado a pesar de la riesgosa situación—. ¿Quién no ha intentado imitar el sonido de los animales? Yo sólo lo hice mejor que el resto. —Sonrió ampliamente aunque nadie vio aquello por la oscuridad reinante. —Puedo emular perfectamente los sonidos de las gallinas, de los cerdos, de los asnos, de las ovejas, de las vacas e incluso el de los caballos —añadió orgullosamente.

—Es impresionante —comentó Ino incluso más asombrada que antes—. Yo sólo puedo hacer el de las gallinas, los cerdos y las ovejas. El de los asnos, las vacas y los caballos no me sale bien.

—De todos modos tu capacidad imitativa es impresionante también —la halagó Uzumaki y ambos dieron por finalizado el tema con un asentimiento cómplice.

Como resultaba lógico a esta hora la herrería estaba cerrada, mas Chouji era experto en abrir cerraduras de todo tipo. Lo hizo empleando dos ganzúas distintas que no tardaron en liberar el pasador. Con la puerta ya abierta todos se adentraron esperando acabar con cualquier guardia que estuviese dentro, pero la oscuridad reinante nada les permitió ver. Sasuke cerró la entrada y prendió una cerilla que les confirmó rápidamente lo que ya era evidente: el derramamiento de sangre no sería necesario, puesto que nadie había dentro.

Se quedaron a oscuras en cuanto se apagó el fósforo. Las cortinas estaban echadas, pero no quisieron prender las antorchas por la gran potencia de su luz. A cambio encendieron una pequeña vela que apenas iluminaba. Entonces avanzaron a través del taller dejando atrás los yunques, espadas en ciernes, herraduras y otros implementos metálicos, hasta que llegaron al lugar más importante: el escondite de la entrada secreta.

—Debería estar justo aquí —dijo Ino mirando el mapa al mismo tiempo que indicaba una alfombra de un desteñido azul.

Juugo la sacó de un tirón, pero tierra negra impedía ver algo. Removió con sus pies y pronto notaron una redonda tapa metálica muy parecida a la de las alcantarillas actuales. Sus manijas plegadas lucían oxidadas y enmohecidas, delatando que esto no había sido usado en muchos años. El de dos metros pensó que le bastaría una mano para destapar el camino, pero necesitó ambas para conseguirlo. Otro que no tuviese sus enormes fuerzas difícilmente podría hacerlo solo.

Pronto el aire encerrado del túnel salió a flote para golpear sus narices. Sin quejarse se adentraron y prendieron las antorchas que habían en las paredes. El pasadizo era estrecho y de un metro ochenta de altura aproximadamente, pues tanto Sasuke como Naruto necesitaron inclinarse un ápice mientras Juugo tuvo que encorvarse bastante para poder avanzar. Sin duda humedad y frío eran las dos palabras que mejor definían el camino subterráneo; no en vano se incrustaba por debajo del foso de agua que separaba al castillo del resto de la ciudad.

Los pasos apenas resonaban en el piso de tierra hasta que finalmente llegaron a una escalerilla vertical. Ascendieron por ésta muchos metros, mientras Naruto y Sasuke, ocupando los últimos lugares, lo hacían de un modo más lento por tener un brazo herido cada uno.

Lo vertical llegó a su fin y por delante asomó un amplio camino que no tenía ninguna puerta sino un simple muro. Sin embargo, un torno con palanca ubicado a un costado dejaba claro que la pared podía deslizarse. El problema era que aparecer justo en el vestíbulo, donde la guardia imperial vigilaba, significaría un gran riesgo de muerte.

Se miraron dispuestos a defenderse en caso de que las cosas resultaran mal. Apagaron las antorchas y desenvainaron sus armas mientras Juugo giraba la palanca. El muro fue deslizándose lentamente hasta presentar un punto vacío.

Ino suspiró aliviada y agradecida al ver que Sai no le había mentido. A partir de aquí ya no sería necesario el mapa; se ubicaban perfectamente dentro del castillo y sabían que las catacumbas estaban a la vuelta de la esquina. Se moverían sigilosamente, matarían a los guardias y liberarían al clan Yamanaka esperando que ningún percance ocurriera.


Tras dejar a su hermana y a Kiba en sus respectivas habitaciones, Hinata caminó hacia la suya con un talante desvaído. Normal tomando en cuenta que la separación la atravesaba mientras la incertidumbre de no saber si Sasuke volvería con vida la carcomía todavía peor. No necesitaba ser adivina para tener la seguridad de que no podría dormir en toda la noche. De haber sido religiosa en vez de agnóstica habría aprovechado el insomnio para rezarle a los dioses, pedirles que el hombre que aún amaba regresara a salvo. También habría incluido en sus ruegos a la señorita Ino, a Juugo y al resto de soldados que estaban jugándose la vida.

Estando ya en su cuarto provisorio avanzó hacia un par de antorchas, prendiéndolas con las cerillas que solía portar en uno de sus bolsillos. Vio entonces que esta mansión, siguiendo el mismo patrón arquitectónico que la Uchiha, era amplia y con esquinas ovaladas en vez de cuadriculares.

Se frotó la frente al tiempo que contemplaba con mayor meticulosidad la habitación. No había nada destacable salvo algunas figuras de yeso que en un principio descartó. Sin embargo unos segundos después, por el rabillo del ojo, vio un par que se le hicieron muy conocidas: un pelinegro parecido a Sasuke y una rubia con cola de caballo estaban allí, en efigies que no debían medir más de quince centímetros. Sin duda el autor se había fijado muy bien en los detalles de ambos, pues sus espadas lucían distintas y sus poses de combate afloraban como muy parecidas a las reales. Que estuviesen presentes de esta forma le comprobó cuán apreciados eran los dos, seguramente famosos héroes de guerra que la gente veneraba. Era lógico, por lo tanto, que esta ciudad no hubiese mostrado resistencia alguna ante ellos.

—Sasuke... —musitó su nombre de una forma tan triste como anhelosa al acercarse para acariciar al guerrero de yeso, suspirando pesadamente poco después. Respecto a su amado, eso sería lo máximo a lo que podría aspirar desde ahora: conformarse con tocar un objeto inerte que lo representaba.

Dejó la figurilla de lado y se fijó en un espejo de cuerpo entero que estaba cerca de la cama, en el lado opuesto al velador. Se acercó de frente para mirarse, aunque en nada le gustó su reflejo. Era curioso como un objeto destinado a cultivar la vanidad le ayudaba a ver lo más íntimo de su alma: lucía como si le hubiesen robado de cuajo toda felicidad. Hasta un pájaro con alas cercenadas se vería mejor que esas ojeras acompañadas por luceros opacos y descompuestos. Junto a Uchiha, en cambio, su reflejo devolvía una imagen mucho más jovial, más fuerte, más lozana.

—¿Por qué no luchaste más? —le reclamó a su propia imagen como si se tratara de un ente ajeno a ella, alguna especie de doppelgänger nefasto—. ¿Por qué abandonaste a Sasuke cuando más te necesitaba? No sabes siquiera si volverá con vida... ¡Todo es tu culpa!

Sí, cuánto le gustaría pensar que fue otra persona la que tomó esa decisión. Consolarse imaginando que un doble opuesto se adueñó de su cuerpo, pero, lastimosamente, no podía ser tan infantil como para negar la realidad: ella y nadie más que ella fue su mayor enemiga. Entonces recordó lo que Sasuke le dijo justo frente a un espejo antes de iniciar su primer entrenamiento: cada uno era el peor adversario de sí mismo.

De repente se tiró el fuertemente el flequillo. No quería seguir viendo esa imagen demacrada de ella, ese aspecto maldito que le espetaba que con suerte le quedaba un día de vida. Sintiéndose asfixiada acudió hacia la única ventana disponible, una que era más pequeña de lo normal. Probablemente su tamaño cumplía la función de impedir que ladrones o intrusos entraran, a razón de que sólo un niño o una mujer muy menuda podrían colarse por allí.

Apenas abrió las persianas de caoba prestó atención al aliento del mar, el cual resonaba de un modo similar al que sale de la concha de un caracol. Su sentido del olfato también fue acariciado por el inconfundible aroma que la había acompañado durante dos semanas.

—Sólo quisiera estar con Sasuke ahora mismo. —Se pasó una mano por la frente, lo cual la hizo levantar su flequillo hasta la coronilla y darse cuenta de cuán helada estaba su piel. En nada le importó. —Cierro los ojos y me imagino con él, pero, extrañamente, no en una situación romántica sino de lucha. Yo apoyándolo desde atrás con un arco como había sucedido en Jiren, apoyándolo como siempre debió ser.

A lo lejos vio como unas antorchas se aproximaban desde la esquina a la vez que se escuchaban las voces de algunos hombres conversando. Estaba segura que eran los vigilantes que solicitó Uchiha para proteger la residencia, quienes debían dar rondas continuas. Cuando sintió que ya se acercaban cerró la ventana cuidadosamente a fin de pasar desapercibida.

Le hubiese gustado tener a alguien para desahogarse, pero entonces recordó que sí existía un consuelo: la escritura. Aquello era lo único que podía aliviar el dolor que cargaba su alma. Buscó en su maletín la guía de esgrima, dispuesta a llenar más páginas con sus pensamientos. Dentro del cajón de la mesa de noche halló los implementos necesarios: tinta y pluma. Le ahorraría el incómodo trabajo de tener que salir de la habitación para obtenerlos. Arrimó la silla al pequeño buró, se sentó con la espalda un poco inclinada hacia delante y se dispuso a hacer tangible lo que llevaba por dentro.

Mi cabeza es un desastre y mi corazón un cataclismo aún peor. Me siento tan insegura de todo; hasta me parece que el suelo bajo mis pies desaparecerá en cualquier momento, que vendrá un terremoto y me tragará por entera. Bajo las circunstancias actuales hasta podría ser un buen final para mí, ¿no? Por lo menos se siente mejor que saber que nunca más volveré a estar con él; se siente mejor que tener el corazón apretado pensando que puede morir en la infiltración...

He recuperado a mi hermanita, pero irónicamente me siento mucho más sola. Ella no es capaz de entender lo que siento por Sasuke, pero no voy a culparla por algo que habría hecho cualquiera en su situación. Después de todo soy una traidora por haberme enamorado del hombre que mató a casi toda mi familia. Por eso Hanabi tiene razón al decirme que todo el mundo me valoraría igual que a una loca de remate, como alguien deleznable, ¿pero realmente soy lo peor por amar a quien no debo? ¿Por qué nadie es capaz de comprenderme? O mejor aún, ¿por qué necesito tanto que alguien me entienda? ¿No bastaría sólo conque me entendiera yo misma? ¿Por qué siempre busco la aprobación de los demás en vez de ser más egoísta y pensar en lo que realmente quiero yo?

Lucho conmigo misma para convencerme de que haber recuperado a Hanabi es lo más importante, pero ese hecho que tanto debía alegrarme se siente artificial y vacío en el fondo. ¿Acaso no soy feliz teniendo de vuelta a mi hermanita? Claro que lo soy, pero no esperaba que el reencuentro se transformara en un chantaje emocional.

¿Tanto miedo me dio perderla? ¿Cedí porque ya estaba cansada tras enfrentarme a mi padre? ¿Confrontarlo me succionó las fuerzas?

Me di el tiempo de analizar más lo que pasó antes de seguir escribiendo. Creo que el verdadero problema es que en lo más profundo de mi corazón me sigue doliendo mucho que Sasuke sea el asesino de mi familia y discutir con Hanabi hizo que eso reflotara de forma punzante. No es algo que se pueda dejar atrás en menos de un mes. Por eso me sentía mal cuando no estaba con él y feliz cuando sí: su ausencia me hace recordar lo que hizo contra mi clan, pero su presencia, de algún modo inefable, me hace olvidarlo todo. Estando a su lado sólo veo al hombre que amo, a la persona que quiere cambiar de verdad.

Se supone que elegir a mi hermana fue lo correcto, ¿pero entonces por qué me siento tan mal ahora mismo? ¿Por qué me arrepiento de no haber luchado más?

Creo que la debilidad, disfrazándose de sensatez, me ganó la batalla del amor. Era lo más cuerdo dejar a Sasuke, ¿verdad? ¡Pero el amor no sabe de cordura! En realidad no he cambiado nada desde que era una niña. Creí que había avanzado superando las trabas que me hacían débil, pero la realidad es que sólo di vueltas en círculos sobre mis propias pisadas. Aún no soy fuerte.

Lo peor es que es demasiado tarde para arrepentirme. Él no querrá escucharme de nuevo; jamás me perdonará. Es demasiado rencoroso y vengativo como para hacerlo. Debe estar odiándome de hecho. He perdido al hombre que amo por poner a mi hermana por encima de mi propia felicidad, sacrificándome por ella.

¿Vale la pena?

El «no» que llegó le quitó las ganas de seguir escribiendo. Ya nada valía la pena en realidad, ni siquiera el plasmar sus pensamientos en ese cuaderno. Si fuera de las que patean algo para desquitarse lo habría hecho en este mismo instante. Una patada al catre o un puñetazo a la pared. O mejor aún: unas bofetadas a sí misma hasta dejarse las mejillas ardiendo.

Lo único que le restaba era vivir aceptando que había perdido al amor de su vida y seguir adelante sin rendirse a pesar del dolor que le significaba. Buscando aire fresco se levantó de la silla dirigiéndose hacia la ventanilla. Quedó allí tratando de captar la belleza de las olas a pesar de que apenas eran iluminadas por la luna. Entonces abrió sus ojos de sopetón, mientras un escalofrío le recorría el cuerpo desde la base inferior de la columna hasta estancársele en el cerebelo. Se refregó los ojos mientras ingería saliva, intentando creer que se trataba sólo de una ilusión óptica, pero una silueta de naturaleza espectral apareció como si estuviese surgiendo del mar.

Otra severa gelidez recorrió su espalda al recordar a las presencias fantasmagóricas de Jiren, empero, varios segundos le ayudaron a percatarse que lo visto tenía una contextura más robusta que la de una mujer. También existía algo extrañamente familiar en «aquello». ¿Estaría alucinando? ¿Estaría loca tal como le dijo su hermanita? De súbito sus ojos se expandieron como si alguien tirara de sus párpados desde cada extremo: ese cabello lo reconocía, esos ojos también, esa figura en sí era de alguien muy conocido por ella. Por tal razón su miedo primario fue pulverizado de raíz.

Pensó en correr por la entrada, pero estaba segura que los guardias no le permitirían salir de la mansión a horas tan tardías y sólo perdería valioso tiempo si trataba de convencerlos. Sin pensarlo dos veces decidió escabullirse por la ventana o por lo menos intentarlo, ya que el pequeño tamaño de ésta volvía incierto que pudiera conseguir su meta.

Sin cambiarse de ropa puso su cuerpo a la obra: pasó su cabeza y los hombros por el marco, pero los senos se le atascaron. Seguramente si alguien la viese se burlaría a carcajadas. Siempre pensó que tenerlos grandes era una molestia y esto volvía a confirmárselo. Hizo un esfuerzo para agarrarse el pecho derecho con las manos y empujándolo logró que sobrepasara la ventanilla. Luego repitió la operación con la mama opuesta. Ahora sólo faltaba pasar la mitad inferior de su cuerpo, pero afortunadamente le costó menos. Se afirmó en la tierra con los brazos y finalmente logró salir por entera. Era una suerte que fuese más delgada de lo que parecía. Definitivamente un hombre nunca podría pasar por allí salvo que fuese un enano o un niño.

Se incorporó rápidamente, viendo a su vez que la silueta seguía en el mar. Antes de que los guardias se dieran cuenta de su partida se echó a correr tratando de no hacer ruido. Por suerte la arena se alió con ella, amortiguando sus pasos perfectamente.

Conforme avanzaba, lo que tenía enfrente se le hizo cada vez más distinguible. Su movimiento se detuvo en seco al ser invadida por un asombro total. Era tal como creyó desde un principio: esa figura, que tenía hundida la mitad del cuerpo en el mar, le pertenecía a la persona con la que más tiempo compartió durante su vida. Sí, tenía que ser él. Era su fisonomía, su cabello, sus ojos. Entonces, sin pensarlo dos veces, reanudó su carrera arrojándose a la orilla como si hacerlo pudiese resucitar a un ser querido.

—¿Neji...? —preguntó sin miedo cuando se detuvo a escasos metros del océano.

Cualquier otro habría huido espantado de aquella entidad fantasmagórica, mas ella deseaba todo lo contrario. Sabía mejor que nadie que su primo jamás de los jamases le haría daño. Por eso se acercó sin temor hasta que sus pies fueron tocados por el frío del agua marina.

El ente no caminaba sin rumbo como un alma en pena, de hecho era al revés: en todo momento tuvo su mirada puesta en Hinata. Ella intentó leer el cariz de sus ojos blanquecinos, pero nada consiguió. No había odio, tampoco amor, más bien una enigmática neutralidad.

—Perdóname, Neji, perdóname por amar a quien no debo —atinó a decir ante esa falta de emociones.

De repente el fantasma, la alucinación, lo que fuese en realidad, pareció suavizar su mirada. Su cuerpo también dio la impresión de perder rigidez.

—Primo, ¿de verdad eres tú? ¿O estoy volviéndome loca? —Se sujetó la cabeza como si fuese a perderla de un momento a otro. Al no recibir una respuesta corporal, facial o verbal, Hinata continuó parlando. —Si estás aquí es porque quieres decirme algo, ¿verdad?

La figura asintió con un movimiento afirmativo, lo cual dejó a Hinata sin aire en los pulmones. No podía creer lo que estaba sucediendo y, de no sentir que esto terminaría de un momento a otro, se habría pellizcado fuertemente a fin de constatar que no estuviese soñando.

—Dime lo que debo hacer por favor —solicitó angustiosamente—. Dame una señal.

Lo que tenía enfrente apuntó su propia cabeza con el dedo más propicio para ello. Luego le brindó una sonrisa cariñosa; la misma que solía regalarle cuando ambos coincidían en algo. Manteniendo el agradable gesto en su rostro, empezó a desvanecerse rápidamente.

—¡Espera, Neji! ¡No te vayas! ¡Te necesito!

La vaporosa presencia se difuminó hasta desaparecer igual que un espejismo. Hinata cayó de rodillas al sentir que le habían quitado el corazón del pecho. El encuentro no alcanzó a durar siquiera cuarenta segundos.

—¿Por qué te vas, primo? ¿Por qué cuando lo que más necesito es un abrazo tuyo?

Poniéndose de pie, se metió al mar nocturno sin importarle lo gélido que estaba. Sin darse cuenta el agua le llegó a la cintura y las olas poco calmas se encargaron de tocarle el cuello en cada arremetida. Sólo entonces Hinata recordó que no sabía nadar y que si seguía adentrándose correría peligro de terminar ahogada. Retrocedió sobre sus pasos, teniendo que hacer un esfuerzo para que la braveza del mar no la arrastrara. Finalmente llegó a la orilla sin saber qué pensar. De nuevo cayó de rodillas aunque esta vez también empleó las manos como soporte, dedicándose entonces a sollozar sin consuelo. Realizando un último esfuerzo levantó un brazo y lo estiró hacia el horizonte como tratando de seguir conectada con él. No funcionó.

¿Estaba volviéndose loca, cierto? Después de todo lo que había vivido no le extrañaría que su salud mental estuviese estropeada. ¿Pero de verdad algo que parecía tan real podía ser una alucinación?

Se sumergió un rato pensando en su amado primo. Si realmente fue su presencia manifestándose en este plano existencial, ¿qué le quiso decir al indicarse la cabeza?

—Oh, Neji, te extraño tanto —dijo dañada y todavía jadeando con fuerza—. Si tan sólo pudiera hablar contigo otra vez...


El combate en las puertas de la palaciega prisión había sido extremadamente rápido. Los guardias, tomados por sorpresa, ni siquiera alcanzaron a dar la alarma por medio de gritos. Sasuke y Naruto, a regañadientes pero sabiendo que sólo la cooperación podía brindarles el éxito, quedaron custodiando la entrada junto a Juugo. Entretanto Ino y Chouji liberaron a los encadenados prisioneros, pero desafortunadamente surgió un problema que a la soldado le haría trizas el corazón.

—No veo a mi papá —preguntó tan asustada como nerviosa, oteando hasta el último rincón de cada pared con la esperanza de hallarlo.

—Ino —le dijo su tía de mayor edad—, Danzo tiene a tu padre en otra parte. Siempre lo mantuvo apartado de nosotros.

Al recibir la pésima noticia, la blonda proyectó su gran aflicción por medio de una mueca que le distorsionó el rostro.

—N-no puede ser... —lo que salió no fue su voz sino un hilo diminuto de ella.

—¿Donde está el rey ahora? —preguntó Chouji.

—No lo sabemos, pero puede que esté en el trono.

—Papá... —La rubia sintió como un horrible presentimiento golpeteaba su corazón. —Mi papá... —iteró imaginándose lo peor.

—Vamos a rescatarlo —dijeron algunos Yamanaka al unísono, listos y dispuestos a luchar para salvar a su líder. Velozmente fueron apoyados por el resto de la familia a pesar de que tenían los miembros entumecidos por estar cuatro días sin poder moverse.

—No —rechazó Ino—. Rescatarlos habrá sido en vano si no se van todos ahora mismo.

—Pero tenemos que ayudar o la vergüenza nos acompañará por el resto de nuestras vidas.

—No están en condiciones de luchar después de estar inmóviles por varios días. Mejor ayuden manteniendo libre de peligro la vía de escape.

—Pero...

—No perdamos tiempo discutiendo aquí —interrumpió la fémina—. Deben ir cuanto antes a la salida. No se ha dado la alarma todavía, pero no tengo dudas de que pronto soldados aparecerán por aquí. El amanecer está muy cerca y Danzo querrá eliminarlos porque yo no cumplí el pacto —les recordó el peligro que todavía corrían.

—Está bien, te haremos caso aunque no nos guste.

Los infiltrados tomaron los escudos de los guardias recién asesinados. Los varones Yamanaka hicieron lo mismo, pero agregando las espadas también. Luego la comandante guio a su clan hacia el pasadizo que permitiría la libertad. Les indicó que avanzaran por su cuenta hasta resguardarse en la herrería, preparados a correr en cuanto volviesen con Inoichi.

La única mujer guerrera regresó con sus compañeros. Intentó que la razón le ganara a la emocionalidad, sopesaba las consecuencias de proseguir el rescate. Lo que se venía era la decisión crucial, la que podría significarles la muerte. Naruto, Sasuke, Chouji y Juugo esperaron las siguientes órdenes en silencio.

—Iré a rescatar a mi padre. No necesitan venir conmigo; sé cuán peligroso es, pero tengo que hacerlo.

—No te dejaré sola cuando más me necesitas —sentenció Sasuke de inmediato—. Además podremos matar a Danzo de una vez por todas. Esta es la oportunidad de acabar con él, hay que aprovecharla.

—No podremos volver a infiltrarnos utilizando los pasillos secretos porque Danzo los bloqueará o les pondrá una infinidad de guardias. Es ahora o nunca —agregó Chouji.

—Concuerdo, así que yo también iré. —A pesar de la extrema situación, Naruto curvó sus labios con una seguridad sorprendente. Ino vio admirada como el blondo personificaba perfectamente la frase «sonreír ante la adversidad»

—Vamos. —Fiel a su estilo, la respuesta de Juugo fue tan escueta como siempre.

—Gracias —dijo la blonda con un temblor de voz a pesar de lo corta que era tal palabra—. Gracias de verdad —añadió emocionándose como pocas veces en su vida.

Justo antes de partir, Sasuke pensó en su musa durante un momento. Fue algo que alcanzó a durar muy poco, puesto que, mientras apretaba el puño, decidió eliminar cualquier presencia de esa chica en su ser.

«Ni siquiera mereces estar en mi mente un par de segundos, Hinata»

Avanzaron por el corredor que los llevaría hacia la antesala del trono, pero justo en el fondo tuvieron que detenerse de forma abrupta cuando un enjambre de soldados les cortó el paso. De derecha a izquierda había un regimiento atiborrado a todo lo que daba de ancho el pasillo, mientras arqueros subían los escalones para posicionarse justo en los balcones laterales de la antesala. Evidentemente la altura les daría la ventaja de acertar con más facilidad.

Por primera vez en sus vidas Naruto y Sasuke intercambiaron miradas sin odio, ambos entendiendo que tratar de seguir avanzando era lo equivalente a un suicidio. Habían doce hombres a lo ancho del pasillo portando armaduras de cuerpo completo e incontables hileras de soldados por detrás, pero, aun así, para los mejores guerreros no hubiera sido imposible atravesar ese muro de escudos, lanzas y espadas. Ambos eran tan letales que la desventaja numérica que tenían por delante era superable. El verdadero problema eran los arqueros en las alturas con flechas ya dispuestas. Por más que les pesara era imposible obtener la victoria bajo las circunstancias actuales.

Ino, bajo la influencia de sus emociones, no le importaba tener que enfrentar a toda una legión con tal de salvar a su padre. Iba a avanzar sin pensarlo dos veces, pero Sasuke y Naruto la detuvieron tomándola fuertemente desde cada hombro.

—Si arremetes solamente morirás en vano —le advirtió el último Uchiha—. Sé lo difícil que es mantenerte fría, pero debes controlarte.

Una impotente Ino siguió forcejeando a fin de soltarse. Sabía que su compañero estaba en lo correcto, pero dolía tanto aceptarlo que quizá era mejor fallecer luchando que aceptar la realidad.

—Si no voy mi padre perderá la vida —trató de quitarse las varoniles manos de encima—. No puedo quedarme quieta.

—Sé que es tremendamente duro —esta vez fue Naruto quien habló a la vez que intensificaba la presión en el hombro—, pero si te lanzas las víctimas serán dos en vez de una. Créeme: tu padre no querría eso por nada del mundo.

Justo cuando Ino iba a dar una respuesta, los infiltrados vieron como los arqueros en los balcones abrían paso para que el rey tomara posición allí. A pesar de tener la ventaja su rostro no lucía siquiera una pizca de conformidad. De hecho siempre tuvo en cuenta la posibilidad de que la blonda no sería capaz de matar al Uchiha, por lo cual, anticipándose a un ataque, había colocado a sus hombres para emboscar a cualquier intruso cerca de la entrada al palacio. Sin embargo, todo se fue al tacho de la basura al verlos aparecer por la retaguardia en vez de la vanguardia. Jamás habría podido pronosticar algo tan impredecible. Para peor era seguro que habían logrado salvar a los malditos Yamanaka a excepción del líder. Afortunadamente para sus planes a Inoichi siempre lo mantuvo apartado del resto.

—Ramera de mierda, ¿quién te dijo dónde estaban los pasillos secretos? —cuestionó Danzo cerrando el puño—. ¿Acaso Sai sigue vivo y me ha traicionado?

—Libera a mi padre, rata malnacida —exigió ella ignorando lo anterior—. Deja de lado tus sucias trampas, te reto a un duelo justo si es que tienes una pizca de honor. Si no aceptas querrá decir que le tienes miedo a una mujer, una vergüenza que tus soldados esparcirán por toda la nación.

—Los duelos se dan entre iguales y tú no lo eres. Yo soy el rey y tú una simple vasalla —sentenció con un gesto desdeñoso de su mano.

—¡Soldados! Que quede claro ante todos que el rey es un cobarde incapaz de enfrentar a alguien que sí lo puede vencer. Sólo lucha con mujeres acusadas de brujería e incapaces de defenderse porque es un miserable cagón.

Shimura hizo un gesto desdeñoso con la zurda.

—Sería una tontería conceder tu deseo y arriesgarme a perder mi reino por mero orgullo cuando soy yo quien tiene todas las cartas a su favor. Además tuve un sinfín de fieras batallas en mis años mozos y eso todos aquí lo saben. Hoy en día ya nada tengo que probar; mis reflejos ya no son los de antes por una cuestión de edad y reconozco que eres una contrincante muy peligrosa. Sin embargo, en mi juventud no habría tenido problemas en hacerte pedazos —concluyó con una seguridad despampanante.

—Digas lo que digas ha quedado demostrado cuán cobarde eres. Kakuzu tenía más años que tú y peleó valientemente hasta el final —espetó punzante—. ¿No les da vergüenza servir a alguien así? —agregó mirando a los soldados.

—No confundas cobardía con inteligencia —objetó él—. Y te aseguro que tus intentos o los de Sasuke por poner a mis hombres en mi contra no resultarán. La mayoría aquí son miembros de Raíz —sonrió victoriosamente; primero tenuemente, luego de una manera mucho más amplia—. ¿Qué creías? ¿Que me expondría a que otros mil guerreros me traicionasen?

De pronto Hidan emergió desde atrás de la formación, colocándose al frente. Mientras tanto, dos escuderos se apresuraron a protegerlo de cada lado en caso de que Ino decidiera disparar alguna flecha. Quien se creía inmortal lucía su sectario aspecto de batalla: pintura blanca cubría la parte frontal de su rostro mientras tinta negra lucía en sus párpados, nariz, mandíbula inferior, los costados de sus mejillas, las orejas y, por último, un círculo en la frente completaba la máscara que simulaba una especie de calavera. Su torso desnudo destellaba el azabache a la vez que pintura blanca simulaba unas costillas, las clavículas y los huesos de las manos. Que el arma que sostenía fuese una guadaña confirmaba que estaba representando a la mismísima Muerte.

—Hola, cabeza de orina —saludó con una ancha y perturbadora sonrisa—. De camino al puerto te dije que serías castigada por no aceptar el lugar que te corresponde como mujer, ¿lo recuerdas? —Dicho esto empleó su hoz, la cual estaba ensangrentada en la punta, para dibujar sobre el piso el malévolo círculo que sólo podía significar una cosa: un sacrificio a la deidad llamada Jashin.

Una serie de vertiginosos escalofríos azotaron a Ino, mismos que parecían extenderse desde el vientre en vez de la columna. El miedo impidió que el habla le saliese siquiera.

—Traigan al afortunado —ordenó el élite de primera clase en cuanto concluyó la circunferencia, disfrutando enormemente la estupefacción que exhibía la blonda.

Dos soldados emergieron abriéndose paso entre la multitud. Pronto los infiltrados vieron como Inoichi Yamanaka aparecía amordazado y con las manos en la espalda por las obvias esposas que debían portar sus muñecas. Sangre manaba de su pecho, misma que el supuesto inmortal empleó unos segundos atrás.

—¡Papá!

Sasuke y Naruto debieron sujetar a Ino desde cada brazo, pues había avanzado sin pensar nada más. Era muy angustiante aceptarlo, pero no podían hacer más que mirar.

—Ya no te ríes como antes, ¿verdad, bruja granuja? —espetó el devoto religioso, recordando las burlas a Jashin cada vez que se encontraban. El último encontronazo que tuvieron cerca del puerto, cuando una Hyuga la acompañaba, también yacía muy fresco en su memoria.

—¡Suéltalo, hijo de perra! ¡Lucha conmigo si te consideras un verdadero guerrero!

—Matarte ahora sólo significaría liberarte del dolor de ver morir a tu querido padre. No, putita, ¡vas a sufrir viendo como fallece en mis manos! —concluyó riéndose de un modo histriónico, gozando enormemente la impotencia total de su archienemiga.

—¡Hijo de perra! ¡Juro que te voy a matar si le haces daño!

—Oh, mi gran dios Jashin —dijo desoyéndola de plano—, acepta esta ofrenda de sangre como prueba de mi lealtad hacia ti. Oh, señor mío, sigue castigando a los ateos ignorantes que no creen en ti.

Prosiguiendo su macabro ritual asesino, pasó la lengua gustosamente por la hoja de su arma y colocó el filo justo en la garganta de Inoichi Yamanaka.


Un guerrero de élite, amparado por el débil sol crepuscular que aún pegaba, se acercaba a su hogar tras obtener un permiso que le permitió irse del trabajo el sábado en vez del domingo. Incluso estando ciego habría sabido que su casa-tienda yacía a unos cuantos metros, pues su fragancia floral seguía filtrándose a pesar de que el metálico telón estuviese puesto. Pegado en el susodicho había un cartel que decía con grandes letras «Cerrado por duelo. Vuelva en un mes por favor».

Al llegar a la puerta recordó como su amada esposa solía recibirlo de un modo cariñoso, dándole besos y mimos que ni todo el oro del mundo podrían traer de vuelta.

¿Cuánto tiempo había pasado desde su muerte? Doce días en total. Una docena de malditos días que se habían hecho eternos.

Suspiró con trágica nostalgia, anhelando que se produjera un milagro y pudiese ver esa bella sonrisa otra vez. A sabiendas de que desear algo imposible no lo ayudaría a superar la pérdida, abrió la puerta y se introdujo en la oscuridad tratando de dejar los recuerdos atrás. Sin necesidad de prender las luces colgó su abrigo militar en el perchero y silenciosamente buscó a su hija. No quiso hacer ruido para no despertarle en caso de que ya estuviese durmiendo.

Durante los días de semana una hermana suya se había encargado de velar por Ino mientras él le hallaba una institutriz que fuese confiable. En un principio la pequeña se rehusó de modo tajante a ser cuidada por cualquier otra persona que no fuese su madre, argumentando que podía arreglárselas sola perfectamente. No obstante, Inoichi impuso su autoridad como padre para que al menos aceptara a su tía como tutora durante los días de semana, mientras los sábados y domingos podría estar en soledad tal como deseaba.

Revisó los cuartos uno por uno, pero no halló a su unigénita. Sigilosamente fue hacia una ventana que daba al patio y entonces la encontró: lloraba en silencio justo frente a la tumba de su madre. Encontrarla sufriendo le hizo cuestionarse si realmente tomó la decisión correcta al sepultar a su esposa ahí. Existía un cementerio en cada ciudad, pero él rechazó esa posibilidad pues ningún lugar sería mejor para el descanso eterno que el propio hogar. Asimismo quiso evitar profanaciones, las cuales últimamente proliferaban como mala hierba.

¿Hizo bien?

Bajó su mirada al ser incapaz de soportar el sufrimiento de su pequeña. Se paralizó al no saber qué hacer para aliviarla. Pensó que tal vez debía respetar su dolor alejándose, ya que, siendo un hombre habituado a la guerra, se solía proceder así cuando alguien perdía a un ser querido: dejar que cada uno sobrellevara sus penas sin entrometerse más de la cuenta. Además tampoco creía ser bueno consolando. Por eso volvería a su habitación sin más, mas algo lo detuvo.

«¿Qué harías tú ahora?» le preguntó a su amada como si ella pudiera escucharlo. La respuesta que llegó un lapso después le hizo sonreír a pesar del dolor que conllevaban los recuerdos. Tras unos segundos abrió la puerta del patio sin temor, sorprendiendo a su pequeña que esperaba verlo hasta mañana por la tarde.

Ino...

No te preocupes, papá —lo cortó a la vez que intentaba ocultar su rostro. Disimuladamente, enjugó sus lágrimas—. Estoy bien.

Era sólo una niña de nueve años recién cumplidos, pero tenía una generosidad poco común en niños de su edad. Por eso no deseaba preocupar a su progenitor o sacarlo de sus importantes asuntos castrenses. Además también tenía un gran orgullo que le impedía mostrarse vulnerable.

El viudo se acercó a su retoño, y sin sobrepasarla, se sentó en el banquillo que estaba a las espaldas de ella. Pasó un tiempo en que ambos conservaron un íntimo silencio por algunos minutos.

Yo también la extraño mucho —dijo el varón tras exhalar sonoramente el aire que se había estancado en sus pulmones. No quiso seguir prolongando ese silencio que se hacía un tanto opresivo.

La niña, que ahora lucía cabellos que le llegaban sólo hasta los hombros, se mordió la esquina del labio superior.

¿Por qué existe la muerte? ¿Por qué? —todavía de espaldas, preguntó reclamándole a la vida misma más que a su padre—. No debería existir algo tan malo. —Hecha su afirmación los ojos volvieron a llenársele con más lágrimas. Era inevitable.

Fruto de la asbtracción, Inoichi obtuvo la misma mirada que tendría un ciego: perdida, distante, desenfocada. Le costó un poco retornar a su cariz normal.

También me gustaría saberlo, pero por más que busco una respuesta satisfactoria no logro hallarla. Quizás los dioses del cielo nos llaman a estar a su lado; quizá se divierten cada vez que morimos; quizás es porque todos los seres vivos debemos cumplir un ciclo y dar paso a las nuevas generaciones. En verdad lo único que sé es que, sea por la razón que sea, la muerte es una mierda —finiquitó sin coartarse.

Una que duele muchísimo —concordó la infante.

Demasiado.

Ino se puso de pie y apretó sus labios. Todavía habían lágrimas en sus ojos, pero se atrevió a girarse para darle el rostro a su progenitor.

¿Acaso le hice pasar muchas rabias a mi mami? ¿Fue mi culpa que muriera? —dijo sintiéndose responsable. Ella misma tenía conciencia de que no era un ejemplo de niña obediente, lo cual hizo que su mentón se le hundiera en el cuello.

No, pequeñita —le alzó la barbilla antes de continuar—, aunque no lo creas tu mamá estaba muy feliz de que tuvieras un carácter fuerte en vez de sumiso. Tú no tienes culpa de absolutamente nada, si existe un culpable ese sería yo.

La mozuela marcó un pronunciado asombro en su rostro. Tal emoción pasó a ser confusión unos segundos después.

Tú tampoco tienes culpa de nada —aseveró—. Siempre fuiste muy bueno con mamá, yo misma lo vi siempre.

Inoichi desenvainó su espada primaria mirándola con desaliento. Muchos años se los pasó buscando prestigio, fama y respeto, esforzándose cada día para ser reconocido como uno de los mejores guerreros. Priorizó su trabajo como si tener un nombre entre los mejores fuera más valioso que pasar más tiempo con su esposa e hija. Por estar en una misión a muchos kilómetros ni siquiera pudo regresar a tiempo para acompañar a su esposa durante la semana en que cayó gravemente enferma antes de morir. ¿Y todo por qué? Por una reputación insulsa a la que cambiaría de lleno sólo por tener un día más junto a su esposa, un sólo día para poder decirle tantas cosas que quedaron pendientes.

Perdí demasiado tiempo en la milicia, tiempo que debí dedicar a ustedes dos.

Pero eso es normal porque es tu trabajo —siguió defendiéndolo de sus propias acusaciones.

Él se le acercó y le acarició la cabeza, removiéndole sus cortos mechones suavemente.

Sabes, Ino, te contaré algo íntimo: yo nunca tuve relación alguna con mi padre. Él era un tipo muy frío que consideraba las muestras de afecto como mariconadas que no eran dignas de hombres. Llegaba a casa un par de días a la semana y sólo para cenar y dormir. Cuando tuve un problema nunca pude acercarme a él para pedirle algún consejo siquiera.

¿Así era el abuelo?

Él afirmó con un movimiento de cabeza. Luego prosiguió.

La figura paterna fue algo que siempre faltó en mi vida, una ausencia que me afectó aunque no lo quisiera. Cuando murió fue igual que perder a un desconocido. —Recordó esos tiempos en que no derramó una sola lágrima, muy diferente a lo que ocurrió cuando falleció su adorada madre. Ino, entretanto, escuchaba más atenta que nunca. —Siendo todavía joven me prometí que yo no cometería el mismo error que él, que trataría de estar con mis hijos el mayor tiempo posible, que estaría disponible para que me contaran sus problemas, que los ayudaría siempre; en síntesis que nunca me sintieran como alguien desinteresado y ausente. Por eso, cuando naciste, decidí que me convertiría en el padre que me hubiese gustado tener a mí. Sin embargo, sin darme cuenta, fui cayendo en lo mismo que mi viejo: pasar pocas horas en casa, ayudarle poco a tu madre en tu crianza...

La infante quedó conmovida, pues nunca vio a su progenitor hablar de esa manera tan... ¿sentimental? No supo cuál era la palabra exacta para definirlo, pero sí supo que esta conversación permanecería en su memoria hasta el día de su muerte.

Pero tú siempre has sido muy cariñoso conmigo, papito —trató de decir algo para apoyarlo.

No creo que ser cariñoso un par de horas al día sea suficiente, tengo que hacer mucho más por ti porque eres lo más importante que tengo. No quiero que para ti «papá» sea una palabra sin significado como lo fue para mí. Por eso no repetiré la misma historia contigo, voy ser distinto a tu abuelo. Voy a cuidarte como te mereces y el primer paso será cambiar la espada por las flores.

La niña con cabellos de oro entrecerró sus ojos al sentir que una ola de confusión le golpeaba.

¿A qué te refieres, papá?

No quiero dejarte a cargo de tus tías, de niñeras o de institutrices, así que voy a cuidarte yo mismo. Dejaré la milicia y atenderé la florería también.

La pequeña se rascó la frente como si un mosquito se la hubiese picado. Después se la masajeó y al hacerlo percibió que tenía un poco de sudor a pesar del frío que hacía.

¿En serio vas a dejar tu trabajo, papá?

Así es. No quiero dejarte sola en los momentos en que más me necesitas.

Ella entreabrió sus labios por varios segundos, muestra del asombro que le sacudía el cerebro. Era muy raro que un hombre quisiera hacerse cargo de la crianza de los hijos. De hecho muchos los abandonaban a su suerte.

¿Pero no se supone que criar a los niños es un trabajo que le corresponde a las mujeres? El resto de guerreros no te verán con buenos ojos si te haces cargo de mí y de la florería.

Me da igual.

Ella negó con su cabeza. La contundente respuesta no la había convencido.

No es necesario que sacrifiques tu reputación por mí. Sé que has luchado mucho para conseguirla, mamá siempre me lo dijo.

Mi prestigio me importa un bledo ahora. Lo más importante para mí eres tú, hija. Nadie más que tú.

Ella paralizó la mirada en él, sus pupilas vibrando de una forma en que parecía reunirse amor a cada segundo.

No sé qué decir, papi... —Sus pensamientos, atascados por la emoción todavía, tardaron un poco en adquirir un flujo coherente. Cuando lo logró, prosiguió. —Te lo agradezco mucho, pero me sentiré culpable si te retiras del ejército por mi culpa. Además atender el negocio sería una vergüenza para un guerrero de élite como tú. Vender flores no es un trabajo que los hombres hagan.

Eso da igual, lo masculino y lo femenino son estereotipos que pueden romperse cuando eres fuerte. Y tu papá es excesivamente fuerte —dijo orgullosamente al tiempo que se tanteaba un bíceps.

Ino todavía no lo sabía, pero nunca olvidaría esas palabras. De hecho fue este preciso momento el que le plantó la semilla de querer ser una guerrera en el futuro.

¿Estás seguro, papi?

Segurísimo —confirmó al instante con una sonrisa—. Y créeme que ninguna vergüenza tendré. ¿Por qué debería sentirla haciéndome cargo de la tienda que tanto amaba tu madre? Todo lo contrario: honraré su memoria cuidando mucho las flores que siempre admiró.

La futura soldado sintió algo muy parecido a ver la luz del sol tras permanecer doce días en total oscuridad. Por fin dejaría de sentirse tan sola durante las mañanas y tardes, puesto que ninguna afinidad tenía con su tía. Sabía que en el fondo sólo estaba allí por obligación y en todo caso no la culpaba ni remotamente: ella también tenía responsabilidades que atender.

Eso sí, te pido que me tengas paciencia —solicitó el que pronto dejaría de pertenecer a la milicia.

¿Por qué?

Me parece que las mujeres tienen un don innato para criar hijos. Yo en cambio soy medio bruto —dijo riéndose inevitablemente—, pero te prometo que pondré todo mi esfuerzo para educarte y cuidarte como tu madre lo hacía, es decir con todo mi corazón, con todo mi espíritu, con todo mi ser. A diferencia de antes, ahora siempre contarás conmigo.

Quizá no pasabas mucho tiempo conmigo o con mamá, pero para mí siempre has sido el mejor papá del mundo y sé que para ella también fuiste el mejor esposo del mundo. Me lo dijo más de una vez.

Inoichi sintió como sus ojos ardían de ternura y de arrepentimiento. No merecía que las dos féminas que iluminaban su vida lo tuviesen considerado de esa forma. No lo merecía ni se lo creía. Respecto a su esposa el arrepentimiento jamás podría abandonarlo ya que la muerte no se podía deshacer, pero aún estaba a tiempo de refrendar las palabras de su hija convirtiéndose en la mejor versión de sí mismo.

Y no iba a dudar en hacerlo.

Vamos a salir adelante juntos codo a codo. Haremos que tu mamá se sienta orgullosa viéndonos desde el cielo —lo apuntó como si una de las estrellas fuera ella.

Ino lagrimó muy emocionada mientras su padre la recibía en un cariñoso abrazo. Por sentido común parecería que el adulto consolaba a la niña, pero la realidad era que ambos estaban desahogando el dolor que se arraigaba en sus almas.

Seremos un equipo indestructible —dijo sonriendo unos tres minutos después, ya sin las gotas que al principio cubrían sus pómulos.

Al verla más respuesta, Inoichi la tomó suavemente desde el abdomen y la levantó a lo más alto como si pesara lo mismo que una pluma.

¿Te acuerdas cuánto te gustaba que te hiciera volar como un pájaro?

Ya tengo nueve años, papi. Me da vergüenza —protestó sintiendo como se le acaloraban las mejillas.

Vamos, pequeñita, no seas tan orgullosa. Sé que en el fondo todavía te gusta jugar así —dijo risueño al tiempo que, sin darle tiempo a protestar, empezaba a desplazarla como en sus días de más tierna infancia: surcando el aire como lo haría un ave o un avión moderno.

Una vez que el juego se detuvo la dejó en tierra y le dijo algo de un modo tan alegre como emotivo:

Pase lo que pase vamos a florecer juntos, hija.

Ella primeramente sonrió y luego sus labios plasmaron algo que trepó afectuosamente desde el corazón.

Gracias por no dejarme sola, papá. Muchas gracias de verdad.


Danzo, tan despiadado como siempre, levantó su pulgar a la manera de los emperadores romanos.

—Si hubieras hecho lo que debías, Ino, tu padre estaría a tu lado tranquilamente. En cambio ahora verás qué les pasa a quienes desafían mi imperio —anunció el soberano ignorando la presencia de Uchiha. Tenía claro que su destino sería terrible si un día llegaba a caer en sus manos, pero no se amilanaría ante él y mucho menos teniendo una situación tan ventajosa como la actual. Por ello bajó su pulgar al ralentí, dándole a cada rebelde la oportunidad de no perder detalle del horrible momento.

—¡No lo hagas, hijo de perra!

—¡Detente! —gritaron Chouji y Naruto al unísono.

—Inoichi, tu clan fue rescatado y te juro que vengaremos tu muerte —dijo Sasuke, quien, a diferencia del resto, aceptó que Inoichi moriría en unos segundos. Por eso hizo el juramento mirándolo directamente a los ojos. Podía parecer poco, pero aquello le dio un gran consuelo al guerrero de cuatro décadas.

Apenas el pulgar del soberano culminó su movimiento, Hidan bajó la mordaza del líder Yamanaka de un solo tirón. Que dijera sus últimas y dramáticas palabras le daría aún más gozo al religioso.

—Tomaste la decisión correcta, hija —la felicitó regalándole una sincera sonrisa—. No sabes cuán orgulloso estoy de ti.

—¡Papá! —gritó desgarradoramente.

Hidan, exhalando el júbilo que sólo un sádico psicopático podría tener, comenzó a desplazar lentamente el cuchillo por la garganta de Inoichi para que su hija disfrutara su muerte maximizando cada detalle. La sangre comenzó a manar de un modo moroso, empero, saltó a chorros en cuanto el filo le abrió por fin la yugular. Pese a ello la víctima no siguió ningún dictamen del instinto de supervivencia: no trató de escapar, de gritar o de convulsionarse para evitar la muerte; y de haber tenido las manos libres tampoco habría intentado taponar la salida del vívido rojo. Como el orgulloso guerrero que era se mantendría de pie hasta que la parca lo llevara al otro mundo, en el cual creía plenamente. Estaba seguro que allí podría reunirse con su amada esposa otra vez.

Inspirado por ello trató de mantener su aspecto firme, hacerle saber a su niña que la muerte era sólo otro paso y no el mayor de todos los males, pero los gritos desgarradores que ella daba hicieron tambalear la convicción yacente en sus facciones. La verdad era que le daba mucha lástima dejarla. Cuánto le hubiese gustado ver el momento en que se casaría, el momento en que asumiría el liderazgo del clan, visitarla cuando estuviese embarazada, abrazar a sus nietos y jugar con ellos. Sí, todo eso y mucho más le hubiera encantado hacer.

El aire que entraba por la nariz se escapaba por la garganta tajeada, formándose pequeñas burbujas de sangre que reventaban instantáneamente. Sin embargo, Inoichi siguió sin dar quejas ni chillidos; incluso encaró a la parca formando una sonrisa que volvió a mostrarle a su hija lo inmensamente orgulloso que estaba de ella. Cuando sus cinco sentidos comenzaron a difuminarse, prestos a extinguirse para siempre, vio una luz asomándose al final de un túnel. Allí lo esperaba su esposa, quien, con una bella sonrisa, extendía su mano como invitándolo a acompañarla. Y fue entonces que su corazón dejó de latir.

Culminado el ritual de sacrificio, Hidan empezó a reírse como si estuviera poseído. Carcajadas tan estridentes como histriónicas se sucedían extáticamente.

Mientras Ino casi expulsaba sus cuerdas vocales por la boca, Chouji la cargó en un hombro dispuesto a largarse corriendo a todo lo que pudieran sus piernas. El ejército de Danzo no tardaría en bloquear todas las salidas de la capital. Juugo, Sasuke y Naruto se abocaron a cubrir el escape usando sus escudos contra cualquier flechazo o lanzada que llegase.

—¡Déjame, Chouji! ¡Déjame salvar a mi padre!—gritó angustiosamente mientras intentaba zafarse, cosa que no logró pues su lugarteniente la tenía firmemente sujeta.

—¡Ya está muerto y si vas morirás también! ¡Él no querría eso!

Desde la lejanía que cada vez se hacía más grande arribó un desafiante grito.

—¡¿Y no querías un duelo?! —espetó Hidan alborozadamente—. ¡Ven a luchar conmigo, bruja cobarde! —siguió incitándola antes de que se perdiese doblando por el último pasillo. Predecía que su descontrol emocional la haría más vulnerable en este momento, lo cual le daría una ventaja que sería clave para asesinarla a su antojo. De hecho no se equivocaba: si ahora mismo Ino lo enfrentaba moriría sin remedio.

La blonda empezó a pegarle codazos en la nuca a su lugarteniente, lo cual lo obligó a pedirle ayuda a Juugo. Podía ser mujer, pero sólo dos hombres tan corpulentos como ellos lograron inmovilizarla hasta traspasar el pasillo de salida. Una vez cumplida la meta el que medía dos metros bajó el muro de un tirón de la palanca. Tendrían unos tres o cuatro minutos antes de que los soldados de Raíz lo derrumbasen.

—¡Déjenme! —gritó Ino mientras intentaba mover la palanca de nuevo, lo que fue impedido por Juugo—. ¡Mi papá me necesita!

—¡Inoichi ya está muerto! —exclamó el que era obeso—. ¡Hay que irnos o los hombres de Danzo rodearán el castillo!

—Pero mi papá... mi papá me necesita... —la rabia fue reemplazada por el dolor. Lágrimas gruesas e irrefrenables taparon su vista a la vez que se sumergía en un repentino shock del que sería difícil salir. Su semblante fue perdiendo todo lo que le daba vida.

—¡Ino! ¡Te necesitamos concentrada o no podremos salir de acá! —exclamó Naruto, conminándola a enfocarse antes de que fuese demasiado tarde.

Otro par de gritos se esparcieron por el aire, pero la rubia no fue capaz de recobrarse. Ya no tenía orejas, lengua, ojos, nariz, manos. Lo único que era capaz de sentir fue su corazón fracturándose en cientos de pedazos. Se perdió, en apenas unos segundos, dentro de un limbo hiriente que le impediría ser la misma de siempre. Es que no podía creer que su progenitor hubiese muerto delante de sus ojos. No podía aceptar que nada pudo hacer para salvarlo. Por ello, los esfuerzos del Uzumaki y del Akimichi para rescatarla desde la conmoción cayeron en el cruel saco de los intentos inútiles.

Juugo se iba a ofrecer como voluntario para llevarla en un hombro a pesar del peligro que le supondría quedar expuesto. Sin embargo, Uchiha se colocó justo delante de la soldado a la vez que le enviaba una mirada sumamente acerada.

—¡Maldición, Ino, reacciona! —espetó zamarreándola con su único brazo funcional.

La pelirrubia simplemente no escuchó. Seguía totalmente aislada de lo circundante. Por consecuencia, Sasuke no dudaría en usar el mejor antídoto contra su estado casi cataléptico: le dio una tremenda cachetada que le volteó la cara y le dejó ardiendo una mejilla como fuego.

—¿¡No te das cuenta que debes vengar a tu padre!? ¡Y para hacerlo tienes que sobrevivir! —A lo dicho, la blonda usó su diestra para tantearse el sector golpeado. Su aspecto ahora lucía sorpresa en vez de abstracción. —¡Si quieres darle justicia tienes que luchar justo aquí y justo ahora!

Los celestes luceros por fin parecieron reaccionar. Tuvo que hacer un tremendo esfuerzo para acallar las dolencias de su corazón, pero prontamente, como por arte de magia, el temple de siempre tomó posesión de su ser. Por supuesto que no podía morir aquí, aún tenía que salvar al resto de su clan y vengar a su amado padre. Fueron esas dos metas las que le dieron renovados bríos, mismos que tranquilizaron sus latidos y redujeron su alterada respiración.

Todos salieron a través de la granja, pero el límite de la capital estaba siendo bloqueada por unos ochenta soldados que, confiados en su ventaja numérica, no fueron lo suficientemente inteligentes para apartarse. La lucha se desarrolló tan rápida como un relámpago cayendo desde una altura de cinco metros. Sasuke y Naruto, como si fueran compañeros que se habían complementado durante incontables años, coordinaron sus movimientos perfectamente para acabar a todo aquel que se le pusiera por delante. Juugo, Chouji y el resto de Yamanakas también hicieron lo suyo de un modo encomiable. Sin embargo, fue Ino quien exterminó a más soldados al ser invadida por la misma fuerza que tantos años dominó al último Uchiha: la venganza. A sus ojos cada hombre que tenía enfrente era Hidan, lo cual desató en ella una brutalidad que nunca tuvo en combate. Los enemigos sobrevivientes huyeron espantados en disímiles direcciones.

Los rebeldes avanzaron por uno de los cerros próximos al pantano. Sólo faltaban unos trescientos metros más y conseguirían escapar sin que tuvieran bajas en batalla. No obstante, aún había un último peligro que evadir: en la lejanía asomó la caballería liderada por Kisame Hoshigaki. Se detuvieron un momento ante los cadáveres desperdigados y pronto vieron a los infiltrados huyendo a todo lo que podían sus piernas. Un solo comando de voz y galoparían como un irrefrenable ciclón de lanzas.

—Señor, hay que atacar o se escaparán —sugirió un teniente ante la falta de órdenes.

—No seguiremos la persecución —dijo tranquilamente el apodado tiburón mientras le brindaba una caricia a su querido equino.

—¡Pero todavía podemos alcanzarlos! —protestó acalorándose—. ¡Nuestros caballos son muy rápidos!

—¡Señor, ahora es el momento de cazarlos! —agregó otro guerrero con tanto ímpetu como el anterior—. ¡Somos muchos más que ellos!

Kisame chistó disgusto.

—No me gustan las batallas tan injustas numéricamente. No hay diversión en ellas.

—¡Pero esta oportunidad puede que no vuelva a darse nunca más! —replicó desesperadamente el segundo al mando, mientras el resto de jinetes empezaban a murmurar entre ellos.

—¿Vas a desafiar mis órdenes? —preguntó Kisame con una sonrisa mucho más perturbadora que cualquier grito de enojo.

El aludido sintió un escalofrío terrible atravesando sus vértebras. Temió por su vida.

—Des-desde luego que nunca me atrevería a desafiarlo, señor.

—Eres un hombre muy inteligente.

Ignorando de plano los cuchicheos que emergieron ante una orden tan contraria a la lógica, el escualo humano alzó su mirada hacia el cielo. Una sonrisa distinta a la anterior se esbozó en su rostro, una que de amenazante no tenía absolutamente nada. Era la curva labial que sólo podía forjarse al recordar a un grandioso amigo.

«Con este favor hemos quedado a mano, ¿verdad, Itachi?»

Los infiltrados, atravesando el pantano sin percances, llegaron por fin a la costa. Rápidamente empujaron para devolver los numerosos botes al mar. Remando a todo lo que daban sus brazos se alejaron de la costa y tomaron el derrotero que los llevaría hacia la ciudad tras las montañas.

El clan Yamanaka había sido rescatado, pero pagando un costo muy alto. Una silente Ino, bombardeada por una serie de recuerdos con su ser más querido, mostró su corazón fracturado en cientos de pedazos a través de las lágrimas que, palpitantes como abejas, no podía dejar de derramar.


Hinata siguió registrando el horizonte marítimo esperando ver a Neji nuevamente. Cuánta falta le hacía su amado primo; con él hallaría alivio en su sola presencia. Sin embargo, su deseo no fue cumplido a pesar de los amplios minutos que transcurrieron.

¿Qué fue lo que vio? ¿Un espejismo o un espectro? Pasó un rato en que el cariz de la pregunta sin respuesta cambió hacia una que sí podía tenerla. Fuera su imaginación o una aparición fantasmal, ambas significaban algo muy importante... ¿pero qué exactamente?

—Oh, Neji... Si de verdad fuiste tú quien estuvo aquí, ¿qué me quisiste decir? ¿Si estuvieras conmigo que me aconsejarías ahora? —Le tambaleó el mentón; tuvo que sujetarlo con una mano para que se detuviera. —Hace años eliminaste el rencor que sentías contra mí... ¿pero podrías haberlo dejado contra Sasuke también?

Ninguna respuesta arribó, sólo el particular silbido del viento se hizo presente. Su cuerpo se percató de que estaba completamente mojada y que el frío iba incrementándose por lo mismo. Entonces la región cerebral encargada de regular la temperatura, el hipotálamo, le dio la orden a sus músculos de tiritar para generar más calor. Hinata ayudó frotándose los brazos constantemente y luego repitió la operación con sus piernas. Gracias a que el sistema nervioso autónomo y el central cooperaron rápidamente en lograr la misma meta, la sensación térmica corporal aumentó con éxito.

Una vez que la gelidez quedó de lado, la fémina volvió a hundirse desconsoladamente en la incertidumbre. Meditando de un modo salvaje, llevó el dorso de su mano hacia la boca y se mordió los nudillos con tanta fuerza que los dientes le quedaron marcados en la piel. Fue entonces que, de súbito, un momento clave del pasado llegó para clavarse en su mente como una estocada.


Neji y Hinata habían dejado atrás una lanería en donde la fémina gastó un dineral en hilos, vellones y lanas, aunque no por capricho sino por deber. Tejer prendas para el invierno era uno de los roles fundamentales de cada mujer y, evidentemente, mientras más bueno fuese el material mejor quedarían los ropajes.

Iban de regreso a la finca Hyuga, mientras el de pelos castaños llevaba las compras en dos grandes sacos a cada lado de su espalda. Hinata, tan servicial como siempre, se había ofrecido a compartir la carga entre ambos, pero su primo desdeñó el ofrecimiento diciéndole que para un guerrero este trabajo era menos que una minucia.

Ambos se detuvieron para ver a un artista callejero que hacía malabares esperando ganar algunas monedas de quienes apreciaran su espectáculo. Por supuesto, la recién adolescente fue una de las personas que le brindó una generosa colaboración. Después siguieron avanzando por el resto de adoquinadas calles y se dieron el tiempo para disfrutar de la naturaleza en uno de los parques de la ciudad. Al fin y al cabo todavía era temprano y por hoy no tenían más obligaciones que cumplir. Allí, disfrutando la compañía del otro mientras observaban el riachuelo que aderezaba el panorama, comentaron sobre diversas cosas hasta que Hanabi saltó a la palestra. Entonces, impulsado por Hinata, arribaría un tema mucho más importante que todos los anteriores.

M-mi hermanita está instruyéndose mucho más que antes —dijo mientras miraba alegremente unos patos que flotaban dejándose llevar por la tranquila corriente—. A pesar de sus ocho años está tomándose muy en serio lo de ser la futura líder, pues quiere demostrar que una mujer es tan capaz como un hombre. Estoy muy orgullosa de ella.

Neji arrugó su nariz, mostrando su disconformidad abiertamente. Y no dudaría en dejar todavía más claro su desacuerdo.

Señorita Hinata, con todo respeto le diré que debería imponerse sobre lady Hanabi. Ella es la hermana menor y usted la mayor; ese hecho no puede ser cambiado y por lo tanto usted es la principal heredera al trono Hyuga. Su destino es ser la jerarca del clan, ese es su derecho, pero le está entregando el puesto a su hermana como si no importara.

La fémina de catorce años miró un tanto sorprendida a su primo. No era la primera vez que le decía algo parecido, aunque jamás vio que pusiera tanto énfasis como ahora.

T-tú sabes que a mí no me interesa ser la líder, tampoco me siento capaz de cargar una responsabilidad tan grande sobre mis hombros. N-no fui hecha para dar órdenes porque mi carácter no es fuerte. Hanabi sería mejor lideresa que yo, por algo mi padre la está preparando para eso.

Neji volvió a evidenciar su disgusto con un pronunciado fruncimiento.

¿Pero es que ni siquiera pretende pelear por lo que le corresponde? Si le demuestra a su padre que es fuerte él le dará lo que por justicia le corresponde: el liderazgo del clan Hyuga.

¿P-pero por qué te interesa tanto que yo sea la líder? Van varias veces que me lo mencionas.

Neji dio un suspiro. Llevó su mirada a los jardines y vio como un colibrí volaba desde una flor hacia otra batiendo sus alas de la forma en que sólo ellos podían. Instantáneamente una sonrisa de admiración y de envidia asomó en su rostro poco dado a tales gestos. Muchas veces sintió a ese par de emociones mezclándosele cada vez que veía un pájaro disfrutando su libertad. Le era tan curioso como triste que un ser humano, alguien de una especie supuestamente superior, envidiara a un animal. Sin embargo, así le sucedía. ¿Los esclavos sentían lo mismo, verdad? Después de todo él sólo estaba experimentando una forma de esclavitud diferente; una que no tenía cadenas visibles, pero que quizá sentíase peor al estar impuesta por sus propios familiares.

Hinata siguió la mirada de su primo por inercia, avistando entonces al colorido picaflor que recolectaba néctar. También sonrió enseguida, pues la naturaleza le era simplemente maravillosa. No obstante, a diferencia de Neji, ella sólo apreció la belleza del animalito sin cuestionarse nada más.

¿A usted le gustaría tener a esa avecilla en una jaula? —preguntó el varón repentinamente. La curva en sus labios se había borrado ya.

Ella reaccionó parpadeando sorprendida al tiempo que le dirigía el rostro.

No, por supuesto que no. T-tú sabes que yo estoy contra la esclavitud, sea ésta animal o humana. Todos los seres vivos nacimos para ser libres.

Él sonrió. La conocía tanto que se esperaba una respuesta tan pura como esa.

Lamentablemente no todos tienen la fortuna de nacer libres —dijo tristemente, sintiéndose igual que un pájaro enjaulado.

Es verdad. Y es muy triste.

Él coincidió a través de un movimiento de cabeza.

Con Hanabi haciéndose cargo de los Hyuga nada se transformará porque está muy influenciada por su padre. Usted, por otra parte, podría hacer cambios que podrían ayudarnos mucho a todos nosotros. Luchar para que este clan sea mejor de lo que es.

Hinata lo miró un tanto extrañada, sin captar a qué aludía exactamente.

¿Q-qué podría hacer yo? ¿A qué cambios te refieres?

Él pareció removerse sobre su asiento a la par que entrelazaba sus dedos sobre una rodilla. Un inevitable suspiro surgió poco después, encajándole una mirada solemne justo antes de hablar.

Hay cosas que usted todavía no sabe, lady Hinata, cosas que sabrá cuando llegue el momento adecuado. Lo único que le pido es que no desperdicie su destino, que cuando llegue el día decisivo sea capaz de enfrentarse a su hermana menor. Sea por el liderazgo del clan, sea por cualquier otra cosa importante, nunca deje que ella pase a llevar su voluntad. Se lo pido como un favor.


Hinata sintió como lágrimas muy vivas se acumulaban en sus ojos ante el recuerdo que se había perdido entre las intrincadas redes de su mente.

—Neji... ¿cómo no pude verlo antes? Tú querías que cambiase la división de clases que había en nuestra familia, por eso deseabas tanto que yo fuera la líder. Fui tan tonta al no verlo, tan tonta al no informarme, tan tonta al conformarme porque siempre vi a Hanabi como alguien más capaz que yo. Y sigo siendo igual de tonta porque hoy no fui capaz de enfrentarme a mi hermana, me dejé manipular sin pelear lo suficiente por lo que amo.

Cerró uno de sus puños con fuerza sobre la arena. Parecía querer fundirlos en ésta.

—¿Acaso mi voluntad es de cristal? —volvió a criticarse decididamente.

Sus manos se hundieron aún más en el suelo, enterrándose lo más profundo que podían. Las sostuvo un rato allí, cuestionándose, castigándose, hasta que finalmente, enfurecida, pareció arrancar la verdad desde las entrañas de la madre tierra: amaba a Sasuke. Lo amaría por siempre, eternamente, con locura; aunque fuera imposible, aunque fuese una demencia, lo amaba.

El viento secó fácilmente el trazo que sus lágrimas dejaron en su rostro; incluso le quitó las susodichas de encima. Quizás era una forma de la naturaleza para decirle: «Deja de lamentarte y haz lo correcto»

—He cometido una gran equivocación, pero todos erramos, ¿verdad? Lo importante es enmendarlos y mientras antes sea mejor. No es demasiado tarde, aún puedo enrostrarle a Hanabi lo fuerte que son mis sentimientos por Sasuke, aún puedo tomar la decisión que sí siento como correcta. Sí, tengo que luchar por lo que siento. —Su esqueleto entero tembló al percibir que su alma se reacomodaba en su cuerpo, que ya no sería una muerta en vida por culpa de ese pasado que intentaba hacerla infeliz. —Fui débil, pero serlo no es un pecado; en cambio permanecer débil sí lo es. Por eso voy a pelear por ti, Sasuke.

Se puso de pie sobre la arena con una nueva estampa destellando. Imaginó que tenía a su hermanita justo enfrente y habló en consecuencia.

—Lo siento, Hanabi, pero creo que estás siendo muy egoísta. No puedes obligarme a hacer algo que no quiero. Y aunque sea una loca por amar a Sasuke voy a seguir luchando por él. Voy a rebelarme porque quiero ser feliz, porque no quiero estar sin el hombre que ha marcado mi vida. Espero que puedas entenderlo algún día cuando tengas la madurez suficiente.

Dicho esto una sonrisa nació naturalmente en su rostro, misma que le verificó que ahora sí estaba tomando la decisión acertada. Decidida ya, emprendería la marcha de regreso a la mansión. Hablaría con Hanabi apenas despertara e intentaría que la liberase de su promesa. Después le pediría perdón a Sasuke, pues estaba segura de que regresaría a salvo de la infiltración al castillo. ¡Tenía que ser así!

Iba a iniciar su camino de vuelta cuando una extraña alarma interna le dijo que estaba siendo observada. Dirigió su mirada hacia el mar pensando que otra visión de Neji aparecería delante de sus ojos.

De súbito, por el rabillo del lucero, captó que una figura emergía desde el mar, caminando lentamente hacia ella. Quedó en shock por unos segundos esperando ver a su primo de nuevo, pero esta vez el agua agitándose vívidamente y los pasos resonando sobre la arena volvieron a esa figura mucho más tangible y real. Abrió mucho su boca y sus pies parecieron echar raíces en la arena por lo paralizada que estaba. Una idea demente atravesó su cerebro: Neji había resucitado y ahora se acercaba a ella para darle un abrazo. Era un anhelo inverosímil, pero la sola posibilidad la sumió en un éxtasis de emoción inquebrantable. Lamentablemente su ilusión fue rota al divisar una sombra más delgada que la de él. La luz de la luna era tenue pero no tuvo dudas de que la persona enfrente no era su amado primo.

Dándose cuenta de cuán cerca suyo estaba el desconocido, tragó saliva y decidió poner pies en polvorosa. Justo entonces escuchó una voz diciéndole que no lo hiciera.

—Tranquila, mujer, no te haré daño. Pero si corres me obligarás a hacértelo —alzó la filosa arma que llevaba en la mano—. Y créeme que clavarte un puñal en la espalda no es algo que me atraiga.

La aludida ingirió saliva nerviosamente y por un momento pensó que tragar vómito habría sido igual de agrio. Poco después los labios se le contrajeron, aunque esta vez sí fue una percepción completamente real. Un pie se movió hacia atrás del modo más disimulado posible, preparándose a correr a pesar de la advertencia que recibió.

—¿Qui-quién es usted? —su voz apenas fue audible. Era como si su corazón se le hubiera subido a la garganta y estuviera bloqueándole el habla.

El sujeto en vez de responder caminó paralelo a ella, se alejó de las olas y, empleando la punta de su arma en la arena, se puso a dibujar o escribir algo desconocido.

—S-si no me contesta voy a gritar con todas mis fuerzas. Hay soldados vigilando muy cerca.

—Venía a matarlos igualmente —dijo con la misma parsimonia que tendría alguien que controlaba todo a su alrededor—, pero que te encuentres justo aquí les ha salvado la vida. Sin embargo, si quieres llevar sus muertes sobre tu conciencia grita de una vez —extendió su mano como invitándola a pasar una puerta invisible.

La confiada sonrisa que asomó entre sus palabras le dejó claro a Hinata que enfrente debía tener a un guerrero de élite o alguien de un nivel similar. Demasiado peligroso como para ignorar lo dicho.

Como el silencio no fue roto, el sujeto siguió delineando la arena hasta que unos segundos después terminó su trabajo. Hinata no alcanzó a divisar qué era, pero seguramente se trataba de una gigantesca firma o tal vez de un mensaje en clave; uno que las olas no alcanzarían a borrar.

—¿Quién es usted y qué quiere conmigo? —preguntó al mismo tiempo que retrocedía lentamente de nuevo. No quería gritar a menos que fuese imprescindible, por lo cual intentaría huir antes.

—Soy un amigo muy querido de Sasuke —contestó el desconocido sonriendo gratamente—. Y ahora su novia me hará grata compañía.

—P-pero yo no soy su novia —rechazó inmediatamente—. Ya no tengo ninguna relación con él. Déjeme en paz por favor.

—No mientas, muchacha, porque será peor para ti.

—N-no es una mentira... yo ya no le importo porque terminé con él. Está furioso conmigo, seguramente me odia con todo su corazón porque lo decepcioné —lo dijo con un dolor que no necesitó simular; afloró totalmente genuino.

—Muy pronto veremos si de verdad es así... —dijo avanzando hacia ella.

—¡No, por favor! —El miedo la hizo gritar lo más alto que pudo mientras se giraba para irse como alma que llevaba el diablo—. ¡Ayuda!

El hombre alcanzó fácilmente a la chica y, empleando la empuñadura de su puñal, la golpeó fuertemente en la nuca a fin de dejarla inconsciente.

De algún modo Hinata logró mantenerse en pie aunque sus piernas tambalearon de tal forma que no pudo dar un solo paso más. Dos segundos después sintió que la cabeza le daba vueltas; era el síntoma de un inminente desmayo. Trató de gritar, mas no percibió que su voz saliera siquiera un ápice. Pronto, muy aletargada, cayó de bruces al suelo. Afortunadamente éste era de suave arena; de ser concreto, por ejemplo, habría recibido una grave contusión en la cabeza.

Quiso arrastrarse a pesar de todo, reactivar sus músculos, pero sus sentidos habían disminuido tanto que casi se sentía flotando en el aire.

—A-yu-da... —trató de gritar empleando los últimos restos de su conciencia, mas sólo emergió un feble silabeo.

Al ver que seguía empeñada en pedir socorro, el atacante le dio un pisotón en la cabeza y esta vez la joven cayó completamente noqueada. Sus extremidades se extendieron sobre el suelo como sin vida.

Imaginando que los guardias no tardarían en llegar por el primer grito de socorro, arrastró a la desvanecida víctima hacia la orilla, la colocó sobre su cuerpo y, empleando el estilo de nadar apoyando la espalda sobre el agua, avanzó con más dificultades de lo normal hacia el bote en que lo esperaba un leal cómplice. Éste lo ayudó a subir a la fémina y comenzó el proceso de remar sin que fuera necesario recibir alguna orden.

El raptor miró hacia atrás imaginando que Uchiha estaba en el horizonte. Entonces una victoriosa sonrisa se dibujó en su cara de rasgos afilados.

—Algo me dice que lograste sobrevivir a la trampa de Danzo, Sasuke, pero esta mujer es el majestuoso plan B. Siempre tuve la corazonada de que el amor sería tu perdición, ¿pero será verdad lo que dijo ella? —La miró tirada sobre el bote, llamándole la atención el generoso tamaño de sus senos—. ¿Será cierto que ahora la odias con todo tu ser? ¿Vendrás a rescatarla a pesar de la furia que estás sintiendo contra ella? —Se tomó el mentón, verdaderamente intrigado. Luego deshizo su gesto pasando a acariciar su manzana de Adán—. En fin, incluso si esta chica ya no te importa dará exactamente igual; sea como sea me entretendré mucho con ella... —dijo sonriendo mientras una crudelísima imagen acudía a su mente.


Continuará.