Hola y muy buenas. Aquí con otra actualización que es una preparación para el siguiente y decisivo capítulo. Con esto ya supero las 500 mil palabras escritas en esta historia, lo cual jamás imaginé cuando la empecé.
También he decidido, como una manera de agradecimiento, dedicarle los episodios que vengan a las personas que han apoyado este fanfic constantemente, así que me gustaría partir ofreciéndole esta lectura a Cherrymarce. Muchísimas gracias por dejarme reviews en cada capítulo, pues eso me ha motivado a seguir publicando de manera continua. Te doy mi gratitud por eso y espero de todo corazón que te esté yendo muy bien en lo que estás estudiando. Mucho ánimo y éxito en todo lo que te propongas, Cherry :D
Al resto de lectoras/es también les agradezco mucho por el apoyo. Todavía no respondo los comentarios del capítulo anterior, pero pronto lo haré como siempre. Saludos gigantes a todos y feliz agosto que ya está a punto de empezar ^^
Vocabulario:
Dúctil: Dicho de un metal: Que admite grandes deformaciones mecánicas en frío sin llegar a romperse.
Paladín: Caballero fuerte y valeroso que, voluntario en la guerra, se distingue por sus hazañas.
Baza: Cosa que permite obtener una ventaja o beneficio.
Trepanar: Horadar el cráneo u otro hueso con fin curativo o diagnóstico.
Trepanación: Acción y efecto de trepanar.
Aplique: Candelero de uno o varios brazos, u otra clase cualquiera de lámpara, que se fija en la pared.
Bocamanga: Parte de la manga que está más cerca de la muñeca, y especialmente por lo interior o el forro.
Viborezno: Perteneciente o relativo a la víbora.
Jaspe: Piedra silícea de grano fino, textura homogénea, opaca y de colores variados.
Esclava Sexual, Capítulo Trigésimo séptimo
Lentamente la consciencia perdida fue recobrándose. Enredada en la confusión, lo primero que obtuvo fue una sensación de frío similar a la que se tiene tras bajarse de un bus. Inmediatamente después percibió un hormigueo en la parte posterior de la cabeza. No era algo potente aunque sí insistente. Llevó una mano para revisarse, constatando que el tacto transformaba a las hormigas en un punzante dolor.
Dejó de palparse y anheló que no le quedara un chichón. Tal pensamiento le hizo recordar de súbito el golpe que recibió, abriendo de lleno los ojos al darse cuenta que una hinchazón era la menor de sus preocupaciones. El miedo, entonces, la hizo suya a una velocidad vertiginosa.
¿Dónde estaba? ¿Quién la había raptado y por qué?
Se percató de que estaba boca abajo y se preocupó de haber sufrido alguna agresión sexual, pero constató que seguía vestida con los mismos ropajes y que afortunadamente ningún dolor se presentaba en su entrepierna. Que su vestido siguiese medio empapado era una señal inequívoca de que no había pasado tanto tiempo desde que perdió la conciencia.
Afirmándose con sus manos trató de ponerse de pie, pero un mareo llegando de improviso la hizo fracasar a mitad de camino, provocando, además, que se cayera de nalgas al piso. El duro golpe le confirmó que ya no estaba en la arenosa playa.
—Señor, la cautiva está reaccionando —anunció un hombre al escuchar el costalazo contra el suelo.
—Vaya, vaya, te recuperaste antes de lo que pensaba —dijo alguien desde el fondo en un tono que sonaba a una felicitación. La voz no fue amenazante, al contrario, era pausada y amable.
Hinata, por simple instinto, usó sus extremidades para arrastrarse sobre el suelo. Poco duró su intención de alejarse, puesto que pronto chocó contra una pared dispareja y gélida. Evidentemente no estaba en una casa, sino en alguna clase de escondite; una gruta a juzgar por el extraño eco que se producía.
—No te preocupes —habló la flemática voz sin desplazarse todavía—, si quisiera hacerte daño ya te lo habría causado.
Incrédula, Hinata parpadeó varias veces hasta que sus ojos se acostumbraron a la luz de un aplique que ardía enérgicamente unos metros más allá. Entonces vio que su deducción resultó acertada: estaba en una cueva o quizás una mina desusada. Su altura debía ser de unos dos metros y medio, y el largo tan profundo que no se vislumbraba un fin.
—¿Q-quién es usted y por qué está haciendo esto? —preguntó con miedo a pesar de que esa voz sonara afable. Nadie que realmente tuviese esa virtud la habría raptado.
Quien habló antes caminó desde las sombras hacia ella, mostrándose finalmente. Una sonrisa portaba su rostro aquilino.
—Te dije que era un amigo muy querido de Sasuke. ¿No es eso suficiente para adivinarlo?
La joven negó con la cabeza lentamente y tragó saliva al sentirse intimidada por el aspecto de ese hombre. Su rostro era bastante particular, quizás más delgado de la cuenta, y sus ojos eran diferentes. Se parecían a los de Kiba, aunque menos expresivos.
—Q-que yo sepa el único amigo de Sasuke era don Suigetsu.
—¿Era? —Le llamó la atención que usara el verbo en pasado.
Hinata bajó su cabeza en consecuencia a la tristeza que la invadió.
—Él murió valientemente luchando contra los élites que emboscaron a Sasuke.
El desconocido se masajeó el mentón.
—Ya me suponía que Uchiha no logró esa victoria solo —comentó para sí. Luego la enfocó de nuevo—. ¿Qué pasó con el cadáver de Suigetsu?
Ella percibió un genuino interés en la pregunta.
—Él fue sepultado con los máximos honores.
—Qué desperdicio —lamentó—. Sus restos me habrían sido muy útiles para experimentación.
La última palabra dicha por su interlocutor, sumándose a su cara de hombre que rondaba los cuarenta años, hicieron que Hinata fuese invadida por un asombro imposible de disimular.
—A juzgar por tu expresión, deduzco que ya me has reconocido —sonrió muy divertido—. Sí, yo soy el hombre que hizo de Sasuke el mejor guerrero que existe.
El mentón de Hinata descendió varios centímetros mientras un intento de balbuceo intentaba colarse entre sus labios. El escalofrío que sintió fue terrible, mayor de lo que hubiese podido imaginar en cualquier otra situación. Enfrente suyo estaba alguien que todos pensaban muerto desde mucho tiempo atrás, el criminal que fue el más buscado durante años en este continente, el sujeto que experimentaba con seres humanos sin la más mínima muestra de piedad o empatía.
—¿D-de verdad usted es Orochimaru? —preguntó severamente asustada. Su espalda se apegó a la pared—. ¿Orochimaru el alquimista?
Una sonrisa más amplia que la anterior se implantó en el rostro de él. Aunque no buscaba fama, tenerla lo complacía.
—Así es, aunque pronto seré conocido como Orochimaru el inmortal.
Hinata pensó que iba a desmayarse de nuevo. Su raciocinio no era capaz de asimilarlo, pero, a pesar de que ese tipo la trataba con una gran cordialidad, su mera presencia exhalaba algo que perturbaba de un modo intenso. Probablemente fuese por esa fisonomía viperina, por los ojos rasgados, por su voz alarmantemente melodiosa.
Tragó saliva.
—P-pero Sasuke me dijo que usted... —no fue capaz de completar la frase. Quizá por temor a molestarlo, quizá porque aún no se convencía de que enfrente suyo realmente estuviera el alquimista más perseguido.
—¿Que me había matado?
—N-no en realidad. Él me contó que tuvieron un duelo, que usted se confío más de la cuenta por enfrentar a un niño y que, junto a otras heridas graves, terminó perdiendo una mano. Sasuke supuso que había fallecido, pero me dijo que no le dio la estocada de gracia porque le tenía aprecio.
El hombre con aspecto viborezno no sonrió esta vez. Guardó silencio unos segundos. Después, lentamente, se arremangó la larga bocamanga del brazo derecho, presentando, sujeta con correas, un garfio de metal.
—Como puedes ver hace ocho años atrás Sasuke y yo tuvimos una pequeña desavenencia que me resultó un poquito dificultosa de sobrellevar. Sin embargo, el tiempo de la venganza por fin ha llegado.
La de ojos albinos reaccionó conturbada.
—Por favor no tiene que hacer esto, se lo ruego. Puede que no lo crea, pero le juro que Sasuke me habló mucho de usted. Créalo o no, él lo apreciaba.
—Es gracioso que mi ingrato discípulo me siga recordando. Imagino que te contó cosas muy bonitas de mí —dijo acentuando una clara sorna, misma que Hinata pasaría por alto.
—Me dijo que usted era un hombre muy inteligente, que sólo tipos como los filósofos griegos podían comparársele.
—¿Aristóteles? ¿Sócrates? ¿Platón? —los nombró con notoria lástima—. Comparados conmigo esos tipejos eran unos pobres ignorantes —complementó mientras se acariciaba el lóbulo de la oreja derecha—. Yo he descubierto cosas que ningún ser humano sería capaz de entender todavía, cosas que sólo en el futuro podrán conocerse cuando existan los medios para comprobar empíricamente todas mis teorías.
A Hinata no le sorprendió su soberbia, misma que le recordó a su amado. De tal maestro, tal discípulo.
—Señor, yo nunca osaría poner en duda su inteligencia. Sasuke me recalcó eso mismo como su principal virtud, pero, por favor, sea lo que sea que esté planeando no le haga daño.
—Ah, el amor, esa fuerza que incluso para alguien tan listo como yo sigue siendo un misterio; algo tan incomprensible como para que te preocupes por él en vez de ti misma. Deberías suplicar por tu vida y no por la suya.
—¿M-me va a lastimar? —preguntó empezando a salivar de los nervios que volvieron a asomarse.
—Si te portas bien, muchachita, no será necesario hacerte daño. De hecho, con gusto te daré el honor de ser la primera persona inmortal.
La fémina despegó sus labios significativamente.
—¿La primera inmortal?
—Así es. La mayoría de mis estudios van enfocados principalmente a conseguir el mayor logro de todos.
—¿Cuál es ese? ¿Alcanzar la inmortalidad?
—Así es. Yo seré el que vencerá a la enemiga más poderosa que haya concebido el universo: la muerte.
Hinata necesitó volver a abrir su boca. No sabía cuántas veces lo había hecho ya, pero sabría que no sería la última. Ese hombre y su aspiración resultaban indudablemente sorprendentes.
—Pero lograr eso es imposible.
—Nada es imposible para el que lucha —afirmó con una seguridad envidiable.
—Pero es ir contra el destino, los dioses, la madre naturaleza, o cualquier nombre que quiera ponerle a la fuerza que lo creó todo, la muerte incluida.
—Los genios no vemos lo imposible como un impedimento sino como un desafío.
—P-pero usted, empleando la excusa de la alquimia, le ha hecho mucho daño a gente inocente.
—En este mundo nadie es inocente. Nadie. Además sólo hago experimentos letales con mendigos y criminales, escorias que ningún aporte le hacen a la sociedad. Como ves no soy el malvado que muchos creen.
—¿Qué mal puede hacerle un mendigo a la sociedad? Son gente que prefiere vivir en la pobreza antes que volverse delincuentes. Eso merece respeto, pero usted me dice sin asco que los asesina en experimentos. P-perdóneme, pero el criminal es usted.
Orochimaru negó con su único índice.
—Dime tú, ¿qué aportan los mendigos además de pestilencia? Lo que hago yo es darles un uso práctico a sus inútiles vidas.
—¡Son seres humanos!
—Un ser humano lucha para vivir acorde a su humana condición, pero ellos se conforman viviendo como simples carroñeros. Eso es algo que tu moralidad no te dejará entender, por lo cual no malgastaré mi tiempo debatiéndolo —desdeñó con aires de natural superioridad—. Yo soy alquimista, médico y filósofo —lanzó sus tres profesiones orgullosamente—, pero allá tú si deseas pensar que soy un criminal.
Hinata enmudeció con la frialdad que despedía aquel sujeto. ¿Cuántas cosas así de crueles le habría enseñado a Sasuke? Hablar con Orochimaru le estaba ayudando a entender aún mejor el por qué su amado actuaba de un modo tan despiadado cuando lo conoció.
—Señor, si usted es tan inteligente... ¿por qué le hace un daño innecesario a la gente? ¿Por qué persigue fines egoístas? Usted tiene un privilegio que muy pocos tienen, un don que debería usar en bien de la humanidad.
Orochimaru la quedó viendo con extrañeza. Su manera culta de hablar y su delicadeza en el trato le terminaron llamando la atención. Habían pasado sólo unos minutos desde que despertó, pero empezaba a entender el por qué su discípulo se había fijado en ella.
—La gente común no es capaz de entenderlo porque sólo ven los efectos inmediatos —inició su respuesta—, pero a largo plazo lo que yo hago supondrá el mayor avance en la historia humana. Los muertos que causan mis experimentos son un pequeño precio a pagar por un bien mucho mayor —sentenció dándole mayor profundidad a su mirada. Por un momento hasta pareció que sus pupilas se habían redondeado como las de un gato en la oscuridad—. Ningún avance revolucionario puede hacerse sin sacrificios —añadió de modo concluyente.
Hinata supo que pese a ser un prodigio, Orochimaru no estaba bien de la cabeza. Si fuese capaz de viajar al siglo veintiuno habría empleado el término de «científico loco» para definirlo. También lo habría comparado con el afamado científico nazi Josef Mengele, o, yendo al mundo literario en vez del real, con Victor Frankenstein de la autora Mary Shelley.
—Presta atención, jovencita —habló el cuadragenario, interrumpiendo las divagaciones femeninas—, ya que a través de esta pregunta mediré tu coeficiente intelectual. Si te enfrentas a un mazo múltiples veces, ¿preferirías ser un escudo de hierro o un alambre?
Hinata decidió concentrarse en la pregunta a fin de ganarse su respeto. El alquimista parecía un tipo paciente y sensato, por lo cual podría obtener algún beneficio si contestaba acertadamente. Se masajeó la frente y una corazonada le hizo dar la siguiente respuesta:
—Deduzco que la pregunta tiene una trampa, por lo cual elegiré al alambre.
Orochimaru curvó sus labios con satisfacción.
—Tuviste una sospecha y la seguiste en vez de dar la respuesta más lógica; ser deductiva también es parte de la inteligencia. Sin embargo, ¿sabes el por qué has elegido al alambre por sobre el escudo?
Hinata bajó su mirada sin que su cabeza hiciera lo mismo. Se ensimismó un rato y, cuando creyó obtener lo que buscaba, envió su respuesta en forma de pregunta.
—¿Porque un alambre aguantaría mejor los golpes constantes del mazo?
Orochimaru sonrió más complacido que antes. No necesitó más tiempo para entender, definitivamente, la razón de que su alumno terminara formando un enlace con ella: era más que sólo un cuerpo bonito.
—Tu respuesta es correcta, aunque me explayaré respecto a eso. Verás: en lugar de ser duro, muchas veces es mejor ser dúctil. El escudo es muy difícil de romper, pero cuando se quiebra ya no tiene arreglo. En cambio un alambre se deformará por el mazazo porque es menos resistente, pero siempre podrá volver a su forma anterior. Lo mismo pasa con muchos seres humanos: no toleran tantos golpes como un escudo; se sienten débiles y buscan consuelo, lloran, caen, sufren, pero siempre volverán al punto de partida porque tuvieron un necesario desahogo, porque se deformaron para resistir el golpe y de ese modo volver a su estado anterior. En cambio Sasuke...
Hinata abrió sus ojos extraordinariamente, captando de inmediato la idea que Orochimaru quería dar a entender.
—Sasuke es el escudo que cuando se rompe nunca más tendrá arreglo... —musitó todavía sumida en el asombro.
—Exactamente —confirmó enseguida, complacido—. Él ha sido un escudo que ha resistido demasiados golpes sin desahogarse y, por eso mismo, está muy cerca del colapso. Debajo de ese fornido cuerpo musculoso, detrás de esa fachada del guerrero más fuerte, hay un chico que ha pensado en el suicidio más veces de las que te puedas imaginar. Sólo bastará un pequeño empujón para que sobrepase su punto de quiebre y caiga desecho.
—N-no puede ser... —Las palabras de Orochimaru la hicieron sentirse más culpable por haberlo abandonado, sufriendo, a causa de ello, con mayor intensidad que antes.
—Me parece que en tu nación tenían una metáfora parecida —dijo él agarrándose el mentón—. Si no me equivoco era una que implicaba una efigie, ¿no?
Hinata parpadeó dos veces mientras rebuscaba en su memoria, empero, nada halló.
—No la conozco. Mi institutriz nunca mencionó nada parecido.
—Por lo visto tu institutriz era una ignorante —Hinata iba a defender a Kurenai, mas Orochimaru la conminó al silencio con un gesto demandante—, pero yo me encargaré de explicarte: imagina que el sufrimiento es una figura de ti misma hecha de porcelana, una que debes sostener por tu cuenta. En un principio puedes llevarla fácilmente, pero a medida que pasa el tiempo más pesada y dificultosa se te hace la carga. Te cansas porque eres humana. Si no pides ayuda, ya sea por orgullo o terquedad, tarde o temprano tu estatuilla terminará rompiéndose contra el suelo al igual que lo harás tú. Ese es el destino de las personas que llevan la autosuficiencia al límite: cuando se les acumula el estrés por demasiado tiempo, cuando insisten en soportar todo en soledad, se rompen aunque sean muy fuertes —lo último lo dijo con una notoria satisfacción.
Al pensar en su otrora prometido, los labios de Hinata se apretaron el uno contra el otro mientras sus manos se entrelazaban nerviosamente por delante de su mentón.
—Yo la he bautizado como la paradoja de la fortaleza solitaria —continuó el alquimista—, o también puedes llamarle la paradoja del orgullo: mientras más fuerte y orgulloso seas, más potente y grave será tu caída. Es el problema resultante de sostenerte siempre por tu cuenta: un día caerás tan fuerte que necesitarás ayuda para salir del hoyo, pero si esa persona que puede apoyarte no está, entonces puede que nunca más te vuelvas a levantar...
—Y para Sasuke esa persona... esa persona soy yo...
—¿Qué comes que adivinas? —bromeó socarronamente—. En conclusión: incluso una pluma es capaz de derrumbar un castillo de naipes que ya no es capaz de soportar más peso. Y yo estoy a punto de darle a mi discípulo un golpe del que nunca podrá levantarse...
—Y... ¿Y cómo pretende derrumbar a Sasuke? —preguntó temiendo que la respuesta confirmara la idea que llegaba a su ser: Orochimaru iba a matarla para destruir a su antiguo alumno.
Él borró su semblante anterior. Ya no había sorna ni diversión, sólo una pronunciada maldad que a la muchacha estremeció hondamente. Tras unos segundos, los labios casi incoloros retomaron un cariz menos inquietante.
—Seguramente pensarás que quiero matarte para destrozar el alma de mi discípulo —le dijo como si adivinara sus pensamientos—. No te preocupes, mi primera intención no es asesinarte. Conozco a Sasuke muy bien y sé que hacerlo le provocaría una sed de venganza que lo haría invencible. Para él no hay motivación más grande que buscar vindicta. No, mi plan es más interesante porque va mucho más allá...
—¿A qué se refiere...? —un escalofrío la atravesó y se mantuvo palpitando en la cabeza justo en su parte posterior. Este hombre provocaba muchísimo miedo. Su intelecto, su calma, su aspecto, todo en su ser parecía concebido para provocar espanto.
—No te dire el cómo, pero sí te contaré que quiero ver a Sasuke reducido a una basura sin voluntad propia, humillado hasta los huesos, sufriendo hasta que toque la desesperanza total, volverlo un despojo humano es mi máximo deseo. Sí —confirmó ante la atónita mirada femenil—, quiero que nunca más vuelva a levantarse, que llegue a su punto de quiebre y que enloquezca de dolor. Y, evidentemente, tú serás la clave para conseguirlo.
Ella sintió un nuevo escalofrío. Orochimaru tenía todo fríamente calculado y el último Uchiha padecería las nefastas consecuencias. Sin siquiera pensarlo, se arrodilló ante él.
—Se lo suplico con toda humildad, no cometa un error de nuevo por favor. Años atrás salió perdiendo y yo no soy lo suficientemente importante para Sasuke. Él no vendrá a rescatarme, lo sé. E incluso si lo hiciera usted no ganará sea lo que sea que esté planeando. Él no va a sacrificarse por mí.
—No te humilles por él porque nada ganarás haciéndolo —Orochimaru le hizo la señal de que se pudiera de pie, a lo cual Hinata obedeció sin oposición—. Que ahora estés conmigo no es azar, es un plan que tengo trazado desde ocho años atrás. Sólo faltaba el ingrediente principal: una mujer que tocara su corazón —sonrió ampliamente al tiempo que la miraba de manera fija—. Conocer a tu enemigo como yo conozco a mi discípulo te permite estar siempre varios pasos por delante porque sabes de qué pata cojea, sabes cuál es su punto débil. Gracias a eso he armado una estrategia en que sé perfectamente cuándo y cómo atacar. En base a ese conocimiento destruiré a Sasuke de un modo inobjetable.
Hinata fue golpeada por una oleada de sufrimiento. Se sentía tan importente, tan inútil. Lo único que podía hacer era rogar para que su amado la odiara por haberlo terminado, que la detestara hasta el punto de no querer rescatarla. De lo contrario Orochimaru estaría en lo cierto: ella se había convertido en el punto débil de Uchiha.
—Por favor, no le haga daño... —trató de insistir.
—Basta de cháchara —la interrumpió de un modo cortante—. Hoy tendrás el privilegio de ver uno de mis experimentos. Ven conmigo, muchacha, y pórtate bien si no quieres que te ponga esposas. Mi intención es no dañarte a menos que sea necesario; después de todo fuiste la novia de mi querido discípulo, ¿o no? —señaló muy divertido.
Poco después ambos, seguidos por un par de ayudantes, se perdieron por las profundidades de la cueva. Hinata, caminando por detrás del alquimista, ni siquiera tenía un atisbo de la abominación que estaba punto de presenciar.
Estando todavía en uno de los botes, silencioso sufrimiento recorría el cutis de Ino sin parar. Su pecho, en cambio, estallaba en alaridos necesitados de hacerse escuchar con todas las fuerzas posibles. Necesitaba gritar el nombre de su padre hasta quedarse afónica; tenía que liberar el dolor de una forma más efusiva o sería aplastada por la desesperación que se aglutinaba en el centro de su alma. Si no lo hacía corría el riesgo de implosionar y terminar sollozando como una niña buscando refugio en los brazos de Sasuke.
»El dolor por tu pérdida es insoportable. No sabes como anhelo devolver el tiempo y haberte dicho 'te amo, papá' muchas veces más. Te juro que trato de ser fuerte por ti, de tragarme las lágrimas para que veas que criaste a una mujer fuerte... ¡Pero es tan difícil aceptar tu muerte! ¡Me quema como si el sol estuviese a escasos metros!
Gritar necesitaba y, sin embargo, no lo hizo. Era una guerrera y debía comportarse acorde a la dignidad que exigía su profesión. Para bien o para mal ese era el destino que escogió en la vida, el que la había hecho feliz, pero que ahora se tornaba en una pesada carga que debía esforzarse por sobrellevar.
¿Lamentos, gimoteos o quejidos? No para ella. No exteriormente por lo menos.
Tras lo sucedido con Hinata, Sasuke pretendía traer de vuelta al demonio que llevaba por dentro, pero ver la enorme tristeza que se deslizaba desde los ojos celestes le hizo saber que aún no era el momento para ello. La culpa lo subyugó entonces. Él le había dicho que salvaría a su clan, pero había fallado en rescatar al miembro más importante. Y en primer lugar, el clan Yamanaka no habría sido secuestrado si no fuese por la rebelión que él mismo propició...
—Golpéame, Ino —dijo de repente el general, sacándola de los funestos pensamientos que la acosaban.
Ella lo miró con sorpresa, apenas notando sus facciones y sus mechones moviéndose al son del viento. A la niebla lacrimal que cubría sus ojos, también había que agregar a la luz de la luna siendo demasiado tenue como para divisar más. Supuso que se refería a devolverle el bofetón que le dio en el castillo. Naruto, por su parte, pensó lo mismo.
—No —rechazó de inmediato con voz diluida—. Sé que me diste esa cachetada para hacerme reaccionar.
—No lo digo por eso.
Ella parpadeó rápido dos veces, una muestra de su confusión.
—¿Por qué entonces? —atinó a preguntar.
—En primer lugar nunca debí permitir que tu clan se involucrara en la insurrección. Fue mi culpa que los apresaran —cerró puños y apretó dientes producto de la horrenda frustración—. En segundo lugar te dije que los rescataría y fallé en salvar a quien más querías. Fue mi culpa que tu padre muriera.
Ino abrió un poco su boca. Naruto lo hizo de una forma más pronunciada que ella. Entretanto Chouji y Juugo, sumados a los seis soldados que remaban, permanecieron atentos aunque sin expresarlo en demasía.
—Eso no es cierto —rechazó ella con firmeza—. Todos los Yamanaka tomamos la decisión de apoyarte en tu alzamiento. Tú no nos obligaste a nada.
—Quizá tengas razón —aceptó a medias—, pero sea como sea esta guerra será más difícil y cruenta de lo que imaginábamos. Por eso te daré la siguiente orden: quiero que te vayas a la nación de ultramar con todo tu clan. Si continúas a mi lado más Yamanakas pueden perder la vida, tú incluida.
Un golpe de rabia azotó el ser de Ino. La tristeza fue retrocediendo ante la nueva emoción que se le gestaba.
—No voy a obedecer esa orden. Tú no tienes derecho a quitarme mi venganza. Tú menos que nadie —recalcó acerando su semblante. Y se habría puesto de pie de no ser porque desequilibraría el bote—. A Danzo lo torturaré junto contigo. Y a Hidan lo voy a matar cueste lo que me cueste —sentenció aumentando su odio al máximo cuando mencionó al seguidor de Jashin. Ya no parecía Ino, era otra persona quien hablaba por ella.
Uzumaki observó atentamente, percatándose de que los luceros de la soldado dejaron de lagrimar. Dedujo que Uchiha le buscó reyerta precisamente para sacarla de su angustioso estado.
—Sé que eres bastante grandecita para tomar tus propias decisiones, pero recuerda que sigues siendo mi subordinada.
Continuaron discutiendo por unos minutos; Sasuke insistiéndole en que se fuera y ella negándose de un modo tajante. Cuando Ino le espetó que estaba faltándole el respeto, él, para sorpresa de todos, replicó sentidamente.
—¿No entiendes que te respeto más que a nadie? Si te digo esto es porque no deseo que mueras, tampoco deseo que la venganza te consuma como lo hizo conmigo.
Tras dejar atrás el flechazo de asombro que la atravesó, Ino valoró las palabras de Uchiha en su justa medida. Agradecía profundamente que, después de muchos años alejándola, ahora mostrara una abierta preocupación por su persona. Sin embargo, no iba a permitir que el Uchiha le quitara su derecho de ajustar cuentas.
—¿Pero no fue la venganza lo que te hizo tan fuerte? —cuestionó recordándoselo—. A mí también me hará mucho más fuerte de lo que soy porque lo único que deseo ahora, mi única meta en la vida, es darle a todos los aliados de Danzo el máximo dolor que se pueda concebir en este mundo.
—¿Darles dolor a qué costo? —replicó enseguida su superior—. ¿Dejando de ser la persona que eres? ¿Siendo contaminada totalmente por la oscuridad? El sufrimiento lleva al odio, compañeros de viaje se vuelven, y una vez que te domina consumirá tu vida hasta destruirla. Y créeme: es muy difícil salir de ese círculo. Demasiado difícil. Lo sé mejor que nadie.
Se hizo un mutismo solemne. Incluso los remeros dejaron de cumplir su labor por unos segundos. Los luceros celestes y negros se entrelazaron bajo una emoción difícil de discernir.
Naruto observó a su archienemigo, siendo confundido por su actitud. Por primera vez veía otra faceta del diablo al que tanto deseaba matar. Le fue sin duda sorprendente, pues siempre lo vio como la viva encarnación de la maldad. Que se preocupara sinceramente por Ino le hizo entender por qué ella lo apreciaba con tanta devoción, al punto de siempre defenderlo cada vez que Kiba, Hanabi, o él mismo, lo atacaban. Ni una sola vez le falló.
¿Era Sasuke un energúmeno tan vil como lo imaginaba? Seguía siendo un demonio, para él eso jamás cambiaría, pero debía aceptar, con mucha incomodidad por cierto, que aquel pelinegro no era tan malvado como antes lo pensaba.
—Aunque me moleste coincidir, creo que Sasuke tiene razón en esto. Ni Hidan ni Danzo merecen que cambies tu forma de ser por ellos. Busca venganza por tu padre, es tu legítimo derecho, pero no te vuelvas un monstruo igual a esos malditos. Eres una buena persona, Ino.
La aludida apretó un puño y, con la otra mano, se quitó del rostro el mechón que solía cubrirle el ojo derecho. Después procedió a masajear suavemente su frente. Ésta, a pesar de que corría viento, todavía estaba un poco sudorosa por el gran esfuerzo que requirió el escape del castillo.
—No sé si pueda conservar mi esencia, todo está muy reciente. La muerte de mi papá fue tan injusta, tan carente de significado.
—Él murió de la forma más digna que haya visto —repuso Uzumaki—. No tambaleó, no se arrodilló, no gritó. Aceptó la muerte con una valentía que pocos tienen.
—Pero murió como un prisionero —chilló su impotencia mientras las ganas de llorar se le reanudaban—. Él merecía perecer en batalla como un hombre libre, o en casa siendo rodeado por la gente que lo amaba, pero en lugar de eso fue sacrificado por Hidan como una ofrenda a un dios que ni siquiera existe. Y que si existe es tan ruin que no merece llevar el título de dios.
—Pues yo no vi a un prisionero, vi a un hombre con más entereza que miles de hombres libres —esta vez fue Sasuke el que objetó—. Incluso te dijo que tomaste la decisión correcta, te hizo saber que no te sintieras culpable por su muerte. Nada peor para el alma que la perpetuidad de un remordimiento y él fue tan valiente que te libró de ese peso justo antes de caer.
Ino bajó su cabeza. Una lágrima y un suspiro emergieron al mismo tiempo. Chouji, quien escuchaba a su lado en silencio, le sobó la espalda cariñosamente en señal de apoyo.
—Sé que tu padre fue una gran persona porque su hija también lo es —dijo Juugo sinceramente—. Estoy seguro que ahora mismo está en las puertas del paraíso; ese es el premio que recibe la gente buena como él.
—Yo no sé si de verdad halla un paraíso, un nirvana, un valhalla o como quieran llamarle —añadió Naruto, mirando a Ino con cariño—, pero mi maestro siempre decía esto: cuando una luz se apaga en la tierra, una estrella se enciende el cielo. Quiero creer que eso es cierto, quiero creer que ahora tu padre brilla para ti en el firmamento.
Ella se quebró sin poder evitarlo. Restregó sus párpados y contrajo sus labios, tratando de evitar que sus ojos se volvieran de agua nuevamente. Tanto apoyo inmerecido la conmovió en demasía.
—Gracias, chicos, gracias de verdad... —dijo de manera entrecortada. La emoción la hacía suya, pero no trató de evitarlo.
En el trayecto los guerreros, a excepción de Sasuke, soltaron más la lengua. Comentaron el sorprendente hecho de que la caballería no los persiguiera cuando pudo, preguntándose la razón de ello. De entre las variadas elucubraciones fue Ino quien se apuntó la correcta: Kisame era el líder de aquel escuadrón y, por haber sido compañero de Itachi, dio la orden de no proseguir. Tanto ella como Sasuke aceptaron que era una teoría posible, aunque Chouji, Juugo y Naruto mostraron serias dudas al respecto. De todos modos, de ser cierta tal especulación, el tiburón podría volverse un importante aliado en un futuro cercano.
Después debatieron variados asuntos castrenses, ultimando detalles hasta que finalmente llegaron a destino. Eventualmente llegó la hora de separarse para ir a dormir.
Mientras los infiltrados y los sobrevivientes Yamanaka se ubicaban en los aposentos que ocuparían en la mansión, Ino se quedó junto a Sasuke en las afueras.
—Supongo que me permitirás pelear junto a ti en la rebelión. Mi clan también lo hará.
—Por el bien tuyo y el de tu familia preferiría que te quedaras al margen, pero sé que no podré detenerte. Tampoco tengo derecho a privarte de la venganza —aceptó la realidad—. Sin embargo, si quieres luchar a mi lado tendrás que devolverme la bofetada que te di. Sólo así quedaremos a mano.
Ella asintió.
—Está bien. Me servirá para desahogarme, pero lo haré en la tarde después de dormir. Quiero que te duela y mi yo de ahora no tiene muchas fuerzas que digamos.
Esta vez fue el turno del varón para el asenso. Luego la examinó unos segundos con atención; se veía más repuesta, pero predijo que eso cambiaría en soledad.
—Buenas noches, Ino. Sé que te será muy difícil dormir, pues los recuerdos te acosarán cuando estés en tu cama. También sé que nada de lo que te diga será suficiente para mermar un poco tu dolor, pero cuentas conmigo en lo que quieras y no dudes de que vamos a vengar a Inoichi. Lo haremos a cualquier precio.
—Gracias, Sasuke, muchas gracias de verdad —dijo conmovida—. Te prometo que seré más fuerte que nunca en honor a mi padre.
—Lo sé, no en vano eres la mujer más fuerte de todas —le tocó el costado de un brazo en señal de apoyo.
La florista trató de esbozar una pequeña sonrisa como despedida, pero su intención fue tan inútil como un fantasma tratando de volver a la vida. Con los labios en línea recta se giró hacia la puerta y entonces vio que los Yamanaka la esperaban ahí con la intención de consolarla.
Uchiha se alegró por su compañera, aunque la envidió al mismo tiempo. Ella sí tenía una familia en quien apoyarse.
Sólo cuando Ino se perdió por el umbral, llegaron los guardias del relevo nocturno. Habían esperado pacientemente a que Sasuke estuviese en soledad para darle un nefasto reporte. Lo hicieron así por cortesía hacia la blonda, dado que se enteraron de que había perdido a su amado padre y, por ende, no deseaban informar malas noticias delante de ella.
—General Uchiha, ha pasado algo horrible —dijo el cabo a cargo, empleando un particular matiz de secretismo.
El hijo de Mikoto alzó una ceja.
—¿Qué cosa?
El guardia bajó un poco su testa antes de proseguir.
—La señorita Hinata ha desaparecido... —dijo yendo directo al grano tal y como debía hacerlo un militar. Sin embargo, su talante nervioso no parecía el de uno—. ¡Pero le juro que nosotros no abandonamos nuestros deberes! —se apresuró a señalar con una involuntaria exclamación—. Fue ella la que, a través de su ventana, salió de su cuarto por alguna razón. Puede verificarlo usted mismo a través de las huellas que quedaron impresas en la arena.
El soldado temió recibir algún golpe de parte de Uchiha, pero, para su gran sorpresa, este siguió de lo más impasible.
—¿Ya la buscaron?
—Sí, hemos recorrido todos los sectores aledaños, pero no aparece por ningún lado. Lo que sí hallamos fue una especie de símbolo dibujado en la arena. Creemos saber a quien pertenece, pero no queremos adelantar conclusiones.
Uchiha frunció la frente a tal punto que marcó las arrugas que allí tendría en caso de llegar a la ancianidad.
—Llévame a él.
—Enseguida, señor —respondió agradeciendo que el guerrero perfecto no pareciese perturbado ni nada por el estilo. El temple de un militar tenía que ser así después de todo. ¿O quizás esa dama le importaba menos de lo que la mayoría suponía?
El que ostentaba el rango más alto del ejército siguió a su subordinado a paso promedio. Llegó al sitio tras unos segundos sin imaginarse, ni remotamente, la tremenda sorpresa que le aguardaba. Apenas divisó el dibujo un severo escalofrío recorrió su cuerpo e incluso le hizo tragar saliva, algo completamente anómalo en él. Más insólito todavía era que una segunda corriente de hielo atravesara sus vértebras. Tales cosas ni siquiera le sucedieron cuando avistó las cinco fragatas llenas de élites que venían a cazarlo. De hecho hacía incontables años que no sentía escalofríos, pero esa ondulada y característica firma en forma de serpiente lo golpeó como un puñetazo de acero.
Si eso lo había hecho quien pensaba, si de verdad su maestro seguía con vida, entonces esto sería mucho más escabroso que cualquier emboscada...
Orochimaru era capaz de las atrocidades más grandes en nombre de la alquimia, pero eso no era lo que lo hacía realmente peligroso: su gran intelecto y su afilada sagacidad eran bazas muy difíciles de contrarrestar. La fuerza física era una gran arma en batalla, pero la inteligencia bien usada podía engendrar incluso más temor que veinte élites acechando. De hecho, tan solo unos segundos atrás su columna se lo había confirmado dos veces.
«No puede ser él. Tiene que ser alguien suplantándolo», renegó esperando enfrentar a cualquier otro que no fuese su mentor. «No, no te mientas», se criticó mientras convertía su mano en un puño fuertemente cerrado. «Pudo sobrevivir perfectamente. Debiste rematarlo cuando tuviste la oportunidad».
Le costó volver desde la abstracción en que se hundió, pero cuando lo hizo miró enseguida al soldado que esperaba atentamente.
—No le informen a nadie de esto y sigan buscando a Hinata por los alrededores. En media hora quiero un reporte.
—Sí, señor.
A pesar de la orden supo de antemano que la búsqueda no rendiría frutos. Encaminándose hacia la mansión regresó sobre sus pasos, manteniendo la compostura a la vez que una oleada de recuerdos se centraban en la culebra que tuvo por maestro. Se consideraba a sí mismo como alguien muy astuto, pero, aunque detestara admitirlo, Orochimaru lo superaba en tal virtud. A decir verdad siempre admiró ese fértil intelecto suyo. La conclusión era obvia: se trataba de un enemigo al que necesitaría más que fuerza bruta para vencer. Esta vez el alquimista no se confiaría en su aparente superioridad como sucedió en el duelo que sostuvieron ocho años atrás. En esta ocasión sería precavido, ladino, absolutamente maquiavélico.
Miró las huellas otra vez. Las más cercanas al mar mostraban que un cuerpo había sido arrastrado. Las de tierra adentro mostraban los pies de Hinata yéndose por su cuenta. Era muy extraño, pues las pisadas más grandes, las que debían pertenecer a Orochimaru, sólo se alejaron un poco de la orilla para dejar su firma. En ningún momento se dirigieron hacia la mansión para raptarla.
—¿Por qué te decidiste a salir, Hinata? ¿Qué fue lo que viste? ¿O te pasó algo en la casona que te obligó a irte?
Caminó siguiendo las huellas de la fémina hasta que llegó a la pequeña ventana. Echó una ojeada a través de ésta, mas todo lucía en orden en la habitación.
Del rincón más distante en sus pulmones emergió un suspiro silente; la única prueba de que dio uno fue que su pecho se hinchó notoriamente. De súbito sintió una crisis desarrollándose como un tornado en su interior.
—¿Crisis? —le refutó a su último pensamiento—. Antes habría partido a salvarla sin dudarlo siquiera un segundo, pero la traicionera ya no es de mi interés. Nada me une a ella, por lo tanto no arriesgaré mi venganza contra Danzo por rescatar a una cobarde que no fue capaz de pelear por lo nuestro.
Sin que nada asomara contradijendo esa sólida verdad, caminó lentamente hacia el portal que daba la entrada al patio de la mansión.
Tras preguntar en un pueblo cercano la dirección que estaba buscando, el guerrero sin cejas seguía su camino hacia el oriente según lo indicado por los lugareños. La férrea voluntad que poseía Temari lo inducía a pensar que su hermana había tomado una decisión tan peligrosa como necia. Así, mientras se aproximaba a su objetivo, su mente repasaba una y otra vez la conversación que le servía como base de su búsqueda.
El pelirrojo general, seis meses después de la muerte de su hermano y tras un largo viaje, había llegado a su casa para dejar una bolsa de monedas en el cofre de ahorros que ocultaba en el sótano. Luego, dispuesto a servirse un bocado, caminó hacia la mesa del comedor cuando escuchó algo que detuvo sus pasos en seco.
—Gaara, quiero que me entrenes para ser una guerrera.
Los claros ojos turquesas del varón se posaron fieramente en los verdinegros de Temari.
—¿Qué tontería dices? —calificó inmediatamente la propuesta recibida, mostrando de paso una gestualidad poco habitual en él—. ¿Qué podría hacer una simple mujer en la guerra?
—Ino también lo es y se convirtió en una soldado —precisó alzando su mentón—. Quiero el mismo destino que ella.
—No seas ridícula. —Prosiguó su caminar hacia la mesa y, sin tomar asiento, agarró una manzana de la frutera—. Hablas como si entrar a la milicia fuese algo al alcance de cualquier hija de vecino y no es así. Lo de Ino es una aberración que sucede cada mil años, alguien que además fue entrenada desde niña para conseguirlo.
—Si tan sólo me enseñaras a luchar verías que podría ser tan buena como ella, quizás incluso mejor.
—Sandeces —sentenció para luego dar un par de mordidas a la fruta. Comió pausadamente antes de continuar su réplica—. Ella morirá tarde o temprano en el campo de batalla porque ese es el destino de toda fémina que desafía sus límites. De hecho ustedes, mujeres, deberían agradecer que somos los hombres quienes estamos obligados a pelear las guerras. Muchos no quieren ese destino, pero igualmente tienen que hacerlo porque es el deber que conlleva ser un varón. Así como nosotros tenemos un deber, las mujeres también tienen el suyo: la cocina, atender devotamente al marido, cuidar bien a los hijos.
—Me gustaría que le dijeras todo eso a Ino Yamanaka para ver con mis propios ojos qué te respondería. Ella ya comprobó que es un concepto erróneo todo lo que dices.
Gaara chistó. Dejó la manzana a medio mascar sobre la mesa, pues no le gustaba comer con disgustos.
—Una excepción no comprueba nada. Un grano de arena en el desierto no hace que éste cambie.
—Deberías dejar de pensar de esa manera. Sasuke fue capaz de entrenar a Ino y convertirla en una soldado de élite, pero por lo visto tú no estás a la altura del último Uchiha.
Gaara cerró los puños al ser comparado con el pelinegro, detestaba tanto aquello que estuvo a punto de voltear la mesa patas arriba en un violento movimiento. Se contuvo a duras penas.
—¿Y para qué diablos quieres ser una guerrera?
—Quiero vengar la muerte de Kankuro.
Los agresivos ojos de Gaara fueron reemplazados por un brillo extraño. Seguramente tuvo ganas de reírse a carcajadas por primera vez en su vida.
—¿De verdad crees que podrías vencer a alguien tan fuerte como Naruto Uzumaki? ¿Eres así de tonta todo el día o sólo a esta hora?
—Nunca dije que fuese a pelear frente a frente, ¿o sí? —repuso mirándolo fijamente. En ningún momento sus ojos descendían ante él, cosa que siempre molestaba al varón—. Quiero atacarlo por sorpresa, que se confíe en el hecho de que soy una mujer, pero también me sería beneficioso saber cómo luchar por si alcanza a reaccionar.
—Ni siquiera pillándolo desprevenido podrías hacerle un miserable rasguño a Uzumaki. Perderías tu vida en vano.
—¿Y qué importa? —lo encaró poniéndosele más cerca—. Mi vida es una mierda desde que murió Kankuro, ¿o no te das cuenta? Prefiero tratar de vengar a mi hermano, a la única persona que me amaba, en vez de seguir aquí muriendo cada día por el dolor y la soledad.
—Eres una malagradecida —fustigó afilando sus facciones—. ¿Te parece poco liderar a nuestra aldea en mi nombre? Cualquier mujer estaría feliz de estar en tu posición.
—Pues yo no soy una de esas mujeres. No todas queremos lo mismo porque somos distintas, Gaara. Me gustaría ser una guerrera porque quiero combatir como lo haces tú.
El demonio pelirrojo hizo chasquear su lengua fuertemente.
—Uchiha considera a la Yamanaka como un hombre, ¿quieres que yo te considere como uno también?
—No. Quiero que te des cuenta que yo también puedo ser una gran guerrera si me lo propongo. Te lo repetiré: Ino es la prueba de que sí se puede.
—Qué pruebas ni qué ocho cuartos, sólo una cabeza hueca como la tuya no entiende lo que es una excepción. Ponerte a hornear un pastel sería mucho mejor que pensar necedades —le indicó el pasillo que llevaba hacia la cocina—. Además, ¿para qué arriesgarte a morir en el campo de batalla cuando partes con una desventaja de fuerza respecto a los varones? Por no decir que, si te capturan, te violarían batallones enteros porque las guerras convierten a los hombres en bestias. Y mucho ojo que yo no tendría reparos en enviarte a los frentes de combate más peligrosos.
—Eso lo sé de sobra porque mandaste, sin ningún remordimiento, a Kankuro hacia su muerte —volvió a culparlo sin temor—. Sé muy bien que recibiría el mismo trato de ti, pero quiero ir a luchar.
El pelirrojo, ya escaso de paciencia, cortaría la discusión antes de que su demonio interno comenzara a emerger. Por tal razón dio un fuerte golpe en la mesa, el cual hizo caer, desde la frutera, un par de naranjas sobre el mantel. La manzana a medio mascar, en cambio, se estrelló contra el suelo embaldosado.
—No voy a gastar mi preciado tiempo discutiendo en vano. Seguirás cumpliendo el rol que te he asignado te guste o no.
—Ya lo veremos —desafío abiertamente, sin mostrar ningún miedo—. Total, nunca estás acá para vigilarme. Por eso puedo empezar a practicar por mi cuenta o pedirle a algún soldado que me enseñe. Si Ino pudo hacerlo, eventualmente yo también podré.
Gaara volvió desde sus recuerdos preguntándose si acaso su hermana había cumplido tal premisa. Esa discusión ocurrió unos once meses atrás aproximadamente, tiempo insuficiente como para volverse hábil en la esgrima. Sin embargo, cada vez tenía más claro que su presentimiento podía resultar acertado. Era una locura imaginarlo, pero Temari no se caracterizaba por ser una persona prudente precisamente.
Sólo anhelaba, por su propio bien y por el de ella, estar equivocado.
De pronto jaló las riendas hacia sí para detener al caballo, el que obedeció agradeciendo el descanso. Empezó a sopesar si valía la pena continuar la misión de rastrear a alguien que ya podía estar muerta. Si tal destino era una verdad entonces ella misma se lo había buscado. Unos segundos después aprovechó de sacar su cantimplora y se tomó dos sorbos de agua. Luego le convidó al corcel una cantidad mayor.
Dirigió su mirada hacia el horizonte un largo rato, reflexionando. Llegó a la siguiente conclusión: no tenía sentido devolverse cuando ya había avanzado tanto. Además, pese a no estar en plenas condiciones físicas, no era un cobarde para huir de su destino aunque éste significara un inminente duelo a muerte.
Puso en marcha a su caballo otra vez y unos cincuenta minutos después llegó al lugar que deseaba, apareciendo, por delante de sus ojos, una mansión bastante diferente a otras. Su estilo gótico, adelantado a su tiempo, impresionaba a primera vista. Aunque quiso no alcanzó a profundizar en detalles, dado que una jauría de perros comenzó a ladrar furiosamente por detrás de la reja que los contenía. Sus dientes tan blancos como la nieve y el lustroso pelaje dejaban claro que estaban muy bien cuidados.
Ignoró a los canes y se fijó en las distintas estatuas que decoraban el patio lleno de césped perfectamente cortado. Eran de lujoso mármol y representaban huestes opuestas a cada lado. En un extremo yacían demonios, gárgolas y seres monstruosos que no conocía bajo un nombre específico; al otro flanco lucían bellos ángeles masculinos y femeninos que portaban espadas que parecían encendidas por blancas llamas. Le llamó la atención que algunas esculturas no tuvieran cabezas o algunas extremidades, dando a entender que habían sido cortadas por el bando contrario.
Era, sin duda alguna, la representación de la eterna batalla entre el bien y el mal.
Tras unos segundos prestó su atención al portal principal. En éste había una gran placa de jaspe que tenía esculpido un detallado volcán en bajorrelieve. De su cráter surgían veinte letras anaranjadas que ascendían por el cielo como lava siendo eyectada. La frase allí formada le fue plenamente reconocible:
«El arte es una explosión»
Este era el sitio que estaba buscando. Y, aunque no lo quisiera, no pudo evitar la sensación de que los vellos se le erizaban de repente.
Hinata seguía a Orochimaru a través de un largo y lúgubre túnel. Pensó en escapar, pero los dos ayudantes del alquimista venían justo detrás de suyo. Si lo intentaba no tendría éxito y correría el riesgo de enfurecer a su captor, lo cual podría empeorar su desgraciada situación aún más.
—Verás —dijo el filósofo sin girarse a verla, aunque empleando un tono condescendiente mientras caminaba—, como te conté antes mi máximo desafío es vencer a la muerte y para ello existen dos caminos factibles. Mi primera opción es la inmortalidad, es decir nunca expirar. Mi segunda opción es la resurrección, o sea volver a la vida tras fallecer. Por una decena de años me he abocado afanosamente a la segunda alternativa, pero nada he conseguido todavía. Por lo tanto, ahora me dedicaré con más ahínco a la idea de nunca morir.
Se detuvieron frente a una puerta que se adecuaba a la forma angular de la caverna. Orochimaru la abrió, prendió dos antorchas y, cuando éstas alcanzaron su máximo potencial, una espantada Hinata necesitó llevarse las manos a la boca para ahogar un grito. Delante suyo yacían, en fila, unas camillas que mostraban occisos con grandes suturas en distintas partes. La habitación era como una moderna morgue con cadáveres que ya habían pasado por una autopsia, pero allí se terminaba cualquier similitud: lejos de la sanidad y el respeto que esos recintos se esmeraban por mantener, en este lugar habían cabezas ensangrentadas que estaban cosidas a cuerpos que no eran los suyos. Antes de quitar la mirada por el abominable panorama, los luceros albinos incluso pudieron ver, de reojo, como la testa de un hombre estaba unida al cuerpo desnudo de una mujer. Al parecer el demente alquimista intentaba crear un nuevo ser a partir de ambos sexos.
Manteniendo su vista muy lejos de tanto horror, la muchacha sintió que su estómago daba un impulso para arrojar su contenido. Las arcadas y la inclinación de su torso hacia adelante pretendieron facilitar el vómito, pero sólo surgió saliva entremezclada con fluidos gástricos. Sin embargo, habría vaciado su estómago por completo de haber tenido comida en él.
—Lo sé; el aroma no es muy agradable que digamos —comentó cínicamente la serpiente—, mas trato de contrarrestarlo prendiendo incienso —arguyó pensando que la reacción de Hinata se debía al olor en lugar de la espantosa visión. —Es uno de los sacrificios que debo tolerar por el bien de la alquimia —añadió orgullosamente.
Hinata ya había percibido cierta fetidez, pero su concentración en lo visual le hizo ignorar al olfato. Sólo gracias a las palabras recibidas su nariz puso completa atención al aire que la circundaba, lo cual le provocó nuevas arcadas.
Orochimaru cerró la puerta por fuera y, de un modo cortés, le facilitó desde sus bolsillos un pañuelo blanco. Pese a que lucía limpio Hinata no lo aceptó, prefiriendo limpiarse la boca por su cuenta de los residuos. Sin ofenderse ni hacerse problemas, él volvió a guardar la tela.
—Te contaría los detalles de cómo pretendí resucitar estos cuerpos, pero dudo mucho que estés interesada —dijo divertido. —De todos modos sigo ilusionado con crear vida a partir de la alquimia médica.
—Usted... —sintió que la lengua se le enredaba en una especie de calambre—, usted está loco.
—A los genios siempre nos llamarán así. La gente común califica de locura lo que no es capaz de entender. Sigamos avanzando, querida mía.
Como opuso resistencia Hinata fue tomada de los brazos por los asistentes, quienes la llevaron a rastras por muchos metros. Luego, estando más repuesta, le pidió de favor a Orochimaru que la dejará avanzar por sí misma. Su solicitud le fue concedida.
Después de caminar una gran cantidad de pasos, llegaron a otra habitación incrustada a un lado del cavernoso pasillo. Sin necesidad de órdenes uno de los asistentes del alquimista abrió la puerta, se dirigió hacia el fondo y prendió las antorchas incrustadas en la pared.
Hinata, temerosa de ver otro espectáculo macabro, cerró sus párpados con tanta fuerza que patas de gallo se formaron en las esquinas de sus ojos.
—No te preocupes —le dijo Orochimaru—, puedes mirar tranquilamente porque aquí no hay cadáveres.
Ella no se confió de lo dicho, por lo cual olisqueó varias veces. Agradeció profundamente que nada nauseabundo tocase su nariz, aunque de todos modos registraba un insistente aroma entre húmedo y acre. Pronto le dio rienda suelta a la vista, cuya labor fue explorar el cuarto asiduamente. No halló nada que la hiciera gritar, aunque sobre unas repisas algunos frascos con sustancias verdosas y amoratadas no invitaban a la tranquilidad.
De súbito sintió unos pasos por detrás de ella, lo que la hizo voltearse. Grande fue su sorpresa al ver una mujer de largos cabellos castaños y rostro agraciado que se acercaba como Pedro por su casa. Llevaba una cofia blanca y, a juzgar por su apariencia, debía ser sólo un poco mayor que Hinata. Para gran sorpresa de ésta, la desconocida se arrodilló ante Orochimaru y le besó el dorso de su única mano.
—Mi señor, ni siquiera de rodillas soy digna de estar ante usted.
La impresión que tal devoción causó en la cautiva fue abrumadora.
—Ayame, buena tarde —saludó el aludido sin usar el plural acostumbrado—. Espero no haberte hecho esperar más de la cuenta.
—No se preocupe, maestro, por usted podría esperar eones sin quejarme.
La hermana de Hanabi se quedó literalmente sin habla. Necesitó frotarse los brazos al sentir que un frío extraño la recorría. ¿Provino de la gélida temperatura externa o fue un repeluzno interno? Obtuvo respuesta cuando echó su aliento en las manos a fin de calentarlas; se hacía visible como si de humo se tratara.
—Levántate, estimada. —La ayudó a ponerse de pie derrochando una gran amabilidad—. ¿Estás preparada?
—Sí, mi señor.
—¿Preparada para qué? —intervino Hinata sumamente alarmada. Tanta veneración anulaba el raciocinio y eso nada bueno podía conllevar—. ¿Qué pretende hacer con esta chica?
—Ella es voluntaria para mi siguiente experimento. Yo no lo estoy obligando, así que puedes estar tranquila.
—¿Qué clase de experimento? —cuestionó mientras se crujía nerviosamente los dedos, haciéndose notorio su temor a la respuesta.
—Quiero establecer cuánto tiempo dura viva una cabeza decapitada.
Hinata, empleando un movimiento rapidísimo, llevó ambas manos a cubrir su boca. El horror le distorsionó el rostro en cada uno de los centímetros que lo conformaban.
—Es... es una abominación —fluyó su voz a duras penas.
—Para conocer la primavera primero tienes que atravesar el invierno. Lo mismo se aplica a la medicina.
—¡Pero esto es una demencia! —reiteró exclamando bajo el influjo de una desesperación total.
—Ayame se va a suicidar de todos modos. Yo sólo estoy ayudando a que su muerte sea útil en lugar de vana.
—Así es, señorita —complementó la castaña—. Yo estoy contenta de que mi fallecimiento pueda ayudar a mi señor en sus investigaciones. No es algo raro tomando en cuenta que antaño muchas personas se ofrecían voluntariamente como sacrificios a los dioses. Y lord Orochimaru es como un dios de la inteligencia.
Las pupilas de Hinata se expandieron hasta casi cubrir los iris. Pronto recordó a Danzo y los lavados de cerebro que realizaba en los integrantes de Raíz, entendiendo que el maestro de Sasuke debió aplicar la misma ruindad con la fémina enfrente suyo.
—D-debo estar en una pesadilla... —habló consigo misma como queriendo despertar. Tras fracasar en su intento volvió a enfocar los ojos de serpiente—. ¿Qué sentido tiene un experimento tan detestable? —preguntó sin ocultar su indignación a la vez que enfocaba al de ojos viborezcos—. ¿Qué se puede aprender de algo así?
—Una de las cuestiones más interesantes de la medicina es saber si algún resplandor de memoria, de reflexión, de sensibilidad real, persiste en el cerebro humano tras el descabezamiento. ¿Una testa sin cuerpo puede comunicarse por algún tiempo? ¿Puede seguir escuchando, viendo, oliendo, o haciendo expresiones faciales?
El rostro de la Hyuga se horrorizó de inmediato. Nada pudo emerger de su boca entreabierta.
—Sé que puede parecerte sólo curiosidad morbosa —adivinó el sentir de Hinata—, pero gracias a las decapitaciones he descubierto, por ejemplo, que los seres humanos tenemos más de un sistema nervioso. Es muy interesante, además, que algunos cuerpos sin testa presenten espasmos incluso un minuto después del cercenamiento. Eso es un indicativo de que los nervios, mismos que se ramifican por el cuerpo a través de la médula espinal, intentan comunicarse con el cerebro que los comandaba.
Hinata escuchó atentamente, su boca abriéndose ligeramente. El tono pedagógico con el que hablaba Orochimaru, el mismo que emplea un profesor durante una clase, le pareció sorprendente tratándose de asuntos tan mórbidos como los que estaba describiendo. Era, sin lugar a dudas, un enajenado para cualquier persona que tuviese un mínimo de sensibilidad.
—N-no entiendo para qué puede servir el saber eso... —comentó sin caer en descalificaciones personales. Antes ya lo valoró como un loco al perder los estribos, pero, por difícil que resultara, no debía olvidar que su condición de rehén la obligaba a tener un mayor cuidado con lo que decía.
—Su utilidad es más importante de lo que crees: la medicina ha estado tan atrasada que muchos siguen pensando que el hígado es el órgano más importante de todos, lo cual, evidentemente, es una falsedad total. Nuestro órgano más valioso es el cerebro —se indicó la cabeza—; es el que nos hace ser quienes somos y el que envía las señales para que nuestro corazón siga latiendo. Si reconectamos rápidamente una cabeza decapitada a la médula espinal de un cuerpo donante, entonces burlar a la muerte y mantener intacta nuestra esencia sería factible. El cerebro, aún consciente, podría reactivar los latidos del corazón a voluntad.
Hinata no entendía mucho de fisiología, pero no necesitaba saber más para dar una segura contestación.
—Lo que usted plantea es algo completamente imposible.
—Yo no me dejo dominar por esa palabra. Seguramente tendré que construir máquinas que superen en cientos de años nuestra tecnología actual, pero mi magnificente ingenio es capaz de lograrlo —sonrió confiadamente—. Sin embargo, necesito saber de cuánto tiempo dispongo antes de que el cerebro muera y para eso será indispensable el siguiente experimento. Este sujeto de prueba —miró a la chica llamada Ayame— es el mejor candidato para obtener respuestas. Los otros que decapité estaban tan horrorizados por la muerte que no pudieron responder nada, pero ella está preparada y mentalizada para ello. Ahí radica la gran diferencia.
—Por favor no diga mentiras. Usted le lavó el cerebro a esta chica como Danzo lo hace con los niños de Raíz. Nadie se ofrecería voluntariamente para algo así.
—¿No existen los suicidios, acaso? —repuso con una certera pregunta—. Hay mucha gente que termina con su vida por cuenta propia, sin necesidad de que alguien pierda su tiempo convenciéndolos.
—No me niegue que usted está manipulando a esta mujer. —La miró y Ayame destelló curiosidad en sus ojos tan cafés como su pelo—. No me niegue que usted la ha influenciado.
—Te lo niego porque yo jamás le he dicho que se mate, todo lo contrario. De hecho es muy útil como cocinera, hace unos platos riquísimos que echaré de menos —lamentó sinceramente.
La aludida, al tiempo que hacía una elegante genuflexión, dio su gratitud a través de sentidas palabras.
—N-no puede ser —soltó Hinata al no poder comprender qué estaba sucediendo. ¿Acaso la lógica no existía en esta gruta maldita?
—Esta mujer ha sufrido demasiado durante toda su existencia, por eso desea morir —explicó al ver su cara consternada—. Compruébalo por ti misma: habla con ella y trata de convencerla de que tú eres la dueña de la verdad y de su vida. Tienes quince minutos mientras hago los preparativos —la invitó extendiendo su única mano hacia Ayame.
Hinata tomó la oportunidad sin dudarlo, esperanzada en poder cambiar el destino de esa fémina. Empleó todas sus fuerzas para que retractara su decisión, pero ella, de una manera muy pacífica aunque desoladora, le repitió que deseaba morir pues habían pasado cosas tan malas vidas en su vida que le habían quitado cualquier posibilidad de ser feliz. Sólo quería descansar para siempre de las violaciones que sufrió cuando pequeña, de la pérdida de sus seres queridos, de las pesadillas que la abrumaban cada noche.
La hermana de Hanabi, conmovida hasta sus raíces, persistió afanosamente en que reculara, tratando de que valorase las cosas bellas de la vida, contándole que ella también estuvo a punto de suicidarse por no resistir el sufrimiento, pero que al final, si se esperaba lo suficiente, siempre surgía una luz que ayudaba a mitigar el dolor y alcanzar buenaventura. Sin embargo, nada consiguió revertir la decisión de Ayame; estaba completamente decidida a exterminar el maleficio llamado vida.
Finalmente, Orochimaru tuvo todo dispuesto: incienso ardiendo en un cáliz de plata, un cesto en donde aterrizaría la cabeza, la gran espada que realizaría la decapitación, una libreta de anotaciones, un ungüento para bloquear el escape de la sangre craneal.
—Bien, ¿te convenciste de que es ella quien desea morir?
—No lo haga por favor, sólo está confundida. No entiende el tremendo valor que tiene la vida.
—La vida nada vale cuando lo único que tienes es sufrimiento —respondió la joven de castaños luceros—. Por favor entiéndame, señorita, usted no es la dueña de mi existencia como para decidir qué debo hacer con ella. Lo único que deseo es liberarme del dolor que me acosa cada día; para mí ya no hay vuelta atrás.
Hinata notó que sus comenzaban a humedecerse.
—Pero...
—Silencio —demandó Orochimaru alzando levemente su voz—. No pongas a prueba mi paciencia porque no es infinita —advirtió seriamente—. Te di la oportunidad de convencerla y nada obtuviste. El suicidio también es una opción válida, así que respeta su resolución.
Hinata suspiró sintiendo que su conciencia llevaría el peso de una muerte injusta. Sus pupilas temblaron por lo mismo.
—Por favor no haga esta maldad. Esta mujer está confundido, no le quite la vida —suplicó de nuevo, aunque esta vez de una forma todavía más angustiada—. Con más tiempo sé que ella recapacitaría —agregó.
—¿Más tiempo? —cuestionó el que tenía tres profesiones—. Ha tenido un año entero para meditarlo detenidamente, pero no dará marcha atrás. Así como tú quieres vivir, ella quiere morir. Y ambos deseos son totalmente válidos.
—Pero tenemos que ayudarla a darse cuenta que vivir es algo sagrado, que puede salir adelante a pesar del dolor que nos golpea.
—Yo no quiero vivir más. Entiéndalo, señorita —intervino ella nuevamente—. Si hay otro mundo quiero irme a él, o simplemente dejar de sentir y de pensar en caso de que nada más exista tras la muerte.
—Piénsalo mejor, por favor...
—¿Por qué te preocupas tanto? Quien morirá será ella, no tú —Orochimaru simplificó el problema a su estilo—. Tú lo único que harás es observar. No eres responsable de nada.
—¿Entonces nunca debemos preocuparnos por el prójimo?
—Si no obtienes algún beneficio a cambio, no es obligatorio hacerlo.
—¿Pero qué dice? ¿Acaso también tenemos que ignorar la injusticia y la maldad mientras no nos afecte a nosotros? —espetó sin ocultar su indignación. Que Orochimaru pareciera alguien razonable le había hecho perder el miedo, pero pronto recordó de nuevo que era una cautiva que no debía propasarse en su actitud, por lo cual suavizó su semblante.
Él formó una expresión que explicitaba que le habían preguntado una tontería. De hecho se rió animosamente antes de contestar.
—Eso siempre ha existido, existe y existirá en el mundo, ¿por qué preocuparse por algo que nunca tendrá solución y que además forma parte de la naturaleza humana? Como maestro, una de las cosas que más le recalqué a Sasuke fue que no perdiera su tiempo en inutilidades. Uno siempre debe velar por sus propios intereses y no desperdiciar el tiempo en cosas que no tienen solución.
—Pero es una locura muy egoísta, una inmoralidad.
—El bien y el mal son sólo puntos de vista. La moral es una limitante que debe ser destruida en pos de obtener mayores beneficios.
—Señor, puede ser todo lo inteligente que quiera, pero, a diferencia de los filósofos helenos, usted nunca recibirá reconocimiento ni fama porque es un hombre sumamente cruel.
—No me hace falta el reconocimiento de seres inferiores intelectualmente —desdeñó con un signo facial de desprecio—. Lo que sí me pregunto es qué habrá visto Sasuke en ti. Eres tan diferente a él que me sorprende que hayan estado juntos.
La Hyuga enmudeció por unos segundos. Era verdad que Uchiha y ella eran como agua y aceite.
—Yo no lo sé en verdad, simplemente pasó —dijo mientras su voz perdía unos decibeles, aunque en sus siguientes palabras retomaría el volumen anterior. —Se lo ruego otra vez, no le haga esto a esa muchacha. Es sólo una chica confundida. —insistió otra vez, ya que su gran empatía no le permitiría guardar silencio.
El alquimista le encajó una mirada penetrante. Una mueca de insatisfacción se dibujaba en su rostro.
—Ponle una mordaza —le ordenó al asistente menos corpulento, el cual cumplió su labor con gran prestancia—. Te dije que no quería hacerlo, pero tú me has obligado —sentenció ante la ya enmudecida—. Además será mejor así —precisaría algo importante—, pues seguramente te pondrás a gritar como histérica y arruinarás la experiencia.
Después que el primer asistente dejó a Hinata en un lugar de observación privilegiado, Orochimaru dio las últimas instrucciones a quien fue la cocinera suya y de sus hombres durante un año.
—Bien mi querida Ayame, escúchame con atención —dijo con toda calma mientras la aludida prestaba oídos en similar actitud—. Cuando tu cabeza ya esté separada del cuerpo te haré algunas preguntas que contestarás de la siguiente manera: si tu respuesta es negativa mirarás hacia la izquierda y si es positiva mirarás hacia la derecha. Recuerda eso.
—Pero maestro, ¿no sería mejor que le respondiera con parpadeos?
—Una cabeza decapitada —inició su explicación volviendo a emplear un tono didáctico— no puede hacer muecas, sonrisas ni expresiones a voluntad porque la súbita falta de irrigación sanguínea le impide hacerlo. Sin embargo, teorizo que los movimientos oculares requieren un mínimo de esfuerzo, por lo cual, si sigues consciente, deberías ser capaz de mover tus ojos.
—Entiendo, señor mío.
—De todos modos si crees que puedes parpadear intenta hacerlo. Lo mismo con la boca, trata de abrirla si ves o sientes algo extraordinario.
—Así será, querido maestro.
Orochimaru llamó al lacayo más alto y fornido. Este desenvainó la espada de gran tamaño que esperaba afirmada en una pared. La hoja doble, tan brillante que parecía estar hecha de diamante en vez de metal, resplandeció aún más por el fulgor que recibió desde las antorchas.
—Cómo puedes ver serás decapitada por una espada en vez de un hacha, honor reservado sólo para guerreros y nobles. También prendí incienso para que tu muerte sea una aromática ceremonia.
—Le agradezco mucho sus consideraciones conmigo, señor mío.
Hinata trató de seguir hablando a pesar de la mordaza, quería hacer reaccionar a esa mujer, pero sólo gemidos poco audibles se alzaron en el ambiente. Orochimaru la miró con suma lástima.
—En vez de quejarte aprovecha esta inusual oportunidad que te doy para aumentar tu conocimiento. Esto es algo que nunca olvidarás y dudo mucho que por voluntad propia te atrevas a presenciar algo como esto otra vez. —Dicho esto, viró su mirada hacia Ayame—. Colócate en posición, estimada.
La joven fémina se arrodilló a la vez que intentaba estirar su cuello. Su cabeza quedó gacha mirando el cesto en que caería. Que su cuerpo no temblara en lo más mínimo dejó claro una vez más que estaba lista para expirar.
El investigador se colocó frente a ella a tan solo unos pasos.
—Dicen que cuando estás a punto de morir —comentaría algo que le parecía interesante— el cerebro procesa una serie de recuerdos para impedirlo. Expone el miedo natural a la muerte, encendiendo el instinto de supervivencia hasta el tope. Es el último mecanismo de defensa, el recurso final para evitar el cese de la vida. ¿Sientes miedo? ¿Deseas arrepentirte?
—No tengo miedo, tampoco arrepentimiento —dijo alzando el rostro hacia su mentor—. De hecho le doy infinitas gracias por liberarme del dolor que me ha consumido durante tantos años. Muchas gracias de verdad.
Hinata no podía creerlo, pero el alivio era rebozante en esas hermosas facciones. Incluso una pequeña pero dulce curva brilló en sus labios. Definitivamente algunos seres humanos eran tan sorprendentes como impredecibles.
—Respira profunda y sonoramente. Mientras más oxígeno atrapes mejor. Justo en ese momento mi ayudante te cortará la cabeza —explicó Orochimaru empleando una tranquilidad que Hinata percibió como diabólica.
—Lo bueno es que será muy fácil decapitarme porque mi cuello es pequeño —dijo mientras se lo tanteaba alegremente.
—Así es, el cuello de una mujer es más fácil de cortar —coincidió de una manera tan cordial como jocosa. Parecían dos amigos íntimos contándose graciosas anécdotas.
Hinata estaba a punto de colapsar ante tamaño descaro. Todo lo que estaba viviendo era una demencia; por ello comenzó a sacudirse en su lugar, acción que fue captada por la futura descabezada.
—Le repito que no se preocupe, señorita. —Ayame intentó calmarla con auténtico dulzor—. Para mí la muerte no es algo malo ni a lo que tema; es algo hermoso por lo que todos debemos atravesar. Además me da satisfacción saber que mi humilde persona será un aporte para la alquimia.
Hinata vio que ella estaba sonriendo, que lo hacía sinceramente. Estaba feliz, extática de extinguir sus latidos por siempre. Esa chica no tenía sano su juicio, estaba segurísima de ello. Sólo eso podría explicar su actitud tan dichosa ante un acontecimiento tan trágico como perder la vida.
En manos del verdugo, la doble hoja de la espada destelló al ser alzada. La punta rozó el techo de la caverna.
—Ayame, respira lo más profundo que puedas —ordenó el alquimista.
Hinata sintió una fría corriente eléctrica en la base de su columna. Se deshizo en muecas y se sacudió fuertemente al mismo tiempo que quitaba la mirada. Cerró sus ojos y dirigió su rostro hacia cualquier lado. No quería ser testigo de semejante atrocidad.
La suicida, a sabiendas de que esta sería su última acción teniendo entero su ser, dio una respiración tan profunda como cuando alguien se sumerge en el mar.
El verdugo, utilizando ambas manos con todas sus fuerzas, dejó caer la pesada hoja justo en la mitad del cuello. El corte fue tan limpio que en menos de un segundo la cabeza se separó, cayendo en el cesto que le impidió rodar por el suelo. A diferencia de Orochimaru, quien ignoró al cuerpo totalmente, el ejecutor sí observó, con mucho morbo, el centro blanquecino de la espina dorsal siendo cubierta, en un santiamén, por el sangramiento que manaba desde el cuello cercenado. También miró atentamente como las extremidades daban algunos espasmos. Nada que no haya visto antes, pero que jamás dejaría de resultarle interesante.
Sin perder tiempo, el segundo asistente agarró la testa a una velocidad relampagueante, la sacó de la cesta, la sostuvo desde la raíz de la cabellera y la puso frente a la vista de Orochimaru sin que se balanceara. Su izquierda, entretanto, aplicó rápidamente en la carne abierta alguna clase de ungüento pastoso que obstruiría el escape de la sangre.
Mientras lo anterior sucedía, el maestro disfrutaba ver que los ojos de la suicida seguían tan vívidos y expresivos como los de cualquiera. Escatimando los segundos procedió a comunicarse haciendo preguntas que se pudieran responder de manera positiva o negativa.
—¿Me puedes ver?
Los luceros marrones, efusivos y radiantes, se entrelazaron con los rasgados de serpiente. Orochimaru estuvo a punto de dar un brinco de alegría, ¡de verdad se estaba comunicando con ella!
—¿La muerte es hermosa?
Los orbes de la cabeza sin cuerpo se movieron a la derecha.
Hinata no podía creerlo, pero por alguna razón incomprensible necesitó abrir sus perlas albinas a fin de saber qué estaba sucediendo. Vio la testa de la mujer con la que había hablado sólo un par de minutos atrás, mas, pese al espanto que le causó, a pesar de que sus manos le temblaban, la curiosidad fue tan fuerte que no pudo quitarle la mirada de encima.
—¿Ves otra dimensión o un túnel de luz?
Los ojos volvieron a moverse en la misma dirección. Orochimaru estuvo a punto de alcanzar un éxtasis total, pues, a su modo de ver, la fémina realmente le estaba respondiendo. El movimiento ocular era demasiado consciente y preciso; era muy difícil que sólo fueran espasmos involuntarios.
—¿Hay otra vida después de esta?
Esta vez ocurrió algo que dejó anonadados a todos los presentes. La boca de Ayame se abrió lentamente, apenas un centímetro, pero fue suficiente para entenderse que estaba tratando de hablar. El blanco filo de sus dientes incisivos asomó entre los labios carnosos.
«Trata de abrir la boca si ves o sientes algo extraordinario». Las palabras que Orochimaru le dijo minutos atrás cobraron más sentido que nunca. Todos allí comprendieron que Ayame estaba presenciando algo increíble, inimaginable.
Dos segundos después la mirada perdió todo brillo, sumiéndose en ese punto fijo y desconocido llamado muerte. Las pupilas se dilataron del modo en que la parca siempre comandaba.
El ambiente fue inundado por un silencio que entremezclaba perfectamente lo sobrecogedor, lo solemne y lo macabro. Hinata y los asistentes habrían seguido conmocionados por minutos enteros de no ser por un disconforme Orochimaru, quien, enardecido, comenzó a darle fuertes bofetadas a la decapitada. Necesitaba que reaccionara otra vez, ¡necesitaba saber más!
—¡Vamos! ¡Aguanta un poco más! ¡Quiero más respuestas!
Como poseído le dio varias cachetadas más. De hecho las mejillas de su otrora cocinera se iban coloreando a cada golpe, mas los esfuerzos de la víbora resultaron fútiles. Los ojos de tono café siguieron igual de vacíos.
Quisiera o no, Ayame había muerto ya.
El maestro de Sasuke miró al segundo asistente e hizo una pregunta ansiosamente:
—¿Cuánto tiempo duró viva?
El aludido reaccionó dando un pequeño respingo, todavía sorprendido de la impresionante comunicación que se había dado. No quiso confesarle que, por el tremendo pasmo que lo azotó, había perdido la cuenta en el número cinco; si lo decía recibiría un cruento castigo. Por tal motivo realizó un veloz cálculo mental y lo lanzó esperando que fuese creíble.
—Conté hasta dieciséis, mi señor.
—¿Seguro?
—Sí, maestro —mintió manteniendo en frialdad sus facciones, aunque por dentro le pedía perdón a su guía espiritual.
—Excelente. Aunque rehaga este experimento dudo que obtenga tan buenos resultados como ahora. Esta chica era especialmente sensata, pues los sujetos anteriores estaban tan conmocionados por la decapitación que nada me respondieron. Después me daré a la tarea de hacerle una trepanación para estudiar su cerebro; debe ser muy interesante.
—Enseguida llevaremos el cadáver a su sala de investigaciones.
—Espera, mejor brindale un entierro digno —corrigió su orden anterior—. Olvidaba que nos cambiaremos de base pronto, de modo que no tendré tiempo de examinarla.
—Como usted lo ordene, mi lord —aceptó a la vez que hacía una reverencia.
Orochimaru caminó hacia el pequeño buró, se sentó de la manera más cómoda posible, tomó una pluma e inició el proceso de anotar concienzudamente en una libreta lo recién acontecido. Tras plasmar unas cuantas letras, recordó a Hinata y le dirigió el rostro. Entonces le indicó a su primer asistente que le quitara el bozal.
—Vi de soslayo que abrías tus ojos para mirar si la decapitada contestaba —le dijo en cuanto la boca femenil estuvo libre.
La joven, sintiéndose culpable de una forma abrumadora, tuvo la imperiosa necesidad de bajar la cabeza y observar la punta de sus zapatos de negro charol.
—Y-yo... —trató de justificarse de algún modo, mas nada llegó a su mente.
—No te preocupes por la moralidad. Los humanos son como las monedas: siempre tienen dos caras. Y eso te incluye aunque no quieras —afirmó con rotundidad al tiempo que sonreía complacido.
—Y-yo juro que no quería —insistió en defenderse—, pero algo, no sé qué, me empujó a abrir mis ojos. Me asombró, también, que una cabeza decapitada fuese capaz de responderle —admitió Hinata pese a lo difícil que le era—. Me doy asco a mí misma —añadió lastimeramente.
¿Fue por curiosidad o morbo? ¿Ambas cosas? No lo supo y tampoco quería saberlo.
—No deberías culparte. Sentir morbo es un rasgo muy común en los seres humanos —la consoló al imaginar lo que estaba sintiendo—. Además creo que eres una chica inteligente y las personas que tenemos ese don solemos ser muy curiosos y buscamos respuestas constantemente. De hecho es la curiosidad lo que nos lleva a desentrañar los misterios que envuelven a este mundo y al universo en general; es lo que nos lleva a investigar para hallar la verdad de todo lo que nos rodea.
El alquimista sonaba tan convincente que Hinata se sintió casi persuadida. Era asombroso como palabras dichas de una forma tan elegante podían camuflar la maldad que había detrás de sus experimentos.
Pensó unos segundos de qué manera responderle, pero al final desistió por considerarlo infructuoso. Ambos tenían distintas formas de ver la vida y eso no cambiaría. Sin embargo, una frase que él le dijo cuando se conocieron le hizo saltar los ojos: «Te haré la primera inmortal».
Un escalofrío le provocó un estremecimiento notorio, sacudiéndole el cuerpo inclusive.
—Usted... —trató de seguir hablando, pero la lengua pareció volteársele hacia su propia garganta. Sólo varios segundos después pudo continuar—. ¿Usted pretende implantar mi cabeza en otro cuerpo?
—Exactamente.
Hinata cayó desmayada de impresión por primera vez en muchos años. Orochimaru, haciendo gala de sus rápidos reflejos, alcanzó a sujetarla con su única mano antes que se diera un golpe contra el suelo.
—Qué poca fe tienes en el trabajo de un genio —se quejó jocosamente—, pero cuando seas inmortal me lo agradecerás.
Al sol todavía le faltaban unas dos horas para alcanzar la cumbre del cielo y provocar el mediodía. Sasuke, bañado por éste, se quedó en las afueras de la mansión a escasos metros de los guardias que vigilaban el portal de entrada. A pesar de que el viento se hacía cada vez más fuerte, envió su vista hacia el mar mientras una cascada de recuerdos que involucraban al alquimista lo golpeteaba constantemente.
¿Qué sentía respecto a su maestro? ¿Respeto u odio? La respuesta debería ser la segunda sin objeciones, pero no en vano había pasado cuatro años aprendiendo múltiples cosas a su lado. Era difícil definir en una sola palabra la mezcla de emociones contradictorias que él le provocaba. La enigmática pregunta derivó entonces hacia otra mucho más importante: ¿Qué sentía ahora por Hinata? Una decepción tremenda sin duda alguna. No obstante, yendo un poco más allá de su traición...
¿La amaba o la odiaba?
Tuvo que poner su diestra por delante cuando un ventarrón le hizo arder los ojos y tuvo que apretar los dientes por la llegada de un calambre en su brazo malherido. De reojo notó que los guardias lo estaban mirando; ¿estaría su semblante exhibiendo su preocupación?
Sin interés en obtener una respuesta avanzó hacia la mansión, recibió un férreo saludo militar de los vigilantes y se dirigió hacia su habitación. Necesitaba estar solo.
Apenas entró a su aposento sintió el peso de la modorra, la cual hizo que sus párpados trataran de cerrarse. Su agotamiento, sumándose a no haber dormido en toda la noche, hacía que la cama luciera más seductora que nunca. Sin embargo, no podía descansar sin resolver qué hacer respecto a Hinata Hyuga. Por tal motivo se lavó la cara a fin de quitarse la somnolencia. Que el agua estuviese fría ayudó a conseguirlo fácilmente.
—Si la odio, ¿por qué me siento mal al esbozar su futuro de sufrimiento? —Se llevó una mano al pecho, misma que percibió levemente los latidos inalterados de su corazón; cronométricos eran—. Y si la amo, ¿por qué tengo tantas de dejarla a su suerte?
Inconforme, se dirigió hacia el cuarto de Hinata para echarle una nueva inspección. Quizá allí encontraría alguna pista del por qué abandonó un lugar seguro por su propia cuenta. Abrió la puerta, pero, tal como vio por la ventana, todo estaba en perfecto orden.
Justo cuando iba abrir el cajón que guardaba la libreta en que ella plasmó sus pensamientos, se percató, por el rabillo del ojo, de las figuras de yeso que le rendían honor a él y a Ino. Se acercó plagado de una curiosidad inusual. Admiró a la diminuta rubia, quien lucía casi tan hermosa como la original. No dudaba que su compañera se mereciera una estatuilla, se había ganado con creces su fama de heroína, pero al mirar la que lo representaba a él sintió un enfado creciente. Era ridículo que se le considerara un paladín. Un héroe de mentira, eso es lo que era; uno que había hecho las cosas más atroces que se le podían hacer a un ser humano usando a la venganza como un pretexto.
Lleno de furia arrojó su figura contra el suelo, la cual se rompió en múltiples pedazos. Luego la pisoteó hasta que varios fragmentos fueron convirtiéndose en parientes del polvo.
—Condenados Hyuga, ustedes me convirtieron en un monstruo —chilló como nunca lo hacía—. Ustedes y el maldito de Danzo Shimura.
Olvidándose de revisar el cajón con la libreta, Sasuke fue hacia el espejo y, a la vez que daba un suspiro, quedó mirándose fijamente. De pronto vio como sus cansadas facciones se afilaban tanto como la hoja de una espada, el odio manifestándosele con una claridad apabullante. La primera heredera de ese funesto clan lo había abandonado, pero, después de todo, ¿qué se podía esperar de una Hyuga? Apretando los puños, recordó que hacía menos de un mes odiaba con todas sus fuerzas a esa mujer y a su maldita dinastía.
Ella, pese a todo lo que habían vivido juntos, no fue lo suficientemente valiente para luchar por lo que sentían. Qué decepcionante era.
¿Cómo ir en búsqueda de alguien que no lo merecía? ¿Para qué rescatar a quien lo había traicionado?
—Yo no tengo nada que ver con esa traicionera. Ya no.
«Así se habla», le susurró su odio justo en el oído.
Presto a irse miró hacia la puerta de salida, mas, de reojo, la terrible ira que se reflejó en el cristal terminó llamándole la atención. Se acercó más al objeto; su talante lucía tan incendiado que un dragón lo felicitaría sin dudarlo. Estaba totalmente furioso y, aun así, algo que le era desconocido punzaba intensamente en su interior.
¿Por qué?
»No me digas que estás dudando. ¿Acaso quieres arriesgar tu venganza contra Danzo por esa ingrata?
No hubo respuesta, pero aquella voz interna necesitó seguir dándole soporte a su argumento.
»Recuerda que sólo tienes un brazo disponible.
—Orochimaru está igual que yo. Un brazo es todo lo que necesito para vencerlo.
»No me hagas reír. ¿Crees que estará solo? Seguramente te tiene preparada una emboscada que planificó desde mucho tiempo atrás. Si vas, morirás. No lo dudes.
—¿Por qué escuchó una voz más oscura en mi cabeza? —dijo enfadándose—. Esto es absurdo, yo no estoy loco —afirmó de inmediato, aunque luego necesitó ponerse en duda—. ¿O acaso sí soy un demente? ¿Siempre lo he sido?
Observó atentamente sus negros ojos, analizando, a través de ellos, la veracidad o falsedad de su insania. Después de todo, ese espejo era el único lugar que le permitía una introspección sincera. Si no era honesto consigo mismo, ¿con quién más podría?
Quería hallar una respuesta respecto a su cordura, pero los recuerdos con Hinata llegaron como una fuerte bofetada de nostalgia. Las conversaciones, las discusiones, los rencores, las caricias, la primera vez que hicieron el amor, los sentimientos desbordándose a flor de piel...
¿Por qué pensar en ella se sentía como si alguien le mordiera el corazón?
«Nadie espera sensibilidad de alguien como tú, por eso la ocultas. Pero en el fondo eres emotivo, Sasuke»
Apenas llegaron a su mente las palabras de su antigua dama, sintió como sus ojos comenzaron a escocerse. Tragó saliva a la vez que daba un enérgico suspiro. Procedió a perderse en sus emociones contrarias, sintiendo como si hielo y fuego tuvieran una batalla en su interior. Un lado le susurraba que la dejara a su suerte, que era una traidora, que era una maldita Hyuga. El otro lado insistía en evocar su sonrisa, su candidez, su generosidad...
—¿Para qué dilatar más la respuesta? Admiro su bondad, su nobleza. Gente así es la que hace la diferencia en este mundo putrefacto. Iré a salvarla.
»¿Pero de qué mierda hablas? ¡Te traicionó! Y si lo hizo una vez te aseguro que lo volverá a hacer.
—Más allá del odio que siento por ella, más allá de lo que haya pasado entre nosotros, Hinata es una buena chica. Ella no merece morir en manos de Orochimaru. Él le hará cosas terribles, experimentará con ella, le hará conocer un dolor imposible de concebir. Más allá de que la haya amado u odiado, es un ser humano que no merece terminar así.
»¡Cállate! Que tu maestro haga lo que quiera con ella. Es una traidora que te abandonó, así que es tu turno de abandonarla a ella.
Sasuke se imaginó haciéndole caso a su voz más oscura. Entonces visualizó a Hinata muerta delante suyo, su cadáver sobre el suelo con los ojos vacíos en un punto fijo. Mantuvo esa imagen durante incontables segundos y sintió que se le revolvía el estómago, que algo dentro suyo no funcionaba como correspondía. Llevó una mano hacia su rostro en cuanto volvió desde ese fúnebre escenario mental. Como si no pudiera creer lo que su tacto le informaba, necesitó volver a observar su reflejo en el cristal.
¿En qué momento liberó esas lágrimas?
¿De dónde venían estas tremendas ganas de llorar?
¿Acaso tanto sufrimiento le provocó imaginar un destino así para Hinata...?
Se llevó la diestra a la zona del corazón mientras sus conductos lagrimales seguían funcionando sin su consentimiento.
»¿Lo ves? Ella te vuelve débil. Olvídala de una vez.
De pronto el guerrero aceró sus facciones. Hizo el gesto de llevar su mano hacia el objeto e, inundándose por una locura momentánea y desvergonzada, quiso ahorcar a su propia imagen en el espejo. Necesitaba silenciar esa voz sombría que parecía susurrarle directamente a los oídos.
—No voy a dejar que domines mi vida de nuevo. No contra ella por lo menos. Iré a rescatarla.
»¡Pero prefirió a su hermana! ¡Te dejó sin dudarlo!
—Lo más importante es que antes de conocerla pensaba que la vida sólo consistía en aguantar el sufrimiento, pero mis días a su lado cambiaron mi lúgubre perspectiva. Ella me dio los momentos más bellos en una vida llena de dolor. Ella me dio paz en una vida de guerra. Ella me hizo sentir que el mundo podía ser más que una porquería. Me abandonó, sí, pero también me hizo muy feliz. No volveré a amarla porque no se lo merece, pero iré a rescatarla porque el mundo no puede perder a una persona tan noble como ella.
»¡No te ciegues por un falso amor! ¡Tienes que...!
Antes de que su alter ego consumido por el rencor siguiera protestando, Sasuke rompió el espejo de un feroz puñetazo.
—Debería abandonarte en manos de Orochimaru, luchar para que me fueras indiferente, castigarte aumentando mi odio contra ti..., pero aunque sea lo último que haga voy a salvarte.
«Te lo juro, Hinata»
Continuará.
