¡Hola! Este capítulo será uno dividido en tres partes, ya que aquí sólo estará lo concerniente al arco de Gaara. Si quieres saber qué sucederá entre él y Deidara o qué pasó con Temari entonces sigue leyendo. Si por el contrario no te llama la atención salta enseguida a lo siguiente ;D


Vocabulario:

Cateya: Arma arrojadiza de punta acerada, provista de una correa en el extremo opuesto para recogerla después de hecho el tiro, bastante común en los pueblos de la Antigüedad.

Numen: Musa.

Abrasión: Acción y efecto de raer o desgastar por fricción.

Glasear: Dar brillo a la superficie de algo.

Hidrófugo: Dicho de una sustancia: Que evita la humedad o las filtraciones.

Especular (el adjetivo, no el verbo): Semejante a un espejo.

Piltrafa: Parte de carne flaca, que casi no tiene más que el pellejo.

Lupino: Perteneciente o relativo al lobo.

Declamar: Recitar la prosa o el verso con entonación, ademanes y gestos adecuados.


Capítulo Trigésimo octavo, parte I


Gaara, a sabiendas de que el futuro duelo espantaría a su caballo, decidió atarlo al amarradero que yacía en las afueras de la mansión. Después se colocó frente al portal de entrada y buscó por unos segundos la manera de infiltrarse, pero como era lógico no vio puntos vulnerables. La ventanas tenían rejas protectoras y la única puerta se veía demasiado gruesa para tumbarla. Hacerlo requeriría un ariete con muchos hombres impulsándolo. Evidentemente los costados y la retaguardia debían tener similar disposición, por lo que no perdería tiempo dando una ronda inútil.

Mientras seguía ignorando los furiosos ladridos de los perros le llamó la atención una gran roca ubicada al fondo, casi escondida en el rincón más alejado del recinto. Estaba pintada de blanco y tenía unos seis metros de alto. Al parecer Deidara la había esculpido, ya que su forma era bastante rara. Si Gaara tuviera que definirla habría dicho que era una especie de triángulo con pequeños brazos que se levantaban como celebrando. Un símbolo extravagante sin duda alguna.

Desdeñó aquello que ninguna importancia tenía y se dirigió a tirar de la cuerda que hacía tañer una campana. Lo hizo fuertemente cinco veces y, mientras esperaba, aprovechó de contar a los canes que lucían prestos a mascarle la yugular si intentaba dar un solo paso al interior. Eran ocho en total. Les pateó la reja para advertirles que no les tenía ningún miedo, cosa que enfureció aún más los ladridos.

Varios segundos después vio que al fondo se abría la puerta, de cuyo umbral surgió una mujer de cabellos castaños. Tal color le recordó a Matsuri aunque el pelo de quien tenía enfrente era más largo y ondulado, casi llegando al rizo. Debía ser una esclava o concubina, pues dudaba mucho que un demente como Deidara estuviera casado. De todos modos debía ser una mujer educada, la elegancia con la que caminaba así lo sugería. Llevaba ropas un tanto extrañas, un estilo poco común de su nación sino más bien de las que habían sido derrotadas; eso volvió a confirmarle que se trataba de una sierva.

A medida que ella se iba acercando los perros que antes ladraban a todo dar terminaron acallándose. Gaara dedujo que debía llevar mucho tiempo al servicio del blondo si esos canes la respetaban de ese modo. Además ningún temor mostraba en su semblante.

—Buenas tardes —saludó amablemente. Iba a continuar hablando después, pero un impaciente Gaara la interrumpió.

—Llama a tu señor enseguida.

—Perdone, caballero —por su altanera pose de brazos cruzados, supuso que debía tratarse de alguien importante que merecía la palabra recién mencionada—, pero mi amo no recibe visitas a menos que se hayan anunciado con antelación.

—Dile que Gaara de la arena está aquí.

Los ojos de la sirvienta casi salieron disparados de sus órbitas. Tragó saliva y el susto se reflejó en su rostro de inmediato. Sus extremidades se paralizaron como si estuvieran esperando a que alguien las reactivara a través de un masaje.

—¿No escuchaste? —la reprendió oscureciendo su voz aún más de lo normal—. Date prisa, mujer.

—S-sí, señor. Le avisaré enseguida de su llegada. —Su forma de caminar, antes elegante, se volvió mucho más desprolija. Pasos rápidos y cortos, casi torpes, que mostraron el nerviosismo que la había invadido. Era lo que el nombre «Gaara» causaba en la mayoría de la gente.

Ya dentro de la mansión, la castaña avanzó hacia el cuarto dedicado a las bellas artes. Allí su amo, como solía hacer cuando no cumplía deberes castrenses, modelaba en arcilla un prototipo de una futura estatua que luego haría en mármol.

No le fue necesario tocar la puerta, pues ya estaba abierta.

—Llegas justo a tiempo para ver mi nueva creación —anunció Deidara al oír sus pasos, aunque sin voltearse a verla. —Sólo me falta ultimar algunos detalles.

La fémina vio un pájaro muy raro y de unos dos metros, seguramente un animal producido por su imaginación en vez de una especie perteneciente a la naturaleza.

—Está muy hermoso, señor, como todo lo que usted hace —alabó sinceramente.

—Ah —exhaló emoción—, algún día el hombre volará por los cielos igual que las aves. Sé que un día así sucederá, hm.

—Si disculpa mi sinceridad, señor mío, eso es imposible. Tendrían que salirnos alas.

—Si puede imaginarse también puede hacerse. El hombre es un ser muy orgulloso que supera constantemente sus limitaciones. Cómo no teníamos colmillos ni garras inventamos nuestras propias armas. Cómo no podíamos correr más rápido domamos a los caballos. Cómo no podíamos atravesar los mares construimos barcos. Lo mismo sucederá con los cielos: si los dioses no nos dieron la capacidad de volar, entonces la conseguiremos nosotros mismos —afirmó sin tener duda alguna.

—Creo que tiene razón, amo —aceptó poco después.

—Siempre la tengo. —Sonrió ampliamente.

La esclava le dio un comentario halagador para luego informarle a lo que había venido realmente.

—Patrono mío, sé que no le gustará escuchar esto, pero ha llegado alguien muy importante.

—Te he dicho muchas veces que no recibo visitas sin invitación, hum —reprendió al tiempo que le daba los últimos retoques a su ave de arcilla.

—Señor mío, le ruego que me disculpe nuevamente. —A pesar de que Deidara no estaba mirándola, se arrodilló mientras su vista bajaba en dirección al suelo—. Lo que pasa es que el sujeto de afuera dice ser Gaara de la arena... —su voz se diluyó cuando dijo tal nombre.

Deidara dejó de moldear en el acto, sus manos paralizándose sobre la arcilla. Sus ojos azules no llegaron al punto de la desorbitación, pero sí que se abrieron más de la cuenta.

—¿Cómo es su aspecto? —giró el rostro de tal modo que sólo dio su perfil.

—Cabello corto y rojo, no se le notan cejas y sus ojos son de tono turquesa. Tiene una mirada muy siniestra además.

El blondo necesitó varios segundos más para que el asombro le diese tregua. Luego dio un fuerte pisotón contra el piso embaldosado, el cual asustó a la fémina allí presente. Se sentía muy triunfante por haber asesinado a Gaara, pero, tal como se lo advirtió Sasori, nunca se podía dar por muerto a nadie hasta no ver su cadáver. Saber que seguía con vida le fue tan placentero como ver defecando a un cerdo en su cama.

Se palmoteó las mejillas a fin de reavivar su ánimo de siempre. Una vez recuperado su talante fue hacia el lavamanos, dándose todo el tiempo del mundo para quitarse los restos de arcilla de sus manos y cara. Luego tomó la cinta de su pelo y rehizo su acostumbrada cola de caballo.

—En fin, un verdadero artista siempre está preparado para brillar aunque asomen mil imprevistos que corten la inspiración. De hecho, los contratiempos le dan sabor a la vida —terminó sonriendo. Era un serio descalabro saber que Gaara seguía con vida, pero se había divertido mucho asesinándolo, de modo que hacerlo dos veces sería como repetir un premio invaluable.

La esclava esperó a que Deidara terminara su monólogo. Hablar consigo mismo en voz alta era algo que solía verle a menudo. «Dile que en un rato estaré con él» escuchó cuando su señor volvió a mirarla.

—Sí, mi amo.

La fémina partió de regreso al portal para dar el mensaje, preocupándose honestamente por su dueño. Era medio loco, totalmente loco mejor dicho, pero le tenía aprecio porque nunca le había hecho daño. Eso se debía, seguramente, por haber sido una talentosa alfarera cuando era una mujer libre.

Dieciséis minutos después apareció el rubio artista con pintas de combate; su abrigo militar con nubes de sangre verificaba su intención de luchar. Sin refrenarse volvió a lucir sorpresa al ver vivito y coleando a quien daba por muerto días atrás. Sin embargo, pronto esbozó una sonrisa complacida a medida que iba acercándose al portal. Su esclava lo seguía por detrás.

En cuanto Deidara quedó a nueve metros de Gaara, puso atención a que el escudo que llevaba en su diestra era uno hecho de álamo en vez de metal. No le sorprendió: era lógico que el arenoso eligiera uno más liviano a fin de obtener más agilidad. Sin embargo, aquello lo inquietó un poco. Lógicamente un pavés de madera no aguantaba tanto como uno de acero, pero él no tenía la fuerza de Kisame como para partirlo rápidamente; le tomaría tiempo y enfrentar a un Gaara más rápido resultaba bastante peligroso. Eso sí, existía una falla importante en su nueva estrategia: una vez que lo rompiera la victoria sería suya en un santiamén. Esa era la ventaja que debía aprovechar.

—Cabiria —le habló a su esclava—, quédate adentro y encierra a los perros dentro de la mansión. Asegúrate de que no puedan salir.

—Como usted diga, mi señor.

Una vez que la fémina y los canes entraron al hogar, Deidara se acercó a la reja mientras su cuello ejercía un movimiento rotatorio. Abrió el portón sin prisa ni apuro, mostrando una despreocupación intencionada. Ambos quedaron distanciados por apenas cuatro metros. El silbido del viento volvió todo más tensionante.

—Te felicito, a pesar de sobrevivir has llegado a la boca del lobo por tu propia cuenta. —Se rascó una mejilla lentamente antes de continuar—. Imagino que mi veneno fue diluido por la lluvia hasta el punto de que la dosis que entró a tu cuerpo no alcanzó a ser letal. Tuviste mucha suerte: si hubiéramos peleado con cielo despejado ya estarías en el otro mundo.

—Asqueroso, ¿dónde está mi hermana?

Deidara arqueó una ceja al mismo tiempo que su cabeza se ladeaba un poco.

—¿Tu hermana? —preguntó con aire extrañado.

—Tengo la fuerte sospecha de que vino acá.

—Oh, ya veo. —Se masajeó el mentón de una forma que indicaba una cavilación—. ¿Por si acaso te refieres a una chica media rubia que usaba cuatro moños puntiagudos y con un carácter medio endemoniado?

—Así es —confirmó mientras sentía la punción de que su contrincante hablase en pasado—. Dime dónde está.

—¿Era una chica que se hacía llamar Temari?

—Sí, maldito. ¿Qué le hiciste?

—No la conozco —dijo con una amplia sonrisa de provocación.

—No te pases de listo, pedazo de mierda. No creas que podrás derrotarme dos veces.

Deidara se desperezó como si sufriera un profundo aburrimiento.

—Esta semana ando de muy buen humor porque le gané una apuesta a Sasori, así que seré generoso contigo: lárgate y salva tu vida antes de que me irrite tu presencia. Mi verdadero objetivo es Sasuke Uchiha, no un perdedor fracasado como tú. —Sin molestarse en recibir respuesta, se dio media vuelta y empezó a caminar de regreso.

Humillar también era un arte y Deidara era un experto total en hacerlo. A Gaara aquella afrenta le pareció peor que morir, mas no se dejó dominar por la ingente ira que sintió. Contra hombres corrientes aquello servía para intimidar y ganar el duelo psicológico desde un principio, pero contra alguien tan peligroso como el blondo era mejor conservar la calma y actuar analíticamente. De lo contrario podría dar un paso en falso que le costaría la vida.

—Los milagros sólo ocurren una vez en la vida, Deidara, y por eso mismo estoy aquí ahora. En esta ocasión nada te salvará de tu muerte porque yo soy mucho más fuerte que tú.

El artista detuvo sus pasos. Colocándose de perfil le dio una sonrisa desafiante.

—No quería hacerlo, pero si morir de nuevo es lo que buscas concederé gustosamente tu deseo. —Desenvainó lentamente su espada primaria, alargando el inconfundible ruido metálico que anunciaba un inminente combate. Incluso pareció provocar un eco.

—Antes de asesinarte dime qué pasó con Temari.

Deidara amplificó la sonrisa que ya tenía.

—¿Qué importa ella? ¿No deseas obtener tu venganza enseguida? ¿O tienes miedo porque esta vez no hay lluvia que te salve?

—Deja de lado tus juegos infantiles y dime de una vez si mi hermana está viva o muerta. Si la segunda opción es tu respuesta entonces tu sangre goteará de mi espada muy pronto.

—Vaya, vaya, así que el demonio de la arena tenía un corazoncito oculto después de todo—se mofó agrandando la curva de sus labios aún más—. No sabía que la tal Temari fuese tan querida para ti —sonrió malvadamente antes de proseguir—. Era muy vigorosa, por cierto; una fiera total en la cama. —Se chupeteó los dedos como si hubiera probado un manjar demasiado delicioso.

Gaara se sintió tan violentado que, sin mediar más palabras, desenvainó su espada a una velocidad relampagueante. Sus ojos irradiaban una furia colérica, arrojándose a matarlo sin más. Intercambiaron estocadas a una velocidad demoníaca por veintiún segundos exactos hasta que Deidara se vio forzado a retroceder hacia el espacio derecho de su inmenso jardín. Se ubicó justo al lado de una estatua de un demonio con tres cabezas espantosas. El pelirrojo, por su parte, estancó su avance. No debía olvidar que el artista tenía ventaja al luchar en su propio hogar. Sin duda esas estatuas no estaban ahí sólo por decoración: posiblemente las empleaba para desviar las cuerdas de sus armas y así atacar sorpresivamente por la retaguardia, una treta que le causó la derrota en el océano.

—¿Qué pasó? ¿Eso es todo lo que tienes para defender la honra de tu hermana?

—No caeré en el mismo truco dos veces. Acércate y conoce tu fin como un hombre.

Deidara, sonriendo, afirmó su espalda despreocupadamente en la estatua de tres testas. También posó la planta de su pie derecho ahí. Su postura se mantuvo sin guardia alguna, un viejo ardid para incitar al enemigo a embestir. No obstante, Gaara se veía muy dispuesto a continuar inamovible en su lugar.

—Ya que me tienes tanto miedo que no deseas avanzar, aprovecharé de contarte lo que realmente pasó con tu querida hermanita.

—¿Lo que realmente pasó?

—Así es. ¿Quién sabe? Quizás Temari siga viva después de todo...

Gaara sintió que su ser se enardecía nuevamente. No fueron las palabras en sí lo cual lo molestó, sino el tono de mofa implicado.

—Hablas como si fuese algo muy divertido. ¿Crees que esto es un juego, alimaña?

—En efecto lo es, hum. Ese es tu problema, Gaara: eres un amargado incapaz de disfrutar la vida. Por eso mismo te repetiré lo que te dije en altamar: jamás perderé contra un ser tan triste como tú. —Lo apuntó con la espada como condenándolo—. ¿Sabes? Ahora que lo pienso deberías probar a convertirte en un artista; aunque no lo creas el arte te ayuda a liberarte, a desfogar todo lo que llevas por dentro.

Sin duda odiaba a ese blondo fastidioso con todas sus fuerzas. No sabía cómo, pero lograba sacarlo de sus casillas y eso en combate era muy peligroso. Respiró profundamente a fin de rebajar su furia.

—En fin, ¿quieres oír qué paso con tu querida hermanita, verdad? ¿O continuamos luchando?

—Habla de una vez, pero si es para contarme tus perversiones te juro que te mataré de la manera más dolorosa posible.

—¿Tú matarme a mí? —Se rió a mandíbula batiente por varios segundos—. Eres muy iluso —dijo cuando pudo controlarse por fin—, pero seré generoso contigo porque eres el mejor bufón que he visto en mi vida. Además es lo mínimo que puedo hacer por alguien que volvió desde la muerte, hm.

Sin más dilaciones, el blondo artista empezó a narrar la historia con una sonrisa indeleble decorando su rostro...


En sus jardines, el experto en arcilla se encontraba jugando alegremente con sus ocho mastines cuando oyó una carreta que, cosa rara, llevaba un conductor de sexo femenino. El vehículo no tardó en estacionarse, entonces la chica a bordo se bajó grácilmente y dejó bien amarrados a los equinos. Luego cogió una canasta de mimbre en su brazo, se acercó al portal mientras leía la frase «El arte es una explosión» y justo cuando iba a tocar la campana dio cuenta de que, tras el enrejado, el dueño de casa estaba justo ahí.

Eh, no me acuesto con prostitutas —desdeñó él despreciándola con una señal de su mano. No tenía duda de que debía ser una más de esas mujeres interesadas en su atractivo físico o en sus vastas riquezas materiales.

Le ruego que no me ofenda, señor mío, no soy una meretriz ni aspiro a serlo.

¿Se te perdió algo por aquí entonces? ¿O acaso no sabes quién soy y la fama que tengo?

¿Cómo no saberlo? Usted es don Deidara, el artista más famoso del mundo entero. Vi su exposición de figuras de arcilla en la plaza de la ciudad y las adoré completamente. Usted es un verdadero artista, así que deseaba conocerlo lo más pronto posible. La verdad estoy muy ilusionada por eso.

Deidara la miró fijamente buscando sinceridad en esos ojos verdinegros. En cuanto la halló terminó sonriendo.

En efecto soy el mejor artista que existe —dijo de modo ufano—. Hay otro que se llama Sasori, pero su arte no tiene el nivel del mío.

Lo sé muy bien, señor, créame que estoy plenamente de acuerdo con usted. Su arte es incomparable.

De todos modos mucha gente cree que soy un loco peligroso. Por eso me sorprende que hayas querido venir por tu cuenta hasta acá. ¿No le temes a mi reputación?

Los artistas siempre tienen diferentes grados de locura, precisamente por eso son artistas. Yo no tengo miedo, al contrario, soy una ferviente admiradora de su arte.

¿De verdad eres una admiradora? —Sus ojos brillaron de emoción—. ¿Lo dices en serio?

Sí, señor. Me gusta mucho más la escultura que la pintura, pues ésta sólo tiene alto y ancho, es más fácil de hacer. En cambio esculpir es más complicado porque se modela en tres dimensiones. A mi parecer es un arte más completo y más complejo.

Deidara volvió a sonreír cuando la joven se explayó aún más. Esa chica en verdad parecía saber de arte y eso le encantó. Además su aspecto físico no estaba nada mal; su cuerpo tenía las proporciones adecuadas y su rostro era agradable a la vista. Su peinado de cuatro moños puntiagudos lucía más original que el de la mayoría y su talante tenía cierto aire salvaje que le resultó llamativo.

¿Eres artista también?

Qué más quisiera yo, pero no tengo ese bello don. Soy sólo una humilde comerciante que admira profundamente el tallado y la escultura. Sus figuras lograron enseguida mi idolatría por lo diferentes que son.

A Deidara le pareció que estaba soñando. ¿Sería ella la musa que había estado esperando por tanto tiempo?

Claro, cualquiera puede hacer cosas bellas plasmando lo bello, pero hacer arte desde cosas grotescas es más difícil y valioso para mí. ¿Cómo convertir a un demonio en preciosura digna de admirarse? No es retocando al demonio en sí, es la calidad del trabajo lo que lo convierte en arte. Hay arte en la fealdad, en lo grotesco, en lo horrible, pero la gente común se conforma con un sentido reduccionista del arte.

Yo no soy así, señor, y por eso mismo he venido a ofrecerle arcilla de alta calidad.

¿Vendes arcilla de pureza total? —preguntó interesado, ya que su fabricación no era fácil. Por ende resultaba más complicado obtenerla.

¿Vendérsela? No, por favor. Me gustaría ofrecérsela para que siga haciendo sus excelentes trabajos. Como puede ver es blanca —dijo levantando la manta de su canasta, enseñándosela—, lo cual es la mejor señal de su perfección.

¿Y quieres dármela a cambio de nada? —preguntó sorprendido.

Mi regalo es por puro amor al arte. —Sonrió contenta—. Como ya le dije soy una ferviente admiradora suya, aunque sí me gustaría hacerle una humilde petición: que haga una figurita de arcilla tomándome a mí como modelo. No importa si el tamaño es diminuto, me encantaría tener una obra suya dedicada a mí. No soy rica, pero si es necesario le pagaré todo el dinero que pueda porque sé que valdría la pena.

Deidara sintió un júbilo que lo hizo sonreír bastante. Definitivamente esa chica era arte en sí misma.

¿Cómo te llamas?

Ella dio un nombre y apellido falsos, aunque Deidara no se percató de ello.

Normalmente no invitaría a un desconocido a poner un solo pie en mi magnificente hogar, pero como eres mujer no tendré reparos esta vez. Ustedes son mucho más confiables que los hombres. —Dicho esto llamó a su esclava y le ordenó entrar los perros a la mansión.

Muchas gracias, señor mío. Y respecto a su comentario sobre los hombres... perdóneme por decir esto señor, sé que usted también lo es, pero la verdad es que no se puede confiar en casi ninguno. A decir verdad he tenido muy malas experiencias con ellos. La gran mayoría son infieles, lujuriosos, mentirosos, pero algo dentro de mi pecho me dice que usted es distinto... Su arte tan excepcional lo demuestra.

Deidara se dejó halagar, ¿pues qué mejor para un artista que su arte fuese apreciado? Aquello siempre inspiraba e imbuía nuevas energías creativas. Quizás esa chica era el numen que el destino le había arrojado, la mujer que estuvo buscando por mucho tiempo. La miró con mayor atención, verificando que era alta, esbelta y bien dotada en lo concerniente a sus atributos femeninos. Desde una perspectiva física era lo suficientemente linda como para aspirar a ser su musa inspiradora... ¿Pero lo sería también en personalidad?

Siguieron hablando unos minutos más sobre el arte mientras Deidara examinaba la calidad de la arcilla, quedando sumamente satisfecho. Así, llegó un momento en que llegó lo inexorable: el rubio la invitó a ver su cuarto de bellas artes, el lugar donde tenía muchas de sus obras. Por supuesto, Temari fingió un interés y una efusividad sobresalientes.

Confiadamente, el de coleta se dio vuelta en dirección a la puerta de su hogar. A la vez que avanzaba inició la historia de cómo había ido construyendo su gótica mansión, enorgulleciéndose de que había puesto cada ladrillo con sus propias manos.

Temari ya había dejado de escucharlo, concentrándose de lleno en la verdadera razón de su visita: matar a Deidara. Ir en la mañana no había sido casualidad, pues necesitaba evitar las sombras alargadas que producía la tarde. Para ello constató, durante el día anterior, cuál era la mejor hora para quitarle la vida, asegurándose de que el sol les pegaría de frente y no de espaldas. Así, el guerrero de élite no podría descubrir por su sombra la cuchillada que le daría.

Sí, este era el momento preciso y no lo desaprovecharía. Desde un bolsillo oculto en su vestido sacó una cuchilla embadurnada para que la hoja no brillase al sol, disponiéndose a apuñalarlo con todas sus fuerzas. Ni siquiera sus pisadas hicieron ruido, el plan ejecutándose a la perfección. Y, sin embargo, Deidara paró la estocada interponiendo una de sus dagas de una forma prácticamente sobrenatural. No se había dado vuelta, tampoco miró de soslayo siquiera un ápice.

Temari quedó conmocionada un par de segundos sin entender qué diablos había pasado. Cuando logró reaccionar quiso asestar otra cuchillada, mas el artista la esquivó con una elegancia digna de una divinidad. A velocidad de relámpago la tomó de la muñeca, doblándosela de tal forma que se vio obligada a soltar su arma. Sin rendirse, la fémina trató de sacar otro puñal con la zurda, pero el guerrero también le sujetó firmemente la otra muñeca. Los ingentes esfuerzos que hizo ella para soltarse no rindieron frutos.

E-es imposible —tartamudeó mientras seguía sus intentos de liberarse del agarre—. Cómo... ¿Cómo lograste esquivar mi ataque? ¿Tienes ojos en la espalda? —preguntó creyendo que era una genuina posibilidad.

En mi casa tengo ojos por doquier —dijo a la vez que indicaba las esculturas con un movimiento de cabeza—. Si realmente tienes conocimiento de arte entonces ya debes saber que hay distintos tipos de mármol. El que empleo en mis estatuas lo he pulido por abrasión y lo he glaseado con una cera hidrófuga que permite una reflexión especular. Te lo diré en palabras más simples —añadió al verle una cara llena de confusión—: este mármol está tan bien trabajado que refleja como un espejo. La única diferencia es que de lejos no se nota el reflejo, pero de cerca sí que se ve... —sonrió ladinamente.

Temari echó una mirada rápida dándose cuenta de que, en efecto, las estatuas funcionaban como disimulados espejos. Por concentrarse tanto en atacarlo por sorpresa no se dio cuenta de ese decisivo detalle. Resopló totalmente derrotada entonces. Gaara tuvo razón en sus anteriores advertencias: pillar desprevenidos a guerreros de primera clase era imposible. Y derrotarlos era una hazaña que casi nadie podía contar. Deidara se lo acababa de confirmar.

No necesito decirte que las paredes de mi hogar, tanto por dentro como por fuera, funcionan del mismo modo que mis esculturas. —Se regocijó con el semblante descompuesto que lucía esa mujer. Luego la arrojó contra el césped y esperó divertirse evadiendo nuevos ataques, aunque no se esperaba lo que vendría.

Temari cayó sobre su abdomen, pero, lejos de amedrentarse, aprovechó que sus manos quedaron ocultas para agarrar pasto y tierra. Dándose vuelta rápidamente, lanzó lo asido directamente a los ojos azules y se levantó hecha una furia para mascarle la yugular. Deidara, medio cegado pero tan hábil como siempre, retrocedió, esquivó, hizo una zancadilla y terminó plantándole una feroz patada en el vientre. La valiente mujer quedó arrodillada mientras se agarraba la zona golpeada con ambas manos. Un rictus de severo dolor la atravesaba.

¿Qué pasa? ¿Te llegó la menstruación? —se burló dando unas risotadas estridentes. Luego se pasó el antebrazo para quitarse los restos de tierra que aún quedaban en sus ojos.

Mal-di-to... —silabeó a duras penas por la asfixia que la estaba consumiendo.

El blondo empezó a caminar en círculos alrededor de ella, merodeándola como un cazador a su presa.

Veo que eres una fiera muy explosiva —dijo empleando el tono de una congratulación—. Agradece que contuve mis fuerzas o podría haberte reventado algún órgano interno. No sería la primera vez que alguien muere por recibir una patada mía demasiado fuerte. —Deidara se refería especialmente a una peritonitis, inflamación que en sus tiempos aún no llevaba un nombre y que podía provocar la muerte en pocas horas.

Pues... mátame de una vez... —A pesar de lo entrecortado, sus palabras surgieron como una vehemente exigencia—. De todos modos... para mí ya no tiene sentido seguir viviendo...

Él parpadeó repetidas veces, pues los rastros de tierra seguían perturbando su visión. Luego dejó de dar círculos alrededor de Temari, se le acercó manteniendo un antebrazo en alto por si debía bloquear un nuevo «ataque de pasto y tierra», le dio un puntapié en el hombro que la hizo caer de espaldas al suelo y, acto seguido, le colocó su pie derecho en la garganta, sofocándola. A pesar de ello, los ojos de la fémina no perdieron ferocidad.

No me hace gracia matar a alguien que lo desea porque le estaría haciendo un favor. Dime, mujer, qué te ha impulsado a hacer este ataque suicida contra mí. Me tienes un odio de los mil diablos y que yo recuerde jamás te he visto en la vida. —Al ver que ella intentaba darle una respuesta que no conseguía aflorar, reaccionó jocosamente. —Oh, claro, si no puedes respirar tampoco podrás hablar —terminó riéndose mientras le quitaba el pie de encima.

Ella tosió repetidas veces mientras una mano masajeaba su gaznate y otra se golpeaba la parte central del tórax.

Tú... Tú mataste a mi hermano —chilló su respuesta mientras el dolor se reflejaba en su rostro.

Eso no me sirve de referencia porque he matado a incontables hermanos, hum.

Gaara. Tú mataste a Gaara.

El rostro de Deidara mantuvo un expresivo asombro durante varios segundos hasta que terminó diluyéndose. Sólo entonces volvió a parlar.

Ahora lo entiendo. Eres digna hermana suya sin duda, aunque no veo ningún parecido físico entre ambos. —Se masajeó el mentón mientras se agachaba un poco para verle mejor sus luceros—. Aunque quizás haya cierta semejanza entre sus miradas verdosas —añadió dudosamente, su mano abandonando la barbilla.

Temari no quería estar arrodillada delante de nadie, de modo que intentó ponerse de pie. Sin embargo, apenas lo intentó un calambre estomacal la hizo vomitar lo comido durante el desayuno. Entre una cobriza masa viscosa podían vislumbrarse restos de pan y cereales.

Ugh —Deidara formó un expresivo gesto de asco—. No sólo tratas de matarme, también ensucias mis hermosos jardines —se quejó exageradamente.

La fémina vació su estómago para luego toser compulsivamente. Se limpió con el antebrazo los restos ácidos que quedaron cubriendo sus labios. A pesar de lo mal que se sentía, reanudó sus esfuerzos por ponerse de pie. Ante un fascinado Deidara, Temari consiguió erguirse. Sus piernas temblaban, pero lo hizo.

Por lo visto eres muy orgullosa —comentó dándole tres aplausos que no tenían una pizca de ironía—. Como premio a tu esfuerzo te diré algo que tal vez te sirva de consuelo: tu hermano luchó muy bien, tanto que me cortó el meñique desde la raíz y también la punta del anular. —Estiró la mano para que ella confirmara sus palabras.

Temari miró asombrada que lo dicho era cierto. Su hermano había vendido cara su derrota.

Gaara... —musitó con un brillo que podía atribuirse a florecientes lágrimas.

Veo que amabas mucho a tu hermano y eso se me hace raro. Yo siempre pensé que era un demonio capaz de matar a su propia madre.

Temari necesitó poner un pie por delante al sentir un súbito mareo. Sin que el élite se lo impidiese, dio unos pasos para afirmarse en la escultura más cercana, un ser con ocho extremidades y un rostro horrendo que poseía igual número de ojos. Parecía una especie de araña humana.

Tú no sabes todas las desgracias que mi hermano tuvo que atravesar. No tienes idea ni eres quién para juzgarlo. Y sí, seguramente no merecía que yo lo quisiera, tampoco que tome venganza por él, pero sigue siendo mi familia y lo quería a pesar de todo. Perdí a mis dos hermanos y ya no tengo nada por qué vivir. —Iba a decir más, su boca se abrió de hecho, mas no le vio sentido a continuar.

Sigue. Quiero saber más de ti y tu motivación —la incitó a explayarse en cuanto el silencio perduró. —Me eres muy interesante.

Temari no supo si estaba burlándose solapadamente o diciéndolo en serio. Dudó unos segundos y, tras ellos, prosiguió el diálogo.

Cuando supe que Naruto seguía con vida mi única intención era buscar venganza porque fue él quien mató a mi otro hermano, Kankuro, pero no sé dónde diablos puede estar. En cambio a ti era más fácil hallarte —dijo mientras se sobaba la zona abdominal que le seguía ardiendo como el averno—. Quería ponerme a prueba también, comprobar que podía ser una espía y guerrera igual que Ino. Estaba segura que no fallaría, por eso me es una pena ver cuán equivocada estaba... —Sus dientes rechinaron tras lo dicho.

Deidara analizó por unos momentos esos ojos verde oliva que no bajaban en ningún momento. Sin duda enfrente tenía a una mujer con una enorme determinación.

Pues debo reconocer que eres una gran actriz porque estuviste a punto de engañarme..., pero era demasiado bueno para ser cierto. Siempre he esperado conocer a una mujer libre que sea capaz de entender al cien por ciento mi infinito talento, una musa que logre inspirarme como ni siquiera una diosa podría, pero todavía no hallo a ninguna capaz de apasionarse por el arte de lo sangriento. Estas esculturas —indicó a las que representaban ángeles— las aprecia todo el mundo, es la hermosura que la gente quiere ver, pero en el fondo son comunes, inánimes. En cambio estos demonios —dijo acercándose a uno, al cual le dio una amistosa palmada en la espalda— son horrendos para el ojo común y corriente, pero preciosos para quien sabe amar lo diferente. El verdadero arte —precisaría llevándose una mano al corazón— está en la oscuridad, en explorar las pasiones más tenebrosas del ser humano, a rebuscar en lo que nadie más se atreve, en sacar a la luz la perversidad que habita en todos nosotros. Las emociones más impactantes no las provocan las cosas bellas sino el reverso de todas ellas; por eso un amor prohibido es más sabroso que uno permitido, por eso un pecador goza mucho más que un puritano, y por eso un asesinato es cien veces mejor que dar a luz. El poder que sientes al quitar una vida es inigualable, hum —concluyó sonriendo sádicamente.

La chica de cuatro moños aspiró profundamente, verificando que su respiración ya se desarrollaba sin dificultades. Entonces ensanchó sus hombros, cosa que, por inercia, hizo que su pecho se irguiera más.

¿Sabes por qué ninguna encontrarás una musa? Porque ninguna mujer querría estar con un enfermo mental como tú —sentenció mirándolo con lástima a pesar de su desventajosa situación. No conforme con lo anterior, necesitó añadir algo más—. Te crees un artista especial y distinto, pero en realidad sólo eres un loco de remate.

Él suspiró devolviéndole la misma mirada de lástima. Estaba claro que esa chica no sabía valorar el verdadero arte.

Prefiero estar loco que ser alguien corriente y aburrido como todos los demás —terminó sonriendo ampliamente—. Y te puedo decir algo con total seguridad: los locos tenemos la ventaja de ser muy apasionados...

Su tono dejó claro que lo dicho venía con dobles intenciones. Acrecentó lo anterior relamiéndose los labios con perversa lujuria y entonces la expresión de Temari, antes segura e incluso desafiante, cambió completamente al imaginarse que lo peor vendría ahora...


—Creyó que podía matarme por sorpresa, a mí, al más fuerte de todos, pero la hice pagar muy caro por su osadía —concluyó su narración de los hechos con una sonrisa tan triunfante como provocadora.

Un furibundo Gaara se precipitó hacia su acérrimo enemigo, pero éste lo evadió retrocediendo hacia el resto de estatuas. Era evidente que lo estaba atrayendo hacia el fondo, algo peligroso que podía involucrar cualquier tipo de hábil asechanza. A sabiendas de que el control de la respiración era clave para no perder los estribos, empezó a inspirar y exhalar lentamente, pensando, a su vez, que no merecía tener a una hermana como Temari. Pese a los constantes menosprecios que hizo contra su persona, ella vino a vengarlo igualmente. Se conmovió por aquello.

—Si te atreviste a ultrajarla te destriparé, animal inmundo —advirtió entredientes—. Más te vale que lo niegues antes que libere al demonio que llevo por dentro.

Deidara se rascó la barbilla despreocupadamente, disfrutando al por mayor cada segundo de intencionada dilación.

—¡Responde! —exigió el pelirrojo con una saña sin igual cubriendo sus facciones.

—Y si lo hice, ¿qué? Deberías agradecerme que no la envié al otro mundo siendo virgen —se burló con una sonrisa mordaz.

Adelantándose a la inminente acometida, esta vez fue Deidara quien se lanzó contra Gaara ejecutando una avalancha de feroces estocadas. El hijo del desierto podría haber defendido su lugar, pero prefirió retroceder con el propósito de sacar a su enemigo de la zona de estatuas. En cuanto llegaron al límite de éstas, el rubio artista se detuvo y volvió a adoptar una actitud intencionalmente descuidada.

—Vamos, miserable, no te acobardes. ¡Continúa peleando si te consideras un guerrero!

—¿Por qué matarte ahora? Nadie vería tu muerte.

—¡Excusas! ¿Tanto miedo me tienes, cobarde malnacido?

—¿Miedo de alguien que ya derroté? —Risueño, tuvo que luchar bastante para no caer sumido en un ataque incontrolable de carcajadas—. ¿Ya que no puedes vencerme quieres matarme de la risa, verdad? —Esperó recibir una iracunda respuesta, mas nada arribó. Entonces continuó—. Te lo explicaré, tontorrón: no tendría sentido matarte sin que nadie te vea caer.

—Cállate, deficiente mental, en nada me interesa si hay testigos o no. Lo único que me importa es vengar a mi hermana de las atrocidades que le hiciste.

—¿No lo entiendes, tarado? El arte de nada sirve si no tiene un público que lo admire. Por eso el artista siempre se debe a su público.

—Déjate de tonterías y pelea de una vez. Agradece que vas a morir en el lugar más adecuado de todos: tu propia casa.

—Ya te lo dije: te daré tu revancha en el momento que quieras, siempre y cuando hayan espectadores que puedan apreciar mi arte sangriento.

Gaara pareció abrir un ojo más que el otro. Después sonrió demoníacamente.

—¿Qué pasa? Perder tu meñique te impide usar tus cadenas tan bien como antes, ¿verdad?

—Nah —dijo asumiendo un semblante divertido—. Eso ni de broma es suficiente para afectar la perfección de mi arte. Actualmente ni siquiera Sasuke Uchiha podría derrotarme —aseveró con una confianza desbordante—. Sin embargo, ¿qué me dices de ti? Sé que te esfuerzas por lucir fuerte, pero todavía tienes la mano dañada y, asimismo, nadie mejor que yo sabe los efectos de mi veneno. —Sonrió ampliamente mientras se masajeaba la punta de su nariz—. Puede que hayas sobrevivido, pero el tiempo que ha pasado desde nuestro combate no es el suficiente para que estés cien por ciento recuperado. Si luchas ahora partes con desventaja y lo sabes perfectamente —advirtió con el mismo tono de consejo que emplearía un gran amigo—. Mejor vete de una vez antes de que sea tarde. A mí no me conviene matarte sin espectadores y a ti no te conviene pelear en mengua.

Gaara odió admitirlo, pero su némesis tenía completa razón en lo primordial. Aún se sentía algo débil y seguía dependiendo demasiado de su escudo; no había tenido el tiempo para volver más versátil su esgrima. Para peor estaba en el hogar de Deidara, el sitio más propicio para su estilo de combate tan heterodoxo, y un guerrero astuto siempre procuraba llevar la lucha a su propio terreno en vez de caer en el del enemigo. El mismo blondo admitió, antes de la emboscada a Sasuke, que no era tan hábil combatiendo en espacios cerrados como en los abiertos. Si tan solo pudiese acorralarlo contra una pared un segundo...

«Es la única alternativa real para vencerlo», concluyó la última idea mientras sus músculos comenzaban a incendiarse de renovada adrenalina por la inexorable batalla.

—No me importa si no me es conveniente. Entre guerreros como nosotros un mínimo instante basta para hacer la diferencia entre la victoria y la derrota. Y vengar a mi hermana me dará las fuerzas necesarias para hacerte picadillo.

Deidara usó el borde menos filoso de su espada primaria para acicalarse el cabello. La desplazó de ida y vuelta como si se peinara. Mientras lo hacía, adoptó la misma expresión que se tendría frente a alguien muy fastidioso.

—Veo que realmente querías a tu hermanita —dijo sin reprimir su sorpresa—. Está bien, quería hacerte pensar que la había violado para hacerte sufrir, pero te contaré su verdadero destino.

Gaara alzó tanto su barbilla como una ceja. No quería ilusionarse, pero la última frase inevitablemente lo hizo.

—Bastardo miserable, ¿a qué te refieres con verdadero destino?

—Si me lo pides de una manera tan amable te diré algo respecto a mi estilo: soy un sádico asesino, pero violador no entra en mi lista de maldades. Forzar a una mujer es grotesco, algo sólo digno de bestias inmundas. No existe nada menos artístico que eso y, por ende, jamás gocé de tu querida hermanita. Para mí el sexo también es un arte, uno que no se debe hacer con cualquiera. Puedes llamarme idealista, hum.

Gaara no escuchó nada más después de «querida hermanita». Se esperanzó parcialmente.

—Si lo que dices es verdad... ¿entonces qué hiciste con ella? ¿Acaso la mataste sin más?

Deidara dejó correr segundos tras segundos, mientras, lentamente, una de sus clásicas sonrisas hirientes aparecía despampanante. La dilación resultó como una maldita puñalada al corazón del pelirrojo. Nunca sospechó que desconocer el destino de su hermana iba a generarle un nivel de angustia así de grande.

—¡Responde!

—Pero por todos los dioses, cuánta impaciencia —puntualizó tan burlesco como siempre—. Está bien, te lo diré porque soy alguien muy generoso: Temari sigue viva... —A lo dicho, las facciones de Gaara se contrajeron y distendieron en un par de segundos. Y por debajo de sus párpados alzados casi al tope, sus ojos turquesas parecieron engrandecerse—. Sin embargo... —Deidara, maliciosamente, dejó un margen para elucubrar cosas inquietantes.

El hijo de la arena tragó saliva de tal manera que resonó al atravesar su garganta.

—Dime de una vez qué pasó con ella. —Esta vez no esbozó su agresividad de siempre; su voz y semblante denotaron una voz mucho más humana. Deidara juraría que estuvo a punto de escuchar un «por favor». Planeaba mantenerlo más tiempo en la incógnita, pero ese tono extraño logró tocar ligeramente los pocos trazos de luz que su alma aún tenía, mismos que su esclava Cabiria había logrado contemplar.

—Como castigo por querer matarme de una forma tan artera, arrojé a tu hermana a La Fosa...

La Fosa, el sitio que era un verdadero infierno incrustado en las entrañas de la Tierra. Allí eran desterrados los leprosos para que no contagiasen su terrible enfermedad. Absolutamente nadie deseaba ir allí, pero quien no cumplía el aislamiento era apedreado hasta la muerte. Esa era la ley del reino.

Gaara se imaginó a la siempre lozana Temari con su cara hecha un despojo de carnes colgando; piltrafas partidas, purulentas y fétidas. Sufrió de una manera que nunca imaginó.

Deidara, entretanto, disfrutó al máximo la impresionada cara de su archienemigo. Su rictus aterrado le resultó tan artístico que incluso pensó moldearlo en arcilla lo antes posible.

—¿Qué mejor castigo que tener la lepra? —cuestionó con una sonrisa malévola—. Es muy probable que la enfermedad ya corra por sus venas, ¿pero quién sabe? Quizás tenga una suerte milagrosa y todavía no esté contagiada —terminó forjando una sonrisa de lo más insidiosa.

Un gruñido gutural y lupino surgió naturalmente como primera respuesta. La segunda arribó poco después.

—Te haré conocer un dolor que ni los de Raíz podrían tolerar... —Su espada adoptó su posición más ofensiva, listo a despedazar al demente que tenía enfrente.

—Muy bien, no deseaba matarte sin un público que viera tu caída, pero veo que eliges tus ansias de venganza antes que ir en rescate de tu hermana. No esperaba menos de alguien que tiene la fama de ser un demonio. —Abrió el cierre de su gabardina, extrayendo una cateya desde una funda de sus ropajes. Rápidamente hizo girar la cadena por encima de su cabeza como un vaquero a punto de enlazar a un potro. El aire fue cortado por el metal, provocando un zumbido tan inconfundible como amenazante. Esta vez iría completamente en serio. —Entiéndelo, eunuco: el suelo de mi jardín es el lienzo en donde utilizaré tu sangre como tinta, pues el mismísimo arte es quien guiará mis pinceladas hacia tu garganta.

A diferencia del blondo, Gaara tomó a su hermana como la inspiración para ganar la inminente batalla. Por primera vez en su vida le pidió que le brindara fuerzas. Las iba a necesitar porque Deidara era extremadamente peligroso y tenía tres ventajas a su favor: podía atacar de lejos, estaba en su propio terreno y su salud no estaba disminuida.

«Temari, ayúdame a ganar por favor»

El compañero de Sasori, muy entusiasmado, empezó a recitar como si estuviese leyendo un poema:

—El alegre artista contra el triste demonio, blandiendo sus letales pinceles de acero, crearían sobre el verde césped una pintura épica que contrastraría el deleznable odio de uno y el maravilloso talento del otro. —Mientras declamaba, Deidara se iba acercando lentamente, paso a paso, dispuesto a iniciar el ataque. Su prosa no era más que un elemento distractor que camuflaba el zumbido cada vez más cercano de sus metálicas cadenas—. El pobre diablo, cegado por el rencor y tan ilusionado como un marinero ante el mágico canto de una sirena, creyó que tenía la posibilidad de matar al arte en persona. —Había quedado a la distancia precisa para su primera ofensiva—. A fin de cuentas la ignorancia siempre ha sido muy atrevida...

De súbito la cateya envenenada surgió lanzada como un rayo. Gaara alcanzó a bloquear de milagro y retrocedió unos necesarios pasos. Cuán fastidioso era luchar contra Deidara y escucharlo hablar al mismo tiempo, estrategia que no había usado en el primer enfrentamiento. Muy a su pesar tenía que reconocerlo: el rubio era impredecible y le sobraba versatilidad.

—Ya cállate, trovador de cuarta. Un cerdo tiene más talento que tú.

—El demonio, iracundo ante la poesía que sus horribles gustos no eran capaces de comprender, se revolcaba sobre su odio carente de belleza, envidiando que otros tuvieran el don de crear el arte que él no podía. ¿Sabría que su venganza nulamente artística sería castigada con su cuerpo destrozado por entero? —Sus ojos azules a cada segundo se iban contaminando con un brillo de apasionada locura. —La parca, muy divertida y vestida de gala para la ocasión, abrirá sus fauces para consumir los futuros restos de carne nauseabunda, mientras el artista, expectante ante su obra maestra, se recocijará ante la anarquía de las emociones exaltadas. Y entonces...

De improviso otros dos ataques llegaron, pero Gaara logró esquivarlos al concentrarse sólo en su sentido de la vista. No obstante, le fue imposible abstraerse al cien por ciento de ese murmullo molesto que intentaba descentrarlo. Supo entonces que la única forma de callarlo era atacarlo constantemente, cosa que el rubio esperaba con ansias, pues, evidentemente, su mayor virtud eran los contrataques.

¿Podría derrotar a Deidara en su propio hogar? Muy pronto descubriría la respuesta...


Continuará.