Muy buenos días, tardes o noches dependiendo de cuando lean esto. Espero que estén excelente y que este próximo mes de junio, que poco falta para que empiece, les sea muy grato. Como siempre ya respondí todos los reviews con cuenta y agradezco por acá también a los anónimos que también comentan.

Este capítulo va dedicado a mi estimada Chany-sensei. Muchas gracias por tu apoyo, por tus comentarios tan gratificantes y por apreciar lo que escribo. Es un honor para mí que me tengas bien considerado y, de paso, también aprovecho de desearte muchísimo éxito y felicidad en tu vida personal y profesional (sé que en el primer aspecto estás muy bien ahora mismo :P).


Vocabulario:

Sodomizar: Someter a alguien a penetración anal.

Sodomía: Práctica del coito anal.

Silbo: Sonido agudo que resulta de hacer pasar con fuerza el aire por la boca con los labios fruncidos o con los dedos colocados en ella convenientemente.

Supeditar: Condicionar algo al cumplimiento de otra cosa.

Destrizar: Hacer trizas, hacer pedazos.

Garatusa (Esgrima): Treta compuesta de nueve movimientos, y partición de dos o tres ángulos, que hacen por ambas partes, por fuera y por dentro, arrojando la espada a los lados, y volviendo a subirla para herir de estocada en el rostro o en el pecho.

Cornada (Esgrima): Treta consistente en una estocada que se tira poniéndose en el plano inferior para herir hacia arriba elevando la punta de la espada.

Quite (Esgrima): Movimiento defensivo con que se detiene o evita el ofensivo.


Esclava Sexual, Capítulo Cuadragésimo quinto


El silencio espectral continuó durante varios segundos. Al ambiente nada le costó volverse tétrico, tal como si alguien hubiera dicho que el apocalipsis llegaba. En este caso el heraldo fue Karin, misma que quedó tan sumida en sus pensamientos que sólo reaccionó cuando sintió el fuego de su cigarrillo a punto de tocarle los dedos. Entonces lo apagó restregándolo varias veces contra el cenicero. Pensó de inmediato en prender otro, mas decidió hacerlo un rato después. Últimamente se estaba volviendo muy adicta al tabaco y eso, en pleno otoño y con el invierno tocando la puerta, solía provocarle algunos disgustos respiratorios apenas cogía un resfrío.

—Sé que nadie quiere escuchar lo siguiente —dijo mirando a Sasuke y a Ino—, pero si no se alían con Danzo esta nación no sobrevivirá —declaró mientras se ajustaba los lentes, un gesto clásico suyo cuando hablaba con seriedad—. Y si eso sucede el resto de este continente caerá también. Es más: todo el mundo conocido, incluyendo el tercer continente, será esclavizado inevitablemente por Pain. Ninguno de los demás reinos tiene el poderío militar que posee este. Ninguno puede enfrentar a un ejército tan poderoso como el que ese hombre ha formado.

—¿Aliarnos con Danzo? —cuestionó Sasuke dejando claro en su tono que semejante cosa jamás entraría en sus planes. No era necesario agregar nada más, pero de todos modos lanzó una sentencia que le nació del alma—. Prefiero que el planeta entero sea destruido antes que aliarme con esa rata.

—Sabía que dirías eso, pero tienes que ser razonable —insistió Karin—. En un caso tan extremo como este se necesita toda la ayuda posible.

—Aliarnos con Danzo significaría darle la posibilidad de traicionarnos en cualquier momento. Nos emboscaría aprovechando su superioridad numérica.

—Pero ese viejo no puede ser tan irracional como para arriesgarse a eso. Si la rebelión cae él no podrá enfrentarse a Pain. Este reino será arrasado hasta convertirse en cenizas —siguió aduciendo la pelirroja—. Sería un suicidio para todos.

—¿Y tú crees que a Shimura le ha interesado alguna vez este reino o sus colonias? Nos traicionará y luego escapará a algún recóndito mientras se lleva en sus arcones todo el oro posible. Si Pain destruye este país le dará exactamente igual, de eso estoy muy seguro.

Buscando apoyo, la Uzumaki derivó su mirada hacia los ojos celestes. Durante estos días de convivencia la soldado también se había mostrado reacia a formar una alianza con el rey, pero por lo menos parecía más abierta a ello que Sasuke.

—¿Tú qué opinas, Ino?

La aludida estaba meditando con un índice en la barbilla, pero la impaciencia de Karin la sacó de su abstracción. Respiró más profundo antes de contestar.

—Tú ya sabes lo que pienso. A priori aliarnos con Danzo sería perjudicial para nosotros. En cualquier momento podría tendernos una emboscada y mandar todo lo que tiene para matarnos. Sin embargo, creo que si tomamos las precauciones necesarias entonces sí sería posible una alianza momentánea. Por el bien de este mundo no podemos descartarlo de plano, tenemos que pensarlo concienzudamente.

—Nada hay que pensar —contradijo Uchiha—. El plan de guerra continúa tal como lo esbozamos.

—Entiendo muy bien tu postura —intervino Tsunade mirando fijamente al joven general—, pero para resistir una invasión tan grande como la de Pain se necesita no sólo la ayuda del monarca, sino también la de los isleños y de todas las naciones de este continente. Si no seremos polvo.

—Me parece que ustedes están olvidando un detalle clave —avisó el joven varón—: si el líder cae, todos los demás caerán sin importar cuántos sean. Basta con matar a Pain, a esa supuesta divinidad, para que esos hombres que lo endiosan se acobarden. Y yo seré el que se encargará de él.

—Por favor no tomes esto como dudas sobre ti —anunció la miope—, pero ese sujeto es extremadamente fuerte y hábil, tanto que casi nadie se atreve a cuestionar que es un dios. Imagínate lo poderoso que es.

Sasuke dio esa sonrisa que sólo daba ante un desafío que lo motivaba. Era exactamente la misma que esbozaba cuando pensaba en derrotar a su archirrival de pelo mostaza.

—Hiere a un dios y sus adeptos dejarán de creer que es invencible. Mátalo y entrarán en pánico. Eso bastará para que los hombres de esa tremenda invasión salgan huyendo como ratas ante una serpiente.

—Me imagino que matar a un dios suena muy tentador para ti —dijo Ino colocándose en el lugar de Sasuke. Como guerrera podía entender perfectamente lo que se sentía un desafío.

—Mientras más grande sea el rival, más gloriosa será mi victoria.

—Supongo que Naruto sentirá lo mismo que tú —añadió la rubia—. También podemos contar con él si tú estás ocupado batallando contra Danzo.

—Prefiero mil veces enfrentar yo a Pain, pero es verdad que él también está disponible.

—Sólo espero que puedan derrotarlo... —dijo una pesimista Karin.

—Hablas como si ese tipo realmente fuese un dios —condenó Uchiha, retorciendo sus facciones—. Entiendo que ahora mismo estás muy afectada por lo que ha pasado, pero tu falta de fe me resulta molesta.

—Es sólo que no quiero verte morir por tu arrogancia de querer batallar solo. Desde hace siglos atrás, en el continente de ultramar, hay una profecía muy extendida que me aprendí de memoria porque rima. Dice así: «Un día llegará una divinidad que pondrá orden en el mundo corrompido por la humanidad. Castigará a todo el que se cruce en su travesía hacia la paz, pero aún más al arrogante, al criminal y al sujeto rapaz. Se nombrará como el dios del dolor y quien se le oponga cometerá el peor error. Por esa blasfemia se llenará de terror, pues conocerá el infierno y su horrible calor». —Hecha la cita, Karin no pudo evitar abrazarse a sí misma.

Entre las féminas se hizo un silencio afectado. La forma temblorosa en que la de lentes habló, les causó cierta impresión.

—¿Estás diciendo que Pain es el dios del que habla esa profecía? —cuestionó el joven general.

—Todo coincide: el término «pain» significa «dolor» en un idioma extranjero —explicó en primer lugar—. Nadie ha sido capaz de vencerlo, ni siquiera han podido hacer que derrame una gota de sangre a pesar de que lucha sin armadura ni escudo —añadió en segunda posición—. Y, como si eso no fuera suficiente, dice que ha descendido al mundo terrenal para obtener la paz. Yo me rehúso a creer que es un dios, pero, a pesar de que lo hago con todas mis fuerzas, reconozco que me genera dudas.

Karin era una mujer inteligente que no se dejaría embaucar de ningún modo. Precisamente por ello sus palabras tomaron mucha fuerza.

—Todo coincide porque él lo ha hecho coincidir. Está usando esa profecía precisamente para ganar más fanáticos, se basa en ella para que lo adoren como un dios —contrarrestó Uchiha, tan escéptico como siempre.

—Concuerdo con Sasuke —apoyó Hinata, quien hasta ahora mantuvo un atento silencio—. Pain no puede ser un dios, sólo pretende que sus aliados lo glorifiquen y que sus enemigos lo crean uno para infundirles dudas y miedo.

—Dilucidar si es una deidad o no, creo que no es lo importante ahora mismo —llamó el anciano dueño de casa a centrarse en lo más importante. Había plasmado en su voz la autoridad propia de un guerrero, dado que precisamente eso fue en sus tiempos mozos—. Tu propuesta, general —miró a Uchiha—, ¿es seguir con la guerra contra Danzo aunque Pain saque provecho de eso? ¿No crees que es demasiado peligroso?

—Lo ideal sería derrotar a las fuerzas de Danzo antes de un mes. Así podríamos prepararnos para la futura invasión.

—¿Antes de un mes? Eso es una locura —señaló Ino—. El coste de vidas sería altísimo, irreparable.

—Es verdad, Sasuke —apoyó Hinata a su amiga—. Muchas vidas se perderán por la urgencia de atacar.

—Las guerras no se ganan sin sacrificios. Sin embargo —alzó su mano antes de que alguien le replicase—, si jugamos bien nuestras cartas podemos hacerlo sin perder tantos soldados y precisamente gracias a Pain.

—¿Gracias a Pain? ¿A qué te refieres? —preguntó Tsunade alzando una ceja. Sus brazos cruzados se tensaron sobre sus pechos.

—Si Pain viene a destruir esta nación en vez de conquistarla es por culpa de Danzo, imbécil que se le ocurrió darle refugio a La Salamandra. ¿Cómo creen que reaccionará la gente cuando sepa eso? Se pondrán en su contra por inercia. Tenemos que propagar esa información como si fuese pan caliente.

Ino formó una amplia sonrisa. Enseguida habló.

—De hecho hace tres días envié a mis contactos para sembrar ese rumor por todas partes. —Lo dicho se ganó la aprobación inmediata del Uchiha mediante un asentimiento—. Eso de que Pain viene por culpa de Danzo pronto se esparcirá como el polen en primavera y, por tanto, mucha gente seguirá uniéndose a nuestra rebelión.

—No me esperaba menos de ti, Ino. —El pelinegro la felicitó explícitamente ahora—. De cierto modo ese supuesto dios, aunque sea nuestro enemigo, nos ayudará a ganar la guerra antes de lo esperado.

—¿Entonces derrotarán a Danzo en menos de un mes para prepararse contra Pain? —preguntó Karin, no muy convencida de que eso fuese factible.

—Eso haremos.

—Piénsenlo bien, chicos —aconsejó Tsunade, empleando una voz maternal a pesar de que nunca tuvo hijos—. Una guerra que se trata de ganar tan rápido puede tener muchísimas bajas que después harán falta. Ya lo dice el viejo y conocido refrán: el que todo lo quiere, todo lo pierde.

—Entiendo lo que quieres decir —dijo Sasuke, tutéandola sin ningún problema a pesar de la notoria diferencia de edad—, pero el plan está sujeto a cambios en un futuro. De momento romperemos el asedio y, según cuánta gente se nos una después, proseguiremos con la derrota rápida de Danzo o con una alianza. No me gusta nada de nada lo último, pero improvisaremos según lo que vaya sucediendo.

Tsunade quedó conforme con esa respuesta. Sasuke era muy joven y más aún para el rango de general, pero no tenía dudas de sus dones estratégicos. No en vano había ganado muchas batallas que antes de comenzar parecían perdidas.

—Por cierto —dijo Ino recordando algo crucial—, ahora que lo pienso bien la guerra será menos difícil de lo que parece en un principio. Por la importancia de Pain se me olvidó reportarte otras dos cosas muy importantes.

—¿Cuáles?

—Kisame se ha declarado neutral. Por respeto a la memoria de tu hermano no luchará contra ti. Como si fuera poco más de la mitad de su legión se ha dispersado, ya que tampoco están a favor del rey.

La mirada de Uchiha se iluminó instantáneamente. El hecho de que el tiburón no luchara facilitaría mucho las cosas.

—Eso es excelente, aunque preferiría que peleara de nuestro lado. ¿Sabes dónde se encuentra ahora mismo? Podríamos convencerlo de que se nos una cuando se le explique la amenaza que significan Pain y su invasión.

—Está inubicable. Ya sabes que no tiene casa y siempre pernocta en lugares distintos, pero ya tengo a una treintena de hombres tratando de encontrarlo. Si tenemos un poco de suerte lo harán.

—Excelente.

—La segunda noticia buena es que ahora mismo Sasori está persiguiendo a Orochimaru con muchos de sus hombres. En una de sus constantes rondas buscándonos a nosotros, se topó con tu maestro y desde entonces le está dando cacería. Y como lo odia tanto estoy segura de que no cejará hasta matarlo.

Sasuke volvió a sentirse muy satisfecho.

—Parece que el destino nos está sonriendo por fin. No existe nadie más escurridizo que Orochimaru, así que ambos pueden jugar al gato y al ratón por semanas, meses y hasta años.

A Hinata le llamó mucho la atención que Sasori odiara al alquimista, pues recordaba perfectamente que el último le había contado algunas anécdotas que vivieron juntos. Hasta parecía respetarlo. Tuvo ganas de preguntar respecto a eso que le resultaba misterioso, pero lo haría más adelante. Por ahora habían cosas más importantes que abordar.

—¿Y qué pasa con Gaara? —inquirió el hijo de Mikoto.

—Está en el fuerte del monte Escanor —contestó Ino—. No tengo más información al respecto porque las cosas están muy clandestinas por esos lados. Los soldados de Danzo están estrictamente vigilados y se les ha prohibido llevar prostitutas para calmar sus bajas pasiones. Como sabes la mayoría de mis informantes son «cariñosas» y no han podido colarse por allá. Tampoco he podido introducir espías varones. De todos modos vigilantes externos me han dicho que el asedio continuaba hasta anteayer, que Gaara y sus hombres están aguantando bien en el fuerte.

—Estoy seguro que él podrá arreglárselas. ¿Puedes conseguir más hombres para mañana?

—De hecho ya tengo listos a cuatrocientos cincuenta hombres de tu legión y a seiscientos de la mía. Mil cincuenta en total. Los otros están con Gaara o dispersos por lejanos lugares, puesto que Danzo ha dado la orden de cazarlos. De todos modos ya envié escuadrones para reunirlos a todos, así que deberíamos estar a plena capacidad en un par de semanas.

Uchiha asintió.

—Como siempre ya tienes todo previsto —dijo empleando un nuevo tono de felicitación—. Lo único que nos falta decidir es cuándo y cómo acabaremos con el asedio.

—Ya tengo un plan trazado respecto a eso.

—Dímelo.

—Al alba enviaré a un heraldo que retará a Hidan en mi nombre. Es seguro que él aceptará gustosamente, pues hace muchos años que ansía matarme con sus propias manos.

—E incluso si no desea aceptar tendrá que hacerlo igual. De lo contrario quedaría como un cobarde ante sus hombres, cosa que no puede permitirse —complementó Sasuke, comprendiendo el plan de su compañera.

La florista movió su cabeza en cómplice asentimiento.

—Una vez que yo mate a Hidan, sus hombres quedarán libres de su yugo y podrán unirse a la rebelión. Si no aceptan tendremos que exterminarlos más tarde empleando el plan B o el C.

—¿Cuáles son los planes B y C? —cuestionó una interesada Hinata. Ser guerrera también significaba aprender estrategias militares.

Ino y Sasuke pasaron a explicarle, con lujo de detalles, las dos formas más seguras de romper un asedio si Hidan no aceptaba el duelo o si sus hombres no deseaban unirse a la rebelión. No sólo se quedaron en eso sino que siguieron comentando tácticas bélicas, posibilidades de triunfo y planes de contingencia ante imprevistos.

Karin, ya agotada de escuchar temas castrenses que le eran tediosos, saldría al patio argumentando que necesitaba aire puro. Aunque a Hinata sí le interesaba seguir oyendo y aprender más, rápidamente se ofreció a acompañarla ya que su amiga pelirroja no lucía bien. Ambas se sentaron en una banqueta colgante que estaba en la terraza y, por lo menos durante una hora, conversaron de su difunto padre, de Suigetsu, de Uchiha, del amor.

—Aunque lo intenté con todas mis fuerzas, Sasuke nunca logró sentir amor por mí —dijo como conclusión a una larguísima conversación—. Me alegra que contigo sí lo esté conociendo. Se ve distinto, su mirada es diferente, luce más brillante.

Hinata guardó silencio. Al parecer era algo que todavía le dolía a Karin. Por un momento incluso llegó a pensar que le había quitado al amor de su vida, pero dejó de sentirse culpable en cuanto asimiló que Uchiha nunca le correspondió sentimentalmente. No podía responsabilizarse de algo que escapaba de sus manos.

—Ay..., yo no sé qué decirte la verdad, sólo que me da tristeza que no hayas podido ser feliz con él.

—Tranquila —se apresuró a precisar—. Al fin y al cabo el amor es así: la mayoría de las veces no termina bien. No es que me hayas robado a Sasuke ni nada de eso porque, después de todo, él nunca fue mío. Por lo menos no como yo quería. Lo importante es que ahora ustedes dos sean muy felices. —Terminó sonriendo, la honestidad del acto notándose en el brillo que también despidieron sus ojos.

—Muchas gracias por tus buenos deseos. Los aprecio mucho de verdad.

—Espero tener la misma suerte que tú y encontrar a mi media naranja.

—Sé que hallarás a alguien muy bueno porque te lo mereces.

Ella dio un amargo e inexorable suspiro.

—A decir verdad habría vendido mi alma para que ese hombre fuese Suigetsu. Qué pena que me di cuenta demasiado tarde de eso. Sé que él me habría sido un gran apoyo para afrontar la muerte de mi papá.

Siguieron hablando abiertamente con una confianza especial, Hinata cumpliendo hábilmente el trabajo de consolarla. Karin también había pasado por penurias grandes durante su vida y más con la pérdida reciente de dos seres tan queridos como su progenitor y el hombre que pudo ser el amor de su vida. Sin embargo, la de pelo azulino tenía mucha fe que, más temprano que tarde, la Uzumaki sería recompensada por la vida. Era una buena chica que se merecía aquello.

Un tanto después llegaron Ino y Sasuke, formando un curioso cuarteto que habló por un buen tiempo de diversas cosas que no tuvieron que ver con la guerra o el amor, dos temas que, aunque muy contrarios, se parecían en lo de ser peliagudos. Uchiha también participó de la conversación, aunque cuando Chícharo se le acercó se puso a jugar con él lanzándole un palo para que lo trajera de vuelta. Fue entonces, cuando el juego recién empezaba, que Ino comentaría algo respecto al can.

—Chícharo parece muy inteligente, ¿verdad?

—Sí, se nota que lo es —confirmó Hinata.

—Pues cuando recién llegué aca, hace seis días, ese sinvergüenza se me acercó disimuladamente y quiso follar mi pierna —dijo graciosamente mientras se palmoteaba la canilla que casi fue bendecida por el amor canino.

Las carcajadas estallaron tanto en Karin como en Hinata, mientras Sasuke ahora miraba al can como desconfiando de él. No quería que le hiciera lo mismo.

—Tiene buen gusto por lo menos —comentó una jocosa pelirroja.

—Y yo pensaba que era un perrito muy inteligente —agregó Hinata al tiempo que subía sus piernas encima de la banqueta sólo por si acaso.

—Lo inteligente no quita lo caliente —precisó Sasuke, desatando más risas a pesar de que ese no era su propósito.

Parlaron un poco más sobre el particular asunto y otros añadidos mientras la oscuridad empezaba a echar lentamente su manto sobre el cielo. Tras unos minutos que se hicieron cortos por el ambiente divertido, el astro rey emitió sus últimos destellos anaranjados antes de morir en el horizonte. A la siguiente mañana, como ha hecho durante incontables eones, renacería nuevamente. Ahora eran las luciérnagas estelares quienes exigían su turno para brillar. Y no tardaron en hacerlo como si compitieran las unas contra las otras.

—Bueno, chicos —dijo Karin, queriendo anunciar algo—, muchas gracias por animarme pero si me disculpan iré a la cama. La verdad es que he perdido muchas horas de sueño estos días y necesito recuperarlas.

Una vez que sólo quedaron Ino, Sasuke y Hinata, la que era una aprendiz de guerrera no pudo evitar sentir preocupación por la blonda. El día de mañana, si no llovía, enfrentaría a alguien tan peligroso como Hidan en un duelo dificilísimo. Y el cielo estaba completamente despejado de nubes, así que...

—Ino... —llamó su atención ejerciendo un semblante más serio—. No quiero cuestionar tu calidad como guerrera, y también sé que quieres vengar a tu padre con todas tus fuerzas, pero me preocupa que enfrentes a Hidan. Discúlpame, no puedo evitar sentirme así —se excusó humildemente—. ¿No crees que sería mejor aplicar el plan B enseguida?

—Agradezco tu preocupación, Hina, pero estoy segura de que ganaré sin que me haga rasguños siquiera. O, en el peor de los casos, Hidan y yo nos mataremos mutuamente —La de ojos lunares agrió su rostro ante esa realidad que quizás pudiera concretarse—. Sin embargo, dudo mucho que lo último suceda, así que no te preocupes por favor. Ese duelo es inevitable, por lo tanto lo mejor que puedes hacer es apoyarme con todas tus fuerzas para que todo salga bien.

Hinata sabía que su amiga pelirrubia tenía toda la razón. Tenía miedo por ella, pero nada sacaría con insistir. Por más difícil que le fuera trataría de no preocuparse, de darle fe a su victoria total.

—Créeme que te estaré enviando muchísima energía positiva. Hasta un amuleto me pondré. Apelaré a la magna justicia para que derrotes a Hidan sin recibir daño.

Ino consintió con un movimiento de cabeza. Luego siguió moviendo su lengua.

—Ya que tocaste ese tema, hace unos días apareció una pregunta en mi mente.

—¿Cuál?

—¿Cuál es la diferencia entre venganza y justicia?

Sasuke puso atención también y es que conocer las opiniones de su prometida siempre le resultaba interesante por lo extrañas que eran.

Hinata se masajeó ese lugar donde crecía el bigote y ensimismó su semblante. La respuesta no era fácil y menos tomando en cuenta que en su época el ojo por ojo se consideraba justicia en lugar de venganza, agregando a las torturas como un método plenamente válido para castigar. Antes de dar su parecer le dedicó toda su atención a los ojos celestes.

—Es difícil definir los límites, pero creo que a la venganza la sustenta el odio y gracias a eso pueden hacerse atrocidades más terribles que el crimen cometido. La justicia, en cambio, no se guia por el odio sino por el concepto del bien. Trata de ser más objetiva.

—Pero ambas tienen una razón de ser, una justificación válida para existir —replicó la guerrera.

—Sí, pero creo que a largo plazo la venganza envenena el alma. La justicia, por otra parte, da una tranquilidad de conciencia que la otra no puede. Eso es lo que creo yo por lo menos.

—Al fin y al cabo creo que Hinata tiene razón —opinó Sasuke—. Si miro en retrospectiva, yo no le habría hecho a los Hyuga que mataron a mi familia todo lo que les hice. Torturarlos sólo me convirtió en alguien peor que ellos. —Terminó cerrando los ojos, su talante irradiando pesar.

Se hizo un silencio sepulcral. Era un tema doloroso tanto para Hinata como para Sasuke, pero él no quiso esquivarlo esta vez. Sentía que esconder lo sucedido no era la solución sino aprender de ello.

—Sé que preguntas esto por Hidan —continuó el general ante el silencio formado, enfocando fijamente a su blonda compañera— y, como alguien que se alimentó de la venganza durante toda su vida, me gustaría darte un consejo al respecto: por mucho que odies a ese bastardo, es mejor que no desates torturas contra él. Si tienes una conciencia, esos actos tarde o temprano te dañarán y te perseguirán por el resto de tu vida del mismo modo en que ahora lo hacen conmigo.

Nuevo mutismo, aunque esta vez fue incluso más estremecedor que el anterior.

—Es complejo el tema —dijo Ino queriendo romper ese mutismo tan incómodo como granizo cayendo—, pero con tu permiso, Hinata, yo siempre he pensado que sólo alguien que haya atravesado el mismo infierno que Sasuke tiene el derecho de juzgarlo. Por ejemplo yo no perdí a toda mi familia ni me han perseguido incansablemente para darme muerte siendo apenas una niña, pero ahora mismo siento un odio tan grande contra Hidan y Danzo que soy capaz de hacerles lo peor que se pueda imaginar.

—Puedo entenderlo porque yo también lo viví —masculló la de ojos albinos tras otro silencio, aunque un poco menos tenso que el anterior—. Cuando Sasuke mató a mi primo también reaccioné de un modo visceral. Lo único que deseaba era matarlo, hacerlo sufrir. Es lógico reaccionar así cuando un dolor tan grande te acosa.

Siguieron hablando de una manera profunda e íntima acerca de la justicia, de la venganza y del perdón por aproximadamente una hora. Sería una de esas conversaciones trascendentales que ninguno de los tres podría olvidar. Luego, para destensar el ambiente, Ino derivó hábilmente el tema hacia cosas más jocosas hasta que el ánimo pudo renacer en todos. Finalmente la soldado daría paso a una despedida, pues, ya bien entrada la noche, supuso que los enamorados querrían estar un tiempo solos antes de ir al lecho.

—Bien, tórtolitos, ya me iré a dormir. Les deseo muy buenas noches. Y Sasuke, tú sabes que si Hidan no acepta el duelo tendremos que luchar, así que toma las precauciones propias de un guerrero antes de cada batalla... —Se refería a no malgastar sus fuerzas fornicando. Sonrió burlonamente y, sin esperar respuesta, se giró despidiéndose con una mano en alto.

Y es que la creencia de que el sexo afectaba el rendimiento físico hundía sus raíces en civilizaciones tan antiguas como la china, la griega o la romana. Desde entonces la mitología o la religión le conferían al semen una energía que, precisamente por su carácter extraodinario, era capaz de engendrar. Por ende su pérdida despotenciaba, por lo menos durante un par de días, la fuerza, la resistencia y la virilidad. A eso había que sumarle el desgaste propio del acto en sí, más si quien lo hacía eyaculaba tardíamente. Incluso hoy en día muchos deportistas profesionales seguían aplicando la misma regla a fin de conservar sus energías, tanto así que Muhammad Alí, el gran campeón de boxeo, aseguraba que siempre pasaba seis semanas en total abstinencia sexual antes de cualquier pelea.

—Buenas noches, Ino —se despidió Hinata sin captar el doble sentido empleado por su amiga que ya se alejaba. Seguía siendo inocente en muchas cosas.

Una vez que la arquera se perdió por la puerta, Hinata lamentaría haber perdido la oportunidad de indagar sobre algo importante.

—Ay, se me olvidó preguntarle a Ino cuántos padrinos de boda se necesitan. ¿Tú sabes si en tu nación son dos, cuatro o más?

—¿Me preguntas a mí de eso? —dijo con tono de divertida queja, puesto que jamás se le había pasado tal duda por la mente—. No tengo idea, pero supongo que con dos basta. ¿Para qué más? Uno lo escojo yo y uno lo escoges tú.

—En ese caso tú elegirás a Ino como madrina, ¿verdad?

—Sí —contestó sin necesidad de pensarlo.

—Entonces, si no te molesta, yo elegiré a Kiba como padrino. Él es mi mejor amigo.

Uchiha se abstrajo unos breves segundos.

—Respeto lo que decidas. Parece un buen tipo, alguien confiable.

—Lo es y mucho —confirmó de inmediato—. Ojalá acepte ser mi padrino de boda, significaría mucho para mí.

—De todos modos prepárate a recibir una negativa, dudo mucho que sea partidario de nuestra relación.

—Lo sé —dijo con una dosis de inevitable tristeza—, pero nada pierdo con intentarlo.

El militar movió su cabeza en asentimiento. Después lanzó una pregunta.

—Por cierto, ¿quieres casarte durante la guerra o después de que concluya?

Ensimismándose, Hinata se rascó el costado del ojo izquierdo.

—A decir verdad no lo sé aún —contestó finalmente—. Por un lado me gustaría casarme en una época de paz, pero por el otro lado me gustaría hacerlo lo antes posible porque no creo que sea conveniente esperar. No quiero sonar pesimista, pero cosas malas pueden pasar...

—¿Te preocupa mucho el duelo de Ino contra Hidan, verdad?

—También tú y Kiba me preocupan mucho. Me aterra que a ustedes tres les pueda pasar algo.

—Por mí no te preocupes, no te dejaré viuda tan joven —dijo con tono jocoso, algo que sólo la compañía de Hinata podía sonsacarle—. Ino es demasiado fuerte para morir y de eso te darás cuenta mañana cuando derrote al imbécil de Hidan. Y por Kiba no puedo hablar, pero si ya sobrevivió a una guerra tan cruenta como la anterior dudo mucho que caiga en las dos que vienen.

—Sé que siempre dirás eso para no preocuparme, pero no puedo evitar hacerlo. Las guerras siempre son terribles y nadie en ellas tiene la vida asegurada. La verdad es que me da mucho miedo que mañana Ino pueda..., ni siquiera me atrevo a decirlo...

—Ella ganará. No lo dudes —afirmó con una seguridad que ella envidió con todo su ser.

—¿Y tú?

—¿Yo qué?

Hinata tomó la diestra de él y luego hizo lo mismo con la zurda. Alzó ambas delante de los ojos negros como si quisiera mostrarle algo distinto en ellas.

—Tú siempre luces tan seguro, tan poderoso, tan invencible, pero sé que tu brazo todavía no se recupera del todo y sé que quizás nunca puedas moverlo igual que antes. Además cuando te tocó las manos tal como ahora, tu diestra suele estar tibia pero la zurda, en cambio, siempre la tienes como un hielo. No creas que no me he dado cuenta. Eso es señal de mala circulación sanguínea, de que algo sigue mal con tu brazo...

—Tener la mano fría es bueno para refrescarse cuando hace calor.

—Estoy hablando en serio, Sasuke —reprochó haciendo un puchero. Como siguiente acto las manos alzadas volvieron abajo, aunque Hinata no soltó el enlace que había formado.

—Me doy por favorecido si la temperatura resulta mi única secuela. La herida que Sai me hizo incluso pudo matarme si se me gangrenaba —le recordó que, dentro de lo malo, igualmente había tenido suerte—. Y de todos modos aún confío en que, con un poco más de tiempo, mi extremidad recupere toda su gama de movimiento.

—Ojalá así sea porque ese Pain me engendra mucho temor. Preferiría que lo enfrentara Naruto en lugar tuyo, él debe estar en mejores condiciones que tú.

—¿Crees que le dejaría a mi archirrival una batalla así de gloriosa? Ni muerto me perdería la posibilidad de combatir contra un supuesto dios.

Hinata resopló a través de sus labios tensos, mismos que por estar así terminaron provocando un involuntario silbo.

—A veces me cuesta mucho entender a los guerreros como tú. Parece que les gusta encarar a la muerte cada vez que pueden. ¿Es tan adictiva esa sensación de peligro como para poner en riesgo la vida? ¿Vale la pena?

Sasuke caminó hacia una esquina de la terraza, llevando de la mano a su amada. Observó las estrellas atentamente, cosa que siempre hacía cuando recordaba a Itachi. De algún modo mirarlas le hacía sentir que formaba una conexión con él.

—Recuerdo que una vez le hice la misma pregunta a mi hermano porque yo tampoco podía entender eso. En mi clan, para dejar de ser niño y graduarte de hombre, tenías que pasar por un ritual complicado: ir a algún lejano bosque y matar a tres osos adultos a espadazo limpio. Itachi quiso ser el Uchiha más precoz en completar esa misión, pues apenas tenía diez años cuando decidió hacerlo. Imagínate lo temerario que fue. Yo todavía no nacía, pero mi padre me contó lo emocionado que estaba antes de partir, que incluso se le veía feliz. Por lo mismo cuando regresó de una misión le pregunté algo más o menos así: «¿Por qué estabas tan emocionado por el ritual si yendo allá podías morir?». Y el me respondió: «¿Morir? Fui allá para vivir». En ese momento no lo entendí porque era demasiado pequeño, pero después supe perfectamente a qué se refería.

—Ya veo —dijo aferrando con más fuerza la gélida mano izquierda de su novio. Quería darle el calor que necesitaba traspasándole el suyo—. Supongo que el peligro de la muerte es algo que te hace sentir más vivo que nunca.

Adicción a la adrenalina se le llamaría hoy en día.

—Es el sabor de la victoria, la euforia de superar un desafío muy difícil, reírte de la mismísima muerte, lo que te hace sentir vivo. Para mí tiene cierto parecido con el sexo, ya que éste también tiene un efecto inexplicable.

—Yo no creo que llegue a sentir eso alguna vez. Yo le sigo temiendo a la muerte.

—Y no tiene nada de malo, es el instinto de supervivencia que todos tenemos insertado. Sin embargo, si de verdad quieres ser una guerrera debes hacer que tu conciencia sea más fuerte que ese instinto. De lo contrario el miedo a morir te hará huir de la batalla. Toma estas palabras como una lección: si en un combate te aferras mucho a la vida te pondrás inevitablemente nerviosa. —Le besó el dorso de una mano simplemente porque le dieron ganas de hacerlo. Entonces prosiguió animadamente—. Siempre debes tener muy presente que tarde o temprano todos perecemos porque es parte de nuestro destino, la única diferencia es la forma en que lo hacemos. Por ejemplo Marco Aurelio, emperador romano, tenía este lema: «La muerte nos sonríe a todos y tenemos que devolverle la sonrisa». ¿Sabés qué quiere decir?

—Que no se le debe temer a algo que es inevitable, ¿verdad? Tarde o temprano tendremos que vernos cara a cara con la muerte y hay que aceptarla aunque no nos guste. Si nos toca la puerta hay que invitarla a pasar porque es mejor pasar tus últimos momentos de vida sin miedo que teniéndolo.

—Excelente interpretación, aunque yo siempre agrego una frase de mi propia cepa.

—¿Cuál?

—Un guerrero no le teme a la muerte, se ríe de ella.

Hinata no olvidaría esa frase. De hecho le había gustado más que la de Marco Aurelio.

—¿Sabes? Recuerdo que antes, cuando recién te conocí, le temía muchísimo a la muerte. Ahora siento que ya no es tan así.

Era cierto. Si evocaba sus memorias de esos tiempos que parecían haber quedado tan atrás, Hinata temblaba de miedo cada vez que él le hablaba y eso era porque su negra persona representaba al dolor y a la parca combinadas.

—¿Por qué has cambiado ese sentir?

—Porque como futura guerrera yo también me reiré de la muerte.

Uchiha sonrió enseguida. Le encantó que dijera algo así con tanta determinación. La Hinata que conoció en un principio ya no era la misma que tenía enfrente. Al igual que él, ella también había cambiado radicalmente.

—Lo que sí temo es que les pase algo a ti, a Ino, a mi hermana, a Kiba... —necesitó decirlo.

—Creo que ni siquiera los guerreros podemos escapar a eso. Siempre vamos a temer más la pérdida de nuestros seres queridos que la de nuestra propia vida. Por eso muchos se rehúsan a formar vínculos y, por cierto, yo también estaba incluido en ese grupo hasta que te conocí.

—Entiendo eso. De un modo o de otro todos tratamos de evitar el sufrimiento.

Sasuke y Hinata guardaron silencio, ambos pensando en los dramas que habían vivido. La pausa se prolongó más allá de lo esperado y eso motivó a la mujer a plantear algo nuevo para que ambos pudieran distraerse un poco. Acto seguido, hizo un grácil giro de trescientos sesenta grados y entonces miró a Sasuke con unos ojos... ¿traviesos? Uchiha no era experto en leer expresiones, pero esa impresión obtuvo y la siguiente proposición de ella se lo corroboraría.

—Mi amor, ¿quieres bailar conmigo?

Él quedó abrumado por una extrañeza que se plasmó en su rostro perfectamente. Habría hecho el mismo gesto si ella le hubiese dicho que era una bruja a la cual le encantaba hacer aquelarres.

—¿Bailar sin música? —cuestionó a ceño apretado.

—Puedo tararear una.

El soldado no se vio nada convencido.

—¿Y por qué quieres hacerlo?

—Porque bailar en una boda es algo tradicional —contestó con una pequeña sonrisa—. Y yo quiero hacerlo en la mía. Tengo que practicar y, además, creo que me servirá para relajarme y subir mi ánimo. Quizás tú ya estás acostumbrado a las batallas, pero yo estoy muy tensa por la que Ino tendrá mañana.

—Yo no sé bailar —dijo finalmente.

—¿No sabes? —preguntó muy sorprendida.

—Sólo me destaco como guerrero, así que lo único que sé es matar.

A la fémina le fue triste escuchar eso. Volvió a recordar que casi toda su vida estuvo basada en quitar vidas.

—Eso no es cierto —quiso replicar—, también tienes otras virtudes.

—¿Como cuáles? —preguntó dándole una mirada más interesada.

—Eres muy inteligente —dijo lo primero que le llegó a la mente.

—Nombraste sólo una, eso prueba que estoy en lo cierto.

—No me dejaste terminar —riñó—. También eres muy resiliente, valiente, esforzado...

—Esas son cualidades inherentes a la profesión de guerrero —insistió tan tozudo como siempre.

—También eres culto y tienes pasta de maestro porque explicas muy bien tus ideas. Esas no son cualidades propias de un guerrero, porque, sin querer ofender, suelen ser bastante rústicos. Como si fuera poco también sabes dibujar. ¿Recuerdas la guía de esgrima que me hiciste? Te quedó excelente.

—En todo caso a mí todo me queda excelente —volvió a su presuntuosidad habitual—. Gracias por nombrar mis virtudes, eso hace que mi ego suba aún más.

—Ay..., sólo querías escucharlas de mi boca, tramposo. Y yo que lo hacía para animarte, para que te dieras cuenta que matar no es tu único talento —terminó formando un puchero.

Sasuke sonrió.

—Aun así —continuó ella— me gustaría ver si sus dotes para el baile también son excelentes, señor egocéntrico.

—No quiero.

—¿Por qué?

—¿Qué tiene de extraño? Soy un guerrero, no un bailarín.

—Por eso mismo bailemos —dijo agarrándolo del brazo derecho con gran efusividad. Quería llevarlo hacia el centro del patio, cerca del montículo en que ahora Chícharo estaba descansando—. Yo te ayudaré a desarrollar un nuevo talento. Además me agrada poder enseñarte algo, hasta ahora casi siempre ha sido al revés.

—Justo me empezó a doler mi brazo lesionado. —Puso otra excusa mientras se lo agarraba con fingido sufrimiento, esta vez sonando mucho menos serio que antes. Había sido una broma al estilo de Sasuke.

—Vamos, no seas mentiroso. Hazlo por mí, ¿sí? Aunque no lo creas esto significa mucho para mí.

Sasuke bufó. Luego suspiró.

—Poniendo esos ojos de corderita es difícil decirte que no.

Hinata dio un chillido de emoción al tiempo que levantaba los brazos como si estuviese celebrando algo muy importante. Su sonrisa destellaba y eso hizo que Uchiha no se arrepintiera de aceptar. Aun así, echó una mirada para asegurarse de que los inquilinos del hogar no lo estuviesen observando por alguna ventana, quedando satisfecho cuando concluyó su acción. No es que fuera alguien vergonzoso, pero que Sasuke Uchiha no hiciera algo bien, y que además hubieran testigos de ello, le era tan inconcebible como inaceptable.

La dulce fémina tomó la mano derecha de Uchiha y, sonrojándose un poco, la puso alrededor de su estrecha cintura. Entonces colocó la diestra suya en el hombro de él y su otra mano, la zurda, en la cintura masculina.

—Se supone que el hombre guía a la mujer, pero esta vez seré yo quien te guíe. Sólo sigue mis pasos y verás que no es algo difícil.

Ella siguió explicándole cosas para después, ansiosamente expectante, no demorar en tararear una canción de salón. Él, ojos fijos en los pies femeninos, empezó a seguirla de una manera asombrosa para un principiante.

Cuando llegó un momento en que su musa se apegó más a él, Sasuke consiguió olfatear retazos del champú con extractos de miel y frutas que le había regalado Ino. Entonces se inclinó para quedarle a la altura del cuello, esta vez aspirando el aroma de esa blanca piel hasta inflar su pecho al tope. Luego soltó el aire ya entibiado por sus pulmones justo donde el cuello y el hombro de Hinata se unían. De repente, él se irguió de nuevo y ya no hubieron más pasos. Se les olvidó seguir bailando y, a cambio, recordaron cuánto les gustaba mirarse a los ojos el uno al otro para después unir sus bocas de un modo delicioso. Asimismo, una vez más el varón le notó sus mejillas a medio enrojecer, disfrutando de esa seductora timidez que su musa solía desprender.

Haciendo un esfuerzo, Hinata volvió a mover sus pies o nada podría enseñarle. Sabía que si caía bajo el influjo del atractivo masculino, el hecho de besarlo sería lo más inocente que haría esa noche y un principio irrefrenable para todo lo demás. Se concentró en darle más instrucciones, intercalándolas con el tarareo de la dulce y pausada melodía. Uchiha puso en práctica lo dicho, esgrimiendo una destreza asombrosa tomando en cuenta que era un principiante. Nada raro en todo caso, pues ser un guerrero significaba tener una alta inteligencia corporal, implicando una perfecta coordinación de cada uno de sus movimientos. En un dos por tres Sasuke ya bailaba como si lo hubiese hecho durante toda su vida. No era una danza complicada en todo caso, mas a Hinata no dejó de asombrarla lo rápido que había captado tanto los pasos como el ritmo.

Al cabo de seis minutos el tarareo terminó y por ende el baile también.

—¡Lo hiciste muy bien, Sasuke! —felicitó emocionada.

—Es lógico, soy Sasuke Uchiha y todo lo que me propongo lo hago a la perfección —alardeó su altiveza habitual—. Además no es la primera vez que veo a alguien bailando así, por lo cual ya tenía una idea aproximada de qué hacer.

Ella asintió.

—Esta tonada es para gente de alcurnia, pero hay otra que, a pesar de que mi padre decía que era de mal gusto y propia de los pobres, me gustaba mucho.

—Pues bailemos esa también.

—¿De verdad? ¿No te molesta que sea de gente humilde?

—¿Cómo me va a molestar? Recuerda que, después de vivir andando por los bosques vistiendo harapos y comiendo alimañas, sé perfectamente no sólo lo que es la pobreza sino también la miseria extrema.

—Ay, tienes mucha razón. Es sólo que tu porte orgulloso y aristocrático me hace olvidar que también pasaste por eso. Perdona.

—No te preocupes, amor. —Le acarició una mejilla con la mano que solía estar tibia—. Sigamos bailando.

A Hinata le gustó mucho esa nueva disposición, tan solícita que hasta estaba tomando la iniciativa cuando antes se rehusaba de plano. Al parecer le había gustado mucho danzar con ella y eso la alegró bastante.

—Este baile es más complicado porque es más movido —anunció mientras lo tomaba de las manos otra vez—. ¿Te sientes preparado?

—Por supuesto.

Así pasaron otros minutos practicando como maestra y alumno, con Hinata muy conforme con la habilidad de Sasuke. En esta ocasión no lo hizo tan bien como antes, pero de todos modos seguía estando a un gran nivel para un novato.

De repente, en cuanto el rápido ritmo tarareado hizo una transición hacia la lentitud, Sasuke sintió unas tremendas ganas de tocarla lujuriosamente, de desviar las manos desde su menuda cintura hacia los glúteos, pero, al igual que ella anteriormente, sabía que si lo hacía difícilmente podría detenerse, algo que de seguro le pasaría la cuenta el día de mañana. Por eso siguió moviéndose junto a ella por ese inusual salón de baile conformado por tierra en lugar de tablas y por animales de granja en vez de público. Aun así, los dos sentían que ninguna felicidad podría compararse a esta.

—Aprendes muy rápido, a este paso pronto bailarás mejor que yo —dijo ella al concluir la segunda tonada, mirándolo felizmente.

—La verdad siempre pensé que esto era una tontería sin gracia, pero me gustó mucho hacerlo contigo.

—¿De verdad?

Él confirmó asintiendo.

—Me alegra mucho oír eso. —Hinata sonrió grandemente—. A mí me enseñó mi institutriz. Uno de los deberes de una dama es saber bailar para lucirse en los grandes eventos.

—Pues tu sola presencia basta para lucirte porque eres demasiado hermosa, Hinata. Y cuando sonríes así lo eres todavía más.

—Ay, no digas eso... Me cohíbes... —musitó haciendo que su mirada se desviara hacia al lado y en dirección al suelo. A pesar de la nueva compenetración que había logrado su relación, todavía no se acostumbraba a que Sasuke le dijera cosas tan bonitas.

—Es más —continuó él—: eres tan bella que a veces temo que esté soñando, que un día despertaré y que volveré a estar solo otra vez... —Más que un halago, esta vez fue una íntima confesión.

—Eso jamás pasará —aseguró mientras se ponía de puntillas, aminorando los diecinueve centímetros de diferencia que había entre sus alturas—. Estaré a tu lado hasta el fin de los tiempos —concluyó tomándolo de las mejillas.

Es ella, entonces, la que lo besa con todo lo que su enamorada alma podía entregar. Las codiciosas lenguas degustaron, una y otra vez, el sabor de la gloria representada en los labios del demonio redimido y de la ángel redentora. Y, pese a la pasión que los consumía, se mordisquearon con una suavidad que sólo el afecto de cuidar al otro lograba conseguir.

Muy pronto las almas de ambos empezaron a flotar sobre la marea del deseo, queriendo desnudarse ahí mismo, delante de los animales, para revelarles aquello que iba más allá del sexo, mostrarles que existía un privilegio que sólo los seres humanos podían tener: el de ahuyentar a los corazones marchitos por el dolor y renovarlos en grata felicidad, el de destruir a la soledad de la mano del otro, el de decirse «te amo» una y otra vez hasta que la lengua se les trabara...

El de, simple y llanamente, hacer el amor.

Aunque, a pesar de todo lo anterior, sí existía algo que ambos podrían envidiar de los animales: estar sin ropa por toda una vida. Así podrían admirar eternamente el bello cuerpo del otro.

—Oh, Hinata... —musitó a un centímetro de la boca de ella, exhalando a través de su tono el calor que ya lo atravesaba—. Me gustaría tanto hacerte el amor aquí mismo, pero no es recomendable...

—¿Por qué no lo es? —Reaccionó al tiempo que abría sus ojos perlados dando un par de pestañeos. Extrañada, enfocó a quien amaba mientras se mordía el labio inferior, reemplazando de ese modo los deliciosos mordiscos que él le daba sólo unos segundos antes.

—Porque te quita energía, misma que puedo necesitar mañana si el maldito de Hidan no acepta el duelo.

—Oh..., lo entiendo —dijo jadeando, su respiración alterada exhibiendo lo excitada que ya estaba—. Es un desgaste físico después de todo.

—Exactamente —reafirmó a la vez que alejaba su cuerpo unos centímetros de la preciosa tentación que tenía enfrente.

—Lo comprendo a la perfección, pero la verdad me pones muy... caliente —dijo derechamente, sin amortiguar ese término cambiándolo por uno más sutil—. No sé qué me pasa contigo o qué hechizo me lanzaste, pero es así —terminó sonriendo, resignada.

—Tenemos demasiada química. Por eso mismo creo que tendremos como veinte hijos —bromeó como jamás lo hacía antes, dado que Hinata lo motivaba a dejar su habitual seriedad de lado. Con ella era, simple y llanamente, el verdadero Uchiha Sasuke.

—¿Veinte hijos? ¿No quieres cincuenta mejor? —Cargó de ironía su respuesta, cosa de la que Sasuke se sintió orgulloso. Era más que seguro que ese tipo de contestaciones las había aprendido de él.

—Recuerda que debo restaurar mi clan y para eso necesito muchos hijos. Tienen que ser mínimo diez, con esa cantidad podré conformarme.

Ella ensanchó sus ojos inmediatamente, el asombro haciéndola suya.

—¿Crees que soy una coneja? ¿O acaso quieres matarme? —Cerró su pregunta formando un expresivo puchero.

Él sonrió para luego darle un beso mucho más tierno que los anteriores. Después le dijo:

—Si este mundo fuera justo tú vivirías eternamente. Ningún ser humano merece la inmortalidad excepto tú, Hinata —dijo mientras le acariciaba el rostro.

—Qué lindo que me consideres de esa forma —dijo tras superar a la ternura que la invadió—. Muchas gracias.

—Ahora que lo pienso..., quizá por esa razón Orochimaru quería hacerte inmortal... —agregó ese humor negro del que hacía gala de tanto en tanto.

—Amor... —dijo con tono de reproche mientras se cruzaba de brazos.

Él le dio un nuevo beso que ella tardó un poco en corresponder, pero que al final lo hizo incluso con más ganas que él. Luego dieron un paseo por toda la granja tomados de la mano y conversando trivialidades, hasta que Hinata tuvo la imperiosa necesidad de abordar un tema que Uchiha tomaría de una forma reacia. Estaba segura de ello.

—Sasuke... —El aludido supo que su musa lanzaría una pregunta, pues aquel tono, tan reconocible ya para él, siempre lo usaba cuando haría una—. ¿Yo también podré ir mañana, verdad?

—Ni demente te dejaría.

—Te juro que estaría a una distancia prudente siempre. Sé que no me dejarás participar ni siquiera como arquera, pero me gustaría mucho presenciar el duelo de Ino con Hidan. Sé que aprendería mucho viéndola.

—Reconozco que es un argumento muy convincente. Aun así te doy un rotundo no.

—¿Pero por qué? Te prometo que me quedaré muy lejos —insistió mientras se mordía una uña sin darse cuenta de que lo hacía—. Si Hidan acepta el duelo no debería haber peligro, ¿verdad?

—Sí, pero podría suceder cualquier imprevisto: un ataque de sus pelotones, una retirada forzosa de los nuestros, etcétera, etcétera. Por nada del mundo dejaré que corras peligro.

—Pero tengo piernas, puedo correr para huir.

—¿Le ganarías la carrera a un caballo?

Hinata mostró su decepción a través de una mueca.

—No me pasará nada, Sasuke, de verdad. Quiero ver la pelea de Ino y apoyarla antes de que luche con Hidan. Por favor no me niegues eso...

Uchiha no contestó enseguida como venía haciéndolo hasta ahora. Hinata creyó que sus últimas palabras habían ablandado a su hombre, pero nada más lejos de la verdad: le volvió a dar una contestación negativa.

—Pero, amor...

—Es por tu propio bien, Hinata. Como tu futuro esposo mi deber es cuidarte.

—¿Entonces para qué entreno? Si ni siquiera puedo mirar un duelo de nada me servirá ser una guerrera.

—El punto es que todavía te falta mucho para ser una. Está bien que le hayas ganado a Hanabi, pero no dejes que se te suban los humos a la cabeza.

—A veces me enojas mucho, ¿sabes?

—Lo lamento, pero no voy a cambiar de decisión.

—Pero trata de ponerte en mi posición también. ¿Cómo crees que me sentiré esperando aquí sin saber nada de lo que pasa? Me dará un colapso nervioso y no estoy bromeando.

—Por más buenos que sean tus argumentos no me convencerás.

—Eres malo. Si yo estuviera en tu lugar sí te permitiría ir. Yo haría lo que fuera por ti.

—¿Ah, sí? —Cargó de incredulidad su semblante—. Hagamos sexo anal ahora mismo entonces. Déjame sodomizarte. —La desafió mirándola con ojos maldadosos.

—Ay... —La interjección dejó claro que Sasuke la había tomado totalmente por sorpresa—. Haría lo que fuera por ti menos eso... —Tuvo que corregirse obligatoriamente tras varios segundos.

—Jaque mate.

—Uy..., ¿por qué eres así? Sabes que el coito anal me da miedo.

—¿Y eso por qué? —preguntó tratándole de dar un matiz inocente a sus facciones, algo que en él resultaba imposible.

—Mira, si no tuvieras eso tan grande —le indicó la entrepierna— no me asustaría hacerlo. La culpa es tuya.

—Pero te metería sólo la puntita.

—No seas mentiroso —espetó mientras lo regañaba entornando los ojos—. No caeré en ese truco dos veces —añadió mientras negaba efusivamente con su cabeza.

—Se me hacen muy divertidas tus reacciones ante la sola idea de hacerlo —dijo sonriendo como muy pocas veces lo hacía, una prueba fehaciente de lo recién dicho.

Hinata no podía negar que le gustó mucho verlo así. No sabía si se debía por su escasez, mas le parecía que la sonrisa del Uchiha era la más bella que había visto en su vida. A su juicio la única que podía luchar por comparársele era la de Naruto y aun así no lo conseguiría.

—Muy gracioso te será, pero no deberías chantajearme con eso —replicó ella, retomando el vigor que esa alegría le estaba anulando—. Quizá para ti sea un juego mi petición de estar allí, pero para mí es algo muy importante.

—Quizá para ti sea un juego mi petición de darte de modo anal, pero para mí también es algo muy importante —le devolvió las mismas palabras con un tono que Hinata interpretó como travieso—. La importancia de algo varía según cada persona.

—¿Por qué eres así de peleonero...?

—Así nací.

—¿Pero de verdad estás supeditando mi presencia en el duelo de Ino a mi aceptación del sexo anal? ¿No te parece absurdo?

—¿Qué tiene de absurdo? Quiero hacerte mía de todas las formas posibles y tarde o temprano toda pareja tiene que hablar de sus filias. De hecho, mientras antes sea mejor. Además la oscuridad la llevo en la sangre, así que, ¿por qué no podría chantajearte con eso?

—Porque no deberías ser así conmigo... —dijo mientras movía su índice de un lado a otro en señal de negación—. Tú sabes que cualquier cosa por ti la haría encantada, pero justamente eso me da miedo...

—Y a mí también me da miedo que te pase algo en la batalla. Me da miedo perderte, Hinata, y por eso te quedarás aquí para mantenerte sana y salva como debe ser.

—¿Y si te dijera que estoy dispuesta a que me sodomices?

—Te diría que es buena idea, que precisamente a veces hay que ceder para ganar... —dijo con un brillo en los ojos.

Ella aspiró y espiró sonoramente. Su semblante exhibía el sabor de la derrota.

—Te propongo algo entonces: si me permites ir a lo mejor dejo que me hagas sexo anal para tu cumpleaños...

—¿A lo mejor?

—Está bien: dejaré que me lo hagas para tu cumpleaños —corrigió lo dicho—. Ese será mi regalo para ti, pero con una condición ineludible: tienes que prometerme que lo harás muy suave, gentil y delicado. Y que si no me gusta, nunca más me lo harás. ¿De acuerdo?

Uchiha se tomó el mentón, pensativo.

—No es mala tu propuesta, la desventaja es que para mi cumpleaños falta mucho todavía.

—Pero lo haríamos. Eso es mejor que nada, ¿no crees?

—Un ser tan inocente como tú no debería ponerle condiciones a quien ama.

—Pues tú ya me has quitado la inocencia. —Se rio inevitablemente, Sasuke contagiándose también—. Además sabes que soy tuya, pero el sexo anal me da nervios —dijo mientras entrechocaba sus índices—. Con ese grandor que tienes difícilmente podría gustarme y, en tal caso, estás sugiriendo que una mujer no es más que un recipiente para complacer al hombre, que cualquier cavidad vale para eso.

—Es que no sería sólo para satisfacerme a mí, créeme que te lo haría de una forma en que a ti también te gustará. ¿Confías en mí, verdad?

—Sabes que sí, pero igual me da susto... —dijo mientras se abrazaba significativamente a él, colocando, además, su cabeza en el robusto pecho.

Uchiha le besó la parte más alta de su cabeza y, poco después, su siguiente respuesta destellaría una comprensión poco común en él.

—Te falta ser más valiente, amor —dijo de forma amena—, pero está bien: si tanto resquemor te genera eso lo entiendo, así que no es necesario que me des ese fascinante regalo de cumpleaños. Si un día lo hacemos será porque tú también lo deseas.

Ella se separó a fin de mirar sus negros luceros.

—¿Pero eso significa que no podré estar presente en el duelo de Ino, verdad?

—Te equivocas: aunque me hayas puesto una condición, valoro mucho tu acto de ceder y por eso mismo te premiaré dejándote ir al campo de batalla.

—¿De verdad me lo dices? —Sus pupilas, los iris, el ojo en sí, chispeó brillante ilusión.

—Así es —confirmó enseguida—, pero estarás bajo mi supervisión total. Haz caso sin chistar a cualquier cosa que te diga, aunque ésta sea regresar aquí. Te quiero totalmente sumisa a mis órdenes o a las de Ino, ¿de acuerdo?

—¡Muchas gracias, mi amor! —Se abrazó a Sasuke con tanta fuerza que él llegó a pensar que su novia tenía cuatro brazos en vez de dos.

—De todos modos sé que un día te meteré la puntita por lo menos, así que vete preparando.

Hyuga, ya muy contenta por lograr ir, no alegó nada de nada. De hecho hasta sonrió. Entretanto, él le acarició su lacio cabello azulino para después darle un nuevo y llameante beso.

—No sé cómo lo haces, Hinata, pero me siento muy cómodo contigo —comentó incendiado de fulgurante emoción apenas la unión de labios concluyó—. Me encanta estar a tu lado y así será por siempre porque eres la mujer de mi vida,la persona más especial y significativa que existe para mí.

Abochornada y con el color del rubí recorriendo cada milímetro de sus facciones, deshizo el abrazo y necesitó empezar a jugar con sus índices por delante de su cara. Tardó un poco en concluir ese gesto que hacía cuando mucha timidez la agobiaba.

—Yo tampoco sé cómo lo haces, pero ya no puedo concebir mi vida sin ti. —Muy conmovida, lo tomó de las manos antes de arrojar su alma entera a través de los labios—. Te amo muchísimo, Sasuke Uchiha.

—Y yo a ti, pequeña.

Hinata apegó su oído al fornido pecho y auscultó ese corazón indomable a ver cuánta intensidad tenían sus palpitaciones. Éstas prácticamente le golpearon la oreja. «Seguramente el mío también late así», dedujo certeramente.

Y, de no ser porque había que guardar energías para mañana, ambos se habrían vuelto uno como para demostrarle al destino que no importaba que tratara de alejarlos mil veces más, nunca podría derrotar a tan fuerte sentimiento que los recorría. A partir de ahora sólo una cosa podría separar a Sasuke y Hinata: la muerte.


El plan A se había aplicado a la perfección: a través del emisario que había enviado Ino, Hidan no vaciló en aceptar rápidamente el duelo, segurísimo de que destriparía a esa blonda deslenguada. Gracias a su arrogancia acudiría sin demora al lugar citado, trayendo, además, a la mitad de su legión como testigos de su inminente victoria.

El resto quedaba en las manos de Ino. Su victoria o su derrota en esta difícil misión determinarían si el asedio se rompía con muchas víctimas o con ninguna. Ahora mismo el curso de la guerra dependía de sus katanas.

—Ino, ¿estás segura de esto? —preguntó Hinata mientras la veía elongar a modo de precalentamiento.

—No te preocupes porque ganaré y conseguiré mi anhelada venganza. Y si por desgracia llegase a morir, juro que llevaré a Hidan conmigo al otro mundo.

La del clan Hyuga bajó su cabeza. Sabía que las cosas debían ser de esa forma, que el honor del guerrero obligaba a enfrentar situaciones así, pero sentir miedo por ella antes de la batalla le era inevitable. Desde un inicio habían congeniado de una manera tremenda, se hicieron las mejores amigas y se complementaban a la perfección con una química pocas veces vista. Por ello, la sola idea de que pudiese morir le escocía los ojos de esa forma en que solían anunciarse las lágrimas. Las contuvo a fuerza de voluntad.

—Nadie puede evitar ese combate, Hinata —le dijo su novio esta vez—. El orgullo de Ino y el honor de su padre están en juego, así que nada obtendrás tratando de detener este duelo. Ni siquiera interviniendo yo podría parar lo inevitable. Por si fuera poco, esta rivalidad entre ella y Hidan está escrita desde que ingresó a las FE muchos años atrás.

—Yo no podría haberlo expresado mejor —consintió la aludida las palabras de su superior.

—Entiendo... —aceptó Hinata—, pero por lo menos me gustaría pedirte algo antes de que luches.

—Dime.

—Señorita Ino —volvió a llamarla de ese modo porque lo siguiente necesitaba formalidad—, anoche hablamos esto con Sasuke y, si no le molesta, nos gustaría pedirle que sea nuestra madrina de matrimonio. Y más adelante, también nos encantaría que fuese la madrina de nuestros hijos.

La primera reacción de Ino fue despegar sus labios como si estuviese a punto de comer. Y paulatinamente, a través de los segundos que avanzaban, una emocionada sonrisa fue apoderándose de su faz.

—¿En serio? —musitó a duras apenas, pues la impresión le había quitado la voz—. Es un tremendo honor el que me están dando. No sé si yo pueda estar a la altura.

—Por supuesto que lo estarás —habló el pelinegro varón—. Nadie más que tú merece ser la madrina de nuestra boda.

Una sonrisa de oreja a oreja surgió en la Yamanaka.

—Pues ahora con mayor razón tendré que sobrevivir al duelo con Hidan. ¡Por supuesto que me encantará ser vuestra madrina!

Ambas féminas se abrazaron con una fuerza que sirvió para destensar los nervios previos al combate. Entretanto Sasuke, fiel a su estilo más sobrio, intercambió una profunda mirada con su gran amiga. No necesitaba más efusividad para expresarle cuánto la respetaba y apreciaba.

—Por cierto, Hina, ¿me puedes hacer un favor?

—Pero por supuesto.

Desde uno de los bolsillos de su chaqueta, Ino extrajo una bolsita de felpa que guardaba una flor. La abrió y entonces Hinata la reconoció como una rozagante violeta. Lucía el mismo frescor que su corto y verde tallo, por lo cual adivinó que la soldado debió cortarla apenas rayó el alba.

—¿Verdad que es bonita y aromática? —preguntó la florista mientras se la ofrecía a su amiga Hyuga. Ésta, por inercia, la llevó hacia su nariz y disfrutó enormemente de su dulce perfume.

—Sí, es una maravilla de la naturaleza —contestó extasiada.

—¿Me la puedes poner en el pelo por favor?

—Claro que sí, ¿pero por qué?

—El símbolo del clan Yamanaka es una flor que se llama «Lespedeza violácea», pero no tengo ninguna a mano porque son raras de hallar por aquí. Por eso mismo utilizaré esta linda violeta como reemplazo.

—Oh, lo entiendo perfectamente.

La de ojos perlados comenzó a torcer el tallo a fin de que pudiese engancharse de una manera más firme. Un lapso después terminó de arreglar a su amiga, dejando la reluciente flor en el lado izquierdo de su cabeza. La brillante intensidad del color violeta destacaba sobre los claros cabellos platinados.

—Muchas gracias, Hina. —Le dedicó una linda sonrisa para luego tomarla cariñosamente de las manos—. Envíame todas tus vibras positivas para poder derrotar a Hidan.

—Así lo haré, Ino —dijo con la voz tiritona. Deseaba evitarlo, pero le era imposible no estar preocupada.

—Hoy le dedicaré mi victoria a mi padre —aseveró mirando hacia ese lugar que tenía el mismo color de sus ojos—. Sin embargo..., Hinata, Sasuke —destinó su vista a ellos—, si por alguna razón me pasa algo...

—No lo digas por favor, no lo digas —pidió la Hyuga, quien no demoró siquiera un segundo en angustiarse hasta la raíz de su ser.

—Hidan caerá hoy, eso te lo aseguro, pero también existe la posibilidad de que podamos matarnos mutuamente. Sasuke —le echó una firme mirada antes de proseguir—, si ese es el caso tú serás el encargado de cobrar mi venganza contra Danzo.

El pelinegro general asintió y un par de segundos después le puso las manos en los hombros. Sus miradas fluyeron del uno hacia el otro con especial cercanía.

—Pero tú no vas a morir hoy, Ino, vas a ver que ni siquiera recibirás un rasguño. Tu padre te enseñó muy bien y, como si fuese poco, tu entrenamiento fue completado por mí. Eres perfectamente capaz de vencer a todos los FE, incluyendo a ese imbécil que se cree inmortal.

—Gracias por tenerme tanta fe.

—Recuerda que Hidan es un puerco, Sasori una hiena, Deidara una víbora, y Danzo una rata. Y tú serás la que empezará nuestra particular cacería.

—Pues el puerco ya está muerto, nomás no le han avisado —aseveró cantando alegremente.

Él sonrió.

—Sólo déjame darte un último consejo, amiga mía: ni se te ocurra hacer caso a las provocaciones de Hidan, así use a tu padre para lograrlo debes mantenerte fría. Tampoco dejes que el odio te consuma porque sé esto mejor que nadie: una vez que caes en su red es demasiado difícil salir. Haz que la justicia sea más fuerte que la venganza.

—¿Que la justicia sea más fuerte que la venganza? ¿Te refieres a lo que hablamos anoche?

—Lo entenderás luchando contra Hidan.

Ella ensimismó su celeste mirada durante cuatro segundos.

—Tienes razón —aprobó lo dicho por él—. En el campo de batalla descubriré la verdad.

Ahora fue el turno de él para asentir. Sacó sus manos de los hombros de su única y mejor amiga, esa compañera que lo acompañó en tantas batallas. Entonces con un semblante muy solemne, le dijo:

—Florece en el campo de batalla y alarga tus pétalos hasta tocar la victoria.

Esta vez ella sonrió plena de confianza.

—Eso haré.

—Muchísima suerte, Ino. —Hinata se abalanzó sobre ella y, presintiendo que algo malo sucedería, la abrazó con una fuerza inusitada—. Muchas gracias por todo, no sabes cuánto te agradezco por todo lo buena que has sido conmigo —le dijo apegando su boca al oído.

—Gracias a ti, Hina, conocer a alguien tan noble como tú hizo que mi visión negativa del mundo cambiara. Te quiero mucho. —Le sonrió por medio de sus zafiros oculares.

Estrecharon aún más el abrazo, mismo que se comparaba al de dos íntimas amigas que habían compartido un sinfín de momentos desde la infancia. El fuero interno de Hinata le avisó que esta podía ser una despedida definitiva y, por ello, apenas logró contener las lágrimas mientras la garganta se le apretaba.

Tan solo unos segundos después, Hidan y su comitiva llegaban al lugar. Él sonreía de oreja a oreja gracias a la total seguridad de que su triunfo sería tan aplastante como humillante. Por fin podría matar a esa perra que tantas ofensas le hizo al sagrado Jashin.

A la llegada de su enemigo, Ino empleó un solo talón para girar todo su cuerpo y entonces tocó cada una de sus armas: las dos katanas que se sostenían desde el cinto, las otras dos que llevaba cruzadas sobre su espalda, un puñal en cada pierna y por último el que estaba en el cinturón. Hecho esto caminó hacia el lugar en que se desarrollaría el combate: una planicie de tierra desteñida y compacta que no tenía pasto ni piedras que pudieran obstruir el paso. Eso sólo ensuciaría el arte de la esgrima. Por fin el maldito que había asesinado a su padre pagaría por ello.

A cada pisada que daba la pelirrubia, más se incrementaba el mal presagio que surgía dentro del pecho de Hinata. Trataba de contener ese pesimista sentir, de verdad que lo hacía, pero hasta ahora sus corazonadas siempre habían acertado. Cuando se sentía así de inquieta siempre sucedía algo malo y su cuerpo, sabiendo aquello, empezó a temblar casi como si estuviese desabrigada en Siberia. Uchiha, notando aquello de reojo, la abrazó con una mano a fin de que sus nervios mermaran. Consiguió su propósito a medias, mas, decidido a sacarla de esa dinámica, intentaría distraerla a través de un importante encargo.

—Hinata, quiero que pongas mucha atención a los esquives, guardias y transiciones de Ino. Aprende de ella porque la suya es la mejor forma en que una mujer puede combatir contra un hombre. Será difícil que vuelvas a ver un combate tan extraordinario como este.

—No sé si mi mente pueda estar concentrada en eso. La verdad es que estoy muy preocupada por Ino. —Su rostro se agrió de una forma que al Uchiha no se le olvidaría.

—Entiendo eso, pero preocupándote no consigues absolutamente nada. Lo mismo se aplica en la batalla. En estos casos tienes que ser pragmática, no emocional.

—Lo sé, pero ver una lucha es más difícil que tenerla. Cuando combates sólo piensas en la victoria, no tienes tiempo ni de sentir los nervios y eso lo supe por el duelo que tuve con Hanabi. En cambio ahora tengo mucho miedo por Ino.

—No la ofendas así, confía en ella como lo hago yo. Debemos tenerle fe a su gran habilidad, ella se merece que creamos plenamente en su victoria.

Hinata asintió más por compromiso que por convicción. Luego, contra el costado de su propio muslo, restregó los dedos de la mano que Sasuke no tenía tomada. Sabía que debía hacerle caso a su hombre y entregarse a la habilidad de Ino ciegamente, pero la verdad era que podía percibir en los ojos de su amado que él tampoco estaba del todo tranquilo...

Yamanaka y Hidan caminaron hasta quedar frente a frente, ambos a tan solo ocho metros uno del otro. Él sonreía confiadamente.

—Rata de dos patas, escoria de la vida, adefesio mal hecho... Por fin ha llegado la hora de que pagues por todas tus ofensas al gran Jashin.

—¿Pagar por mis ofensas? —cuestionó con una de sus clásicas sonrisas hirientes—. Todo lo contrario: al matarte demostraré que tu dios vale lo mismo que la caca.

—Atea insolente, siempre fuiste igual de soberbia. Por eso te castigaré no sólo en nombre del gran Jashin, sino también por no haber aceptado el destino que le corresponde a toda mujer: la sumisión total al hombre.

—Bla, bla, bla... —Se mofó mientras con su diestra simulaba el gesto de una boca hablando sin parar—. Al menos deberías disimular tu estupidez manteniéndote callado.

—Tan irritante como siempre, pero pronto estarás a mi merced. De hecho soy tan generoso que una vez derrotada te daré la opción de elegir: ¿antes de morir prefieres que te viole o que te torture?

—Y tú dime qué prefieres que te corte primero: ¿tus diminutos huevos o tus tres centímetros de verga?

Hidan sonrió mientras movía su cabeza en señal de negación, como dando a entender que sentía lástima por quien tenía enfrente.

—Siempre fuiste igual, perrita. Arrogante porque sabías que Sasuke te cubría las espaldas, orgullosa porque sabías que estabas protegida por él, pero ahora mismo demostraré que sin tu dueño eres la nada misma, sólo una simple mujerzuela que nunca estuvo a la altura para pertenecer a las FE.

—Sí, sí; sigue parloteando. A los tipos como tú se les va la fuerza por la boca.

—Vamos, ¿de verdad piensas que puedes hacer algo con tus escuálidos bracitos? —Muy animado, contrajo sus musculosos bíceps para dejar muy clara la gran diferencia física que había entre ambos. Los hombres de la Legión Calavera, la liderada por Hidan, se rieron estrepitosamente.

—Pues estos bracitos escuálidos muy pronto te abrirán el estómago y verán qué almorzaste.

Hidan rio genuinamente. Se le hacía demasiado divertido que esa bruja granuja creyera que podía vencerlo.

—Siempre escuché que las rubias eran tontas y tú no haces más que confirmarlo. ¿De verdad crees que alguien del sexo débil puede vencerme? Me das mucha lástima, pobre ilusa. Si hubieses entendido que una mujer jamás podrá estar a la altura de un varón estarías cocinando en casa y no aquí a punto de morir. No importa lo hábil que te creas, voy a ganarte sin dejar lugar a dudas. ¿Y sabes por qué? Porque de los dos yo soy el hombre, el fuerte, el resistente, el superior, el ágil, el que no tiene límites.

—Por lo menos no mencionaste a la inteligencia. Hasta tú mismo sabes que eres un tontorrón tremendo.

Esta vez fue el turno de los hombres de Ino y Sasuke para reírse a mandíbula batiente. Entretanto Hidan sintió mucha rabia por dentro, mas logró contenerla. En este juego de provocaciones mutuas enojarse sólo demostraría que lo dicho por esa arpía le había dolido de verdad.

—Acepto que no soy muy listo —inició su respuesta—, pero incluso si fuera el hombre más tonto del mundo seguiría siendo más inteligente que todas las mujeres juntas. Entiende que ustedes son seres inferiores: no tienen fuerza, no tienen resistencia, no tienen inteligencia, no tienen habilidad, no tienen agilidad, no tienen valentía, no tienen voz de mando, no tienen nada salvo debilidad. Años atrás debiste aceptar los límites inherentes a tu sexo.

Yamanaka sonrió con acentuada burla.

—¿Aceptar límites? Ja, si me hubiese dejado llevar por tales ridiculeces ahora mismo no sería una élite y no estaría donde estoy: a punto de matarte. Y para tu gran pesar morirás a manos de una fémina, una que por cierto está muy orgullosa de serlo.

—Muy bien, tú me servirás como ejemplo para demostrar porqué a las mujeres se les dice el sexo débil —espetó pronunciando una desafiante sonrisa—. Cuando estés de rodillas ante mí tendrás que aceptar que tú y tus congéneres siempre fueron, son y serán inferiores a los hombres.

—Muchos me dijeron palabras parecidas y ahora son comida de gusanos. Lo mismo pasará contigo, aunque creo que ni ellos querrían comerse a un ser tan repugnante como tú.

—No tienes remedio, perrita infecta, pero por eso mismo disfrutaré inmensamente cuando te descuartice yendo desde tus tetas hasta la vagina. —Al imaginárselo le fue inevitable reírse de una forma tan maniática como sádica. Luego, cuando logró controlarse, continuó—. Y por cierto: ni pienses que podrás reunirte con tu padre en el otro mundo porque te enviaré a los dominios del gran Jashin, quien te violará eternamente por tus descaradas blasfemias.

Cuando su amado papá saltó a la palestra, Ino adquirió un cariz mucho más serio. Desenvainó por fin las dos katanas que llevaba en el cinto y adoptó su posición de combate más ofensiva.

Hidan respondió desenvainando sus espadas también. El inminente combate hizo que todos los soldados que los circundaban sintieran esa emoción que sólo aparece en momentos de grave tensión, aquella que se presenta cuando sabes que la muerte está cerca, aguardando, con sus garras más afiladas que nunca, para llevar a una nueva víctima hacia sus tenebrosos aposentos.

Hinata aferró la mano de Sasuke con mucha fuerza y tuvo ganas de quitar la mirada, de no ver lo que pasaría, pero si de verdad quería ser una guerrera tenía que hacerlo. Tragó saliva y, a pesar de ser agnóstica, tuvo ganas de enviar una plegaria al cielo esperando que alguna divinidad tuviese la generosidad de escucharla.


Un hombre se encontraba dibujando, proceso que, para su propio asombro, estaba disfrutando con una intensidad mucho más marcada que otras veces. ¿Acaso el motivo radicaba en que pensaba regalarle sus últimos trabajos a Ino? ¿Acaso era porque por primera vez dibujaba para alguien más?

En la soledad de la celda en que estaba, el hecho de dibujar le había sido de gran ayuda para no caer en el tedio, cosa que incluso a un soldado como él, entrenado para soportar torturas sin chistar, le molestaba.

Su herida del brazo ya estaba completamente sana y, afortunadamente, podía flectarlo y estirarlo del mismo modo que antes. Distinta era la situación de su rodilla: aunque el corte ya había cerrado del todo, el movimiento de su pierna no tenía la fluidez de antes. Aun así, debía agradecer que por lo menos no había quedado cojo. Y quizás aspirar a recuperarse al cien por ciento siguiendo una rutina de ejercicios no era sólo una falsa esperanza.

Se puso de pie sin que le resultara dificultoso y caminó un rato de un lado a otro sintiendo sólo ligeras molestias. El problema no afloraba al andar sino al tratar de correr. Era entonces cuando un dolor punzante le aparecía. Si esta dolencia persistía en el tiempo, entonces su carrera de guerrero había llegado a su final.

¿Cómo se sentía al respecto? Siendo sincero ni él mismo lo sabía y tampoco le interesaba averiguarlo. La respuesta la tendría más adelante cuando ya tuviera la certeza de cuál sería su condición definitiva.

Pasando a lo estético las feas cicatrices que le quedaron tanto en el brazo como en la rodilla resaltaban bastante en una piel tan pálida como la suya, pero de todos modos peor habría sido tenerlas en la cara. Eso le servía de perfecto consuelo.

De pronto recordó, con cierta gracia por cierto, tres trabajos muy originales que pretendía regalarle a Ino. Éstos se alejaban de cualquier cosa que haya esbozado antes, dado que se trataba de imágenes que tenían el propósito de tentarla a tener sexo con él: dibujos muy detallados de su pene erecto. Después de todo lo que tenía entre sus piernas era, a su perspectiva, grande, llamativo y hasta hermoso. Y si no conseguía su propósito de estimularla tampoco importaba, por lo menos disfrutaría de su reacción al ver semejantes e inesperados regalos.

Por supuesto no eran sólo imágenes de su virilidad lo que pretendía obsequiarle, también había hecho dibujos lo más artísticos posibles y que encerraban una carga críptica a fin de que ella los interpretara. Eso le daría la posibilidad de conocer mejor su psiquis, acto que de hecho tenía cierto parecido a lo que harían en un futuro los psicólogos.

Cerró los ojos para olvidarse del lugar en que ahora estaba encerrado y recurrió a su imaginación para volver a ver en su mente el nuevo trabajo que empezaría. Esperaba que este dibujo, de todos aquellos que tenían el destino de ser regalos para la rubia, fuese el más bonito. Ya manos a la obra, entintó la pluma y se dejó llevar por la inspiración. Los primeros trazos brotaron de forma natural e impensada; en piloto automático diría alguien del siglo veintiuno. Luego se detuvo a estudiar por dónde y de qué forma continuaría, pero en ese momento la pluma con tinta se le cayó encima de la hoja, manchándola y arruinando los minutos que había invertido. Acostumbrado a controlar sus emociones no expresó ni frustración ni enojo, aunque le extrañó que algo así le sucediese. Jamás le pasaban accidentes de ese tipo.

Se acarició el lóbulo de la oreja unos segundos y volvió a reiniciar el proceso. Tras varios minutos volvió a sucederle el mismo percance, cosa que en esta ocasión logró crisparle una ceja. Una vez era aceptable..., ¿pero dos veces?

De repente, y por primera vez en su vida, supo lo que era tener un pálpito. La primera persona en llegar a sus pensamientos fue Danzo, cuya súbita presencia le hizo ver que aún no deshacía las conexiones mentales con él. Sin embargo, unos segundos después fue la imagen de Ino sufriendo la que afloró.

Eso era lo que llamaban un mal augurio, ¿verdad?

Le fue extremadamente raro, pero era la primera vez que pensar en la muerte de alguien le hizo sentir que algo se removía un poco dentro de su pecho. ¿Se sentía así porque veía a Ino como su única llave para salir de esta prisión? ¿O era porque, en apenas esa media hora que hablaron, había captado completamente su atención?

—En fin... —Se dijo a sí mismo, esforzándose para dar su voz neutra de siempre a pesar de estar solo—. Si ella muriese me dará igual. Al fin y al cabo todos tenemos un destino que cumplir en esta tierra y el paso de la vida a la muerte también es parte de ese sino.

«Pero sería un triste desperdicio no poder regalarle los dibujos que ella te inspiró...», objetó su mente.


El combate había sido extraordinario, digno de dos de los mejores guerreros de élite. Tras catorce minutos ambos estaban muy parejos en casi todo: agilidad de manos, juego de pies, técnicas de ataque, contrataque y defensa, resistencia al cansancio. Sin embargo, habían tres cosas que estaban inclinando la balanza hacia Hidan: el alcance mayor que le daban sus brazos más largos, su fuerza física superior y por último sus espadas, mismas que, mucho más duras y pesadas, habían roto las katanas de Ino. La primaria se partió por la mitad y la secundaria se agrietó a tal punto que quedó inservible. Bastaba un simple toque para que cayera hecha pedazos como un cristal. Yamanaka soltó el arma ahora inútil y retrocedió dando varios saltos hacia atrás. El semblante femenil dejaba claro lo peligroso que asomaba el futuro del duelo, pues la preocupación parecía acosar sus hermosas facciones.

El acólito de Jashin, por su lado, sonreía alardeando una confianza absoluta. La derrota de su enemiga era inminente y, a juicio de la mayoría de espectadores, nada podría torcer ese destino.

Mientras tanto, Hinata cayó bajo el influjo de una sufridora desesperación. Hidan había dominado el setenta o setenta y cinco por ciento del combate, puesto que sus largas extremidades le permitían un ataque más constante. Ino lograba matenerlo a raya gracias a efectivos y precisos contrataques, pero el futuro lucía mal para ella, tanto así que el religioso ya le había rozado el brazo derecho, rasgándole la manga de la chaqueta y causándole una pequeña herida que derramaba un hilo de sangre. Y aunque Sasuke lucía igual de tranquilo que antes, seguramente estaba ocultando lo que en su interior se desataba como un vendaval de lúgubres emociones.

—¿Eso es todo lo que puedes dar? —Se acercó a la violeta que Ino llevaba en el pelo, misma que había caído al suelo por los frenéticos movimientos intrínsecos al duelo. Pisó la flor empleando el mismo desprecio que causa una cucaracha, moviendo su pie con fuerza para despedazar cada pétalo—. Sinceramente esperaba más de ti, pero supongo que este es tu límite como mujer. A más que esto no puedes aspirar.

Ino desenvainó las dos katanas que llevaba cruzadas en su espalda.

—Sabes perfectamente que sólo dilatas lo inevitable. —La miró con infinita lástima—. Tarde o temprano tendrás que chocar armas conmigo y mi fuerza superior romperá de nuevo tus rídiculas katanas como si fueran de vidrio. —Se rio a su estilo histriónico—. Prepárate, perra, porque muy pronto te cortaré las tetas antes de matarte. Agradece que servirán de ofrenda para el grandioso dios Jashin. —Dicho esto, se dispuso a tomar la victoria colocándose en renovada posición de ataque.

Ino no contestaría verbalmente, sino arrojándose contra él a la vez que daba un rugido que nada tenía que envidiarle al de una leona. Hidan preparó su defensa para recibir un ataque suicida, puesto que era la única alternativa que le quedaba a la blonda: tratar de asesinarlo aunque ella también perdiese la vida. Una espada bloqueó perfectamente a la katana izquierda, mientras, dispuesto a asestar un contrataque letal, evadía confiadamente la otra arma de Ino. Ahora lanzaría la estocada definitiva que significaría la victoria total, pero entonces, en menos de un parpadeo, sucedió algo que lo tomó totalmente por sorpresa: la espada que iba a darle muerte a la Yamanaka cayó al suelo estrepitosamente. Miró a esa velocidad que sólo guerreros de élite podían emplear y, antes de que siquiera el dolor pudiera informárselo, notó que había perdido, casi desde la raíz, todos los dedos de su mano diestra excepto el pulgar. El corte fue tan rápido que ni tiempo tuvo tiempo de sentir el dolor, pues un segundo ataque de su enemiga estuvo a punto de cortarle algunos tendones del muslo. De milagro alcanzó a esquivar, pero el roce del filo fue suficiente para que un hilo de sangre comenzara a expulsarse a través de la rasgadura del pantalón. Desesperado y asustado, retrocedió dando los consabidos saltos de retroceso que todo guerrero experto hacía a la perfección.

El silencio que se hizo fue pasmoso. Ninguno de los testigos creía lo que había pasado y muchos ni siquiera alcanzaron a ver bien lo que había sucedido. Lo único que estaba claro es que la mano de Hidan estaba mutilada y que nunca más podría tomar una espada con ella.

El cerebro del élite masculino no podía entender qué diablos había pasado. ¿Por qué un movimiento de evasión que había hecho un sinfín de veces durante el combate, uno que tenía completamente calculado, había fracasado de una manera tan estrepitosa? ¿Qué había cambiado? ¿¡Qué!? El que se creía inmortal por primera vez en su vida veía la muerte más próxima que nunca. Y ésta no era esa figura huesuda y con una guadaña que siempre imaginó...

Era de largos cabellos rubios y de encendidos ojos celestes.

—¿¡Qué mierda hiciste, bruja maldita!? —soltó toda su frustración—. Evadí como siempre y me has cortado los dedos. ¡No lo entiendo! —Miró los sangrantes muñones dándose cuenta de que, en efecto, nunca más podría agarrar un arma con esa mano. Tuvo ganas de maldecir o de desaparecer de la faz de la Tierra de algún modo, puesto que sin una mano iba a morir irremediablemente. Y lo más humillante de todo es que sería en manos de una mujer...

Ino sonrió ampliamente, disfrutando al máximo su desesperada reacción. Se veía como una sádica diablesa que estaba a punto de llevarse al infierno a una víctima.

—Siendo un guerrero de élite deberías deducirlo sin mucho problema, pero no me sorprende que tu pequeño cerebro no sea capaz de procesarlo.

—¡Dime qué hechicería conjuraste, hija del demonio! —gritó iracundo mientras retrocedía un par de pasos instintivamente. El temor a la muerte, ese que nunca había sentido por creerse inmortal, se manifestaba en toda su expresión.

—Un guerrero experto siempre mide el alcance de brazos y de las armas de su rival y, después de un tiempo, se acostumbra a esquivar ese largo de forma automática. ¿Pero qué pasa si de improviso ese alcance se hace aún mayor?

Hidan lució muy confundido.

—¿A qué te refieres, malnacida? Es imposible que de repente hayas alargado tus brazos. ¡Eso sólo una bruja podría hacerlo!

—Te lo explicaré, idiota: cuando ya te habías acostumbrado a mi rango de alcance, dejé que rompieras mis armas a propósito. —Hidan abrió mucho sus ojos, apenas creyendo lo escuchado—. Entonces saqué las katanas de mi espalda, mismas que miden nueve centímetros más que las anteriores. Por eso fallaste al esquivar mis nuevos ataques de manera mecánica. ¿Lo entiendes ahora, deficiente mental? —preguntó con tono burlón y continuó—. Perdiste tus dedos porque seguiste evadiendo de la misma forma ante armas que son más largas.

La mandíbula de Hidan se despegó de la superior tres centímetros. Un escalofrío lo recorrió de cabeza a pies y viceversa.

—¡Hija de perra, me engañaste! —dio un alarido tan angustiado como furibundo—. ¡Hiciste trampa!

—Usar la inteligencia en combate no es hacer trampa, pobre imbécil.

El adorador de Jashin siguió arrojando frases que sólo mostraban su profundo miedo. Hinata, mientras tanto, había quedado boquiabierta por incontables segundos. No sólo sus labios quedaron paralizados, también sus ojos y sus extremidades. Le costó retomar el control de su cuerpo, pero cuando lo hizo envió su mirada hacia la de Sasuke.

—Cuando le dijiste a Ino que alargara sus pétalos..., era una forma metafórica de decir que empleara sus katanas más largas...

—Efectivamente.

—¿Eso se lo enseñaste tú?

Él negó moviendo su cabeza antes de explayarse.

—Es algo que se le ocurrió durante uno de nuestros combates de entrenamiento. ¿Quieres que te lo detalle?

—Por favor.

—Ino jamás ha destacado en fuerza y por eso mismo escogió a las katanas como sus armas principales. Sin embargo, cuando luchaba conmigo a menudo asomaba un problema: tarde o temprano yo se las rompía. Las katanas son más frágiles que una espada tradicional, así que una secuencia de choques fuertes harán que se rompan o se tricen. Sin embargo, esa desventaja Ino la convirtió en una ventaja, pues el enemigo se confía al quebrar sus hojas y cree que hará lo mismo con las que lleva en su espalda. Craso error: cuando el confiado rival se da cuenta de su nuevo alcance ya es demasiado tarde. Ella bautizó su técnica como «Pétalos crecientes».

Hinata tuvo que hacer un gran esfuerzo para que su boca no tocara el suelo. No cabía duda de que Ino era una diosa en el arte de la esgrima.

—Es impresionante —dijo enfocándola con una gigantesca admiración, misma que se le desbordaba por los poros—. No sólo inventó algo nuevo sino que también lo ejecutó con una perfección asombrosa.

—Por eso te dije que confiaras en Ino: ambos diseñamos tácticas específicas para derrotar a cada uno de los FE, técnicas que no necesitan fuerza y que son ideales para que una mujer las aplique. En el caso de Hidan se sabía de antemano que él jamás podría prever algo así; es muy hábil sin duda alguna, pero su nula inteligencia es su punto débil.

—Entonces la victoria ya le pertenece, ¿verdad? Con una mano inútil es imposible que Hidan le gane —comentó con una renovada esperanza que le ayudó a destensar la rigidez yacente en sus nervios.

—Sólo un tremendo milagro podría salvarlo.

Mientras tanto, el murmullo de los soldados cada vez fue haciéndose más y más audible, puesto que ellos, igual de asombrados, también comentaban lo que sucedía. Aun así todavía faltaba concluir el duelo, aunque Hidan y sus incesantes maldiciones no parecían aceptar el destino como un guerrero de honor debía hacerlo.

—¿Terminaste de llorar, hombre superior? —preguntó Ino con un tono tan burlón que hasta la persona más humilde del mundo se habría sentido ofendida—. Ahora en nombre de mi amado padre, don Inoichi Yamanaka, vas a morir.

—¡Legión Calavera! —le habló a sus subordinados sin darse la vuelta—. ¡Ataquen!

A pesar de la orden no se escuchó ni un solo paso avanzando. Los soldados no iban a avalar la cobardía en un duelo que había sido justo y mucho menos lo harían por alguien que los maltrató en muchas ocasiones. Sorprendido, el comandante de cabello malva giró un poco su cabeza y miró por encima de su hombro, comprobando que su tropa le desobedecía sin siquiera dudarlo un ápice. «Recibes lo que das» fue la frase que llegó a su mente para explicar ese comportamiento indiferente.

—¡Ataquen, malditos, o los mataré a todos! —exigió desesperadamente.

—¿Lo ves, Hidan? Incluso a tu propia legión le da asco tu cobardía. ¿Por qué mejor no le pides ayuda a Jashincito? —enfatizó la mofa como sólo ella podía hacerlo.

No era mala idea, por lo cual Hidan no dudó en enviar plegarias a su dios. Le pidió que carbonizara a esa arpía enviándole un rayo, que le detuviera los latidos del corazón, que la hiciera arder en llamas igual que a una bruja, mas nada sucedió. Al parecer hasta Jashin lo había abandonado...

—Prepárate a morir, Hidan. —Dicho esto adoptó su posición de combate más ofensiva.

—E-espera. —El miedo se reflejaba expresivamente en sus ojos—. Podemos llegar a un trato. Pod...

No alcanzó a terminar la frase, pues la blonda se lanzó como una fiera contra él. Hidan aguantó lo más que pudo, pero con una mano menos le era imposible ganar. Cuando sus dos piernas fueron laceradas al punto de que los tendones de sus muslos se cortaron, cayó de rodillas inevitablemente. Enseguida su espada fue pateada lejos por la fémina que por fin cobraría su ansiada venganza.

—¿No que las mujeres éramos seres inferiores y todo eso? ¿Qué pasó con todas tus habladurías?

—Es imposible que una chica me haya vencido. Debo estar en una pesadilla, esa es la única explicación posible... ¡Que alguien me despierte, maldición!

Ino negó con su cabeza al tiempo que lo miraba fijamente.

—Por mucho que te duela aceptarlo, una mujer ha probado ser mejor que tú —aseguró con una sonrisa mordaz adornando sus facciones—. Y por cierto te diré algo antes de que mueras: no sólo te derroté gracias a mi estrategia, también lo logré porque, a diferencia tuya, yo no peleé sola: mis katanas fueron guiadas por mi papá, a quien sentí conmigo todo el tiempo.

—¡No! ¡No! —gritó de nuevo con más furia—. Lord Jashin también está conmigo, siempre lo está. ¡Yo no puedo perder porque él me apoya siempre!

A lo dicho, Hidan intentó ponerse de pie con todas sus fuerzas y, mientras sudaba mares e invocaba a su dios, logró hacerlo. Sin embargo, tres segundos fue todo lo que duró antes de estrellarse otra vez de rodillas contra el suelo.

—¿Lo ves? A ti te guía sólo el sadismo y un supuesto dios que ni siquiera te presta oídos. A mí en cambio me guía el amor por mi papá, algo que un corazón vacío como el tuyo jamás entendería.

—Espera. —Renovó su terror de perder la vida.

—Verdugo no pide clemencia. Esa es una ley muy antigua, Hidan.

—Pero podemos hacer un trato.

—¿Crees que pactaría con un hombre tan repugnante como tú? Recuerdo como si fuera ayer el día que sacrificaste a mi ser más querido. Ese día me arrancaste de cuajo la mayor parte de mi alma, pero hoy obtendré lo que llevo imaginando por dos largos meses. —Retrocedió su katana a fin de darle la estocada final—. Esto va por mi padre, alimaña.

—¡Espera! ¡Te daré lo que quieras! ¡Oro! ¡Poder! ¡Te ayudaré a derrotar a Danzo! ¡Sólo pide lo que sea y yo te lo daré!

—Puedes ofrecerme al mundo entero, pero lo único que deseo es tener a mi papá de vuelta. Ahora prepárate porque el infierno te espera, hijo de perra. —Se dispuso a atravesarle la cabeza sin que nada pudiera frenarla esta vez. No obstante...

—¡Lord Jashin revivirá a tu padre si yo se lo pido! ¡Te juro que él todo lo puede! No me mates y te llevaré a su templo más sagrado. Entonces verás que los milagros sí existen.

El arma de Ino bajó un poco, casi flojeando en sus manos. Su pose iba perdiendo vigor gradualmente.

—Él... ¿Él puede revivir a mi padre? ¿Es eso verdad? —preguntó aferrándose a esa esperanza. Era una irracionalidad, pero las ganas de ver a su papá de nuevo abrió la posibilidad de que algo así realmente pudiera suceder.

—Te lo juro por todos los dioses y demonios que existan —insistió destellando total seguridad—. Él resucitará a tu padre si me dejas con vida y yo se lo pido.

Hidan aún tenía su zurda intacta, misma que estaba a punto de tomar un puñal escondido en las entrañas de su cinturón. Aún podía sobrevivir si la pillaba desprevenida, aún podía matarla si cogía su arma disimuladamente. Sólo tenía que distraerla el tiempo suficiente... ¿Y qué mejor forma de hacerlo que jugar con la esperanza de volver a ver a su padre? Al fin y al cabo eso ansiaban todos los que habían sufrido una pérdida tan importante: revivir, aunque fuera por un sólo día, a sus difuntos seres amados.

—Mi dios Jashin lo resucitará, te lo aseguro. Podrás abrazarlo y decirle otra vez cuánto lo amas.

—Veré a mi papá de nuevo... —dijo con un brillo de ilusión cubriendo sus ojos cielo—. Podré estar con él, podré decirle todo lo que no alcancé...

Hidan siguió cegándola con una falsa esperanza, hablando con un convencimiento absoluto. Al parecer el gran Jashin le daría la victoria después de todo, ya que gracias a él podría salvarse. Su zurda, lenta y disimuladamente, ya estaba tocando la empuñadura de la navaja. La victoria estaba más cerca que nunca, empero, justo cuando iba a sacarla, Ino le atravesó la mano con su espada izquierda. El grito de dolor subsecuente fue estentóreo. De pronto sintió que la otra katana se ubicaba en su frente. Por inercia cruzaron fijas miradas y entonces comprendió que la blonda estuvo simulando desde el principio, puesto que jamás creyó en Jashin y tampoco lo haría ahora. Quien se aferró a una falsa esperanza no había sido ella sino él mismo...

Y por ende el terror regresó a sus venas como una tromba.

—Ya que tu dios tiene el poder de revivir a los muertos, pídele que te haga ese favor.

—¡Espera!

Sin torturas de por medio, Ino, empleando un movimiento tan rápido como violento, le atravesó la cabeza desde el ojo derecho hasta que la punta de su katana asomó por el hueso occipital. Lo hizo así porque, en el código de su reino, sólo guerreros dignos y respetables merecían la muerte con una espada en el corazón. Aquello les daba, mientras fallecían, un poco más de tiempo para despedirse de sus seres queridos en sus últimos pensamientos. A cobardes suplicantes como Hidan, en cambio, se les daba una muerte instantánea para que no tuviesen esa posibilidad.

El silencio que se hizo después fue estruendoso. Ino había dejado muy clara su valía como guerrera de élite y también como mujer, cosa que la Legión Calavera no podía negar.

—Bien, señores —dijo tras sacar su katana del cadáver, mismo que cayó pesadamente—, sé que muchos de ustedes no querían unirse a la rebelión porque Hidan y Danzo los tenían bajo amenaza, sin embargo, yo les daré la oportunidad de unirse. Nosotros peleamos no sólo para derrocar a un rey cobarde y tirano, sino para salvar al reino de la inminente invasión de Pain. Y como ya lo saben, para un soldado no hay honor más grande que luchar por la patria. Eso sí —advertiría algo antes de que aceptaran—, queremos gente leal a la causa. Los que apoyen a Shimura váyanse de inmediato, pues el que sea sorprendido saboteando o espiando morirá en el potro sin recibir clemencia. —Lo mencionado era una «linda» máquina de tortura que servía para desmembrar lentamente a los castigados. El sufrimiento era tan espantoso que incluso a los de Raíz se les haría difícil resistirlo.

El teniente de Hidan dio un paso al frente.

—Usted, contra todo pronóstico, se ha ganado el respeto de todos los presentes. Estaremos felices de unirnos a la rebelión y quedar bajo sus órdenes, las del general Uchiha o de Naruto Uzumaki. Y sé que los que quedaron al otro lado de la montaña también nos ayudarán a derrocar al maldito rey.

—¡Qué viva Ino Yamanaka, carajo! —gritó un efusivo soldado raso.

—¡Qué viva la mujer guerrera! —gritaron una infinidad más. La celebración ya había empezado.

—¡Y muerte a los partidarios de Danzo!

—¡Muerte dolorosa a todos ellos!

Como solía suceder, algunos soldados se retiraron rápidamente antes de que sus ex-compañeros les dieran cacería. Aun así, el porcentaje de disidentes no alcanzaba a ser siquiera de un dos por ciento.

Al volver con sus dos amigos, la blonda fue felicitada por su gran victoria, aunque Hinata fue la más emocional con diferencia. Estaba al borde de las lágrimas y le confesó que la mayoría del tiempo pensó que iba a perder el duelo. Estuvo a punto de sufrir un colapso de nervios. Yamanaka la abrazó como si la de ojos albinos fuese su hermana menor. Después miró al guerrero perfecto.

—Descubrí la diferencia entre justicia y venganza —anunció destellando una gran seguridad.

—¿Cuál es? —preguntó muy interesado en la respuesta.

—El odio es la fuerza tras la venganza. En cambio el amor a los tuyos, a ti mismo, y al bien en sí, es la fuerza tras la justicia.

—¿Por qué llegaste a esa conclusión? —cuestionó Uchiha, quien sabía mejor que nadie lo que el odio era capaz de causar en una persona.

—Porque mi combate nunca estuvo definido por el odio a Hidan sino por el amor a mi padre. Y precisamente por eso lo maté rápidamente en vez de torturarlo. Sé que a papá no le hubiese gustado verme consumida por el rencor y por eso resistí la tentación. Seguí tu consejo, Sasuke, no dejé que el odio se apoderase de mí —dijo con un significativo y emocionado temblor de voz—. No lo dejé.

Uchiha asintió de una pronunciada manera tan pronunciada como significativa.

—No contaminaste tu ser a pesar de perder a alguien tan querido para ti y, en estos dos meses, mantuviste tu personalidad alegre y carismática a pesar de tu dolor interno. Tus ojos no dejaron de brillar —dijo empleando una voz llena de agradables matices—. Estoy muy orgulloso de ti, Ino, y sé muy bien que tu padre también lo estaría. Tú eres más fuerte que yo.

La aludida sonrió muy emocionada.

—Gracias, Sasuke, pero yo, a diferencia de ti, pude manejarlo porque ya soy una adulta y no un niño de seis años.

—Pues ahora mismo yo también soy un adulto y aun así me es muy difícil controlarlo. Contra Danzo sé que no podré hacer lo mismo que tú hiciste ahora. Tienes mi total admiración.

Siguieron compartiendo opiniones con Hinata dejándolos hablar sin entrometerse, admirando esa camaradería tan especial que existía entre ambos. Se alegraba demasiado de que su oscuro presentimiento resultase incorrecto porque no quería ni imaginar el dolor que sentiría ella si Ino moría. La conocía desde poco tiempo atrás, pero era tan carismática y afable que resultaba muy fácil agarrarle un cariño infinito. Si la blonda perecía iba a significarle un sufrimiento terrible, pero, sin duda alguna, quien quedaría más devastado sería Sasuke...

Pensar algo así hizo que se estremeciera, además de tragar saliva dos veces de modo compulsivo. Anuló la aflicción recordando que Ino había vencido a Hidan apenas recibiendo un rasguño, demostrando que era dura de matar hasta para los mejores. Era simplemente una mujer extraordinaria y ella, Hinata Hyuga, también lucharía cada día y con todas sus fuerzas para serlo.


Los sitiados, entre ellos Naruto y Chouji, dieron vítores a la autora de que el asedio por fin terminara. Al reencontrarse por fin, un emocionado obeso felicitó a su mejor amiga por su gran victoria, dando después un informe de lo sucedido durante estos dos meses. Uzumaki, por su parte, fue igual de efusivo con la soldado, contándole además que, escalando parte de la ladera sur y utilizando un catalejo, había logrado ver su duelo. Por su parte Akimichi también trató de hacer lo mismo, pero sus dotes de alpinista eran tan nulos que incluso un manco lo habría hecho mejor que él.

—Nunca te había visto en combate —dijo el gran rival de Uchiha—, pero peleando así hasta a mí me das miedo. Eres realmente increíble, de veras —añadió enfocándola con tremenda admiración.

Un poco más tarde los dos guerreros más fuertes intercambiaron una breve mirada amenazante. Y, como también era de esperarse, ni siquiera se dirigieron la palabra.

Mientras todavía se daban los consabidos reencuentros, lo primero que hizo Uchiha fue preguntar por su perro llamado Leónidas, a lo cual Chouji le informó que ya estaba plenamente recuperado y esperándolo en la ciudad. El pelinegro sonrió enseguida, proyectando irse hacia ella apenas terminara la instalación de las nuevas defensas. Ino y Hinata, por su parte, preguntaron a que se debía la ausencia de Sakura; Naruto explicó que ahora mismo estaba en la urbe, atendiendo algunos lesionados que el asedio de Hidan había dejado.

De pronto Juugo, el guerrero que ahora era un devoto cristiano, le informó a Sasuke que tenía listas las espadas que le encargó antes de partir, añadiendo que se las entregaría apenas retornaran a la urbe. Unos segundos después el pelinegro general daba a viva voz la orden de instalar empalizadas, construir barricadas, cavar zanjas y posicionar catapultas. Tenían que defender el terreno ganado o la amenaza de un nuevo asedio seguiría latente. Podría haber avanzado más espacio fácilmente, pero Sasuke tenía la doctrina de que era mejor avanzar quinientos metros con una buena defensa que cinco kilómetros sin ninguna. Y más cuando sus tropas todavía eran reducidas si se comparaban al número que Danzo tenía disponible.

Uchiha y el de dos metros estaban listos para ponerse manos a la obra y trabajar codo a codo con los soldados rasos. Justo cuando iniciarían los primeros pasos oyeron la voz de Hinata.

—¿Puedo ayudarles? —ofreció esperando ser un aporte.

El pelinegro guardó silencio como si buscara las palabras más adecuadas.

—Disculpa, amor mío, pero esto es un trabajo que requiere mucha fuerza bruta. Preferiría que te quedaras más allá —indicó un lugar— y que practicases los últimos movimientos de esgrima que te enseñé.

Juugo, impactado hasta decir basta, abrió sus ojos al escuchar las palabras «disculpa» y «amor mío». ¿Era Sasuke el que estaba a su lado o un impostor había tomado su cuerpo?

—Está bien, lo entiendo perfectamente —dijo sin hacerse problemas, notando además el cuidado que empleó Uchiha para rechazar su oferta. Eso le agradó mucho—. Entonces yo esperaré allí, pero si necesitas algo dímelo que yo encantada ayudaré.

Uchiha asintió y, acompañado del nuevo seguidor del cristianismo, prosiguió su caminar hacia el sitio de las labores.

Imaginando que tenía a Sakura enfrente, Hinata desenvainó una de sus katanas y decidió utilizarla del modo más común: sujetándola a diez dedos. Esgrimir una en cada mano, como lo hacía Yamanaka, aún estaba muy lejos de su alcance. Enseguida inició su práctica ejecutando garatusas, luego las cornadas y remató con los quites. Después dejó la rutina para mezclar posiciones distintas con tales movimientos y, por último, puso mucho énfasis en las transiciones de ataque a bloqueo. Estaba decidida a dar todo de sí para ganarle a su amiga pelirrosa. No se conformaría sólo con presentar un gran combate: quería tener la victoria en sus manos y demostrar su valía como futura guerrera. Y mucho más aún después de haber visto a Ino combatiendo.

Detuvo su entrenamiento en cuanto se sintió excesivamente agotada, se sentó en el suelo y entonces vio con mucha atención cómo pasaban hombres cargados con palas, picotas y otras herramientas. Otros llevaban barriles o cajas que, por el esfuerzo que denotaban sus rostros, lucían muy pesados. Empero, los hombres que la hicieron sufrir de sólo mirarlos fueron los que, ayudando a los caballos, empujaban desde atrás catapultas y torres de asedio. No era exageración decir que sus pieles parecían de papel, dado que las venas, por culpa del esfuerzo, se marcaban de una forma muy notoria.

Siete minutos minutos más tarde buscó a Ino con su mirada, mas no logró hallarla. No estaba dirigiendo las obras ni participando en ellas. ¿Habría ido a la ciudad por alguna razón que escapaba a su conocimiento? Justo cuando la estaba echando de menos vio que Naruto, a pecho descubierto, se dirigía hacia los barriles llenos de agua que habían colocado más allá. Debió darle sed o bien deseaba refrescarse gracias al calor que aumentaba por tanto trabajo duro. Desde su alejada posición lo vio hacer ambas cosas y luego se retiró hacia un lugar más apartado, quedando en soledad para descansar un rato.

Hinata, sin pensárselo mucho, se levantó desde el suelo, se sacudió el polvo que se había pegado a sus pantalones y se dirigió hacia él dispuesta a abordar un tema que la inquietaba muchísimo.

—Hola, Naruto —saludó de una forma muy diferente a la que solía hacerlo cuando niña. Para su propio asombro y alegría ya no le temblaba la voz como antaño.

Él, mirándola hacia arriba por estar sentado, saludó sonriéndole instantáneamente. No había sido por mera cortesía.

—¿Puedo hablar contigo un momento? —solicitó ella.

—Por supuesto que sí —aceptó enseguida, lo cual hizo que la chica tomara asiento a su lado—. ¿Es respecto a Pain? Ino ya me informó acerca de él.

En realidad Hinata deseaba hablar de otro asunto, mas, como lo de la invasión también era algo muy importante, decidió proseguir con un par de preguntas.

—¿Y qué opinas? ¿Crees que de verdad quiera la paz en el mundo?

Como Naruto se dio un debido tiempo de abstraída reflexión, Hinata aprovechó de mirarle disimuladamente la cicatriz en forma de cruz que tenía en el pecho, un vestigio de los combates que sostuvo contra Sasuke. No obstante, no lucía mal a decir verdad. Incluso podría decirse que tal marca hacía más llamativos sus pectorales, cosa que le hizo recordar a Ino con gracia. Era seguro que su amiga disfrutaría mucho delineando esa cicatriz cruciforme, así como ella hacía lo mismo con la «X» que su prometido tenía en el mismo lugar.

—Creo que sólo busca poder utilizando esa excusa —contestó finalmente, sacando a la dama de sus pensamientos—. Si de verdad ansiara la paz no vendría a destruir este reino, ¿no crees?

—Tienes mucha razón —respondió al tiempo que se masajeaba una rodilla.

—Aun así me gustaría confrontarlo para saber de su propia boca cuál es su visión de la paz y cómo pretende obtenerla. No es el primero al que escucho decir que para tener paz hay que hacer la guerra.

—Es un tema complejo, pero a decir verdad yo también estoy cansada de ver guerras por todas partes, de ver que tanta violencia sacude nuestro mundo sistemáticamente. Es algo que parece no tener fin.

—Coincido tanto contigo. —Dio un sonoro suspiro, sus ojos perdiéndose en el horizonte. Hinata recordaba a Naruto más alegre, pero como era lógico la guerra de cinco años también le había pasado factura—. Por causa de la guerra perdí a mi maestro y a muchos amigos. También mis padres murieron por culpa de una y gracias a eso jamás pude conocerlos. —Cerró el puño, enrabiado—. Es una maldición vivir en este mundo, tanto que muchas veces pienso que este es el verdadero infierno y que nosotros somos los demonios.

La primogénita de Hiashi no podía estar más de acuerdo con lo dicho. Se lo hizo saber al rubio moviendo su cabeza en un pronunciado asentimiento.

—¿Cuál crees que es el camino para obtener la paz? —preguntó ella poco después.

—Ponerse en los zapatos del otro, ser empáticos, respetar al prójimo..., pero el género humano parece incapaz de hacer algo tan simple como eso. Somos tan estúpidos que bastan sólo dos opiniones distintas para que una guerra comience.

—Lamentablemente tienes razón. Nos creemos superiores a los animales y nos sentimos orgullosos de ser más inteligentes..., ¿pero qué inteligencia puede haber en matarnos los unos a los otros por un pedazo de tierra, recursos o monedas? La realidad es que somos incapaces de resolver conflictos de manera civilizada precisamente porque nos falta intelecto para eso.

Naruto la miró con un brillo en los ojos. Era bueno sentir que alguien más opinaba igual que él. La mayoría aceptaba al mundo tal como era y no perdían el tiempo sosteniendo ideales tan utópicos como alcanzar la paz. Las guerras existirían por siempre y punto. No había más que hablar.

—Yo diría que más que la falta de inteligencia, es el egoísmo lo que jode este mundo. Y como tal cualidad siempre existirá, la paz aparece como una meta imposible de alcanzar. Sólo somos unos incompetentes que utilizan cualquier excusa para pelear a muerte.

—De hecho alcanzar la mismísima paz ya es una excusa para iniciar una guerra. Por lo menos ese es el argumento que Pain debe estar empleando. ¿Paradójico, verdad?

—Si ese es su argumento entonces está equivocado. Obtener la paz a través de la guerra no es algo verdadero, el pacifismo tiene que nacer desde nuestra propia alma o muy poco durará.

—Seguramente Pain piensa que es mejor una paz forzada aunque ésta no perdure, en vez de una paz idealista que jamás llegará.

Siguieron hablando de la guerra y la paz por un rato más, ambos compartiendo sus perspectivas que coincidían en muchísimos puntos. A Hinata le recordó las conversaciones que tenía con Neji respecto a este tema, aunque Naruto no era tan pesimista como su primo. En cuanto a Sasuke, curiosamente y pese a la infinidad de temas que habían abarcado a través de sus conversaciones, jamás se presentó el de cómo obtener la paz. ¿Era porque su amado hallaba tal meta como algo tan utópico como imposible?

—Bueno, Hinata, ya descansé más de la cuenta. Volveré al trabajo —anunció poniéndose de pie dando un grácil salto.

—¿Puedes esperar un momento por favor? Si no te molesta me gustaría hablar algo importante contigo.

—Claro que tengo tiempo para ti —dijo mientras se quitaba de la frente un sudor imaginario. Luego volvió a sentarse en el suelo—. Y ahora que lo dices a mí también me gustaría preguntarte algo importante.

—Sobre Sasuke, ¿verdad? —adivinó sin esfuerzo.

—Exactamente —confirmó enseguida—. No es mi afán cuestionarte, si estás con él por algo debe ser, pero sí me gustaría escuchar tu versión de eso.

—Lo entiendo, sé que es algo muy difícil de asimilar. Créeme que a veces ni yo misma lo comprendo. Sólo te puedo decir que Sasuke ya no es el tipo intoxicado por el odio que alguna vez fue. Ahora es distinto.

—¿De verdad crees que ha cambiado? ¿O sólo lo ha hecho contigo?

—Creo, de verdad creo —recalcó antes de proseguir— que él está en camino de ser un mejor hombre.

—¿Que intente mejorar es lo que te enamoró?

—Él ha hecho muchas cosas por mí, me ha salvado la vida dos veces inclusive. Me gusta su forma de ser conmigo y creo que a estas alturas, cuando estamos en plena guerra, no vale la pena reprimir lo que siento porque después puede ser demasiado tarde. —Su voz se había quebrado en distintos tonos agudos—. Creo que cuando perdemos a quienes amamos, como nos ha pasado a Sasuke y a mí, también vamos amando con más fuerza porque sabes que el día de mañana la muerte puede llegar sin avisar. —Necesitó darse una pausa ante las sensaciones que la desbordaban. Cuando pudo controlarse como para volver a hablar claramente, continuó—. Por lo menos eso me ha pasado a mí y por eso ya no me cuestiono esto que arde en mi pecho con tanta potencia.

Naruto la miró mientras una «M» se prolongaba entre sus labios. Asimismo le pareció curioso que Hinata hablara de una forma mucho más firme que cuando niña. Nunca le había puesto mucha atención, pero, según recordaba, solía tartamudear continuamente.

—Creo que entiendo a qué te refieres. Y aunque no lo hiciera yo no soy quien para juzgarte, de veras —dijo comprensivamente y regalándole una sonrisa cómplice.

—¿De verdad no piensas recriminarme? —dijo una Hinata abrumada por una sorpresa total, puesto que ni su mejor amigo ni su hermana menor habían tenido tamaña generosidad.

—Por supuesto que no. Eres una mujer adulta y puedes tomar tus propias decisiones. A mí no me gusta que estés con un maldito como Sasuke, pero no puedo obligarte a dejarlo. Eso no sería correcto.

Hinata volvió a recordar por qué durante un tiempo le gustó Naruto. Podía ser un poco despistado, o alguien lento para captar ciertas cosas, pero sus valores eran inquebrantables.

—¿Te puedo pedir un gran favor? —solicitó ella, atraviéndose a ir más allá.

—Pues si puedo cumplirlo con mucho gusto lo haré.

—Olvida el duelo que deseas tener contra Sasuke. Ya no tiene sentido que luchen porque él ya cambió.

Uzumaki pestañeó sorprendido al tiempo que los músculos de su cara se contraían. Sus labios se tensaron además. Luego dio un suspiro prolongado y le clavó su azulada mirada.

—Lo siento, Hinata, pero lo que me pides es imposible.

Ella bajó su cabeza, apesadumbrada.

—¿Por qué? —preguntó queriendo saber sus argumentos antes de insistir. Si sabía sus razones podría intentar refutarlas.

—En primer lugar porque no creo que Sasuke haya cambiado, y sí lo hizo es algo que aplica solamente contigo. Con el resto de la gente seguirá desatando esa maldad que lleva en su interior. Y en segundo lugar: incluso si ha recapacitado, igualmente debe pagar por sus crímenes pasados. De eso no puede librarse.

—Sasuke ya pagó todo lo que debía cuando perdió a su familia injustamente. ¿Qué sentido tiene infligirle más dolor cuando ya se rehabilitó? Y no lo digo sólo para protegerlo a él, también lo digo por ti. Todos saben que si ustedes dos se enfrentan de nuevo terminarán matándose mutuamente.

—Eso no lo sabremos hasta que se realice el combate.

—Pero...

—Lo siento, Hinata, pero te repito que tu pedido me es imposible de cumplir. Puedo entender que hayas perdonado a Sasuke porque lo amas. Y lo comprendo porque, mucho tiempo atrás, Sakura me trataba muy mal cuando insistía en conquistarla. Me decía cosas como «pobre huérfano» y otras que me lastimaban mucho. Aun así, estoy seguro de que ella podría haberme enterrado un cuchillo e igualmente la habría perdonado. ¿Sabes por qué?

—Porque la amabas... —musitó mirándolo de fija manera—. Precisamente por eso pudiste entenderme tan rápido...

Él asintió.

—A diferencia tuya yo no amo a Sasuke, así que no puedo perdonarlo por todas las bestialidades que hizo. No me pidas algo que está fuera de mi alcance. Ese combate es simplemente inevitable.

Se hizo un silencio abrumador. Hinata sentía el peso de las palabras de Naruto como una montaña cayéndole encima. Su argumento había sido demasiado sólido, tanto que no pudo hallar resquicios para hacerlo dudar siquiera un poco.

El pelirrubio esperó pacientemente a que ella le dijese algo, mas nada llegaba. Justo cuando se retiraría para continuar el trabajo de las empalizadas y de las zanjas, Hinata por fin movió su lengua.

—No se me ocurre ningún argumento para hacerte dudar —expresó al pie de la letra sus pensamientos—, pero no seas tan tajante por favor. Sasuke ha hecho muchas cosas para redimirse y estoy segura de que seguirá haciéndolas. De hecho yo hasta me voy a casar con él..., no me quites al hombre que amo por favor. Si tú también sabes lo que ese sentimiento significa entonces no me causes ese tremendo dolor.

El blondo la miró compasivamente.

—No sabes cuánto me gustaría aceptar tu propuesta, pero es una cuestión de principios. Entiendo muy bien que quieras a Sasuke y desees contraer matrimonio con él, pero cada decisión que tomamos también conlleva consecuencias que debemos asumir. —A modo de apoyo, le puso una palma en el hombro—. Y así como yo respeto tu decisión de estar con él, tú también tienes que respetar la mía de darle justicia a mis amigos caídos.

Hinata hubiera dado un brazo o una pierna para que él cambiara su decisión, mas lucía demasiado decidido. Lo peor de todo era que entendía perfectamente sus razones y eso era lo que más le dolía: no tenía modo de vencer sus argumentos. Sin embargo, a pesar de que tenían posiciones completamente opuestas, ambos se miraban con empatía destellando en sus miradas. De hecho, se habían conectado tanto el uno al otro a través de sus miradas que perdieron noción de lo circundante. Por eso les fue una absoluta sorpresa cuando escucharon una grave voz muy conocida por ambos...

—Apártate de mi mujer, rubio sodomizado.

Ambos reaccionaron sobresaltándose. Naruto no tenía idea de qué significada «sodomizado», pero no tuvo dudas de que debía ser algo muy ofensivo si Sasuke se lo decía.

—Mi amor, yo sólo estaba...

—Silencio, Hinata. Aléjate enseguida de ese gusano asqueroso si no quieres que me enfade contigo también.

—Pero... Sasuke...

—¿Qué pasa? ¿Tan inseguro eres que necesitas celarla por sólo conversar con otro hombre?

Nadie, absolutamente nadie podría provocarle celos a Sasuke, pero Naruto, ese Naruto que además le gustó a ella durante la pubertad, lo enardecía hasta los huesos. Sólo él podía ponerlo en ese estado.

—En primer lugar no quiero que mi mujer se junte con basura. Y en segundo lugar pobre de ti si te veo rondando a Hinata de nuevo: te aplastaré de nuevo y te aseguro que ahora no tendré piedad.

Naruto se irritó. Poseía mucha paciencia, pero con ese pelinegro jamás la utilizaría.

—Mira, pedazo de mierda nauseabunda, en primer lugar yo no me acerqué a tu mujer, fue ella la que se acercó a mí —dijo impulsado por la ira, tratando de herirlo en su orgullo. Por supuesto en circunstancias normales jamás habría dicho algo así, pero existían ciertas personas que tenían la capacidad de sacar lo peor de uno y, para Naruto, ese maldito don lo tenía el Uchiha.

—¿¡Qué dijiste, hijo de perra!?

—Y en segundo lugar —continuó él dispuesto a concluir lo anterior—, en nuestro último duelo la suerte estuvo de tu parte, pero la próxima vez suplicarás para que no te mate. ¿Quieres comprobarlo ahora mismo? —Desenvainó sólo el primer tercio de su arma, aunque completaría su acción de ser necesario—. Esta vez tengo una espada hecha por Juugo, una que posee la misma calidad de la tuya. Atrévete a pelear y te haré picadillo, desgraciado.

Sasuke, a diferencia de Uzumaki, sacó su tizona por completo. Esa fue su respuesta.

—¡Por favor no! —suplicó Hinata—. No pueden caer en rencillas, ahora menos que nunca. Pain está acechando y Danzo también. No peleen por favor, se los ruego.

La ira en los ojos negros y azules disminuyó un poco. Aun así, las palabras incorrectas podrían forzar el duelo sin importar nada más.

—¿Es cierto lo que dijo este insecto? —preguntó mirando a su amada—. ¿Tú te acercaste a hablarle?

Hinata tragó saliva antes de confirmarlo.

—Es verdad, ¡pero porque deseaba evitar precisamente esto! —Apresuró su modo de hablar al punto de que prácticamente no moduló sus palabras. Si no lo hacía de esa forma, Uchiha no la dejaría explicarse—. Vine a pedirle que olvidara el duelo que pretende contra ti.

—Esa batalla no se puede evitar, Hinata. Ahora mismo, en un mes, en cinco, pero más temprano que tarde me daré el gusto de matar a este malnacido de pelo amarillo.

El trío de involucrados en la reyerta no se había dado cuenta, pero ya muchos de los hombres que estaban mucho más allá habían dejado de trabajar. La última y voluminosa exclamación de Hinata los había puesto alerta respecto a la posibilidad de que los dos guerreros más fuertes iniciasen un duelo aquí mismo, algo nada conveniente estando en plena guerra... ¿Pero quién podría detener a esos dioses de la esgrima? Sólo Ino Yamanaka tenía el respeto necesario para conseguirlo y ahora mismo no estaba presente.

—Por favor no te pongas así, amor —dijo empleando su voz más conciliadora, aquella que sería la más efectiva para tocar ese corazón ennegrecido por los celos—. ¿Acaso no confías en mí?

—¿Te gustaría verme cerca de Karin sin que estés presente? ¿Te gustaría que estuviese tocándome un hombro?

—A decir verdad no me gustaría —aceptó honestamente—, pero...

—Pero nada, Hinata —la cortó de modo tan tajante como brusco—. No voy a discutir contigo frente a este imbécil, así que después hablaremos a puerta cerrada. Ahora te vienes conmigo si no quieres que me enoje de verdad —concluyó ofreciéndole la mano.

—Esa no es manera de hablarle a una mujer —intervino el de ojos azules—. Y mucho menos a una tan delicada como Hinata. —Podía tolerar muchas cosas, pero jamás que se le hablara a una chica con un tono tan agresivo.

—Cállate, escoria, tú ya no conoces a Hinata ni lo fuerte que se ha hecho. Discusiones a viva voz como esta hemos tenido por montones. —Dicho esto, volvió a mirar posesivamente a su pareja—. Si no quieres que termine matando a este idiota entonces no te acerques más a él. Te lo prohíbo terminantemente.

—¿Prohibir? —dijo un sorprendido Naruto como si le costara asimilar lo recién oído—. El amor no es así, Hinata, sino cálido, fuerte, comprensivo, protector. Y lo más importante: debe hacerte feliz y no engendrar esa cara de preocupación que te veo.

—¿Y qué sabe de amor un tipejo como tú? —reaccionó el Uchiha a dientes apretados—. ¿Tienes una pareja siquiera? Es más, ¿acaso has tenido una miserable novia alguna vez?

—No, pero te aseguro que cuando la tenga jamás la trataría como tú, pedazo de basura.

—¿Y sin ninguna experiencia pretendes darme lecciones? No me hagas reír, cucaracha pestilente. El amor que no va acompañado de posesión es un simple cariño de hermanos o una amistad cuanto mucho, pero jamás podría denominarse amor.

—Si la posesión obliga a la otra persona a hacer cosas que no quiere entonces no hay amor, es más, incluso no hay respeto.

—Primero consíguete una novia, feo de mierda, y después quiero que la veas conmigo de golpe y porrazo. ¿Cómo reaccionarías si estuviera al lado del hombre que tanto odias, de aquel al que consideras tu máximo enemigo? Sólo entonces tendrás el derecho de abrir tu inmundo hocico.

Uzumaki quedó callado unos momentos. No contestó enseguida como venía haciéndolo hasta ahora, pero no tardaría mucho en hallar una respuesta que le fuera satisfactoria. Fue Hinata quien interrumpió esa dinámica de dimes y diretes.

—Por favor no peleen. —Su tono fuerte hizo ver lo dicho más como una demanda que como una petición—. Vamos, Sasuke, hablemos tranquilamente más allá. No vale la pena que sigan discutiendo.

Gracias a su novia, Uchiha consiguió apaciguar parcialmente su innata ferocidad. La rodeó con su brazo por la cintura, la apegó a él notoriamente como remarcando que le pertenecía y, antes de llevársela a un lugar en que pudiese observarla sin perderla de vista, le habló a su archirrival sin mirarlo.

—Si te veo otra vez cerca de Hinata te destriparé. ¿Te quedó claro, hediondo a mierda?

—Lo mismo te digo, cabronazo. Lo único que lamentaré es que alguien tan linda como ella tenga que sufrir tu muerte.

«Linda» fue usada por Naruto como un sinónimo de «tierna», pero la sola idea de que el Uzumaki se hubiera referido al físico de Hinata muy pronto enardecería a Sasuke hasta límites insospechados. Mientras tanto la aludida no pudo evitar sentirse halagada por la palabra usada, además de que su modesto ego subía a nuevas fronteras al ver que dos hombres tan impresionantes como Sasuke y Naruto peleaban por causa suya. No obstante, apenas un segundo después se sintió mal por haber pensado algo tan desubicado en un momento tan tenso. ¿Qué diablos le pasaba?

Uchiha soltó la cintura de su musa, se giró como un animal rabioso, clavó su llameante mirada negra en los ojos azules y avanzó mientras desenvainaba sus espadas por completo. Uzumaki hizo lo mismo a igual velocidad, adoptando una pose muy amenazante e impropia de su habitual amabilidad, pero muy propia de un guerrero que detestaba a quien tenía enfrente. Una terrible avalancha de afilado metal tomaría lugar, puesto que el combate se iba a dar aquí y ahora. Sin embargo, y justo entonces, Uchiha sintió que un par de brazos blancos y menudos lo rodeaban desde atrás. Como acto siguiente ese cuerpo, pequeño y frágil en comparación al suyo, se le pegaba a la espalda aplicando todas sus fuerzas para retenerlo.

—Suéltame, Hinata —exigió usando su modo más hosco. Estaba a punto de sacudírsela de encima, mas le daría la oportunidad de que lo hiciera por su propia voluntad.

—Si de verdad me respetas entonces detente —demandó sin amilanarse.

—No me obligues a soltarme por mi cuenta. No quiero hacerlo —advirtió otra vez, sin mermar un ápice la gravedad yacente en su tono de voz.

—Pues lanzándome lejos es la única forma en que podrás liberarte y entonces seré yo la que me enojaré de verdad —amenazó desplegando una determinación comparable a la de una osa defendiendo a sus cachorros—. ¿En serio quieres que nos peleemos así otra vez?

Uchiha percibió claramente como, sobre su espalda, su musa negaba con la cabeza. Era otra forma de decirle «no lo hagas». Y entonces imaginó que si continuaba su afán de lucha, Hinata terminaría con ojos inundados por lágrimas. Ahora mismo se oía muy fuerte y llena de templanza, pero eso no quitaba que, en el fondo, fuese un alma muy sensible. Se odió profundamente por lo que iba a hacer, se detestó por no poder ignorar ese futuro sufrimiento, se enrabió al sentir que su fiera interna era domada por su prometida, pero, por respeto a ella, finalmente envainó sus espadas otra vez. Lo hizo con tanta rabia que las hojas dieron un gran chirrido mientras se hundían en las metálicas vainas.

Uzumaki hizo lo mismo que su sempiterno rival, aunque de buena gana hubiera proseguido el combate hasta quitarle la vida. No entendía cómo, pero el maldito Uchiha siempre lograba enojarlo hasta sonsacarle esa oscuridad interna que él, como todo ser humano, también tenía.

La dama, como presintiendo que en cualquier momento Sasuke o Naruto cambiarían de opinión, siguió abrazando a su hombre con fuerzas no acordes a su cuerpo sino más bien a las del alma.

—Puedes soltarme, Hinata. No voy a luchar.

—Júramelo.

—¿Acaso no confías en mí? —Le devolvió las mismas palabras que ella empleó antes, recalcándole también el mismo tono. Como buen vengador, Uchiha jamás olvidaba.

Todavía con temor a la batalla, Hinata soltó su agarre aunque dispuesta a interponerse entre los dos guerreros si éstos se arrojaban contra el otro. Afortunadamente eso no sucedió. Uchiha le dio la espalda a Naruto girándose en redondo hacia su musa, clavándole entonces una mirada que seguía estando muy próxima a la furia. Sin embargo, ella se la sostuvo contrarrestándola con una inusitada y contradictoria ternura.

Él ya sabía interpretar ese matiz en sus ojos albinos: era la manera en que ella le decía «gracias». Suspirando decidió retirarse, aunque, cuando sintió los pasos de Naruto alejándose, no dudó en alzar la voz para lanzarle una puya sin necesidad de verlo.

—Agradécele a Hinata que hoy no te asesine, pero nada evitará tu muerte si te le acercas de nuevo.

Pese a la gran tensión que aún recorría sus nervios, la fémina se percató de algo demasiado curioso: ambos se odiaban a niveles acérrimos, pero, a su vez, confiaban tanto en el honor del otro que ahora mismo estaban dándose la espalda sin esperar ningún ataque traicionero. Sabían, como si se conocieran desde la misma infancia, que algo tan infame jamás sucedería entre ellos.

—Di cuánto quieras, pero la próxima vez ni ella ni nadie podrán salvarte —advirtió el Uzumaki tras haberse detenido en seco. Luego prosiguió su camino tranquilamente.

Por ahora se habían detenido milagrosamente, pero la semilla del último y definitivo duelo estaba echada desde cinco años atrás. Si Hiashi estuviese aquí se habría dado cuenta de que no necesitaba de ningún plan retorcido para hacer que Sasuke perdiera los estribos: bastaba la sola presencia del rubio cerca de Hinata para que eso sucediera. Después de todo ambos guerreros estaban destinados a odiarse y, por ende, el voraz incendio de luchar hasta la muerte era algo que comenzaría a la más mínima chispa. Y si ésta se iniciaba por Hinata sería muchísimo peor todavía...


Continuará.