¡Hola! En este capítulo abordo lo que pasó durante los dos meses y tambén hago una larga escena romántica-sexual entre Sasuke y Hinata. Yo recomiendo leer al menos la primera parte para seguir bien el hilo de la historia y no perderse detalles, pero si lo que deseas es avanzar lo más rápido posible entonces salta enseguida al siguiente capítulo.
Por cierto recuerdo que este fanfic es para gente con criterio formado, sé que ya lo saben pero nunca está de más repetirlo. Después no me culpen si alguna mente inocente se corrompe por mi culpa xD
Vocabulario:
Algazara: Ruido, gritería de una o de muchas personas juntas, que por lo común nace de alegría.
Esplender: Resplandecer.
Esplendente: Que esplende.
Cota: Arma defensiva del cuerpo usada antiguamente, que en un principio era de cuero y guarnecida de cabezas de clavos o anillos de hierro, y más tarde, de mallas de hierro entrelazadas.
Oncemil: Cota de malla.
Penacho: Adorno de plumas que sobresale en algunos cascos, morriones, tocados y cabezas de las caballerías engalanadas.
Rodela: Escudo redondo y delgado que, embrazado en el brazo izquierdo, cubría el pecho al que se servía de él peleando con espada.
Esclava Sexual, Capítulo Quincuagésimo, Primera Parte
Un guerrero sin parangón, respirando agitadamente tanto por cansancio como por frenesí, se volteó para contemplar con sádica avidez el panorama que había quedado detrás suyo: testas sin cuerpos; vísceras desparramadas; extremidades cortadas de raíz o por otros lugares; sangre intentando fluir como si aún no entendiera que ya ningún corazón podía impulsarla...
De pronto se acercó a la cabeza decapitada más cercana y, con una mirada satisfecha, observó esos ojos abiertos e inertes. Le sacó el casco con cresta azul que indicaba al occiso como uno de los capitanes fieles a Danzo y entonces alzó el cráneo desde su corta cabellera. Mostrándolo cual trofeo, dio un feroz grito de guerra que desató, una tras otra, la sarta de emociones que provocaba una batalla decisiva: la tensión previa, el estrés de saber que podía ser la última vez que viese a su prometida, la enorme descarga de adrenalina del combate, el alivio de saber que aún seguía de una sola pieza, y finalmente la fulgurosa alegría por la victoria. Nadie que no hubiese estado en una matanza bélica podría sentir tantas emociones intentando sobrepasarse la una a la otra y la posterior euforia que daba la victoria, misma que le permitiría volver a abrazar a su amada Hinata otra vez. Y misma que también le daba la posibilidad, más cercana que nunca, de castigar al rey Danzo y completar por fin su ciclo de venganza.
Los soldados de las Legiones Estigia, Relámpago, Shukaku, Bestial, Colmillo Rojo y otros tantos militares retirados e incluso esclavos que se habían unido a la rebelión, gritaron desatando la misma cadena de emociones que su líder. El estruendo de voces fue fervoroso, igual o más grande que los que pudieran escucharse en el coliseo romano o en un moderno estadio de fútbol. Fue ensordecedor de verdad.
—¡La victoria es nuestra, carajo! ¡Viva la patria! ¡Viva la rebelión! —gritó Sasuke a todo volumen nuevamente, esta vez profiriendo palabras en lugar del rugido anterior. La espada que llevaba inscrito el nombre de Suigetsu, ahora ensagrentada y con restos de masa encefálica, se alzó en dirección al cielo. Luego su otra mano lanzó la cabeza enemiga hacia arriba y, antes de que en su regreso tocara el suelo, la pateó lejos. El cráneo, cual pelota, rodó por el suelo un montón de metros dejando una estela de sangre durante su trayecto. Sólo una mata de pasto logró detener su inercia.
Todos los soldados que aún seguían con vida alzaron sus espadas hacia el cielo también. El ritual del triunfo ya estaba servido.
—¡Viva la patria, carajo! ¡Viva la rebelión! —gritaron todos al unísono, provocando una algazara ensordecedora. Luego cada uno lanzó sus propios gritos de victoria.
—¡La patria vale más que el oro!
—¡Larga vida a Sasuke Uchiha!
—¡Que viva Ino Yamanaka!
—¡Los seguiremos hasta el fin del mundo!
—¡Ahora vamos por ti, Danzo Shimura!
Mucho más allá, al otro lado de la pradera, se propagaron gritos similares que también añadieron alabanzas hacia Naruto y Gaara.
Tras la euforia inherente a una victoria en desventaja numérica, Uchiha levantó su mirada hacia el cielo matinal plagado de nubes grises que anunciaban inminente lluvia.
—Familia, falta muy poco para que les dé la justicia que se merecen. Danzo va a caer, lo juro por ustedes —dijo el último sobreviviente del clan masacrado tantos años atrás, agarrándose el pecho con mucha fuerza justo en la zona donde residía su corazón.
A lo lejos, los soldados que tocaban los tambores de guerra que servían para coordinar el ataque y la defensa empleando diferentes melodías, también saltaron de alegría por la importantísima victoria conseguida. Junto a ellos, dos mujeres que estaban con el corazón en la mano se abrazaron efusivamente.
—¡Ganaron, Hinata! ¡Ganaron! —dijo una pelirrosa mientras la estrechaba efusivamente, sobándole también la espalda. La emoción se le desbordaba a través de sus ojos que ahora mismo parecían de agua.
La aludida no movió su lengua, simplemente la abrazó con una fuerza similar. Sentía que si decía algo no se le entendería nada, puesto que los nervios la harían tartamudear como antaño.
—Joder, qué ganas de poder combatir en el campo de batalla —dijo la de ojos verdes apenas dejó de abrazar a su amiga. Su vista se clavó en ese horizonte lleno de soldados victoriosos, de cadáveres y malheridos—. Lo único que podemos hacer es mirar de lejos. Sentirme tan inútil da mucha... impotencia —demoró un poco en hallar la palabra más apropiada.
—Me pasa exactamente lo mismo.
A pesar de lo dicho, y pese a no combatir en la lucha directa, lo cierto es que tanto Hinata como Sakura habían adoptado papeles muy importantes en la guerra. La primera, gracias a que su vista de águila podía incluso traspasar las nieblas tan comunes y propias del invierno, se volvió un factor decisivo en la preparación de ataques furtivos. Sakura, por su parte, también había ayudado atendiendo heridos graves, siempre en concordancia a lo que en sus tiempos se sabía de medicina. La novia de Gaara y otros médicos varones también habían hecho lo suyo.
Sin ganas de esperar más, Haruno se subió al caballo dispuesto de antemano para que ambas huyeran en caso de cualquier imprevisto. Hinata se montó unos segundos después, abrazando el torso de la jinete de ojos jade. No tenía más remedio que ir de pasajera ya que aún no aprendía a galopar con soltura. En cambio Sakura, pese a que las mujeres lo tenían prohibido, aprendió a hacerlo desde los diez años.
A todo galope llegaron al campo de batalla en que los jubilosos gritos de victoria habían sido reemplazados por espeluznantes alaridos de dolor lanzados por los heridos, fueran éstos enemigos o soldados de la rebelión. El panorama de sangre, extremidades y vísceras esparcidas por doquier hizo que a Hinata se le pusieran los vellos de punta. Su ser compasivo nunca podría acostumbrarse a masacres como estas a pesar de que ya había visto muchas gracias a las múltiples batallas sostenidas hasta ahora. Y es que, ¿cómo una persona con un corazón sensible podría habituarse a semejante espanto?
Sakura se vio obligada a detener el galope cuando la masa de cadáveres hizo el camino intransitable para un caballo.
—Hay que seguir a pie, Hinata. —A lo dicho, ambas féminas desmontaron la una tras la otra—. Estoy segura de que Naruto está bien, así que veré si puedo salvar a los heridos más graves. —Como era lógico se refería únicamente a los que pertenecían a la rebelión. Los enemigos eran rematados sin piedad—. Hablamos después.
Hyuga asintió mientras veía como la pelirrosa, tratando de ubicar a los soldados que daban los gritos más desgarradores, se internaba hacia el poniente. Tanto ella como el resto de médicos se guiaban por ello para saber a quienes debían salvar primero o, por lo menos, darles un paso rápido al otro mundo en lugar de una agonía lenta y sufrida.
Los ojos albinos repasaron el campo de batalla ávidamente. Ahora mismo podía ver las distintas caras de la muerte reflejándose en los cadáveres: muchas llenas de terrible aflicción, otras estaban hechas jirones por tajos profundos, varias tenían los ojos teñidos de miedo, unas cuantas destellaban resignación y para rematar algunas lucían miradas casi indiferentes, como si no hubieran alcanzado a darse cuenta de que habían muerto.
La masa de soldados reunidos muchos metros enfrente suyo no le dejó ver a Sasuke directamente, pero no tuvo dudas de que, como siempre, debía estar en la punta de la vanguardia. Antes de iniciar la caminata que la llevaría hacia su prioridad, rogó al cielo que también Kiba, Ino, Naruto, Chouji y Juugo estuviesen bien. Sabía que eran muy hábiles, pero la sola idea de que les pudiera pasar algo le alteraba el ritmo cardíaco.
Desenvainó la katana que llevaba cruzada sobre su espalda y caminó con cuidado. Ya antes le había pasado que un soldado enemigo, haciéndose el muerto entre el mar de cadáveres, trató de raptarla a fin de poder escapar. Lo que el desconocido no sabía es que ella era perfectamente capaz de defenderse, por lo cual evadió sus acometidas hasta que un enfurecido Chouji, quien estaba cerca, le atravesó el cráneo como si fuese de vidrio.
A mitad de su destino vio que una incansable Ino ya había empezado el proceso de ultimar a los sobrevivientes que apoyaban al rey.
—Por favor no me mates —suplicó precisamente uno de ellos—. ¡No!
—¡Al enemigo ni agua! ¡Y mucho menos a un cobarde! —La soldado, empleando ambas manos, usó su katana primaria para atravesarle la cabeza.
Hinata, parada en su lugar, volvió a percibir la dicotomía existente en la guerrera: pasaba de ser esa chica bromista, animosa, graciosa, a volverse una guerrera que mataba sin dar piedad alguna. No en vano era una FE que había luchado en cientos de batallas.
¿Podría, en un futuro, comportarse de la misma forma que la soldado? ¿Podría ser impiadosa cuando fuese necesario? Aquella era una gran pregunta, una que sólo tendría respuesta cuando le llegara el turno de entrar en batalla alguna vez. No obstante, en lo más profundo de su corazón esperaba que las guerras contra Danzo y Pain fueran las últimas que presenciara en su vida.
Echó un nuevo vistazo alrededor, verificando que muchos guerreros se dedicaban a hacer lo mismo que la Yamanaka. Respiró profundo a fin de endurecer su corazón sensible y recordó las palabras que Kiba le había dicho más de una vez: «para sobrevivir en un mundo cruel, hay que volverse cruel».
Deslizando sus pensamientos fuera de la línea de los cuestionamientos, puso atención a la preciosa armadura ligera que la blonda portaba. A diferencia de las masculinas, era curvilínea en la cintura y tenía forjadas dos protuberancias para mayor comodidad de los senos. En su cabeza llevaba un casco ligero, cuyo diseño también era muy femenino. Además tenía una abertura alta por detrás a fin de que su cola de caballo saliera libremente. El metal de ambas piezas había sido teñido de un tono violeta con rebordes dorados, colores que ahora mismo brillaban a pesar de que la luz del sol era ocultada por las nubes. Ambas protecciones fueron un regalo de Juugo, dejando en claro una vez más que no existía otro herrero tan magnífico como él. Por ello Hinata quería encargarle en un futuro, cuando ya fuese una guerrera de tomo y lomo, que le hiciera una armadura tan bella como la de Yamanaka.
—Ino, ¿estás bien? —Le preguntó tras acercársele lo suficiente como para notar un detalle que la preocupó al instante—. Parece que te cae sangre desde el costado de la cabeza —señaló al tiempo que esperaba ansiosamente la respuesta, ya que el casco le impedía verificar si era un roce o algo más grave.
—Tranquila, Hina, sólo fue un golpecito en la oreja —desdeñó sin problema a pesar de que le ardía mucho la susodicha. Mientras galopaba había recibido un flechazo de quién sabía dónde, mismo que la botó de Trébol y la dejó atontada por varios segundos. Por suerte su casco había cumplido el deber de impedir un daño mucho mayor, la muerte incluida.
—¿De verdad estás bien? —insistió evidentemente preocupada.
—Claro que sí. Por algo estoy rematando a los enemigos, ¿no crees? —repuso muy segura. Y, sin darle tiempo a contestar, añadiría algo más—. A propósito, Sasuke está por allá —indicó una dirección con su ensangrentada katana—. No lo hagas esperar y ve con él —le guiñó un ojo a lo cual Hinata, ya más tranquila, respondió con un asentimiento. Después la militar continuó buscando más enemigos malheridos a los cuales clavarles su acero.
La todavía civil prosiguió su camino por muchos metros hasta que su mirada albina por fin se cruzó con la de su amado, quien permanecía en su lugar recuperándose del cansancio, cosa normal tomando en cuenta que él y Naruto fueron los que más enemigos mataron. Decir miles no era una exageración.
—¡Sasuke! —gritó con voz distorsionada por la emoción mientras corría hacia él a todo lo que daban sus piernas. Tragó saliva al sentir que su garganta se apretaba, cosa que también hizo que los tendones laterales de su cuello se le marcaran.
Al llegar con su hombre, Hinata lo abrazó sin que le importase quedar manchada por la sangre fresca de los partidarios del rey, rojo intenso que cubría a la cota de malla casi por completo. El rostro del Uchiha también estaba cubierto por el líquido vital enemigo de tal forma que sólo mínimas partes conservaban el blanco tono de su piel. Nada de eso le importó a la fémina, quien siguió abrazándolo con todas las fuerzas que era capaz de esgrimir.
—Tenía tanto miedo de que murieras en la batalla. ¡Te amo, te amo, te amo! —repitió farfullando. Sus ojos estaban humedecidos y la boca le temblaba en una especie de puchero diferente.
La emoción se hizo indescriptible en ambos, pues esta batalla tan dura y sanguinaria tenía el tinte de ser incluso más difícil que el próximo asalto al castillo. Ello debido a que Danzo había involucrado a casi todas sus fuerzas para obtener una victoria absoluta, recursos humanos que no tendría en la batalla final. Había perdido demasiados soldados aquí.
Demasiados.
—También te amo. —Al igual que ella antes, repite sus sentimientos muchas veces porque si no lo hace siente que reventará. Luego le dio un beso en la frente mientras sus manos estrechaban su cintura cariñosamente. —Esta victoria también es para ti, pequeña mía.
El abrazo desató todas las emociones y tensiones acumuladas durante más de dos meses. La posibilidad de no volver a verse era alta y, por ello, hubieran hecho el amor aquí mismo de no haber tantos testigos. De hecho durante los días previos a esta decisiva contienda, se ansiaron tanto que a él le costó un mundo comportarse como un caballero y a ella le costó otro mundo comportarse como una dama.
Él, dándose una breve pausa en que se separó un poco de ella, se sacó el casco y lo dejó caer al suelo. En la parte más alta llevaba una cresta de plumas rojas, también conocida como penacho, el cual le informaba a los enemigos que enfrente tenían al famoso Sasuke Uchiha, el líder de la rebelión y aquel que se había labrado el prestigio de ser el mejor guerrero existente, una verdadera máquina de matar que funcionaba con mayor letalidad que cien catapultas juntas. Aquello era un factor que infundía respeto en los enemigos más valientes, preocupación en los menos expertos y miedo directo a los que no eran tan hábiles.
El cielo, sin ganas de ser sólo una comparsa del amor y la victoria, envió una grata lluvia que tanto la pareja como los soldados presentes agradecieron de corazón. La necesitaban para refrescarse del calor producido por la batalla, deshacer la capa de sudor que los cubría, lavarse sus propias heridas o quitarse de encima la sangre de los enemigos.
—Esta lluvia es una bendición —comentó Sasuke mientras atrapaba agua en una palma extendida y procedía a lavarse la cara—. ¿Me ayudas a sacarme la armadura? —preguntó un poco después.
Hinata parpadeó muy sorprendida. Ahora mismo no recordaba otra ocasión en que su novio le hubiese pedido ayuda. Era otra muestra de que ya sentía que podía apoyarse en ella con toda confianza.
—Por supuesto, amor.
Así, como una fiel escudera, Hinata comenzó a quitarle aquella protección de encima. No le fue dificultoso ya que su prometido sólo usaba una cota de malla, una coraza hecha de anillos de metal entrelazados que resultaba más flexible y más ligera que una armadura de placas de acero. Como Sasuke era tan hábil no necesitaba más protección que esa y un escudo. Tanto en él como en Naruto sobraban los brazales, coderas, guanteletes, musleras, rodilleras, grebas y escarpes.
Cuando Hinata dejó el oncemil sobre el suelo, Sasuke procedió a quitarse el chaleco acolchado que impedía que el cuerpo entrase en contacto con los anillos metálicos de la coraza, los cuales podían producir heridas y raspones por el frenesí de la batalla. Entonces, cubierto sólo por una delgada camiseta, disfrutó de la lluvia que los acariciaba como si también deseara participar de ese amor esplendoroso que ambos irradiaban juntos.
Pronto los cabellos y cuerpos de ambos, ya mojados del todo, provocaron una sensualidad visual imposible de rechazar. El suéter de ella, por el peso del agua, se había ajustado a su silueta, remarcando la forma y tamaño de sus adorables pechos. Su cintura y sus bien proporcionadas caderas también resaltaron. Toda la figura de la musa, su tentador cuerpo, se realzó por entero de una manera que cautivaba cual hechizo.
A Hinata, por su parte, la escena también le resultó sumamente atractiva. El pelo mojado y brillante de su varón, su mirada emocionada y seductora al mismo tiempo, esos pantalones que tan bien le quedaban por delante y por detrás, la camiseta que marcaba sus fornidos pectorales que llevaban una X que sólo ella tenía el permiso de ver, los abdominales insinuándose por debajo de la tela...
—¿Te puedo dar un beso? —preguntó ella mientras un sonrojo comenzaba a poseerla.
Sasuke frunció el ceño, muy extrañado.
—Eso no se pregunta, amor mío. Se hace.
—Ay, es que te veo tan cansado que casi siento que estaré aprovechándome de ti...
—Nunca me dejará de sorprender cuán tierna y respetuosa eres. —Le acarició una mejilla. Se le hacía gracioso que le pidiera su consentimiento—. Mi amor, tú tienes mi permiso para aprovecharte de mí de la forma que desees...
—Ay... —reaccionó agitada por el sensual y ronco tono de voz esgrimido—. Lo haría, pero estar rodeados por tanta gente me coarta y tantos cadáveres desperdigados no son muy inspiradores que digamos...
Sasuke no le contestó por medio de palabras, sino besándola como se besa al ser amado después de convivir con la muerte: con pasión, con lujuria, con magia, con almas que rebozaban verdades del corazón.
La musa no entendía cómo ese hombre que tan solo unos minutos atrás mató a tantos guerreros, muertes que ella contempló desde el horizonte, podía encarnar a la sensualidad de una manera tan seductora. Si hasta tuvo una cabeza decapitada colgando desde su mano, testa que lanzó por los aires para después patearla como si fuese un balón, y, aun así, lo único que deseaba era que ese pelinegro siguiera besándola, que la recorriera con sus manos y la estimulase por cada rincón de su dualidad cuerpo-alma.
¿Tanto lo amaba y tanto lo deseaba como para ignorar hechos tan mórbidos? Al parecer sí. Definitivamente, sí. El calor que ya iba asentándose en su entrepierna se lo estaba diciendo claramente.
—No entiendo cómo podemos estar así de acaramelados —entrecortó el beso para expresar sus recientes pensamientos— cuando estamos rodeados de tanta muerte y sufrimiento... —culminó con claros dejos de culpabilidad.
—Lo que pasa es que tú purificas hasta el escenario más sangriento. Tu sola presencia irradia un candor tan grande que incluso eres capaz de cambiar a un demonio como yo.
El sonrojo en ella se hizo más intenso.
—¿Pero qué dices? No me des atributos que no tengo. En tal caso sería el amor el que nos hace olvidar todo lo demás por más horrendo que sea.
Ahí estaba de nuevo esa lengua tan modesta haciendo acto de presencia. Él le acarició los cabellos azulinos que la lluvia seguía mojando.
—¿No te das cuenta que tú eres el amor en persona? —lanzó con ánimo de seguirla sonrojando. Le encantaba verla así.
—Que no soy...
Iba a continuar la frase, pero Uchiha la acalló con un nuevo, prolongado y fogoso beso. Tras culminar éste succionándole el labio inferior, le dijo:
—Ya falta muy poco para que Danzo caiga ante mi venganza. Sé que ese maldito está temblando de pavor mientras huye hacia la capital a toda prisa —dijo mirando con odio hacia esa lejanía en que se ubicaba la capital—. Pero lo más importante para mí es que, tal como te lo prometí, pasado mañana será el día más feliz de mi vida, el día en que serás mi mujer por hecho y derecho. Ante la ley humana y ante la ley divina, serás mía —repitió orgullosamente, dándole luego un caballeresco beso en el dorso de la mano.
Hinata, a sus palabras, recordó lo que había pasado la noche anterior, justo en el día previo a la batalla...
—¿Por qué no me dejas ayudarte en combate? Tú mismo has visto lo eficiente que soy como arquera. Hasta lady Ino me ha alabado diciendo que con el tiempo voy a superarla.
Sasuke, anticipando que su respuesta en nada le gustaría a su pareja, la tomó desde las mejillas cariñosamente a fin de que sus ojos se entrelazaran. Esperaba que ella notase el brillo de emotividad que asomaría en cada una de sus palabras.
—Porque si participaras en la batalla no podría pelear tranquilo ni concentrarme. Estaría todo el tiempo preocupado por ti.
—Pero tú mismo sabes que necesitas a toda la gente posible. ¡Incluso has aceptado a esclavos con la promesa de darles la libertad cuando termine la guerra! Y a mí, que soy tu novia y discípula, me dejas fuera como si no valiera para nada —concluyó haciendo un vehemente ademán de impotencia.
Una pequeña sonrisa se formó en el rostro de él. Como Hinata empezaba a pensar como una guerrera de verdad, sus ganas de ayudarlo le implantaban una gran valentía. En serio que estaba orgulloso de ella, pero simplemente no podía arriesgarla o jamás se lo perdonaría.
—Te dejo fuera precisamente porque tu valor es incalculable para mí. Entiende que es por tu bien.
—¿Y para qué entreno entonces? —Lo agarró firmemente de los brazos, a punto de clavarle las uñas por la inercia de la fuerza empleada—. No creas que no oigo los comentarios de los soldados. Todos dicen que ganar la próxima batalla será muy difícil, que Danzo los supera numéricamente por un margen de dos a uno... ¡Cuarenta mil soldados contra ochenta mil es lo que te espera! Es obvio que en esta batalla necesitas toda la ayuda posible... ¿Y aun así me dices que me mantenga al margen?
—Da igual la cantidad de enemigos, te aseguro que la rebelión ganará sin importar la desventaja numérica. El plan que tengo es infalible.
—¿Pero y si falla? ¿Y si te pierdo?
—Eso no pasará.
Se hizo un silencio tenso. Hinata se perdió en su propio mundo recordando algo que le confesó Matsuri, misma con quien formó buenas migas durante los dos meses de contienda bélica a campo abierto. Se trataba de un secreto de la castaña, pero como Sasuke era muy reservado decidió contárselo dejando aprensiones de lado. Estaba segurísima de que él no se lo revelaría a ninguna persona.
—¿Te puedo contar un secreto, verdad? —Sin esperar a una respuesta que sabía de antemano como afirmativa, continuó con toda confianza—. Hace unos días la novia de Gaara me confesó que estaba embarazada. También me dijo que iban a casarse lo antes posible, de seguro después de ganar esta batalla, para que su niño nazca protegido por el sacramento del matrimonio y que no hayan habladurías de cuándo sucedió su concepción. ¿Por qué no aprovechamos de casarnos también?
—¿Una boda doble? —cuestionó levantando la ceja izquierda.
—Podría ser, aunque yo prefiero que primero lo hagan ellos y al día siguiente nosotros. ¿Qué te parece?
—Me extraña que quieras casarte durante una guerra —puntualizó intrigado—. Pensé que preferías hacerlo en una época de paz.
—He aprendido de mala manera que cada día de nuestras vidas puede ser el último... —Las numerosas batallas que ya había visto le hicieron recordar al sinfín de cadáveres esparcidos en los campos de combate—. ¿Para qué seguir esperando entonces? No sabes cuánto deseo vivir esa felicidad tras ver tanta desgracia y violencia. Me haría muy bien una celebración así y creo que a ti también te daría felicidad, amor.
Las palabras de la dama y su actitud impaciente fueron como un bálsamo para el alma del varón, quien valoró de forma muy positiva las enormes ansias que ella mostraba por ser su mujer.
Antes de contestar acercó su rostro al femenino y, tratando de darse un poco de calor, frotó su nariz contra la de ella. Esa era otra característica particular entre ellos: la nariz y las manos de Sasuke solían estar a una temperatura baja y las de Hinata, en cambio, a una alta. Polos opuestos una vez más.
—Me parece excelente —dio él su irrefutable veredicto—. Yo también te necesito como mi esposa lo antes posible.
—¿De verdad? —preguntó mientras su boca iniciaba una sonrisa que hacía un esfuerzo por contenerse.
—Claro que sí.
—Oh, mi vida, me hace mucha ilusión. —La feliz curva en sus labios terminó por completarse hasta mostrar su perfecta dentadura—. Además puede parecerte una tontería, pero a mí me criaron para hacer el amor sólo bajo el sacramento del matrimonio... —dijo coloreando sus mejillas a esa velocidad despampanante que llegaba a asombrar. Su mirada, en tanto, torcía su rumbo hacia el suelo—. Y bueno..., tú ya sabes que me has hecho pecar muchísimo...
Sasuke apenas pudo reprimir una emocionada sonrisa al ver como el gesto de chocarse los índices renacía en ella. Su novia era una criatura tan tierna...
—Ya sabes lo que pienso respecto a eso: aunque no estemos casados, el sexo nunca puede ser pecado. Y aún menos si se hace con amor.
—Entiendo tu punto, pero recuerda que yo fui criada de una manera distinta a la tuya —precisó mimosamente—. Por eso prefiero que hagamos el amor protegidos por el matrimonio.
Y sin esperar a réplicas, Hinata se lanzó a la boca de él con una imperiosa y fogosa ansia. Era como si su lengua estuviese muriendo y necesitara ser salvada por el sabor de un amor invencible.
La congestión de sensaciones placenteras los sumió en un mundo irreal en donde no existían espadas, violencia o guerras. Lo que ahora creaban sus almas efervescentes y cuerpos burbujeantes era cariño sin límites, deseo animal, calor atosigante, y un enamoramiento que se exaltaba hasta tocar el infinito. Disfrutaron de tal magia por varios minutos hasta que Leónidas, dispuesto a jugar con su ser más querido, llegó corriendo con un hueso desteñido que debió pertenecer a algún venado.
—Ay, Leo, no puedes ser más inoportuno... —Se quejó graciosamente la dama, mientras observaba lo que el can llevaba en su boca. Le alegró ver que un fémur de ese tamaño no correspondiera al de un ser humano.
Sasuke, siguiendo la rutina trazada durante años, le brindó unas caricias a su amigo canino en la cabeza y luego en las orejas. Luego tomó el hueso y lo lanzó lo más lejos que pudo a fin de que Leónidas demorara un poco en traérselo de vuelta. Cuando el ser de cuatro patas inició su feliz carrera, el pelinegro le dedicó una sentida mirada a la albina.
—Entonces, mi amor, te desposaré cuando gane la siguiente y crucial batalla. Esa es mi promesa en honor a la victoria, una que me motivará aún más a vencer.
—Hinata, te prometí que si ganaba nos casaríamos en unos días más. ¿Sigues queriendo unir tu vida a la de este demonio que intenta cambiar?
Ella sonrió.
—Es lo que más quiero en todo el mundo, amor. Y mientras antes sea mejor.
Él la estrechó entre sus brazos, dándole a Hinata una seguidilla de besos con sabor a lluvia.
—Te amo, mi niña hermosa —dijo separándose un poco de ella para verle esos luceros tan especiales que tenía. Sus facciones mojadas se tornaron resplandecientes de varonil sensualidad.
—Y yo a ti, mi guerrero —correspondió mientras sus manos se entrelazaban justo en la nuca de él, sus pulgares aprovechando de juguetear con uno de los negros y húmedos mechones.
—En tres días más nos casaremos. —Sus dedos acompañaron el anuncio expresando el número dicho—. Supongo que es tiempo suficiente para hacer los preparativos.
—Lo que tú decidas está bien para mí. Te juro que voy a ser la mujer más feliz del mundo tanto si es mañana mismo como en una semana más.
—Y yo también te juro que seré el hombre más feliz de todos.
Cuando se inició y se terminó un nuevo beso, Hinata, por uno de esos azares de la vida, vio un poco más allá el casco con penacho azul que pertenecía a uno de los capitanes de Danzo. De modo inevitable recordó un suceso muy reciente que la había perturbado. Dudó entre mencionarlo o callarse, pero, a final de cuentas, si cumplía lo segundo la lengua se le iba a quemar.
—Por cierto, amor... —Se preparó a dar una crítica con el tono más sutil posible, ya que si lo hacía como un reproche el último Uchiha se pondría a la defensiva. Sabía muy bien que con él había que usar un tacto especial para que sus consejos fuesen tomados en cuenta.
—¿Qué sucede?
—¿Era necesario patear la cabeza de ese tipo como si fuese una pelota? Los muertos, aunque fueran ruines enemigos, merecen respeto.
—Ya te pusiste moralista de nuevo... —condenó tras dar un fuerte chasquido lingual—. Él decidió seguir a Danzo y obtuvo lo que merecía por ello —dijo sentenciosamente—. Pero para que estés contenta, al próximo decapitado lo peinaré bien antes de patearlo.
—Sasuke... —dijo su nombre con tono de reprimenda—. Sé que te soy fastidiosa en esto, pero sabes que, incluso cuando mi carácter era débil, yo siempre he sido de dar mi opinión cuando algo me parece mal. Neji, que en paz descanse, siempre decía que el respeto a los muertos era una de las cosas que diferenciaba a un bando del otro.
Uchiha estaba muy dispuesto a ignorarla, pero la mención de su primo, aquel a quien le había quitado la vida con sus propias manos, logró que cambiara de idea. Dio un significativo suspiro antes de dar una respuesta.
—Él tenía a la razón de su lado. Sin embargo, quiero acotar algo importante: la guerra saca lo peor de los hombres porque, en el frenesí de la batalla, uno no tiene tiempo ni cabeza para detenerse en asuntos morales. Mantenerse correcto bajo la presión de la batalla es algo muy difícil, sobre todo cuando sabes que el enemigo es un monstruo que no dudará en hacerte cosas peores.
—Por eso me asusta lo que es capaz de provocar la guerra —masculló para después torcer la boca—. Es como si el bien desapareciera completamente mientras el mal queda reinando en cada rincón. Eso me da miedo.
Abordaron un tiempo más aquel tema hasta que avistaron a Ino acercándoseles, quien, afilando la agudeza de sus oídos, alcanzó a escuchar las últimas frases que dijeron. Por tanto no dudó en meter su lengua apenas se colocó al lado de ambos.
—Hina, en esto apoyo a Sasuke y te diré el por qué: una guerra puede tener causas justas, por ejemplo esta rebelión la tiene, pero en la batalla misma no hay buenos ni malos, sólo la victoria, el delirio de sangre y el instinto de supervivencia. Comprendo tu opinión y me encanta tu idealismo, pero sólo hombres con una moralidad tan alta como la de Naruto son capaces de comportarse civilizadamente en medio de toda esta monstruosidad que nos rodea. —Extendió un brazo hacia el campo de batalla repleto de occisos y malheridos.
—Creo que entiendo eso aunque sigo sin compartirlo... —dijo abrazándose a sí misma al ver de nuevo el dantesco panorama—. Lo que sé bien es que pocas veces había presenciado una violencia tan sanguinaria e impactante.
—De todas formas debes estar tranquila —habló el varón— porque falta muy poco para que esta guerra acabe. Estamos a tan solo cinco horas de la capital y a cuatro de mi casa. Sólo nos falta lanzar el asalto final, aunque será la batalla más complicada de todas porque tendremos que vencer a la última línea defensiva enclavada en la capital: Raíz.
—Esta guerra terminará, es cierto, pero muy pronto se iniciará otra contra Pain... —Le recordó una angustiada Hinata.
—Pues Karin auguraba que en un mes llegaría a este continente, que como máximo tardaría un par de meses, pero ya ves que han pasado más de setenta días y nada sabemos de él —dijo Ino con una sonrisa esperanzada y continuó argumentando la causa de ésta—. Tal vez Pain no era para tanto y Kisame no sólo lo retrasó sino que también lo venció.
La adición del tiburón a la guerra en honor a Itachi fue lo mejor que le pudo pasar a la insurrección, ya que muchísimos hombres de las flotas del reino lo consideraban el mejor almirante naval que podía existir. Tal respeto los hizo cambiar de bando enseguida, traicionando a Danzo y adueñándose del noventa por ciento de los barcos de guerra. Teniendo esta nueva fuerza a disposición, Kisame mismo decidió cumplir una misión que se antojaba como muy difícil: atravesar el mar y retrasar la invasión de Pain durante el máximo tiempo posible. ¿El método a usar? Atacar los puertos de ultramar; destruir el máximo de naves enemigas o, en su defecto, dañarlas severamente; asaltar, cuales piratas, a las galeras de suministro que llevaban provisiones. En el fondo, cualquier táctica al alcance era válida sin importar que ésta fuera vandálica u honorable. Y por lo visto había resultado a la perfección o de lo contrario el dios Pain ya estaría en este continente.
—Yo no soy tan optimista como para pensar que Kisame derrotó al tal Pain —respondió Sasuke a lo dicho antes por la blonda—, pero sí creo que podrá retrasarlo por más tiempo.
—Yo tengo esperanzas de que pudo matarlo —insistió Ino—. Por las venas de Kisame no corre sangre sino agua de mar y los combates navales son su especialidad. Quizás no lo venció en un duelo de uno contra uno, sino en algún ataque estratégico y masivo. Recuerda que obtuvo dos apodos tan peligrosos como «Tiburón» y «Bestia de los Siete Mares» porque ha hundido más barcos que todas las tormentas juntas —añadió con mucha fe—. Y hablando de las tormentas... —continuaría arrojando positividad— atravesar el mar en invierno es medio peligroso porque es la peor estación para navegar. Si a Pain lo pilla una tempestad muy cabrona le puede hundir muchos barcos. Ni siquiera él puede escapar a eso a menos que sea capaz de controlar el clima a su antojo.
—Y tampoco podemos olvidar que un peligroso escorpión acompaña a ese tiburón... —añadió Sasuke abriéndose a la posibilidad de que Ino estuviese en lo cierto.
Tal comentario venía a razón de que, para asombro de muchos, Sasori también se había unido a la rebelión. Gracias a que movilizó a toda su legión consiguió hallar a Orochimaru, aunque, como matar a un manco no le satisfacía, prefirió encerrarlo en una jaula y torturarlo algunos días. Después se puso en contra del rey por considerarlo un cómplice del alquimista, pero al saber que Kisame partía hacia el otro continente decidió acompañarlo. Nunca explicó sus motivos para ello y nadie esperaba que los diera tampoco. Sasori era un tipo misterioso después de todo.
—Entiendo que le tienen una gran confianza a Kisame... —dijo Hinata—, ¿pero no es peligroso que Sasori lo haya acompañado? Podría traicionarlo y asociarse con ese hombre que se cree un dios. Dudo mucho que alguien tan maligno como ese pelirrojo se interese por algo más que sus propios objetivos.
—A mí Sasori me da escalofríos —inició Ino su respuesta—, pero él no se volvió maligno sólo porque sí. Su historia de vida fue jodida también.
La florista pasó a contarle lo que había averiguado respecto a la vida personal del escorpión de la arena roja. La de pelo azulino, a cada frase oída, fue atenuando el resquemor que lucían sus ojos cambiándolos por cierta compasión.
—Vaya, es algo muy triste... —comentó Hinata cuando la historia llegó a su fin—. Su abuelita debió decirle la verdad desde un principio, contarle que sus padres habían muerto en esa guerra. Tuvo que ser terrible para él esperar algo que nunca sucedería.
—Supongo que ella no tuvo corazón para decírselo. Trató de evitarle ese tremendo dolor hasta que fuera capaz de superarlo, pero al final fue para peor porque ocultárselo cambiaría la personalidad de Sasori para siempre. No tengo dudas de que eso lo marcó hasta volverlo un ser muy oscuro.
Habrían hablado un poco más de la historia del pelirrojo de no ser porque el trío se percató que Naruto se les acercaba.
—Ino, ¿estás bien? —preguntó el de intensos ojos azules apenas llegó con ellos—. Tu oreja... —añadió esbozando mucha preocupación al ver el estado que lucía la susodicha: inflamada y sanguinolenta. Se le acercó para examinársela de mejor manera.
—Tranquilo, lo que he sufrido yo es la nada misma en comparación a las heridas de otros —terminó indicando hacia el lugar donde se escuchaban los gritos más voluminosos—. ¿Tú estás bien?
—Perfectamente, de veras.
Sasuke interrumpiría el intercambio de más palabras entre ellos. Llevaba días notando que Ino y Naruto parecían muy cercanos y eso le desagradaba profundamente. Más adelante tendría que hablar con su socia de ese asunto.
—Y bien, larva subdesarrollada, ¿qué decías de mi plan? —Sasuke le espetó el triunfo logrado al blondo, ya que éste puso en duda que lo maquinado resultara.
—Aunque me pese aceptarlo, piojoso hediondo a sobaco, he de reconocer que tu estrategia resultó como un golpe maestro —lo dijo empleando la misma gestualidad con que se aprueba algo disgustoso.
El maquiavélico plan consistió en echar a correr potentes rumores de que Naruto impulsaría una rebelión dentro de la misma rebelión, pues muchísimos soldados, ya hartos de ese liderazgo tiránico en que Uchiha los sacrificaba sin compasión en pos de lograr victorias, estaban muy dispuestos a seguir al carismático y noble blondo en su cruzada personal contra Sasuke. Si éste y su soberbia continuaban al mando las pérdidas de hombres serían catastróficas además de incontables.
Los espías y vigías del rey no dudaron en darle veracidad a tales rumores por las múltiples discusiones y rencillas que habían visto en la rebelión, pero un astuto Danzo no le dio alas a la credulidad. Su inteligencia le decía que se trataba de una trampa a evitar, mas, aun así, también debía reconocer que el Uchiha y el Uzumaki se odiaban a muerte y, por simple lógica, una alianza entre ellos terminaría rompiéndose tarde o temprano. No era la primera vez ni sería última en que una facción caía por culpa de sus propias disputas internas: había pasado con los cartagineses, con los griegos, con los persas e incluso con los romanos. Sin embargo, el factor clave que lo convenció del quiebre en la rebelión fue ver con sus propios ojos que, a puertas de la batalla más decisiva de todas, Naruto y un sinfín de hombres atacaron a Sasuke y sus legiones. El odio entre Uchiha y Uzumaki fue ejecutado por ellos y sus hombres con una maestría extraordinaria; incluso utilizaron sus catapultas a fin de bombardear al contrario. Y, gracias al caos resultante, se levantó una polvareda que ayudó a simular muchísimas muertes de una forma muy realista.
El soberano, viendo tal bestialidad desde lejos, simplemente no fue capaz de resistir la tremenda tentación de matar dos pájaros de un tiro. Envió a todas sus hordas, caballería pesada incluida, a aprovechar la debacle que se había producido en la insurrección, pero, como era lógico, el descuidado ataque frontal se convirtió en una masacre cuando la simulación concluyó en el momento más oportuno.
—Era evidente que ganaríamos, no en vano el plan fue diseñado por mí hasta el último detalle —dijo el líder rebelde con esa soberbia que tan bien lo caracterizaba—. A diferencia de un imbécil como tú, yo no tengo la cabeza sólo de adorno.
—¿Ya empiezas de nuevo? Parece que deseas que te dé otra paliza, una que te haga vomitar hasta el alma de nuevo.
—A callar, cola loca, si no quieres que te tire otro diente.
—Ja, a ti también se te cayó uno apenas días después de nuestro combate. ¿Crees que no lo sé, masca prepucios?
—Paren por favor. —Ino se interpuso entre ellos antes de que la rencilla aumentara sus proporciones—. Recién ganamos una batalla importantísima. No es tiempo de que malgasten energía peleando entre ustedes, y menos ahora que estamos tan cerca de celebrar la caída eterna de Danzo.
Ambos formaron muecas de disgusto, mas hicieron caso y pararon la contienda verbal. Ino y Hinata siempre se encargaban de calmarles los ánimos. Sin ellas ejerciendo como la voz de la sensatez, lo más probable es que los dos guerreros más fuertes ya se hubieran enfrentado a muerte otra vez.
Unos segundos más tarde llegó Juugo, dispuesto a dar un informe preliminar de daños y beneficios. Cuando finalizó comunicando la captura de muchos caballos, preguntó lo siguiente con militar formalismo:
—¿Cuáles son sus órdenes, señor?
—La ciudad de la laguna cuadrada será nuestra nueva base, aunque no la defenderemos con empalizadas. Defensas mínimas serán más que suficientes. También quiero patrullas vigilando en diez kilómetros a la redonda tomando a la urbe como punto de referencia. Respecto a los heridos pongan en marcha el protocolo habitual.
—Sí, señor. Sus órdenes se cumplirán al pie de la letra.
—¿Defensas mínimas? —cuestionó un sorprendido Naruto mientras Juugo se iba—. ¿Ya se te subió la victoria a la cabeza o no te das cuenta que eso nos expone al peligro?
—Primeramente no gastaremos fuerzas en vano por defender un lugar en el que no estaremos más de cuatro o cinco días. En segundo lugar, el rey acaba de perder alrededor del setenta y cinco por ciento de los hombres que le quedaban. Ahora tenemos la ventaja y, por ende, que un cobarde como Danzo ataque bajo estas nuevas condiciones es muy improbable. Hasta un tonto como tú puede entender que no vale la pena construir empalizadas ni zanjas.
—Esta vez Sasuke tiene razón, Naruto —apoyó Ino a su superior, aunque lógicamente su semblante fue mucho más condescendiente y amable—. A Shimura le sería un suicidio atacarnos porque ya no tiene posibilidades de vencernos fuera de la capital. No tiene más remedio que ponerse a la defensiva si quiere obtener la victoria.
El de pelo mostaza le asintió únicamente a la soldado. A Sasuke era mejor ignorarlo de plano.
—Ahora ya sólo falta el golpe definitivo: marchar a la capital y penetrar en el palacio —continuó hablando el pelinegro líder de la rebelión—. Sin embargo, eso lo haremos tras reponernos de esta batalla tan desgastante. Atacar bajo el cansancio que ahora nos invade sería mucho más perjudicial que ventajoso, ya que nos espera su última línea de defensa: la plana mayor de Raíz.
Dos días han pasado desde la llegada a la segunda ciudad más grande del reino y ahora mismo Hinata y Sasuke, como alumna y maestro respectivamente, pasaron las primeras horas de la mañana practicando a orillas de la laguna cuadrada por la cual era conocida esta urbe. Como la fémina había aumentado su destreza usando la katana, el entrenamiento dio un paso hacia el siguiente nivel: el arte de pelear con espada y escudo, focalizando los esfuerzos especialmente en el último.
A cualquier testigo le habría sido gracioso ver cuán pequeña era la rodela que Hinata empleaba, con suerte tenía una circunferencia de dos palmos, pero Uchiha le había demostrado lo útil que era cuando se tenían reflejos superiores. Con movimientos precisos no hacía falta tener un escudo más grande.
Cuando el varón notó que la respiración de Hinata ya estaba más que alterada y que su cara estaba empapada de esfuerzo, dio por finalizada la sesión. Sin embargo, la dama no estaba conforme todavía. Tenía que sudar mares para que lo estuviera.
—¿No podemos practicar un poco más? No me siento agotada todavía, amor.
Él sonrió al recordarse a sí mismo en lo de ir siempre más allá de los límites.
—El problema es que me duele el brazo izquierdo.
Ella llevó una palma su boca como si quisiera borrar lo que dijo anteriormente.
—Oh, lo siento mucho —dijo apenas quitó la mano—. Se me había olvidado que necesitas descansar tras la última batalla... ¡Perdón!
—No te preocupes, sólo es fatiga muscular —aseveró con total seguridad—. Con un día más de descanso quedaré perfecto.
Una mirada repleta de alivio se apoderó de la dama. Luego se secó el sudor del rostro empleando la manga del suéter lila que llevaba.
—¿Te doy un masaje? —Sus manos hicieron el gesto de que daba uno.
—Prefiero esto...
Acto seguido, la acercó hacia él desde la cintura y le plantó un beso que hubiese avergonzado hasta al mirón más descarado. Terminado el lujurioso afecto bucal, Sasuke señalaría algo que necesitaba comentar.
—Espero que tu vientre se mantenga tal como está ahora: tonificado por tus entrenamientos, pero sin abdominales exagerados —dijo mientras la acariciaba juguetonamente en esa zona—. Y por si acaso tampoco te quiero con brazos de Hércules.
—No te preocupes, no quiero volverme musculosa —dio una risita— ni esculpir mi cuerpo al punto de que se parezca al de un hombre. Estoy orgullosa de ser mujer, así que entrenaré hasta la escala justa para no caer en una masculinización. A lo que aspiro es a tener un cuerpo como el de Ino: fuerte y tonificado, pero acorde a mi sexo.
—Así me gusta —dijo mientras le plantaba un nuevo beso.
Los enamorados se sentaron bajo las ramas de uno de los grandes sauces llorones que habitaban alrededor. Algunos de ellos incluso incrustaban sus raíces en el lecho lacustre hasta tal punto que la mitad del tronco quedaba bajo el agua. Hinata había visto muchos lagos a través del viaje por los bosques y praderas, pero jamás uno que fuese perfectamente cuadrado. Lo más sorprendente era que los ciudadanos no lo hicieron así de modo artificial; por alguna razón la misma naturaleza quiso crearlo así. Después de pensar en esa llamativa curiosidad por un rato, quedó observando a las familias de cisnes de cuello negro que vivían ahí desde tiempos inmemoriales. Por tal razón eran venerados casi tanto como los gatos en el antiguo Egipto y, en consecuencia, cualquiera que se atreviera a molestarlos obtendría la pena de perder una mano sin derecho a quejas.
Su vista albina vio más allá a Leónidas, quien, junto a otro perro, jugaba alegremente corriendo de un lado a otro. En la orilla correspondiente al poniente avistó a Kiba conversando con Naruto y, ubicadas al lado contrario, al grupo de hermosas cabañas hechas de roble. Precisamente en una de ellas estaban quedándose ella y Sasuke. Era de reducido tamaño en comparación a las mansiones en que estuvieron antes, pero esa pequeñez quedaba compensada —y por mucho— gracias al bellísimo panorama que les otorgaba.
—Este lugar es increíble —comentó la que ya no se consideraba una Hyuga—. Es como si las penurias de la guerra nunca hubiesen llegado hasta aquí. La gente incluso parece contenta—. Observó al resto de personas que se comportaban como si estuviesen en un día de campo—. ¿Hay alguna razón para que esta urbe sea tan diferente a otras que vimos?
—El culto a la mayoría de dioses de este país se realiza aquí porque esta es la sagrada ciudad de los templos, antigua capital del reino. A Danzo se le habría echado todavía más gente encima si se le ocurría cometer alguna tropelía por estos lares.
—Ya veo —dijo alegremente—. Entonces nos casaremos en una ciudad santa, ¿verdad?
—Así es.
Ella sonrió más al agradarle mucho tal idea. Se acicaló sus húmedos cabellos y después recordó algo que ahora mismo mencionaría.
—Por cierto, la ceremonia de Gaara y Matsuri es mañana. Ella me dijo que yo estaba invitada y que si tú querías venir también podías hacerlo.
—No me interesa —contestó en menos de un segundo—. Yo no soy amigo de Gaara y tampoco lo seré.
—Sería bueno que vinieras para que veas cómo es la ceremonia del matrimonio. Además yo quiero asistir.
—Puedes ir acompañada por Ino, Sakura, Kiba, Juugo o Chouji. Tienes muchas opciones. Lo que es yo aprovecharé de descansar. Te reitero que mi brazo izquierdo no está del todo bien. —Utilizó aquello como la excusa perfecta.
Hinata no quiso insistir ya que tampoco deseaba obligarlo. De sobra sabía que Sasuke era huraño y, por ende, lo de asistir a eventos juntos quedaba prácticamente descartado tanto ahora como en un futuro.
—A todo esto... ¿A los ciudadanos no les parecerá frívolo que se celebren dos matrimonios mientras hay personas que sufren las consecuencias de la guerra?
El general, antes de contestar, despejó el mechón que solía taparle el ojo izquierdo.
—Tras combatir en un sinfín de batallas, tanto Gaara como yo nos hemos ganado el derecho a casarnos cuando nos plazca. Y el pueblo sabe perfectamente eso. De hecho, estoy seguro de que se alegran mucho por nosotros.
—Tienes razón. —Nada había que alegar ante palabras dichas con tanto aplomo. Uchiha podría haberle dicho que los centauros existían y ahora mismo no lo pondría en duda—. Ojalá que todo salga bien; el destino no puede ser tan injusto como para favorecer a Danzo y a Pain.
—No tengas dudas de que superaremos todo lo que se ponga por delante sin importar que se trate un rey, de un emperador o incluso de un dios. Tenemos a guerreros muy fuertes de nuestra parte, incluidos Naruto, Gaara e Ino. Es imposible que no obtengamos la victoria.
—Por mi parte sólo pido que ninguno de mis amigos muera.
—Claro que así será. Ahora mismo el rey debe estar con un ataque de pánico y no creo que Pain sea para tanto. Lo venceré sí o sí.
Como siempre, esa tremenda seguridad que Uchiha emanaba por cada ojo la hizo sentir más tranquila, optimista inclusive. Además ya llevaban más dos meses de guerra y toda la gente que estimaba seguía con vida: Kiba, Ino, Sakura, Naruto, Chouji, Juugo, Matsuri. Tal cosa era una señal excelente.
Muy dispuesto a seguir disfrutando del agradable clima que ofrecía el día de hoy, Sasuke se recostó sobre el pasto y Hinata posicionó su cabeza entre el pecho y el hombro de su varón, acaramelándose sin preocuparse de que la gente más allá pudiese verlos. Lo que sí la inquietó un tanto era la manera en que sus ojos se iban a la entrepierna masculina de cuando en cuando. ¿Se estaba volviendo una pervertida, verdad?
Luego de un rato dándose los mimos propios de dos enamorados, Sasuke se levantó, le ofreció un brazo a su musa y entonces se dirigieron a la zona de cabañas. Allí los guardias que custodiaban se pusieron firmes para saludar a su general, quien a su vez devolvió el gesto llevando una mano a la sien. Desde ese lugar llamó a Leónidas con un silbido y, tras darle varias caricias, lo dejó a cargo del soldado que lo cuidó los dos días anteriores. Tras cuarenta y cuatro pasos más por parte de él y cincuenta y cinco por parte de ella, ingresaron a la que sería la vivienda de ambos por tres días más.
Hinata se fue a la cocina a fin de preparar el desayuno que habían obviado por salir a entrenar, aunque antes de prender los leños abrió las persianas de la ventana y, mientras los rayos de sol volvían a acariciarla, echó un nuevo vistazo al lago de los cisnes. ¡Cuánto le encantaba este hermoso panorama! De buena gana se quedaría a vivir aquí; la linda sonrisa que se adueñó de sus labios lo informaba claramente.
Sacudió la cabeza para volver a concentrarse en el deber antes que en el placer. Vio que Sasuke ya estaba sentado junto a la pequeña mesa de la cocina-comedor. Parecía abstraído.
—Amor, ¿qué quieres comer? —Esperando respuesta echó un vistazo a las tres cajas de provisiones, las cuales lucían casi vacías. Detalló lo que había y recordó que en realidad el menú era uno solo—. Te haré una sopa de sardinas. Sé que no suena rico, pero ya sabes como está el tema de la comida...
Como era lógico, la guerra había traído problemas respecto a la variedad de alimentos y a la persistente escasez de elementos como la miel, el azúcar, los tés, cafés y un largo etcétera. Shimura, aprovechando la ventaja territorial que tenía hasta hacía poco, había incautado muchos víveres para alimentar bien a su ejército y causar problemas logísticos en la rebelión. Por suerte el reino era tan extenso que contaba con muchos ríos y mucha costa, por lo cual los insurrectos solucionaron esos problemas comiendo principalmente peces y mariscos.
—¿Sasuke? —insistió ante la falta de respuesta. Como nada nuevo llegó tuvo que acercarse a él y tomarlo del hombro—. Amor, ni caso me haces... —se quejó tanteándolo suavemente.
Él reaccionó agitando su cabeza ligeramente a la vez que daba un parpadeo.
—Estaba pensando —explicó dándole una caricia en esa mano que se le posaba en el hombro, aprovechando de darle una mirada más atenta también—. ¿Qué me decías?
—¿En qué pensabas? —prefirió seguir indagando y a continuación daría el por qué—. ¿Sé trata de algo importante, verdad? Es muy raro que tú pierdas la concentración de lo que sucede a tu alrededor.
Hinata ya lo conocía muy bien y por eso sus palabras fueron tan certeras. Él dudó entre contarle o no hacerlo, puesto que darle vida a sus pensamientos arruinarían el cariz alegre que su novia portaba. Ninguna gracia le hacía arruinar una mañana tan bonita.
—Olvídalo —dijo con el tono de una orden militar—. En realidad no tiene importancia.
—Para mí todo tiene importancia si se trata de ti —replicó mientras movía su pulgar en una agradable caricia.
—Si te lo digo cambiaré la buena atmósfera que hay ahora —advirtió—. No vale la pena que suceda eso.
—Pero no está bien que me ocultes lo que sientes, así que cuéntame lo que te pasa por favor. Una pareja es un equipo, personas que confían y se apoyan el uno al otro, ¿verdad? Y yo estoy aquí para ti.
Sasuke dio un suspiro. Hinata siempre le decía que era un terco irremediable, pero a decir verdad ella le hacía fuerte competencia.
—Pensaba en que, queramos o no, el pasado siempre incide en el presente. —Se sinceró tras exhalar su aliento a ojos cerrados—. Kiba no quiso ser tu testigo de boda; Hanabi, dondequiera que esté, no aprueba lo nuestro y su máximo deseo es matarme; y la misma intención tiene tu padre. Y si Neji estuviese vivo... —No terminó la frase. Ya estaba más que claro a qué se refería—. Bajo ese prisma de circunstancias negativas me estaba preguntando si estar conmigo realmente podrá hacerte feliz.
Hinata tuvo que darle la razón a Sasuke en su advertencia: el ambiente nada demoró en sentirse pesado. Pero como su persona fue la que insistió por causarlo, también sería ella quien se encargaría de aligerarlo otra vez.
—Los quiero a todos ellos, incluso al canalla de mi padre, pero no necesito la aprobación de ninguno para casarme contigo. Yo tengo las riendas de mi vida, no mis seres queridos. Y si creyera que no voy a ser feliz contigo simplemente cancelaría la boda —fue la contundente respuesta.
—Pero no me negarás que te dolió lo de Kiba, ¿o no?
Claro que sí. A Hinata le hubiera encantado que Inuzuka fuese su padrino de bodas, pero él, aunque agradecido, se negó argumentando que por lealtad hacia sus familiares, amigos y patria, no podía aceptar tal ofrecimiento. Expuso que de hacerlo se sentiría un traidor a sus principios. La dama, sin problema alguno, aceptó su decisión diciéndole que comprendía sus motivos y que no por éstos dejaría de considerarlo su mejor amigo. Sin embargo, era evidente que su negativa le había dolido un tanto y Uchiha lo había notado.
—Me gustaría mucho que me acompañase, es verdad, pero respeto su decisión. No puedo obligarlo a que sea mi testigo, tampoco a que asista a la ceremonia como invitado. —Tratando de que Sasuke no apreciara aún más su decepción al respecto, enterró los ojos en el suelo. Sólo cuando supo que su mirada volvería a su viveza habitual, la alzó y continuó—. Aun así tengo nuevos amigos que estarán conmigo y que valen completamente la pena: Ino, Sakura, Chouji, Juugo, Matsuri.
Uchiha no replicó, aunque Hinata, leyendo esa negra mirada que ahora era más expresiva que antes, comprendió que su novio no estaba conforme.
—En fin, no insistiré con ese tema —dijo dispuesto a zanjar el asunto. Acostumbraba ser un hombre pragmático y no deseaba que hoy fuera la excepción. ¿Para qué darle más vueltas a algo que no tenía solución?—. Lo otro que me molesta es que mi instinto, de algún modo, me alerta de que algo anormal pasará en nuestra boda...
Hinata adquirió un cariz de sorpresa. Luego ésta fue reemplazada por una concentración total.
—¿Algo así como un presentimiento?
—Yo prefiero llamarlo instinto —corrigió—. Un presentimiento me suena a algo sin base, sobrenatural prácticamente. En cambio el instinto es muy tangible, una facultad básica que todo ser vivo tiene.
—¿Y qué base tienes para decir que algo puede pasar en nuestra boda?
—Que tengo muchos enemigos... —dijo con sus ojos idos hacia adelante, como si estuviera viendo a uno que se ocultaba en el mismísimo aire.
Hinata se rascó la ceja izquierda. En un principio de manera suave, pero poco después aumentó la intensidad hasta el punto de verse obligada a cerrar el ojo.
—Bueno, pospongamos la boda entonces —dijo tratando de contener su desilusión, aunque le fue imposible de todos modos—. A mí no me molesta hacerlo, pero para serte sincera no comprendo muy bien tus razones. Al pasado y a sus enemigos hay que sepultarlos de una vez por todas, convertirnos en dos enterradores. Y sobre lo de la infelicidad... ¿En serio no te das cuenta de que lo único que puede quitarme la felicidad es no estar contigo? —cuestionó con un ligero temblor de voz producida por la emoción.
El guerrero esperaba que Hinata le dijera palabras así, pero no que desplegara tanta seguridad en cada una de ellas. Por eso le fue imposible impedir que un calor muy agradable apareciese en su pecho. Sus negros orbes, asimismo, reemplazaron su matiz de preocupación por un cariño especial que pretendía expresarle su devoción. Ya decidido a dejar atrás el inquietante tema anterior, lanzó una réplica que se desviaría hacia otra cosa.
—A decir verdad tampoco entiendo por qué te hago feliz. Suelo ser parco, lacónico y distante. Tampoco soy divertido, alegre o cariñoso. ¿Entonces por qué? —finalizó queriendo escuchar las razones de forma explícita. Necesitaba aquello.
—Mi amor —le acarició una mejilla con la mano entera—, lo más importante es que para mí una sola palabra tuya vale más que mil de cualquier otro. Por tenue que sea, un sólo gesto o acto de cariño tuyo me significa demasiado porque la química que siento contigo no me la genera nadie más. Podría vivir siglos enteros y seguiría sin encontrar a un hombre que me provocara todo lo que tú sí. —Sasuke iba a replicar, pero ella lo silenció con un sentido beso. Cuando terminó éste comenzó a delinearle la nariz traviesamente y entonces continuó hablando—. Además lo de parco y distante lo eres con el resto de personas, pero conmigo has sido muy cariñoso últimamente y eso me encanta. Y quizás no seas divertido en el sentido tradicional de la palabra, pero tienes un sentido del humor ácido que me gusta.
—Ya veo —expresó conforme, puesto que la respuesta de Hinata fue precisamente la que deseaba oír—. Y no sólo eso: también soy muy inteligente, decidido, astuto, guapo, valiente, fiel, y excelente en la cama —añadió sacando a relucir su ego e inflando pecho como un semental de exposición.
Hinata sonrió instantáneamente al ver que su hombre retomaba su talante habitual. Ese era el Sasuke que conocía: orgulloso, egocéntrico, altivo.
—Te faltó añadir modesto —bromeó para después obsequiarle otro delicioso beso, mientras sus manos de distinto tamaño se entrelazaban cariñosamente—. Te amo mucho.
—Hinata... —Se confinó a susurrar sólo su nombre. Su amor le ha trabado la lengua y no puede deshacerse de aquel nudo. No puede creer que ella le quiera tanto. ¿Qué hizo para merecer un amor así? ¿Qué?
—Así que para cerrar esto te diré que no dudes más —continuó irradiando nobles sentires a través de sus hipnóticos luceros perlados—. Es cierto que nuestro vínculo comenzó de la peor forma posible, pero, pese a los sufrimientos, al final todo ha valido la pena porque reaccionaste sacando esa luz que todavía existía en ti. Por eso no tengas pesares, mi amor, porque tú me haces muy feliz y lo que más deseo es casarme contigo lo antes posible.
Y esa maravillosa e increíble mujer termina derrotándolo completamente otra vez. Las emociones que le provocaba son demasiadas como para contenerlas.
—Te amo, Hinata. —Producto de todo lo que se le desbordaba de dentro hacia fuera, le correspondió brindándole las palabras más bellas del mundo. Y ojalá pudiera decírselas cada día de su vida sin importar que surgieran en la mañana, al mediodía, en la tarde, al ocaso, en la noche, a la medianoche, al amanecer...
Ojalá pudiera decírselas por siempre, incluso yendo más allá de la muerte.
—Yo te amo más. —Dejó que lo más profundo de su ser hable por ella. Y la emoción que la envuelve la sobrecogió tanto que sintió que las rodillas comenzaban a tiritarle, que el corazón se le subía a la garganta y que el estómago se le empequeñecía.
Sasuke acaricia esos largos cabellos azulinos mientras la dueña de éstos continúa diciéndole que lo ama una y otra vez. Hinata está exuberante de emociones y él, encantado de verla así, le responde que pase lo que pase la seguirá amando contra viento y marea, incluso contra el mundo entero si fuese menester. Está tan motivado que quiere arrojarse encima de ella como un tigre en la época más intensa de celo. Apretarla, besarla, mordisquearle el cuello hasta marcarla como suya con vistosos chupones que todos mirasen...
¡Quiere hacerla suya de pies a cabeza con todo lo que tiene! Por ello, le roba un beso imprimiendo tanta pasión que prácticamente no la deja respirar. Invade su boca y la devora salvajemente. La lenguas se enfrascan en una danza de deseo, demostrándose el uno al otro cuántas ganas tienen de hacerlo, la lujuria que les provoca estar juntos, la locura que son capaces de inyectarse.
De improviso el varón abandonó el beso y hundió su boca en el cuello femenino, entregándose a la placentera tarea de succionarle la piel.
—Ay, Sasuke, no me marques —pidió en un aliento alterado que apenas la dejó articular—. Por si no lo recuerdas en dos días más nos vamos a casar... ¿Qué dirá la gente si me ve un chupón?
—La culpa es tuya por ser tan linda y atractiva —se justificó con voz ahogada—. Me enloqueces, Hinata...
—Pero mi cuello va a... —Intentó continuar la protesta, pero la succión aumentando su potencia la obligó a cortar sus palabras y reemplazarlas por un par de gemidos entrecortados. —Ah, Sasuke...
Sin ganas de darle tiempo a pensar, Uchiha chupó su hombro en busca de un nuevo sector que enrojecer. En cuanto terminó su obra, el varón le echó su cálido aliento encima y se dedicó a observar, embelesado, las dos marcas que había dejado en esa piel tan clara como la suya.
—Ahora deberé usar una bufanda —se quejó la afectada, quien seguía jadeando—, una blusa con cuello alto, o tendré que maquillar esa zona.
Sasuke aspiró al lado de ella con la intención de que el aroma con sabor a feromonas le llenara los pulmones. Luego miró esos apetitosos labios rojizos que lucían más brillantes gracias a la saliva de ambos.
—No me culpes —dijo tras exhalar la encantadora esencia de su musa—. Es normal que un demonio quiera manchar la pureza de un ángel como tú.
—¿Un ángel puro? —cuestionó desplegando diáfana incredulidad—. Gracias por considerarme de una manera tan bonita, pero no soy un ángel y mucho menos soy pura. Gracias a ti dejé de serlo hace mucho tiempo... —señaló ruborizándose intensamente.
—Sigues siéndolo —objetó mientras le besaba la barbilla, embriagándose con la suavidad que desprendía—. Es cierto que muchas religiones le adjudican al sexo una relación con el pecado, pero esas son tonterías para mí.
—Sin embargo, a mí me enseñaron desde chiquita que el sexo antes del matrimonio era una transgresión, que hacer el amor es sólo para concebir, que cuando se pierde la virginidad ya no eres pura.
—Pues tú, mi ángel, sin siquiera esforzarte reemplazas lo pecaminoso y conviertes al sexo en una maravillosa muestra de pureza, de entrega y de amor. Tú haces que el sexo sea la actividad más pura de todas.
Hinata sabe que no tiene caso esgrimir protestas ante alguien tan obstinado como su novio y, aunque nunca se consideraría como tal, le gustaba mucho que él la viese como un ángel. Dejándose llevar por esa disparatada idea, cerró los ojos y como acto siguiente su imaginación, muy encendida gracias a los besos de su novio, creó la ilusión de que ascendía al cielo y que, caminando entre nubes de color lila, conocía a través del amor ese paraíso del que hablaban las múltiples religiones existentes. No obstante, esa sensación célica mutó cuando Sasuke empezó a acariciarla de una forma prohibida, derivándose su fantasía, entonces, hacia una visión pecaminosa en que le surgían alas de murciélago en la espalda; las alas con las que se solía dibujar a los demonios. En consecuencia, tan necesitada de su prometido como el aire que respiraba y sintiéndose más identificada con aquellos entes malignos, lo besó como una diablesa que pasó cientos de vidas sin haber conocido el sexo con amor. La pasión le fluía por las venas igual que un río desbordándose.
Ella, convirtiéndose en un simple instrumento del instinto, le saca la camiseta a su amado y entonces sus finas manos comienzan a recorrer los fornidos brazos. Esos bíceps, incluso en estado de reposo, eran durísimos y tan tentadores que Hinata necesitó apretarlos de la misma forma en que él le apretaba los glúteos: con fuerza, con ganas de sentir al máximo su firmeza. Inconforme todavía, necesitó besárselos una y otra vez e incluso adicionó unos pequeños mordiscos. No sabía qué le pasaba, ella no era una sádica, pero había algo en Sasuke que le despertaban unas ansias de mascarle todo el cuerpo por más que le doliese. Él le estaba despertando una especie de canibalismo que jamás, en todos sus días de vida, pensó que llegaría a sentir.
El soldado se deja hacer a pesar de que los músculos comienzan a chillarle un poco, pero en nada le importa aquello. Hinata podría matarlo ahora mismo y él moriría feliz; realmente sería así.
—Sasuke... —dijo su nombre embobada de amor. Él la aturde, la atonta y la vuelve loca al mismo tiempo. Maldito hombre; maldito y bendito al mismo tiempo. ¿Cómo puede hacerle sentir tanto?
Ambos se privan del sentido de la vista y entonces el deseo, irrefrenable más allá de los límites corporales, sigue cultivándose en cada beso que se dan y en cada caricia que se brindan. Lo hacen con fogosa demencia, como si al siguiente minuto fuesen a perder sus lenguas por culpa de algún hachazo invisible. Y en virtud de que se aman con sus almas enteras, era inevitable que la excitación superara todas las fronteras.
Siguen dejándose caer en el éxtasis del juego previo, respirando los perfumes del otro a cada segundo. Los angelicales besos que ella mezcló con sórdidas mordidas, le vuelven a recordar al Uchiha las ingentes ganas que tiene de contemplar su curvilíneo cuerpo al desnudo, de acariciar el terciopelo de su piel, de saborear la dulzura de sus senos y de apretar la firmeza de sus llamativas nalgas.
—Oh, Hinata... Me encanta que seas tan dulce, tan tierna, pero al mismo tiempo tan apasionada. Apasionada de una manera que me enloquece completamente...
Ella alzó su rostro hacia él, destellando esa complicidad que sólo dos seres que se aman pueden crear. Los ojos le brillaban fulgurosamente.
—Tú me pones así... —musitó intercambiando alientos con aquel guerrero que terminó por convertirse en el amor de su vida.
La mirada negra se posa en la faz femenina y el hombre dueño de éstas —de la mirada y de la mujer— vuelve a darse cuenta de la inmensa suerte que tiene. Chicas lindas habían por doquier, pero nadie más tenía el privilegio de decir que tenía de novia a Hinata, alguien cuya belleza abarcaba tanto su cuerpo como alma en proporciones equitativas.
¡Era realmente preciosa en ambas cosas!
Hinata, ajena a los pensamientos de su varón pero hundida en el pozo de la excitación, comienza a besarle el pecho apasionadamente, sus labios delineando la llamativa cicatriz en forma de «X» que ahí yacía. Luego, como si quisiera imitarlo a él en sesiones anteriores, comenzó a chupar los pezones de varón, intercalando besos con pequeños tirones que a Sasuke sorprendieron y gratificaron al mismo tiempo. Era la primera vez que Hinata le hacía algo así, la primera ocasión en que improvisaba dejándose llevar por sus deseos más efusivos.
Impulsado por tanto amor y deseo —de él y de ella—, las manos del varón cobran vida propia y le aprietan las nalgas apenas manejando esa fuerza bestial que poseía. Tal era la señal de que mantenerse bajo control le es cada vez más difícil, de que el animal dentro suyo está despertando y que le costará dominarlo por culpa de esa mujer que lo saca de quicio con su amor infinito.
De repente, como dando un respingo hacia delante, se aprieta contra ella y le hace sentir cuánto la desea, toda la inmensa pasión que ahora le genera. Ella, demostrándole que por dentro también llevaba un animal en celo, le contesta dando otro respingo en que su cuerpo intenta aferrarse aún más al de él, como queriendo provocar una desesperada fusión.
Subiendo unos escaños en el atrevimiento de sus caricias, Hinata desplaza su coqueta mano por el abdomen de él e intenta hacer un movimiento sensualmente lento. Sin embargo, el arranque de libido hizo que su mano llegara casi instantáneamente a su objeto de deseo, tomándolo por encima de la tela del pantalón. Lo manoseó intercalando tirones hacia arriba con fuertes apretones que a Sasuke le hicieron ver estrellas multicolores. Tras todas sus aventuras sexuales por lugares desolados, la damisela había aprendido a la perfección cuáles eran las cosas que a su hombre más enloquecían.
De boca a boca se enviaron jadeos anómalos, devorando sus cálidos alientos cual rocío primaveral. Después mezclaron sus lenguas salivosas como si de éstas fluyera la más sabrosa de las mieles. Quieren hacerlo de una vez, ambos muriendo de pecador deseo. ¡No pueden aguantar más!
El último Uchiha, sin aviso previo y seducido por ese curvilíneo cuerpo relleno de sensualidad, asió a su diva por la cintura con ambas manos, la hizo voltear mirando hacia la pared y la hizo avanzar hasta arrinconarla contra ésta. Los senos y su vientre quedaron tocando la madera, mientras su trasero sentía superficialmente al enhiesto miembro.
El guerrero, convertido en puro instinto, le paseó el vigoroso falo entre las nalgas, dando intensos jadeos de placer que a Hinata lograron estimular todavía más. Se movió imitando los movimientos de la penetración, a veces lentamente y otras de forma tan rápido que ella, pensando que él ya estaba instalado dentro suyo, gemía por inercia imaginativa.
Sasuke continuó presionando hábilmente la vagina tal como si quisiera penetrarla atravesando la tela de las bragas. Los masculinos movimientos siguieron fluyendo hacia adelante y atrás, intercalando hábilmente la intensidad. A veces las estocadas eran lentas y suaves, otras rápidas y profundas. Tal vaivén les hacía creer que ya estaban haciéndolo a pesar de la ropa que aún tenían encima, aliviándoles un poco los deseos ingentes de sexo que proyectaban sus cuerpos. Sin embargo, los sexos tocándose peligrosamente, los suspiros agitados y las manos golosas jugueteando, harían que las ansias de unión carnal muy pronto vayan a tornarse irresistibles, tanto así que Hinata necesita dar un abrazo hacia atrás y, jalando a su novio desde la espalda, intenta una misión imposible: que sus cuerpos se apreten todavía más.
Están idos, perdidos, envueltos en la nebulosa de feromonas y de placer que ambos estaban creando. Necesitan amarse desesperadamente, gozarse hasta sentir calambres de gozo en su red nerviosa más íntima, sentir que sus cuerpos se deshacían tras hacerlo por incontables horas.
Hinata, ya cansada de que su macho no rellenara ese vacío torturador que sentía entre sus piernas, agarró el miembro con su izquierda y le dio un apretón que a Sasuke le hizo comprimir los párpados y los labios de tanto placer, estremeciéndose por completo un segundo después.
—Me pones tan caliente... —musitó ella mientras se volteaba, con un poco de esfuerzo, para ver ese rostro que tan bello le parecía. Y necesitada también de ver el sexo erecto, comenzó a tirar la lengüeta de la cremallera hacia abajo sin cuidado. Una vez que cumplió su primera meta fue enseguida por la segunda: meter su mano y sacar al falo. Cuando éste quedó liberado de su prisión, las pupilas de tono perla se sumergieron en un arrebato de fulgurante emoción. —Nunca me deja de asombrar lo que tienes, Sasuke... —dijo manteniendo su mirada allí. No puede ni quiere despegarla.
Una sonrisa acudió a los ojos negros por aquel halago que alimentaba su ego masculino. Hinata se había vuelto adicta a su miembro y eso le encantaba.
—Y a mí nunca me dejará de asombrar la preciosura que eres —susurró tras acercársele a la oreja—. Pero lo más increíble es todo lo que puedes provocarme: estas ganas de estar contigo, de pensar a cada instante en ti, de querer hacerte la mujer más feliz que pisa este mundo. Es una locura todo lo que me haces vivir, mi amor.
Esas palabras la ponen demasiado feliz, tal emoción trepando por su ser como un alpinista a una montaña. Adora sentirse así: enamorada y excitada al mismo tiempo.
—¿Sabes? —dijo tras dar un prolongado jadeo seguido de otro más corto. La pasión mezclada con el amor estaba comiéndosela viva—. A veces pensé que estar enamorada era sinónimo de sufrimiento y dolor, que era una especie de maldición..., pero ahora sé que amar es lo más hermoso que existe en la vida, lo más maravilloso que puede existir.
—Me alegro tanto de haber podido cambiar lo que empezó tan mal. Haré que nunca te arrepientas de amarme. Jamás lo harás.
—Lo sé, Sasuke. Lo sé —repitió mientras se mordía el labio inferior cual vampiresa hambrienta.
—Te amo, pequeña mía. No te imaginas cuánto —susurró invadido por tal sentimiento infinito.
—Y yo a ti, mi amor...
Expresados sus poderosos sentimientos, la dama se alejó un paso para sacarse el chaleco que llevaba encima. Y como antes ella lo hizo con él, ahora es Sasuke quien la ayudó a desprenderse de la estorbosa prenda. A la vista quedaron los vendajes que afirmaban sus senos, vendas que sólo alcanzaron a permanecer en ese lugar por un lapso de doce segundos. Acto seguido, el varón comenzó a deleitar su lengua con los mayores atributos de Hinata, aunque ella, inconforme todavía, necesitaba mucho más que eso.
—Hazme tu mujer ya mismo —dijo mientras ella, sí, ella, lo tiraba del pelo a fin de que le diera su mirada—. Márcame como tuya por toda la eternidad. Tócame, explórame, huéleme, muérdeme, redescúbreme por entera... Necesito sentirte por dentro ya mismo o se me reventará la hiel...
Y no mentía. Era como si todo su ser hubiese entrado en una efervescencia de magnético deseo; uno que iba más allá de la mente ya que era algo puramente físico, corporal, animalesco, instintivo, celular. Se trataba de una energía vibrátil en que su mismísima genética, hambrienta de lograr una perfecta y saludable combinación para su descendencia, le suplicaba que tuviera sexo con el hombre que tenía enfrente a fin de procrear.
El soldado con rango de general la cargó en sus brazos y la llevó hacia la mesa. La dejó frente al mueble con una suavidad impropia de él y entonces inclinó la espalda de su amada hasta obtener una posición perfectamente horizontal. La madera que habitualmente sostenía platos y tazas ahora sostenía el vientre femenil.
Él, queriendo hacerla suya lo antes posible, le baja, hasta la altura de las corvas, la última prenda que la cubre. Ve, entonces, que la vulva ya estaba tan húmeda que incluso una gota iba deslizándose por ella.
—Me encanta que tu cuerpo sea tan expresivo...
Sin esperar respuesta el hombre, relamiéndose, se agachó y le dio unos cuantos besos y lamidas a la adictiva hendidura. En consecuencia Hinata soltó unos exquisitos jadeos mientras hacía un intento de apegar más lo suyo a la boca de él. Uchiha se deleitó por un par de minutos meciendo el clítoris de izquierda a derecha, de arriba hacia abajo, de derecha a izquierda, de abajo hacia arriba. Después se puso de pie y, decidido a no sentir la incomodidad del cierre rodeando su miembro, comenzó a desabrochar su cinturón a fin de sacarse los pantalones. Ella oyó cuando éstos cayeron al suelo gracias al sonido metálico de la hebilla.
Sasuke tomó con la zurda su virilidad, cuyo glande comenzó a acariciar la vulva de arriba hacia abajo. Aquella leve conexión entre sus sexos hizo que el deseo golpeara a Hinata como llamas siderales, comenzando a anhelar muchísimo más que un simple roce. Él era el demonio que la hacía arder, el demonio que la calentaba a niveles incomprensibles, el demonio que le daba un verdadero significado a su vida. Y necesitada de ser penetrada y manchada por la oscuridad, le ruega lo siguiente con voz susurrante y anhelante de satisfacción:
—Oh, mi vida, hazme lo que quieras, lo que se te antoje.
El implacable guerrero no puede evitarlo: sus hormonas se alborotan ante esa invitación tan sensual. Ese «hazme lo que quieras» resonó en sus oídos con morboso detalle. Miró con avidez su bien formado trasero, sintiendo que la tentación carnal se le volvía irresistible.
¿Y cómo no caer seducido ante ese par de voluptuosas y firmes nalgas?
Motivado por el arranque de libido, quiere desatar sin restricciones sus deseos más íntimos y pecaminosos. Tiene que decírselo porque si no lo hace reventará. Además, su diosa lucía tan excitada que este era un buen momento para pedírselo. Aun así hubiera sido mucho mejor lanzar su proposición justo después de darle un poderoso orgasmo, pues de ese modo estaría más abierta a superar los límites de lo prudente y así entregarle el tabú más placentero para la mayoría de los hombres...
Con ansias de pecar se inclina sobre ella, su fornido pecho tocando la espalda de ella a lo largo. Entonces se le acerca el oído y le dice:
—Lo que se me antoja es darte por detrás... —susurró de manera muy sugerente. Acarició la oreja de Hinata con su cálido aliento, colocando, un poco después, la punta del miembro justo encima de la cavidad más pequeña.
A producto de tales palabras, aunque todavía más por el último contacto, los ojos de ella se desorbitaron mientras su boca obtenía la imperiosa necesidad de tragar saliva para aliviar el nudo que se le hizo en el fondo de la garganta. Lo que deseaba Sasuke era muy obvio, pero aun así necesitó preguntarlo para confirmarlo al cien por ciento. Asimismo, eso le daría a su novio la posibilidad de retractarse.
—¿No me digas que te refieres... al sexo anal? —preguntó con un claro susto en su voz, emoción que reemplazaría a la excitación más pronto que tarde.
Sasuke, encima de ella todavía, comenzó a darle pequeños mordiscos en la oreja mientras ponía su miembro a lo largo de la característica línea que separaba ambos glúteos. Estaba seguro de que iba a convencerla; haría todo lo que estuviera a su alcance para ello.
—También conocido como el pecado nefando o sodomía —alardeó dos términos que sólo las personas cultas usaban.
Hinata quiso moverse, pero alguna desconocida razón se lo impidió. ¿Quizás la necesidad de regularizar su respiración o de no hacerle un desaire que podría molestarlo?
—En mi país la sodomía estaba prohibida por ley. —Se aferraría a ésta para sostener la evidente negativa que ya ardía en su lengua—. Y estoy segura de que aquí funciona igual.
—La sodomía femenina no es ilegal... —Tras replicarle por medio de un susurro anheloso, le mordisqueó el lóbulo de la oreja. Su pene, mientras tanto, se deslizaba esta vez por encima de la humedecida vulva.
—Mi amor, soy tuya y puedes hacerme lo que quieras..., menos eso —precisó todavía jadeante.
A Sasuke le sorprendió lo calmada de su respuesta. Pensó que se negaría chillando y sacudiéndose debajo suyo, pero, al parecer, sólo tenía que trabajar esa negativa para convertirla en una aceptación. No iba a parar de intentarlo hasta que ella le diese un rechazo lo suficientemente tajante.
—Tú misma dijiste que te hiciera lo que se me antojara... —le recordó justo cuando Hinata erguía su espalda, seguramente disponiéndose a adoptar una posición menos peligrosa, pero él detuvo esa intención dándole un tórrido masaje a sus senos. Pronto llegó un momento en que sus manos los tomaron por debajo, tal como si quisiera calcular el peso de ambos. Su miembro acompañó la acción moviéndose entre las suculentas nalgas.
—Sé que lo dije, pero eso tiene que doler mucho... —Tuvo que sacar fuerzas de flaqueza para no dejarse embaucar por las sensaciones tan agradables que él le proporcionaba. Su cuerpo estaba alcanzando una orgía de los sentidos.
—¿Pero cómo puedes aseverarlo con tanta seguridad si nunca lo has hecho?
—Porque es obvio —sentenció mientras daba unos pasos al lado para mantener una distancia que le permitiera mantener el raciocinio—. Me destrozarás si me metes tu cosa por ahí —expresó sin tapujos—. Parece que todavía no te das cuenta que tienes un monstruo entre las piernas.
—¿Tan feo es? —preguntó mirándoselo hacia abajo.
—E-es hermoso... —dijo pudorosamente, enrojeciéndose hasta el máximo, mientras sus perlas enfocaban la imagen perfecta de aquel órgano que le pertenecía—. Sabes que con «monstruo» me refiero a su tamaño...
Negros y blanquecinos se miraron frente a frente asiduamente. Él, sin estar dispuesto a que la excitación se enfriara, le masajeó ahora la entrepierna y, acto seguido, hizo que sus dedos le llevaran a los labios la pegajosa humedad que emanó del contacto.
—Yo haría todo por ti, lo que me pidas porque vivo para hacerte feliz y cumplir todas tus fantasías. Ese es el motivo de mi existencia —comenzó a chantajearla emocionalmente, aunque lo dicho no era una mentira. Lo único que jamás aceptaría sería un trío. Compartir a Hinata con otro hombre sólo le causaría una tremenda repulsión y, por un efecto de reciprocidad, jamás le pediría compartir el lecho con otra mujer.
—Mi amor, yo también quiero darte todo el placer que te mereces, quiero hacerte tan feliz como tú me haces a mí, pero es que eso me da miedito. —Utilizó un diminutivo, lo cual la hizo sonar más tierna e inocente. Y, por ello, más ganas tuvo Uchiha de corromper ese maravilloso candor.
—Date cuenta que te necesito. —Le susurró al oído con voz ronca y sumamente sensual, logrando el propósito de estremecerla—. Quiero todo de ti, absolutamente todo. Si llego a caer en la guerra necesito que me recuerdes por siempre como el único al que le diste todo lo que una mujer puede darle a un hombre, que me recuerdes como el primero que te descubrió el amor en todas sus facetas. —Le acarició un pómulo hasta llegar a la piel que rodeaba el ojo—. Mi vida, deseo vivir contigo todos los pecados y fantasías.
Esa bruna mirada está resplandeciendo cariño, afecto; Hinata incluso podía leer sublime adoración. Necesitó acariciarle una mejilla en correspondencia a tanto sentir, pero aun así seguía decidida a no ceder.
—Me estás chantajeando con caer en la guerra. Eso es jugar sucio, amor. —Trató de hacer una recriminación muy voluntariosa y determinada, mas no sucedió como esperaba. Parecía dudosa.
—Claro que te estoy chantajeando, pero no puedes culpar a un demonio por eso —explicó sonriendo ladinamente. Le empezaba a gustar este juego de convencerla a realizar algo que le daba miedo. Le estaba pareciendo un reto emocionante, incluso motivante. ¿Podría hacer caer las defensas de su novia?
—Digas lo que digas tú no morirás en la guerra porque eres invencible.
—Naruto ya probó que no lo soy —recordó aquello que le dolía sólo para utilizarlo en su beneficio. Estaba siendo un manipulador y no podía negar que le encantaba—. Sigo siendo humano después de todo, así que justamente por eso, amor mío, permíteme amarte sin restricciones. Déjame ser sucio junto a ti; déjame pecar contigo; liberarnos juntos y entregarnos a la perversidad más descarada. Seamos, mi vida, simplemente seamos porque junto a ti puedo permitírmelo sin restricciones.
—Pero es una ofensa a la moral establecida, amor... —Intentó usar aquello como argumento a pesar de que ni siquiera ella misma estaba convencida de que fuese verdad. Y aprovechando que las manos de Sasuke en su cintura aflojaron su agarre, se separó un poco de él.
—¿De verdad quieres alejarte de mí? —preguntó él usando un tono que ella no pudo descifrar esta vez. Fue neutro, carente de emociones.
—Por supuesto que no, pero tengo que hacerlo por el bien de mi colita... —contestó pudorosamente, esbozando una actitud que casi encajaba con la de una niña.
Curiosamente, y a pesar de que ya llevaban muchos segundos sin acariciarse en sus zonas más sensibles, las respiraciones de ambos seguían agitadas, alteradas, anómalas. El aire circundante era hendido por sus calientes alientos, los que contrastaban completamente con el frío invernal del ambiente. Cada respiro desnudaba sus ingentes ansias por el otro, la única diferencia radicaba en la forma en que terminarían uniéndose...
¿Sería la más impía de todas?
—Yo haré que lo disfrutes a fondo. Créeme.
—Es que me da susto —arguyó otra vez negando efusivamente con su cabeza.
A Sasuke le pareció gracioso su temor. E incitante también. Tanto que sintió que el voraz incendio de pasión por ella se reanudaba otra vez. Así, dando los tres pasos necesarios para ello, volvió a colocarse a escasos centímetros de la preciosa damisela. Su pene parecía una estaca de tan duro y tirante que estaba.
La tomó con sus manos desde las mejillas y la miró apasionadamente, envenenando sus negros ojos con lascivia en un primer momento y sanándolos con ternura al siguiente. Después silenció cualquier atisbo de protesta femenina al crear un nuevo y delicioso momento de intimidad bucal. Los dulces besos, amparados por el bello amor que le profesa a su musa, van convirtiéndose en magia hecha realidad. De ese modo paulatino aunque constante, los labios y lenguas comienzan a arder de nuevo gracias a la gloriosa combustión del amor.
De súbito, ella pone una mano en el fornido pecho, intentando separar su boca de la de él. Si no lo hacía caería en su peligrosa red de seducción.
—Sasuke..., no me convencerás dándome besos... —advirtió a pesar de que se los correspondía como una súcubo endemoniada. Trataba de no hacerlo, pero todo su cuerpo se volvía partícipe de un calor que no podía rechazar, tanto así que hasta su entrepierna actuaba por cuenta propia y se acercaba para sentir al miembro otra vez—. Es incorrecto lo que me propones, una suciedad... —susurró contra los labios del hombre que codiciaba descarnada depravación.
A él no le sorprende que su diosa intente resistirse a pesar de lo difícil que le resulta. Sabe perfectamente que para una chica tan pura e inocente como ella, que además fue criada de una manera muy tradicional, el sexo anal se le haría un acto culposo y hasta deshonroso. Sin embargo, en un principio también tuvo dudas con el sexo oral y ahora, en cambio, era una adicta total. ¿Por qué no podría suceder lo mismo en este caso entonces?
—Quizás con besos en la boca no te pueda convencer, pero...
Dispuesto a corromper a la educación moralista una vez más, Uchiha se pone de rodillas y nada tarda en acoplar los labios de su boca a los del sexo femenino. Quiere hacer añicos los resquemores de su dama, anularle la conciencia y volverla completamente ávida de pecaminoso deseo. Necesita que exclame su nombre, llegar al paroxismo del anhelo, que ruegue ella misma la penetración por su lugar más inaccesible. Aspirar a lo prohibido era la única cosa en que su bella dama debía pensar. Sería difícil convencerla, por supuesto, pero para Sasuke Uchiha no existía lo imposible. Tal como un demonio haría de todo para tentar a un ángel a caer en el pecado, él hará todo lo que esté a su alcance para abatir esas férreas defensas que impedían el desinhibido placer total.
¿Lo conseguirá?
—Por favor, Sasuke... detente o harás que te entregue hasta mi decencia... —dijo dando un par de pasos desfallecientes hacia atrás. Se sentó en la orilla de la mesa, afirmó sus palmas en ésta y entonces, entre expresivos gemidos, abrió más sus piernas para darle mayor espacio a su adorado novio.
De pronto Hinata le hace saber el placer que él le provoca soltando un jadeo que se prolonga, que se extiende y alarga más allá de lo imaginable.Y entonces Uchiha lo tiene más claro que nunca: aunque intente evitar el tabú, se lo terminará entregando. Será totalmente suya porque, al igual que él, ella lo ama demasiado como para negársele.
—Sasuke, no me hagas esto por favor... te lo ruego... —Entre jadeos, gimoteos y suspiros, le pidió en un desfalleciente hilo de voz. Era una súplica contradictoria ya que sus labios siguieron respondiendo, con apasionante fulgor, los besos que él le encajaba. Era una súplica mentirosa, pues carecía de la fuerza que la convertiría en verdad.
Obviamente el demonio de la venganza ningún caso le hará, menos cuando un precioso gemido emerge para traicionar la voluntad de su dueña. Si quiere detenerlo tendrá que demostrarle que eso es lo que realmente quiere. Un pedido tan débil, tan pusilánime, nunca podría mermar lo ingente de su deseo prohibido.
Si ella no detiene pronto esto su amado la hará suya de forma anal, quitándole, así, lo último que le queda de inocencia. Por eso intenta alejar su vulva de esa boca tan golosa; respinga para tratar de liberarse de su sensual yugo, pero él le chupa su intimidad con más fuerza a fin de aquietar su atisbo de rebelión. La intrusa lengua viola la vagina sin reconcomios, saboreándosela como si se tratara de un dulce néctar producido por camelias. Un sonoro gemido de satisfacción irrumpió en el ambiente y Hinata supo que ni apretando la boca podría contener la llegada de muchos más. ¿Cómo hacerlo si muy pronto estaría fuera de sí?
—Sasuke... —musitó su nombre a ojos cerrados mientras agarraba a su amado desde los cabellos, tironeándolo contra su sexo con total desesperación.
Él sintió un tremendo placer auditivo al escuchar su nombre dicho por la diva que le robó el alma. Premiado por ello y por los gemidos que a cada segundo aumentaban su sonoridad, siguió moviendo su lengua de una forma tan devota que a Hinata le es imposible seguir reprimiendo la culminación. No habían pasado siquiera cinco minutos y el estallido del clímax comenzaba a anunciarse como un furor uterino implacable.
Ha estado quieta en el mismo lugar todo el tiempo, pero su respiración está tan agitada que parecía estar corriendo un maratón. Ese hombre definitivamente es un demonio; lo ha pensado muchas veces, pero necesita repetirlo porque sólo una entidad de esa estirpe podría provocarle tantísimas cosas. Sólo un diablo podría hacer que se planteara dejar al margen todo el recato que le inculcaron desde niña.
Sasuke sigue electrificando la vulva de su amada por medio de atentas y ruidosas lamidas. Ella incluso tiembla por el último chupetón que hace al succionarle su punto más íntimo y sensible. Son oleadas de fulgurantes vibraciones las que recorren su zona vaginal, ventral, medular e incluso cerebral. Él está cumpliendo su objetivo de volverla completamente loca. Ida de toda razón. La animalidad del instinto primario trepida en ella con una voracidad inaudita, plasmándose a través de gemidos que parecen atravesar dimensiones. Y entonces, de una forma relampagueante, llega un descomunal golpe de placer que la eleva hacia una paradisíaca nube etérea que porta su color favorito y que, durante varios segundos, le abre las maravillosas puertas del paraíso.
El militar sigue profanando su cuerpo con chupeteadas más propias de un lobo que de un ser humano, tanto así que su boca, gracias a la reciente sensibilidad aumentada por el orgasmo, empieza a volverse más incómoda que placentera. Adivinando aquello, el Uchiha cesa las devastadoras succiones cambiándolas por unos besos suaves e intermitentes.
El alma de la beldad apenas puede volver al cuerpo después de semejante clímax que violó hasta su espíritu. No entiende cómo en tan poco tiempo logró obtener un placer tan potente e incomparable. Por todos los dioses, era simplemente increíble cuánto la calentaba ese hombre.
Él se yergue y la afirma desde las caderas al sentirla tan temblorosa como una cachorrita aprendiendo a dar sus primeros pasos. Parecía que su bella anatomía se volvería de hilo y que, de un momento a otro, terminaría azotándose contra el suelo por perder el equilibrio.
—Oh, Sasuke... —Se apretó contra él en un movimiento repleto de desespero. Se le colgó del cuello y, mientras él la sostenía desde los glúteos, entrelazó sus piernas a las caderas masculinas. Cualquiera que conociera a los koalas habría pensado que Hinata se había convertido en uno.
Múltiples besos de agradecimiento llegaron uno tras otro con frenesí; con devoción, con infinito amor. Ella pudo sentir su propio sabor en los labios masculinos, pero, más allá de una particular extrañeza, no le importó continuar su cariño bucal. Le sería ridículo tenerse asco a sí misma.
—Dímelo sinceramente... —habló él en cuanto pasó un tiempo prudente para que ella recuperase el control de sus facultades.
—¿Qué cosa, mi amor? —respondió aún acezante.
—¿Merezco o no merezco poseerte de todas las formas posibles? —preguntó orgullosamente ya que la respuesta le parecía demasiado obvia. Lucía esa altivez propia del que se sabe perfecto no sólo en la cama sino en todo lo que hace.
Se lo merecía con creces si era totalmente sincera. ¿Cuántos orgasmos le había brindado desde que iniciaron su relación? No los había contado, pero estaba segura de que necesitaría de un sinfín de dedos para poder sumarlos todos.
—Claro que te lo mereces y no sólo por el placer que me das sino por todo el amor que me has entregado últimamente —aceptó la verdad mientras, empleando sólo su índice, delineaba la llamativa cicatriz incrustada en su fornido pecho—. Pero es que me da miedo... —explicó mientras sus dedos se lanzaban hacia una tarea imposible: domesticar esos rebeldes cabellos negros.
Uchiha dejó en el suelo a su koala con forma humana, le despejó el flequillo y la besó en la frente de un modo inusualmente tierno y prolongado, aniquilando de cuajo la importancia de cualquier otro sector corporal de Hinata. En esta ocasión sólo su frente existió.
—Seré muy cuidadoso, te lo prometo —dijo cuando concluyó el emotivo ósculo, mirándola directamente a los ojos—. Y si no te gusta jamás lo volveremos a intentar —afirmó mientras una sonrisa llena de confianza se clavaba en su rostro. Luego continuó hablando con un semblante más anhelante, más ansioso—. Dame tu permiso para hacerte todo lo que deseo, mi ángel. Déjame alcanzar la libertad total de mis perversiones junto a ti, junto a la única mujer que amo. Entrégate a mí totalmente, sucumbe a lo que te dicto cual esclava sexual.
Hinata quedó sin aliento por la desesperación que se remarcaba afanosamente en los labios de su amado. Cada frase padecía de una necesidad amatoria alucinante, provocando que su propio sentir se rebalsara también. La pasión estaba sobrepasando a la razón, a la moral, a todo lo demás.
—Me da curiosidad, pero lo siento como algo tan perverso. Es un tabú el que me estás pidiendo... —Avergonzada hasta alcanzar el rubor, dirigió sus ojos hacia las patas de la mesa.
—Te lo repito: no puedes culpar a un demonio por ser vicioso y lujurioso. Hagamos del pecado nefando una realidad. Te aseguro que también lo gozarás, en serio que te lo haré de una manera que te gustará. Será una experiencia placentera para ti también. —Antes de proseguir, movió un hombro en círculos como si quisiera reacomodarlo—. ¿Confías en mí, verdad?
—Claro que sí, pero...
No alcanzó a terminar la frase ya que los labios de él pasando a ras de su cuello comenzaron a nublarle la mente otra vez. Las ideas y los pensamientos se difuminaban ante el placer que su varón le otorgaba con cada toque tórrido.
—Sasuke, yo...
¡Pero qué terca era! Como Uchiha presintió una renovada negativa, la interrumpió de nuevo.
—Te persuadiré como todo un caballero entonces...
Él se arrodilló ante ella, sus manos abrazándola desde la espalda mientras sus labios le daban unos besos que hicieron una circunferencia alrededor del ombligo. Luego, tal como si se tratara de un ritual que implicaba posesión varonil y entrega femenina, le tomó la mano izquierda para darle un cariñoso ósculo en el dorso.
—Vas a pensar que sólo quiero manipularte y de cierto modo es verdad, ¿para qué negarlo? Pero también sabes de sobra que todavía me cuesta expresar mis sentimientos a fondo y que lo siguiente nunca te lo he dicho de una manera tan abierta, mas ahora quiero hacerlo: tú eres prácticamente todo para mí, Hinata. Tú eres por lo que vivo, el principal sentido de mi existencia. —Su boca dejó de moverse por unos segundos a fin de percibir el calor de esos ojos blanquecinos con ligeros tintes lilas—. ¿Lo sabes, verdad?
Ella necesitó cerrar los ojos unos momentos. Cuando los abrió otra vez, resplandecían tanto significado que era imposible entenderlo empleando sólo la mente. Necesitaba sentirse.
—Lo sé... Claro que lo sé.
—Entonces por favor, amor mío, si crees que me lo merezco déjame ser tu dueño total. —Su voz era ronca, seductora, tan poseída por el deseo como el resto de su ser—. Ya hace mucho tiempo que debiste darte cuenta de que no dudaría en dar mi vida por ti, que jadeo por ti, siento por ti, vivo por ti, me vuelvo loco por ti, amo por ti...
A Hinata esa voz le resultó tan apetecible, tan significativa y anhelosa, que se le hacía prácticamente imposible de rechazar. Si hubiera continuado pidiéndoselo de otro modo, seguramente no se plantearía aceptar. ¿Pero cómo podría negarse ahora? De repente quedó muda al darse cuenta de otra cosa exquisitamente significativa: Sasuke había aprendido a dar las gracias, pero nunca antes le escuchó decir por favor. Ahora lo había hecho. Y por alguna razón extraña, verlo tan enamorado e incluso humilde a lo que ella decidiese, la emocionó tanto, pero tanto, que sintió a las entrañas de su corazón derretirse de amor. Era como si Sasuke le estuviese robando el alma entera a través de sus palabras conmovedoras, de su actitud caballeresca, de su luminosa mirada.
Aun así no quería esto. No quería volverse sumisa de nuevo, mas sintió que ahora mismo él podría pedirle que se arrojara a las hienas y ella lo haría sin dudarlo. Su hombre la aturdía, le embobaba, la amaestraba, le seducía, la hipnotizaba. ¿Y cómo no caer ante el pecado si esos ojos brillaban de tanto amor y deseo por ella? ¿Cómo no ceder ante esa voz habitualmente arisca que ahora sonaba más como un grato ronroneo? ¿Cómo no caer ante el hombre que le arrebataba la razón con su mera presencia?
No sería la primera ni la última mujer que hiciera sexo anal por amor. Pero, siendo completamente sincera consigo misma, no quería hacerlo únicamente por él: ella también deseaba descubrir si aquello podía brindarle placer. Le generaba curiosidad experimentar libremente, el saber qué se sentía en realidad, vivirlo en carne propia para así poder opinar después. Tras la experiencia podría decirle a Sasuke, con pleno conocimiento de causa, que nunca más lo volvería a hacer. «No porque me duele mucho», «no porque no me gustó», «no porque ya lo probé y no se me hizo agradable». Y si al final el resultado era todo lo contrario a lo que predecía... ¿Por qué no pecar más veces?
Jamás en su vida pensó que alguna vez estaría tan dispuesta a caer en la lujuriosa sordidez del pecado nefando. Estaba tan caliente que en este momento, justo en este momento, era imposible decir que no. Sería un premio a todo el amor que Sasuke le había demostrado, a todo lo que la había cuidado, a todo cuánto la había hecho gozar una y otra vez, a toda su esmerada dedicación, al reciente sexo oral que un orgasmo tan delicioso le provocó...
«¡No! ¡¿Pero qué diablos estás pensando?!», le protestó la criatura más inocente que habitaba en su mente. «¿Cómo es posible que pienses hacer algo tan pervertido? ¿Acaso no te sientes sucia con sólo pensarlo?».
«La verdad es que no me siento sucia para nada», contestó su lado más osado, desafiando fieramente al reproche surgido. «Ahora mismo me siento demasiado estimulada como para rechazar su propuesta. Quiero pecar, dejar de ser el ángel, ser corrompida por mi hombre. Esa es la irrefrenable realidad».
—¿Me juras que serás muy cuidadoso...? —Se atrevió a preguntar apenas volvió desde su debate interno. Si la contestación de su pareja era afirmativa, entonces la posibilidad de dejarse llevar por la lascivia más febril estaría más cerca que nunca.
—Es una promesa, mi vida —llegó la instantánea respuesta, cosa que terminó por segurizar a la fémina. Uchiha podía tener muchos defectos, pero una de sus máximas virtudes era ser de esos hombres que siempre honraban su palabra a cualquier costo. Eso lo sabía muy bien.
Aun así, la parte más lógica de su mente insistió en que debía negarse dándole una disculpa, argumentarle que todavía no se sentía preparada, que quizás podrían hacerlo después del matrimonio. No obstante, contrariando el miedo a lo desconocido, e incapaz de frenar el hipnótico contacto visual al que permanecía atada, se apretó contra la erección de su macho, cerró los ojos y jaló aire por la boca provocando un inolvidable siseo de placer. Entonces, envalentonada por el amor sumándose a la excitación, dio su jadeante respuesta:
—¡Qué diablos! —chilló como si ya estuviera harta de poner interminables peros—. Hazme lo que quieras, Sasuke. Tómame por completo y como tú lo desees porque te pertenezco de pies a cabeza y viceversa. Quiero hacerlo y en nada me importa por dónde. Deseo entregarte todo, absolutamente todo de mí, porque eres el hombre que amo y al que amaré por toda la eternidad. —Dicho esto, un súbito escalofrío la recorrió de arriba a abajo ante la sensación de ir en contra de su sentido común, empero, necesitaba hacerlo. Necesitaba descubrir todas las vertientes de la lujuria en compañía del ser que amaba.
El ojo derecho del último Uchiha se iluminó. El izquierdo, que apenas lograba verse entre las sombras de su colgante mechón, pareció hacerlo incluso más. Hinata hasta podría haber jurado que, por un tramo menor a un segundo, vio que le aparecía un intenso color rojo en los iris. ¿A qué se debería un efecto óptico tan extraño? ¿Imaginaciones suyas, verdad?
—Necesito que me confirmes que estás completamente segura —le dijo él por medio de un tórrido susurro al oído que la sacó de sus pensamientos. Decirle tales palabras podía hacerla dudar, pero Sasuke necesitaba saber que su princesa quería hacerlo de verdad. Sólo su permiso total y absoluto podría complacerlo.
—Hagámoslo, Sasuke —dijo mientras sentía que la temperatura en la cabaña aumentaba. ¿O era la de su cuerpo la cual lo hacía?—. Soy completamente tuya, amor mío...
«Hagámoslo porque ya me contagiaste tu perversión. Hagámoslo porque, por una vez en mi vida, quiero ser libre de la moral. Hagámoslo porque te amo con una locura inexplicable. Hagámoslo porque quiero ser sólo lascivia desatada en instintos indomables. Hagámoslo porque ansío ser un ángel femenino que, por culpa de su demonio, se corrompe y se entrega a los caprichos más sórdidos de la carne».
Tras esas palabras que sólo su propia mente oyó, Hinata estuvo segura de que había enloquecido por aceptar esto. «¿Cuántas mujeres más han enloquecido en este mundo? ¿Muchas? ¿Pocas?», se preguntó en un alarde de curiosidad. Y más temprano que tarde se inclinó a pensar que «muchas» era la respuesta correcta.
La declaración de intenciones realizada por la musa hizo que por las venas de Sasuke fluyera un expresivo éxtasis, mismo que irguió su parte íntima hasta quedarle completamente tirante contra el ombligo. Qué bien se sentía alcanzar la perversidad sin juzgamientos de por medio, pero aún mejor era el hecho de ser acompañado en su impudicia por la mujer que tanto adoraba. El acto de concretar sus fantasías juntos sería el edén haciéndose tangible en lo terrenal, tanto que ahora mismo estaba sobrepasado por la estimulación que simbolizaba el amor en su estado más instintivo, animalesco y «degenerado».
Impulsado por la lluvia meteórica de emociones, la volteó lentamente para poder abrazarla por detrás, haciéndole sentir la dureza de su carne entre los glúteos. Luego le apartó la larga melena y le mordió suavemente la piel de la nuca. Ella contestó llevando una mano hacia atrás, apretando fuertemente y con toda confianza el falo cuya sangre ardía en pulsaciones que lo hacían vibrar.
—Hinata... —musitó solamente el nombre de su amada, pues el apretón le quitó la fuerza para continuar toda la frase que iba a lanzar.
La entrega de su dama lo conmovía de tal forma que todo en él se magnificó: sus pulsaciones, sus respiraciones, sus cincos sentidos. Cada una de éstos va adquiriendo una dimensión que maximiza las sensaciones de una preciosa manera.
¿De verdad tan increíble es el amor?
Controlando apenas sus desesperadas ansias, la colocó contra la mesa del mismo modo que antes: con la columna adoptando una posición completamente horizontal. De nuevo la vista de ese bello trasero lo enloqueció, encendiendo sus ojos en salvajes llamas de lascivia sin fin. Necesitaba penetrar ya mismo ese pequeño orificio que había entre esas nalgas y sentir como su miembro era apretado hasta alcanzar un placer fuera de este mundo. Tal como lo aprendió con Karin, era increíble sentir la deliciosa sequedad de la caverna anal en lugar de la humedad que otorgaba la vagina, cuya lubricación disminuía un poco la sensación de fricción total contra la carne.
Sí, ya lo había hecho antes con la pelirroja pues ella, completamente enamorada de él, le había entregado ese tabú también. No obstante, hacerlo con Hinata adquiría un significado y una dimensión totalmente distinta. Aquí había amor, locura, entrega, posesión; toda la cadena de emociones que le faltó antes, ahora las obtendría con su única y verdadera musa. A ella sí la amaba y, por eso mismo, necesita hacerle una pregunta que considera muy importante, tanto que la única forma de hacérsela es mirándola directamente a los ojos. Le endereza parcialmente la espalda y, adelantando su varonil rostro para interceptar el de ella, le habla imprimiendo un tono de voz condescendiente e incluso tierno, la última una cualidad que aún hoy en día le costaba regalar.
—Mi niña hermosa —le tiembla un poco la voz por la emoción que lo sobrecoge—, no quiero que hagas esto sólo por complacerme. Si no quieres estará bien para mí, en realidad no es algo que necesite tanto —dijo una verdad a medias. En el fondo sí le era imprescindible, pero, aun así, mucho más imprescindible era cuidarla a ella.
A cuello girado, Hinata lo miró ladeando un poco su cabeza. Sus luceros reflejan amor, miedo, preocupación, ternura, deseo... Todas las emociones que el amor era capaz de provocar se conjugaban en esas perlas que traslucían el enjambre de emociones que azotaban su bendito ser.
—Ay, Sasuke... —Vuelve a decir su nombre entre tiritones de voz. Se está sintiendo como una gacela a punto de saltar a las fauces del león y, pese a ello, también le nace un exquisito huracán de calor en su pecho. Definitivamente el amor es algo impresionante; inverosímil el gran espectro de sensaciones que podía provocar—. Tengo miedo, pero quiero que lo hagas. Quiero sentirte dentro de mí de la forma más prohibida de todas, pero por favor hazlo muy lento y sutil. Solamente eso te pido.
«Quiero sentirte dentro de mí de la forma más prohibida de todas», fue lo que se marcó en la mente del varón, repitiéndose una y otra vez cual mantra sexual. Lo enamora escucharla así. Le apasiona oírla tan entregada, sus palabras llenándole la psique de una manera increíble. No la escuchó con sus oídos...
Lo hizo con el corazón.
—Pues no tengas miedo, amor mío, porque te juro que me portaré bien.
La sublime complicidad embargó del todo a Hinata, sumergiéndola en una nueva montaña de cariño que eclipsó a la duna de la preocupación. Estaba segura de que el pecado se concretaría de un modo gentil o, de lo contrario, nunca más volvería a hacerlo.
—Confiaré en ti. Y lo haré porque te amo con todo mi ser.
Lo dijo de una manera tan enamorada, deseosa, temerosa, pero a la vez tan tierna y tan increíble, que ahora Sasuke no tiene dudas de que la magia sí es real. Hasta percibe que su sexo comienza a palpitar incluso más fuerte que antes. Si fuera el vil egoísta de meses atrás entonces ya estaría penetrándola salvajemente tal como un demonio lo haría con un ángel, pero forjar una complicidad tan grande con el ser que más ama le resultó mejor y más satisfactorio que cualquier tipo de sadismo. De verdad que era así.
Baja sus negros ojos, dándose el tiempo de apreciar aquellas nalgas carnosas una vez más. Joder, se dice, qué hermosas son. Su piel firme, juvenil y tentadora, destellaba lozanía por cada poro. Resopló extasiado. Qué maravilla era tenerla en esa posición tan entregada a él; en serio qué maravilla era.
—Eres exquisita, mi amor. De verdad que lo eres...
Ella se mordió el labio inferior mezclando trémulos nervios con ansioso deseo. Se preparó a recibir la introducción del miembro cuyo tamaño fue concebido para provocar mucho dolor en chicas sin experiencia, pero todavía más cuando se trataba de sexo anal.
¿Podría su tracto trasero acostumbrarse a la carne de su futuro esposo? ¿Tendría la misma capacidad que su vagina?
La zurda y la diestra del Uchiha, envidiando el gozo del que los brunos ojos disfrutaban, se arrojaron a tocar esos glúteos con el desparpajo propio del que se sabe dueño. Los masajeó y los apretó de la forma más suave posible, aunque, aun así, los dedos quedaron marcados en rojo gracias a cuán blanca era la piel de Hinata.
La cavidad prohibida quedó oculta cuando las manos de él juntaron ambas nalgas desde los costados y, cuando soltó la presión, el orificio reapareció alardeando su excitante pequeñez. Ni él mismo podía entender como todo en la fisiología de una mujer podía ser tan tentador, incluso aquello que tenía una función muy diferente a la sexual.
—¿Tienes miedo todavía, verdad? —preguntó al sentir como esos glúteos se habían contraído bajo sus dedos—. No tienes motivos para tenerlo, te prometo que tendré mucho cuidado —aseveró acezando. Sus manos, en instantes, se dirigieron hacia el lugar que unía las anchas caderas con el inicio de los muslos, dispuestas a impulsar el cuerpo de Hinata hacia adelante y atrás una vez que la pecadora unión estuviese completa—. Sólo relájate, amor mío, no te preocupes por nada...
—Lo intentaré... —contestó en un susurro tembloroso que a Sasuke le supo muy estimulante. Ella tenía miedo y aun así se le estaba entregando de una forma impía, lo que al varón le parecía un acto tan encantador como maravilloso.
Su novio estaba ahí, jadeando sonoramente tras ella. Muy pronto la fusión con su demonio sería más inmoral y dolorosa que todas las anteriores. Iba a ser sodomizada en cuestión de meros segundos y ya era demasiado tarde para arrepentirse. Para su propia sorpresa, la degeneración se le vuelve peor aún: es su trasero el cual se dirige lenta pero peligrosamente hacia la erecta hombría, dispuesta a facilitar la penetración que su guerrero tanto quería. Estaba definitivamente enferma y obsesión por él era el diagnóstico.
—¿Ya estás lista, mi amor? —preguntó gracias al último y asombroso movimiento hecho por ella.
—Sí, pero estoy muy nerviosa... —Como una prueba de lo dicho, una gota de sudor descendió desde su frente, se abrió paso a través del entrecejo, corrió por la nariz y finalmente, desde su punta, saltó hacia la mesa—. E-es como si fuera virgen de nuevo...
—Es normal porque en esto continúas siéndolo. Sólo libérate..., libérate conmigo porque todo saldrá bien.
Ella contesta diciendo el nombre de su amado con un tono jadeante que dejó claro todo lo que él le provocaba. Precisamente por ello estaba siendo arrastrada hacia una suciedad moral, misma que Hinata ya no podía evitar porque ahora vivía por y para él. Sería una pecadora por su causa, una esclava de la carne, una que no se arrepentiría de nada porque pecaba por esa fuerza que iba más allá del bien y el mal...
El amor.
Uchiha quiere hacérselo con ternura, va a esforzarse para que ella recuerde este momento como algo hermoso; algo que sea realmente memorable; algo que la rellene de pasión cada vez que vuelva a su mente a pesar de ser un tabú innombrable. Aquello Hinata se lo merece más que nadie en el mundo...
Sin embargo, ese demonio que lleva por dentro también quiere hacerla suya dejando de lado todo cuidado. Su mente comienza a susurrarle la idea de hacerla sufrir salvajemente en su primera sodomía. Debe ser el sádico que todavía se rehúsa a abandonarlo completamente. Sin embargo, no demora en tratar de desterrarlo muy lejos. Nunca le haría daño a ella. No después de todo lo que ha aguantado por él. Iba a tratarla como lo que ella era...
Un ángel.
Eso quería, de verdad que sí, pero la carne es débil y la voluntad suele flaquear por culpa de ésta. Lo siente y lo presiente, ese ente venenoso está regresando desde lo más profundo del abismo al que lo confinó. La amaba con toda su alma, pero deseaba causarle dolor. ¿Para qué negar esa verdad? La quiere vulnerar, traspasar, ¡horadar!; hundirse de un brutal jalón hasta lo más profundo de esas entrañas prohibidas que aún alardeaban apetitosa virginidad.
«Quiero escucharte gritar mientras te penetro por donde no se debe, que exclames que me detenga, que te duele mucho, que soy un maldito salvaje, que expulse mi semen lo más pronto posible porque no aguantas más...»
Sí, arde en deseos por hacerla suya de esa forma energúmena, pero, aunque no le gustara, lo mínimo que podía hacer por ella era retribuirle todo su amor cuidándola como se merecía. Incluso si eso también implicaba protegerla de él mismo.
—Hinata... —Cerró los párpados tres segundos antes de continuar—. Sinceramente creo que me costará mucho controlarme—. Para su pesar, admite que su autocontrol no es tan sólido como pensaba. No ahora y no cuando el deseo por ella era tan abrumador y lisérgico.
Ella, muy sorprendida en un primer momento, atina a reaccionar sólo cuando siente que el guerrero aparta de ella el órgano que lo hacía varón. Su sorpresa fue absoluta, tanta que sus pupilas se contrajeron. Dobla su cuello y echa una rápida mirada hacia atrás, dedicándole inmensa curiosidad en un primer momento e intentando, después, comprender qué es lo que sucede. Una vez más Sasuke le demostraba cuán impredecible era su persona.
—No soy un buen hombre sino alguien egoísta que siempre lo será —explicó como si estuviera levantando alguna cosa pesada. Su voz sonaba esforzada y su respiración alterada—. Ahora mismo pensaba en hacerte sufrir, en hacerte gritar mi nombre de dolor, en penetrarte salvajemente cual íncubo del averno...
Hinata dio un pequeño e inevitable respingo, el susto reflejándose en sus ojos de perla. Aun así ello duró el tiempo de un mero parpadeo, pues su alta percepción pudo notar enseguida la culpa existente en el semblante de su amado. Sin dudas de por medio enderezó su columna, se viró para acercarse más a él y le apegó la palma izquierda a la mejilla, moviendo su pulgar cariñosamente sobre el pómulo. Los ojos morenos del Uchiha reaccionaron abriéndose más.
—Si fueras egoísta lo habrías hecho así, pero me amas. Que te hayas detenido es otra prueba más de eso.
Él da un suspiro con sabor a algo que poca gente conseguía: el amor eterno. Entonces, poseído por un dulzor inmarcesible, le besó la frente para luego abrazarla como si tuviese miedo de perderla, prodigándole, de paso, desesperada devoción.
—Mi amor, si supieras cuánto te amo, si tan solo supieras todo lo que significas para mí. —Llenó su arisco ser con esos luceros albinos que lo volvían de seda—. Ya te hice mucho daño en el pasado y nunca más te lo haré, no intencionalmente por lo menos. Juré que por ti sería una mejor persona cada día y eso es lo que haré. Por eso créeme que tu bienestar siempre será lo más importante para mí.
Las pupilas de Hinata se dilataron a tal punto que casi se tragaron a los iris, un efecto fisiológico que, por el color blanquinoso tan parecido que había entre ambos órganos oculares, pasaba prácticamente desapercibido. Tras unos cuantos segundos, y ya concluida la soberana impresión que la asaltó, no supo por qué le llegó una oleada de malos recuerdos que habían quedado atrás.
¿Por qué justo ahora? ¿Por qué cuando su futuro esposo le dijo palabras más valiosas que el tesoro de un afamado pirata?
Probablemente porque, quisiera o no, nunca podría borrar los primeros y terribles acontecimientos que provocaron el cruce de sus destinos. El amor de ambos, ciertamente, empezó de la peor de las maneras: con un intento de violación que estuvo a un tris de consumarse, con un odio visceral al clan Hyuga, con la muerte de Neji, con rencor infinito hacia ella...
No obstante, eso también la ayudaba a poner en perspectiva cuánto había cambiado el hombre que terminó convirtiéndose en su primer amor. Ahora, tras haber superado tantas cosas malas, lograron alcanzar aquel punto que toda pareja desea, uno en que la honestidad y el cuidado mutuo eran prioridad absoluta; uno en que la entrega iba más allá de lo entendible. Los dos habían comprobado, gracias a situaciones tan peligrosas como el ataque de veinte élites o el rapto de Orochimaru, que darían sus vidas por el otro sin dudarlo siquiera un segundo.
¿Cuántas parejas en el mundo podrían decir lo mismo con tanta seguridad? ¿Cuántas?
—Mi amor... —musitó ella como si le hubiesen robado más el alma que la voz—. Yo no sé qué decirte. Sólo puedo agradecerte que te preocupes por mí siempre. Y agradecerte, también, por la capacidad que tienes de darme emociones tan intensas. Tú tienes el don de hacerme sentir viva, de que mi corazón lata más fuerte, de verificarme que el amor es lo más maravilloso que existe en este mundo lleno de tanta maldad.
—Un mundo que tú mejoras con tu sola presencia.
Las mejillas se le volvieron ruborosas. Por supuesto que esas palabras le parecían exageradas, pero que Sasuke lo creyera sinceramente la hacía estremecer.
—Es tan raro esto. Hace poco estábamos a punto de hacer una ofensa contra la naturaleza —hundió su cabeza en el pecho de él, acurrucándose— y ahora, en cambio, siento que se me derrite el corazón por ti. Siempre me haces sentir cosas demasiado intensas, desde la calentura más extrema hasta una ternura sin fin...
La diestra de él dibujó dulces caricias circulares en la espalda de ella.
—En todo caso tal vez sea mejor así. Estabas tensa y no quiero obligarte a hacer nada que no quieras realmente.
Ella, muy cohibida por lo que iba a decir, desvió su ojos hacia el suelo de madera. Luego agachó su cabeza completamente y se miró los dedos de sus pies, los cuales asomaban gracias a la libertad ofrecida por sus sandalias.
—La verdad ya estaba preparada para recibir lo tuyo, así que este es un final de lo más abrupto. De verdad quería hacerlo, saber cómo es el sexo anal realmente...
—¿Lo dices en serio? —preguntó inmerso en la sorpresa.
Ella, alejándose un par de pasos, volvió a alzar la cabeza antes de responder.
—Me avergüenza mucho admitirlo... —dijo chocando sus índices como cuando era una niña—, pero es la absoluta verdad.
Uchiha tomó los carrillos de su diva, se agachó un tanto y se adueñó de los labios femeninos con todo lo que tenía. La emoción, entonces, giró en torno a ellos como un carrusel yendo a máxima velocidad.
En cuanto concluyó el delicioso e inefable afecto bucal, el guerrero la miró gritando amor por cada poro. También hubiese querido ser dadivoso y decirle que ya no era necesario pecar de ese doloroso modo, que con su sola intención de hacerlo era más que suficiente para darse por satisfecho, pero era imposible no desearla de todas las formas posibles, imposible no querer hundirse en ella hasta el amanecer, imposible desechar la idea de ser su dueño a través de esa fabulosa y tentadora pequeñez. Nada podría cambiar que el demonio siguiera con la imperiosa necesidad de sodomizar a su ángel.
—Mi amor, primero que todo te agradezco muchísimo tu entrega total a mí. No sabes cuánto la valoro —dijo dedicándole una voz más suave, susurrante de preciosas emociones—. Y si de verdad quieres hacerlo todavía, entonces te propondré algo: realicémoslo de una forma en que tú tengas el control, una que te permita dominar la profundidad de la penetración.
—¿Una posición más favorable para mí, quieres decir? —necesitó confirmar, pues se había despistado brevemente gracias al flujo de tanto cariño.
—Exacto. Por ejemplo puedes sentarte en mi pene de tal modo que tú misma te hundas hasta la profundidad que quieras.
Su novia y futura esposa imprimió un brillo singular en su mirada. Mordió su labio inferior por nervios y después lanzó un único jadeo que al Uchiha lo volvió a prender igual que antes. Incluso necesitó resoplar.
—Hagámoslo así entonces —consintió enganchando su mirada a la negra—. Tener el control me dará más seguridad y menos temor.
Sasuke no necesitó escucharla dos veces para tomar acción: con la pericia que le daban sus desarrollados músculos, la cargó en sus brazos como si nada pesara. Ella respondió abrazándolo desde el cuello mientras admiraba esa fuerza hercúlea que le daba su condición de guerrero. La masculinidad de su novio, no esa agresiva ni tóxica sino la templada y bien usada, la hacía sentir protegida, mimosa y amada hasta tocar los límites del cielo.
Él, dispuesto a cometer la sodomía heterosexual siendo benevolente con ella, la llevó hacia la cama que tenía un mullido colchón de cuero pardo de oso. Sin embargo, justo cuando iba a dejarla cuidadosamente allí, se escucharon unos golpes en la puerta con un particular ritmo que Uchiha conocía muy bien. Eso lo hizo recordar que ordenó ser molestado sólo en caso de que algo grave ocurriese.
—¿Qué pasa, Ino? —preguntó alzando la voz a fin de que se oyera al otro lado de la puerta.
—Siento molestarte, Sasuke —habló ella—, pero está pasando algo urgente y que debes saber.
Uchiha chasqueó su lengua. Sin dudas, este era el peor momento posible para que ocurriese una situación desfavorable.
—Voy enseguida —anunció tras dar un respiro de hondo fastidio.
—Va en cinco minutos —corrigió Hinata.
—De acuerdo. —Se limitó a responder la blonda, comprendiendo que tal vez interrumpió un momento íntimo.
—¿Y eso? ¿Por qué en cinco minutos? —preguntó Sasuke bajando su tono de voz alto hacia uno normal.
—¿Piensas mostrarle tu erección a Ino, acaso? —cuestionó Hinata con talante posesivo, su índice apuntando lo que le pertenecía únicamente a ella.
Uchiha estuvo a un tris de echarse a reír con ganas.
—Me estoy dando cuenta de que en realidad eres muy celosa, pequeña.
—Sólo me encargo de cuidar lo que es mío —refunfuñó implantando su mejor cara de pocos amigos—. Al igual que tú por cierto —le recordó que ley pareja no era injusta.
El modo de actuar de su mujer, uno que él intuyó fingido, le pareció muy gracioso. Era como mirar a una linda y tierna conejita intentando meterle miedo a un león.
—Pues, a decir verdad, te ves más bella cuando estás celosa. Me encargaré de ponerte así más seguido... —susurró con una media sonrisa punzante.
—Ay, no digas eso... —contestó plasmando una mueca que le formó un pequeño hoyuelo en la mejilla.
Él, sonriente gracias a su dama, le dio un tierno beso en la frente y esperó un par de minutos a que su miembro adquiriera un tamaño normal. Debido a su grandor, sus erecciones solían ser lentas tanto en subir como en deshacerse. Una vez que estuvo vestido con pantalones oscuros, camiseta blanca y unos cómodos zapatos negros, se dirigió a abrir la puerta de roble bien tallado.
—Los patrulleros trajeron la noticia de que Danzo está destruyendo la mansión Uchiha ahora mismo —informó la pelirrubia, cara compungida mediante—. Sus hombres están quemando y convirtiendo en polvo todo lo que había en ella.
Tan rápido como un parpadeo, el líder de la rebelión apretó fuertemente su puño izquierdo mientras las mandíbulas se le tensaban. Los tendones laterales de su cuello se le hincharon por lo mismo.
—¿Quieres que tratemos de salvar tu casa?
—Olvídalo —contestó enseguida de manera tajante.
—¿Estás seguro? Si nos apresuramos...
—Es lo que ese maldito está esperando: que corra como un loco desesperado a defender mi hogar. Estúpido. Que lo haga pedazos si quiere. Yo no soy como el tonto de Naruto que se dejó emboscar por culpa de su sentimentalismo.
Ino asintió a sabiendas de que era la decisión correcta.
—Lamento mucho lo de tu hogar, Sasuke... —Le dio las condolencias, pues perder una casa en que te habías criado y en que estaban todos tus recuerdos no era cosa fácil—. De seguro ese maldito también quemó mi casa junto a la florería —lamentó sentidamente.
A modo de apoyo, Sasuke le puso una mano en el hombro a su coronela. A ésta la sorprendió tal acto, pues se suponía que era él quien debía sufrir por dentro y resultó que la consolada estaba siendo ella. ¿Tanto se notó su tristeza cuando mencionó lo de su hogar-floristería?
—No te preocupes, Ino, a ese hijo de perra lo haremos pagar muy caro por todo el mal que ha causado.
Ella revitalizó su celeste mirada, plenamente convencida de lo dicho.
—Se nota que el rey está desesperado hasta los huesos —comentó ella tres segundos después—. Si no lo estuviera no habría recurrido a algo tan ruin. Si fuera capaz de pensar fríamente sabría que el más perjudicado será él mismo. La venganza es tu fuente de alimento, siempre lo ha sido, y destruir tu hogar lo único que hará será volverte todavía más fuerte y violento.
Intercambiaron muchas palabras más, Hinata incluyéndose en la conversación cuando estuvo bien vestida, hasta que finalmente Ino los dejó solos excusándose en que necesitaba dormir unas horas extra. El ánimo deseoso y libidinoso de antes cambió radicalmente y estaba claro que por el resto de la mañana ya no volvería. Y seguramente sería así durante todo el día e incluso por más tiempo.
—Mi amor, entiendo que en este caso la inacción es la mejor decisión, pero muchos de tus recuerdos están allí... ¿En serio no te da pena perderlos? No es necesario que aparentes frialdad conmigo. Sabes que puedes apoyarte y desahogarte en mí si lo necesitas —ofreció cariñosamente—. Yo estoy aquí para escucharte y apoyarte.
Él, a modo de agradecimiento, le acarició los cabellos del flequillo.
—En realidad esa casa murió hace muchos años, Hinata.
—¿Por qué lo dices? —cuestionó con ojos bien abiertos.
—Porque murió en el mismo momento en que mi clan fue aniquilado —dijo tras contener un suspiro. Y fijándose en la mirada albina leyó que ella necesitaba más palabras—. A partir de entonces la mansión Uchiha jamás vio risas alegres, conversaciones gratas, flores crecer. De hecho, los bellos jardines que cultivaba mi madre se secaron tras su muerte—. La fémina no pudo evitar que sus labios y ojos temblasen. Uchiha sonaba triste y era difícil que esa emoción la demostrara abiertamente—. Lo que esos muros observaron durante años fue odio, tristeza y torturas.
—Ya veo...
—La excepción llegó cuando Ino me regaló esos seis cachorros, sólo entonces mi casa pareció cobrar vida nuevamente, pero incluso ellos terminaron falleciendo de manera horrible en ese lugar. —Recordó los cuerpos decapitados que Neji y Rock Lee dejaron desperdigados—. Sólo Leónidas se salvó —dijo recordando a su fiel compañero perruno, el que ahora mismo se paseaba alrededor del lago—. En realidad mi casa ya nada me significa salvo tristeza y amargor, por eso poco me importa lo que Danzo le haga.
Hinata cerró los párpados durante un largo momento. Uchiha no supo que ella, invadida por una tristeza emergente, estaba luchando contra sus propios ojos a fin de que no se humedecieran. Su sensibilidad le era difícil de controlar todavía y aún más cuando recordó que su propia casa, la mansión Hyuga, también fue destrozada hasta los cimientos.
—A decir verdad nunca lo había pensado así —dijo enfocándose en su novio nuevamente—, pero creo que tienes razón: una casa puede morir antes que sus dueños y aunque no tenga daño estructural alguno. Aun así será una lástima que pierdas tus recuerdos, las pinturas de tu familia, todo lo preciado que allí había... —comentó angustiada y evocando los bellos cuadros que adornaban los muros del ala este, los instrumentos musicales en la alcoba nupcial de los padres de Sasuke, las estatuas marmóreas que relucían bajo la luz de las antorchas, las coloridas figuras de alabastro colocadas en lugares estratégicos...
Todo eso y mucho más se perdería para siempre.
—Tranquila, todos esos recuerdos vivirán en mi mente —se indicó la cabeza— y con eso es suficiente. Lo importante es que Danzo pagará muy caro por todo el daño que ha hecho, incluyéndose ahora la destrucción de mi hogar —aseveró con sus ojos destellando esa oscuridad que a Hinata tanto inquietaba.
—Ojalá que Danzo no escarbe donde murieron Neji y Rock Lee, y que por lo menos respete las cruces que les pusiste a tus perros... —ansió angustiadamente.
—Peor para él si se atreve a profanar sus tumbas...
Hinata esperaba una contestación así, pero igual se estremeció. El demonio que todavía moraba en Sasuke, ese que ella conoció en toda su maldad meses atrás, parecía renacer a toda potencia en sus ojos. Sólo podía pedir que la muerte de Danzo pudiera aplacar definitivamente esa oscuridad que aún mantenía.
El militar con grado de general fue hacia el armario, se calzó una chaqueta cualquiera y, disponiéndose a salir, abrió la puerta.
—Necesito estar solo un par de horas —avisó antes de atravesar el umbral.
—Mi amor, yo puedo...
—Si me quedo no seré buena compañía para ti, Hinata —la interrumpió—. Ahora mismo tengo mucha rabia y necesito estar en soledad para no descargarla contigo. Hablamos después. —Y sin darle tiempo a esbozar una respuesta, atravesó el umbral y cerró la puerta tras de sí.
Ella descubrió algo por el tono de voz levemente quebrado que traicionó la firmeza que él pretendía. A pesar de que sus palabras hablaron exclusivamente de la furia, estuvo segura de que la tristeza era lo que lo en realidad lo dominaba. Pero, lastimosamente, entendió que tratar de consolarlo sólo le dañaría ese orgullo tan grande que poseía.
—Sasuke...
Continúa enseguida.
