Hola estimada gente, aquí les traigo un triple regalo de navidad :D. ¿Por qué tres? Porque para variar se me pasó la mano otra vez e hice más de 50 mil palabras (y eso que borré párrafos xD), así que tuve que dividir lo escrito en tres partes.
En el capítulo 49 hay naruino y también está el destino final de Kisame y Sasori (no hay nada de sasuhina, así que puedes saltártelo si sólo te interesan ellos). En el capítulo 50, parte 1 (justo el anterior a este) hago un salto en el tiempo explicando a través de narrativa que pasó durante los dos meses y hay mucho romance sasuhina también. Yo recomiendo leerlo para no perder el hilo de la historia, pero si eres muy impaciente y quieres ir directo al grano entonces parte la lectura desde aquí mismo. Espero que todo haya quedado claro ;P
Este episodio va dedicado a toda la gente que ha apoyado a este fic, ya que por ustedes lo continúo más o menos rápido. Y como no creo que actualice de nuevo hasta el 2024 también aprovecho de desearles una muy feliz navidad y un prosperísimo año nuevo. Espero que les vaya genial en todos sus proyectos, que haya salud, amor, sexo, dinero y lo que ustedes deseen. Y también mucha fuerza para superar los malos momentos pues, queramos o no, la vida nos agarra a latigazos cada tanto. Cuídense mucho gente y disfruten mucho las fiestas de final de año. Ya nos leeremos de nuevo en el próximo update =D
Vocabulario:
Cimbalillo: Campana pequeña, especialmente la que en las catedrales y otras iglesias se toca después de las campanas grandes para entrar en el coro.
Juglar: En la Edad Media, persona que iba de unos lugares a otros y recitaba, cantaba o bailaba o hacía juegos ante el pueblo o ante los nobles y los reyes.
Diadema: Joya femenina, en forma de media corona abierta por detrás, que se coloca en la cabeza.
Tordo (el adjetivo): Dicho de una caballería: Que tiene el pelo mezclado de negro y blanco, como el plumaje del tordo.
Esclava Sexual, Capítulo Quincuagésimo, Segunda Parte
El cielo lucía soleado e ideal para un día de campo, aunque el invierno, mismo al que sólo le quedaban dos semanas de vida, no le cedería su lugar a la primavera sin pelear. Por ello, un cúmulo de nubes que viajaban desde el horizonte intentarían invadir el celeste hasta transformarlo en un notorio gris.
Precisamente disfrutando del clima se encontraban Kiba y Naruto, quienes, en cosa de segundos, iban a sostener una conversación sumamente decisiva cerca del lago cuadrado. El amante de los perros, cumpliendo la palabra empeñada, recién le había contado a Naruto el maquiavélico plan que Hiashi formuló para matar al Uchiha: darle un beso a Hinata enfrente de él para que peleara descontrolado y así fuese más fácil asesinarlo.
«Lo siento, pero jamás haría algo tan cobarde», fue la instantánea respuesta que asomó en los labios del rubio. A su parecer no había nada más que hablar al respecto.
—Sabía que dirías eso —consintió Kiba.
—Además no necesito ese tipo de trucos rastreros para vencer a Sasuke. Recuerda que ya le di una paliza.
Y, ufanamente, volvió a contarle como le ganó al demonio pelinegro a puñetazo limpio, historia que Kiba ya había escuchado alrededor de veinte veces.
—Ese cabrón quedó como un debilucho ante mí, de veras —finalizó tras varios minutos el único que usaba esa muletilla.
—¿No estarás exagerando?
—Por supuesto que no.
—En fin... —dijo el de pelo café oscuro, no muy convencido de que la pelea fuese tan dispareja como la contaba Naruto—. Sea como sea, sabes perfectamente que Sasuke merece un castigo mucho mayor que un simple palizón.
—Eso lo tengo clarísimo, pero eso no significa que siga a Hiashi en un juego tan sucio.
—Yo igual encuentro que es una maquinación muy cuestionable, pero de todos modos me siento en la obligación de contarte algo muy importante... —Le dio un tono más grave a su tono de voz.
—¿Qué cosa? —Apenas hizo esa pregunta, se le alzó la ceja izquierda.
—Tú le gustabas a Hinata. Le gustabas mucho.
Naruto sintió algo parecido a cubitos de hielo cayéndole por la nuca mientras la ceja derecha se le alzaba igual que la izquierda. Y su lengua, que no había probado nada desde hacía horas, pareció degustar un repentino sabor cítrico. Cuando pensó que Kiba le estaba haciendo una chanza, contestó.
—Siempre has echado bromas muy malas, pero esta se lleva el premio a la peor.
—No estoy bromeando —aseveró con su rostro más serio—. A Hinata le gustabas de verdad.
La boca del blondo se separó un par de centímetros.
—¿Es cierto lo que dices? ¿No estás mintiendo? —Siguió dudándolo.
—De hecho todos los sabían menos tú, mega bruto.
—¡Oye! Tampoco es para que me ofendas. Además, ¿cómo es posible si nosotros apenas hablábamos?
—¿Y yo que sé? A lo mejor le gustaban los idiotas de nacimiento o los chicos tan feos como tú.
—Ja, habló el más inteligente y guapo de todos —se burló riéndose a mandíbula batiente—. Aceptaría que algo así me lo dijera Sasuke, ¿pero tú? No seas sinvergüenza, tú eres tan tonto y feo como yo.
—Puede que sí sea poco agraciado... ¡Pero tan tonto como tú jamás! —defendió su honra ahincadamente.
—Me juzgas de tonto sin ninguna compasión... ¿Pero cómo iba a darme cuenta de que le gustaba a Hinata si nunca me dio alguna señal?
—Ella siempre fue muy tímida, ya lo sabes.
—Y yo no soy adivino, pues. Además, ¿cómo imaginarme algo así? Tú sabes que yo nunca tuve suerte con las chicas, de milagro no conocí a otra que me golpeara como Sakura —dijo graciosamente, tomando con mucho humor su falta de popularidad con el sexo femenino, cosa que después terminó revirtiéndose.
—A mí me hubiera gustado habértelo dicho, pero por respeto a la privacidad de Hinata nunca te lo conté.
—¿Y por qué lo haces ahora entonces? —indagó al tiempo que su mano aferraba el pasto que les servía de alfombra.
—Antes de explicarte la razón quiero que me respondas una pregunta.
—Lánzala.
—¿Qué opinabas de Hinata antes y qué opinas de ella ahora?
Uzumaki se llevó una mano al mentón mientras su semblante se ensimismaba.
—Yo siempre la hallé rara —dijo tras volver en sí—, pero me caía bien porque nunca me dijo cosas feas como otra gente. Siempre fue muy amable y respetuosa conmigo a pesar de que ella pertenecía a la clase alta y yo a la más baja—. Dicho esto, se dio una pausa para enfocarse en la Hinata del presente y dar su dictamen sobre ella—. Y ahora la noto distinta porque se ha vuelto una chica muy fuerte, mucho más decidida que antes.
—¿Y ella no te gusta siquiera un poco?
Naruto frunció el ceño. También se rascó la punta de la nariz, sintiendo ésta el olor a pasto fresco de un modo más intenso.
—Hinata es una gran persona; una chica muy linda, educada, respetuosa y además femenina, pero la considero una amiga y nada más que eso. Verla como una novia me costaría mucho porque a mí me gustan las mujeres más dominantes, que sepan lidiar con mi terquedad y que me hagan ver mis desaciertos con dureza.
—Quieres decir una mujer que te grite y te golpee igual que Sakura, ¿no?
—Pues para que te digo que no si en realidad es sí —sonrió—. Siempre me gustó su forma de ser a pesar de que muchas veces se iba al extremo con sus rabietas —dijo recordando una de aquellas, aunque luego su curiosidad lo llevó a seguir en el flujo de lo importante—. En todo caso... ¿a qué quieres llegar con lo de Hinata?
—A decir verdad yo no quiero que ella se case con Sasuke. Las razones son obvias y quería saber si acaso el plan de Hiashi tenía algún asidero.
—Por supuesto que no lo tiene. Yo jamás haría algo tan ruin e indigno como utilizar a Hinata para vengarme. Ella no se merece eso.
—Lo sé, pero estaba pensando en la versión B del plan.
—¿Un plan B?
Kiba asintió.
—Hiashi me dijo que matar a Sasuke no era la única forma de dañarlo, que existía algo que lo haría sufrir mucho más que la muerte...
—Explícame —pidió el rubio a ceño fruncido.
—Quitarle a Hinata. Y dijo que tú podías conseguirlo precisamente porque sintió cosas por ti. Que si tú quisieras podrías enamorarla.
Al Uzumaki se le plantó la indignación en sus azules ojos.
—Hiashi sigue siendo un canalla.
—Para urdir planes así de rastreros hay que serlo. Sin embargo, llegué a pensar que era algo factible si tú también sentías algo por ella, aunque no por venganza contra Sasuke sino para salvar a Hinata de él.
—¿Salvarla de Sasuke? —cuestionó para enseguida agregar una necesaria aclaración—. Ella no necesita ser salvada porque está muy enamorada de él, eso se nota tanto como un oso caminando por la calle. E incluso si Hinata comenzara a gustarme, cosa difícil por cierto, yo ya habría perdido mi oportunidad con ella.
—¿Ya es demasiado tarde, dices?
—Exactamente. Y sobre todo porque ya hay otra mujer que me gusta mucho...
—¿Ino, verdad?
—¿Cómo coño lo adivinaste, cabrón? Yo lo he ocultado muy bien.
—Es la única mujer con la que has compartido últimamente y siempre te ves muy alegre a su lado. Descarté a Sakura de plano porque no creo que quieras volver a sufrir por ella.
—Y tienes toda la razón del mundo —confirmó enseguida—. Sakura pudo ser la mujer más importante de mi vida, pero no quiso y ya está.
—¿Estás seguro que la dejaste atrás? El corazón suele contradecir a la mente...
—Ella siempre será muy especial para mí, pero ya no como mujer sino como amiga. El amor que sentía por Sakura ya es cuento viejo, ¡de veras! —reafirmó muy sonriente. Luego su mirada se posaba en dos bellos cisnes que flotaban tranquilamente en las aguas del lago. Por la manera cuidadosa en que se acicalaban el uno al otro dedujo que debían ser una pareja.
—En todo caso no es raro que la hayas superado. Hay que reconocer que Ino es una ricura —dijo mientras, tan molestoso como siempre, se chupeteaba los dedos como probando un exquisito manjar.
—¡Oye! —le dio un palmetazo en la espalda—. ¡Yo la vi primero! —advirtió regalándole su mejor cara de enojo.
Kiba se rio a carcajadas. Le hacía mucha falta hacerlo. Luego tuvo que explicarle a su amigo que no tenía ningún interés en la Yamanaka. Saltaba a la vista que era una chica muy atractiva, pero él no quería a una soldado como pareja y mucho menos si antes fue una enemiga. Tampoco sentía que hubiera química con ella o que fuesen compatibles siquiera.
—En fin... —dijo Kiba cuando se hizo un silencio, el cual aprovechó para retomar lo que había quedado pendiente—. Ahora el maldito de Sasuke se casará con Hinata y se saldrá con la suya... ¡Como si ese malparido tuviera el derecho a ser feliz! Estoy pensando seriamente en interrumpir ese matrimonio, impedirlo a cualquier costo.
—¿Y qué sacarías? Sólo le harías daño a Hinata en el día más feliz de su vida.
—¿El más feliz? —cuestionó magnificando su incredulidad—. No me hagas reír por favor. Mi amiga sigue siendo muy ingenua y Sasuke está aprovechándose de que su corazón sea tan puro. ¿O de verdad piensas que ella podría ser feliz con esa basura de hombre?
Naruto hizo silencio. Su compañero tuvo claro que el que callaba, otorgaba.
—Al casarse con él está condenándose a ser infeliz por el resto de su vida —continuó Kiba de modo muy firme—. Sé que es triste escucharlo, pero esa es la verdad. Sasuke nunca podrá ser un buen marido para ella y lo sabes.
—Sea como sea es la decisión de Hinata y tenemos que respetarla.
—Comprendo tu postura, pero déjame plantearte un dilema... ¿Si un amigo quiere suicidarse, tú, en lugar de apoyarlo para que no lo haga, lo dejas matarse porque respetas su decisión?
—Te estás yendo al extremo, Kiba. Estás comparando un matrimonio con un suicidio y ambas cosas son muy distintas.
—¿Es que no te das cuenta? Ese matrimonio es igual que un suicidio, por eso estoy comparándolos —aseveró alardeando una inmensa seguridad.
—Mira: yo en el fondo estoy de acuerdo contigo. A mí también me parece que Hinata está cometiendo un grave error, pero es una mujer adulta y, como tal, puede tomar sus propias decisiones y asumir las consecuencias.
—Por más adulta que sea puede equivocarse gravemente. Y mucho más tomando en cuenta que el enamoramiento nubla el juicio. ¿O por qué crees que Sasuke quiere casarse tan pronto? Para amarrarla antes de que recupere la razón y pueda arrepentirse.
El argumento fue tan sólido que el blondo no tuvo deseos de replicar esta vez. Quedó irremediablemente pensativo.
—A ver, Naruto, dime algo... ¿Acaso ya olvidaste todo el sufrimiento que provocó ese demonio a nuestra nación? ¿Acaso olvidaste cuántos murieron por su maldita culpa?
—Por supuesto que no lo he olvidado.
—¿Entonces vas a cumplir tu promesa de matar a Sasuke? ¿O estás empezando a arrepentirte?
—Ni hablar, por supuesto que no me retractaré —fue la tajante respuesta—. Cumplir mi palabra es algo a lo que nunca fallaré.
—Entonces dime qué prefieres: ¿que Sasuke muera mientras Hinata todavía está soltera? ¿O dejarla viuda cuando ya esté embarazada de él?
El susto que invadió a Naruto le hizo abrir los ojos como pocas veces.
—Sí —reafirmó el de ojos como rayas—, porque es altamente probable que después del casorio Hinata quede preñada y entonces, cuando por fin te decidas a matar a Sasuke, tendrás que dejar a un bebé huérfano de padre. Dejarás tanto a Hinata como a su hijo marcados de por vida.
El de pelo áureo apretó las mandíbulas y comenzó a estrujar una mata de pasto como si quisiera obtener jugo de ella. Lo llenó de impotencia pensar que sería el responsable de que el retoño de Hinata jamás conociera a su papá. Él, mejor que nadie, sabía lo frustrante y doloroso que era eso.
—¿Ahora ves por qué impedir ese matrimonio sería lo mejor para todos? Si realmente vas a cumplir tu palabra deberías hacerlo antes de que un niño completamente inocente tenga que pagar por los pecados de su progenitor.
Al de ojos azules se le erizaron los vellos de los brazos. Quisiera o no, la lógica de Kiba era impecable. Siempre pensó que Sasuke y Hinata se casarían después de la guerra, pero el adelantamiento de la ceremonia cambiaba todos sus planes de raíz. Transformaba en un «ahora o nunca» a la promesa de justicia que le hizo a todos sus camaradas muertos.
¿O acaso existía otra salida que no era capaz de ver?
—Demonios... —musitó entredientes el más fuerte de los dos presentes. Su puño derecho se cerró inevitablemente—. A decir verdad nunca había pensado en todo lo que implicaba que esos dos se casaran.
—Normal tomando en cuenta que eres un despistado total. Eres incapaz de analizar más allá de lo superficial.
Se hizo un silencio profundo, tenso. Inuzuka tenía ganas de hablar, pero se conminó a no hacerlo. Su amigo de pelo mostaza tenía que asimilar todo lo que había dicho. Él puso todas las cartas sobre la mesa y era el turno de Naruto para sacar las suyas.
—Arruinar el día más feliz de Hinata por su propio bien y porque debo cumplir mi palabra... Suena tan...
«Maquiavélico» era la palabra que Naruto estaba buscando, pero ésta aún no existía en el vocabulario pues Nicolás Maquiavelo aún no nacía.
—¿Rastrero? ¿Artero? —postuló Kiba un par de alternativas—. Sé muy bien que lo es, tanto que yo mismo me siento mal por decirte estas cosas, pero creo que es necesario analizar todo lo que ese matrimonio conlleva —razonó para después rascarse un colmillo con la uña—. A diferencia de Hiashi a mí me importa mucho más Hinata que la venganza contra Sasuke. Sé que ella sufrirá mucho si interrumpo su matrimonio gritando el consabido «yo me opongo», pero, dejando de lado mi odio al Uchiha, creo que a largo plazo lo mejor para todos es que ese matrimonio no se realice. Todo lo que te argumenté antes lo confirma.
—En ese caso tendría que gritarlo yo. A Sasuke lo invadirá una rabia asesina y yo soy el único que puede enfrentarse a ese demonio.
Kiba desaprobó con un explícito gesto.
—Yo no le tengo ningún miedo a ese cabrón, así que no tienes por qué tomar mi lugar. Si él me mata, Hinata comprobará una vez más lo malvado y demoníaco que es el hombre con el cual desea casarse. Eso la haría reaccionar y mi muerte tendría el sentido de salvarla de las garras de ese energúmeno.
—¿Y tú crees que te dejaría pelear un combate que me corresponde a mí? ¡Ni loco lo haría! —exclamó al tiempo que hacía un efusivo ademán—. Sin embargo, esto es complicadísimo y hay que pensarlo muy pero que muy bien. Por primera vez en mi vida tengo dudas de cuál camino elegir.
—Para mí también es difícil y justo por eso quería consultar esto contigo para ver qué opinabas —dijo al tiempo que recordaba a su gran amigo Akamaru, a quien siempre le pedía consejos a pesar de lo raro que le pareciera al resto de la gente. La clave que se inventó para entenderlos era la siguiente: un ladrido significaba «no» y dos significaban «sí»—. A pesar de todo no quiero que el odio que le tengo a ese demonio me ciegue. Lo que más busco es el bien de Hinata por sobre el resto de cosas, aunque, siendo completamente honesto, creo que cuando llegue el momento decisivo haré lo que mi corazón me dicte.
—Usualmente te diría que eso es lo correcto, pero dejarnos llevar por nuestros sentimientos nos puede hacer una mala jugada esta vez. Además recuerda que ese bastardo es un ídolo en este reino, podemos darnos por muertos si interrumpimos su boda. La rebelión se nos echaría encima y más aún tomando en cuenta que somos extranjeros que combatimos contra ellos en la guerra de los cinco años. Todo el respeto que nos hemos ganado lo perderíamos en un mero segundo.
—¿Y crees que nos aniquilarían en plena guerra con Danzo y a punto de que Pain llegue? Les guste o no, nos necesitan para vencerlos a ambos. Podrán odiarnos todo lo que quieran si hacemos fracasar el matrimonio, pero me juego el pescuezo a que son lo suficientemente inteligentes como para entender que si nos matan se condenarán ellos mismos.
—Creo que tienes razón... —admitió a pesar de que no se veía convencido del todo—. Sin embargo, también hay que tomar en cuenta que perderemos la amistad de Hinata si lo hacemos. Difícilmente nos perdonará porque no será capaz de comprenderlo. Defenderá a Sasuke con todas sus fuerzas diciéndonos que cambió y que se merece una oportunidad porque ahora es un buen hombre.
—¿Y acaso lo es? O mejor dicho... ¿puede serlo?
—En el fondo la pregunta que acabas de formular es la que lo decidirá todo. Si Sasuke de verdad es capaz de hacer feliz a Hinata, si de verdad es capaz de respetarla y amarla como se merece, si de verdad puede ser un buen esposo para ella... ¿Vale la pena detener la boda? Es más..., ¿vale la pena que yo lo mate si ya no es el mismo hombre que conocimos?
—No sé la respuesta, pero sí te puedo decir algo que siempre escuché de mi santa madre: existen pecados tan graves que nada es capaz de expiarlos.
—Los pecados más horrendos nunca pueden ser redimidos... —musitó lo mismo aunque de otra forma, recordando todo el sufrimiento que Sasuke provocó en su nación: queridos compañeros suyos muertos, familias separadas y arrancadas de sus hogares, mujeres y hombres cayendo en manos de traficantes de esclavos, un sinfín de casas destruidas hasta los cimientos...
Al parecer una bola de nieve empezaba a caer por la pendiente de sus mentes, una que si seguía rodando provocaría una catastrófica avalancha...
Alrededor de las diez de la mañana del día siguiente, tañeron campanas cuya resonancia se hizo sentir por todas las calles de la ciudad. Poco después los cimbalillos también se unieron a ese coro que anunciaba la proximidad de una importante ceremonia. Las personas interesadas en ésta fueron llegando al lugar de las campanadas, convirtiéndose rápidamente en una tremenda masa de gente que atestó la avenida que servía como antesala al magnífico templo pagano que estaba consagrado a la diosa del amor y la fertilidad. La construcción, desde un punto de vista arquitectónico, era una transición entre los antiguos templos griegos y las iglesias modernas, pues contaba con columnas jónicas mientras que, en su parte más alta, se ubicaba un campanario con pesadas campanas hechas de hierro macizo, las cuales seguían esparciendo su inconfundible música.
El templo de esta divinidad femenina era más pequeño que el de los dioses que representaban a la guerra o al mundo de los muertos, pero de todas formas no tenía nada que envidiar cuando se trataba de ostentosidad. De hecho podía competir perfectamente contra los lugares sacros más impresionantes de Grecia, Roma o Egipto.
—¿Qué pasa? ¿Por qué hay tanta gente reunida? —El hombre que habló intentó que su vista se abriera paso a través de la miríada de cabezas que tenía por delante. Su altura de casi un metro noventa le ayudó parcialmente en tal empresa.
—¿Pero en qué mundo vives, hombre? ¿Tampoco supiste que ayer se casó Gaara? —le contestó un sorprendido anciano que estaba al lado.
En efecto, el demonio de la arena y Matsuri ya habían contraído nupcias en una ceremonia que resultó ser todo un éxito. ¿Qué mejor manera de celebrar la última y decisiva victoria?
—Por supuesto que lo supe —dejó claro que no era un ignorante—. A lo que me refiero es que no entiendo por qué hay tanto alboroto para ver una boda con una extranjera, una que para peor es una descendiente del infame clan Hyuga.
El anciano, en un movimiento manso, cruzó ambas manos sobre la cima del bastón que llevaba.
—Si tanto te molesta... ¿Por qué no vas y se lo dices a Sasuke en persona? —cuestionó tranquilamente punzante.
El hombretón tragó saliva sonoramente, a lo cual el viejo continuó hablando:
—Desde muy jovencito Sasuke ha jugado un papel fundamental en las guerras que ha tenido nuestra nación, incluyéndose ahora las batallas sostenidas contra Danzo y sus matones. Así que, como líder de la rebelión y el gran héroe de nuestra nación, se ha ganado con creces el derecho de hacer su voluntad. Y si ésta es casarse con una Hyuga no serás tú quien se lo impedirá, ¿o sí?
No hubo respuesta o tan siquiera atisbo de una.
De repente, ante vívidos clamores y resonantes aplausos, llegó un pelinegro cabalgando tranquilamente sobre su compañero alazán. La aristocracia de su nación prefería los caballos blancos para este tipo de eventos, pues, además de ser más exclusivos, también simbolizaban gallardía, donaire y nobleza. En cambio los alazanes eran equinos mucho más comunes y, por tanto, considerados propios de la plebe. Sin embargo, a Sasuke jamás le importó de qué color fuera su caballo o que por culpa de éste fuera considerado parte del vulgo; esas siempre le fueron tonterías superfluas. Por eso mismo iba orgullosamente montado sobre Shakma, el amigo que lo había acompañado de manera fiel durante cuatro años de guerra. Y por ese mismo motivo de fidelidad, Leónidas también venía a su lado como la mejor de las escoltas.
Desde el lomo de su equino, Uchiha le echó un breve vistazo a la maravilla arquitectónica que se veía en la lejanía. Divisó el campanario, las imponentes columnas que sostenían el techo, la enorme marquesina que tenía artísticos bajorrelieves, y los blancos y límpidos muros que, tan incólumes como el agua de una cordillera, hacían ver que definitivamente este templo era digno de ser la casa de una diosa. Y no es que él fuera un devoto de los dioses, todo lo contrario, los maldijo cientos de veces, pero la vida, tan irónica como siempre, lo tenía a punto de casarse frente a una.
Sí, precisamente hoy, un soleado y agradable viernes por la mañana, llegaba la ceremonia en que su vida se uniría para siempre a la de Hinata. El día en que, contra todo pronóstico, los destinos de una Hyuga y un Uchiha se fusionarían. La hora decisiva en que, amparados por una felicidad incontenible, jurarían que sólo la muerte podría separarlos.
Tras observar la sagrada construcción, fijó su vista en la avenida que se le abría por delante y que ahora estaba libre de tránsito peatonal. En las aceras de cada lado se acumulaba el enorme gentío, pero lo que más destacaba era la hilera de leones con melena y leonas sin ella, cuyas esculturas, bañadas en oro y hechas a tamaño natural, se alzaban en pedestales que las ponían por encima de la muchedumbre reunida. Desde los inicios de la humanidad tales animales fueron respetados como un símbolo de poderío y determinación, a menudo asociándose también con la majestuosidad de reyes y dioses, por lo cual fungían como los guardianes más apropiados para custodiar el camino de ingreso hacia el hogar de una divinidad.
En el último tramo de la avenida, e intercalándose entre los grandes felinos, habían manzanos y cerezos muy bien cuidados que aportaban su dulce fragancia al ambiente. Y, aunque la vista ya era bella, durante la primavera sería incluso mejor pues las flores a los pies de los árboles habrían brotado en todo su esplendor. En todo caso Sasuke quedó más que satisfecho con el panorama actual. Le gustó esa mezcla entre la naturaleza y lo inanimado, entre lo áureo y lo verde. Sin duda que el templo y su antesala estaban a la altura de lo que se merecía la diosa del amor, o, mejor dicho todavía, a la altura de lo que Hinata merecía.
«¿Por qué necesito asociar a Hinata todo lo grato, lo emocionante y lo hermoso?», se preguntó el pelinegro general al recordar a su musa cada vez que tales cualidades hacían acto de presencia. Sonrío por dentro cuando llegó a la respuesta...
«Porque ella representa al amor mejor que cualquier diosa. Porque ella encarna las mejores virtudes que un ser humano pueda tener. Porque, para mí, ni la diosa del amor podría compararse a la brillantez de mi amada...»
Uchiha, alardeando su estampa orgullosa de siempre, desmontó de un salto y les brindó caricias a Leónidas y a Shakma, quienes quedaron a cargo de un paje que los cuidaría mientras se realizara la boda. Como acto siguiente inició una caminata por la avenida de los leones, sus pasos emergiendo tan dominantes como siempre. Tal como sucedió con Gaara el día anterior hubo muchas mujeres presentes, principalmente jovencitas, gritaron apasionadamente aprovechando la valentía que daba ser una anónima más entre la multitud.
—¡Cásese conmigo, por favor!
—¡Yo lo haría más feliz que su novia!
—¡Yo puedo ser su segunda esposa!
—¡Y yo la tercera!
El aludido, limitándose a seguir su camino sin desviar la mirada de enfrente, continuó subiendo los escalones que guiaban hacia el gran portal de entrada, misma que era custodiada por dos lanceros. Tal como lo dictaba la tradición de su país, el novio se detuvo antes de ingresar al templo. Parado justo ahí esperaría el arribo de su prometida.
Apenas Sasuke se volteó en dirección al inicio de la avenida, las chicas, que por lo general solían ser más detallistas que los varones, pudieron examinarlo de mejor forma gracias a que el portal se ubicaba a mayor altura que la avenida. No les sorprendió ver que una espada colgaba de su cintura, pues, cualquiera con un mínimo de conocimiento, sabía que para un guerrero su arma era tan parte de su cuerpo como una pierna o un brazo. Respecto al atuendo en sí, llevaba un pantalón que le sentaba muy bien, un cinturón doble y de color marrón que formaba una especie de X muy ensanchada y de corta estatura, un suéter de botones correctamente abrochado, guantes sin dedos, zapatos militares y, para rematar, una capa que le daba un aire de elegancia y distinción. Casi todo era de color negro salvo el cinturón marrón y el suéter plomizo que tenía botones de un tono granate. En realidad su modo de vestir no tenía nada fuera de lo común a excepción de dos cosas: su ropa estaba muy bien planchada y la capa era más fina que otras que ya había usado anteriormente. A juicio del Uchiha nada más que eso era necesario, pues la que debía destacar en la boda era la novia y nadie más que ella. Hinata y su vestido tenían que ser las estrellas más brillantes de la ceremonia.
Al guerrero no le gustaban los discursos; le parecían simple politiquería que no iba acorde a su reconocida hosquedad. Sin embargo, consciente de que en un evento de tanta magnitud tendría que emplear un poco de cortesía, se preparó a dar unas cuantas palabras a modo de agradecimiento. Entonces alzó su voz lo más posible a fin de que la mayoría de los presentes pudieran escucharlo.
—No soy ignorante de que hay personas que miran con resquemor este matrimonio porque la mujer que escogí es de un país que sostuvo una guerra de cinco largos años contra el nuestro. Pero si yo, que luché encarnizadamente contra esa nación y contra el clan Hyuga, no la juzgo por su linaje o por su nacionalidad, espero que ustedes tampoco lo hagan. Sé que si la conocieran como yo lo hice, también se darían cuenta de cuán valiosa es Hinata como persona. Como soy un hombre de pocas palabras no diré más que eso, salvo que la amo y que me gustaría ser feliz a su lado.
El gentío quedó unos segundos para adentro. La mayoría sabía que Uchiha no era de hablar en público a pesar de su estatus de héroe, pero más que lo inhabitual de ello fue la forma tan solemne en que dio su mensaje. Eso los hizo conectar con su declaración.
—¡Usted se merece ser feliz! ¡Todo el pueblo lo apoya! —Se alzó una voz entre la multitud, misma que fue seguida por muchas más.
Al término de los hurras y las exclamaciones, Sasuke agradeció con un gesto elegante. Le seguía sorprendiendo mucho que el pueblo le diese tanto apoyo no sólo aquí, sino también en cada ciudad liberada de las manos de Danzo. No se consideraba carismático, mucho menos simpático, pero por alguna misteriosa razón, tal vez por su calidad de guerrero «heroico», la gente parecía tenerle un montón de aprecio. Otra ironía de la vida tomando en cuenta que en las naciones extranjeras era temido y odiado hasta decir basta.
Los juglares, al pie de la avenida, animaron al pueblo tocando música de flauta y haciendo llamativos malabares. Mientras tanto, una pelirrosa se preparaba para recibir a Hinata. A su lado estaba Naruto, quien llevaba una capucha encima en un intento de no ser reconocido. Como era de esperarse Sasuke no quería verlo en su boda, aunque la insistencia de Sakura en que la acompañara le había servido de excusa para estar presente. Sin embargo...
—¿Te pasa algo? —preguntó Haruno mirándolo atentamente—. Estás muy callado y tu cara no tiene la buena pinta de siempre. ¿Te sientes enfermo o hay algo que te preocupa?
Quisiera o no, Sakura lo conocía muchísimo. Más de una vez su amiga le había dicho que él era igual que un libro abierto. Eso no lo consideraba un defecto, de hecho le gustaba ser así, pero ahora mismo le encantaría tener la habilidad necesaria como para ocultar el torbellino que había en su fuero interno.
Respiró profundo y se preparó a dar una respuesta que sabía de antemano dejaría tranquila a la pelirrosa.
—En serio, yo no sé qué le ven a esa sabandija desabrida —dijo dirigiendo sus ojos hacia ese némesis que estaba muchísimos metros más allá—. Nunca se peina, su cabello es más tieso que los filamentos de una escoba, su mirada parece que todo el tiempo dice «voy a matarte», su color de ojos es de lo más común y su cara no tiene nada especial ni destacable. Yo lo hallo hasta feo, de veras.
—Deja la envidia a un lado, Sasuke es un «papasote» que fue tallado a mano por los mismísimos dioses —replicó Sakura, quien tuvo que contenerse para no relamerse los labios. A sus verdosos ojos, además, poco les faltaba para lanzar corazones.
—En fin, estoy rodeado de mujeres que tienen mal gusto —sentenció encogiéndose de hombros.
—Si tú lo dices... —dijo ella con cierta mofa. Luego su mirada se dedicó a buscar a cierta persona, aunque entre tanta muchedumbre dudaba poder encontrarlo—. A propósito, ¿Kiba no vendrá? Sé que no quiso ser el testigo de Hinata y lo entiendo muy bien, pero pensé que por lo menos estaría presente para su boda. Si es su mejor amigo debería hacerle honor a eso y dejar de lado el odio que siente por Sasuke. Hina se lo merece.
—Ya vendrá —contestó el Uzumaki mientras se bajaba un poco más la capucha, quedando ésta a la altura de sus cejas.
Sakura le echó un nuevo vistazo y supo que, definitivamente, algo sucedía con su amigo. Estaba claro que intentaba encubrir aquello, pero no era lo suficientemente hábil como para lograrlo. ¿De qué se trataría? ¿Y en qué estaría pensando exactamente?
—A ti algo te pasa, Naruto; no me digas que no. ¿Es algo de lo que deba preocuparme?
—No —fue la monosilábica respuesta, algo muy raro en él y mucho más cuando se trataba de ella. Al parecer ya no se molestaría en disimular.
La cara de la pelirrosa esbozó un gesto que mezclaba suspicacia con extrañeza. Su sexto sentido le decía que algo no andaba bien con el blondo, que algo lo inquietaba, que algún suceso complicado podría suceder.
«En fin..., deben ser ideas mías nomás. Quizás está molesto porque Sasuke no se merece todo este apoyo», se dijo con el propósito de serenarse, convenciéndose poco a poco de que su argumento estaba en lo cierto.
Un rato después cuatro caballos tordos hicieron acto de presencia en el horizonte citadino. Justo por detrás, y tirada por ellos, venía la carroza de la esperada novia. Tras un par de minutos, las ruedas se detuvieron frente al inicio de la avenida de los leones. El vehículo era el mismo que utilizó Matsuri durante la mañana anterior y estaba decorado con bellas guirnaldas de variados colores.
El ruido confuso de voces, sumándose a la detención del carruaje, le hicieron saber a la novia que por fin había llegado a su destino. Desplazó un poco la cortina que tapaba la ventana y entonces echó un vistazo furtivo. El paisaje que se alumbró ante ella le hizo abrir la boca de impresión. Ésta fue tanta que tardó varios segundos en recobrar la compostura.
—Ay... ¡No esperaba a tantas personas! Creí que por ser una Hyuga vendrían muchos menos —comentó devolviendo la vista hacia sus dos acompañantes.
Una de ellos era Ino Yamanaka, la madrina de bodas, y el otro Chouji Akimichi, el padrino. Como Kiba no quiso aceptar tal honor, la blonda enseguida recomendó al «flaquito» como reemplazo. Su carácter alegre y bonachón hacían pensar que era el hombre más idóneo, además de tener el plus de que le caía muy bien a Hinata y, cosa rara, también le simpatizaba al Uchiha.
—Es normal que se haya reunido tanta gente —repuso Ino a su amiga—. Recuerda que Sasuke es un héroe incluso desde antes de la guerra entre nuestras naciones. Y que ahora también sea el líder de la rebelión hace que la estima del pueblo hacia él crezca hasta niveles siderales. —Sus manos realizaron un ademán de inmensidad.
—Comprendo eso, pero es que me sigue pareciendo increíble. Ver a tantos me hace sentir un poco intimidada. Yo quería una ceremonia más íntima y modesta, no algo tan masivo.
—¡Pero si una boda es para tirar la casa por la ventana! —exclamó Yamanaka, dándole un golpecito de apoyo en la espalda—. Toda la gente tiene que ver lo hermosa que estás y toda la gente tiene ganas de fiesta después de tantas batallas. No puedes privarles de esta celebración.
—Todo saldrá muy bien, ya verás —complementó Chouji al tiempo que, de un solo bocado, terminaba de comerse un último trozo de un pan con cecinas que le había sobrado del desayuno. Cuando terminó de masticar se sacudió las migas de encima, se bajó del carruaje y caballerosamente abrió la portezuela de la novia, ayudándola a que posara sus zapatos de charol en la pisadera y luego en la vereda propiamente tal.
De pronto los murmullos y conversaciones de la plebe se convirtieron en un silencio estruendoso, pues la presencia de Hinata les quitó el aliento a mujeres y hombres por igual. Y es que absolutamente nadie esperaba que esa extranjera se hubiese vuelto la belleza personificada. Incluso más de uno pensó que era la encarnación de la diosa a la cual se veneraba en este templo.
No llevaba un traje blanco y con larga cola como solía pasar en el occidente de los tiempos modernos, sino un vestido de cuerpo entero que le llegaba hasta la mitad de la canilla, sin mangas, hecho de varias capas de lino, con un delgado cinturón sobrepuesto que realzaba su menuda cintura y un escrupuloso escote en «V», que, en su parte más baja, llevaba una preciosa flor bordada. La tela estaba teñida de color lila y estampado con pequeñas camelias de tono rosado. De su cuello pendía un collar dorado que remataba en un broche ovalado que tenía el grabado de un precioso Pegaso. Y en la parte alta de su brazo izquierdo resaltaba un brazalete con molduras que simulaban tallos de flor, cuyos extremos tenían incrustadas tres amatistas que representaban hermosas violetas. Era un fino trabajo de joyería que necesitaba verse sí o sí porque imaginar o describir su belleza resultaba simplemente imposible.
A la dama también le habría encantado llevar un velo de seda transparente o una tiara con bonitos decorados, pero tales elementos sólo podían conseguirse en la capital, misma que aún estaba bajo el control de Danzo. No obstante, reemplazó lo dicho con una corona de flores de distintos tipos y colores que se entrelazaban armoniosamente. Tal labor fue hecha por la mismísima Ino Yamanaka, que, gracias a su vasta experiencia como florista, realizó un trabajo digno de las mayores alabanzas. Asimismo, también se había encargado del elegante peinado que relucía una rosa adosada al lado izquierdo del flequillo, formando un contraste exquisito entre el pelo azulino y el intenso rojo de cada pétalo. Para rematar el tocado, un coqueto girasol se afirmaba en la oreja derecha.
A lo lejos, la manzana de Adán del Uchiha subió y bajó al tragar saliva por culpa de la impresión propinada. Sabía mejor que nadie que Hinata era una chica preciosa, sólo un ciego podría privarse de notarlo, pero es que ahora esa belleza resplandecía de una manera que sería capaz de emocionar incluso a una víbora. Lucía como una verdadera princesa caída desde un edén que sólo los más imaginativos eran capaces de concebir.
Hinata, tal como se lo dijo a Ino anteriormente, deseaba un vestido más humilde y un matrimonio más modesto; una ceremonia con pocas personas presentes, en una ermita cualquiera... Y ahora estaba en una avenida repletísima de gente que nunca había visto en su vida y frente a un templo colosal. De repente sintió que sus mejillas se coloreaban de manera radiante, pues no estaba acostumbrada al escrutinio público. Por un momento tuvo ganas de correr hacia atrás, de subirse al carruaje y escapar de tantos ojos observándola, pero cuando su mirada encontró a Sasuke, en el pórtico de entrada, su corazón alborotado pareció dar un gran paso en dirección a la serenidad.
De pronto la multitud restalló en aplausos, que, curiosamente, la fémina no escuchó. Se olvidó del inmenso gentío, del bullicio, de lo que la rodeaba, de sus acompañantes, del mundo entero en realidad, gracias al efecto que los ojos felices de Sasuke provocaron en su alma nerviosa. El planeta, para ellos, dejó de existir del todo.
—Recuerda, Hina —dijo la blonda cuando el intercambio de miradas se prolongó en demasía—, tienes que caminar tal como te enseñó tu institutriz: cabeza alta, espalda recta, mirada fija, pasos a un ritmo constante y elegante. Serás una guerrera, pero también eres una dama de alcurnia que debe hacerse valer ante un pueblo que todavía te mira con suspicacia. No titubees, demuestra que eres la estrella y que tienes una clase que no cualquiera posee. Ahora ve y hazte dueña de este lugar.
La aconsejada haría caso aunque todavía no concordaba con lo de ser más artificiosa, pero, como confiaba ciegamente en Ino y sus palabras, empezó a caminar como si anduviera entre nubes. Los pasos fueron tan suaves y sofisticados que a la soldado le fue una maravilla verla. Kurenai hubiese estado orgullosa de ella.
El protocolo indicaba que Sasuke debía esperarla quietamente en el portal, pero, acostumbrado a hacer siempre lo que deseaba, comenzó a bajar los escalones. De primera de un modo lento, aparentemente tranquilo, pero cada tranco dado fue incrementando su velocidad hasta terminar trotando. ¿Quién podía culparlo cuando era su mismísima alma quien lo compelía a ello?
Apenas llegó con Hinata la tomó por el costado de los brazos, tan maravillado con ella que su aliento se desconfiguraba.
—Mi amor, te ves... lindísima... —musitó casi sin aire. Su mirada emitía un resplandor de éxtasis—. Estás increíblemente guapa... —continuó buscando más palabras que pudieran expresar lo que sentía, aunque tuvo claro que ni usando el vocabulario entero podría describirla con justicia—. Eres como una diosa que ha bajado del cielo...
—Ay, g-gracias... —Hasta este momento había empleado una seguridad encomiable, pero las palabras de su hombre la hicieron sentir tan cohibida como cuando era niña—. Tú te ves muy apuesto también... —devolvió los halagos.
Uchiha logró percibir que los brazos de su futura mujer, esa musa que le había salvado el alma, se sentían más rígidos que otras veces.
—Te siento media tensa, amor. Estás nerviosa, me imagino. —Le masajeó los bíceps a fin de que sus músculos se relajaran y los ojos albinos le dieron las gracias.
—Es que no esperaba una ceremonia tan masiva... —Miró soslayadamente hacia los costados—. Me da un poquito de susto... —terminó riéndose de lo ridículo que a Sasuke le parecería aquello.
—Tan fuerte y tan frágil al mismo tiempo —comentó con voz halagadora para después arrojar un jadeo lleno de significado—. Me encanta eso de ti.
Hablaron un poco más hasta que Chouji e Ino se pusieron de acuerdo en hacer notar sus presencias carraspeando al mismo tiempo. La ceremonia debía continuar.
—Puedes estar tranquila porque dentro del templo habrá mucha más intimidad, sólo estarán nuestros invitados —concluyó Sasuke el tema de tantos ojos mirándolos.
Acto seguido, el varón le ofreció el brazo derecho a su musa con el fin de caminar juntos hacia su destino. Los dos padrinos de boda los siguieron ubicándose a cada lado de ellos.
—¡Cásese conmigo, Sasuke! ¡Yo lo haría más feliz! —A poco de avanzar se oyó un grito entre la muchedumbre.
—¡Él ya tiene una dueña, caramba! ¡Hay que darle a la novia el respeto que se merece! —conminó Yamanaka a viva voz y mirando hacia la dirección en que surgió el alarido, tratando de encontrar a la desubicada. Darle una paliza o tirarle los cabellos hasta dejarla calva afloraron como buenos castigos.
—¡Mil perdones! ¡Fue sin querer queriendo! —gritó de vuelta la que se había emocionado más de la cuenta, dándose cuenta de su error.
—Esa perra está loca —comentó la soldado por lo bajo—. Debería haber traído mi arco a ver si de un flechazo en el culo se le quita lo chillona.
—Yo creo que entonces chillaría más —repuso un jocoso Chouji.
Tres se rieron inevitablemente. Sasuke, en tanto, lo hizo sólo con su mirada.
La pareja y sus testigos siguieron caminando juntos escalón tras escalón a velocidad moderada hasta que, finalmente, llegaron al portal del templo consagrado a la diosa del amor y la fertilidad.
Era muy curioso: muchos años atrás, Hiashi utilizó a su hija mayor como carnada a fin de emboscar al clan Uchiha. La excusa perfecta fue un compromiso prenupcial en el que supuestamente, llegada una edad apropiada, Sasuke contraería matrimonio con Hinata. Y ahora, dentro de muy poco y después de pasar por incontables desgracias, aquel destino iba a cumplirse de otra forma: no por obligación ni por ser algo acordado previamente, sino por el gran amor que logró nacer entre tantos infortunios acaecidos.
—El día de hoy venceremos a todo lo que se puso en contra nuestra —dijo el último Uchiha mirándola con una emotiva profundidad—. Hoy el mismísimo destino, ese que tanto odio quiso sembrar entre nosotros, caerá derrotado irremediablemente.
—A partir de una calamidad vamos a crear esplendente felicidad —contestó ella con una hermosa y cómplice sonrisa.
A manos entrelazadas entraron al templo y entonces el jolgorio del pueblo quedó atrás, siendo reemplazado por una solemnidad que los abrazó de lleno por el paisaje que se abrió ante sus ojos. El lugar era de tamaño más bien pequeño tomando en consideración sólo la largueza, pero la altura que le daban las columnas era tremenda, mucho más notoria de lo que podía percibirse desde fuera. El techo estaba pintado como si fuera el cielo, con algunas nubes blancas adornándolo. A cada costado de la alfombra roja que llevaba hacia el altar, habían esculturas broncíneas de elefantes a tamaño natural, un trabajo increíble tomando en cuenta que cada uno medía más de tres metros de altura y siete de longitud. Sin embargo, incluso esos paquidermos palidecían ante la gigantesca escultura que, ubicada por detrás del altar, representaba a la diosa del amor. Debía medir por lo menos diez metros de altura y sus detalles eran tan minuciosos y tan bien hechos que no quedar boquiabierto asomaba como una misión muy difícil de cumplir. La influencia helenística de la obra resaltaba, puesto que sus ropajes eran mucho más sensuales que los permitidos en la época de Hinata.
¿Quiénes hicieron una obra así de monumental? Uchiha no lo sabía, pero tenía clarísimo que forjar bronce a tal grandor y con tanta perfección era un trabajo que sólo grandiosos artistas podían lograr, una labor que debía tomar muchos años además. ¿Habrían sido Sasori y Deidara, acaso? ¿O quizás les estaba dando demasiado crédito a las capacidades de esos dos?
La pareja y sus dos acompañantes intercambiaron miradas mientras hacían un largo e íntimo silencio, sintiéndose sobrecogidos por la magnificencia que los acogía. Era como si entre estas paredes se respirara inspiración en lugar de aire, llevándolos hacia una solemnidad tal que embargaba hasta los huesos.
Antes de avanzar, Hinata oprimió la mano de Sasuke y en respuesta él oprimió la de ella. Tras ochenta y tres pasos de Sasuke y noventa y siete de Hinata, detuviéronse frente al altar hecho de bronce con rebordes de brillante oro. Allí les dio la bienvenida la persona que oficiaría la ritualista ceremonia: el sumo sacerdote. Éste, cubierto por un hábito blanquísimo, era de avanzada edad, alto, delgado, de nariz aquilina y mentón puntiagudo, mismo que estaba perfectamente afeitado. Su tono de piel era casi tan pálido como el de Sai, lo cual ya significaba bastante. Debía salir muy pocas veces del refugio que le significaba este templo.
Tras un intervalo, su voz profunda produjo un eco sobre los muros.
—¿Es usted don Sasuke Uchiha? —Dispuesto a seguir el protocolo, y a pesar de que sabía perfectamente quien estaba enfrente, lanzó la pregunta pertinente.
—Soy yo.
—¿Es usted la señorita Hinata? —preguntó mirando esta vez a la dama. El apellido Hyuga no había sido mencionado gracias a que ella misma lo había solicitado así en los preparativos del día anterior.
—Soy yo.
—Doña Ino Yamanaka, ¿es usted la testigo de Sasuke Uchiha?
—Así es —contestó ella. En nada le gustaba que le dijeran «doña» siendo tan joven, pero obviamente no iba a discutir eso en un momento como este.
—Don Chouji Akimichi, ¿es usted el testigo de Hinata Hyuga?
—Así es —respondió él a su vez.
—Entonces que comience la ceremonia nupcial —anunció el maestro sacerdotal, dando una mirada más grata que antes.
Así, el clérigo comenzó a recitar un discurso acerca de cuán importante era el rol del matrimonio dentro de la sociedad, haciendo hincapié en que su fin más importante era el de la procreación. También repasó la base de valores conque debía criarse a los hijos y otros asuntos que los dos involucrados apenas oyeron. Estaban demasiado emocionados como para ponerle atención a cosas que ya sabían de antemano.
Tras el solemne sermón llegaba el turno de que, a través de palabras que les nacieran del alma, ambos dieran sus razones para casarse ante la estatua de la deidad del amor. El sumo sacerdote los invitó a ello pronunciado lo siguiente: «Por favor digan sus razones para contraer matrimonio. Nuestra diosa los bendecirá apropiadamente con su gracia después de escucharlos».
Uchiha fue el que dio inicio dando un paso al frente.
—Partiré diciendo que yo nunca pensé que un día me casaría. Mi destino siempre lo tuve muy claro: iba a morir en batalla tarde o temprano. Por eso nunca me interesó este ritual y nunca pensé que un día estaría dispuesto a hacerlo. De hecho la palabra «matrimonio» a mí me engendraba un tremendo resquemor, rechazo, disgusto y hasta desprecio. Sin embargo, gracias a mi novia me di cuenta de que esa palabra se oye muy bella cuando se relaciona a la persona correcta, tanto que ahora me suena como un abracadabra que conjura una felicidad increíble a través de todo mi ser.
Las manos de ella se cruzaron sobre su propio pecho, intentando calmar a su alma encarnada en ese corazón que la golpeteaba como si quisiera huir de la prisión del cuerpo. Así era difícil mantenerse saboreando cada detalle facial y vocal en su amado, pero haría todo lo posible por lograrlo. Quería memorizar este momento por todo lo que le quedara de vida.
El fragor del vendaval espiritual hizo que Sasuke, entretanto, necesitara aunar fuerzas por varios segundos antes de reanudar sus palabras. Y cuando lo hizo, el templo volvió a envolver su voz bajo el alero de la solemnidad más emotiva.
—Cuando conocí a Hinata era un hombre que estaba inundado por un odio infinito, ella misma fue testigo de ello, pero en lugar de devolverme el mismo odio me mostró que sí existía otro camino, uno en que el perdón no era sólo una utopía imposible, uno en que podía dejar de ser un réprobo. Ella, con todo su afecto y bondad, logró que mi oscuridad se transformara en amor. —Se dio una breve pausa en que miró a su musa de tal modo que le hizo saber que estaba desnudando algo más importante que su cuerpo. Lo siguiente iría dirigido exclusivamente a ella—. A veces incluso me pregunto si todo lo que ha sucedido contigo no será producto de mi imaginación, si acaso no estoy soñando despierto porque nunca pensé que la vida me daría un premio tan grande como el de tener a una mujer tan extraordinaria como tú a mi lado.
«Sasuke...», musitó en sus adentros la futura Uchiha, sus ojos invitándola a vibrar emociones sin parpadear.
—Sé que amaré a Hinata por siempre —afirmó mirándola sólo a ella y no a la estatua de diez metros—. Lo más profundo de mi corazón me lo dice a gritos y, precisamente por eso, quiero unir mi vida a la de ella.
El tiempo se detuvo, o tal vez galopó, sobre el misterio propio del futuro y sus desconocidos designios. Para nadie era un secreto que el amor podía acabarse y que muchas veces terminaba mal, pero las palabras del Uchiha emergieron con una seguridad tan estruendosa que ni su peor enemigo podría haberlas puesto en duda.
La hermana de Hanabi se estremeció por dentro y por fuera. Una corriente eléctrica pasó por su nuca, por los hombros, por la garganta e incluso por las orejas. Que recordara en éstas nunca antes sintió algo así, salvo por alguna picazón sin importancia en el lóbulo. De súbito, y como si cuerpo aún quisiera lanzar más reacciones, sintió que un hervor especial se apoderaba de su corazón. Era una especie de viento muy fuerte que soplaba dentro de su alma y cuerpo.
—Su turno, señorita —indicó el sumo sacerdote cuando notó que había quedado paralizada por tantos sentires que la abordaban.
La futura Uchiha reaccionó parpadeando rápidamente dos veces, acción que hizo que sus luceros retomaran su viveza habitual. Aun así tenía dudas de qué decir ahora. Sasuke solía ser lacónico, pero eso no quitaba que podía ser muy elocuente cuando así lo deseaba. Sus palabras recientes lo habían demostrado.
«¡Debi ensayar un discurso en casa!», se recriminó. Aun así no se arrepentía de no haber practicado, ya que la idea no era dar textos memorizados de antemano sino hablar con el corazón puesto en los labios. Tras dar un carraspeo a fin de aclarar su voz, la fémina intentaría retribuir de la mejor forma todo lo lindo que dijo el hombre que tanto amaba.
—Esto... —La muletilla salió sin que ella le diese permiso. Decidió ignorar aquello y seguir aumentando su concentración—. Sé que en esta nación Sasuke es un héroe —agarraría vuelo por fin—, pero para mí era el arquetipo de hombre peligroso y ruin, tanto así que cuando lo conocí me causaba mucho miedo. Sin embargo, un hecho clave y casi fatídico me hizo entender que la culpa de ser cruel conmigo no era sólo suya. Poco a poco, y aunque tratamos de evitarlo, nos fuimos acercando y conociendo mejor. Entonces algo cambió en mí hasta tal punto que, de improviso, el miedo que le tenía se esfumó del todo. No podría precisar cuándo ni dónde fue, sólo sé que sucedió. Entonces, a pesar de que había un pasado que nos lastimaba mucho a los dos, me di cuenta de que las cosas que nos unían eran mucho más importantes que las que nos separaban. Precisamente por eso quiero casarme con él y portar el apellido Uchiha, pues me enamoré de él a tal punto de que soy una convencida de que es el hombre con el que quiero estar toda mi vida e incluso más allá de ésta, el hombre que deseo como padre para mis hijos, el hombre con el que deseo envejecer. —Hinata entrelazó sus manos con las de Sasuke, ambos siendo ahogados por una especie de hipnosis que les impedía apartar los ojos del otro—. Y sé que, cuando ya estemos viejitos y arrugados, miraremos hacia atrás en el tiempo y podremos decirnos el uno al otro lo siguiente: te sigo amando como el primer día. Te sigo amando tanto que no dudaría un segundo en dar mi vida por ti.
¡Emoción a raudales fluyó por cada recoveco! Nada, absolutamente nada más podría describir mejor lo que sintieron todos los presentes.
El general observó, con muchísimo éxtasis, los orbes emocionados de su musa. Cuánta comunicación había entre ellos sin necesidad de recurrir a nada más que la gestualidad del otro. No llevaban tanto tiempo juntos como otras parejas, pero labraron una forma de complicidad tan grande que Sai se habría vuelto loco si intentara entenderla racionalmente.
El clérigo, mientras tanto, no pudo evitar un gesto de doble impresión, uno que consistía en las cejas levantadas y la boca levemente entreabierta. Hacía mucho tiempo que no escuchaba a una pareja dando palabras tan emotivas. En sus tiempos, casarse por amor era un acto de rebeldía idealista. Lo razonable y común es que fuese por alianzas entre familias, por afán de dinero o prestigio, para obtener tierras o poder. Sonrió en sus adentros al ver que empezaba a existir gente que valoraba el amor por sobre todo lo anterior.
Mirando el bello rostro de la gigantesca estatua, dijo lo siguiente:
—Nuestra diosa los ha escuchado atentamente y tengan por seguro que amparará vuestra unión. ¿Quieren tomar ahora el sacramento celestial que unirá sus vidas hasta que la muerte los separe?
Ambos, preparando la memoria para recitar los votos que iban a contraer, se miraron con una conexión excepcional. Sus almas ya se sentían volando una al lado de la otra, atravesando juntas el huracán positivo en que se habían transformado sus sentires.
—Sí, queremos —contestaron ambos al unísono mientras dirigían sus vistas al sumo sacerdote. Sus voces mezcladas causaron un cautivador y animoso eco.
El sirviente de la diosa sonrió sinceramente, asintiendo con la cabeza poco después. Y al cabo de un breve intervalo, dijo:
—Sasuke Uchiha, ¿usted quiere aceptar a Hinata como esposa?
—Sí, la acepto.
Acepta porque ella significaba su salvación. Acepta porque es consciente de que no hay ni habrá nadie como ella. Acepta porque quiere compartir sus miedos y alegrías con ella por siempre y para siempre.
—¿Prometes serle fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, y así amarla y respetarla todos los días de tu vida?
—Sí, lo prometo.
«Por mi hermano, lo prometo», agregó en su mente, ya que para un ateo como él prometer por su hermano tenía mucho más valor que hacerlo por la divinidad de este templo.
El clérigo desvió su mirada hacia la chica de ojos blanquinosos.
—Hinata, ¿usted quiere aceptar a Sasuke como esposo?
—Sí, lo acepto —dijo con unos ojos que aumentaron su brillo de forma notoria.
Acepta porque él aniquila su soledad. Acepta porque en lo más hondo de su corazón sabe que Sasuke tiene el potencial de ser mucho mejor de lo que es ahora. Acepta porque desea salvarlo del odio por siempre y para siempre.
—¿Prometes serle fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, y así amarlo y respetarlo todos los días de tu vida?
—Sí, lo prometo.
Siguiendo el protocolo sin necesidad de que el sacerdote se lo indicara, Ino sacó desde un bolsillo el bonito estuche decorado con una cinta roja anudada en forma de flor. Deshizo el nudo, abrió la tapa y le entregó el anillo a Sasuke, el cual era de resplandeciente oro y estaba decorado con un grabado del estandarte Uchiha, claramente notable a pesar de lo pequeño que era.
El pelinegro miró a su dama con una emoción que poquísimas veces había sentido, la tomó de la mano, se la besó en el dorso gentilmente, colocó la sortija en el inicio de su dedo anular y, antes de encajarla por completo, recitó lo que había memorizado el día anterior.
—Hinata, recibe este anillo como signo de mi amor y de que siempre te seré fiel. En nombre de mis seres más queridos, así será.
—Que así sea —dijeron los dos padrinos al unísono.
El varón terminó de poner el anillo en el dedo de su amada con un movimiento levemente nervioso. ¿Y cómo no estarlo si estaba cortando las cadenas de odio que el destino le había impuesto contra los Hyuga?
Ella, como dándole asidero a la creencia popular de que el anular se conectaba directamente con el corazón, sintió que éste comenzó a palpitar mucho más rápido. También tuvo la impresión de que el planeta se detenía y que incluso la gravedad, misma que todavía no era explicada por Newton, ya no la aferraba al suelo. Se percibía flotando entre nubes de algodón, hasta podría haber jurado que así era. Necesitó muchos segundos para recobrarse de la emoción que distorsionaba sus sentidos y canalizarla hacia la continuación de la ceremonia.
Chouji, quien también se emocionó al imaginarse casándose en un futuro con una buena mujer, esperó pacientemente a que Hinata reaccionara. Una vez que ello sucedió, abrió el estuche y le entregó la sortija que muy pronto iría en el anular del último Uchiha.
—Sasuke, recibe este anillo como signo de mi amor y de que siempre te seré fiel. En nombre de mis seres más queridos, así será.
—Que así sea —entonaron Ino y Chouji.
Ella, muy enternecida y sonrojada, le colocó la sortija que representaba la alianza eterna con su amado. Ambos sonreían; tanto sus miradas como sus bocas lo hacían. Por fin, amparados por lo divino y lo legal, estarían unidos hasta el fin de sus días.
Poco después ambos colocaron sus manos sobre el altar, una al lado de la otra. Sasuke la izquierda y Hinata la derecha, las cuales contactaron sus pulgares. A continuación el servidor más importante de la deidad, enunció las siguientes palabras:
—Envía, diosa nuestra, tu bendición sobre estos anillos que consagramos en tu nombre, para que sus portadores se guarden absoluta fidelidad, gocen de la paz que da cumplir tu voluntad y vivan siempre amándose mutuamente. Por usted, nuestra señora.
—Así sea —respondieron los futuros esposos y los testigos.
Existen sucesos que definen la vida de una persona, momentos que jamás se olvidan pues se graban en la mente y marcan eternamente el corazón. El matrimonio era uno de esos momentos y este, en específico, era el sello final a una relación imposible; una pecaminosa, maldecida, una que simplemente no podía existir entre una Hyuga y un Uchiha. Pero tras batallar tanto por fin habría un nuevo comienzo tanto para él como para ella, logrando así la victoria más dulce de todas...
La del amor.
Los novios, ya comiendo ansias, esperaban que el sacerdote finalizara el sacramento declarándolos como marido y mujer. Necesitaban besarse por primera vez como tales. Mientras tanto Ino, con una emocionada sonrisa de por medio, ya se estaba preparando para entregarle el ramo de flores a la novia apenas concluyera el ritual. No obstante, aún restaba un último e inevitable paso antes de que el clérigo los convirtiera en esposos por hecho y derecho. Dirigió su mirada hacia los pocos presentes y entonces preguntó alzando la voz:
—¿Hay alguien que se oponga a esta sagrada unión? Que hable ahora o calle para siempre.
Como era lógico, Chouji, Ino, Juugo, Sakura y Matsuri convocaron un solemne silencio. En conformidad a éste el sumo sacerdote se dispuso a dar la frase más importante de todas, aquella en que los declaraba marido y mujer, pero justo entonces cierta persona no invitada, misma que contemplaba el rito desde la custodiada entrada, avanzó un par de pasos y, sin titubeos de por medio, gritó a todo lo que daban sus pulmones:
—¡Yo me opongo! —Aquella voz que llegó desde la entrada se desplazó rebotando por las paredes. Los guardias apostados allí le impidieron el paso, pero evidentemente no tenían la capacidad de parar las ondas sonoras que se adentraron.
Los sentidos discursos de amor que había escuchado lograron conmover un poco el corazón de esa persona, pero no lo suficiente como para echar atrás lo que tenía planeado. Ese matrimonio debía ser detenido a cualquier precio y eso es lo que haría.
Sin poder evitarlo, los presentes sintieron un escalofrío mientras un rictus de severo asombro se dibujaba en sus rostros. La escena, para todos, pareció congelarse a tal grado que fue como si de golpe y porrazo se hubieran transportado al centro de la mismísima Antártica, un continente que por cierto aún no se descubría.
Hinata sintió que un peso grande se le depositaba en la boca del estómago y que un golpe fuerte, seco y certero le vació dolorosamente los pulmones. Tuvo miedo de voltearse ya que había reconocido esa voz que, para ella, era inconfundible...
Y no quería verificar que justamente esa persona fuese capaz de hacer algo así...
A diferencia de la musa Sasuke no logró reconocer tal voz pues el grito y el posterior eco la habían tergiversado lo suficiente. Aun así tampoco le importó a quien perteneciera. ¿Quién más que uno de sus tantos enemigos podría estarle haciendo esta canallada? Respiró largo y profundo, sintiendo como en su alma resurgía una oscuridad más negra que una noche sin luna ni estrellas. Llevó una mano a su espada con toda la intención de desenvainarla, dispuesto a matar al maldito que se había atrevido a arruinar el momento más feliz de su vida. Cuando se giró buscando a la próxima víctima de su acero, el rostro demostró su asombro abriendo su boca un significativo centímetro. La última persona que sus ojos esperaban ver estaba justo por delante...
—¡Y además te reto a un duelo a muerte, Sasuke! —añadió valientemente quien irrumpió. El desafío hacia alguien tan fuerte y peligroso como el líder rebelde asomó fuerte y claro. No había temor de ninguna clase en esa voz.
Y entonces el último Uchiha lo supo claramente: por más que Hinata y él se esforzaran por conseguirla, la felicidad nunca podría ser plena para ellos. El mal presentimiento que tuvo anteayer se había hecho realidad porque, quisiera o no, el maldito pasado siempre hallaba la manera de volver una y otra vez...
Mientras tanto, muy alejado del templo, específicamente en la entrada principal de la ciudad del lago, un chico adolescente llegaba con una pequeña escolta de hombres. Allí se encontró con un puesto de treinta combatientes que estaban muy atentos a cualquier suceso irregular.
—Está prohibido seguir adelante —anunció el sargento a cargo, interrumpiéndole el paso al muchacho que solía usar una larga bufanda. Konohamaru era su nombre—. En el templo de la diosa del amor se está realizando la boda de Sasuke Uchiha.
—¿Boda me dijeron, montón de locos? —cuestionó él plasmando una tremenda incredulidad, misma que destacó a través de sus ojos bien abiertos—. ¡No hay tiempo para eso! ¡El anuncio que traigo es de suma urgencia!
—¿Qué puede ser tan urgente como para interrumpir el casorio de nuestro líder?
—¡Pain! —Se oyó ese nombre cual alarido de dolor—. ¡Pain y su ejército llegarán mañana mismo a la costa! —agregó con evidente alteración—. ¡Ustedes no lo han visto, pero su armada parece una colmena infinita de hombres! ¡Les juro que hay tantas naves en el mar como estrellas en el cielo!
Los gritos, inundados de una desesperación que perturbaba de raíz, sembraron el pánico en el sistema nervioso de los guardias.
—Yo soy el nieto del legítimo rey Hiruzen y como tal odio a Danzo con todas mis fuerzas... —continuó con una rabia que conmovía por sus ojos temblorosos—. Pero, lastimosamente, si no nos aliamos con él este continente será arrasado hasta los cimientos...
Continuará en el 2024 ;D
