¡Hola! En este capítulo no hay sasuhina, así que puedes saltar al siguiente si no te llaman la atención las tramas secundarias. Si te sucede lo contrario te cuento que habrá una escena importante entre Kiba y Hanabi, más una escena naruino y otra saino.

También recuerdo que esta historia es para gente con criterio formado, ya que abordaré un tema polémico y complicado en este capítulo con Kiba y Hanabi. Sin más que decir ojalá disfruten la lectura ;D


Vocabulario:

Núbil: Dicho de una persona y más propiamente de una mujer: Que está en edad de contraer matrimonio.


Esclava Sexual, Capítulo Quincuagésimo segundo


Hanabi, subida en una carreta media destartalada que le habían facilitado, se mantenía al lado de su padre todavía inconsciente. Sasuke había dado la orden de que nadie le tocara un pelo a Hiashi o ese alguien tendría que vérselas con su espada. Y para dejar conformes a sus soldados, sustentó su decisión de no darle muerte contando que ya lo había castigado sacándole un ojo y realizándole otras torturas.

Al escuchar eso Hanabi sintió como su odio hacia el Uchiha renacía otra vez a toda potencia. Aun así, entendía que contar lo hecho era la única forma de que los guerreros de esta nación no se abalanzaran sobre su padre para tomar venganza.

Vio cómo los soldados corrían de aquí para allá, efectuando de modo presuroso los preparativos antes de partir a cumplir sus respectivas misiones. En eso estaba cuando notó que Kiba y Akamaru se le acercaron, seguramente con el fin de darle la despedida.

—Ya han pasado dos horas y mi papá sigue sin despertar. —Le habló desde la carreta—. ¿Crees que esté más grave de lo que anunció Sakura? —Se puso de pie dispuesta a bajarse.

—Nah, tranquila. Recuerda que hierba mala nunca muere —dijo jocosamente mientras le guiñaba un ojo. Luego decidió añadir lo siguiente de un modo más serio—. Estoy seguro de que nada le pasará, sólo necesita más tiempo para recuperar la consciencia. Esos golpes en la cabeza son jodidos, pero Hiashi es un tipo duro y eso lo sabemos todos.

Hanabi agradeció lo dicho con un asentimiento. Necesitaba escuchar palabras como esas. Unos segundos después sus pies tocaron el suelo.

—Kiba, ¿de verdad vas a participar en el asalto a la capital?

—No iré ahí. Voy a custodiar una de las bahías en que puede desembarcar Pain.

—¿Pero vas a luchar, no?

—Con la grandiosa suerte que tengo es altamente probable que ese tal Pain atraque justo en mi posición... —dijo encogiéndose de hombros y rellenándose de resignación.

—No me asustes, Kiba —pidió preocupadamente.

—Tranquila que es broma. Dudo de que llegue a mi costa y si lo hace será peor para él. Lo haré picadillo —dijo mientras contraía sus bíceps con una sonrisa llena de resplandeciente confianza.

—Kiba, no entiendo cómo puedes tomarte algo tan serio a modo de broma. Tu vida está en riesgo, ¿o no te das cuenta?

—Lo sé muy bien, ¿pero qué gano poniéndome tenso? Nada de nada. Por eso prefiero disfrutar los momentos previos antes que comerme la cabeza con pensamientos negativos.

—Es que no tendrías ese tipo de pensamientos si no partieras hacia una batalla que no te corresponde afrontar.

Él sonrió naturalmente.

—Entiendo que te preocupe mi destino, pero no puedo abandonar mi deber.

—¿De qué deber hablas? No tienes ninguna obligación hacia este reino.

—No lo hago por defender a este reino sino para salvar de las garras de Pain a todo el mundo conocido. A ese presunto dios hay que detenerlo como sea, incluso si eso significa aliarse con antiguos enemigos. Este es el momento trascendental para frenarlo, pues ahora mismo esta nación es la más fuerte de este continente y seguramente del mundo entero. Por eso mismo lograron derrotarnos en esa guerra maldita que duró cinco años —recordó con tristeza nublándole el rostro.

—¿Estás decidido a luchar sí o sí?

—Por supuesto.

—¿Qué harías si te pido que no te vayas?

—No cumpliría tu deseo, aunque agradezco mucho tu preocupación por mí.

La de catorce años no quería recurrir a una confesión para intentar convencerlo de no participar, pero lo haría si era necesario. A eso había venido después de todo.

Kiba, muy ajeno a las verdaderas intenciones de Hanabi, llevó una mano a una bolsita que colgaba de su cinturón y sacó dos pedazos de carne reseca.

—¿Quieres? Aunque no lo creas la carne de caballo es rica y da mucha energía. —Se dio el tiempo de añadir un comentario, pues comer equinos caídos en batalla no era lo habitual. Sin embargo, la escasez de provisiones obligó a que nada se desperdiciara.

—No tengo hambre ahora, pero gracias. Lo que me interesa es que no vayas a guerrear, así que quiero decirte algo muy importante que a lo mejor te hace cambiar de opinión...

El se echó la carne a la boca justo antes de responder.

—Es que nada podría hacerme cambiar de opinión. Absolutamente nada —contestó al mismo tiempo que masticaba. Su modulación, por tanto, no fue la idónea.

—Kiba, ¿cuántas veces más voy a tener que decirte que no debes hablar mientras estás comiendo?

Recién había visto como el bolo alimenticio se movía en su boca y eso en cualquier otro hombre le habría resultado tan desagradable que lo descartaría enseguida como un prospecto de novio, empero, por más que intentaba ver a Kiba sólo como un amigo no podía lograrlo. Los setenta y tres días alejados le hicieron darse cuenta de lo que verdaderamente sentía por él, ergo, defectos como ser un bruto sin remedio o que sus modales fueran tan rústicos no conseguían mermar la potencia de sus sentimientos. Inuzuka la había cuidado como nadie lo hizo antes y, seguramente, como nadie lo haría en un futuro. Y eso en su corazón pesaba mucho más que todas sus fallas.

Entretanto el amigo de Akamaru dio un suspiro de fastidio por el regaño recibido, pero, extrañamente obediente, masticó con la boca cerrada. Tragó el alimento y sólo entonces volvió a dirigirle la palabra.

—A ver, Hanabi, ¿qué es eso tan importante que vas a decirme?

Tal pregunta sería la encargada de iniciar lo que ya era inevitable. Había llegado el ahora o nunca.

—Esto... —Aunque ella no le diese permiso, escapó una muletilla que era muy propia de su hermana mayor en tiempos antaños. ¿Quizás se la había pegado tras escuchársela tantas veces?

—¿Y? —La presionó a deshacer su repentina mudez. Luego se echó otro pedazo de carne, aunque esta vez lo mascó con la boca bien cerrada. También aprovechó de darle unos trozos a Akamaru, cuyo hocico empezó a devorar los regalos gustosamente.

Hanabi resopló fuertemente al ver que él no le prestaba la atención que esto realmente demandaba.

—Kiba, esto es importante de verdad. No te distraigas por favor.

—Está bien —dijo devolviéndole la vista a la par que dejaba de comer—. Dime de una vez lo que quieres.

Ella comprimió sus labios, clavándole sus ojos perlas como si no hacerlo le trajese una desgracia a su alma. Quería sumergirse lo más posible en el dulce marrón de los ojos del «perro», apodo que Naruto le decía a menudo. Sólo esperaba que Kiba no se comportara aplicando la connotación más negativa de esa palabra.

—Primero necesito preparar un poco el terreno porque sé que esto te va a sorprender mucho. Es muy probable que quedes atónito.

Él frunció el ceño inmediatamente. Su instinto le decía que algo no muy bueno iba a pasar.

—¿Qué sucede?

Hanabi de nuevo apretó sus labios hasta volverlos una finísima línea recta. Ya había ensayado de qué manera decírselo, pero ahora sintió que todos esos minutos de práctica habían servido para nada. Tenía miedo de su reacción, miedo de que le dijera cosas feas por su edad, miedo de que intentara alejarse de ella.

—Antes que todo, prométeme que no te distanciarás de mí cuando te diga esto.

—¿Distanciarme? —Inquirió levantando una ceja—. A ver, comienzas a preocuparme seriamente. ¿Qué pasó o qué hiciste? ¿Me confesarás que le pegaste a Akamaru? —cuestionó volviéndose ceñoso y cruzándose de brazos.

—¡Por supuesto que no! —rezongó mientras hacía un efusivo ademán—. A él lo he cuidado como si fuera mi hijo. A veces se porta mal, eso sí, pero nunca le daría golpes.

—Tranquila, sé que nunca lo harías. Sólo estaba bromeando —aclaró riéndose con ganas. Sus brazos retomaron su posición normal—. ¿Pero cuál es el problema entonces?

—Tú y tus bromas... —Se quejó formando un círculo de fastidio con sus ojos—. En fin, antes de que te lo revele tienes que prometerme lo que te pedí.

El varón arrugó la frente.

—No me gusta prometer cosas sin que me den una razón... —aclaró con suspicacia—, pero por ti haré una excepción porque de todas formas no pienso alejarme de ti. Siempre vas a ser una gran amiga para mí, Hanabi.

«Es que justamente de eso se trata. Yo quiero ser más que una amiga...». A pesar de que lo dijo sólo en su mente, sus labios volvieron a apretarse y sus piernas temblaron un poco. Los dedos de sus pies, además, se recogieron dentro de sus zapatos. Aunque todo eso no era raro tomando en cuenta que su destino podía cambiar muchísimo a partir de ahora.

De pronto las dudas empezaron a comérsela viva. Se sentía muy joven todavía y por ende impulsiva e inexperta. Y ambas cosas no solían ser buenas guías. ¿Podría afrontar este reto con la firmeza que necesitaba? Quisiera o no, aquello asomaba como una misión difícil. Su corazón, por ejemplo, estaba agitándose tanto que cada latido causaba un fuerte eco dentro de su pecho.

—Kiba, créeme que esto no te lo diría si no fuera porque después puede ser demasiado tarde. Estás a puertas de una batalla muy importante y después tendré toda mi vida un gran arrepentimiento si no te revelo esto. No te voy a pedir nada, absolutamente nada, sólo que trates de entender y aceptar lo que voy a confesarte.

Ahora Inuzuka alzó una ceja.

—Cada vez estás más rara, lady espinilla.

—No me llames así —refunfuñó sin poder contenerse. Ese hombre sí que sabía cómo sacarla de quicio en tiempo récord.

—Es la costumbre. —Se excusó de ese modo mientras se encogía de hombros.

—Antes que todo quiero preguntarte algo importante... ¿Cuando consideras tú que una niña se convierte en mujer?

Una pregunta como esa podía delatar lo que sentía, pero dudaba mucho que Kiba captara lo que había de trasfondo. Era muy poco intuitivo para ello. Y si por algún milagro llegaba a deducir sus sentimientos, mejor para ella. Así no tendría que hacer algo a menudo difícil para cualquier mujer: declararse abiertamente.

El varón se llevó una mano al mentón, meditabundo. En realidad era una buena pregunta que jamás había reflexionado antes. ¿Podría considerar la llegada de la menstruación como el momento clave en que una niña se convierte en mujer? La capacidad de procrear era muy importante, desde luego, pero le era ridículo pensar que ese simple hecho pudiera convertir a una chiquilla en una adulta.

Hanabi, por ejemplo, ya menstruaba. Después de compartir durante meses por los bosques, era evidente que esa íntima información no podía permanecer en secreto. Sin embargo, ¿podría considerarla una mujer sólo por tener la regla? No, definitivamente no.

De repente recordó que muchos hombres usaban la frase «te haré mujer» cuando se referían al acto sexual, pero perder la virginidad tampoco implicaba que una chica se transformara automáticamente en mujer. Por lo menos él no lo consideraba así. Es más, hasta le parecía absurdo.

¿Sería al llegar a una edad determinada? ¿Los dieciocho años sería un buen baremo por ejemplo? Tampoco lo pensaba así, pero de todos modos le parecía una mejor opción que las dos anteriores.

¿A fin de cuentas qué diablos hacía que una niña se convirtiera en mujer? La respuesta por fin llegó en toda su simplicidad: era la madurez física y mental. No existía ningún misterio por detrás.

—La verdad es que nunca me lo había preguntado, pero supongo que una niña se convierte en mujer cuando alcanza una madurez física y mental —expresó sus pensamientos tal cual—. Lo mismo sucede con los hombres, imagino.

—¿Y cuándo se alcanza esa madurez? ¿En qué momento o circunstancia?

Kiba se rascó el cuello usando sólo el índice.

—Supongo que para cada persona es distinto. No descubro algo nuevo si te digo que hay gente que madura antes y otra gente que lo hace después, pero supongo que en una generalización, o para aplicar la ley, los dieciocho es una buena edad para decir que alguien ya es una mujer u hombre consciente de sus actos, responsabilidades y consecuencias. Pero ojo: eso no es lo mismo que decir que es una persona hecha y derecha. Uno puede ser un adulto y aun así ser inmaduro.

—Tú eres el mejor ejemplo de lo último... —dijo Hanabi sin poder evitarlo. Una juguetona mueca permanecía en su rostro.

—¿Ves que te gusta molestar también? Luego no te quejes cuando te devuelva la mano... —advirtió él con una media sonrisa maldadosa.

La castaña decidió ignorar el comentario o empezarían uno de sus acostumbrados jaleos. Ahora lo que más necesitaba era concentrarse en lo importante y a ello se abocó.

«Me faltan cuatro largos años para que Kiba abra la posibilidad de considerarme como una mujer...», suspiró tras ese pensamiento. El dieciocho aparecía como un número clave en su mente. «Cuatro largos años», repitió al hallar que tal cantidad de tiempo era una eternidad, sobre todo tomando en cuenta que en sus tiempos cualquier enfermedad podía quitarles la vida de un día para otro. Cosas tan simples como una viruela o un resfrío mal curado ya podían mandarlos directamente al sepulcro.

—Kiba... escúchame —pidió mientras finalmente se animaba a mirarlo a los ojos—. Sé que lo que te voy a decir ahora te sorprenderá mucho, pero aunque me sienta culpable es la pura verdad. Ya no puedo seguir ocultando esto —anunció con la voz más sobria que había usado nunca.

Fruto de la curiosidad, el aludido empezó a esbozar teorías. ¿Quizás le confesaría algún secreto perturbador de Hiashi? ¿U otra oscuridad del clan Hyuga aparte de la división de clases?


«Ay, ¿cómo afrontaré el momento que tan pronto llegará? ¿Me temblará la voz? ¿Me arrepentiré de confesar mis sentimientos cuando llegue el momento y te mire a los ojos? Yo, que siempre me veo tan segura, ahora tiemblo sólo de pensar en la declaración que haré. Quizás sigo siendo una niña después de todo...

¡No, claro que no! ¡Contigo demostraré que ya soy una mujer!».


Justo cuando abrió la boca para lanzar la verdad, Kiba se le adelantó.

—No me digas que Akamaru está infestado de pulgas otra vez —recordó a su gran amigo y el eterno problema de esos molestos bichos saltarines. Sin perder un ápice de tiempo comenzó a escudriñar entre su blanco pelaje—. Sé que el agua está muy helada en invierno y puede pescar resfríos, pero tenías que bañarlo una vez por semana al menos.

—Akamaru anda sin pulgas, así que puedes estar tranquilo —explicó muy segura. Se había encargado muy bien de ese tema, pues ella tampoco quería que el can le pegara a esos insectos tan desagradables—. Esto se trata de nosotros.

—¿Nosotros? —dijo sorprendido.

—Así es —confirmó mientras sentía una tensión inusitada en sus hombros. La causa era la trascendencia que tendrían las palabras que prontamente saldrían de sus labios.

Esperó a que él replicara o la interrumpiera, mas nada hizo. Al parecer por fin la dejaría hablar aunque demorara cinco minutos en hacerlo. Había llegado la hora decisiva. Alzó su mirada hacia la de él antes de liberar a su corazón de la prisión que insistía en ponérsele encima. Deseaba que los ojos masculinos le dieran la valentía que ahora le faltaba y así emprender el vuelo hacia la felicidad de sentir el amor a su alcance.

—Kiba...


«¿Por qué diablos tuve que enamorarme de un bruto como tú? ¿Será por qué a tu lado me siento feliz a menudo? ¿Será porque la juventud anhela ser guiada por la experiencia? ¿O quizás porque tú eres la persona en la que pienso cada vez que cierro los ojos antes de dormir?

Todo habría sido más fácil si me hubiese gustado un chico de mi edad. Lástima que el amor debe ser una de las cosas más impredecibles que existen... ¿O no, Hinata?


—¿Y bien? —presionó el varón—. Te quedaste en total silencio.

—Dame un minuto más por favor.

Uy, qué difícil era declararse. Nunca pensó que se le haría tan complicado. Su edad era corta, cierto, pero se consideraba una chica más decidida que muchas mujeres adultas. Pero a pesar de que esa creencia la acompañó por mucho tiempo, comenzaba a notar su respiración más agitada. La humedad en sus palmas también le confirmó el ataque de nerviosismo que estaba padeciendo. Como si lo anterior no fuera suficiente, el hemisferio derecho del cerebro empezó a pelear contra el izquierdo.

«Es inevitable que alimente esperanzas, pero también debo cuidarme de forjarme una ilusión excesiva. Mientras más ilusionada esté más fuerte será el golpe si recibo una negativa como respuesta...».

»¿Y si mejor no le dices nada de nada? ¡Es evidente que no querrá nada contigo!».

»Has sido criada para tener un temple a toda prueba y, aun así, no eres capaz de arrojar tus sentimientos por temor al rechazo. ¿Eres una cobarde acaso?

«No, ¡claro que no lo soy!», recalcó lo más profundo de su psiquis, siendo apoyada por un corazón lleno de galopantes emociones. Ya había vivido desgracias horribles que apenas podían soportarse, de modo que sería muy vergonzoso que su determinación le fallara por algo tan simple como una declaración. Ya no le daría más espacio a la vacilación, reemplazándola por la seguridad que daba el enfrentar sus miedos.

Iba a confesarse porque, pese a su corta edad, ya tenía claro que para alcanzar la felicidad se debía luchar por ella.

—Kiba..., tú me gustas mucho.

Finalmente lo había dicho. Por fin logró hacerlo. No más miedos a la respuesta, no más dudas de si podría vivir su amor con él o no. Valientemente, escogió entre la felicidad o el dolor antes que vivir en la incertidumbre de una duda eterna en caso de que Kiba falleciera.

Se sentía orgullosa de sí misma, pero sólo había dado el primer paso. Ahora tendría que lidiar con la reacción de Kiba, con su probable rechazo, con decirle que estaba loca, y un largo etcétera. Podía imaginárselo perfectamente. Le rompería el alma en docenas de pedazos que después tendría que rearmar, mas se había preparado para ello. Estaba lista para tener un corazón roto a cambio de tenerlo libre de arrepentimientos. Ese era el precio que desde el primer momento se dispuso a pagar.

El amigo de Akamaru, mientras tanto, abrió los ojos a la vez que sus pupilas se dilataban llenas de sorpresa. Supuso que había escuchado mal y parpadeó dos veces al convencerse de que sus oídos le habían jugado una travesura. Suspiró aliviado al convencerse totalmente de ello.

—Qué raro, te oí mal. ¿Puedes repetirme lo que dijiste por favor? —Tuvo la total certeza de que esta vez entrarían palabras diferentes por sus orejas.

Hanabi supuso que él le estaba dando la oportunidad de retractarse. No lo haría.

—Escuchaste bien, Kiba —aseveró con voz suave aunque firme—. La verdad es esa: me gustas mucho. —reafirmó nuevamente sin vacilación de ningún tipo.

Su reafirmación se presentó sin vacilaciones de ningún tipo, aunque, en todo caso, la frase que en verdad ansiaba lanzar era «me enamoré de ti». No obstante, darle esas palabras sin duda que le provocarían una tremenda conmoción. Lo mejor era ir paso a paso de una forma prudente; de lo contrario estaba segura de que pasarían dos cosas infortunadas: o Kiba la rechazaría con vehemencia o se desmayaría de impresión. En cambio «me gustas» no era tan potente como para provocar una reacción desproporcionada.

El cuerpo del Inuzuka se inclinó hacia atrás de manera inconsciente, casi como si fuera a caerse de espaldas. La cabeza se ladeó un poco hacia la derecha como si, a destiempo, intentara esquivar esas palabras recién oídas. Sus ojos se perdieron en sí mismos, totalmente sumergidos en el mar de sorpresa que había estallado en su mente. Quedó inmóvil, paralizado, petrificado, clavado al suelo como un árbol. Ni siquiera parecía estar respirando. Era una estatua más que un ser vivo.

—Es más, estoy enamorada de ti.

Al diablo el tacto y la prudencia. Sí, al diablo con todo. Quería ser lo más honesta posible y confesar de una vez por todas lo que realmente sentía, lo que él le había hecho sentir durante todo el tiempo que la cuidó y protegió. Quizás incluso desde el mismo momento en que le salvó la vida.

A él se le secó la garganta de golpe. La miró perdido en el tiempo y en el espacio, con la boca entreabierta, imaginando que estaba soñando porque era imposible que ella le estuviese diciendo eso. No estaba preparado para enfrentar algo así ni ahora ni nunca. Hanabi era solamente una niña. A sus ojos siempre sería una chiquilla traviesa, peleadora y orgullosa que, cual Peter Pan medieval, no debía crecer nunca jamás.

Llevó las palmas a su cara, cerró los ojos, se masajeó la frente e hizo lo mismo con sus párpados. Transcurrido ya un minuto, su mente aún no podía digerir lo que había escuchado.

La impetuosa adolescente abrió su boca para decir que de todos modos no esperaba iniciar una relación ahora, que entendía que ambos no podían estar juntos en este momento por su edad, que comprendía que era el momento equivocado... Pero también deseaba decir que sentía muy dentro suyo que él era su alma gemela, el hombre con el que podía formar una familia en un futuro. Quería arrojar todo eso y mucho más, pero justo en ese momento oyó una contestación que le tocó el orgullo hasta las raíces...

—Hanabi, evidentemente estás equivocada. Tú eres sólo una mocosa... —dijo cuando al fin consiguió reaccionar, aunque aún estaba medio desorientado.

Muy ofendida, la castaña necesitó defenderse de forma inmediata.

—Kiba, ya no soy una niña —aseveró mirándolo de una forma muy fija—. Perdóname..., sé que esto cambiará nuestra relación para siempre, pero eso es inevitable porque yo no quiero que me veas como una nenita por el resto de tu vida. Yo en un futuro anhelo serte mucho más que una niña y si no cambio esa dinámica ahora mismo, entonces después será demasiado tarde. —Lo dicho hizo que los ojos de Kiba brincaran en sus órbitas—. No te imaginas cuán preocupada estuve por ti durante estos dos meses que estuvimos separados. Hasta pasé noches en vela rezando para que estuvieras bien. —Sintió una fulminante vergüenza por sus palabras tan sinceras, mas continuaría en la misma tónica—. Ay, sé que puedo sonar cursi y lo que quieras pero esa es la pura verdad. Y también es la pura verdad que yo siento tanto por ti que incluso no tengo dudas de que estoy enamorada.

A él se le congeló el pecho, quedándose quieto como si alguien le hubiese arrancado de cuajo todos sus sentidos. Su mente buscó con esmero una ruta de escape, mas la idea de que estaba soñando se desvaneció como tarde o temprano lo hace el agua entre los dedos.

—Hanabi..., tú..., tú estás equivocada. Es evidente que estás confundida. —Dicho su argumento, sintió a su estómago latir violentamente contra su abdomen.

—No, Kiba, yo sé muy bien lo que siento. El que está confundido eres tú.

Él la miró con verdadero susto en sus ojos, casi como si ella fuera un demonio con lepra. Retrocede, temeroso, de lo que estaba aconteciendo. Su ceño se frunció de un modo tan fuerte que profundas arrugas se le marcaron; sólo se relajó al retomar el control de sus acciones. Era un guerrero profesional y debía actuar como tal. Tragó saliva intentando aliviar su reseca y adolorida garganta. Carraspeó después.

—Hanabi, estás seriamente confundida. Tú eres una niña y yo soy un hombre, así que no puedo verte de otra manera. Sería un pecado. Una traición al clan Hyuga. Una aberración. Te conozco desde que tenías ocho años, desde que Hinata te presentó como su hermanita pequeña. Es cierto que éramos prácticamente dos desconocidos hasta hace pocos meses, pero para mí siempre serás esa niña altiva y revoltosa que conocí en esa ocasión. ¿Entonces cómo podría ver a una chiquilla como una mujer? Es imposible.

Hanabi suspiró triste. Sus ojos vibraban con poco control.

—Ya crecí, Kiba, no puedes negar que ya tengo sentimientos de adulta. Yo sé que es amor lo que siento por ti. No es un capricho, no es algo platónico, es algo que realmente siento a toda potencia en mi interior. —Llevó sus manos al pecho, dándole de ese modo inconsciente mayor énfasis a lo dicho—. Créeme que no te diría algo tan complicado si no estuviese completamente segura. Si no vas a la batalla podríamos tener un futuro juntos ahora o en unos años más.

Un jadeo abatido surgió de los labios masculinos. Su corazón agitado, estupefacto, no podía creer lo que acontecía. Realmente no podía creer que esto estuviera pasando.

—Hanabi, apenas tienes catorce años. —Se obligó a darle mayor seguridad a su talante—. Estás confundiendo sentimientos precisamente porque todavía eres muy pequeña para entenderlos. Como es primera vez que sientes algo distinto piensas que te enamoraste, pero no es así. Lo tuyo no es más que simple y llano agradecimiento por haberte salvado la vida. —Intentó darle solución inmediata a la peliaguda tesitura que había emergido.

La jovencita agachó su cabeza con desilusión. Su alma se llenó de tristeza con las excusas que él le estaba poniendo, exactamente las mismas que también esgrimió su padre Hiashi. No podían aceptar que ella fuera capaz de sentir amor romántico. Pero lo peor, a su parecer, era que un simple «no me gustas» de parte de Kiba habría bastado para no insistirle. Por último el rechazo venía porque así realmente lo sentía, pero que cuestionara lo que su corazón verdaderamente sentía la hizo caer en un lago de dolor. No podía creer que a él le costara tanto aceptar sus sentimientos.

—Tengo catorce años, sí, pero también tengo un corazón latiendo así que por favor no sigas negando lo que yo siento. Me hace mal —le pidió ella con una pena que sobresalía a través de todos sus poros.

Él la miró mientras daba un lastimero suspiro. Volvió a masajear su frente como si un fuerte dolor de cabeza le hubiese atacado.

—Hanabi —dijo su nombre con cierta fiereza—, solamente quiero hacerte una pregunta: ¿por qué crees que estás enamorada?

—Porque sé la persona que eres. Conozco a la buena persona que hay en ti. Y también me haces sentir cosas lindas, me haces reír, me siento protegida contigo, siento que ningún otro hombre podría darme un sentimiento tan sincero y bonito como tú lo haces. Me gusta estar contigo, incluso si eso significa que me molestes con tus bromas tan bochornosas. Estar a tu lado me hace feliz. Lo siento, no puedo evitarlo. ¿Nunca has estado enamorado, acaso? Pues yo sé que eso siento por ti. El corazón me lo dice a gritos. —Sus ojos tan expresivos como radiantes, incomodaban sin querer al hombre que amaba.

El fan de los perros se rascó la cabeza mientras desviaba la mirada hacia cualquier parte. Ni siquiera quería verla. Sentía que esos blanquecinos y brillantes ojos expresaban más de lo recomendable para una cría de su edad.

—Te equivocas. —Se limitó a responder sólo eso, pues ahora mismo su cerebro no estaba trabajando de la forma más óptima.

—¿Por qué me equivoco? Dame una explicación lógica.

Kiba se dio varios segundos para tratar de retomar el control de la situación.

—Porque una chiquilla de catorce no es capaz de diferenciar un agradecimiento profundo de un enamoramiento. Te falta madurez para discernirlo —aseveró dándole mucho brío a su semblante.

—¿Crees que por tener catorce años soy tonta? Puede que me falte madurez o experiencia, pero sé perfectamente que hay distintos tipos de amor. Yo conozco el de hermana, el de hija, el de amiga, el de prima, el de nieta... Y créeme que lo que me haces sentir tú es muy diferente a todos ellos. Sé que esto es amor romántico, lo sé, me lo dice mi corazón porque me causas muchas sensaciones extrañas y distintas. Alegría, enojo, miedo, valentía... —Estuvo a punto de agregar «ganas de besarte», pero se contuvo. No quería que esto derivara hacia lo físico porque Kiba se apartaría de ella definitivamente. Y no quería eso por nada del mundo.

—No me malinterpretes, Hanabi —dijo con señales de cansancio—. No digo que seas tonta por tener catorce años, pero a tu edad recién se comienzan a procesar muchas cosas, sentimientos, cambios. Te falta la madurez y la experiencia necesarias para darte cuenta de lo que es el amor.

—Recuerda que soy una Hyuga, así que no me subestimes. Quisiera o no, mi padre me quitó mi niñez porque fui educada desde pequeña para tomar las riendas de mi clan. Me obligó a madurar antes de tiempo —dijo mientras se colocaba su melena hacia atrás de un tirón y en un gesto muy orgulloso, muy de Hiashi—. Yo tuve a los mejores profesores de mi nación —siguió explicando— y soy capaz de entender muchas cosas porque no soy una adolescente promedio. Desde los cinco años fui criada para pensar y actuar como adulta en pos de ser una gran líder en el futuro. Perdí mi infancia por eso. ¿Crees que yo podía jugar como otras niñas? No, Kiba. Mientras otras se divertían con muñecas a mí ya me preparaban para ser experta en diversos asuntos concernientes a mantener el prestigio y la riqueza de los Hyuga. Estoy versada en economía, leyes, incluso en estrategias teóricas de guerra.

—¿Estás versada en amor también? ¿Te instruyeron en eso, señorita sabelotodo?

Hanabi quiso mentir y decir que sí, pero aceptó la verdad de su ignorancia. Ni Natsu, ni Kurenai, ni sus profesores varones, le hablaron de esos temas. Tampoco su padre.

—Quizá seas más madura e instruida que una niña de catorce años común y corriente, aunque yo no tengo idea porque no conozco a más chiquillas de tu edad como para hacer una comparación. Sin embargo, eso no quita que sigues siendo una niña a pesar de que pretendas ser la mujer más madura de todas.

Ella puso una mano helada en su frente. Le había dado un golpe febril justo allí, por lo cual el frío le resultó una bendición.

—¿Acaso no tengo derecho a enamorarme? ¿Es eso?

—Tienes derecho a sentir lo que quieras, pero hacia un chico de tu edad. Además, digas lo que digas con catorce años es imposible tener la madurez suficiente como para entender lo que es el amor de pareja. Es algo demasiado complejo. Incluso yo con veintiún años sigo sin poder entenderlo.

—Las mujeres maduramos antes que los hombres, ¿o no lo comprendes? Y seguramente también sentimos de una manera más profunda. Por eso es que nos emocionamos y lloramos más que ustedes, hombres, porque nosotras somos capaces de sentir mucho más. Por si fuera poco mi edad mental es mucho mayor que la cronológica. Y mi cuerpo también está cambiando. Puedes verlo perfectamente.

—Y sigues tan agrandada como siempre. Una chica de catorce sigue siendo una niña. Punto final. Y que intentes convencerme de lo contrario sólo muestra que sigues siendo una mocosa en proceso de maduración.

—Dices puras patrañas —dijo ofuscándose. Estaba haciendo grandes esfuerzos para no chillar—. La madurez es relativa porque no todas las personas maduran al mismo tiempo. Tú mismo lo dijiste.

—Pues te contradices. Primero dices que las mujeres maduran antes que los hombres y ahora que la madurez es relativa. ¿En qué quedamos entonces?

—Hay algo que se llama generalizar. Que las chicas maduren antes no significa que no existan excepciones tanto en hombres como en mujeres.

—¡Bah! Sigue argumentando cuánto quieras, pero yo jamás me permitiré mirarte de una forma distinta a la de una niña pequeña que es una gran amiga. Considerarte de otro modo sería un asunto muy morboso. Sería aprovecharme de ti y de lo que crees sentir.

—Ya soy legal, ¿o acaso no lo sabes? Ya puedo casarme, la ley lo permite. Desde los doce años puedo casarme de hecho. En Grecia, en Roma, en China, en este reino, ¡en donde sea! —culminó gritando por frustración.

En efecto, por más ofensivo e increíble que pudiera parecer en tiempos modernos, antiguamente las chicas podían ser tomadas como esposas desde una edad tan baja como los doce años. Ese era el límite permitido tanto en las culturas grecorromanas como en la edad media.

—Pues no debería ser así —protestó fieramente él—. Que sea ley no significa que eso sea lo correcto. En realidad es una mierda —añadió mientras hacía un ademán furioso con sus manos.

Estaba claro que lo era. Hanabi tampoco estaba de acuerdo con esa edad para ser núbil. Era evidente que favorecía a hombres degenerados, aunque, ¿qué más se podía esperar de una sociedad patriarcal profundamente injusta y depravada?

—Kiba, entiendo tu reacción, de hecho me la esperaba porque conozco tus valores, pero por lo menos espero que aceptes que yo no estoy equivocada respecto a mis propios sentimientos.

—¿Y cómo sabes que no estás confundiendo un cariño de amigos con uno de pareja? Yo estoy seguro que sólo estás desorientada, pero cuando madures aclararás tus sentimientos y te darás cuenta de que yo tengo la razón —insistió muy seguro de lo dicho. Sus años de experiencia lo avalaban frente a una chiquilla.

Los ojos de Hanabi apagaron su brillo al sentirse tratada de una forma arbitraria. Unas ganas incipientes de llorar nacieron en ella, mas no iba a dejarse sobrepasar por sus emociones aunque fueran tan decepcionantes como ahora.

—Sabes, Kiba, nunca me esperé esta reacción de parte tuya. Es muy injusto que cuestiones lo que siento. Podrías mostrar un poquito de comprensión porque, aunque lo hayas olvidado, alguna vez tú también tuviste catorce años. Estoy segura de que a esa edad tiene que haberte gustado mucho alguna chica. O más de una inclusive.

—Es que... —Iba a defenderse, pero fue interrumpido fieramente.

—Cállate y escucha —conminó aumentando su rabia en lugar de la tristeza. La primera era más útil que la segunda—. ¿Realmente me crees tan infantil como para no saber si estoy confundida? ¿Acaso sabes lo que yo siento en mi corazón? ¿Estás dentro de mi alma para saber qué siento y qué no? —inquirió con la voz más rigurosa que había utilizado en toda su vida.

Inuzuka quedó completamente en silencio por varios segundos, impresionado por la profundidad empleada en cada palabra surgida de esos labios. Su cerebro tardaría en reaccionar.

—Decirme un «no me gustas nada de nada» dolería mucho menos que lo que haces ahora. Estás cuestionando mis sentimientos sin ninguna base sólida, pero es que ninguna —reiteró haciendo un aspaviento—. Que tengas más edad que yo no te da derecho a juzgar lo que siento como si fueras el único dueño de la verdad. Me duele mucho eso. —No quería, pero sus ojos dieron señas de volverse acuosos—. Me estás faltando el respeto, Kiba.

Enmudecido quedó el susodicho. Lo tomó por sorpresa que su amiga estuviese desplegando tanta seriedad. Eso le verificó que este asunto era mucho más delicado de lo que pensó en un principio. Y también le hizo entender que ella tenía a la razón de su parte en esto. Por supuesto que podía rechazarla pues estaba en todo su derecho, pero no era correcto cuestionar sus sentimientos de la manera tan categórica en que lo estaba haciendo.

—Discúlpame entonces, Hanabi. Nunca ha sido mi intención ofenderte. Tienes razón, ser mayor que tú no me da derecho a juzgar lo que sientes. Perdóname. —Se le acercó dispuesto a ponerle una mano en el hombro de modo cómplice, pero se arrepintió a último momento. No sabía si era buena idea hacer contacto físico por más inocente que éste fuera—. Es sólo que me pillaste tan de imprevisto que no sé cómo reaccionar. Todavía estoy conmocionado —intentó explicar la razón de su error.

Hanabi atenuó la dureza de su mirada perlada.

—¿Tanto miedo te da aceptar que te amo, Kiba? —preguntó aunando toda su fuerza de voluntad para mantener la firmeza que, en contra de su voluntad, insistía en deshacerse.

El cuestionado inspiró de manera sufrida. Si hasta parecía que cada respiro le dolía. Permaneció callado varios segundos. No sabía porque se sentía tan mal con todo lo que Hanabi le estaba confesando.

—Sí, me da miedo. Me da mucho miedo —confirmó finalmente con la mirada perdida en el cielo, cuyo color iba volviéndose gris.

—¿Por qué? —inquirió mientras su rostro era agitado por una fuerte curiosidad.

—No lo sé... —musitó negando con su cabeza repetidas veces, con ojos aún extraviados de la tierra.

Las palabras silencio o mutismo se quedaban cortas para graficar lo que sucedía en el ambiente. De repente el viento se incrementó con la fiereza de un lobo, dando en consecuencia un aullido eólico que resultó perturbador. Además, los largos cabellos de ella se agitaron al punto de que incluso le taparon la cara. Se los sujetó con una mano para que no siguieran incomodándola.

—Mi intención nunca ha sido molestarte —aclaró Hanabi murmullando con tristeza—. Sólo quería que supieras mis sentimientos porque sé que, si no te los digo ahora, después me arrepentiré toda la vida por no habértelos confesado. Mañana mismo puedes irte a la tumba por culpa de la próxima batalla y yo no quería guardarme un secreto tan grande dentro de mi corazón. Hacer eso me iba a lastimar mucho —arguyó con cabeza gacha—. Perdóname por hacerte pasar un mal rato —agregó haciendo acopio de toda su entereza. Su modo fue humilde, algo que no era muy común en ella gracias a la influencia de Hiashi y sus constantes discursos sobre la magnificente casta de los Hyuga.

Kiba bajó su testa unos segundos también, cubriéndose las sienes con el pulgar y el índice respectivamente.

—Perdóname tú a mí. Quizás fui yo el que te traté con más cariño y confianza de la cuenta y eso hizo que te confundieras. Yo soy el adulto y debí poner límites mejor definidos, alejarme, darme cuenta de que en ti se estaba fraguando algo más que amistad.

Ella negó meneando su cabeza al instante.

—Tú no tienes culpa de nada, de absolutamente nada —defendió fieramente. Y seguiría haciéndolo con uñas y dientes de ser necesario—. Simplemente pasó y ya.

Se hizo un silencio en que la tristeza se reflejó en ambos. Una por miedo a ser herida, el otro por miedo a herir.

—Yo no sé muy bien qué decirte... —Tras lo dicho se tomó muchos segundos más antes de volver a parlar—. No es fácil hallar las palabras adecuadas. Sabes que yo no querría lastimarte por nada del mundo, ¿verdad?

La hermana de Hinata se emocionó al recordar cuánto la había cuidado Kiba. Precisamente esa fue una de las cosas que terminaron incrustándose en su corazón como un fuego de romance. Él le había salvado la vida, y también la protegió de los esclavistas, del frío, del desánimo... Fue su fuerza cuando se sentía débil, animándola una y otra vez sin cesar. ¿Cómo evitar el sentirse enamorada después de todo lo que había hecho por ella? ¿Cómo?

—Sé que nunca me harías daño a propósito. Lo sé muy bien.

—Yo te quiero mucho, Hanabi. Eres alguien muy especial para mí, pero por una cuestión de principios no podría corresponderte ni ahora ni después. —Acarició a Akamaru como una forma de consuelo para sí mismo—. Te veo como una niña de la cual no puedo abusar. Sí, porque si me fijara en ti me sentiría un abusador, un degenerado, un depravado —explicó sintiendo como esas palabras le producían asco—. Me sentiría sucio porque no es algo correcto. No es correcto —repitió con más vigor, sin mostrar el más mínimo atisbo de duda—. Sería muy poco hombre si me aprovechara de lo que siente una niña confundida.

—Yo no soy una niña. Y tampoco estoy confundida —reiteró firmemente—. Pensé que eso ya te lo había dejado muy claro.

—Está bien, aceptaré que no estás confundida. Pero lo otro no podré aceptarlo jamás.

—¿Ni siquiera cuando tenga dieciocho años? —cuestionó con semblante alarmado.

—Ni siquiera si tienes cincuenta —dijo dispuesto a zanjar este asunto de cuajo. Le dolió ver tristeza reflejándose en los ojos de su protegida, pero era lo que debía hacerse—. Te pido mil disculpas si esto te hace sufrir. Ojalá pudiera evitarlo, pero en esta vida hay cosas que no pueden ser. —Su voz tembló—. Prefiero hacerte un daño ahora que darte falsas ilusiones. Yo te quiero mucho, pero jamás podré corresponderte. Me será imposible verte de otra manera que no sea como una cría a la que también considero una gran amiga. Lo siento mucho.

Ella suspiró, mas no dejó de mirarlo con fijeza, señal de que aceptaba estoicamente sus palabras. De antemano sabía que esto era lo que iba a pasar.

—Entiendo, Kiba —murmulló con dolor. Sólo el orgullo le estaba dando fuerzas para no caer de rodillas y largarse a llorar en forma desconsolada—. Aunque es difícil puedo entender que te sientas así, pero no me digas niña porque ya no lo soy. Una niña no puede sentir amor romántico y yo sí puedo. Soy muy jovencita, lo sé, pero de verdad que sí puedo —recalcó otra vez.

—Está bien, no lo pondré más en duda porque no quiero ofenderte. Respetaré lo que sientes.

Ella asintió y, al notarle una cara rellena de preocupación, continuó argumentando decididamente.

—No te preocupes que tampoco es que me vaya a morir de dolor por esto. Estoy bien dentro de todo. No soy tonta como para no haber adivinado que ibas a rechazarme por mi edad, porque me consideras una niña, pero es que yo tampoco necesito una relación ahora mismo. Quizás más adelante pueda ser, ¿no? Tendré paciencia para que estemos juntos cuando ya me consideres una mujer de verdad, cuando sientas que soy madura. Aunque en realidad tú de madurez tienes bien poco... —necesitó acotar.

—Hanabi... —dijo su nombre en tono de simulado regaño.

Ella contestó a través de una pequeña sonrisa que luchaba con el fin de quebrantar su tristeza.

—Y sobre lo otro... por tu propio bien te recomiendo que no te hagas ilusiones. Eres muy chiquilina para mí.

Contrario a lo que Kiba esperaba, Hanabi sonrió. Apenas, pero lo hizo.

—¿Por qué no puedo albergar esperanzas si me rechazas solamente por mi edad? En todo este rato te has escudado bajo el pretexto de que soy una infante, pero no me has dicho ni una sola vez, pero ni una sola, que no te guste o que no haya química entre nosotros. ¿No te has dado cuenta de eso?

Kiba abrió los ojos con dosis de espanto. Diablos, era verdad lo dicho por ella. ¿Por qué no le había dicho directamente que no le gustaba nada de nada en lugar de espetarle siempre sus catorce años? Tal hecho le pareció ciertamente perturbador, pero por fortuna no tardó en hallar una respuesta que logró tranquilizarlo de raíz.

—No te he dicho que no me gustas porque sólo planteármelo me parece una locura, algo que carece de todo sentido. Por eso ha sido.

Hábil defensa lanzada por él, pensó la adolescente. Sería difícil ponerlo en jaque de nuevo.

—¿De verdad no percibes la alquimia que hay entre nosotros? —Se animó a preguntar tras muchos segundos, su corazón intentando reunir de nuevo sus trozos—. Si es sólo por la edad te recuerdo que no tendré catorce años eternamente, voy a crecer hasta convertirme en toda una mujer. Y si es por ti no me importará esperar hasta los dieciocho, los veinte, o cuando me consideres una adulta hecha y derecha. Tendré toda la paciencia que sea necesaria porque no me interesa estar con ningún otro hombre que no seas tú.

A Kiba le fue imposible no conmoverse con esas palabras, pero al mismo tenía miedo sin que supiese muy bien la razón. ¿Qué problema podría existir si estaba con una Hanabi de dieciocho años o veinteañera? ¿Seguiría viendo eso como una aberración? Ahora era él quien estaba confundido, pero decidió que no valía la pena hacer futurismo. En unos años, si es que él todavía seguía con vida, sabría la respuesta a todos esos cuestionamientos que ahora afloraban.

—Agradezco mucho tus palabras y que me tengas tan bien considerado, pero deberías fijarte en ese chico que está por allá. —Indicó a alguien que estaba a lo lejos, aunque una reacia Hanabi ni siquiera se dignó a echar un pequeño vistazo—. También tiene catorce años y siendo tan joven ya es el líder de la isla rebelde. Es un gran guerrero.

—No me interesa.

—Se llama Konohamaru Sarutobi y es el nieto del difunto rey Hiruzen —continuó explicando mientras su índice apuntaba con más fuerza hacia el chico de la bufanda—. Si quieres vivir un romance entonces él es la persona indicada. Sé que lo conquistarías enseguida si le muestras esa bonita espinilla que tienes en la mejilla. —Indicó el lugar con una sonrisa molestosamente graciosa, deseando distensionar un poco más el ambiente.

—Ay, ya tuviste que ponerte tonto —dijo mientras intentaba, por inercia, tapar con su diestra un maldito barro recién brotado en su cara. Era el único, pero eso quizás lo hacía más notorio—. Y por cierto ese chico no me interesa nada de nada —aclaró firmemente.

—Pero si ni siquiera lo conoces todavía. Puede gustarte mucho si hablas con él.

—Que no me interesa y punto.

—Pues deberías planteártelo seriamente porque nosotros dos tenemos mucha diferencia de edad. Yo podría ser tu padre incluso.

—No seas tan exagerado, sólo me sacas siete años de ventaja. Y cuando ya sea una veinteañera esa diferencia apenas se notará.

—Oye, eres más insistente que Naruto contándome la paliza que le dio a Sasuke —recordó la infinidad de veces que su amigo rememoraba tal hazaña.

—Lo soy porque te quiero, Kiba. Eres alguien muy especial para mí.

—Para mí también lo eres, pero como amiga. Una mocosa berrinchuda como tú ni siquiera debería pensar en el amor todavía.

—Que no soy una mocosa. —Apretó sus puños e hizo una mueca digna de esa palabra que tanto odiaba—. Y tampoco soy berrinchuda —añadió con ganas de patear una piedra. Akamaru, como queriendo disminuir esa rabieta que percibía, abandonó a Kiba y se puso junto a ella firmemente. Parecía estar apoyándola, cosa que la «catorceañera» agradeció por medio de mimos a su lomo.

—Traidor... —acusó el Inuzuka a su mejor amigo, pensando seriamente en quitarle ese título.

—Él sabe que yo tengo la razón —lo defendió Hanabi mientras le sacaba la lengua.

Se hizo una pausa en que la tensión se rebajó gracias a que Akamaru actuó como el mejor pacificador. El ambiente adquirió una tranquilidad agradable a pesar de que, más allá, las correrías de los soldados seguían su curso nervioso.

—Hanabi...

—Dime.

—¿En serio tienes tan mal gusto como para haberte fijado en mí? —preguntó medio en serio, medio en broma.

Ella se rio a carcajadas. No pudo evitarlo.

—Sé que mi gusto no es muy bueno que digamos, pero no tenías para qué recordármelo —dijo mientras seguía riéndose con ganas; Kiba, a su vez, se contagió de esa alegría. Después la adolescente quiso decirle que en realidad tenía mucho encanto a pesar de ser un bruto sin remedio, pero él ya tenía suficiente ego como para aumentárselo aún más.

Él llevó una mano hacia su cantimplora y bebió afanosamente el contenido. Los tasajos de caballo le habían dado sed. Sacó un platito metálico y le sirvió también a su amigo perruno.

—Ya hablando en serio, Kiba, quiero que me respondas una pregunta con total honestidad: ¿es sólo por mi edad que me rechazas? Dime la verdad por favor... —rogó por una respuesta sincera.

—Aparte de que seas sólo una chiquilla, hay otras cosas también.

—¿Cuáles?

—Somos muy diferentes. Tú eres una señorita de alcurnia con modales más refinados y todo eso. Yo, en cambio, soy un tipo libre de normas que considero molestas. Además soy medio patán en algunas cosas y no pretendo cambiar. Me gusta ser así porque esa es mi personalidad.

—Es cierto que en algunas cosas eres un patán sin remedio y que también somos distintos en muchos aspectos, ¿pero no te das cuenta de que congeniamos muy bien a pesar de ser tan diferentes? Esa es una tremenda señal de que somos compatibles.

—Que dos personas sean compatibles como amigos no significa que también lo sean como pareja.

—Pero...

Kiba le impidió continuar.

—A ti lo que te conviene es estar con un chico bien educado, considerado, culto, atento, caballero, no alguien como yo. ¿Además qué pensaría Hiashi de mí? —añadió preocupadamente—. Creerá que engatusé a su niña consentida, que me aproveché de que estabas vulnerable tras perder a tu familia. —Torció sus labios y los mantuvo así unos segundos—. Sé que Hinata lo entendería porque ella es mi amiga y me conoce bien, pero tu padre no dudará en tratar de mandarme al otro mundo.

—Aunque no lo creas mi papá tiene una buena impresión de ti, Kiba. De hecho, para venir acá tuve que contarle que me gustabas y tras una larga discusión obtuve su permiso.

—¡¿Se lo dijiste!? —reaccionó muy alarmado.

—Claro que se lo dije. Y obviamente se mostró muy reacio en un principio; dijo que no estabas a mi altura y un montón de bobadas que a mí no me interesan, pero al final aceptó que viniera a verte porque comprendió que mis sentimientos por ti no son un juego infantil sino algo muy serio. ¿Cómo te quedó el ojo? —remató con tono desafiante.

Kiba dio un gran suspiro que varió su cariz entre el agotamiento y la admiración. Fuera como fuera debía reconocer que Hanabi tenía un tremendo temple a pesar de su escasa edad. En tiempos modernos habría dicho que tenía sus ovarios bien puestos.

—¿Y qué pasa con el prestigio de tu clan? Estoy segurísimo de que tus difuntos no querrían que una Hyuga estuviera con un Inuzuka.

—¿Pero de qué prestigio hablas? —cuestionó incrédulamente, casi ofendida por una pregunta que le parecia tan carente de sentido—. Gracias a mi padre, mi apellido cayó en una total y desgraciada vergüenza —dijo cerrando el puño mientras le echaba una ojeada sobre la carreta—. Ahora pienso igual que Hinata respecto a esto, así que a mí tampoco me interesa continuar la línea sucesoria de los Hyuga. Y añadiré algo más porque no sé si mañana seguirás vivo: sé que es imposible ahora porque me consideras muy chica para ti, pero en un futuro me encantaría ser una Inuzuka... —dijo ruborizándose inevitablemente. Pensó en no decir lo último, pero ya no era la hora de ser tímida.

Como este era un asunto tan espinoso y polémico, el amante de los perros pretendía esquivar emociones demasiado profundas... ¿Pero cómo evadirlas después de recibir palabras tan bonitas? Lo dicho por Hanabi implicaba que más adelante deseaba ser su esposa y ello tenía un significado tan grande que apenas era capaz de dimensionarlo.

A pesar de que más allá había miles y miles de soldados moviéndose, le pareció que por un momento el mundo entero se había detenido para concentrarse sólo en ellos dos. No existía nada más aparte de una terca adolescente de catorce años y un adulto de veintiuno que necesitaba imperiosamente hacer lo correcto. Y para hacerlo, debía truncar las raíces de esa emoción que le hizo palpitar el corazón más fuerte.

—¿Y tener a Hiashi como suegro? Muchas gracias, pero ni loco. Prefiero morirme contra Pain —dijo para terminar carcajeándose con ganas.

Gracias a su gran sentido del humor había ideado, en tiempo récord, la mejor salida posible para salir de un tema tan comprometedor.

Mientras tanto Hanabi, a pesar del ingente sentimentalismo que la invadía, no pudo evitar desternillarse también. Era obvio que ningún hombre con un poco de sentido común querría a Hiashi como «papi suegro».

—Ay, Kiba... —musitó tratando de parar su risa. Si seguía así iba a colapsar. Finalmente tras muchos segundos logró su objetivo—. Sé que te cuesta ponerte serio, pero quiero que me respondas una última pregunta con el corazón en tus manos... —Le fue inevitable que su voz tambaleara y que sus dedos comenzaran a pedalear en el aire.

—¿Cuál?

—¿Crees que podamos estar juntos en unos años más?

—En unos años más ni siquiera recordarás esto, te lo aseguro.

—Pero responde mi pregunta por favor.

Kiba suspiró fuertemente, vaciando de aire hasta el último centímetro de sus pulmones.

—No puedo darte falsas ilusiones, Hanabi. Nosotros no estaremos juntos ni en un año, ni en dos, ni cuando tengas veinte o cuarenta. Tienes que hacer tu vida con otro chico tal como yo haré mi vida con otra mujer. Lo siento de verdad.

Hacía lo correcto, pero le dolió mucho ver que la carita enfrente suyo exponía mucha tristeza y decepción. Un expresivo puchero se acomodó entre esos labios, uno que representaba a la niña que Hanabi realmente era. A juicio de Kiba ella siempre sería una fruta prohibida, ya que jamás habría gustado de él si no fuera porque estaba en condiciones muy vulnerables que le propiciaron la ilusión de estar «enamorada». Punto y final.

La adolescente bajó su mirada sin ganas de replicar. Un suspiro hondo y sentido escapó desde sus narinas. Quería aceptar esto con la madurez que presumía tener, mas la realidad era que sentía unas ganas terribles de hacer una pataleta, de chillar, de gritar, de zamarrear a Kiba para hacerlo reaccionar...

Comportarse como adulta era más difícil de lo que parecía. Aun así, debía lograr que su voluntad fuera más fuerte que sus emociones. Nada dijo y nada diría. Sus labios entendieron que permanecer en estoica inexpresión era la misión, pero sus ojos no estaban dispuestos a seguir órdenes tan difíciles de cumplir. Se volvieron llorosos inevitablemente.

El de ojos felinos tuvo ganas de consolarla dándole un abrazo, pero ahora temía que cualquier gesto pudiera darle alas a un sentimiento prohibido. Sin embargo, qué difícil era ver a Hanabi sufriendo y no hacer nada para remediarlo. En serio, qué difícil era...

—¡Eh, Kiba! —gritó Ino estando a unos veinte metros de ellos. No la habían notado acercarse, por lo cual su cercana voz los tomó por sorpresa—. ¡Hace rato que te necesitan por allá! —Indicó el lugar en que estaban tropas esperando órdenes.

Los ojos del hombre devolvieron la mirada hacia su protegida.

—El deber me llama, Hanabi. Perdóname, ¿sí? —pidió de manera sufrida, voz trémula mediante—. Y cuídate mucho por favor.

—No hay nada que perdonar —contestó del modo más firme posible en su estado actual—. Sólo regresa a salvo.

—Lo intentaré.

Acto siguiente, un acongojado Kiba se fue trotando para ultimar detalles antes de partir. Mientras le daba más celeridad a sus piernas, echó un último vistazo a esa niña castaña que se había convertido en una persona muy importante para él. Y, cual rayo contactando su alma, temió caer ante Pain y sus tropas porque eso significaría no poder verla nunca más.

Cuando el amigo de Naruto se alejó, Ino decidió caminar hacia Hanabi por alguna razón. La castaña le dio la espalda a fin de preservar su orgullo intacto. No quería que nadie la viese llorar.

—Oye... —dijo cuando llegó a su lado—. Sé que me estoy metiendo en un asunto que no me concierne, pero yo creo que ustedes estarán juntos más adelante. En cuanto sea el momento correcto Kiba se dará cuenta que pueden tener un bonito futuro juntos.

Hanabi dio un respingo mientras intentaba quitarse las lágrimas viajantes de las mejillas y las nacientes de los ojos. Le parecía imposible que Ino escuchase la conversación que sostuvieron. Estaba demasiado lejos para hacerlo.

—¿Cómo adivinaste que de eso hablábamos? —preguntó girándose hacia ella.

—Leer los labios es uno de los requisitos básicos para ser espía. Mientras venía hacia acá me fue inevitable hacerlo.

—Pues no deberías inmiscuirte en conversaciones privadas —reprochó endureciendo su semblante.

—Lo sé perfectamente y te doy mis disculpas. Son malas costumbres que tenemos los espías. Aun así me gustaría reiterarte que deberías tener paciencia si Kiba realmente te gusta. Se nota que es un hombre con principios a flor de piel, así que es imposible que te vea de otra forma ahora mismo. Pero a mí me late que eso puede cambiar cuando tengas más años. Se nota que tienen química a pesar de la diferencia de edad.

—¿Lo dices en serio o sólo quieres consolarme?

—Lo digo muy en serio —confirmó haciendo que su talante le diera total firmeza a sus palabras—. No creo que te haya rechazado como si tuvieras lepra, ¿verdad? Es obvio que lo que le complica es tu edad.

A Hanabi eso le sonó razonable dentro de todo. A Kiba no lo sintió tan categórico ni terminante como él pretendía verse. Quizá se debía a que se había comportado como un caballero para no lastimarla, aunque, en honor a la verdad, no sabía si las palabras «caballero» y «Kiba» podían ir juntas en la misma frase...

Le hubiera dado más vueltas al asunto, pero la blonda continuó su parlar.

—Créeme que yo tengo buen ojo con esto de las parejas y si puedo animarte un poco dándote una opinión sincera, ¿por qué no hacerlo? No es difícil imaginármelos juntos cuando, con más años encima, ya no le causes un cargo de conciencia a Kiba. Esa es la clave de todo.

Pese a convivir en la mansión de Sasuke durante unos días, Hanabi e Ino jamás entablaron una buena relación. La soldado era aliada del Uchiha y aquello era un pecado demasiado grande como para que la castaña le cediera algo de simpatía. Sin embargo, la menor debía reconocer que mucha agua había corrido desde entonces.

—No sé qué vaya a pasar con Kiba en el futuro, ni siquiera sé si volverá vivo, pero te agradezco tus palabras. Cuando recién te conocí pensé que eras una mala persona, pero me equivoqué.

—Me alegra saber que tu opinión de mí haya mejorado. —Muy sonriente, apreció el gesto de la Hyuga en toda su magnitud—. Y confía en que Kiba estará bien, le ha tocado vigilar una bahía que por su estrechez es menos peligrosa que otras. Saldrá airoso, estoy segura.

—Ojalá así sea —deseó con todas las fuerzas de su alma—. Que te vaya muy bien en tu futura batalla, Ino.

—Gracias, Hanabi. Yo te deseo mucha suerte y mucha paciencia en lo respectivo a Kiba. Recuerda que en unos años el problema de la edad ya no existirá. —Le guiñó un ojo—. Es más: me juego el pescuezo a que ustedes serán una hermosa pareja en el futuro —terminó sonriendo ampliamente.

La menor le dio una sonrisa honesta como mejor respuesta. Sus lágrimas se habían disipado ya.

Dejándola atrás, Ino prosiguió su caminata. Aún tenía que despedirse de Sakura, Chouji, Sai y Naruto. Aunque, lógicamente, era al rubio a quien más deseaba ver antes de partir.


La florista se despidió emotivamente de su alumna pelirrosa, la cual dejó de lado sus sentimientos por Naruto para no agriar el adiós. Por supuesto no faltaron frases como «frente de marquesina» o «Ino-cerda», aunque con un tono mucho más emotivo que el habitual. El ser rivales por Uzumaki había tensado la relación entre ellas, pero la posibilidad de no volver a verse demostró que se respetaban y querían mucho a pesar de esa competencia.

Después la líder Yamanaka se dirigió hacia el hombre que la hacía sonreír a menudo. De hecho, el solo hecho de irse acercando a él hacía que sus labios se alegraran automáticamente.

En cuanto Naruto la atisbó por el rabillo del ojo, les pidió un tiempo fuera a los soldados que ahora capitaneaba. Muchos de ellos sonrieron pícaramente, pues ya tenían claro que la Yamanaka y el Uzumaki se traían algo entre manos. Aun así nunca los habían visto faltando a la disciplina militar y con razón, ya que ambos guerreros querían evitar habladurías mientras estuviesen en guerra. Tal cosa no les impedía, eso sí, el alejarse hasta lograr la privacidad de que nadie más pudiera escucharlos.

—¿Hubo problemas con Sasuke? —inquirió el que tenía un tono de rubio más intenso—. A lo lejos noté que estaba muy molesto.

—Le dije que me gustabas.

—Uh... —prolongó la vocal dándole un cariz que gritaba «problemas»—. Ahora entiendo porque se veía así... ¿Pero por qué se lo dijste justo ahora? —Le llamó la atención ese hecho.

—No quería irme sin que lo supiera. —Se encogió de hombros al explicarlo—. Sentía que le estaba ocultando algo que no debe ser un secreto. Y menos a Sasuke, a quien siempre he considerado un gran amigo.

Naruto se emocionó por tanta consideración hacia él. No sentía que se la mereciera.

—Te agradezco que me consideres tan importante como para arriesgarte a pelear con Sasuke. —Valoró eso en su justa medida—. ¿Y qué te contestó él?

—Lo de siempre: que te iba a matar —sintetizó todo en esas palabras. No quería explicar la discusión en detalle ni ponerse triste recordando las duras palabras que le dio su amigo en lo personal y superior en lo militar.

—Que lo intente y veremos quién sale perdiendo.

—Ustedes no lucharán y de eso nos encargaremos Hinata y yo. Estoy segura de que al final Sasuke recapacitará —dijo tan esperanzada que no cabían dudas en ella—. Ah, y tengo que contarte otra cosa también... —dijo al recordar algo importante.

—¿El qué?

—Sasuke me ofreció el título de reina.

—¿En serio? —Soltó muy sorprendido.

«Entonces me lanzó la verdad cuando me dijo que no deseaba gobernar...». Las dudas que aún tenía al respecto se evaporaron por completo. Cuando su archirrival lo derrotó le había dicho que no le interesaba ser el soberano, pero nunca se fió mucho de esas palabras. En batalla Uchiha tenía un honor a toda prueba, eso era innegable, pero en intrigas palaciegas y temas políticos podía mentirle perfectamente. Eran enemigos después de todo.

—Así es, aunque me puso una condición para ascender al trono: no emparejarme contigo.

—Oh, ya veo... —musitó casi sin aire. Se le había escapado por el golpe que le significaron esas palabras—. Pues, aunque me duela, yo respetaré cualquier decisión que tomes.

—Pero por supuesto que no aceptaré esa condición —replicó alzando la voz—. Para mí tú eres más importante que ser reina y se lo dije tal cual a Sasuke.

El de pelo mostaza estuvo a punto de ser abordado por la perplejidad.

—¿Pero estás segura de que quieres rechazar un cargo tan importante? Es una oportunidad de oro para demostrar que una mujer puede hacerlo tan bien como un hombre o aún mejor. Serías una grandiosa monarca, ¡de veras!

—Muchas gracias por la confianza —sonrió felizmente—. Me gustaría serlo para mejorar las condiciones en que viven las mujeres, pero si eso significa dejarte de lado entonces no ocuparé el trono. No soy tan generosa ni altruista como para abandonar mi felicidad personal pudiendo evitarlo.

Hablaron más del tema. Naruto se mostró muy agradecido por tanta deferencia hacia él, pero también le recalcó que respetaría cualquier decisión que ella tomase. Ino, sin embargo, siguió muy firme al respecto, cosa que el Uzumaki valoró muchísimo. Cada vez la relación entre ellos iba profundizándose más y más.

—¿Y por qué Sasuke va a rechazar el trono si todos en esta nación quieren verlo como rey?

—El poder no le interesa.

—¿Por qué? —Quiso profundizar en ello.

—Su único objetivo siempre ha sido la venganza. Además me parece que ya está cansado de luchar. Lleva haciéndolo desde niño, así que ahora desea retirarse de este tipo de vida tan violenta. Y lo entiendo perfectamente porque yo también ando pensando en colgar mis katanas para siempre.

—¿En serio? ¿Por qué?

—También estoy cansada de matar y de vivir al límite del peligro. Al principio me emocionaban las batallas y las misiones de espionaje, hasta me divertía demostrar de lo que era capaz una mujer decidida, pero hoy en día, tras haber visto de primera mano toda la maldad que desatan las guerras, ya no me siento a gusto. Preferiría dedicarme al cuidado de las flores, es mucho más saludable creo yo —dijo sonriendo mientras se imaginaba que sus manos sostenían un hermoso ramo de rosas, jazmines y violetas.

—Es cierto que la vida del guerrero es muy dura, normal que Sasuke y tú quieran retirarse.

—¿Tú no? —preguntó extrañada.

—No todavía. Soy muy joven y siento que aún me quedan muchas cosas por hacer. Por ejemplo deshacer injusticias, tratar de cambiar un poco al mundo..., combatir al mal esencialmente.

Ino sonrió. La nobleza de Naruto le encantaba.

—Eso es muy loable, pero te recomiendo que no luches más allá de los veinticinco o veintiséis años si no quieres quedar con secuelas. Esta profesión es durísima y hace que las articulaciones sufran mucho. Los viejos de mi clan viven quejándose del dolor de rodillas, muñecas y codos.

—Lo sé porque Sakura me dijo que la acumulación de impactos puede causar lesiones crónicas dolorosas.

—Esa es otra razón por la que quiero retirarme joven. Siempre trato de evitar los choques de espadas, pero mis muñecas sufren cuando suceden. Luchar contra hombres no es fácil.

—Y por eso mismo te admiro mucho —dijo con ojos iluminados—. Has superado de forma increíble el problema de tener menos fuerza.

Hablaron otro tanto, produciéndose una valiosa conversación en que de repente se vieron compartiendo sus experiencias cercanas a la muerte y otros detalles concernientes. Naruto le explicó efusivamente cómo sobrevivió tras la emboscada que le clavó tres flechas en el cuerpo y de la cual escapó lanzándose a un río desde un precipicio. Él estaba segurísimo de que iba a morir, pero entonces un zorro que corría siguiéndolo por la ribera le habló y lo motivó a no resignarse ante la muerte, a buscar la sobrevivencia a toda costa. Aquello lo impulsó a nadar empleando sus últimas fuerzas hasta que finalmente logró salir de la corriente a pesar de sus terribles heridas. «Sé que parece una locura, pero de no ser por ese zorro habría muerto», fueron sus palabras de conclusión.

—Supongo que cada persona vive sus experiencias con la parca de distintas formas, alucinaciones incluidas.

—Seguramente fue una alucinación, pero lo sentí tan real que me ayudó a sobrevivir. Al final eso es lo más importante.

Ino asintió con una sonrisa. Le agradaba mucho hablar con Naruto y cada vez esa sensación se hacía más intensa. Le hubiera encantado pasar todo el día charlando, pero ambos tenían que cumplir sus importantísimos deberes militares. El destino de este continente y del mundo entero recaía en sus manos.

—Te comería la boca ahora mismo si no hubiera tanta gente rodeándonos —dijo ella sin poder evitar esa necesidad—. Además puedo apostar a que Sai y Sakura están mirándonos fijamente ahora mismo. —No necesitó echar una mirada para comprobarlo. Lo sabía—. Me he dado cuenta de que los dos son celosos y no me gustaría hacerles daño dándoles esa vista. Sé de primera mano que se sufre mucho al ver a quien te gusta besándose con otra persona.

—En todo caso Sakura no sufriría si me viera dándote un beso. Le daría igual, de veras.

—¿Ella no te ha dicho nada todavía? —preguntó extrañada de que la pelirrosa aún no le confesara sus sentimientos.

—¿Qué tendría que decirme?

—Me hizo prometer que no te revelaría nada. Es ella quien tiene que decírtelo, aunque creo que es algo bastante deducible...

Naruto se abstrajo unos escasos segundos.

—Me da igual lo que pretenda hacer —afirmó con total seguridad apenas volvió en sí—. No hablemos de Sakura ni tampoco de Sai —añadió acariciándole una mejilla—. Desperdiciar nuestro tiempo de despedida con ellos no vale la pena, de veras.

Yamanaka sonrió enseguida.

—Tienes mucha razón —dijo muy sonriente—. Mejor hablemos de la gran recompensa que te daré cuando derrotes a Pain...

Dándole más intención a sus palabras hizo que su curvilíneo cuerpo se acercara peligrosamente al de él. De sus labios brotó una sonrisa juguetona, añadiéndose una mirada muy coqueta desde sus ojos celestes. Se mantuvo así unos segundos, disfrutando como las mejillas de Naruto se encendían ligeramente. Le pareció que tragó saliva también; su manzana de Adán moviéndose le dio esa idea.

—¿Qué recompensa? —Atinó a soltar su curiosidad con una dulce timidez.

Deseando incrementar aún más el color de ese rostro se le acercó a la oreja, la cubrió con ambas manos y se dispuso a cambiar su tono normal de voz hacia uno mucho más fascinante y cautivador.

—Te daré mi flor... —hizo una significativa y coqueta pausa— ... más preciada...

El cálido y femenino aliento en su oreja provocó que el rival de Sasuke se estremeciera de cabeza a pies, sus hombros contrayéndose de súbito mientras los vellos cercanos al cuello se le erizaban. La voz de Ino solía ser aguda, pero esta vez había salido tan susurrante que resultó mejor que cualquiera caricia táctil. Y sus palabras, uf, hicieron que pensamientos obscenos acudieran enseguida a su mente...

¿O estaba mal pensando porque era un pervertido? Después de todo Ino era una florista y era normal que tuviese una flor muy preciada plantada en algún jardín secreto de su clan...

¡No! No podía ser tan ingenuo. Tampoco quería parecerle un tonto sin remedio. El atrayente tono con que lo dijo sugería claramente que se refería a su virginidad. ¿O acaso existía una mejor recompensa que esa?

«Imposible que haya algo mejor...», se respondió con natural picardía. «¡Aunque espera un momento! ¡No seas tan crédulo! Es obvio que está jugando contigo con un doble sentido. Esta Ino es muy traviesa, ya la conoces de sobra...»

Se rascó la parte más alta de su cabeza antes de lanzar una pregunta. También dejó de tensar sus hombros.

—¿Y cómo es esa flor?

—Es una que está muy bien cuidada y que ningún hombre ha tocado antes, sólo yo misma cuando me siento muy sola...

Datos muy decisivos sin duda.

—¿Es una muy linda?

—Creo que sí. Es más, estoy segura de que te gustará muchísimo verla...

Naruto sintió que saliva se reunía en su boca y la tragó cuando supo que, de seguir acumulándola, tendría que optar por dos únicas opciones: escupirla o atragantarse.

—Esto... ¿Y cómo se llama esa flor? —Prefirió salir de dudas de una vez por todas antes que seguir imaginando cosas que iban elevando su temperatura cada vez más.

—Empieza con la letra «V» —la formó con sus dedos para que no la confundiera con la «B»— y termina con la letra «A».

—¿Empieza con la V y termina con la A? —preguntó para confirmar. Su oído nunca fue muy bueno y menos aún estando nervioso.

—Exactamente. Y sé que cuando derrotes a Pain esa flor estará encantada de conocerte de una forma más íntima...

Los labios de él se separaron como si ya no tuvieran comisuras. Su cerebro le decía a gritos que se trataba de la parte más privada de las chicas. Sin embargo, no se atrevió a decirlo todavía. Tenía la sospecha de que Ino estaba tomándole el pelo como tanto le gustaba hacerlo.

—¿Entonces cuál es esa flor? —preguntó tras carraspear. También se tiró un poco hacia abajo el cuello de su abrigo al sentirse acalorado a pesar del intenso frío que circulaba en el ambiente.

—Tienes que adivinar.

—Es que tengo una respuesta, pero no sé si deba decirla...

—Sólo arroja con toda confianza lo que tu mente dedujo. Estoy segura de que acertarás... —contestó ella manteniendo ese fascinante tono erótico, aunque por dentro estaba divirtiéndose al máximo. Le encantaba esa dulce timidez de caballero que Naruto esbozaba.

—Está bien, liberaré lo que hay en mi mente aunque pueda equivocarme... —anunció tras dar un intenso suspiro.

—Así me gusta. No te restrinjas ni seas tan vergonzoso. Lánzate a la piscina sin miedo...

Él necesitó carraspear varias veces antes de hacerle caso. Luego infló su pecho al respirar muy profundo. Arrojaría su respuesta de una vez por todas.

—Pues la flor que está en mi mente... es la parte más íntima de toda mujer...

—¡Caíste! —Rio con ganas mientras sus perlas celestes le brillaban de un modo muy travieso—. Obviamente que me refería a una violeta. ¿Ves que empieza con V y termina con A? ¡Era facilísimo! —Se burló más animada que nunca.

—Ya sabía que alguna trampa había, pero caí igual... —dijo con una sonrisa avergonzada—. Es lo que pasa cuando tienes una mente tan pervertida como la mía... —añadió con cierta culpabilidad.

—No te culpes, tontito —dijo sobándole un brazo de manera cómplice—. Es normal que pienses en otro tipo de flor si te hablo de esa forma tan sugerente. Y además todos somos pervertidos, que lo disimulemos es otra cosa —concluyó guiñándole un ojo.

—Concuerdo en eso.

—¿Y entonces te gustaría que te dé mi flor?

—Claro porque las violetas son muy bonitas. No me extraña que sean tus flores favoritas —recordó ese dato que ella le había comentado alegremente semanas atrás.

Ella carraspeó antes de contestar. Esta vez fue su turno de sentir las mejillas acalorarse.

—Esta vez sí me refiero a otro tipo de flor... ¿Te gustaría que te la dé?

—¿Hay más flores que empiezan con V y terminan con A?

—Por supuesto que existe otra. Si derrotas a Pain te mereces un premio mucho más grande que una violeta, ¿no crees?

—Oye, no hagas tanto doble sentido que hoy ando muy mal pensado...

Ella volvió a reír.

—Es que esta vez no estoy haciendo ningún doble sentido...

Él volvió a ponerse coloradísimo. No se consideraba un hombre vergonzoso para nada, pero es que Ino podría volver tímido a cualquiera.

—Huy..., no me tientes así por favor.

—Pues yo creo que más pronto que tarde esa flor también será tuya porque me encantas...

El varón sintió que el corazón aceleraba sus latidos y que algo más daba indicios de querer levantarse. No podía creer que una frase pudiera causar un efecto así en su cuerpo.

—Tú también me encantas, Ino, en serio que me gustas mucho —dijo de un modo mucho más serio que el anteriormente distendido—. Por eso te pido que te cuides y que no te arriesgues más de la cuenta.

Ella se conmovió por la forma tan sentida en que él se lo había pedido.

—Tranquilo, amorcito, créeme que no me pasará nada. Tú tampoco te arriesgues y esa es una orden, eh. Si ves que Pain no acepta un duelo individual contra ti, retrocede con tus soldados hasta mi posición para irnos a la capital. Allí al menos tendremos la ventaja de las catapultas para resistir a sus hordas.

Él se puso firme e hizo el saludo militar.

—Como usted diga, jefa.

Al hijo de Kushina le gustaba mucho que lo mandara una mujer. No sabía por qué, pero le encantaba. ¿Quizás sentía que las chicas dominantes eran más especiales?

—Bueno, lastimosamente me tengo que ir ya —anunció la de sexo femenino—. Todavía tengo que darles mis buenos deseos a Chouji y a Sai antes de que partan a la batalla.

—De acuerdo. Una última cosa... ¿Tú y yo estaremos en bahías más o menos adyacentes, verdad?

—Estaremos a dos horas el uno del otro. Yo seré la más próxima a ti, así que no dudes en retirarte hacia mi posición si las cosas se ponen muy feas. Yo estaré en un fiordo muy estrecho tanto por mar como por tierra, así que la ventaja numérica que tendrá Pain no servirá de nada allí.

—¿Y Gaara estará al norte mío, verdad?

—Sí, aunque él estará a unas cuatro horas de ti aproximadamente. Y recuerda que si Pain llega a tu puesto...

—Enviaré jinetes para avisarles a todas las legiones y procederé con el plan prefijado.

—Exactamente.

—Bien, iniciaré la marcha en cinco minutos entonces.

—Oye, Naruto...

—Dime.

—¿Sakura irá contigo? —Junto a su pregunta no pudo evadir un ligero matiz de preocupación.

—Así es. Ya sabes que ella es una excelente curandera y ahora es parte integral de mis tropas. Ha ayudado a muchos a recuperarse de sus heridas.

A la blonda no le gustó nada de nada esa información, cosa que se le notó claramente en la mueca que formó su cara. Aún no tenía una relación formal con Naruto y no quería ser una celosa sin remedio, pero...

—Ten cuidado con ella, eh. No dejes que te engatuse.

Un brillo divertido apareció en el que tenía los ojos más azules.

—No te preocupes por eso. Gracias a ti ahora soy a prueba de pelirrosas —contestó efusivamente risueño—. Y tú también ten ojo con el paliducho de Sai, eh. Ese jetón te mira más de la cuenta.

—Tranquilo que ni siquiera irá conmigo, él acompañará a Sasuke en el asalto a la capital. Y además ya sabe muy bien que me gustas tú.

Una linda sonrisa apareció en el rostro del gran afortunado.

—Oye, Ino...

—¿Sí?

—Por favor cuídate muchísimo porque te quiero como no tienes idea. De veras.

Ella lo abrazó dulcemente, dándole rienda suelta a esa ternura interna que como soldado de Sasuke siempre debió ocultar. Estuvieron a un tris de besarse en los labios, pero a último momento se detuvieron para cumplir lo previamente acordado. No querían que Sai y Sakura sufriesen viéndolos y, asimismo, preferían que su primer beso fuese en tiempos de paz y en un lugar mucho más lindo que el concurrente.

—Yo también te quiero mucho, Naruto —dijo separándose para poder verle sus preciosos ojos azules—. Y a la vuelta te daré tu merecido premio —terminó guiñándole un ojo con toda coquetería.

—Lo esperaré muy ansioso —dijo sin dejarse dominar por la timidez esta vez—. Y juro que daré todo de mí para que lo disfrutes tanto como yo... —añadió con un tono más ronco y seductor, aunque tales cualidades surgieron de un modo totalmente subconsciente.

Segundos después, una fascinada Ino partió en dirección a sus tropas. Siempre le pareció que nada era más atractivo que una masculinidad saludable unida a un gran corazón. Y Naruto era precisamente aquello que siempre soñó.

Él, en tanto su musa se alejaba, quedó embobado mirando como esas nalgas se movían alternativamente a cada paso. Nunca entendería, en serio que no, cómo diablos un trasero femenino era capaz de ser tan hechizante.

Un poco después llegó Sakura a su lado, notando claramente que los ojos azules se habían perdido en los carnosos atributos posteriores de la blonda.

—Si sigues así te llegará la lengua al suelo, baboso —condenó sin ocultar su disgusto. Se había puesto celosa y ya no podía evitarlo.

—Oh, perdón —reaccionó dándole su rostro a ella—. En serio que no me di ni cuenta. Los ojos se me fueron solos.

—Hombres... Todos iguales. ¡Toditos!


Tras despedirse de su gran amigo Chouji diciéndose cuánto se querían y agradeciéndose mutuamente por todas las vivencias, Ino caminaba con destino al hombre más pálido que había visto en toda su vida. Era el turno de decirle adiós en más de un sentido.

—Sai, ¿estás listo para enfrentar a Danzo? —preguntó en cuanto llegó con él—. ¿No te genera un conflicto emocional luchar para derrocarlo?

El hombre de Raíz estaba revisando el filo de sus flechas con su índice. La presencia de la mujer no consiguió borrar la frialdad yacente en su rostro, pero sí que logro que dejara su acción de lado para darle su atención.

—Estoy listo —dijo sin emoción—. Aunque preferiría ir contigo en lugar de ir a la capital con el Uchiha.

—Es necesario que vayas con él. Tú conoces mejor que nadie las tácticas de Raíz. Y verte, además, puede que les genere un conflicto mental y entender que no tienen por qué ser esclavos de Danzo. Presiento que tu participación será muy importante.

Hablaron un poco más al respecto hasta que Sai lanzó una pregunta muy directa. Así era él, no se andaba con rodeos.

—¿Vas a emparejarte con Naruto?

—Si él quiere así será. Y eso es algo muy probable por cierto.

Silencio. Sai seguía sin expresar nada.

—¿Y nosotros? —preguntó tras algunos segundos.

—Yo siempre seré tu amiga si así lo deseas. Seremos dos personas que se desean lo mejor el uno al otro y se apoyan cuando es necesario —añadió por si él aún no encajaba bien el concepto de amistad—. No todo tiene por qué terminar en amor o sexo. La amistad también es muy valiosa, a veces incluso más que el amor porque éste se termina la mayoría de las veces. En cambio la verdadera amistad nunca se termina.

—No me interesa ser tu amigo, Ino. ¿Conformarse con amistad cuando uno quiere mucho más? Eso es como humillar al otro, ¿o me equivoco? —A pesar de que era un claro reclamo, su voz y su gestualidad siguieron tan neutros como siempre. Aún le era difícil dejarse llevar por las emociones, aunque pretendía hacerlo a medida que la inminente discusión avanzara.

—No lo tomes así.

—Lo tomo así porque yo no quiero ser tu amigo sino tu hombre.

—Sai..., no me hagas más difícil esto.

—¿Qué es lo que no te gusta de mí? Puedo cambiar lo que quieras.

—Es que no se trata de que te amoldes a lo que yo quiero. Se trata de que debes ser tú mismo, de que dejes correr tus emociones sin filtros. Y ciertamente has progresado, pero más lento de lo que yo presuponía —explicó de esa forma que su falta de sensibilidad no lo hacía atractivo para ella—. A mí me gustaría estar con un hombre como Naruto, alguien que sí entienda las emociones, alguien que sí me comprende, alguien que quiera formar algo que va más allá de tener meras relaciones sexuales.

Sai sonrió. Era una sonrisa irónica.

—¿Pero qué tiene de malo el sexo por placer? Tú misma admitiste que el dibujo de mi pene te había gustado. Y si es así puedo mostrártelo aquí y ahora —dijo llevando una mano a la bragueta, dispuesto a subir el cierre si ella así se lo indicaba.

Ella se volvió ojiplática para después endurecer sus facciones a tope. Le desagradó su comentario, pero aún más la acción que pretendía hacer.

—A ver, esa vez me pillaste volando bajo porque antes me habías dado unos dibujos muy bonitos. Sé que tu intención era dejarme envuelta en una nube de agradecimiento para que yo no respondiera mal. Trabajaste de antemano mi reacción porque también eres espía y sabes cómo manipular. Sin embargo, déjame aclararte que para cualquier otra mujer un dibujo de tu pene habría sido una falta de respeto muy desagradable, y es aún peor que quieras mostrármelo ahora. Agradece que yo ya estoy curada de espantos y que sé que tu mente no funciona correctamente. Y en segundo lugar... ¿En serio crees que mirar tu pene me convencerá de tener sexo contigo? ¿Tan dañado estás mentalmente?

La mano de Sai soltó el cierre y volvió a su ubicación original en un bolsillo. Aunque nada expresaba por fuera, le sorprendió que Ino reaccionara así.

—Naruto lo tiene pequeño. —Decidió ignorar lo dicho por ella e insistir en el tema anterior—. Se lo vi mientras orinaba.

—¿Le anduviste tasando el bulto? —dijo anonadada—. ¿Eres homosexual o qué onda?

—No fue a propósito, simplemente fuimos a orinar al mismo tiempo y por curiosidad se lo miré. Es una cosita tan chica que da vergüenza ajena.

Ino se sintió incómoda. Normalmente tenía respuesta para todo, pero en un caso tan bizarro como este no sabía cómo responder. Tuvo ganas de defender la honra de Naruto, pues no era un secreto que los hombres siempre le daban importancia al tamaño. Tenerlo grande era una prueba innegable de virilidad.

—No me extraña que Naruto sea humilde a pesar de ser tan fuerte. El tamaño influye en la psiquis de un varón ya sea a nivel consciente o inconsciente. Por eso los hombres con el pene grande suelen ser egocéntricos por naturaleza. En cambio los que lo tienen pequeño tienen problemas de autoestima; se sienten menos hombres. Es parecido a lo que sienten las mujeres con los senos pequeños, con poco trasero o poca belleza. Esos defectos les merman la confianza.

«Bueno, eso explicaría perfectamente por qué Sasuke es tan egocéntrico...», pensó Ino al evocar imágenes nada pudorosas. Muchas veces su azulada vista, por culpa de ese algo llamado instinto, aprovechó de delinear sin tapujos el miembro de su superior mientras él dormía a la intemperie. De todas formas no sentía que fuese culpa suya el ser una mirona sin remedio, la culpa la tenía el Uchiha por tener algo tan llamativo entre las piernas o, en último caso, los pantalones que insistían en ceñírsele justo en su zona más privada.

—¿De dónde sacaste esa teoría? —atinó a preguntar tras dejar sus procaces pensamientos atrás.

—No olvides que en Raíz también nos enseñaban sobre la mente humana. Cosas tan simples como molestar a un camarada por el tamaño de su pene servía para hacerlo sentir inferior a ti y tener una ventaja psicológica desde el principio. Y eso es lo que haré con Naruto, lo molestaré cada vez que pueda.

Ino prolongó una «M» en sus labios.

—Tal vez esa hipótesis sea verdad, pero no lo creo. Naruto tiene muchísima confianza en sí mismo, es evidente que problemas de autoestima no tiene.

—Compensa su falo diminuto con su fortaleza como guerrero. Evidentemente así soluciona su problema.

—O bien puede que sea pequeño en tamaño natural, pero que parado se vuelva gigante —teorizó con una sonrisa mientras defendía la honra de su futuro novio. No es que le importara el tema en realidad, le daba igual si Naruto lo tenía grande o corto, pero sintió como su deber defenderlo siquiera una vez.

—Lo dudo muchísimo. Me juego el cuello a que Uzumaki, con mucha suerte, llega a los nueve centímetros en erección. Él no te hará gozar como lo haré yo con mis veinte centímetros.

—¿Veinte centímetros? Pero si es para engendrar vida, no para quitarla. —Se rio con ganas. Su lado bromista había salido a flote otra vez.

Sai interpretó su risa como incredulidad.

—Si no me crees puedes medírmelo ahora mismo —necesitó puntualizar.

—No es que no te crea el tamaño que dices, es que no te creo que puedas estar tan dañado mentalmente como para creer que te voy a elegir a ti por tener el pene más grande. No sé qué tamaño ostenta Naruto, pero te aseguro que eso es lo que menos me importa.

—Mientes. A todas las mujeres les gustan los penes grandes. Es absurdo que lo niegues.

—Claro que es preferible uno grande que uno reducido, pero ninguna mujer, o por lo menos ninguna cuerda, va a tener una relación de pareja sólo porque ese hombre tenga grande a su amigo.

—No te entiendo. Pocos pueden alardear veinte centímetros. Estar con alguien que lo tiene así de voluminoso es una oportunidad escasa. ¿En serio vas a desperdiciarla?

—Uf... —resopló con verdadero hastío—. ¿Acaso debo repetirte lo que te dije antes? No me importa que lo tengas más grande que Naruto, de veras —añadió la muletilla del blondo a propósito.

—Sigo sin entender —dijo confuso por dentro, pero tan neutral como siempre por fuera—. Uzumaki no solamente tiene el pene más chico que un gato famélico, también es más feo. No me negarás que esas marcas en su cara lo afean, ¿verdad? ¿O serás tan hipócrita como para decirme que su rostro es más lindo con esas marcas?

—Su rostro no es más lindo por sus marcas, pero es algo que lo hace especial, diferente. Y me gusta eso; para mí sí es guapo. Además, ¿en serio vamos a tener una conversación tan superficial? Pensé que en estos dos meses habías aprendido a tener más profundidad emocional, pero por lo visto me equivoqué completamente —dijo en tono decepcionado.

—Es que no sé qué más hacer para que estés conmigo en lugar de Naruto, así que reacciono de la única forma que conozco bien. No sé cómo explicarte que me duele mucho el pensar que puedes estar con él. Siento una punción honda en mi pecho. —Se lo tomó a modo de ejemplificación—. Tú que te ufanas de entender las emociones, ¿no te das cuenta de eso?

La sonrisa que tenía Ino en sus labios se borró, adoptando una línea más recta y tensa.

—¿Es cierto lo que dices...?

—Claro que es cierto. De lo contrario no intentaría hacerte ver las ventajas que tengo por sobre Naruto. Me daría exactamente igual que te vayas con él. ¿O qué más puedo hacer para convencerte de que estés conmigo?

—Oye, me dejas anonadada... —musitó pues hasta ahora nunca le dio alas al pensamiento de que él pudiera verla más allá del sexo.

Se hizo un silencio que le resultó exasperante a Sai, por ende perdió la paciencia por primera vez en demasiados años. Después de todo eso también formaba parte de liberar emociones, ¿o no?

—¿Qué tiene Uzumaki que no tenga yo?

Ella parpadeó dos veces rápidamente. Su mirada lucía su sorpresa.

—No voy a hacer comparaciones porque eso no tiene sentido. Cada uno de ustedes es único y especial.

—Pero a tu juicio él es más especial que yo, ¿no es así?

—Que tenga más química con él que contigo no significa que tú seas menos especial. No te hagas esa idea equivocada. Simplemente congenio mejor con Naruto; tiene una simpatía única, su ingenio es vivaz y me es muy agradable conversar con él. Pero tú también me caes bien y por eso mismo he tenido mucha paciencia contigo. Sé que los de Raíz no saben relacionarse como seres humanos normales porque están muy dañados a nivel mental.

Sai no se convenció nada de nada.

—¿Es porque estoy cojo?

Lamentablemente para él la herida de su rodilla, la que fue causada por Sasuke a bordo de Jiren, no logró sanar del todo. Rengueaba inevitablemente y por eso prefería estar a bordo de su caballo en lugar de caminar. Se sentía menos vulnerable, más respetado galopando que cojeando en tierra firme.

—Te prometo que eso no tiene nada que ver —afirmó con una seguridad a toda prueba, tanta que Sai no fue capaz de ponerla en duda aunque esa fuera su primera intención.

—¿Lo prefieres porque es más fuerte que yo? ¿Es eso?

—No tiene nada que ver —insistió.

—¿Naruto es mejor que yo, acaso? Dime la verdad sin sedantes. —Lógicamente no se refería a los fármacos actuales, sino a las plantas que en sus tiempos se empleaban para aliviar los dolores.

—Pienso que es mejor que tú comprendiendo las emociones y siendo buena gente, pero eso no quita que tú también puedas ser así en un futuro. —Se ajustó de mejor manera la horquilla roja que sujetaba su pelo por el lado izquierdo—. No quiero que te quedes con la idea errónea de que Naruto es mejor que tú porque eso es muy relativo. La mujer correcta siempre te considerará el mejor hombre para ella, creo yo.

—No te entendí nada de nada. ¿Todas las mujeres son igual de confusas?

—Ni idea la verdad. Lo que sí sé es que en mi sentir no influye ninguna ventaja que me puedas ofrecer. Se trata de química, por lo menos para mí es así. Y con Naruto me siento más cómoda y feliz que contigo. Es tan simple y complejo como eso —dijo una contradicción, pues Sai no las entendía. Habitualmente una persona confundida intentaba aclarar el embrollo que proseguir con la discusión anterior. Eran enseñanzas básicas de espía para cambiar temas incómodos y dejarlos atrás. ¿Resultaría ahora?

—Formularé mi pregunta anterior de otra manera: ¿por qué no quieres estar conmigo?

Ino tuvo la idea de que vio un poquito de rencor en sus ojos, por lo menos por un plazo tan corto como un par de segundos. No deseaba que él sintiera eso hacia ella, por lo cual intentaría explicarse de un modo más simplista aunque tal vez más certero. A lo mejor se estaba enredando vanamente en el intento de no hacerle daño.

—Sai, me da miedo estar contigo. En cambio Naruto me da una seguridad que tú no. Entiéndelo por favor.

—¿Miedo por qué? ¿Piensas que te haré daño?

—Efectivamente, pero no porque quieras hacérmelo. A veces las personas causamos daño sin darnos cuenta y eso es algo muy probable en tu caso porque todavía no sabes qué hiere y qué no. Te cuesta mucho entender las emociones.

—Con ese argumento me estás diciendo que jamás debí aceptar tu propuesta de entenderlas. —Sintió que una comezón surgía en su frente, pero controló hábilmente las ganas de rascarse—. Hay algo que me duele aquí en el pecho y eso es por tu exclusiva culpa. Mi vida era tranquila dentro del vacío, no tenía sobresaltos hasta que apareciste tú y tus cuentos de que tener emociones era mejor que no tenerlas, pero en realidad me mentiste porque son una completa basura.

—Sai...

Él, dispuesto a dejarse llevar por sus impulsos, la tomó del costado de los brazos. Tenía ganas de zamarrearla y lo hubiera hecho de no tener un autocontrol prácticamente de máquina. Incluso los momentos en que se dejaba llevar los elegía a voluntad propia, no porque realmente se liberara. Sin embargo, estaba dispuesto a cambiar aquello por ella. Sólo por ella.

—¿Por qué no valoras todo lo que he hecho por ti? He tratado de entender las emociones, de liberarme de ataduras, de volver a ser el niño que alguna vez fui... Pero ni siquiera eres capaz de valorar todo lo que intento hacer por ti.

—Sai..., por supuesto que lo valoro. ¡En serio que lo valoro muchísimo! —exclamó mientras era ella quien lo zamarreaba desde sus brazos—. Pero eso no me obliga a ser tu pareja. Si quieres desatar tu humanidad hazlo por ti mismo, no por mí.

—Si no fuera por ti no intentaría recuperar mi humanidad.

—Es que ese no es el modo correcto. No tienes que hacerlo por mí sino por ti.

—Quizás mi modo no sea el correcto, pero tú eres la única motivación que tengo. ¿Cómo explicarte que me gustas, Ino? Me gustas de verdad —reiteró con un poco de emoción en su voz, aunque apenas notable todavía—. Te he regalado dibujos porque no sé como cortejarte, no entiendo la dinámica humana del apareamiento o del romance. Tengo problemas con eso, pero intento cambiar y lo sabes perfectamente. Mi única forma de mostrarte cuánto me interesas es darte dibujos y hacerte ver que yo tengo más ventajas que Naruto.

—Sai..., en serio que yo aprecio muchísimo tus dibujos y que también me hayas dado un par de clases en nuestro tiempo libre. Y aunque yo me considero talentosa y versátil, nunca podría hacer bocetos tan lindos como los tuyos. Eres un gran artista y lo serías aún más si pudieras liberar tus emociones libremente. De hecho no sé si lo has notado, pero la perspectiva que ahora empleas en tus dibujos es cada vez más cercana. Y ahora te incluyes a ti en los paisajes también. Me encanta eso.

Ino se había percatado de algo más importante de lo que parecía a primera vista. En psicología del dibujo, y específicamente en lo concerniente a Sai, sus ilustraciones siempre pequeñas y alejadas representaban que su psiquis era incapaz de involucrarse más en su entorno. ¿Y cómo implicarse si desde niño le enseñaron a despersonalizarse y marginar cualquier tipo de emoción? Lo positivo dentro de lo malo era que paulatinamente iba adoptando al primer plano como la norma de sus dibujos, volviéndose éstos grandes y detallados porque cada vez se sentía más libre de encontrar su lugar en el mundo. Un mundo que sí le permitía profundizar en sus emociones, que sí le dejaba ser humano.

Así también, el hecho de incluirse en sus trazos era otra señal de que empezaba a comprenderse a sí mismo. Estaba superando a la apatía por medio de un renovado autoconcepto. Uno en que ya no era solamente una herramienta al servicio de Danzo sino un ser humano que también podía sentir a fondo, que también podía aspirar a la felicidad, que tal vez incluso era capaz de amar.

Ambos jóvenes empezaron a recordar, en silencio y al mismo tiempo, los lindos momentos de descanso en que Sai aprovechó de enseñarle a la blonda cómo dibujar. Y Yamanaka, mientras intentaba bosquejar algo siquiera un poco digno en ese entonces, le devolvía la mano explicándole muchas cosas sobre las emociones.

—Me has dicho que soy un gran artista... —hizo el gesto de hacer un dibujo en el aire—, ¿pero de qué vale este talento si no me sirve para estar contigo?

—Ay, Sai... —musitó entristecida. No quería hacerle daño, de verdad que no—. ¿Tanto te tienta que sea una mujer virgen todavía?

Él negó con su cabeza una vez.

—Ya no se trata de ser tu primer hombre, te lo aseguro. Quiero tener una relación seria contigo, quiero que dejes de mirarme como si estuviese hecho de piedra, quiero que me des la oportunidad de demostrarte que puedo hacerte feliz y que me importas de verdad. Eso quiero.

Ino se rascó la frente, moviendo su mechón de un lado a otro como un efecto colateral.

—Hasta ahora me has dicho que te gusto porque te parezco linda físicamente, pero nunca me has dicho algo de mi carácter, de mi personalidad, de mi forma de ser.

—¿Y cómo quieres que lo haga si todavía no sé bien cómo expresar mis sentimientos? Si tan solo existieran libros que me ayudaran a entenderlos te juro que me los pasaría leyéndolos todo el día. De hecho tú misma has visto que hago anotaciones en mi libreta cada vez que aprendo algo nuevo. —La sacó desde un bolsillo y luego volvió a guardarla en el mismo lugar—. No sé muy bien de qué forma decírtelo, pero voy a intentarlo: me agrada lo risueña que eres, me gusta tu simpatía, me gusta que seas una buena persona sin que eso te haga caer en la ingenuidad, me gusta lo fuerte que eres, me gusta la persona que eres.

—¿Es verdad lo que me dices? ¿O sólo intentas manipularme con los juegos psicológicos que aprendiste en Raíz?

—Si me has conocido siquiera un poco durante este par de meses entonces ya deberías saber la respuesta, pero veo que siempre vas a poner en duda mis palabras. Por eso mismo no intenté decirte que me gustas mucho más allá de lo físico; sabía de antemano que no me creerías. Aun así piénsalo unos segundos: ¿crees que te diría todo esto si sólo quisiera acostarme contigo? Si fuera por sexo me daría exactamente igual que estuvieses con Naruto o con cualquier otro.

Un pequeño silencio dominó a la boca femenil.

—Sai..., yo no sé que decirte la verdad. Aunque me sorprendes bastante, también te agradezco mucho que valores mis cualidades y que tengas un bonito concepto de mi persona.

—Yo no lo agradezco tanto porque cuando te vi con Naruto sentí algo feo.

—¿Qué cosa?

—No sé..., una especie de pinchazo en el pecho, un tipo de rabia que nunca había sentido y que se me hace inexplicable. Por eso en la playa intenté separarlos, no quería verlos besándose. No quería. Y nunca querré presenciar eso.

Ino se estremeció. Esa vez se molestó gracias a que Sai la interrupió en el momento más inadecuado, pero su fastidio le impidió percatarse de que él había vivido, por vez primera, una emoción tan visceral como lo eran los celos. ¿Cuántas veces no los sintió ella cuando vio a Karin acaramelada con Sasuke?

¿Acaso existía algo más punzante que ver a la persona que quieres besándose con otra persona? Era muy normal y comprensible que Sai quisiera impedir esa visión a toda costa. Era otra señal más de que comenzaba a humanizarse.

—Como siempre te muestras tan frío yo no pensé que te dolería mi interés por Naruto. Lo siento mucho de verdad. Nunca fue mi intención causarte celos porque yo sé de primera mano lo dolorosos que son.

—Si no quieres causarme dolor entonces dame una oportunidad, Ino. Dame siquiera tiempo para demostrarte que puedo ser un hombre de bien, un hombre que puede cuidarte, un hombre que no quiere solamente follarte sino amarte y cuidarte como te lo mereces.

—Sai... —Quedó atónita—. A mí me gustaría mucho que sigamos siendo amigos, pero si tú no quieres tendré que alejarme de ti por tu propio bien. Por lo que sé hacer contacto cero siempre es una buena medida para sanar heridas del corazón.

—¿Alejarte? Siquiera bríndame unos meses y verás que puedo darte tanta o más seguridad que ese Uzumaki de verga pequeña. Dame al menos esa oportunidad. ¿O tanto te cuesta aguardar un poco más? Toma noción de que si no me esperas me quedaré por siempre con... ¿Cómo se llama esa emoción?

—¿Incertidumbre? ¿Inquietud? —postuló ella las dos alternativas más probables.

—Si no me esperas me quedaré por siempre con la incertidumbre de qué pasaría si hubieras conocido a mi verdadero yo. Por lo menos permíteme librarme de eso, permíteme demostrarte que puedo ser el hombre ideal para ti.

—¿En serio no estás aplicando tus recursos de espía a través de una actuación? ¿De verdad vas a sentir ese tipo de dolor si me ves ennoviada con Naruto?

—¿Tanto te cuesta aceptar que no soy de aserrín? Me dijiste que deseabas ayudarme a tener emociones, a ser más humano, pero en el fondo me sigues viendo como si fuese una máquina sin alma.

—Sai..., perdóname. De verdad que nunca fue mi intención hacerte daño. Cuando te propuse abrir tus emociones pensé que las abrirías al mundo entero, no solo para mí o por mí. En ese tiempo yo todavía no me fijaba en Naruto y nunca pensé que me sentiría tan atraída por él, de lo contrario habría evitado esto desde el principio.

—El problema es que ya no lo evitaste —espetó—. Y honestamente sigo sin entender para qué demonios sirven las emociones. ¿Para qué tenerlas si me haces daño cada vez que mencionas al Uzumaki? ¿Para qué tenerlas si el pecho se me oprime al pensar que estarás con él?

La blonda entreabrió su boca como si las comisuras se le hubiesen aflojado de repente. Para colmo tenía un poco de saliva acumulada, misma que estaba a punto de escurrir por sus labios. Por suerte, le tomó sólo dos segundos darse cuenta de que debía cerrarlos de nuevo para no parecer una retardada.

—Te doy mis disculpas otra vez. En serio que me siento muy apenada —dijo bajando su preciosa mirada de tono celeste—. Yo siempre he pensado que tener emociones es mejor que no tenerlas, pero quizás para alguien como tú, alguien que pasó toda su vida deshaciéndolas, lidiar con todo esto es demasiado dificultoso como para que valga la pena —añadió tristemente mientras volvía a darle los ojos.

—Valdría la pena si tú decides estar conmigo —corrigió observándola fijamente a la par de sentir unas ganas inmensas de besarla—. Desde que traicioné a Danzo ando buscando una razón para seguir viviendo, pero no seré capaz de hallarlo sin ti. Quiero que tú seas el sentido de mi vida, Ino Yamanaka.

Los luceros zarcos tambalearon. Sai se le hacía muy difícil de descifrar por el daño mental que tenía. Hacía muy poco intentaba usar lo del pene grande a su favor, pero ahora sus argumentos asomaban mucho más contundentes y lógicos. Además se notaba emocionado y no podía atribuirlo al mero acto de fingir. Eso sabía reconocerlo a leguas. El castaño estaba siendo sincero, descubriendo, de paso, nuevas fronteras en cuanto a lograr la libertad de sus propias emociones.

—Me siento muy honrada con tus palabras, de verdad te lo digo, pero nunca debes dejar que alguien se vuelva el sentido de tu vida. Es muy peligroso que una persona se vuelva tu todo porque cuando se vaya no te quedará nada. En la vida siempre tiene que haber un balance; incluso en algo tan fuerte y desmedido como el amor debe haberlo. Si no ese sentimiento que tan lindo es en un principio, puede cambiar hacia una insana obsesión.

Sai solía ser inexpresivo en todo momento, pero esta vez echó una mirada hacia su propio pecho. Parecía estar buscando algo. ¿Su corazón tal vez?

—Creo que entiendo eso —enunció alzando su faz de nuevo—, pero me gustaría mucho que me dieras la oportunidad de mostrarte que no soy este cascarón vacío que Danzo hizo de mí, sino alguien que siente mucho, un hombre que quiere aprender lo que es la felicidad para poder aplicarla contigo. Quiero darte todo de mí y que tú me des todo de ti, pero, por encima de todas las cosas, lo que más ansío es hacerte feliz.

—¿Hacerme feliz? —dijo notoriamente sorprendida. El antiguo Sai le habría dicho «para ser feliz yo». No la habría puesto en primer lugar a ella ni con miles de flechas apuntándolo.

—Te lo juro por quien quieras. Por ti, por mí, por Danzo, por Sasuke, por quien sea.

—Sai...

—Quiero que construyamos felicidad juntos, verte reconfortada entre mis brazos y deseosa de estar a mi lado. Quiero que tú llenes mi mente cada día y que tu mera existencia me inspire a ser el mejor hombre de todos —dijo con... ¿Ilusión? Por primera vez desde que se inició la charla le brillaron los ojos, cosa que estaba dejando anonadada a Ino.

Como Yamanaka quedó sumida en un estado de perplejidad, el castaño continuó hablando tan inspirado como cuando trazaba en sus hojas la curvilínea figura de la rubia.

—Antes de que estés con Naruto piénsalo muy bien. Sólo eso te pido. Después de la guerra quiero que me des una chance y entonces te mostraré de lo que soy capaz por ti.

—Sai... —musitó conmovida. El hombre de Raíz realmente ansiaba estar con su persona; en cambio Naruto no parecía tan dispuesto a luchar con tantas ganas por ella ni a dejarse llevar por una pasión desenfrenada. De hecho él mismo le había admitido un tiempo atrás que Sakura aún revoloteaba un poco en su corazón...

—Por ti incluso soy capaz de retar a un duelo al verga chica. Si eso me hace conseguir tu amor estoy más que dispuesto.

—¿Acaso te volviste loco? —cuestionó asustada, sus zafiros expresando aquello claramente—. Sabes que no tienes posibilidad contra él y menos aún estando cojo. Sería un suicidio.

—¿Y qué? A la muerte no le temo, a lo que temo es a la vida sin ti.

Ino tragó en seco. Claramente Sai no era un poeta ni pretendía serlo, pero tanto sentir fulgurando lo había hecho hilar una frase digna de uno.

—Yo no quiero llevar tu muerte sobre mi conciencia.

—No tienes por qué llevarla. Es mi decisión, no la tuya.

—Para, Sai. —Hizo un ademán antes de continuar—. Yo no quiero que pierdas tu vida por tratar de conquistar mi corazón. Eso no tiene sentido.

—Claro que lo tiene, así puedo demostrarte que me interesas de verdad. ¿No te das cuenta de que tú eres la única persona capaz de entenderme? Tú eres la única esperanza que tengo de poder entenderme a mí mismo y a mis emociones.

—Pero muchas mujeres...

—No me des consuelos tontos —interrumpió decididamente—. Yo quiero que seas tú. A ti te necesito, a nadie más que a ti —agregó con desesperación—. Parece que todavía no asimilas eso.

Ino apretó los labios. Por un lado se sintió muy halagada de que Sai estuviese dispuesto a luchar por ella contra un hombre tan fuerte como Naruto, pero por otro lado el cambio dado por el castaño la desorientó. Ahora mismo no sabía qué decirle o qué hacer para que quedase conforme. ¿Debía esperar a ver cómo evolucionaban las cosas con él o decidirse definitivamente por Naruto?

Y peor que eso... ¿Por qué estaba en esta encrucijada cuando la invasión de Pain se concretaría mañana mismo? ¿Sería porque las emociones surgían a toda potencia ante un gran peligro? Sí, eso era lo más probable.

—Sólo te pido que me des más tiempo, que me des la oportunidad de luchar por ti. Después de eso aceptaré lo que suceda y no te insistiré más, pero por lo menos déjame mostrarte al Sai verdadero, a ese ser enjaulado que guiado por ti quiere volar libremente. Por favor... —pidió con un tono que ella jamás le había escuchado. Fue conmovedor. Realmente lo fue.

La líder de los Yamanaka clavó sus luceros en los de Sai, notando el destello vibrante que existía en ese refulgente pardo ocular. Sintió, por primera vez desde que lo conoció, que frente a ella estaba un hombre que había dejado atrás todas sus caretas, de que por fin volvía a tener la personalidad que el rey Danzo le arrebató.

¿Sería capaz de cortarle de cuajo la primera posibilidad de ser feliz que tenía en toda su vida? ¿O acaso era la mujer indicada para Sai y éste el indicado para ella?

«¿Por qué las cosas románticas tienen que ser tan complicadas?», se quejó después de ingerir un cúmulo de saliva que le supo ácida.

—Sai, me has puesto en un jaque difícil de resolver. Yo ya me proyectaba con Naruto, lo sigo haciendo de hecho, y aunque te duela oírlo él es mi gran prioridad. Él me gusta mucho, pero... —Quiso seguir parlando, pero las palabras se atascaron en su garganta.

—Continúa... —exigió llenándose de expectativas; unas que, nuevamente, sintió por primera vez en su vida.

—Mira, por ti esperaré noventa días antes de estar con Naruto. A mí también me gustaría ver qué sucede con nosotros, averiguar cómo evolucionan tus sentimientos, y ese me parece el plazo más justo. Pero, por favor, quiero que aceptes mi decisión si después de ese tiempo lo elijo a él antes que a ti. Nada de retos a muerte, ¿de acuerdo? Si aceptas esa condición entonces veremos qué pasa en el futuro.

Sai plasmó una sonrisa. No era una efusiva, pero destacaba por su brillante sinceridad.

—Gracias por darme una oportunidad y también por la gran paciencia que has tenido conmigo. Aunque todavía te cueste creerlo quiero que seas la mujer más importante de mi vida. Prometo esforzarme y poner todo de mi parte para hacerte feliz y demostrarte que te has vuelto muy importante para mí. Cuídate mucho y regresa a salvo de la batalla.

—La oportunidad te la ganaste porque he notado tu esfuerzo por progresar como persona. Empezaste mal con el asuntito del pene grande, eso sí, pero veo que ya eres capaz de comprender que no todo se reduce al sexo. Además me alegra ver que tu capacidad para socializar ya no está tan atrofiada. Hablas mucho más que antes y eso me gusta —comentó felizmente. Ir anulando su laconismo era otra prueba más de que realmente quería estar con ella—. Y por supuesto que regresaré a salvo y haz lo mismo tú también. Ni se te ocurra morirte, eh.

—Ahora menos que nunca.

Ella le regaló una sonrisa tan linda como cómplice.

—Te deseo toda la suerte del mundo, Sai.

—Nos veremos después, Ino.

La soldado se retiró en dirección a sus tropas. Intercambió unas cuantas palabras más con sus subordinados, se subió al lomo de Trébol y, dando un potente grito, dio la orden de emprender la marcha.

La cuenta regresiva para enfrentar a Pain y sus hordas por fin se había iniciado.


Continúa enseguida.