¡Hola y muy buenas! Como ya saben a veces publico una actualización doble (o triple inclusive) para facilitar un poco la lectura a quienes no les interesan las tramas secundarias. En el capítulo anterior, precisamente, avanzo la historia de Kiba con Hanabi y también las de Ino con Sai y Naruto. Si en cambio sólo sigues la historia principal parte la lectura desde aquí.
Por cierto aviso que, aunque siempre introduzco largas escenas sasuhina, en este capítulo no tendrán tanta participación como de costumbre. Esto porque ya va llegando el final de esta historia y tengo que ir cerrando las historias de los personajes secundarios ;)
Por último quiero dedicarle este capítulo especialmente a MariaCB por su review tan motivante. Muchísimas gracias por hacerme saber tu opinión, por sacarme una gran sonrisa y hacer que escribir sea aún más agradable. Para mí es un tremendo gustazo ver que a una nueva lectora le guste tanto esta historia y que incluso te haya hecho reflexionar. Leer eso es genial pues más allá de que esto sea un pasatiempo, he invertido un buen tiempo tratando de hacer una lectura digna de este grandioso fandom. Yo también creo que esta pareja se nos hace interesante porque al ser tan opuestos nos podemos identificar con cosas de ambos. Más de una vez he escuchado eso de que a veces somos Hinata y a veces somos Sasuke xD.
Al resto saludos gigantes y muchísimas gracias por el apoyo. ¡Hasta la próxima!
Vocabulario:
Gemebundo: Que gime profundamente.
Taumaturgia: Facultad de realizar prodigios.
Taumatúrgico: Perteneciente o relativo a la taumaturgia.
Ristre: Hierro fijo al peto de la armadura donde se afianzaba, mediante una manija y un cabo, la empuñadura de la lanza.
Narina: Cada uno de los orificios nasales externos.
Nimiedad: Pequeñez, insignificancia.
Cariparejo: Dicho de una persona: De semblante que no se inmuta por nada.
Esclava Sexual, Capítulo Quincuagésimo tercero:
Gaara vs Pain
El clima era muy frío, tanto que aquel sin ropas adecuadas estaría temblando profusamente. El viento soplaba de una manera que Hinata no veía desde varios años atrás. Rugía en realidad. Lo lóbrega de la noche funcionaba como un telón perfecto para contar historias de terror alrededor de una fogata. Sin embargo, el mayor terror podrían vivirlo al día siguiente si no eran capaces de vencer a Danzo y sus tropas de Raíz.
Cabalgando sobre Shakma y abrazando a su novio que fungía como conductor, Hinata miró hacia el lejano horizonte cuyo cielo lucía aún más oscuro que una noche sin luna, merced a estar repleto de nubes muy grises. O bien mañana llovería a raudales, se produciría la última nevazón del invierno o, mucho peor que lo anterior, caerían fuertes granizos que los pillarían a campo abierto. Las dos primeras opciones no eran especialmente alentadoras, pero sin dudas resultaban mejor que la última.
Desde temprano la caravana de guerreros que atacarían el castillo de Danzo avanzaron a paso firme, aunque cuidadosamente, a través del camino que llevaba hacia la capital. Les había tomado muchas horas trasladar las catapultas y las torres de asedio por lo pesadas que eran, pero finalmente, ya con los primeros retazos de luz selenita, llegaron al lugar en que Sasuke deseaba pernoctar: una planicie ideal para defenderse en caso de un ataque sorpresivo.
Los soldados, obedeciendo las órdenes de su general, se dividieron las diferentes tareas con la habilidad propia que daba la experiencia. Montaron rápidamente las tiendas de campaña, posicionaron patrullas vigilantes y más allá cavaron una serie de hoyos que servirían como letrinas para sus necesidades básicas. Como culminación, fogatas alumbraron los distintos sectores de la explanada.
Ya sentada sobre el piso y frente al fuego que le compartía su calor, Hinata veía cómo a lo lejos Sasuke seguía dando órdenes por aquí y por allá. Otros soldados, en tanto, empezaron a dorar sus raciones de carne seca mientras algunos músicos amenizaban el ambiente tocando ocarinas y guitarras. Aun así el ambiente no tenía el aire festivo que hubo en batallas anteriores; una muestra más de que mañana aguardaba un día terrible.
Finalmente, ya más avanzada la noche y con la música apagándose paulatinamente, Sasuke llegó junto a su musa. Los guardaespaldas de ésta quedaron libres, largándose a comer o dormir según el caso.
El líder rebelde se sentó al lado de ella, se sacó los invernales guantes de lana que Hinata misma le había tejido, los dejó a un lado y estiró las manos hacia la fogata a fin de sentir el calor del fuego ardiendo.
La hija de Hiashi lo observó de reojo. Su novio estaba a su lado, pero al mismo tiempo parecía no estarlo. Se veía abstraído, meditabundo. Le hubiera encantado leer mentes para saber qué pasaba por su cabeza. Como la única forma de averiguarlo era entablando plática, decidió deshacer el silencio y realizarle diversas preguntas. Él salió de su ensimismamiento aclarando sus dudas, pero de una manera sucinta. En tiempos actuales se hubiere dicho que respondía en piloto automático.
—Sasuke, no te siento como siempre. —Se decidió a exponer lo evidente—. Sé que hay una batalla decisiva muy pronto, pero que estés tan lacónico me turba los nervios. En las batallas anteriores nunca te vi así; estabas motivado o enojado. Ahora en cambio luces preocupado. ¿Dudas de la victoria?
—Mataré a Danzo aunque sea lo último que haga, pero reconozco que hay dos cosas que sí me inquietan.
—¿Cuál es la primera?
—Tú. —La miró fijamente antes de proseguir—. Todavía estás a tiempo de arrepentirte —dijo refiriéndose a participar en la última batalla contra el rey. Hinata lo captó enseguida.
—Ni loca —renegó moviendo enfáticamente su cabeza—. Me costó muchísimo convencerte de que me dejaras participar.
—Ni siquiera sé porque me dejé persuadir; me pillaste volando bajo seguramente. Supongo que me impresionó cómo fuiste capaz de desafiar a tu padre a un duelo.
—Lo que pasa es que ahora me respetas más que antes —teorizó acertadamente—. Y gracias a eso podré demostrar de lo que soy capaz. Voy a ser una guerrera y este será mi bautizo.
—Este será tu bautizo en batalla, efectivamente, pero ahora mismo te noto inquieta. —Para darle más veracidad indicó como los pies de Hinata se movían de un lado a otro, empleando una coordinación nerviosa que hacía chocar la punta de sus zapatos de forma constante.
—Es verdad que ando inquieta... —aceptó ella tres segundos después—, pero no me puedes negar que tus soldados tampoco se ven tan tranquilos como siempre. Desde que salimos de la ciudad del lago he oído la palabra «Raíz» una y otra vez...
—Es normal eso. Lo conseguido hasta ahora parecerá sencillo cuando los enfrentemos a ellos.
—¿Tan hábiles son? —No pudo evitar que un ligero temblor de voz apareciera junto a su pregunta.
—Los soldados de Raíz no sienten miedo; no protestan; no les importa sacrificarse; no razonan por sí mismos; no les importa el dinero; no se rebelan ante órdenes injustas... Esa es la actitud que los hace tan peligrosos, la clase de conducta que gana guerras. Son autómatas más que hombres. Si esta nación triunfó sobre la tuya en gran parte se debe a méritos de Raíz.
—Ya veo... —musitó Hinata, reacomodando la posición de su cuerpo como si eso funcionará también para la incomodidad que sentía en el alma.
—De todas formas usaremos a Sai como un as bajo la manga. Él era el miembro más importante de Raíz y ahora está luchando por la rebelión. ¿Cómo crees que el resto de ellos se toman eso? Alguna duda deben sentir al ver que un ex-camarada tan importante está peleando contra Danzo. Por lo mismo dejaré que diga un discurso que tal vez los haga reaccionar. Si tenemos suerte por lo menos algunos cambiarán de bando y eso nos ayudaría mucho.
—Ojalá así sea. Sé que es muy difícil, pero me encantaría que todos los componentes de Raíz tuvieran la posibilidad de elegir sobre su propio destino. —Le echó una mirada a Sai. Estaba fumándose un cigarrillo en soledad, un vicio que había adquirido para lidiar de alguna manera con las nuevas emociones que iba conociendo. Vio como apagó la colilla contra la suela de su zapato izquierdo como si estuviese dándole puñaladas. Parecía molesto por alguna razón.
—Sea como sea, y haya traición de Raíz o no, vamos a vencer —volvió a hablar Sasuke, atrapando de nuevo a la mirada albina con la negra suya.
Ella asintió sin dudarlo. Y como el tema finalizó, el líder rebelde apuntó hacia la bolsa de comida.
—¿Estás segura de que te sientes lista para enfrentar a las huestes de Danzo? No has probado bocado en todo el día.
Antes de contestar, la beldad llevó una mano a la zona del estómago. Se sobó pausadamente a fin de deshacer un manojo de nervios que allí se le formó. Carraspeó brevemente antes de contestar.
—Quiero mostrarme fuerte ante ti, que te sientas orgulloso de mí, pero tampoco quiero fingir que estoy como si nada pasara. Te seré muy sincera, amor, porque prefiero confiar en ti: lo cierto es que no quiero comer porque sé que me hará mal. Me siento media tensa y puedo terminar vomitando o incluso darme una diarrea. Sería muy vergonzoso eso, así que mañana prefiero luchar con el estómago vacío. Me sentiré mejor así.
Su novio estuvo a punto de insistirle en que no participara, pero se abstuvo a sabiendas de que Hinata se sentiría ofendida. Buscando una alternativa prefirió darle un consejo.
—No te sientas obligada a comer entonces. Cada guerrero tiene sus propios rituales antes de la batalla. Algunos ayunan, otros rezan a los dioses, otros afilan sus espadas, otros fuman, etcétera y etcétera.
—Tu rito es no peinarte, ¿verdad? —Hizo un intento de broma mientras trataba de acomodarle algunos mechones, tarea que ya avizoraba como imposible por lo fuerte que estaba el viento. E incluso sin éste no habría logrado el éxito. Los cabellos del Uchiha eran tan rebeldes como su dueño.
—Yo no tengo rituales porque la furia me anula cualquier tipo de ansiedad. En tu caso debes buscar algo que te produzca el mismo efecto.
—¿Y qué podría ser? No creo que a mí me ayude estar furiosa, creo que incluso me perjudicaría.
—Veo que todavía no te conoces a ti misma.
—¿A qué te refieres?
—Hoy mismo en la mañana desafiaste a tu padre a un duelo. Lo normal es que estuvieras muy nerviosa porque Hiashi es un guerrero muy hábil, pero la furia que sentías contra él te dio nervios de acero. De hecho a mí me impresionó cuán segura te veías.
—Oye... —musitó apenas—, ahora me doy cuenta de que es cierto... —aseguró tras haber abierto los ojos. Dos parpadeos muy rápidos se colaron después—. Me dio tanta rabia que mi padre detuviese nuestro matrimonio y que además empezara a decirnos cosas tan odiosas... Simplemente estallé. No iba a dejar que se saliera con la suya y por suerte las cosas resultaron bien. Como casi nunca siento ira no sabía que podía quitar los nervios de raíz.
—Ya verás que en batalla la furia es una aliada, siempre y cuando se temple. La rabia descontrolada de nada sirve. Además, una vez que el combate inicia no tienes tiempo para sentir ansiedad, sólo de reaccionar a lo que tienes enfrente.
—Tendré muy en cuenta eso.
Él liberó una pequeña sonrisa. Le encantaba esa complicidad que se había formado entre ambos; adoraba enseñarle cosas castrenses cada día.
—No sabes cuán orgulloso estoy de ti —comentó efusivamente—. Cuando te conocí eras igual que un pollito asustado y ahora tu mirada es muy diferente. Dejando a Ino de lado pues la entrenaron desde cría, tú eres la mujer más valiente que he conocido.
Ella separó sus párpados más de lo normal.
—¿De verdad piensas eso?
—Eres increíble, amor —reafirmó con clarísima satisfacción—. Por eso te dejaré luchar, pero recuerda prepararte mentalmente para matar. Sé que lo hiciste a bordo de Jiren cuando acabaste con Zetsu de un flechazo, pero esta vez más muertes caerán sobre tus hombros. De antemano te digo que tu sensibilidad no puede aflorar en plena batalla. ¿Estás dispuesta a eso?
—No dudaré en quitar vidas, te lo aseguro —replicó al instante—. Ya entendí perfectamente que una guerra es matar o morir. —Recordó todas las batallas anteriores que hasta ahora presenció desde una distancia segura. Aun así su vista de halcón comprobó cuánta violencia se desarrollaba y, quisiera o no, podría decirse que se había acostumbrado a ella.
Él, como premio a lo recién dicho, le acarició una mejilla tiernamente mientras plasmaba un gesto de maravilloso amor. Hinata era un ser bastante sensible y eso nunca la abandonaría porque era parte de su esencia, pero, aun así, estaba dispuesta a luchar para acabar con un tirano como Danzo. Eso era muy loable.
Ella, en tanto, se aferró al brazo de su hombre con ambas manos y dejó reposar su cabeza en la zona que unía el hombro al pecho.
—Por cierto —dijo levantando su mirada al recordar algo importante— antes me dijiste qué te preocupaban dos cosas... ¿Cuál es la segunda? —inquirió mientras se aferraba con más fuerza del brazo.
El varón observó la fogata. Tuvo ganas de arrojar a Naruto en ella o, mejor aún, en una hoguera que abarcara un kilómetro entero para que no tuviera posibilidad de escape.
—Tuve una discusión fuerte con Ino —comentó casi gruñendo—. Y me molesta que justo pasara antes de una batalla tan crucial.
—Ah... —prolongó aquella interjección por espacio de tres segundos—. Sí, ella me contó que pelearon justo antes de irse.
—¿Y qué te parece? La muy... —reprimió la siguiente palabra apretando sus labios fuertemente—, realmente tiene ganas de iniciar un noviazgo con Naruto. ¡Si hasta me dijo que empezaba a enamorarse de ese bruto! Todavía no puedo creérmelo.
—Bueno... —Dio una larga pausa antes de proseguir. La mirada de Sasuke le decía que debía silenciarse hasta que esa ira disminuyera un poco, así que le hizo caso a su intuición—. A decir verdad yo ya sabía que le gustaba Naruto porque ella misma me lo reveló hace un tiempo...
—¿Así que ya estabas enterada? —preguntó achicando el entrecejo gracias a las cejas contraídas—. Deberías habérmelo dicho de inmediato —reprochó duramente. Estuvo a punto de quitársela de encima.
—No podía porque era un secreto de ella.
Sasuke chasqueó su lengua.
—Ino predijo que te lo tomarías mal cuando lo supieras —continuó arguyendo la musa—. Por eso no quiso decirte nada hasta que sus sentimientos se volvieran más serios...
—Es muy lógico que me lo tome mal, ¿no crees? Mi única aliada, mi única amiga —recalcó la última palabra con un tono muy sentido y especial— terminará emparejándose con mi archienemigo. Ni en cien vidas me habría podido imaginar algo tan repulsivo.
Hinata posó su mirada en la fogata. Agarró una ramita que no lucía seca y la echó en medio, crepitando un poco después gracias a la savia liberándose.
—Sé que te es difícil de concebir, pero Naruto es un buen hombre. No es tan difícil que ella se haya fijado en él. Tú, mejor que nadie, sabes que uno no elige de quién enamorarse.
—La entiendes porque tú también te fijaste en él, ¿no? —aseveró mordazmente, clavándole unos ojos llenos de agresividad.
Ella se soltó del brazo de él y lo miró acusatoriamente.
—Sasuke, no empecemos por favor porque si se trata de celos yo tengo mucho más que sacarte en cara —espetó con declarada molestia.
—¿Sacarme en cara qué? —preguntó arqueando una ceja. Esa sentencia le había infligido una sorpresa total.
—¿Te parece poco todas las mujeres que te comían con los ojos camino al templo en que nos casaríamos? ¿Te parece poco que nunca me dijeras que Sakura se te declaró? ¿O te parecen poco las miradas que aún te enviaba Karin en la granja de doña Tsunade?
—A ver, en primer lugar yo no controlo lo que hacen unas mujeres u otras. En segundo lugar no te conté lo de Sakura porque nunca le di importancia; ella me es completamente indiferente. Y sobre Karin..., ¿de qué miradas hablas? —cuestionó frunciendo el ceño. Sinceramente nada extraño había notado en la pelirroja—. Lo que pasó con ella ya es un cuento muy viejo —concluyó de manera terminante.
—No sé qué tan viejo sea para ella. Las mujeres nos damos cuenta de muchas cosas porque somos más perceptivas, por eso sé que Karin aún no te supera del todo. Es más, supe eso apenas llegamos a esa hacienda. Es sólo cosa de poner un poquito de atención a los detalles.
—Son ideas tuyas —desdeñó muy seguro—. Además sabes perfectamente que sólo me interesas tú, por algo quiero casarme contigo.
—Pues lo de Naruto también son ideas tuyas solamente, por algo quiero casarme contigo —retrucó enviándole sus mismas palabras—. Ningún sentido tiene que me celes ahora por fijarme en él cuando niña.
Uchiha respiró profundo. Hinata le había dado un gran jaque mate. Pensar aquello le hizo preguntarse si acaso sería buena jugando ajedrez, un juego que ya existía desde tiempos muy antiguos.
—Está bien, es sólo que me da rabia recordar que ese idiota llegara a gustarte. Y que justo ahora mi única amiga sienta cosas por él empeora esa furia todavía más. Habiendo tantos hombres en el mundo, ¿cómo es posible que escoja a ese gusano descerebrado?
Hinata empezó a mover su pierna derecha al sentir que se le había dormido de repente. Empezó a masajearla insistentemente hasta que el hormigueo consiguiente le hizo saber que la circulación sanguínea se reanudaba. Luego reacomodó su posición al sentir que un glúteo iba por el mismo camino que su pierna.
—Amor, quiero hacerte una sola pregunta...
—Hazla.
—¿Crees que Ino merece ser feliz?
—Claro que lo creo —contestó al instante. No tuvo necesidad de pensarlo siquiera un segundo.
—Yo estoy segura de que lady Ino hubiese preferido evitarlo, mas, quieras o no, ahora su felicidad va ligada con Naruto. Puedes maldecir eso miles de veces, ¿pero crees que hacerlo cambiará las cosas? —Inquirió a su modo más incisivo—. No vale la pena que ella y tú estén enojados, menos en la antesala de una batalla tan decisiva.
Él cerró un párpado cuando el cambiante viento le llevó un poco de polvo al ojo que su mechón no cubría. Se restregó a fin de aliviar la molesta sensación.
—Lo sé, pero mi temperamento me traiciona más de lo que yo quisiera. Alguien con un carácter tan apacible como el tuyo nunca entenderá el mal genio que nos gastamos los que somos irascibles. Es como si un ogro viviera dentro de nosotros, mismo que sale cada vez que algo nos molesta.
—Pues tienes que controlar a ese ogro, sobre todo cuando se trata de las personas que quieres. Sé lo importante que Ino es para ti y por eso mismo tienes que aceptar lo que siente y apoyarla tal como ella lo hizo con nosotros. Ella te ha sido leal durante muchos años, ¿cierto? Pues ahora es tu turno de devolverle esa lealtad.
El varón hizo que su vista se perdiera en dirección al cielo. Hubiese querido ver a las misteriosas luciérnagas que allí habitaban en lugar de nubes tan oscuras como lo era su alma unos pocos meses atrás. De repente recordó a Inoichi y supuso que él debía estar observándolo desde la otra vida. Mentalmente le pidió sincero perdón por no haber sido más condescendiente con su única hija.
—Como odio que tengas tanta razón —dijo bajando su mirada hacia su chica mientras apretaba su puño con toda fuerza. Hinata era su lazo a tierra, la persona que le ayudaba a ver las cosas desde una perspectiva mejor. Y después de todo esa fue una de las cosas que lo enamoró tanto de ella, su capacidad para cuestionarlo y hacerle ver sus errores—. Cuando vea a Ino de nuevo le diré que tiene mi apoyo a pesar de tener un gusto tan horrible como para emparejarse con ese rubio alcornoque.
La dama sonrió a la vez que entrelazaba su mano más fina con la más recia de él, acariciándosela tiernamente.
—Me alegra que dejes tu tozudez de lado esta vez. Sé que las cosas se arreglarán entre ustedes —dijo muy ilusionada, aunque de pronto tal emoción se esfumó de cuajo—. Si es que todos salimos vivos de esto... —añadió amargamente.
—Todo saldrá bien, mi amor. Naruto se encargará de Pain y yo de Danzo, y entonces esta larga historia por fin se terminará. «Y vivieron felices por siempre» será nuestro merecido final, uno igual que el de los cuentos para niños.
Hinata se sosegó gracias a esas palabras que tan seguras emergieron. Su novio tenía toda la razón en esta ocasión. ¿Por qué no confiar en que todo saldría bien ante el rey y el dios del dolor? ¿Por qué no dejarse llevar por la esperanza de que vendría una era dorada en que podrían ser felices? Sasuke, Naruto e Ino le hacían sentir que nada era imposible, que todo saldría bien, que a ninguno de sus amigos les pasaría ninguna desgracia porque ellos estarían a cargo de todo. Eran demasiado fuertes y lo habían demostrado una vez tras otra. Entonces, ¿por qué tratar de aliarse con el pesimismo? Ahora más que nunca tenía que soñar, ansiar que todo saldría bien, experimentar cada día con el optimismo propio de alguien que ama, ilusionarse con la idea de vivir un futuro esplendoroso en que criaría animales de granja y lo más importante...
A sus hijos.
La ensoñación de imaginar ese bello futuro la hizo sonreír.
—Ojalá que mañana ganemos la guerra contra Danzo —dijo ella cuando concluyó la mística experiencia consciente—. No sé si le pido mucho a la vida, pero me gustaría tanto que todos nuestros sueños pudieran cumplirse...
—Lo harán porque gracias a ti recuperé algo que perdí hace muchos años.
—¿Qué cosa?
—El amor a la vida. Ahora quiero vivir muchos años para hacerte feliz.
—¿En serio amas la vida gracias a mí?
—A mí nunca me importó morir. Lo único que me mantenía con vida era cumplir mi venganza, pero ahora mismo no pienso dejarte sola aunque me caigan tres rayos seguidos encima. Ni Danzo, ni Pain, ni el mismísimo Satanás, lograrán vencerme porque te tengo a ti. Tú eres mi razón de existir, Hinata Uchiha.
—Sasuke... —soltó encandilada.
Y como si tal declaración se propagara por el ambiente, la fogata necesitó echar una llamarada que pareció celebrar tanta pasión desatándose. Por lo menos ese fue el significado que la pareja le dio a tal hecho. Luego un inevitable y delicioso beso provocaron sus bocas.
—Bien, mi niña, no sacamos nada con pasar en vela toda la noche. Tenemos que dormir para afrontar el día de mañana plenos de energías. La falta de sueño siempre es contraproducente.
—No sé si pueda dormir la verdad.
—Si no lo haces te pegaré un buen palo en la cabeza para que lo hagas.
Ella sonrió, pues ya sabía detectar cuándo Sasuke lanzaba una broma y cuándo no. La diferencia, misma que sólo alguien que lo conociera podía captar, era el brillo en sus ojos y un tono ligeramente más suave que su voz ronca de siempre.
—Armemos nuestra carpa, ¿te parece?
A Hinata le encantó cómo le había pedido su opinión.
—Por supuesto. Armémosla —dijo poniéndose de pie animadamente.
Tras sacar las lonas arrolladas desde un saco que llevaba un caballo de carga, hicieron el trabajo sin sufrir contratiempos. A través de estos dos meses de guerra ya habían dormido muchas veces en la tienda que ahora mismo ponían de pie. Una vez que el armazón quedó firme y las estacas bien clavadas, apagaron la fogata echándole tierra encima y entonces ambos se introdujeron uno tras otro. Al instante fueron abrazados por una oscuridad total ya que el grueso cuero curtido de toro, apropiado para el inclemente invierno, no dejaba traspasar ni una pizca de la luz de las fogatas todavía prendidas en los alrededores.
Se acostaron uno al lado del otro cubriéndose con las frazadas. Por extraño que parezca, adaptarse a compartir el lecho les había costado un par de semanas. Ambos solían dormir solos y acostumbrarse a hacerlo con otra persona no era tan fácil como parecía en un principio. Por tal motivo Hinata esperó a que su hombre se acomodara primero, dado que su propia posición variaba según la de él. La mitad de las veces, por ejemplo, Sasuke dormía con su rostro en dirección al techo. Entonces ella lo abrazaba desde la cintura y dejaba descansar su cabeza en el busto de él tal como si fuese una almohada. En las otras ocasiones el guerrero dormía de costado y entonces ella se ponía a su lado dándole la espalda mientras su novio la abrazaba. «Hacer cucharita» se le llamaba en ciertos lugares.
En esta oportunidad el varón se recostó boca arriba y ella, en consecuencia, dejó reposar su cabeza en el pecho masculino. Todo parecía normal, pero, cuando quiso abrazar a su amado por el vientre, enseguida sintió algo que no se esperaba...
—¿Lo tienes parado? —comentó lo evidente aunque delatando mucha sorpresa en su voz, pues con mucha suerte había pasado un minuto desde que habían entrado a la tienda de campaña—. Pero si no he hecho nada para excitarte... —comentó asombrada mientras un calor empezaba a invadir sus mejillas. Y supo que ese calor pronto podría descenderle hacia otro lugar...
—No necesitas hacer nada porque tu sola presencia me excita, mi amor. Estar a tu lado es más que suficiente para que se me ponga duro por inercia. Tu piel, tu olor, tu cuerpo al lado del mío... No puedo creer cuánto deseo me provocas... —dijo mordiéndose el labio inferior por las ansias. Hinata, gracias a su vista tan agudizada, logró ver entre sombras ese particular movimiento.
—Ay..., no me digas cosas en ese tono de voz tan ronco que me pones nerviosa... —Empezaba a sentirse inquieta. Era inevitable.
Hinata no lo sabía pues era un conocimiento que se lograría siglos avante, pero ahora mismo estaba ovulando y eso la hacía excitarse con mayor facilidad aún. Su sed sexual, inspirada por su hombre tan hombre, estaba alcanzando su máximo potencial en tiempo récord. Quería hacerlo ahora mismo y su entrepierna lubricándose se lo informaba a toda velocidad.
—Me gustaría tanto hacerte un bebé ahora mismo... —añadió haciendo caso omiso al pedido de ella.
El rostro femenil se sonrojó de manera fulminante. Era una lástima que él no tuviera una vista tan buena como la de ella. Así podría ver cuán roja estaba ahora mismo.
—Nunca me habías dicho eso antes... —Tenía muy claro que Sasuke prefería evitar el tema de los hijos. A decir verdad no parecía muy interesado en ello a pesar de que debía restaurar a su clan.
—Pues ahora te lo digo. Tengo unas ganas tremendas de embarazarte; de hacer que una nueva vida venga al mundo; de ver que nuestro amor engendra su primer fruto.
Ella, muy sorprendida, trató de ver los luceros de su amado, pero ni siquiera su visión tan prodigiosa logró tal proeza pues el negro era un color imposible de ver en la oscuridad. Aun así, sabía perfectamente que sus ojos debían lucir tan cristalinas como el agua de la fuente más prístina, exclamando el amor que sentía por ella. Así le sucedía cuando dejaba que su corazón hablara.
—Yo también tengo unas ganas tremendas de quedar embarazada. De tener un bebé tuyo lo antes posible...
Y les pareció tan hermoso que un amor que parecía condenado al fracaso desde un principio pudiera triunfar hasta este punto. Ese amor que siempre tuvo aroma a tragedia, había pasado a ser felicidad incluso a las puertas de una sangrienta batalla.
—Lo malo es que si lo hacemos ahora se escucharían tus gemidos. Por si no te has dado cuenta gimes bastante.
Hinata se avergonzó ya que era verdad. Era muy gemebunda... ¿Pero cómo evitarlo si él solía hacérselo de una forma más ruda de la cuenta?
—Pues cubre mi boca con tu mano como ya lo has hecho otras veces —lanzó su rápida solución—. Lo más importante es que encerrados en esta carpa nadie nos verá, ¿verdad? Y, en serio, me gustaría tanto que me hicieras un hijo ahora mismo...
El último Uchiha fue invadido por un verdadero enjambre de dulzor emocional. Aquel sentir tan grande y hermoso logró propagarse por cada fibra que lo componía. Que su dama tuviera tantas ganas de engendrar un retoño suyo le pareció primorosamente significativo. Después de todo lo que había hecho en nombre de su venganza, era tan tierno y excitante que una mujer lo amara hasta el punto de querer formar una familia con él; que confiase totalmente en que iba a ser un buen padre. Aquello lo hizo sentirse conmovido y orgulloso al mismo tiempo.
—Oh, mi vida hermosa... —musitó casi sin voz, sin poder evitar que la gigantesca emoción de su amiga diluyera sus palabras como azúcar en agua. Tuvo que invocar fuerza en su garganta para continuar de un modo más firme—. No sabes cuánto me encantaría liberar mi semilla dentro tuyo, pero ahora mismo sería inconveniente. No puedo gastar mi energía estando a puertas de una batalla tan decisiva.
Ella le agarró una mano mientras le besaba el dorso. El cariño entre ellos era algo tan magno e irrefutable como la inmensidad del universo.
—Lo entiendo, pero es tan difícil aguantar las ganas de hacer el amor. En serio es muy difícil y más si te siento tan duro ahora mismo. No sé cómo lo haces, pero me calientas enseguida... —susurró de una forma libidinosamente seductora. Nadie podría reconocerla en este momento.
—Mi amor, apenas termine la guerra te haré mía a cada rato si así lo quieres. Es una promesa.
—Ay... —gimió inevitablemente al imaginarse tal placer—. ¿Pero haciéndolo a cada rato no se te daña el aparato?
—Hiciste una rima interesante —comentó con jocosidad—. Y no creo que le pase algo a mi bestia, pero aunque pasara valdría la pena totalmente.
Hinata no supo en qué momento el falo había empezado a chocar contra su piel, pero no quería dejar de sentir el calor de esas vibraciones espontáneas por nada del mundo.
—Oh, mi amor, tu pene late, pero es que late más fuerte que nunca. —No dejaba de sorprenderse por las pulsaciones que sacudían al miembro hacia arriba y hacia abajo. Era algo muy impresionante para ella—. No comprendo cómo puede palpitar tanto, en serio que no. Parece que tuvieras tres corazones allí.
—Es que me excitas demasiado. Y ahora mismo le estás poniendo una prueba muy difícil a mi autocontrol...
Hinata se acomodó de tal manera que su boca aprisionó el glande fuertemente, succionándolo con una pasión que hizo estremecer a su hombre. Estaba tan caliente que ansiaba darle el gozo de tragar su semen por iniciativa propia, sin necesidad de que él se lo pidiera. A decir verdad ya se había acostumbrado a hacerlo y hasta lo disfrutaba. La sensación de escucharlo gemir por tanto placer, de que su miembro le pertenecía, de que ella era la causante de esas tórridas y sucesivas explosiones, el sentir que se entregaba totalmente al ser que amaba ingiriendo algo tan íntimo...
Pero, sobre todas las cosas, lo que más adoraba era sentir que eso reforzaba su unión aún más. Que eran actos de amor que ninguno podría olvidar jamás. Así lo sentía ella cuando Sasuke le devoraba la vulva como si fuera lo más delicioso que existiese en este mundo...
—Oh, joder... —jadeó sonoramente—. ¿Qué te pasa, Hinata? Pareces un animal en celo...
Ella apartó su boca del falo a fin de contestarle.
—Tú me pones así, mi amor. Además me asusta que mañana podamos morir y me gustaría darte el placer que mereces por todo el amor que me has dado.
Él sintió que sus perlas negras se humedecían un poquito. ¿Tanto se conmovió que incluso podía sucederle eso en medio de una deliciosa felación?
—Oh, Hina, yo también quiero darte todo el placer que te mereces, pero ahora mismo necesitamos descansar lo máximo posible. Y por lo demás no te preocupes: te doy firmado que ninguno morirá mañana, así que no tengas miedo. Te protegeré y después podremos hacer el amor cuántas veces queramos. Te fecundaré una y otra vez hasta formar un clan muy numeroso —finalizó sonriendo, gesto que la espléndida vista de Hinata sí pudo notar gracias a que el lozano blanco de sus dientes vulneró levemente la oscuridad.
Él, poniéndole una mano en el hombro para atraerla más arriba, la invitó de esa forma a acurrucarse en su pecho. A Hinata le sorprendió cuánto palpitaba ese corazón todavía, pero le encantó escucharlo así. Le hacía ver que su prometido se sentía más vivo que nunca gracias a ella.
—Te amo tanto.
—Y yo a ti, pequeña, no sabes cuánto. Nunca imaginé que alguien pudiera provocarme tanta ternura, tanta emoción que incluso me arden los ojos. Me dan tantas ganas de cuidarte y acariciarte por siempre, de hacerte la mujer más feliz que pisa este mundo.
—Me encanta cuando me dices cosas tan lindas. Siempre has sido parco, pero a cada día que pasa vas volviéndote más y más expresivo. Adoro eso, adoro que me digas cosas así, adoro que me mimes.
—Lamento tanto no haberte conocido antes. Más de una vez me he preguntado acerca de lo lindo que pudo ser todo si, en aquel viaje que terminó tan mal, nos hubiésemos conocido desde niños. Contigo a mi lado, mi alma no se habría corrompido hasta tocar el fondo de la oscuridad más negra.
—Habría sido fabuloso conocernos desde pequeñines —dijo sonriendo al imaginar ese destino que lastimosamente se cortó de raíz por culpa del rey Shimura—. De seguro nos llevábamos bien... —agregó con ilusión mientras un dedo jugueteaba con el pezón derecho de él.
—En un principio yo no quería conocerte por la obligación de casarme contigo, pero si me enamoré de ti aun odiándote tanto imagina lo loco que me hubieras tenido desde entonces.
—No pudimos conocernos cuando niños, pero el pasado ya no importa. Derrotaremos a Danzo y ambos tendremos la paz que tanto necesitamos.
—Y entonces llevaremos una vida feliz por el resto de nuestros días, Hina —La susodicha no alzó sus ojos para verlo, pero sabía que ahora mismo su varón tenía una sonrisa en su rostro. Podía sentirla—. Te amo tanto, nena mía.
—Y yo a ti, mi guerrero. Por siempre y para siempre.
Sus bocas desataran una fogosidad meliflua, sellando así el compromiso de que ganarían la guerra para que todos sus sueños se cumplieran. Les habría gustado extender el acto hasta el fin de los tiempos, pero si seguían así sus cuerpos volverían a tentarse de un modo que después sería muy difícil de controlar.
—Es tan curioso... —comentó Sasuke cuando los labios cesaron su hermosa unión, misma que le pareció más idílica que nunca. Al fin y al cabo todo lo que tiene el peligro de hacerse por última vez conlleva un cariz más significativo.
—¿Qué cosa?
—Mañana tendré la batalla más importante de todas y aquí estoy conversando junto a ti contento, feliz, apacible. Es la primera vez en mi vida que me siento así antes de guerrear. —Le besó la coronilla repetidamente antes de seguir exponiendo su alma ante ella—. Desde que descubrí que Danzo fue el autor intelectual de la muerte de todo mi clan, imaginé el momento previo a la batalla decisiva: la marcha hacia la capital, el combate en ella, el avance hacia el castillo, la penetración de sus muros y finalmente la lucha final contra el maldito Shimura. Me lo imaginé tantas veces que ni todas las estrellas del cielo alcanzarían el número. Y en ese entonces nunca imaginé que una mujer Hyuga estaría a mi lado haciéndome tan feliz en la noche previa.
—Sasuke... —musitó muy conmovida y muy mimosa—. Ojalá que todo salga bien, mi amor.
—Por supuesto que así será.
La fémina escuchó, con su propia oreja afirmada en el pecho de él, que los latidos de su hombre habían dejado atrás la alteración propia de la excitación. Ahora eran parsimoniosos y seguros. Estaba claro que confiaba en una victoria total. Sin embargo, ella no podía evitar unas dosis de natural intranquilidad. La batalla sería contra hombres tan hábiles como los de Raíz y en una guerra nadie tenía la vida asegurada, ni siquiera alguien tan fuerte como Uchiha Sasuke.
Por alguna razón su ser deseaba hundirse en la amargura propia de la incertidumbre, pero volcando toda su fuerza mental logró deshacer sus malos augurios. Todo saldría bien mientras Sasuke y Naruto estuvieran luchando. Su novio se encargaría del odioso de Danzo y el rubio del temible Pain. Ese sería el fin de la historia. Ese tenía que ser el fin de esta historia, misma que concluiría diciendo y vivieron felices por siempre. Un final en que Ino pudiera ser feliz con el hombre que quería, un final en que Kiba, Chouji y los demás sobrevivieran, un final en que Sasuke y ella tendrían muchos hijos que criarían en una bella granja ubicada en un paradisíaco lugar campestre.
Ese iba a ser el final. Así tenía que ser. Así sería.
Un día después, alrededor del mediodía, el mar rugía en el horizonte de una forma tan inquietante que parecía estar anunciando la llegada del mismísimo infierno a este continente. Era un sonido peculiar, muy parecido al que se produce bajo tierra durante un feroz terremoto. Gaara conocía muy bien ello pues a los cinco años vivió un sismo muy fuerte que devastó su aldea natal, destruyendo el noventa por ciento de las casas allí construidas. Jamás en su vida podría olvidar esa sensación de miedo instintivo.
Ahora no era un niño, pero su intuición le alertaba de que algo traumatizante estaba a punto de suceder. No supo por qué se le vino a la mente el infame recuerdo en que su padre intentó asesinarlo. ¿Quizás se sentía amenazado igual que en esa ocasión? Era raro en todo caso, pues ya había enfrentado un sinfín de ejércitos y nunca se había vuelto a sentir así. Su mente se enfocó en dominar las alertas que enviaba el instinto, adquiriendo paulatinamente la misma seguridad de siempre.
Unos minutos después, sin necesidad de catalejo, vio como la armada del dios asomaba en el horizonte marítimo. No habían tenido tiempo de traer catapultas, pero al menos lograron construir algunas zanjas y trampas que impedirían un acceso tan fácil a la playa. La sangrienta batalla que se produciría ya estaba servida.
—Ustedes —miró a cinco soldados que por su menor peso fungirían como mensajeros—, avísenle al resto de legiones que la armada de Pain está a la vista. Y denle prioridad absoluta Naruto. Quiera o no necesitaremos su apoyo para rechazar esta invasión.
—Sí, señor —contestaron ambos al unísono. Se subieron a sus caballos y partieron raudamente a cumplir lo ordenado.
Qué irónica era la vida. Uzumaki había matado a su hermano Kankuro y él le había quitado la vida a Shikamaru Nara, el mejor amigo del blondo. Por ello ambos estaban deseosos por combatir y darles justicia a sus seres queridos, pero la invasión de Pain los obligó a dejar pendiente tal propósito hasta después de la guerra. Y a pesar de que odiaba inmensamente a ese rubio de zarca mirada, ahora lo que más ansiaba era que llegara con refuerzos lo más pronto posible o aquí habría una masacre muy difícil de evitar. La armada de Pain asomaba como realmente colosal; tantos barcos se vislumbraban que resultaba una tarea imposible contarlos a todos.
El desembarco se desarrolló con una ferocidad bestial. Poco a poco entre el tumulto de soldados fue destacándose un hombre que no usaba escudo y aun así peleaba con una maestría impresionante. Tampoco llevaba armadura puesta, sólo negros ropajes que le permitían mayor agilidad que las pesadas placas metálicas. Por tales evidencias a Gaara no le cupo duda alguna: ese tenía que ser Pain.
El plan del hijo del desierto era aguantar junto a sus hombres durante todo el tiempo posible, mas, alrededor de una media hora después, la tremenda diferencia numérica impuso la lógica. El líder patriota, maldiciendo su suerte, no tuvo más remedio que replegar sus tropas remanentes. La playa ya le pertenecía al dios.
¿Qué hacer ahora? ¿Dejar el camino libre al avance de Pain o desafiarlo a un duelo de hombre a hombre? La última opción asomaba como muy tentadora, pero el inmenso vínculo formado en estos últimos tiempos con Matsuri y Temari le hacía dudar que tomar ese camino fuera la mejor opción.
Entretanto, los sobrevivientes de la legión Shukaku murmuraban acerca de algo que a todos los sorprendió en demasía, pues jamás habían visto algo así antes. En el ejército de Pain había muchas mujeres soldado, tantas que les tomaría unos minutos contarlas a todas con precisión. Ninguna luchaba cuerpo a cuerpo como Ino sí podía, pero se desempeñaban de buena manera como arqueras a distancia. La precisión que tenían era ciertamente peligrosa. Aquello fue pasmoso para todos, dado que, salvo la excepción de la Yamanaka, jamás habían visto a féminas formando parte de un ejército. Y muchísimo menos a una cantidad tan sobresaliente. Siempre pensaron que la pelirrubia era la única guerrera, ergo, les fue una conmoción ver que estaban equivocados.
Llegó un momento en que, dejando atrás la marea de cadáveres, Pain en persona comenzó a avanzar tranquilamente hacia sus enemigos. Era evidente que deseaba hablar o enfrentar al líder de las tropas que aún tenía enfrente. El hijo del desierto, a su vez, también caminó hacia su enemigo dispuesto a razonar o a luchar contra él.
¿Cuál sería la opción que sucedería? ¿Un acuerdo o un duelo justo? La respuesta parecía evidente, mas Gaara haría el intento por solucionar este conflicto de una forma civilizada.
Los dos caudillos avanzaron hasta quedar uno frente al otro, manteniendo una distancia apropiada respecto al otro. Ya en primer plano a Gaara le resultó muy extraño aquel hombre. Tenía los ojos tan muertos que la mismísima nada se reflejaba en ellos; ni siquiera un mínimo brillo existía. Había incluso más vacío que en la mirada de un ciego. Su pelo era anaranjado y puntiagudo, y su altura debía rondar el metro con ochenta. Su piel era clara y pálida, aunque no tanto como la de Sai. Pero lo más extraño de todo es que tenía incrustados algunos metales en su cara. Específicamente seis en las orejas, seis en la nariz, y dos bajo el labio inferior que emulaban colmillos. Sabía que, desde incontables siglos atrás, muchos pueblos realizaban distintos tipos de perforaciones, de hecho aquí mismo en su reino los aros en las orejas eran muy utilizados, pero no dejaba de serle un tanto inquietante que alguien llevara tantos metales en la piel sin que ésta se le infectara. Había confrontado a un sinfín de enemigos, pero nunca una primera impresión le había generado tan mala espina.
—Gaara de la arena, es un gusto tener enfrente a alguien que sí conoce el dolor.
Su voz era demasiado profunda, imponente de verdad. No obstante, aun hablando su rostro permanecía bajo el alero de una sorprendente inexpresividad.
El esposo de Matsuri, tan aguerrido como siempre, se cruzó de brazos a la vez que se volvía ceñoso.
—¿Así que tú eres un dios? —cuestionó de forma desdeñosa, omitiendo saludos innecesarios—. Pues yo te veo exactamente igual que cualquier otro hombre.
—Luzco igual que cualquier hombre porque, en efecto, este cuerpo es el de un ser humano.
El ojo derecho de Gaara se abrió más que su compañero izquierdo.
—¿Entonces por qué diablos afirmas que eres un dios?
—Te lo explicaré de una forma simple para que lo entiendas: un dios como yo es un ser de energía pura que no se limita a una sola forma. He decidido encarnar en el mundo de los mortales, pero mi verdadero hogar está en una dimensión que va más allá de la terrenal. —Miró hacia ese techo llamado cielo con una dosis de añoranza sólo detectable para alguien muy perceptivo.
—Definitivamente estás chalado.
—¿Es tan difícil entender que yo no estoy confinado a permanecer en un solo cuerpo? En mi caso lo que ustedes llaman «alma» puede transmigrar de un organismo hacia otro. A diferencia tuya, un ser divino no es prisionero de un envase físico.
—Tonterías.
—Comprensible que pienses eso. La reacción de una mente humana promedio es rechazar lo que no entiende.
—Pues esta mente promedio —ironizó— no encuentra nada que te haga diferente a un hombre promedio. ¿O por qué un supuesto dios busca algo tan humano como conquistar otras naciones?
—No he venido al mundo físico para hacer algo tan mundano como conquistarlo, tampoco para satisfacer un deseo tan insustancial como el afán de poder.
—A ver, dime a qué has venido entonces —cuestionó alzando la barbilla al tiempo que aumentaba su incredulidad.
—Este mundo está gravemente enfermo. Tú sabes eso, yo lo sé, todos a nuestro alrededor lo saben. La maldad reina por doquier y le está ganando la batalla al bien. Hay calamidades terribles como el egoísmo sin límites, abusos de poder, discriminación a las mujeres, racismo, esclavismo, violaciones, asesinatos, guerras que se inician por cualquier tontería. La podredumbre moral está instalada en los cimientos de esta dimensión y cualquiera que cuente con una inteligencia estándar puede darse cuenta de eso. A diferencia tuya yo no puedo quedarme de brazos cruzados —indicó la actual posición de Gaara— mientras tanta gente sufre. Por tal razón he venido a corregir todo lo que está mal en este mundo. Acabaré con toda maldad desde la mismísima raíz y de esa forma salvaré a la humanidad. Obtendré una paz sempiterna que todos los humanos de buen corazón podréis disfrutar.
—¿Corregir todo lo que está mal en este mundo y salvar a la humanidad? Vaya, qué generoso eres. ¿Y cómo pretendes lograr tu altruista objetivo?
—La civilización que habéis creado ha resultado ser un fallo colosal. La división de los seres humanos en distintas naciones, reinos y grupos humanos ha provocado que hayan dejado de verse como hermanos. Para que exista un entendimiento mutuo capaz de lograr la paz eliminaré el concepto de reinos, países y naciones, y todos los seres humanos conviviréis bajo un solo gobierno global que yo presidiré. Ya no habrá fronteras, razas o diferencias entre hombres y mujeres. Todos seréis iguales a mis ojos, tendréis los mismos derechos y así se logrará la meta de alcanzar una paz tan duradera que será eterna: cuando ya no hayan fronteras que dividan a la gente.
Gaara guardó silencio. Pain hablaba como si estuviera muy convencido de sus palabras. Por un momento incluso llegó a creer que su verdadera meta era alcanzar la paz.
—Sólo a través de este imperio global podré salvar a la especie humana de la autodestrucción. Será un proceso dificultoso y con muchos costos, desde luego, pero la única forma de alcanzar la paz es reemplazar a esta civilización corrompida por el odio por otra en que todos se vean fraternalmente. Por eso mi ejército se denomina «La Hermandad».
—¿Alcanzarás la paz haciendo la guerra? —cuestionó acerando su mirada.
—Es la única solución. La paz debe forzarse o nunca llegará. El ser humano es demasiado egoísta, estúpido e inmaduro como para lograr la paz a través de la empatía y del entendimiento mutuo. Esperar eso es esperar lo imposible.
—Tan imposible como la meta que supuestamente persigues. El mundo nunca cambiará sin importar lo que hagas. El mal y las guerras nunca dejarán de existir porque son parte inherente del ser humano.
—Por ello se necesita una fuerza total, absoluta, irrefrenable, imparable e invencible para alcanzar la paz y sostenerla a través del tiempo. Yo soy esa fuerza, pues sólo un dios puede convertir lo imposible en posible. Únicamente un dios es capaz de convertir una utopía en realidad.
—¿Es decir que matarás a todo el que se oponga a ti, verdad?
—Créeme: desearía no tener que asesinar a nadie para alcanzar la paz, pero lograr una meta tan grande necesitará sacrificios. Todo lo que vale la pena siempre los necesita. Y yo estoy dispuesto a llevar esa carga sobre mis hombros porque, lastimosamente, problemas radicales requieren soluciones radicales.
—«Prefiero la más injusta de las paces que la más justa de la guerras». Es algo que dijo Cicerón y que, por cierto, tenía mucha razón.
—Nada es peor que la guerra, ciertamente, pero la humanidad misma es la culpable de que haya quedado una sola opción disponible para alcanzar la paz. El género humano es violento por naturaleza y los hombres lo son todavía más, por eso debéis existir bajo una fuerza suprema que os obligue a comportaros. Precisamente por la misma lógica es que existen las leyes. Y más te vale que te metas bien esto en la cabeza: si no detengo vuestras brutalidades ahora, la humanidad se extinguirá como consecuencia de sus propias acciones egoístas y malévolas.
—Pues aquí se terminará tu supuesta cruzada por la paz, que no es más que una forma de camuflar tu deseo de esclavizar a otros pueblos. Cuando te mate toda tu locura se acabará de cuajo.
—Hubiera preferido que me evitaras ese disgusto, pero veo que, como todo guerrero, sólo entenderás por la fuerza de las armas. Aun así te recomiendo que te rindas sin oponer resistencia. Esta guerra podría morir antes de nacer si tú y este continente os rendís sin condiciones. Aquello sería lo mejor que podríais hacer.
—Te aseguro que en este reino preferimos morir que ser esclavos. Tu invasión fracasará apenas te corte la cabeza. Soy yo quien te aconseja regresar a tu continente antes de que eso suceda.
—Quería hacer esto por las buenas, pero por lo visto tendré que hacerle honor a mi nombre y recurrir al dolor como método de persuasión —Su voz siempre emergía grave, pero ahora sonó mucho más amenazante que antes—. En realidad no me extraña que ahora mismo estéis envueltos en una guerra civil. Noto que hay un gran amor al belicismo en este reino y ahora tendré que purgar ese infame pecado como corresponde: con mucho sufrimiento. Y tú serás el próximo en padecerlo.
—Bla, bla, bla. —Su mano hizo el gesto de una boca hablando sin parar—. Es muy hipócrita que intentes alcanzar la paz a través de la violencia y el dolor. No eres diferente a cualquier ser humano sediento de poder.
—No es hipócrita si amplías tu perspectiva. Te haré una pregunta para que lo entiendas: ¿qué es el dolor?
—¿Qué? —cuestionó volviéndose ceñoso.
—Defíneme qué es el dolor usando tus propias palabras.
El aludido curvó sus cejas sobre el entrecejo sin entender a qué venía una pregunta tan extraña. Al fin y al cabo todos sabían perfectamente qué era el dolor. Aun así decidió contestar para ver qué sucedía.
—El dolor es una sensación desagradable, punzante, algo que te hace sentir mal, que nos hace daño.
—El dolor es una respuesta fisiológica que experimentan todos los seres vivos que poseen un sistema nervioso. Cuando el individuo siente dolor su mecanismo cerebral genera sensaciones de angustia o de miedo y, de ese modo, aprende a evitar la causa del daño. Si alguien se quema aprende a temerle al fuego. Es una forma de defensa natural para no lastimarte o de no dañar a tus semejantes de la misma forma.
—¿A qué quieres llegar con esto?
—A que vosotros, seres humanos, sois las únicas criaturas de la creación que no aprendéis de vuestros errores. Persistís en ellos una y otra vez sin cesar, tanto así que ni siquiera el dolor que se siente en las guerras es capaz de enseñaros que debéis evitarlas a toda costa. La victoria y el egoísmo os hace olvidar. Justamente por eso he venido yo al mundo: para recordaros lo que es el verdadero sufrimiento y las nefastas consecuencias de no frenarlo. Me encargaré de que esta sea la última guerra que haya en el mundo, pues castigaré de cruenta manera a todo aquel que olvide la aflicción que ahora provocaré.
De repente, Gaara sintió que su garganta le pedía que tragara saliva lo antes posible. Se denegó ese deseo mientras cavilaba todo lo dicho por Pain. No podía negar que su lógica tenía cierto sentido, pero darle sustento a sus argumentos sólo lo harían dudar. No importaba la razón, jamás permitiría que su patria fuera conquistada.
—Intentas dotar de un significado valioso a tu tiranía, pero en el fondo sólo eres un loco más entre tantos otros.
—Si mejorar este mundo es una locura, puedes llamarla como tal. Y si imponer la paz por la fuerza es tiranía, entonces llámame tirano también.
—¡Lord Pain no es ningún tirano! —Intervinieron muchos de sus soldados gritando al unísono desde el lugar en que estaban. A pesar de la distancia, los que estaban en las primeras filas lograban escuchar el diálogo.
—¡El señor Pain es nuestro guía, nuestro salvador, nuestro dios! ¡Él nos ama como si fuéramos sus hermanos de sangre! ¡Jamás ha hecho nada contra la gente que quiere la verdadera paz!
—¡Lord Pain es el dios que se ha presentado en la Tierra para salvarnos del mal que cada día azota este mundo infernal!
—¡Él es un dios que sí ves, que sí está presente, que sí existe!
—¡Nuestro líder es la persona que acabará con el mal eternamente!
Un soldado dio unos pasos hacia delante para que Gaara enfocara de mejor manera la sinceridad de sus palabras.
—Yo quiero vivir en ese nuevo mundo que nuestro dios construirá, un mundo que será mucho mejor que este lleno de violencia sinfín que la humanidad ha creado. El mal debe desaparecer para siempre y el dios del dolor es el único que puede conseguirlo.
Una mujer arquera también dio unos pasos hacia delante para ser vista y escuchada con mayor atención.
—Yo rogaba todos los días —habló sentidamente mientras entrelazaba sus dedos como haciendo un rezo— para que un dios viniera a salvar a este mundo de tanta maldad y por fin mis plegarias han sido escuchadas. Por fin ha llegado al mundo físico una divinidad que nos dará una sociedad ideal, igualitaria y justa.
—¡Un águila que reside en el cielo jamás se pondría a la altura de los insectos que viven en la tierra! —gritó otro desde atrás—. ¡Y eso es lo que ha hecho nuestro señor Pain por nosotros! ¡Ha decidido encarnar en un cuerpo humano para ayudarnos a todos!
—¡La meta justifica los medios! ¡Todos queremos la paz aunque ésta se obtenga a través de la fuerza!
—¡Habrá paz por la razón o por la fuerza! —apoyó otro guerrero al anterior.
—¡Desde muchos siglos atrás necesitábamos a un dios que pusiera orden en este mundo tan nefasto! ¡Y lord Pain es la deidad que lo hará!
Gaara no pudo hacer menos que abrir sus ojos. Toda esa inmensidad de gente confiaba tanto en su líder que darían su vida por él sin pensárselo siquiera un segundo. Bastaba verlos un instante para entender que no lo seguían por obligación o por temor a un castigo, sino porque lo adoraban igual que a un dios...
Y eso le resultó escalofriante.
El pacificador indicó a sus tropas extendiendo un brazo hacia ellos.
—Tal como te lo han dicho mis hermanos y hermanas, mi misión es traer la paz a este mundo corrompido y lleno de violencia sin fin. ¿De qué sirve un dios que no acaba con la maldad? ¿Qué utilidad tiene un dios que actúa como un simple espectador de los acontecimientos? De nada. De absolutamente nada. Y mi labor, como el ser superior que soy, es acabar con el mal para siempre.
El que estaba de brazos cruzados no pudo evitar que más asombro se acopiara en sus ojos turquesa. El sujeto enfrente suyo se veía demasiado convencido de sus palabras.
—Sé de antemano que no aceptarás mi siguiente propuesta, pero te daré una oportunidad de todos modos: te recomiendo, por tu propio bien y el de tus hombres, que te sumes en mi camino hacia la paz. Este es el momento en que puedes bajar tu arma, rendir a tu ejército y unirte a mí como un aliado. Acéptame como tu líder y sigue mis designios al pie de la letra. Sólo haciendo eso podrás obtener la salvación tuya y la de este mundo.
Los enemigos de alto nivel solían ser inmisericordes, y aún más cuando la ventaja numérica era tan abrumadora, pero este hombre llamado Pain incluso le estaba ofreciendo la posibilidad de unir fuerzas. Una supuesta cortesía que el hijo del desierto no estaba dispuesto a aceptar si eso significaba traicionar a su patria.
—¿Quieres que te acepte como mi líder y que me rinda sin luchar? No bromees conmigo. Ya he conocido a tipos de tu calaña, hombres tan megalómanos que desarrollaron el complejo de creerse dioses. No eres el primero que se da ínfulas de divinidad ni serás el último, así que ni siquiera eres original. En tu caso sólo buscas excusas para justificar tus conquistas y darles validez para sostenerlas a través del tiempo. Pero que hayas colonizado las mentes de esos idiotas —indicó a los soldados enemigos— no significa que harás lo mismo con la mía. Prepárate a morir, Pain.
—La soberbia es un pecado que suele pagar muy mal. Te advierto que no posees el nivel necesario para vencerme. Tendrías que entrenar durante millones de años para siquiera poder desafiarme. Eres fuerte dentro de un rango humano y tu chakra muestra mucha fuerza y voluntad, pero ni en sueños podrías compararte al poder de un dios.
—¿Chakra? ¿De qué rayos hablas?
—Oh, cierto —dijo recordando un detalle importante—, olvidaba que los seres humanos no tienen la capacidad de ver el patrón energético de cada ser.
—¿Crees que voy a caer en ese tipo de estafas? Desvarías.
—Que creas o no en lo que te digo no cambia el hecho de que la hora del juicio ha llegado por fin. Obedece mis órdenes a rajatabla y tú también podrás formar parte del nuevo mundo que fundaré; de lo contrario es la muerte lo que te espera. —Pain esperó por una respuesta durante diez segundos exactos; sólo una mirada de lástima recibió—. No quiero matarte, muchacho, así que te lo advertiré por última vez: acepta mi piedad antes de que sea demasiado tarde para ti y tus hombres. No te conviene enfrentarte a mí y mucho menos cuando tu mujer está embarazada. ¿De verdad quieres que tu hijo crezca sin un padre?
Gaara no pudo evitar un pequeño respingo sumándose a un intenso gesto de sorpresa que brotó a través de todo su semblante. Sus ojos se desorbitaron un tanto. A nadie le había contado que Matsuri estaba encinta, absolutamente nadie lo sabía todavía. ¿O acaso su esposa sí lo había revelado a alguna confidente? Aun si ese fuera el caso, tal secreto no podría conocerlo alguien que acababa de atracar en este continente. De improviso sintió que un repeluzno le recorría la médula espinal.
—¿Cómo diablos supiste eso?
—Mis ojos pueden ver muchas cosas —dijo a su modo monocorde, aunque no por eso menos potente.
El hijo del desierto puso atención a esos orbes y por un tiempo inferior a un segundo le pareció ver que eran totalmente distintos a los de ser un humano, luciendo una serie de líneas extrañas que jamás había visto en nadie. Tal impresión duró tan poco que estuvo seguro de que fue una alucinación. Debió serlo, pues ahora los ojos que tenía enfrente era comunes y corrientes. Sacudió su cabeza a fin de sacarse toda confusión.
A través de su carrera como guerrero de élite Gaara había enfrentado a un sinfín de sujetos, desde dementes como Deidara hasta tipos que encajaban más con el perfil de un monje que con el de un guerrero. Sin embargo, era la primera vez que su cuerpo emitía un sonido de alerta a través de todos sus órganos sensoriales, avisándole de que algo extraño sucedía con el tipo que tenía enfrente, algo que incluso podía encajarse dentro de lo taumatúrgico. Su mirada era asombrosamente fría, carente de todo brillo, y desde que comenzaron a hablar no lo había visto parpadear ni una sola vez. Su rostro permanecía completamente inexpresivo, sin gestos, sin siquiera mínimos matices. Era como si no tuviera vida, como si alguien más hablara en nombre de él...
Era casi como si fuese una marioneta en lugar de un ser humano. Sin embargo, había algo que sí denotaba vida en él: su voz. No es que tuviera matices que intercalaran tonos agudos o graves, su voz era monocorde, pero, de algún modo extraño, resultaba inmensamente imponente, grave, profunda, gutural...
No, incluso esos adjetivos le quedaban cortos. Era como si esa voz no proviniera desde lo más profundo de su pecho sino desde otra dimensión, como si alguna entidad desconocida hablase a través de cuerdas vocales humanas.
¿Acaso estaba oyendo la voz de un dios?
No. Por supuesto que no. Tan sólo pensarlo era una ridiculez suprema... ¿Pero entonces por qué su piel se le estaba poniendo de gallina? Aquello no le había pasado ni siquiera enfrentando a la mismísima muerte. ¿O acaso este tipo era más escalofriante que ella?
Dejó de pensar en eso y recordó la gran victoria que obtuvo contra alguien tan fuerte como Deidara, éxito que le había insuflado un extra de confianza. Si el rubio se había salvado fue exclusivamente porque Danzo, tan traicionero como siempre, se metió a ayudarlo con sus tropas antes de que le diera el remate final. Ahora mismo se sentía a la altura de Naruto y Sasuke, e incluso mejor que ambos. Pain caería ante él.
—Mi respuesta ya la sabes.
—Tu destino ha quedado sellado entonces. Una lástima que hayas preferido tu orgullo antes que la salvación de la humanidad.
—Soy un guerrero de élite y un general de ejército, ¿qué pensabas que pasaría? ¿Que huiría corriendo por temor a ti? Pues te equivocaste, dios de pacotilla.
—Muy pronto verás que ni tú, ni Naruto, ni Sasuke, ni ningún guerrero de élite, será capaz de hacerme tan siquiera un rasguño. Esa es la firme palabra de un dios.
—Lanzas puras fanfarronadas sin sentido. Ahora mismo comprobarás que mi espada hablará mucho mejor que la tuya —cerró con un brillo sañudo en sus ojos.
Acto siguiente, Gaara agarró su escudo desde la espalda y lo clavó al suelo. Entonces se quitó el característico uniforme de las fuerzas especiales, aquel abrigo negro con nubes rojas estampadas. Lo arrojó lejos y desenvainó su espada primaria, dándole posteriormente un siniestro beso al pomo de la empuñadura. Lo habría hecho en la hoja, pero no quería ensuciar su boca con la sangre de los enemigos que recién asesinó. Finalmente y como conclusión volvió a levantar su escudo con la zurda.
A modo de respuesta, Pain empezó a desenvainar la tizona que llevaba en su espalda. Era tan grande que incluso tuvo que inclinarse hacia delante para sacarla de la vaina. A continuación los ojos verde azulados se abrieron como si hubiera visto un fantasma.
—Esa es...
«Samehada..., la espada de Kisame...». Su mente completó la frase que su tambaleante voz no pudo.
—Hoshigaki Kisame luchó de un modo tan valeroso que fue capaz de ganarse el respeto de un dios. Por eso le rendiré un homenaje usando su magnífica espada en esta ocasión especial.
—¡Tanto a él como a Sasori los venció al mismo tiempo sin recibir ni un solo rasguño! —Intervino un soldado desde la lejanía en que estaba—. ¡Todos nosotros somos testigos de eso!
—¡Es verdad! —Apoyó toda la masa de soldados a través de un potente grito al unísono.
—¡Ni siquiera los dos juntos fueron rivales para nuestro dios! ¡Él es invencible!
Más gritos se agregaron en seguidilla.
—Están mintiendo. Ellos y tú mienten —aseveró el que solía tener los brazos cruzados—. Kisame y Sasori eran muy fuertes, tanto que es virtualmente imposible que un solo hombre los derrotara al mismo tiempo. De seguro los mataste junto a tus tropas, no puede haber otra explicación lógica.
—Cree lo que quieras, pero si le haces caso a tu instinto comprenderás que lo dicho por mis hermanos es cierto.
El marido de Matsuri odió aceptarlo, pero sus entrañas le gritaban que Pain estaba diciéndole la verdad. Entonces supo mejor que nunca que no estaba frente a un guerrero ordinario. Matar al tiburón y al marionetista era una tremenda proeza, una difícil de imaginar y aún más difícil de asimilar. A este tipo había que tomarlo muy en serio o podría pagarlo bastante caro.
—Yo cobraré venganza por Kisame. Vas a pagar muy cara su muerte. —A Gaara muy poco le importaba Sasori, pero al recién nombrado le tenía mucho respeto. No dejaría que su muerte fuese en vano.
—Para ser un simple humano tienes un chakra ciertamente impresionante. Te felicito.
—Mi chakra —le respondería en sus propios términos— es tan grande que cuando te mate habrá una epidemia de diarrea entre tus seguidores.
Tropas pequeñas en cantidad custodiaban una de las bahías propicias en que la armada de Pain podría desembarcar, todavía ajenas a lo que ya sucedía en la posición de Gaara. Había tres mil hombres allí apostados y, sin embargo, el ondisonante mar se escuchaba más alto que todas sus voces murmurantes. A pesar de que todavía no se veía barco alguno, el estrés en el ambiente era sobresaliente. En cualquier caso aquello no era extraño, pues el ochenta por ciento de los presentes no eran soldados profesionales sino civiles que se unieron a la rebelión por cuenta propia y también esclavos que, con el permiso de sus amos, luchaban para obtener la libertad después de la guerra. Era gente sin la experiencia necesaria como para lidiar con la presión de una inminente muerte de un modo jocoso o indiferente.
Lo verdaderamente extraño era que dos grandes guerreros curtidos en muchas batallas no se diferenciaran del resto.
—¿Por qué rezas tanto, Juugo? —preguntó alguien pasado de peso, extrañado por la conducta de su compañero. Éste solía ser silencioso, pero ya había rezado tres veces en menos de cinco minutos—. Me pones nervioso haciendo eso.
El hombre de dos metros se persignó antes de dirigirle una mirada a su camarada.
—Rezo porque tengo miedo, Chouji.
El aludido abrió enormemente sus ojos. Había luchado codo a codo con Juugo y Suigetsu muchas veces, y si existía alguien que nunca sentía miedo ese alguien era Juugo. Había conocido sus dos lados, el de la locura sádica e irrefrenable y el de la tranquilidad a toda prueba. Y en esa bipolaridad jamás le detectó siquiera una pizca de temor. Sin embargo, lo que hacía su declaración aún peor era que ningún guerrero admitía frente a otro tener miedo. Jamás de los jamases.
—¿Estás tratando de asustarme, verdad? —Cuestionó nerviosamente. Le resultó tan preocupante lo recién oído que le fue imposible no sentir la piel de gallina—. Yo sé muy bien que tú no le temes a ningún hombre. Ni siquiera a Sasuke cuando era maligno. Ni siquiera a Orochimaru cuando experimentaba contigo.
—Ese tipo que viene a invadirnos no es un hombre —aseguró con voz muy trémula mientras perdía su vista más allá del horizonte marítimo—. Es algo más. Puedo sentirlo en mis venas. —Se observó las que tenía en el dorso de las manos, haciendo que Chouji también se las mirase por inercial visual.
—No me digas que crees en esas patrañas de que es un dios.
—No pienso que sea un dios. Para mi sólo existe un Dios. Pero en este mundo hay entidades que van más allá de nuestra comprensión. Llámalos demonios, dioses, ángeles, espíritus; llámalos como quieras, pero existen... Y Pain es uno de ellos.
Un silencio espeluznante se hizo entre ellos. Juugo lo había dicho con tanta seguridad que era imposible no estremecerse.
—¿Y cómo puedes saber eso si ni siquiera lo conoces?
—Es que sí lo conozco. Yo me hice cristiano gracias a mis travesías hacia tierras lejanas. En uno de esos viajes conocí a Pain cuando todavía no se radicalizaba. En esos años él intentaba cambiar al mundo a través del diálogo y la comprensión mutua. Era un profeta con muchísimos adeptos. Y créeme que jamás en mi vida conocí a nadie como él. La energía que irradia, su forma de ser, el respeto que impone, es totalmente diferente al de cualquier ser humano.
Chouji no replicó esta vez. A cambio tuvo ganas de persignarse igual como vio hacerlo a Juugo.
Tras un choque de espadas, Gaara a duras penas logró dar varios saltos en reversa y alzar una pose defensiva. Apenas podía sostener su escudo y mantenerse de pie le era tan dificultoso que necesitó clavar su espada al suelo para emplearla como un bastón. Era su única esperanza de no caer por tanto cansancio.
El combate apenas llevaba alrededor de diez minutos, pero, por la tremenda vertiginosidad de los movimientos, sus glándulas sudoríparas trabajaron al punto de que parecía haberse dado tres duchas seguidas. En cambio el extranjero no estaba pestañeando, no estaba sudando, no tenía el aliento alterado, ni siquiera podía notársele el movimiento del pecho al respirar. ¿Quién diablos era este tipo? ¿De qué infierno había venido? ¡Si hasta parecía estar jugando con uno de los tres hombres más fuertes de este continente!
«Es como si este sujeto desafiara al sentido de la lógica, tanto que mi mente se empeña en decirme que no hay manera de que un ser humano pueda moverse tan rápido mientras usa una espada tan maciza como la de Kisame. Lo peor es que la blande a una sola mano, como si fuese muy ligera. Ni siquiera el tiburón era capaz de algo así. Este hombre tiene una fuerza anormal, monstruosa de verdad...».
El propósito original de una espada tan pesada como Samehada era funcionar como un arma anti-caballería. Estaba hecha especialmente para cortar la cabeza o las piernas de un caballo, no para ser utilizada en duelos individuales. Gaara, por lógica, daba por sentado que únicamente alguien tan fuerte y hábil como Kisame podía usar a Samehada con éxito en combates de uno contra uno. Y aun así tenía que emplearla a dos manos. En cambio el hombre que ahora mismo tenía enfrente...
«No podré vencerlo».
Cuando se dio cuenta del significado de lo dicho, su cerebro intentó desconectarse de ese pesimismo que en nada le ayudaría. Tenía que creer en sí mismo si quería obtener la victoria. Cuerpo, alma y mente no podían rendirse. Ahora menos que nunca.
De pronto recordó a Deidara y los tres duelos que sostuvo contra él. El primero lo perdió y probablemente el segundo también, pero el blondo siempre salió dañado, nunca obtuvo victoria gratis. Pero a este sujeto ni siquiera le había hecho un miserable rasguño...
—Luces muy confundido, pero tu ego no debería sorprenderse tanto. Es muy normal que un dios te venza sin dificultades.
—Cállate, tú no eres un dios. —La respiración tan agitada hizo que su réplica sonara como un chillido desesperado—. Eso es una estupidez —masculló lleno de horrenda frustración.
—Por si fuera poco —continuó Pain, ignorando de plano los alegatos de su enemigo— sé de antemano todo lo que harás porque eres muy predecible. Si tuvieras un estilo menos ortodoxo podrías haberme dado un poco más de pelea.
Gaara tragó dos cúmulos de saliva seguidamente. Su espada primaria ya había sido hecha pedazos y el testimonio eran sus restos que se veían sobre la arena. Samehada también había logrado trizar su escudo, por lo cual no tardaría en romperse. No iba a correr el riesgo de que eso le sucediera en pleno combate o que su peso siguiera agotándolo. Tiró lejos su única defensa y entonces sujetó su espada secundaria a dos manos.
—Es una lástima, esperaba mucho más de alguien con tu reputación —cizañeó el que tenía metales en la cara y orejas.
—Cállate, desgraciado.
—Tu primer problema es que confías demasiado en tus ojos, no aceptas que la intuición también puede ser confiable. Y en segundo lugar te falta versatilidad. Has sido un gran autodidacta sin duda, pero la carencia de maestros ha hecho que tu esgrima sea unidimensional y demasiado predecible. Por eso mismo morirás.
El dios tomó por primera vez a Samehada con las dos manos, al mismo tiempo que adoptaba una posición de ataque total. Gaara lo supo de inmediato: esta vez su enemigo atacaría a su máximo potencial.
—Ha llegado tu hora, Gaara de la arena —anunció antes de reanudar el combate. La sentencia fue hecha de un modo tan imponente que el aludido no pudo evitar un feroz escalofrío recorriéndole la columna.
Por lo visto la señora Muerte no se había conformado con verlo agonizando cuando casi falleció en el océano. Ahora tocaba su puerta de nuevo, aunque en esta ocasión iba a sufrir mucho más. ¿Cómo no hacerlo si actualmente tenía una esposa que cuidar y un niño por nacer? ¿Cómo no hacerlo si había reestablecido el vínculo fraterno con su hermana?
«Perdóname, Temari. Pero sobre todo perdóname tú, Matsuri. Me habría gustado tanto estar a tu lado y cuidarte mientras criábamos juntos a nuestro retoño. Educarlo y verlo convertirse en una persona de bien. Me habría gustado tanto eso...».
—Descuida. Matsuri vivirá hasta la vejez y tu hijo también. En cambio Temari morirá cuando ya sea una guerrera consolidada. En ese momento vendrá ante mí para vengar tu muerte y entonces perderá el don de la vida.
El hijo del desierto quedó estupefacto. Era como si Pain le hubiese leído la mente, ¿o sólo adivinó la natural preocupación que tenía por sus seres queridos? Fuera como fuera las pupilas se le contrajeron en menos de un segundo. Un nuevo escalofrío, mientras tanto, le recorrió la base del cráneo hasta concluir en la parte baja de la columna.
—No te sorprendas. Además de mi habilidad sobrehumana, también tengo la capacidad de predecir el futuro. Aunque, eso sí, incluso para un dios existe un pequeño margen de error cuando se trata de destinos individuales, ya que se hacen presentes factores como la impredecibilidad de algunas personas, locura temporal o decisiones fuera de toda lógica. Es parte del libre albedrío. Aun así mi porcentaje de acierto es altísimo, y es cien por ciento perfecto cuando englobo a grupos humanos o escalas masivas.
—Estás mintiendo —dijo negando con su cabeza mientras su boca, tras hablar, le costó permanecer cerrada.
—Te explicaría el método, pero dudo mucho que bajo el estrés de una inminente muerte puedas comprenderlo. Lo que sí te diré es que puedes morir tranquilo; Matsuri y tu retoño llevarán una buena vida en el nuevo mundo que construiré —aseveró con una seguridad abismal.
Como acto siguiente se arrojó contra su enemigo y le rompió la espada en menos de un minuto. El hijo del desierto logró alejarse, desenfundó su daga y readquirió su posición de combate más polivalente, pero era evidente que un arma corta no sería suficiente para cambiar su destino. Perecer era algo inminente.
—Di tus últimas palabras, Gaara del desierto.
El aludido tuvo ganas de rogar por clemencia, de retroceder el tiempo para aceptar la propuesta de Pain, pero sabía que ya era demasiado tarde. Una lágrima tan tenue que fue prácticamente invisible corrió por su mejilla. Maldito orgullo. Maldito por siempre.
—Temari, Matsuri, perdónenme... —dijo mirando hacia el horizonte, imaginando que estaban seguras en el refugio que las acogía.
Pain, a dos manos, retrajo la espada a fin de coger el feroz impulso que atravesaría el pecho de su enemigo.
—Tranquilo, la muerte no es la desgracia que pintan los humanos. En el fondo morir es vivir. Lo comprobarás por ti mismo dentro de muy poco.
De repente, justo cuando el dios haría uso de sus piernas para ir avante, un hombre salió corriendo a una velocidad increíble desde el tumulto que era la Legión Shukaku. En tan solo míseros segundos avanzó los cuantiosos metros que lo separaban de ambos guerreros, arrojándole a Pain una lanza desde un punto ciego. La rapidez fue tanta que más bien pareció un misil.
—¡Cuidado, mi dios! —Alertaron un sinfín de sus seguidores a través de gritos llenos de preocupación.
Como si de verdad pudiera anticipar el futuro, el representante del dolor no necesitó mirar hacia atrás. Ladeó su cabeza apenas unos centímetros, lo justo y necesario para evadir el ataque de una manera que se vio tan elegante como impresionante. Después su vista enfocó al recién llegado sin expresar ninguna emoción de sorpresa o enojo. Siguió tan impasible como siempre.
El interventor, a su vez, envió su mirada en primer lugar a Pain y luego a sus soldados. Después dijo lo siguiente con una tremenda sonrisa que desbordaba una confianza absoluta en sus capacidades.
—Llegó el más fuerte del universo, perras, así que hagan fila para mamármelo.
Sasuke y sus legiones ya estaban a menos de una hora de alcanzar la capital, la marcha continuando sin novedades ni contratiempos salvo cierto cansancio.
—Leónidas se ve como intranquilo, incluso diría que triste —comentó Hinata tras haberlo observado dos o tres minutos. El can iba al lado de Shakma sin perder el paso, tal como si fuese un soldado más.
—Debe estar extrañando a sus hermanos —teorizó Uchiha—. Pasábamos por este rumbo cuando íbamos a cazar conejos para la cena. Aunque no lo creas los animales tienen buena memoria y también sentimientos. Eso lo aprendí con mis perros.
—Lo sé. —Recordó enseguida a su mejor amigo, rogando en sus adentros que estuviese bien—. Yo nunca tuve mascotas porque mi padre me prohibía tenerlas, pero Kiba siempre me dijo que los perros eran mucho más que simples autómatas biológicos. Según él cada uno tiene su propia personalidad y además son capaces de sentir amor igual que cualquier ser humano.
—Y es totalmente cierto. —Dicho esto, detuvo a su corcel y lo volteó para mirar a su ejército de frente. Dio una orden a todo pulmón entonces—. ¡Soldados! ¡Media hora de descanso!
—¡Sí, señor!
Uchiha se bajó de Shakma y ayudó a que Hinata hiciera lo mismo. Su negra mirada nada tardó en direccionarse de forma insistente hacia el flanco izquierdo, cosa que la fémina terminó notando.
—¿Temes que haya enemigos por ahí? —inquirió ella.
—No. Lo que pasa es que hacia allá estaba mi hogar, mismo que ahora sólo debe ser ruinas y polvo —contestó mascullando mientras cerraba el puño, su semblante oscureciéndose gradualmente.
—Oh... —musitó sin saber qué más responder. A decir verdad Hinata no le tenía cariño a esa mansión, dado que allí vivió momentos muy horribles que no deseaba recordar. La muerte de Lee la ponía triste, pero era principalmente la de su primo la que más la hacía sufrir. Y lo haría hasta el fin de sus días.
—Tal como te prometí antes de embarcar en Jiren, cuando termine la guerra les haré unas lápidas dignas a Neji y a su amigo. Lo tengo muy presente.
Los ojos de Hinata dieron un brinco. Era como si su novio le hubiera leído la mente. ¿Se estaba volviendo más perceptivo?
—Muchas gracias de verdad... Yo también ayudaré para que sus tumbas queden muy lindas y llenas de flores.
Él asintió al tiempo que reprimía un suspiro. Sabía que recordar el pasado era doloroso y justamente por eso ambos intentaban evitarlo.
—Iré a darme una vuelta —anunció de improviso el pelinegro.
—¿Irás hacia los restos de tu mansión, verdad? —adivinó enseguida.
Uchiha no se sorprendió de que acertara. Nadie podía ganarle a Hinata cuando se trataba de percepción.
—Así es. —No intentó negárselo ya que sería una pérdida de tiempo. Y tampoco es que alguien como él, todo un general de ejército, necesitara permiso de ella.
—¿Estás seguro, Sasuke? —preguntó la dueña de su corazón—. Ver tu casa convertida en escombros sólo te generará más odio...
—Eso es lo que quiero, aumentar mi odio por Danzo todavía más. Una vez que tenga enfrente a ese maldito suplicará que lo mate de una vez. Juro que se arrepentirá de haber nacido.
Los ojos albinos zozobraron.
—Mi amor..., yo no quiero que luches por odio sino por amor a tus fallecidos. Ino siempre pensó más en el amor a su padre que en el odio hacia Hidan. Por eso logró evitar la tentación de torturarlo.
—Ya hablamos ese tema anteriormente y me prometiste que aceptarías el terrible destino que le daré a Shimura. Cumple lo que dijiste —exigió mirándola sin condescendencias.
Hinata enmudeció al imaginar claramente los horrendos tormentos que le aguardaban al rey. Cuando sus proyecciones se volvieron demasiado vívidas prefirió sacudir sus pensamientos.
—Está bien, te prometí que nada haría para ayudar a Danzo y cumpliré mi promesa. Pero por favor no vayas a tu mansión. En serio que tengo un mal presentimiento, amor. —Se subió una manga de su abrigo. Era tan grande que casi parecía el de un esquimal—. Mira lo erizada que está mi piel ahora mismo y te aseguro que no es por el frío porque esta ropa es muy gruesa. Lo que pasa es que siento mucha energía negativa por allá y puede que Danzo haya puesto trampas también —concluyó abrazándose a sí misma.
Él se dio el tiempo de estudiarla concienzudamente. Parecía afligida y no deseaba ser el causante de que tal emoción aumentase más. Después de todo Hinata se había transformado en su amuleto de la buena suerte y confiaba plenamente en que tenía una sensibilidad especial, una que la hacía detectar cosas ocultas para los ojos del resto. De hecho, el caso de las fantasmas seguía muy presente en su mente. Justamente por eso le levantó el flequillo y le besó la frente, haciéndole ver de ese modo que había aceptado su sugerencia.
—Te amo, mi pequeña hermosa —dijo amorosamente mientras volvía a bajarle la manga. No quería que el brazo de su chica quedase a la fría intemperie invernal.
Ella sonrió anchamente, conmovida y enternecida.
—Y yo a ti.
Otro beso, pero esta vez en la boca, llegó poco después. Hinata sintió las miradas de los soldados encima de ellos dos, mas no le dio importancia pues su timidez ya no era la de antes. Y nunca más lo sería.
Sasuke acompañó a su dama hacia un lugar alejado en que pudiera orinar tranquila y él hizo lo mismo después. Al regresar pasaron unos quince minutos en que se distrajeron dándole afecto a Shakma y a Leónidas. Todo acontecía sin novedades hasta que de repente la mirada albina insistió en perderse hacia el horizonte que dejaron atrás.
—Tranquila, mi amor. —Le dijo su prometido—. Ino, Naruto, Kiba y los demás van a estar bien. Todos son grandes guerreros.
Ella hizo una expresiva apertura de ojos. O Sasuke de verdad estaba cada vez más perceptivo o es que ya la conocía tan bien que incluso adivinaba sus pensamientos.
—Lo sé, mi amor, pero es inevitable preocuparme de todas formas. Algo me dice que Ino correrá mucho peligro... —auguró angustiándose de sólo pensarlo. Llevó una mano a un bolsillo y, a modo de consuelo, acarició la esmeralda en forma de trébol que la soldado le había regalado.
—También estuviste preocupada cuando enfrentó a Hidan y ya ves que salió victoriosa. Me parece que subestimas su talento guerrero.
—Nunca la subestimaría. Sé la grandiosa guerrera que es, pero en la última batalla recibió un flechazo que casi la mata. De no ser por el casco hubiera muerto... —Perdió repentinamente la voz con la última frase.
—Precisamente para eso son los cascos y los yelmos: para salvarte la vida en casos así. En una batalla campal desde cualquier lado te puede llegar una flecha, una lanza, una espada voladora, una jabalina, lo que sea. Yo mismo he recibido flechazos un par de veces, así que estate tranquila. Ino estará muy bien, ten confianza en que así será.
La dueña de Sasuke contuvo el aliento mientras su diestra, de forma distraída, acariciaba el pelaje de su abrigo. Sus labios estaban levemente separados, como si quisiera hablar pero no pudiera encontrar las palabras.
—Tienes razón, mi vida —dijo cuando finalmente las halló—. No quiero sonar majadera, así que no insistiré con eso.
Esa respuesta vino más por compromiso que por convicción y Uchiha lo tuvo muy claro. Entonces le apartó el flequillo y le besó la frente dulcemente otra vez.
—Como te veo más preocupada de la cuenta te contaré algo. Así te distraerás.
—Es que no sé si pueda distraerme... —advirtió que posiblemente sería inútil intentarlo.
Uchiha recordó a su único amigo no canino, Suigetsu Hozuki. Su muerte aún le seguía doliendo, pero él se merecía con creces ser recordado y mencionado cada vez que pudiera.
—Mira, antes de cada batalla a Suigetsu le gustaba imaginar un futuro próspero. Eso le ayudaba a reducir el estrés y la tensión muscular consiguiente. También le servía para luchar con más ferocidad para obtener sus metas de ensueño. Tú puedes aplicar lo mismo.
Hinata recordó a ese hombre que conoció a bordo de Jiren y que tan bien le había caído a pesar de tratarlo por poco tiempo. De no ser por su sacrificio, ni Sasuke, ni Karin, ni ella, estarían vivos ahora. Y en honor a él dejaría volar su imaginación.
Pasó un par de minutos en que Sasuke dejó de percibirla tan tensa, aunque lo que más le sorprendió fue verle una sonrisa naciendo en su rostro, misma que se prolongó y pronunció. Preguntaría el por qué de ella cuando su musa saliese de su abstracción, empero, la paciencia no estaba entre sus virtudes y esperar le fue más difícil de lo que pensó en un principio.
—Hace poco te veía preocupada y ahora hasta sonríes felizmente —puntualizó cuando su chica por fin volvió a abrir los ojos.
Sólo entonces Hinata se dio cuenta de que, en efecto, mantenía una curva en sus labios que había nacido gracias a la ensoñación. Se ajustó la bufanda ocre que se tejió para protegerse del frío y, de paso, también ocultar los chupones que Sasuke le dejaba de cuando en cuando.
—Es que imaginé que ya teníamos nuestra familia formada. Vivíamos en una granja grande y veía a nuestros hijos correteando alegremente de aquí para allá con Leónidas. Eran cuatro retoños en total, un par de niñas y un par de varoncitos. —A modo ilustrativo, en cada mano formó el número dos con sus dedos—. Así que tenías razón, amor mío; me hizo muy feliz concebir un futuro tan bello —remató animadísima.
Cuánta ternura sintió Uchiha al vislumbrar a Hinata con el primer bebé entre sus brazos, haciéndole arrumacos y mimos con dulzura maternal mientras lo amamantaba. La criatura, muy agradecida, miraba a su mami con ojitos llenos de felicidad. Y él presenciando todo con una sonrisa desde la clandestinidad de una puerta apenas abierta, todavía sin entrar para no interrumpir un momento tan precioso. Qué lindo sería ver a su mujer así, en serio qué lindo sería que todo resultara bien y obtener lo que nunca pensó: formar una familia a la cual cuidar y amar hasta el fin de sus días.
La visión fue tan real, tan tierna, que no la sintió como un simple espejismo de la imaginación sino como una predicción del inminente futuro.
—Pues tú también estás sonriendo ahora, amorcito. Y me encanta que lo hagas —señaló Hinata indicándole alegremente los labios.
Él reaccionó dándole su mirada.
—Sonrío porque ese va a ser nuestro futuro, amor mío —dijo sentenciosamente—. Lucharé con todas mis fuerzas para verte con muchos retoños en tus brazos.
Ella sonrió tanto o más que él.
—Yo también lucharé con todas mis fuerzas para que eso se cumpla. No pienso morir hasta formar mi familia contigo y ser muy felices todos juntos.
La fémina asintió mientras se cobijaba en el robusto pecho masculino, su cabeza azulosa quedando bajo el mentón de él.
—Sin duda serás una excelente mamá. —Le dio un deleitoso beso en la coronilla.
—Y tú también serás un excelente papá —depositó toda su fe en que así sería.
Sasuke se conmovió mucho, mas no estaba de acuerdo con esa última afirmación. Por supuesto que aspiraba a ser un gran padre para sus hijos, también ansiaba que Hinata estuviera muy orgullosa de él en ese aspecto, pero no sabía si alguien como él, alguien que todavía tenía mucho odio en su corazón, podría cumplir tantas expectativas. Aun así no quiso protestar para no arruinar un momento de complicidad tan grata y cómplice. Si Hinata confiaba en él, entonces haría todo lo posible para estar a la altura.
—¿Crees que saldrán con tus ojos o con los míos? —preguntó Hinata mientras se apartaba de su pecho y se ponía de puntillas para observar aún mejor esas perlas negras.
—Que sea parejo, vale decir que tenga un ojo negro y otro blanquecino.
—Yo prefiero que saque tus ojos. Los míos son feos y raros —recordó su niñez por inercia. Cuando salía fuera de los aposentos Hyuga siempre sentía las miradas del gentío sobre sus luceros. A pesar de que intentaban disimularlo, podía sentir la incomodidad que producían.
—Es cierto que son extraños —aceptó lo obvio—, pero no son feos. De hecho ahora me gustan mucho. Además mis ojos son normales, los tuyos en cambio parece que pueden ver mucho más de lo evidente —recordó otra vez el caso de las apariciones fantasmales. Jamás lo olvidaría a pesar de que él nunca pudo detectar nada anormal a bordo de Jiren.
La curiosidad siguió atacando a la fémina, preguntándose de qué altura saldrían sus hijos. Ella no era alta, un metro con sesenta y tres no podría considerarse de esa forma, pero Sasuke sí lo era. ¿Una combinación de ambos engendraría retoños altos o bajos? Luego se pegó un ligero coscorrón al sentir que esas cosas eran sólo nimiedades; lo único que le pedía al destino es que sus niños nacieran sanos.
—Lo malo es que el embarazo siempre le pasa la cuenta al cuerpo... —comentó Sasuke—, así que tendrás que hacer dieta para bajar esos kilos extra.
Hinata reaccionó abriendo sus ojos.
—¿O sea que no me querrás cuando esté gorda y con estrías? —cuestionó mientras hacía un puchero de niña.
—Te amaría un uno por ciento menos... —dijo en tono molestoso.
—¿Te gusta ser malo, verdad? —reclamó ella.
El general estaba haciendo grandes esfuerzos para contener una sonrisa llena de ternura. Más allá estaban los hombres de su legión y recordó que su imagen de tipo duro podía perderse si seguía demostrando sus sentimientos de una forma tan abierta. ¿Pero cómo evitarlo si Hinata le despertaba un amor imposible de mesurar?
—Sabes que siempre te amaré como un loco, mi amor. Aunque le restes un uno por ciento al infinito, éste seguirá siendo infinito —afirmó para después darle un dulce y delicioso beso—. ¿Y tú me querrás si me quedo calvo?
—No creo que te pase eso, tienes pelo hasta para regalar —bromeó ella mientras se lo acariciaba—. Tu cabello siempre me ha gustado mucho. Es rebelde y puntiagudo, pero al mismo tiempo suave y muy brillante.
—Recuerda que muchos hombres quedan calvos con la edad y puede que a mí también me pase lo mismo. ¿Me querrías siendo pelón?
—Te amaría un uno por ciento menos... —dijo en el mismo tono molestoso antes usado por él.
Él infló una de sus mejillas en señal de frustración y la dama rio en consecuencia. Le encantaba verle ese nuevo gesto que había descubierto poco tiempo atrás.
—Sabes que siempre te amaré como una loca, mi amor. Aunque le restes un uno por ciento al infinito, seguirá siendo infinito... —Le devolvió la misma frase con una feliz sonrisa mientras le revolvía el cabello tiernamente.
Y como para demostrar que lo dicho era plenamente cierto, se demostraron ese amor infinito a través de otro caluroso y emocionante beso.
La marcha se reanudó un poco después, aunque con la diferencia de que ahora Hinata estaba segurísima de que todo saldría bien. Sasuke había conseguido rebajarle la tensión y ella, en sus adentros, le agradecía un montón por ello.
Para sorpresa de todos los presentes, el guerrero que acudió en rescate de Gaara fue nada más y nada menos que el mismísimo Deidara, quien había perdido contra el demonio de la arena en el último duelo que sostuvieron. Sólo la intervención del rey Danzo Shimura, quien no respetó que Gaara emergiese con la victoria, impidió que el artista falleciera en esa ocasión.
Sonriente después de reentrenarse a todo dar durante dos meses, lució su estampa más confiada y desafiante. Estaba muy feliz, ya que su arte brillaría más que nunca cuando venciera a ese dios invasor. Así demostraría delante de todos que seguía siendo mejor que Gaara; que la última derrota que ese bastardo le infligió fue sólo un mero accidente. Y luego de asesinar al tal Pain, haría lo mismo con su archienemigo por la humillación que le asestó al vencerlo.
Clavó su mirada azul en los ojos vacíos de aquel que llevaba al dolor por nombre.
—Si crees que vas a quitarme a mi presa estás muy equivocado, maldito. Ese imbécil me debe una revancha, así que yo soy el único hombre que tiene derecho a matarlo —advirtió con su voz más amenazante y demente—. Tú no me privarás de ese tremendo placer, hum.
Le echó una mirada escrutadora a Gaara, quien mostraba un agotamiento que nunca le había visto antes. Una herida liberaba un hilo de sangre por su muslo además. Ese tal Pain debía ser muy fuerte si dejó en ese estado a alguien tan hábil como el hijo del desierto. «Deberé tener mucho cuidado si quiero derrotarlo», añadió su mente.
—Tú debes ser Deidara. No esperaba que alguien con tu fama emplease una excusa tan infantil para ayudar a su archienemigo.
—Si tú no tienes un orgullo que defender es tu problema. ¿Además nunca te dijeron que no te metieras en lo que no te importa? Mejor arrodíllate ante mí y quizás te perdone la vida. Aprovecha la única oportunidad que te daré, puta barata.
—¿¡Cómo te atreves a faltarle el respeto a un dios!? —Espetó la lideresa de las arqueras. Por su reacción parecía ella la que fue ofendida.
El rubio artista miró a quien había hablado.
—A callar, mujer, que esto no te incumbe.
La aludida iba a seguir respondiendo, pero...
—Tranquila, Konan. A palabras necias, oídos sordos.
—Como diga usted, mi señor —aceptó ella.
—¿Tú fuiste el que mató a Sasori, no? —preguntó el blondo mientras redirigía su mirada hacia el líder extranjero—. Por ese terrible pecado me divertiré mucho quemando tus manos, cortándote las orejas y arrancándote lentamente cada extremidad. Y asimismo me haré un lindo collar con tus ojos. ¿Te ha quedado claro?
—A Gaara le brindé la oportunidad de rendirse porque percibo que tiene bondad en su corazón. A ti, en cambio, no te daré esa opción porque eres un claro ejemplo de pura maldad. —Alzó su espada con la punta hacia el cielo, haciendo que el pelirrubio notara algo muy importante y que enseguida mencionaría.
—Esa es la espada de Kisame. No sabía que un dios pudiera ser tan ladrón —comentó muy indignado.
—Él se sentiría muy honrado de que su espada sea usada por la deidad que salvará este mundo.
—¿Salvar el mundo? —Compulsivas carcajadas hicieron acto de aparición, unas tan pronunciadas que a sus mandíbulas les costó detener sus movimientos—. Ya que me has hecho reír tanto te daré una última oportunidad para que salves tu cuello: ándate de mi país antes de que te trate peor que a un desconocido que se le ocurre mear en mi jardín, hm.
—Irme está fuera de toda posibilidad, pues yo me encargaré de crear un mundo pacífico en que la gente de buen corazón siempre pueda sonreír. Esa es la meta que cumpliré.
Esta vez Deidara lo miró tal como se mira a un orate. Siempre creyó que él estaba medio loco, pero lo recién oído le hizo pensar que más loco estaba el sujeto que tenía enfrente.
—Ya veo... Pues te informaré que la palabra que más odio es paz. —Reflejó su aversión formando un gesto de genuino asco—. Guerras, violencia, robos, asesinatos... Todo eso es aceptable porque forma parte de la esencia humana. Imagínate cuán tedioso sería el mundo si todos conviviéramos en sana armonía. Me da pavor sólo de imaginar tal aburrimiento. Por eso yo eliminaré a todo el que desee luchar por la paz, incluso si ese iluso es un supuesto dios —advirtió mirándolo de una forma aún más acerada—. Este mundo debe mantener el albedrío a cualquier precio, ser el más libre que haya existido. Esa es la gracia que tiene, lo cual lo hace entretenido, y lucharé con todas mis fuerzas para mantenerlo así —concluyó sonriendo de una manera casi demencial.
—Sujetos de tu calaña son a quienes más deseo eliminar. Si la humanidad está tan mal a día de hoy es precisamente por gente como tú, psicópatas hedonistas que sólo piensan en el placer propio.
—Pues yo soy feliz siguiendo mi ideal de una sociedad violenta y caótica... —dijo mientras se frotaba las manos—. ¿Acaso tú puedes decir lo mismo? Yo creo que no porque cualquiera que busque detener las guerras, parar los crímenes, acabar con la maldad en sí, está condenado a sufrir por siempre. Esas son metas demasiado utópicas porque el mal es intrínseco al ser humano. Este mundo no tiene solución, ergo, lo único que importa es ser libre de toda culpa y alcanzar la felicidad sin que importe nada más.
—Eres un típico sádico egoísta, pero un dios está muy por encima de trivialidades como la felicidad personal. Lo que busco yo es el bienestar de toda la gente buena del mismo modo que un padre desea lo mejor para sus hijos. El camino para lograr una meta tan grande es muy duro, pero ver que este mundo sana sus heridas mientras todos se aman como hermanos hará que todo sacrificio valga la pena.
—¿De verdad crees que podrás detener algo tan natural como el mal y las guerras? Qué idiotez más grande. Entiende que la paz es una anormalidad, un accidente que crean los débiles para sobrevivir de algún modo. Pero yo no necesito una sandez como la paz porque soy el guerrero más fuerte de todos y, como tal, lo único que me interesa es tener emocionantes batallas y mostrar la grandeza de mi arte acabando con Gaara y Sasuke Uchiha. Tú sólo eres una piedrita en el zapato, una que ahora mismo quitaré de mi camino.
—No perderé mi preciado tiempo tratando de razonar con un psicópata. Será mi espada la que te haga reflexionar. —Mostró la brillante hoja de Samehada—. Tu destino ha quedado sellado, Deidara, dado que mi misión es eliminar a todo aquel que atente contra la paz.
—¿Así que quieres paz...? ¡Pues aquí tienes tu paz! —A la velocidad del rayo lo atacó con su martillo meteoro, mismo que Pain esquivó sin problemas—. Te mostraré que yo soy el guerrero más fuerte de todos, hum —sentenció mientras se agarraba el pantalón justo desde la entrepierna.
—Al guerrero más fuerte lo tienes frente a tus ojos. Yo soy invencible, indestructible.
—¿Invencible? ¿Indestructible? ¡Patrañas! —Sentenció riéndose muy animado—. ¡Ahora mismo te mostraré que soy yo el que mea más lejos! —agregó manteniendo una desafiante sonrisa, recordando las típicas competencias de niños en que el triunfo se lo llevaba el que cumplía la frase lanzada.
En el fiordo que custodiaba la legión Relámpago asomó por fin la flota enemiga. Y parecía tan inmensa como lo advirtió Konohamaru. Lo positivo era que la estrechez de la ensenada les complicaría bastante el desembarco.
Bajar todas sus tropas en un lugar tan poco ventajoso no tenía ningún sentido militar, por lo cual la blonda guerrera le dio alas a la idea que anteriormente predijo: Pain había dividido su flota para complicar aún más las cosas. ¿O acaso vendría el presunto dios comandando esta flota? ¿Tendría tanta mala suerte como para ser ella la que debiera enfrentarlo en primer lugar? ¿Naruto y los demás podrían llegar a tiempo para apoyarla a ella y a sus hombres?
Sea como sea, y aunque fuesen un millón de guerreros más que ellos, su deber era defender esta bahía hasta el último hombre o, en su defecto, hasta que le llegara la información de que Sasuke ya había acabado con Danzo.
Dejó de observar la miríada de barcos para ver a la Legión Relámpago, aquella que había comandado por cuatro largos años y a una edad tan temprana como los dieciséis. A través de toda la historia muy pocos hombres podían alardear un rango tan alto siendo todavía adolescentes, pero siendo mujer el mérito era incluso el triple. Juana de Arco, otra guerrera muy precoz, habría estado sumamente orgullosa de Ino.
Arriba de su caballo, se ajustó de mejor forma la coleta que emergía por la parte trasera de su casco. Después llamó la atención de sus soldados mientras, a lo lejos, los barcos del enemigo fungían como telón de fondo. La escena, de algún modo, pareció un cuadro surrealista.
Cuando las tropas terminaron de formarse, Ino alardeó su tremendo equilibrio poniéndose de pie sobre el lomo de su fiel equino. Era el momento de la arenga que todo líder militar lanzaba para avivar la fiereza de las voluntades antes de una batalla.
—Muchachos, mis hermanos de armas..., los más antiguos recordarán qué sucedió cuando me hice líder de esta legión. Hubo mucha reticencia, desconfianza, recelo, incluso hombres que me desafiaron a muerte pensando que me vencerían por el simple hecho de ser mujer. No me molestó porque de antemano sabía que serían reacios a ser comandados por una. ¿Qué guerrero que se precie no presentaría discordias ante algo tan inusual? Sin embargo, a través del tiempo vieron de lo que era capaz, comprobaron que este puesto me lo gané por méritos propios y entonces me dieron su respeto. Les agradezco por eso y se los digo con mi corazón de mujer en la mano: gracias por seguir mis órdenes y terminar confiando en mis decisiones y capacidades. Ha sido un gran honor y un tremendo orgullo para mí combatir junto a ustedes durante estos años.
—El honor ha sido todo nuestro, comandante. No podríamos haber tenido un líder mejor que usted y por eso le damos nuestros más grandes respetos.
—Tal como dijo no confiábamos en las capacidades de una mujer, siempre las habíamos visto como seres incapaces de estar a la altura de los hombres, pero usted ha demostrado que no es así.
—¡Además siempre olvidamos que gracias a una mujer todos nosotros estamos vivos! ¡Le agradecemos a usted por recordarnos que le debemos respeto eterno a las mujeres!
—¡Es cierto! ¡Si estamos vivos es gracias a una mujer!
—¡Y usted ha demostrado que también pueden ser muy fuertes!
—Sííííííííííí —Gritaron todos igual que Cristiano Ronaldo al recibir un balón de oro.
Ino asintió felizmente. Se sentía muy orgullosa de que al menos los hombres de su legión habían disminuido bastante su machismo al presenciar de lo que era capaz una mujer determinada, aceptando, gracias a su influencia, que el sexo femenino podía aspirar a mucho más de lo que la sociedad permitía. Eso ya era un gran cambio y fue ella quien lo había propiciado.
Cuando los gritos de apoyo cesaron, la soldado continuó su alocución.
—Como pueden ver —alzó su pulgar por encima del hombro, indicando a la inmensa flota detrás suyo— pronto caerá sobre nosotros un monstruo gigante hecho de espadas, lanzas y escudos, así que no voy a mentirles: lo más probable es que en unas horas muchos de nosotros ya no estemos en este mundo y puede que yo tampoco lo esté. Incluso puede que ninguno de nosotros sobreviva. —Dicho esto unos ojos negros y otros azules vinieron a su mente.
Su hizo un solemne mutismo gracias al significado de esas palabras. La parca nunca era un juego.
—Ese silencio es muy comprensible porque siempre vemos a la muerte como una enemiga apestosa a la que hay que evadir durante el máximo tiempo posible. Todos, yo incluida, queremos llevar una buena vida hasta hacernos viejos. La muerte es indeseada, detestable, incomprendida, pero yo no le hago asco porque para mí también significa la oportunidad de reencontrarme con mis seres queridos. Sé que mi padre y mi madre ya me están esperando del otro lado. —Alzó sus preciosos ojos celestes hacia el techo del mundo, ese que ahora mismo estaba cargado por grises nubes. Luego devolvió su vista hacia todos los presentes—. Si hoy la parca no llega a buscarme seré muy feliz porque yo no quiero morir todavía, pero si sucede lo contrario lo aceptaré sin lamentos. Entiendo a quien piense diferente y el que se quiera ir tiene mi permiso de hacerlo. Sin embargo, si quieren proteger a sus hijos, novias, esposas, hermanos, primos, familiares y amigos, no lo lograrán yéndose. Pain se apropiará de este reino y hará lo mismo con el resto del mundo. Ya lo hizo con todo el continente de ultramar en apenas unos cuantos meses. Si no lo detenemos aquí y ahora, Sasuke y sus legiones serán tomados desprevenidos por la retaguardia y todo lo que conocemos será esclavizado y pulverizado. ¿Quieren eso? ¿Quieren vivir como esclavos o prefieren morir luchando de pie y como hombres libres?
—¡Como hombres libres! —Llegó la feroz, masiva e inmediata respuesta.
—¡Por supuesto que todos nos quedaremos aquí! —añadió otro soldado por su cuenta—. ¡Si nuestra comandante es capaz de luchar hasta la muerte siendo una mujer que siempre lo ha tenido todo en contra para llegar hasta aquí, sería una vergüenza para nosotros, como hombres y como guerreros, abandonar la batalla antes de tiempo!
—¡Si nos toca morir será un honor hacerlo junto a usted, comandante!
—Así es... ¡Será un honor morir a su lado! —apoyó otro soldado raso a viva voz.
Ino sonrió. Estaba emocionada.
—Además ya saben el lema de este reino... —dijo ella con una incipiente sonrisa.
—¡El que se rinde es marica! —contestaron las tropas al unísono.
Todos rieron a carcajadas como si la mismísima muerte pesara menos que una pluma, desdeñándola sin temor alguno. La Legión Relámpago por entera lucharía hasta el final.
La comandante volvió a sentarse sobre el lomo de Trébol y tiró de sus riendas para girarle el rostro hacia el mar. Lo acercó hasta la orilla y lo detuvo allí. Entonces, equilibrándose de una forma tan habilidosa como siempre, se puso de nuevo en pie. «Desenvainó» su arco y lo cargó con una flecha. Era el saludo que enviaría a la flota enemiga apenas entrara a la zona de contacto.
—¡Esta nación es la cuna de los guerreros más fuertes que ha visto el mundo! ¡Demostrémosle a ese supuesto dios quienes somos!
—¡Así será!
Deidara luchó con todo lo que tenía, pero incluso así no logró hacerle siquiera un rasguño a Pain. Todavía peor era que sus veloces movimientos parecían engañar a los ojos, realizando curvas y combas que podrían partirlo por la mitad si no mantenía la debida distancia. Le parecía increíble que pudiera manejar a Samehada con tanta habilidad.
Ahora entendía por qué Gaara había sido derrotado por este sujeto que se creía un dios. Era tan rápido como uno y era muy difícil leer sus movimientos gracias a su total falta de expresividad. Antes de atacar el noventa y cinco por ciento de los guerreros anunciaban ese ataque a través de alguna pequeña gesticulación o de un brillo más acentuado en los ojos. En cambio la «Poker face» de Pain impedía predicción alguna.
Lo que empeoraba todo, sin embargo, era su magistral capacidad de anular el agotamiento físico. Había peleado contra miles de guerreros y jamás vio que alguien no se extenuara tras tanta intensidad. Mientras él ya jadeaba como un perro sediento en pleno verano, Pain no sudaba, no acezaba, ni siquiera parecía estar respirando. No daba una mínima señal de cansancio. Era simplemente impresionante.
¿Qué clase de entrenamiento tuvo este hombre como para aguantar un frenesí de pelea tan grande sin fatigarse?
La única ventaja que el artista tuvo sobre Gaara era que logró mantener la distancia gracias a sus cadenas, cateyas y su martillo meteoro. Gracias a eso había evitado, hasta ahora, heridas que pudieran debilitarlo a través de la constante pérdida de sangre. Aun así se había sentido una marioneta en manos de su enemigo. Estaba seguro de que Sasori habría descrito de ese modo su situación actual.
—Un guerrero pacifista no puede ser tan fuerte. Es absurdo —alegó Deidara sin poder ocultar sus profundos jadeos. Necesitaba distraerlo usando una charla mientras recuperaba algo de aire.
—Absurdo para ti, pero aquí estoy yo para demostrar que es cierto.
—No me vengas con tonterías, sólo los idiotas pueden comprarse el cuentito de que deseas la paz. Tú lo que buscas es el poder absoluto, sólo eso explica que hayas alcanzado un nivel de combate tan alto.
—El poder absoluto es el método, lograr la paz es la meta. Y es así porque el poder absoluto es el único camino factible para conseguir la paz.
—No creo en tu verborrea barata. Todo guerrero que se precie disfruta de los combates y de la sangre, por tanto un «guerrero pacifista» es una anomalía, algo incapaz de existir.
—Yo preferiría mil veces alcanzar la paz a través de la empatía y del amor al prójimo, pero eso es sólo una fantasía imposible de cumplir. Eso lo sabéis todos. La única fórmula que funcionará en este mundo lleno de odio es conseguir la paz a través de la fuerza.
Deidara pensó que nunca conocería a alguien más irritante que Uchiha Sasuke, pero por lo visto se había equivocado. Pain lo enfermaba aún más que ese pelinegro. Sinceramente no podía lidiar con alguien que buscara la paz como meta. No sabía si las palabras que arrojaba eran verdad o no, pero lucía tan convencido que le daba asco sólo mirarlo.
—Cállate, imbécil, no me convencerás con tus argumentos de mierda. Ahora lo único que me importa es vengar a Sasori y créeme que lo haré a cualquier costo.
—A tu estimado Sasori le di un castigo muy merecido y que estaba acorde a su gran maldad: una muerte terriblemente dolorosa.
—¡Hijo de perra! ¡Te sacaré las tripas por el culo por eso!
—¿Y es así cómo pretendes vengar a tu amigo? ¿Lanzándome insultos en lugar de espadazos? Entiende que tu arte es demasiado burdo y decepcionante como para hacerme daño.
—¡Cállate, maldito! ¡Mi arte es el mejor de todos!
El artista se arrojó con todas sus fuerzas a pesar del cansancio que lo acosaba, pero su falta de frescura física, mental y táctica hizo que Pain luciera aún más su tremenda consistencia, su estilo agresivo de esgrima, su perfecto control emocional, su rebose de confianza. Leía tan bien las iracundas ofensivas del blondo que no perdía un solo centímetro de terreno, castigando a Deidara con su clarividencia de ideas.
Parecía un dios verdadero, uno tan real que desgarraba las esperanzas de sus rivales a la mínima expresión.
—¿Ataques llenos de rabia ciega son tu último recurso? ¿De verdad esto es lo máximo que puedes hacer? —Cuestionó la deidad mientras seguía esquivando todos sus golpes sin siquiera contratacar. Estaba humillando al artista como jamás nadie lo hizo.
Incapaz de seguir moviéndose, Deidara abrió su boca lo más posible a fin de ingresar el aire que le faltaba. Sus acometidas resultaron tan fútiles como las de un solitario león tratando de cazar a un elefante.
«La habilidad de este tipo es pavorosa. Su velocidad, fuerza, reflejos, técnica, resistencia..., todo en él parece venir de otro mundo. Es como un guerrero que tiene seis sentidos o incluso más que ese número. Es mucho peor que tratar de oponerse a un huracán. Diablos, muy pronto seré un fiambre si no consigo anticiparme a sus movimientos y cambiar esta tendencia desastrosa...».
El blondo hizo un último y agónico intento por cambiar su destino, mas nada dio resultado. Ya estaba tan agotado que incluso mantenerse de pie le era un esfuerzo supremo. Sus pulmones le ardían.
—Este es el final para ti, artista... —sentenció el representante del dolor agarrando a Samehada con las dos manos, señal de que desataría su máxima fuerza.
Justo en el momento en que Pain se disponía a darle la estocada final, Gaara se arrojó contra él de una forma tan diestra que incluso lo obligó a retroceder varios pasos. Su lugarteniente le había pasado nuevas espadas y, gracias a los minutos de descanso que el rubio le había otorgado, ya estaba totalmente repuesto.
—No me gusta deberle favores a nadie, maldito, así que ya estamos a mano por haberme salvado antes —explicó su acción ante su archirrival, cuyos ojos azules lo miraban desconcertados. Luego redirigió su faz hacia Pain—. Ahora es mi turno, miserable. Esta vez prepárate a un resultado diferente porque ya conozco bien tus patrones de ataque. Cometiste dos errores claves: luchar contra mí sin matarme y dejarme ver tu combate contra Deidara.
El dios clavó a Samehada en el suelo y su semblante destiló más concentración que de costumbre. Sus manos empezaron a hacer unos extraños movimientos, los cuales eran tan vertiginosos que los ojos ajenos sólo veían líneas difuminadas en lugar de dedos. Gaara supuso que sus falanges estaban entumidas tras tantos impactos y que esa secuencia era para reanimarlas. En cambio Deidara, gracias a las enseñanzas de Sasori, supo que esos movimientos se hacían para facilitar el flujo de chakra en el cuerpo y fomentar estados mentales más elevados. Su amigo marionetista había llamado «Mudra» a esos sellos de manos y, según sabía, sólo monjes altamente preparados eran capaces de hacerlos con efectividad. Eso podría explicar por qué Pain conservaba en todo momento una calma tan perfecta.
—Os advierto que si lucháis por separado no tenéis posibilidad alguna —anunció mirándolos alternadamente apenas terminó su acción con las manos—. Si queréis derrotarme deberíais unir fuerzas —aconsejó tan cariparejo como siempre.
—No me hagas reír, gusano prepotente —espetó un indignadísimo Gaara—. ¿De verdad crees que podrías derrotarnos a los dos juntos?
—Por supuesto. ¿O de verdad pensáis que ya he luchado a mi máxima capacidad? ¿Tan ilusos sois?
Tanta seguridad rebosando en cada palabra fue otro insulto terrible para el orgullo de ambos FE.
—Yo me basto solo para vencerte. ¿O en serio crees que ya he usado todos mis trucos? —retrucó Deidara sin amilanarse—. ¡El daño que le hiciste a Sasori te lo devolveré con intereses!
—Reconozco que tienes un cardio envidiable —añadió Gaara—, pero esa es tu única ventaja real. Tu nivel de esgrima no es tan alto como pretendes —concluyó de una manera mucho más tranquila que el artista.
—Respuestas muy típicas de guerreros orgullosos, pero la dolorosa verdad es que los dos sois muy débiles para confrontarme. Y encima ni siquiera entendéis que vuestra única opción de victoria es luchar como aliados en vez de enemigos.
—¿Yo aliarme con Deidara? Prefiero morir antes. —Su espontánea sentencia vino desde lo más profundo de las vísceras, pero lo cierto era que su corazón estaba dispuesto a todo con tal de volver a Matsuri y a su hermana. Incluso luchar junto a su archirrival si éste también lo aceptaba.
—Incluso preferiría comer cosas que les darían asco a las moscas antes que pelear con ayuda de Gaara —aseveró el rubio a su vez.
—A pesar de vuestra pueril terquedad, tendré la generosidad de deciros lo que debéis hacer para tener siquiera una mínima oportunidad: tú eres más habilidoso luchando de lejos que de cerca —dijo mirando al que era rubio—. Y es evidente que tú aprendiste a combatir sin escudo hace poco tiempo —agregó dándole la cara al que no tenía cejas—. Si realmente queréis la victoria debéis combinaros. Deidara, tú encárgate de atacarme desde lejos y tú, Gaara del desierto, desde cerca. No es tan difícil, ¿verdad? Así que dejaos de rencillas entre vosotros y confiad el uno en el otro. Si no seguís mi consejo nada lograréis. Venid que os espero.
Las palabras del invasor surgieron como la más humillante de las afrentas. ¿Tanto los subestimaba que hasta se atrevía a darles consejos? ¿Tan superior a ellos se sentía? Lo peor de todo era que la sugerencia sonaba tan buena como lógica. No era una trampa ni un bluf como debió serlo.
El pacificador lanzó la espada de Kisame hacia el aire de tal forma que cayó clavada contra el suelo a sólo un metro por detrás de él. Como acto siguiente desenvainó las dos espadas que llevaba en sus caderas.
—Como tenéis tantas dudas, os obligaré a tomar conciencia de vuestra situación real. Os presento a mis auténticas armas: esta de aquí —mostró la que llevaba en la zurda— posee el nombre de «Shinra Tensei». Será la espada que te matará a ti, Gaara del desierto. —Su voz adoptó un tono más oscuro que resultaría estremecedor para cualquiera—. Y esta de acá —movió la que estaba en la diestra— se llama «Chibaku Tensei». Su filo te quitará la vida a ti, Deidara.
Las dos tizonas eran realmente preciosas, muy dignas de ser usadas por una supuesta divinidad. Tenían muchos detalles y una elegancia a toda prueba. Lo más destacable, eso sí, era que el arma primaria tenía en su empuñadura el grabado de una ciudad siendo destruida por una fuerza desconocida e invisible. La secundaria, por su parte, mostraba la imagen de una gran esfera que parecía estar absorbiendo todo lo que había a su alrededor, frondosos árboles incluidos. Además en la afilada hoja de Shinra Tensei había labrado un león a fauces abiertas, mientras que Chibaku Tensei exhibía a un relámpago partiendo en dos a un hombre.
—Esos nombres que has dicho suenan muy rimbombantes. ¿Pretendes asustarnos con tonterías así? —cuestionó Gaara sin dejarse intimidar.
—Asustaros es poca cosa en comparación a lo que viviréis. Así que preparad bien vuestras almas, enemigos de la paz, porque muy pronto conoceréis el verdadero dolor...
Nada más se dijo, pues el dios comenzó a atacarlos a ambos a una velocidad frenética. Sus movimientos se erguían tan precisos, rápidos y contundentes que a cualquier persona del siglo veintiuno le habrían parecido ataques más propios de un videojuego que de la realidad.
Gaara y Deidara no tenían la intención de luchar juntos, mas Pain los obligó a ello al desatar su habilidad y fuerza a una escala mayor que la de antes. Los FE insistieron en combatir cada uno por su cuenta a pesar de que se vieron obligados a retroceder muchos metros uno al lado del otro. El espectacular combate tuvo idas y vueltas tan fabulosas que todos los soldados presentes quedaron boquiabiertos, incluso paralizados de emoción. Ninguno daba crédito a lo que sus ojos veían.
Un par de minutos después, cuando por fin los contrataques de los élites lograron mantener a Pain a raya, el hijo del desierto y el artista se enfrascaron en acaloradas acusaciones mutuas de torpeza. Ambos se incomodaban el uno al otro y su capacidad de trabajar en equipo, o de tan siquiera combinar un solo ataque, era completamente nula.
—Os he dado una oportunidad para aliaros, pero seguís poniendo a vuestro orgullo como una prioridad —interrumpió Pain esa reyerta que se prolongaba más de la cuenta—. No sois más que típicos gallitos de corral. ¿De verdad habéis osado enfrentarme teniendo un nivel tan pobre de inteligencia?
—Cállate, malnacido —contestó un jadeante Deidara que empleó su modo más visceral.
—Hijo de perra... —añadió un Gaara menos agitado—. ¿Crees que es fácil caer en la deshonra de pelear junto a tu mayor enemigo en contra de un solo hombre?
—He ahí vuestro gran error. No estáis peleando contra un hombre...
«Sino contra un dios». Los dos guerreros leyeron en los ojos de Pain que así se completaba su frase.
Nació un tenso silencio. Luchar dos contra uno era vergonzoso, desde luego, pero si no lo hacían iban a perder inexorablemente. El sujeto enfrente estaba a un nivel sobrehumano que escapaba a las habilidades de ambos. Esa era la maldita y dolorosa verdad. La única opción era aliarse momentáneamente, ambos segurísimos de que haciendo eso obtendrían la ansiada victoria. Era imposible, inconcebible e inaceptable que un solo hombre pudiera derrotarlos si combinaban sus fuerzas. Los dos juntos ganarían sí o sí.
Gaara intercambió una mirada con el blondo. No quería ceder, pero tampoco deseaba irse de este mundo mientras su amada Matsuri estaba encinta. Deidara no necesitó decir nada, simplemente asintió con un movimiento de cabeza.
Se arrojaron en ataques combinados. Su coordinación estaba lejos de ser perfecta pues jamás habían luchado juntos, pero, aun así, cualquier otro guerrero habría caído ante ese martillo meteoro que venía desde los flancos o la espalda mientras Gaara intentaba rematar por delante. Sin embargo, los movimientos del líder extranjero eran tan rápidos y precisos que no lograban acertarle.
Nada cambió durante cuatro minutos hasta que Pain, en un endiablado movimiento, atrapó la cadena del martillo meteoro y de un tirón atrajo al artista contra sí mientras bloqueaba un potentísimo ataque de Gaara. El resultado fue la amputación del brazo derecho de Deidara a la altura del bíceps...
Tamaña mutilación provocaba espanto de sólo verla, pero el pelirrubio mostró que su resistencia al dolor era tan prodigiosa como la de los miembros de Raíz: no gritó, no detuvo sus ataques y no formó muecas de padecimiento a pesar de cuánto debían estar sufriendo sus centros nerviosos. Su capacidad de mantener la concentración a toda costa era digna de los mayores elogios. Incluso Gaara dudó que pudiera hacer lo mismo.
De súbito llegó una pausa. Seguramente la última de todas.
Artista y demonio intercambiaron miradas de nuevo, aunque por primera vez el odio existente entre ellos pareció anularse totalmente. Ambos lo tenían muy claro: iban a morir si seguían así.
Dando rápidos saltos en reversa, se alejaron más de Pain para que él no pudiera escuchar sus siguientes palabras. En cualquier caso ello no implicó que bajaran la guardia; ambos lo miraban soslayadamente.
—Gaara, en un par de minutos estaré demasiado débil como para dar pelea —anunció por lo bajo mientras observaba el muñón de su brazo, el cual seguía perdiendo una cantidad considerable de sangre por culpa del ritmo cardíaco tan agitado que una pelea causaba—. Hagamos la táctica cuarenta y cuatro... —No necesitó decir más, pues ambos eran guerreros de élite que sabían muy bien lo que significaba ese código.
El de pelo rojo entrecerró un ojo mientras el otro se abría más.
—Ese es un truco que sólo puede hacerse una vez... —Le recordó.
—No sé desde qué dimensión salió este tipo —dijo mirando al pacificador—, pero es evidente que si seguimos así perderemos. No voy a dejar que este maldito humille mi arte.
—¿Puedo confiar en que serás el señuelo?
—Absolutamente —confirmó con una seriedad a toda prueba, cosa muy poco habitual en él—. Tienes mi palabra porque no es hora de traiciones. Pain debe morir cueste lo que cueste.
Se hizo un silencio que sólo fue roto por un lúgubre aullido eólico. La mismísima parca parecía haberlo lanzado.
Mientras tanto Gaara estuvo a punto de preguntarle si estaba seguro de dar su vida por la victoria, pero se aguantó las ganas. Después de todo Deidara seguía siendo su enemigo acérrimo, el hombre que casi lo envió a la tumba y que, sin duda alguna, deseaba finalizar tal trabajo.
—¿Es idea mía o veo preocupación por mí en tus ojos? —cuestionó el que usaba una coleta—. Quien diría que algo así podría suceder entre nosotros...
—¿Preocupación? No digas estupideces. Que estemos luchando juntos ahora no significa que dejaremos de ser enemigos. Incluso en el otro mundo seguiremos siéndolo.
—Es verdad que seremos enemigos eternos, pero de todos modos las palabras que me lanzaste en nuestro último combate me dejaron reflexionando...
—¿Cuáles? —preguntó con verdadero interés, algo que jamás pensó que sucedería.
—«¿No te das cuenta? Estás tan vacío que no te queda otra alternativa que inspirarte en cosas inanimadas y que jamás podrán devolverte siquiera una sonrisa. La única musa real es una mujer» —recitó intentando imitar el susurrante y oscuro tono de Gaara, aunque sin ningún ánimo de burla entremedio. Luego continuó a su modo normal—. Reconozco que esas palabras me parecieron muy interesantes. Hasta ahora he sido alguien que buscó darse un significado a través de un arte distinto, maligno, bellaco, pero después de todo admitiré que tienes razón en algo: los mejores artistas siempre tienen una musa que los inspira, que los hace soñar, que los motiva, que los emociona, que los lleva a sentir más allá de los cinco sentidos... —dijo con gran embeleso en cada frase—. Sin embargo, llegué a la conclusión de que inspirarse en una simple mujer es insuficiente. Sólo la Muerte es una musa real, pues ella es la única que nos abraza a todos sin distinción.
—¿Y qué diablos importa eso ahora? —rezongó para luego chasquear la lengua. Todavía tenía energías para ello—. ¿A qué quieres llegar?
—A que la Muerte, al igual que mi arte, siempre ha sido una dama incomprendida. Por eso me entregaré a ella sin vacilar. ¡Será mi reina, mi esposa, mi amor! —Lo dijo con una efusividad igual a la de un hombre completamente enamorado.
Ni en cien años Gaara podría entender las demencias de Deidara, aunque, después de todo, a menudo se comentaba que todos los artistas tenían diferentes grados de locura. ¿Quizás Deidara sí era un verdadero artista después de todo? No le interesó buscar una respuesta.
—Además hay que reconocer que morir para vencer a un dios es algo muy artístico —arguyó con sus ojos azules brillando al máximo—. Cuando aceptas a la Muerte con los brazos abiertos la conviertes en arte en lugar de miedo. Y ahora, gracias a ti, convertiré a esa dama letal en mi bella musa inspiradora —culminó con una sonrisa demente.
—Bien, que así sea entonces. Pero no quiero que después me lances maldiciones desde el infierno.
—Aunque esté muerto las maldiciones te las enviaré igual —dijo muy animado. Era impactante que estuviese así con un brazo menos y a sabiendas de que perecería muy pronto.
—En fin... —masculló—. De todos modos yo me encargaré de que tu ataque suicida no sea en vano. Mataré a Pain en tu nombre.
—Lo más importante es que en tu ofensiva final liberes todo lo que llevas por dentro hasta que no quede absolutamente nada —dijo como tocado por la varita de la inspiración—. Por eso la lucha es el arte más bello de todos, pues nada puede provocar más emociones que estar al filo de la muerte a cada segundo.
Ambos se miraron por última vez antes de enfocar sus ojos en la supuesta deidad que estaba muchos metros por delante. Aunque, en honor a la verdad, a cada minuto iban convenciéndose más y más de que Pain era un dios de verdad. Su nivel de combate era demasiado extraordinario como para descartar de cuajo la idea de que una divinidad real estaba frente a ellos.
—¡Prepárate, Pain! —amenazó el blondo mientras lo apuntaba con el dedo índice de su brazo remanente—. ¡Ponte a temblar de miedo como un esclavo ante la furia de su amo! ¡Encógete como un niño ante el castigo de su padre! ¡Retrocede y desespera como una mujer acusada de brujería! ¡Y llora con el corazón en la mano porque muy pronto conocerás el verdadero arte!
Un segundo después Deidara y Gaara se distanciaron el uno del otro en forma lateral. Sus semblantes habían cambiado y sus respiraciones ya no eran tan agitadas como antes. Todos los soldados presentes supieron que se venía una acción decisiva para definir el resultado de este combate.
De repente la tensión que recorría el aire se hizo espeluznante. Las pieles se volvían de gallina. El frío se intensificó. Las olas rugían.
El pacificador, en tanto, adoptó una guardia defensiva de combate. Tal acción demostró que estaba tomando muy en serio a sus fuertes oponentes. Confiarse en demasía lo exponía al peligro de una derrota.
Tras muchos segundos de esperable tensión, Deidara y Gaara se echaron a correr por flancos opuestos. O bien atacarían por el lado derecho y el izquierdo respectivamente, o bien uno atacaría por el frente mientras el otro intentaría por hacerlo por detrás.
Pain mantuvo dos segundos su posición defensiva. Sus veloces movimientos oculares se alternaron entre izquierda y derecha. Comenzó a correr para cortar el plan de ataque formulado por ellos y, mientras bloqueaba el espadazo de Deidara, esgrimió a «Chibaku Tensei» en su contra. Pero entonces sucedió algo que dejó a todos los espectadores atónitos. El rubio no hizo ningún esfuerzo por esquivar, siendo atravesado en su zona ventral por la espada del dios. La sangre empezó a caer en chorros tanto por la espalda como por el abdomen, tiñendo rápidamente de rojo el suelo que pisaba.
El malherido, aplicando una velocidad que sólo un élite de primera clase podía, soltó su espada que ahora mismo era inútil por el bloqueo de Pain, y entonces lo agarró desde la muñeca con todas las fuerzas de su único brazo. Era evidente la táctica: el artista se había sacrificado para atrapar al dios mientras Gaara le daba la estocada final.
El que perseguía la paz a toda costa había sido fijado a su lugar y por consiguiente estaba condenado. No había manera de escapar al código cuarenta y cuatro.
—¡El arte es una explosión de sangre! —Deidara gritó eufóricamente a pesar del terrible dolor que acosaba sus centros nerviosos.
La vertiginosa carrera de Gaara a su espalda anunciaba la inminente muerte del hombre que se consideraba un dios. No había forma de salvarse ante una trampa tan bien ejecutada.
«¡Muere, maldito!», gritó el hermano de Temari únicamente en su mente, pues, si se dejaba llevar, su voz podría delatarle su posición a Pain. Su ataque iba a la mitad del cuerpo, imposible de esquivar incluso para un contorsionista. Era la muerte de la deidad, acabándose aquí su maldita invasión.
O eso creían los dos guerreros de élite...
Pain, visualizando el ataque por la espalda sólo por el sonido de los pies sobre la arena, saltó de tal forma que su cuerpo adoptó una posición horizontal en el aire, mientras sus piernas extendidas golpearon el rostro de Gaara con las duras suelas de ambos zapatos. La potencia del golpe resultó tan grande que el hijo del desierto cayó enseguida al suelo con la nariz rota. El inevitable aturdimiento consiguiente le impidió levantarse para tratar de completar el movimiento de su espada. De milagro seguía consciente.
En tiempos actuales tal golpe recibía el nombre de «doble patada voladora» o «dropkick», técnica que sólo podía ser usada por artistas marciales de gran capacidad acrobática y que contaban con una visión cinética perfecta para poder acertar. Sin embargo, lo hecho por Pain iba muchísimo más allá de una doble patada voladora. En tan sólo décimas de segundo predijo que Gaara lo atacaría a mitad del cuerpo, pues era lo más lógico intentar que su espadazo no fuera evadido. En segundo lugar ubicó la posición exacta de su atacante sólo por el ruido de sus pasos sobre la arena. Y, como si fuera poco, determinó la mejor manera de salvarse y reaccionó en consecuencia. Era como si hubiera utilizado al «Mushin», el estado máximo y más perfecto de la intuición en combate.
El movimiento de Pain continuó de un modo felino y, como Deidara todavía lo tenía agarrado de la mano, aprovechó la inercia de la caída para traer al rubio contra sí. Entonces, como si sus brazos fueran un perfecto resorte, lo lanzó lejos y de espaldas contra Gaara. Luego se puso de pie tranquilamente mientras se sacudía la arena de sus ropajes, pues la suciedad no era digna de una divinidad.
«¿Quién...? ¡¿Quién mierda es este tipo!?», dijo un desesperado Deidara tras la colisión que provocó que la espada se le enterrara aún más en el vientre y que su muñón se llenara de arena. El dolor le era tremendo, pero el asombro le hacía competencia. No podía creer que alguien pudiese ejecutar un movimiento así con tanta rapidez y en una situación de tanto peligro. Saltar de esa forma tan gimnástica y vulnerar a la atracción de la tierra, misma que siglos más tarde se llamaría fuerza de gravedad, sólo podía ser hecho por un tremendo prodigio. «¿Acaso estoy viendo a un dios de verdad?», se preguntó al tiempo que un escalofrío le recorría la espalda. Y es que Pain lucía como si nada hubiera pasado, tan impasible como siempre. Ni siquiera parecía conocer qué eran las emociones.
Gaara, entretanto, supo que Deidara le había caído encima, pero aún no asimilaba qué diablos había pasado. Sólo varios segundos después comprendió que, para salvarse, Pain lo había pateado extendiendo todo su cuerpo en el aire, superando así el alcance de su espada unida al largo de sus brazos.
La sangre caía a chorros de su nariz, dificultándole tanto la respiración que necesitó realizarla por la boca. Percibió que el artista se le quitaba de encima haciendo un tambaleante esfuerzo. Estaba hablándole, seguramente le pedía que reaccionara, pero su voz afloraba de una manera confusa. No sabía si era Deidara quien fallaba al hilar sus frases, o si era su propio zumbido en las orejas y la sensación de vértigo las que le impedían escucharlo.
El que creía ciegamente en la validez del arte efímero miró hacia Pain con venenoso odio. Quiso correr hasta él para continuar el combate aunque fuera a puñetazos de manco. No lo logró porque su estómago estaba prácticamente reventado. El ácido clorhídrico, mezclado con sangre y más jugos gástricos, seguía escapando por la herida a chorros. Su alma deseaba seguir peleando, pero el cuerpo ya no le respondía. Y aunque en toda su vida nunca había quedado inconsciente, supo que muy pronto le sucedería un desmayo del cual nunca se recuperaría.
Siempre pensó que cuando le llegara la hora lo haría luchando hasta el último segundo, pero, maldición, no podía dar más que algunos pasos a trompicones. Finalmente entendió que de nada serviría intentarlo. Iba a despedirse de este mundo dentro de muy poco. Su glorioso arte había fracasado...
Y saberlo dolía muchísimo.
—Pobres almas... ¿De verdad pensasteis que conseguiríais matarme? Mirad cuán heridos estáis por desafiar a alguien que está totalmente por encima de vuestra humana comprensión. —Movió su cabeza en desaprobación, tal como un padre regañando a sus hijos.
El blondo artista quiso replicar a su modo más salvaje, pero lo cierto era que ya ni siquiera tenía fuerzas para hablar. El dolor físico en su barriga se incrementó al ir perdiendo la concentración que lo anulaba y la adrenalina que lo aminoraba. Entre pavorosos espasmos ventrales cayó de espaldas al suelo, siendo el cielo gris lo último que podría ver.
Mientras su alma abría las puertas del infierno quería que la diosa llamada Muerte fuese su reina, su esposa y su amor, pero algo en esa idea no se sentía plena ni satisfactoria. ¿Cuál era su numen entonces? Fue entonces que las palabras de su archirrival del desierto se hicieron presentes en su mente otra vez: «la única musa real es una mujer».
Había pasado toda su vida batallando sin consecuencias, que justo ahora, a vísperas de recibir el fruto de la muerte, logró por fin obtener sus sentimientos más íntimos. Y gracias a éstos descubriría lo que estuvo buscando durante toda su vida...
El verdadero arte no era una explosión de guerra, de muerte o de sangre...
El arte más precioso estaba inspirado por una explosión de amor.
Qué loco descubrir algo tan amanerado y supuestamente ridículo mientras se muere, ¿no? Tan loco como él siempre lo fue...
Una sonrisa triste nació en sus labios al descubrir la verdad, una que tardó demasiado tiempo en revelársele. Con una mujer a su lado quizá su vida habría sido distinta, pero ya era demasiado tarde para poner ese hallazgo en práctica. Demasiado tarde...
De repente sus ojos empezaron a ver la luz al final del túnel. Y antes de que sus pensamientos se acallaran para siempre, dijo lo siguiente:
«Sasori, mi amigo, espérame porque muy pronto te revelaré cuál es el verdadero arte. Aunque de seguro en el infierno seguiremos discutiendo porque no aceptarás lo que te digo...».
Exhaló su último aliento con la mirada perdida en ese cielo que ya no veía. Sin embargo, la sonrisa había cambiado su tono mustio hacia uno más alegre que, sorprendentemente, no se le borró del rostro.
—¡La capital estará a la vista en cinco minutos! —anunciaron los atalayadores que volvían desde el frente montados en sus corceles.
Transcurrido el tiempo pronosticado, a Hinata se le congelaron los pensamientos durante algunos segundos al ver como la capital se asomaba en el horizonte. Su memoria trajo de vuelta la primera vez que vio esa enorme urbe a través de los barrotes de la jaula en que la encerró Kakuzu. ¿Qué destino habrían tenido las otras mujeres que fueron sus compañeras? ¿Cuántas ya estarían muertas o siendo violadas constantemente? A pesar de todo lo malo que había vivido, ella tuvo una suerte mucho más favorable que esas pobres chicas...
Luego se añadieron a sus recuerdos la ocasión en que acompañó a Sasuke en la adquisición de Sakura como segunda sierva, el momento en que conoció al padre de Ino en su bonita floristería, la grata charla que sostuvo con la soldado en el puerto civil, la incomprensible carrera que hizo para que Sasuke la acompañara en el viaje de ultramar...
La vorágine mental fue cortada cuando la cercanía cada vez mayor le permitió ver a las primeras filas de Raíz formados en falange para la batalla final, muy dispuestos a defender con sus vidas al rey que consideraban un mesías. Su diestra hizo crujir el meñique de su zurda a la vez que una sequedad se clavaba certeramente en su garganta. Tragó en seco, pues las glándulas salivales no le funcionaron por alguna desconocida razón.
El primer plan era que Sai, como un ex-integrante de Raíz, les diera a conocer a todos ellos que existían más caminos en la vida, que no toda la existencia se reducía a cumplir los caprichos de Danzo, que él no era un mesías sino un maldito sin piedad que los empleaba como carne de catapulta.
A una distancia prudente para que no le cayeran flechas encima, Sai cogió un cuerno hueco de toro y lo usó para aumentar al máximo su volumen de voz, pero Shimura, previendo astutamente la estrategia de la rebelión, ordenó tocar los tambores y clarines de guerra para que las palabras del traidor no fuesen escuchadas. El de piel anormalmente pálida pudo intentar acercarse más, pero de todos modos alcanzar el éxito era una quimera. La batalla contra Raíz sucedería sí o sí. Así lo había escrito el destino.
Pese a tamaño contratiempo, Uchiha sintió una alegría interna. Mucha paciencia tuvo durante cinco largos años para cumplir su venganza contra el rey, de modo que esperar un poco más no lo volvería loco. Más temprano que tarde alcanzaría la meta que le permitiría librarse para siempre del odio: acabar con el autor intelectual de la masacre que sufrió su clan.
El líder de la rebelión cogió su lanza desde el ristre, aseguró la correa de su casco con cresta roja y, antes de avanzar a la primera línea de combate, le echó una profunda mirada a su musa. Se dieron el beso de la suerte, aquel que se regalaban justo antes de cada combate, aunque esta vez la pasión prodigada fue incluso mayor. Ninguno deseaba darle alas al pensamiento de que esta fuera la última vez que se verían, pero en lo más profundo de sus corazones sabían que en una batalla tan feroz ni siquiera los guerreros más fuertes tenían garantizado salir con vida.
—Acuérdate de intervenir sólo si miembros de Raíz logran escabullirse por detrás de nuestras líneas. De lo contrario mantente aquí como espectadora.
—Tienes mi palabra de que te haré caso, amor, pero tú también recuerda que yo participaré en el asalto al castillo sí o sí. Me lo prometiste.
—Lo sé —confirmó asintiendo—. Pero si todo sale mal ya sabes qué hacer.
—No huiré dejándote solo.
—Hinata... —dijo su nombre en tono de advertencia—. Esto ya lo hablamos.
La Hyuga tensó sus mandíbulas y los dientes se le friccionaron en consecuencia.
—Está bien, haré lo planeado —dijo sintiendo impotencia, misma que liberaría a través de una pregunta—. ¿Contento ahora?
Él la calmó dándole un nuevo y fogoso beso. Prácticamente le devoró el alma a través de la boca.
—Te amo, Hina.
—Y yo a ti, Sasuke. De verdad que no te imaginas cuánto.
El pelinegro tomó su posesión como líder y en esta ocasión, a diferencia de todas las veces anteriores, no quiso lanzar una arenga cuyo propósito fuera la manipulación de sus hombres; arrojó una que emergió desde lo más profundo de su corazón. Tras ello miró al frente de forma mordaz, dado que las siguientes palabras serían sólo para su enemigo más odiado...
—Danzo, voy por ti. Y créeme que te haré sufrir lo que nadie en este mundo ha sufrido. Eso te lo juro por mi hermano.
Gaara, ya de pie, estaba sosteniendo la espada con ambas manos como si pesara cuatro veces más de lo normal. El zumbido en los oídos seguía pulsando y sabía que, bajo sus condiciones actuales, Pain podría haberlo acabado ahora mismo fácilmente. Sin embargo, el dios le estaba dando la oportunidad de recuperarse, una chance que no desaprovecharía por nada del mundo. El supuesto pacifista iba a caer por su propia soberbia.
¡Tenía que ganar aunque tuviera todo en contra! ¡Convencerse de que aún podía hacerlo! ¡Albergar la esperanza de obtener la victoria! Sin embargo, ese maldito demonio sobrepasaba todo lo que su imaginación era capaz de concebir. ¿Cómo podría derrotarlo si ni siquiera junto a Deidara pudo?
Sí, cuánto hubiera deseado matarlo como a tantos otros guerreros, pero la aplastante lógica le decía que la parca por fin le daría su lúgubre abrazo. Se había salvado de esa dama mortal por veintiún años y en varias ocasiones, pero tanta suerte no podía durar para siempre...
Nunca más podría ver a Matsuri ni a Temari. Nunca más. Su cuerpo y alma se sobrecogieron con esa sensación tan triste.
Desbordado por el instinto de supervivencia como jamás en su vida, quiso huir a toda prisa para volver con su amada. Maldijo una y mil veces el haber puesto al orgullo por delante, maldijo el ser un guerrero, maldijo su sentido del deber, maldijo que alguien tan fuerte como Pain hubiera desembarcado justo en la bahía que custodiaba él. ¿Por qué no le tocó a Naruto, Kiba, Juugo, Ino, o a Chouji?
—Prepárate a partir de este mundo con una derrota aplastante —dijo la deidad, interrumpiendo la vorágine de pensamientos.
—Di lo que quieras, maldito, ¡pero mientras el enemigo siga enfrente yo continuaré peleando por la victoria!
—Vas a luchar por tus ideales hasta el final y tienes mi respeto por ello, Gaara del desierto. Me aseguraré de que tu cadáver reciba los ritos funerarios acordes a un guerrero de tu talla.
El combate se reanudó a una velocidad endiablada. Gaara dio todo de sí para obtener la victoria, pero un movimiento indescriptible del dios terminó cortándole la diestra justo arriba de la muñeca. El espeluznante grito de dolor caló el cielo nublado, pero aun así el demonio del desierto intentó obrar un milagro a pesar de tremenda desventaja. Su otro brazo no lo perdió, pero su última espada fue rota por la descomunal fuerza de Pain.
Sin más armas largas disponibles, Gaara desenfundó la única daga que llevaba. El fin se acercaba de forma inexorable, esa era la lacerante verdad.
«Siempre pensé que me daba igual dejar este mundo... Y ahora que estoy a punto de morir lo que más quiero es vivir...».
Tras esas palabras, la mente de Gaara estalló por dentro mientras un escalofrío recorría su columna y un calambre se producía en su corazón. Su inminente muerte resucitó un recuerdo imborrable, el cual provocó que su alma volara hacia el instante en que decidió dar el paso más importante en pos de anular su oscuridad para siempre; a ese momento definitorio en que resolvió corregir todos sus errores del pasado; a ese momento indeleble en que por fin comprendió lo que significaba amar...
—Gaara..., estoy embarazada.
Él abrió sus ojos sin mesura. Momentos antes su novia le dijo que debía contarle algo muy importante y durante el proceso la había notado con nervios y ansiedad, pero aun así nunca se le pasó por la cabeza la idea de que iba a ser padre. Su percepción era muy alta en lo concerniente a adivinar los movimientos del enemigo, no así en asuntos de pareja.
—¿Ya estás esperando un hijo? ¿Es en serio? —No podía creérselo. Con todo el ajetreo de la guerra apenas habían tenido tiempo de copular contadas veces.
Lo curioso es que, más allá de la perplejidad inicial, la noticia empezó a conmoverlo profundamente. Su corazón incluso aumentó el ritmo de sus palpitaciones...
¿Pero por qué?
Aquella pregunta se repitió varias veces más al no entender la razón de que lindas imágenes del futuro aparecieran en su mente, de que su alma se llenara de ternura, de que sintiera a su brusquedad habitual emblandecerse.
De improviso las manos de Matsuri, mucho más finas que las de él, se enlazaron cariñosamente a las de Gaara.
—Sí, amor, tu semilla ya está germinando en mi vientre —refrendó al mismo tiempo que su alegría se irradiaba por cada centímetro de su cuerpo, añadiendo una gran sonrisa que embelleció aún más su rostro—. Yo tampoco me lo esperaba, pero estoy muy feliz y espero que tú también sientas lo mismo.
La chica de pelo café ansiaba con todo su corazón que este acontecimiento alegrara a su amado y así pareció en un primer momento, pero de repente notó que el rostro de su hombre cambió su cariz. Empezó a leer preocupación en sus verdes ojos. Asustada, las manos femeninas cesaron el enlace con las masculinas.
—¿No te hace feliz saberlo? —cuestionó temiendo que se lo confirmara, mas aunó la valentía suficiente para lanzar la pregunta. Después de todo estaban en plena guerra contra Danzo y era normal que a Gaara le preocupara el destino de su hijo bajo circunstancias tan ingratas. Ansió que esa fuera la razón de su inquietud y no el embarazo en sí.
—No malinterpretes mi reacción. —Le tomó una mano y, como todo un caballero, se la levantó hasta besársela en el dorso—. Créeme que por dentro sí me alegro, pero hay algo que me inquieta mucho también.
—¿Que todavía no estemos casados?
—Eso se soluciona fácilmente. Vamos a contraer matrimonio apenas conquistemos la ciudad del lago cuadrado.
A la castaña se le iluminaron sus morenos ojos. No quería que nadie la juzgara por haberse entregado sin estar casada, cosa que en sus tiempos estaba visto como un pecado deleznable. Tampoco deseaba sufrir la deshonra de tener que ocultar su embarazo y criar a su pequeño a escondidas.
—¿Estás seguro de que deseas estar el resto de tu vida conmigo? —A pesar de todos los costos que implicaba hacerse cargo de un niño en soltería, no quería que Gaara se matrimoniara con ella sólo por estar encinta.
—En toda mi vida nunca estuve más seguro de algo —sentenció él. Y, sin perder un solo segundo, selló lo dicho dándole un precioso beso.
La castaña estalló de dicha mientras sus lenguas se saboreaban. También lo abrazó como si el mundo fuese a caerse bajo sus pies. Gaara nunca pensó que una mujer tan menuda y pequeña como ella pudiera ejercer tanta fuerza.
—¿Entonces, mi príncipe, qué era la preocupación que leí en tu semblante? —Preguntó cuando sus lenguas se separaron—. ¿Se trata de la guerra, verdad?
—Más que la guerra, me preocupa saber si estaré a la altura del desafío que significa ser papá.
La fémina entendió enseguida a qué se refería su futuro esposo. Para muchos hijos «papá» era una palabra hermosa, algo que se relacionaba con sentimientos positivos de amor, una persona en quien se podía confiar siempre. Para el demonio del desierto, en cambio, significaba todo lo contrario. Era un vocablo que sólo lo llenaba de nefastos recuerdos. ¿Cómo guardar en su memoria algo positivo del alcohólico que lo golpeó un sinfín de veces y que incluso trató de asesinarlo?
—¿Temes que tu hijo viva contigo los mismos maltratos que tú?
—Sí... —dijo ensimismando su mirada. Como acto siguiente le dio la espalda a su chica, se le alejó unos metros y cruzó sus brazos, un gesto muy típico de él.
La futura madre pensó en darle un abrazo por detrás, pero, conociendo a su novio, aprendió que él se alejaba cuando necesitaba espacio. Tendría que esperar el momento oportuno para que volviera a abrirse.
—Eso nunca pasará porque tú serás un papá mucho mejor que ese hombre, el que por cierto ni siquiera se merece esa palabra. ¿Y sabes por qué lo serás? Porque tú sí eres alguien bueno.
Una sonrisa amarga apareció en la faz del guerrero. Matsuri no la pudo ver, pero la presintió.
—Dices eso porque no alcanzaste a conocer lo peor de mí. Yo sigo teniendo tanta maldad en mi interior que es inevitable preocuparme. No en vano me apodan el demonio de la arena.
—Para mí nunca fuiste un demonio. Y me rehúso a pensar que mi hijo es fruto de uno —aseveró con mucha decisión mientras se masajeaba el vientre.
—No eres objetiva porque el amor te ciega. Yo todavía soy un hombre atormentado por mi pasado y eso puede ser peligroso.
—Un pasado muy doloroso que yo te ayudaré a superar cada día de mi vida.
Él dio un suspiro y miró un rato hacia las vigas de la casa en que se estaban alojando. Habían termitas; pudo notarlo por los múltiples y pequeños agujeros redondos que hacían saber su existencia. Eso significaba que esta casa ya estaba condenada...
Y quizás su hijo también lo estaría teniendo a un padre como él.
—¿Sabes? —dijo volteándose hacia ella. Y aunque no se le acercó, su posición de brazos cruzados se desarticuló sin que se diese cuenta. De esa forma inconsciente le hacía notar a Matsuri que, aun manteniendo la distancia, estaba dispuesto a dejar su coraza de hielo a un lado—. La relación con mi padre siempre fue horrenda. Desde que tenía conciencia lo vi llegar a casa borracho y pegarme una y otra vez con su cinturón hasta que mi piel quedaba amoratada o sangrante —relató con voz temblorosa y ojos en idéntica situación—. En ese tiempo le tenía mucho miedo al ocaso... Y aún hoy en día le sigo temiendo porque a esa hora siempre llegaba mi padre del trabajo. Te juro que yo pasaba el día rogando para que nunca más llegara a casa. Era terror lo que él me engendraba. Sólo me salvaba de sus palizas cuando estaba sobrio, pero eso ocurría una vez a las quinientas...
—Gaara... —bisbiseó su nombre muy conmovida. Tenía tantas ganas de consolarlo, de abrazarlo tiernamente, pero su novio, como todo guerrero, era muy orgulloso. El consuelo equivalía a una afrenta y por eso se mantuvo en su lugar; a duras penas pero lo hizo. Esperaría a que él se acercara a ella para desatar el inmenso amor que sentía.
—Pasé hasta los seis años sin entender por qué me odiaba tanto hasta que un día me gritó: «Tú mataste a mi esposa, maldito! ¡Tú la mataste en el parto!». Yo tenía conciencia de que mamá había muerto, pero hasta ese momento no sabía la razón. Desde entonces crecí con esa tremenda culpa sobre mis hombros. Toda la vida, aún hoy en día, siento que ella falleció por mi causa...
Un ojo le dio permiso a una solitaria lágrima para recorrerle el rostro. Su orgullo de guerrero no había logrado contenerla.
—No es así, mi amor. Créeme que no fue tu culpa... —consoló mientras sus ojos liberaban burbujeantes lágrimas que cayeron por sus mejillas haciéndose compañía. La nariz por fuera le ardía por el frío y por dentro empezó a arderle por los mocos apiñándose. Era de esas personas que no podían llorar sin que esos acuosos humores cayeran también desde sus narinas—. Muchas mujeres mueren durante el parto, es algo que aceptamos si a cambio podemos darle la vida a nuestros hijos...
Él perdió su mirada contra las patas de una silla. No estaba infectada por termitas todavía, pero sin duda que pronto lo estaría.
—Es algo que entiendo ahora que soy adulto, pero la culpa me carcomió durante demasiado tiempo. —Cerró los ojos un larguísimo momento, intentando aprisionar a más gotas deshonrosas.
—De verdad que lo siento mucho, amor... —Con todas sus fuerzas estaba conteniendo su propio dolor, ese que nacía desde la empatía. No era el momento para verse débil sino el de ser fuerte para él; fuerte para darle fuerzas—. Es muy duro todo lo que tuviste que vivir.
Matsuri, incapaz de mantenerse en su sitio, dio un par de pasos hacia él. No aguantaba verle un semblante tan triste sin hacer siquiera el intento de aliviarle las penas.
El guerrero escuchó la queja de las añejas tablas del piso y, aún con los ojos cerrados, volvió a cruzar sus brazos. Era su forma de decirle que todavía no se sentía preparado a recibir su consuelo. Ella se detuvo al instante, pues la comunicación no verbal entre ambos ya estaba muy desarrollada a pesar de que no llevaban mucho tiempo juntos.
—Fueron las golpizas de mi padre las que me fueron insertando un odio profundo en mi corazón. —Dicho eso, volvió a abrir sus sufridos luceros turquesas—. A medida que yo crecía se dio cuenta de que era capaz de aguantar más, por eso mismo sus golpes fueron haciéndose cada vez más violentos. Así llegó un día en que me quebró algunos huesos a puñetazos y quedé inconsciente por varios días. Temari y Kankuro me cuidaron o si no habría fallecido. Sobreviví de milagro, pero entonces supe que ese milagro no se daría dos veces. A la próxima tunda terminaría muriendo...
—¿Y te decidiste a defenderte, verdad? —adivinó Matsuri.
—Me preparé para ese momento —contestó mientras su semblante se ensombrecía—. Un día, cuando tenía apenas siete años, llegó mi papá tan ebrio como siempre. Abrió la puerta de una patada y empezó a pegarme mientras me decía «¡esta vez te mataré, maldito mocoso!». No lo pensé dos veces: de mis ropajes saqué un cuchillo cocinero que tenía escondido y, entonces, no dudé en atacarlo por sorpresa y enterrárselo en el estómago hasta el mango.
La oyente movió los dedos por encima de una costura de su vestido. Sintió también que le daba una picazón en el hombro, seguramente producto de un nerviosismo natural. Comprendía perfectamente la acción de su amado y lo apoyaba con todo su ser, pero saber los detalles nunca era fácil para una imaginación tan vívida como la suya.
—Por el dolor él cayó al suelo y se retorció como un gusano sobre tierra seca. Aún tengo muy vívida esa imagen en mi mente. —Sus ojos turquesas, temblores mediante, se perdieron sobre el piso como si su agonizante progenitor estuviese allí mismo—. A pesar de la impresión me apresté a terminar el trabajo apuñalándole el corazón. Alcé el cuchillo, pero él no mostró miedo alguno. Su odio era tanto que incluso se olvidó del dolor y, antes de morir, me dijo sus últimas palabras en un desfalleciente conjuro: «Maldito seas por siempre, Gaara».
Matsuri sintió como sus glándulas salivales insistían en trabajar más de la cuenta, mientras un frío intenso se le posaba en la base de la nuca. La impresión era mucha y parecía que él estaba sumergido en la misma emoción, puesto que guardó silencio durante incontables segundos.
—Papá fue el primer hombre al que asesiné, el primero de muchos otros que vendrían después —dijo retornando sus ojos abstraídos hacia su mujer—. No sufrí su muerte porque obtuvo lo que se merecía. Es más: sentí alivio; un profundo y grato alivio. Él siempre fue despiadado conmigo, ¿entonces por qué debía lamentarlo? A la mierda con él, me dije.
—Después de todo lo que te hizo, es comprensible que sintieras eso...
—Luego mi mente de niño relacionó el hecho de asesinar a una sensación de gran alivio y decidí hacerme un guerrero para obtener eso una y otra vez. Nació una sed de sangre en mí que me fue muy dificultosa de controlar. Creía ciegamente en la ley del más fuerte.
La fémina guardó profuso silencio. Su alma se estremecía tanto por las palabras de su novio como por la forma en que las decía. Los recuerdos estaban consumiéndolo desde que empezó su trágico relato. No obstante, él le echó una mirada un poco más suave antes de continuar su desahogo, mostrándole de esa forma que era su presencia la cual lo motivaba a seguir abriendo su alma.
—Tu embarazo me recordó esto porque para mí el término «padre» sólo significa muchísimo dolor. Su sentido es tan oscuro que no me provoca ni siquiera una pequeña dosis de emoción positiva. No hace que me conmueva un ápice. «Papá» no tiene ningún significado para mí salvo infinita aversión.
—Lo entiendo muy bien, amor, aunque ese hombre que te engendró ni siquiera merece tu odio. En el fondo tú eres un hombre bueno y por eso mismo tengo la seguridad de que tú no serás igual que él.
—Yo también creo en eso, pero muchas veces se dice que somos el reflejo de nuestros padres y yo tengo miedo de que la historia se repita porque aún albergo odio en mí. No quiero que para esa criatura la palabra «papá» se vuelva sombría o carente de todo significado —arguyó sintiendo que se le remecía el pecho por dentro.
—Amor, ese miedo que tienes es infundado. —Dicho eso, necesitó sacar un pañuelo a fin de limpiarse su nariz aguada por dentro. No lloraba, pero seguía al borde de hacerlo otra vez. El dolor que su amado mostraba la conmovía muchísimo—. Tú eres buena persona y te convertirás en un gran papá. Que estés preocupado por serlo ya demuestra un amor que otros hombres no tendrían.
Gaara esbozó una sonrisa triste; fantasmal por tan poca fuerza que tenía.
—Me alegraría tanto darle a mi hijo una vida distinta a la mía. Una sin soledad, sin tener que intoxicarse con el odio, sin tener que forjarse una reputación de ser un asesino inmisericorde para ser temido y respetado. Me gustaría tanto que él, o ella, pudiera tener una verdadera felicidad desde bebé. —Sus ojos se iluminaron al imaginar un futuro en que eso pudiera cumplirse—. Quisiera serle un héroe en lugar de un demonio..., pero es ridículo aspirar a tanto cuando mi alma todavía está llena de maldad...
Ella se le acercó más, aunque mantuvo una distancia prudente para no incomodarlo. Quería ponerle sus manos en los hombros, pero contuvo esos deseos. Debía tener un poco más de paciencia antes de hacerlo.
—¿Pero no te das cuenta, amor? Para mí ya eres un héroe —aseveró con una emocionada sonrisa formándosele—. Y no sólo por proteger a los habitantes de nuestra aldea sino también por cómo estás reaccionado ahora.
—¿A qué te refieres con lo último? —Levantó una ceja al no entender.
—A que el amor de padre ya fluye por tus venas a pesar de que recién te revelé que estoy embarazada. ¿Cuántos hombres más en este mundo pueden sentir con tanta intensidad en tan poco tiempo? Tú quieres arreglar los errores que tu progenitor cometió contigo y eso es lo más loable que he visto nunca en una persona. ¿Cómo no amarte si tienes un corazón tan bueno? ¿Cómo no haberme enamorado de ti?
—¿Y la maldad que llevo por dentro la ignorarás como si no existiera? —acusó que no fuera tan ingenua.
—Claro que sé que aún tienes maldad, pero el amor es una fuerza muy poderosa en todas sus vertientes, una tan poderosa que es capaz de cambiar a una persona para bien, capaz de cambiar la impiedad de hombres como Sasuke o tú porque en el fondo nacieron con un buen corazón que fue corrompido por las vilezas tan grandes que sufrieron. ¿O acaso no ves lo que logró Hinata con el señor Uchiha? Yo haré lo mismo contigo y aún mejor. —Entre lágrimas, sonrió de una manera tan amplia como sus esperanzas en el hombre que amaba.
Él conservó el silencio, escuchando como el demonio en su interior pujaba por rechazar esas dulces palabras. Volvió a pensar en la «felicidad» que le daban las conquistas de otros reinos y el aplastamiento de todos los soldados inferiores a él, mismos que debían morir como las débiles cucarachas que eran. Esa era su razón de vivir, pero, a fin de cuentas, seguir esa premisa sólo hizo que su dolor interno aumentara a escalas prácticamente inaguantables.
—Tú no lo sabes, pero aún hoy en día escucho una voz maligna en mi interior que me susurra cosas al oído...
—¿Qué te dice esa voz? —preguntó sin asustarse en lo más mínimo.
—Que sólo debo amarme a mí mismo, que estoy solo, que no puedo confiar en nadie, que no debo enredarme con sentimientos inútiles...
Matsuri traslució, a través de su semblante entero, el cariño y la comprensión que él siempre le incitaba.
—Amor..., quizás yo no sepa de muchas cosas, pero algo sí sé con total seguridad: esa voz que escuchas va a desaparecer muy pronto y entonces surgirá otra mucho más positiva que te dirá todo lo contrario: ama a quien se merezca tu amor, lucha por quienes quieres, que ya no estás solo porque me tienes a mí, que siempre puedes confiar en Temari o en mí porque siempre desearemos lo mejor para ti. —Sus negros ojos y vibrantes brillaron de infinita emoción—. Creo que a final de cuentas todas las personas luchamos entre el bien y el mal que hay en nosotros; es una dualidad propia de todo ser humano. Sé que en ti esa lucha es mucho más acentuada, pero también sé que el bien triunfará en ti. Así me lo demuestras cada día —concluyó con el mismo orgullo que siente una esposa respecto a un gran marido, aunque todavía faltaba un poco para que contrajeran nupcias y pudiesen tratarse como tales en conformidad a la ley.
Qué palabras tan bellas había recibido de su chica castaña. ¿Por qué no podría aceptar sus sentimientos a estas alturas? ¿Acaso su destino era ser un demonio perverso al cual nada ni nadie le importaba...?
¡Sí! ¡Ese era verdadero su destino, maldición! ¡Eso era lo que debía ser! Se convirtió en maldad para olvidar todo sentimiento que lo pudiera debilitar. El poder de quitar vidas y ver la sangre del enemigo correr eran los mejores antídotos contra el sufrimiento...
Pero no, todo eso era una vil mentira de ese demonio interior que intentaba pervivir. La irrefutable verdad era otra radicalmente distinta: tan solo pensar que a Matsuri o a Temari les pudiera pasar algo malo, le provocaba un feroz nudo en el pecho.
Si en algún momento su destino fue ser despiadado y cruel, este era el momento de confirmar que estaba muy dispuesto a torcer ese camino. Ya era demasiado tarde respecto a Kankuro y lamentaba muchísimo no haberse comportado a la altura de lo que él se merecía. Con su difunto hermano ya no existía remedio posible, pero con Matsuri y Temari sí lo había. Las amaba con toda el alma y, precisamente por ellas, cambiaría su oscuridad por y para siempre.
En consecuencia una idea se estancó en su mente: quería que sus brazos envolvieran a su chica castaña como nunca lo habían hecho antes. Y, a través de ese acto, liberarse definitivamente de esas malditas cadenas que aún le impedían amar al cien por ciento.
Dejándose llevar por lo que su corazón le dictaba caminó hacia su dama y, sin dudarlo ni pensarlo, le dio un abrazo cargado de incomparable significancia. Ella, tras esperar ese gesto por muchos minutos, fue instantáneamente invadida por una montaña de emoción que le recorrió el cuerpo entero. Ninguna frase y ninguna poesía podría expresar lo que sintió con ese abrazo tan diferente, tan masculino y tan protector. Pero lo mejor de todo era que no había nacido por la pasión de estar encamados sino por una ternura que, sin remordimientos, liberó su Gaara. Suyo y de nadie más. Por tales certezas afloraron más lágrimas en sus ojos, las cuales dejó fluir al sentirse reconfortada y adorada.
—Matsuri... —dijo su nombre entre tiritones de voz—, no sabes cuánto me alegro de haberte conocido. Muchas gracias por todo lo que me has dado. Siempre dudé que existiera esa fantasía llamada amor, pero tú me has demostrado que sí es real. —Frotó su nariz dulcemente contra ella, dándose el mutuo calor que justo allí necesitaban—. Al final la vida me dio la mejor recompensa después de tanto sufrimiento: tú y este retoño que en siete meses nacerá. —Dicho esto le acarició el abdomen, sensibilizado como nunca antes lo estuvo.
—Soy yo la que te agradece por darme la oportunidad de estar a tu lado. Fue a mí a quien la vida le dio la mayor recompensa de todas: a un hombre bueno como tú.
Entre la felicidad que sus rostros compartieron, ambos unieron sus labios bajo aquel espléndido hechizo llamado amor.
—¿Sabes algo? —dijo él cuando la incesante magia bucal concluyó—. A día de hoy pienso que yo soy una persona dividida en dos mitades.
—¿Dos mitades?
—Sí. Una mitad es mala y la otra buena, y ahora mismo están luchando ferozmente entre ellas. —Hizo una intencionada y decisiva pausa antes de continuar—. ¿De verdad crees que mi mitad buena pueda matar a la mala?
—¡Por supuesto que sí, amor! —exclamó enseguida sin dudarlo un segundo siquiera—. Dejarás que tu mitad mala muera y sólo la buena quede —añadió mientras, con gran alegría, confiaba plenamente en que un futuro esplendoroso les aguardaba—. ¡Serás el mejor papá del mundo, de verdad que sí!
—Gracias por tanta confianza, mi vida. Te juro con toda mi alma que por ti y por mi hijo daré mi mejor esfuerzo para ser mejor persona.
El guerrero del desierto puso sus manos en las caderas de su pareja, se colocó de rodillas ante ella y le clavó su acuosa mirada justo en la zona ventral. Era como si quisiese ver al fruto de su amor con Matsuri a través de la piel. Esa personita, aún diminuta, valdría más que todo en su vida. Ese niño representaría lo mejor de él y, junto a su mujer, sería la otra estrella que iluminaría su vida. Y así, emanando todo el amor que desde ya mismo le hacía sentir ese retoño en camino, hizo que su diestra acariciara el vientre en que crecía.
De súbito sintió como su corazón se emocionaba de un modo incalculable, aunque esta vez ya no se preguntaba, como al principio, por qué se conmovía al saber que su novia estaba embarazada. Finalmente comprendió qué sentía...
Era amor de padre.
El fin de tan bella vivencia le dio un tremendo golpe de electricidad para retornar al mundo real. ¿Pero cómo un recuerdo tan largo sobrevino en tan pocos segundos? Fue como si el flujo del tiempo se hubiera detenido de repente.
No había tiempo para buscar respuestas a ello, puesto que sus ojos turquesas se estremecieran al centrarse en lo que estaba pasando enfrente suyo.
De pronto Pain envainó su espada secundaria y empezó a recitar una especie de rezo en un idioma desconocido, tal vez el lenguaje de los dioses.
—Kjek zakarum dambala azeth vist saramiz. Diasix astarum provon spekkio. —Hizo una señal con su mano izquierda, una muy parecida a la de una bendición—. Traminka ulkur, Gaara de la arena.
«¿De verdad crees que mi mitad buena pueda matar a la mala?»
«¡Por supuesto que sí, amor! Dejarás que tu mitad mala muera y sólo la buena quede. ¡Serás el mejor papá del mundo, de verdad que sí!»
«Ojalá pudiera dejar que sólo mi mitad mala muriese ahora... Me gustaría tanto alcanzar a conocer a mi hijo... Me habría encantado criar a ese pequeño y tratar de ser el mejor papá que existe...».
Cuantiosas lágrimas cayeron a través de su mejilla, mismas que iban uniéndose al sudor que todavía cubría su rostro.
Pain, mientras tanto, tomó su espada primaria a modo de mandoble. La estocada final se abriría paso a través del corazón de Gaara en cosa de pocos segundos.
«Matsuri, Temari, cuídense mucho por favor... Y tú también, hijo mío...», fueron sus últimas palabras antes de, daga en mano, lanzarse a toda carrera contra el enemigo que le arrebataría la vida.
La espada del dios nada demoró en perforar el órgano vital de Gaara, la punta ensangrentada asomándosele por la espalda. Sus verdosos luceros perdieron su brillo paulatinamente hasta caer en el insondable vacío de la muerte. Su cuerpo, ya inerte, depositó todo su peso sobre la tierra. El hijo del desierto había muerto.
Unos segundos después se largó a llover fuertemente, tal como si el mismo cielo estuviese llorando. Pain, impasible cual máquina, dejó de mirar los ojos tiesos de su enemigo y clavó los suyos en el horizonte. Y como si pudiera vislumbrar incluso los confines del mundo, habló con toda seguridad sobre un futuro que se aproximaba a todo galope:
—Tú eres el siguiente..., Naruto Uzumaki...
Continuará.
