PROLOGO:

NED STARK:

Norte de Westeros – 281 ac

Más allá del Muro, en un páramo congelado azotado por una tormenta helada, un hombre perdido luchaba contra los implacables vientos. Eddard Stark sentía el frío calar hasta los huesos. Había perdido su capa y estaba cansado, adolorido después de haber estado peleando. Cada paso que daba le recordaba la emboscada de los salvajes.

"No te preocupes, padre" se dijo a sí mismo, intentando buscar fuerzas en el recuerdo de su misión. "Iré al Muro, veré lo que necesitan, y volveré pronto para la boda de Brandon".

La nieve se acumulaba hasta sus rodillas, el viento helado azotaba su rostro, y el horizonte se difuminaba en un blanco impenetrable. Forzaba la vista, intentando guiarse, pero el clima no le permitía ver más allá de su brazo. El hambre y el frío comenzaron a consumir su fuerza, haciéndolo tropezar y caer de rodillas.

"Soy un idiota" murmuró, cerrando los ojos para buscar un poco de fuerza, pero el dolor y el cansancio empezaban a vencerlo.

Una voz en su mente le susurraba que se rindiera, que aceptara su final. La tentación era fuerte. Solo tenía que quedarse de rodillas, dejar que el frío hiciera lo suyo, y pronto el dolor, el hambre y el cansancio desaparecerían. Pero entonces, un aullido rompió el silencio de la tormenta.

"¡Auuuuuuuu!"

El inconfundible aullido de un lobo despertó a Eddard de su letargo. Abrió los ojos y, a través de la densa tormenta, distinguió la silueta de un lobo que se acercaba. A medida que la criatura avanzaba, sus pasos firmes dejaban un rastro en la nieve.

Era un lobo, pero no como los que Eddard conocía. Era inmenso, tan grande como un oso, con un pelaje negro como la noche, garras y colmillos que parecían dagas, y ojos amarillos que brillaban con una ferocidad indomable.

"¿Un lobo huargo?... No, eres demasiado grande para ser uno" murmuró Ned.

El lobo se acercó, olfateando a Ned como si fuera una presa. Abrió sus fauces y lamió parte de su rostro.

"¿Vas a matarme?" preguntó Ned, cerrando los ojos, esperando un final rápido.

Pero no sintió los colmillos desgarrando su carne. Reuniendo valor, abrió los ojos. La bestia estaba frente a él, erguida y orgullosa, con sus ojos amarillos fijos en los de Ned. Durante un instante, sus miradas se encontraron, y Ned sintió una conexión profunda, casi sobrenatural.

El lobo se dio la vuelta y comenzó a adentrarse en la tormenta, pero antes de desaparecer, giró su cabeza y miró a Ned, como si lo estuviera invitando a seguirlo.

"¿Quieres que te siga?" preguntó Ned.

El lobo asintió, confirmando sus sospechas. Con fuerzas renovadas, Eddard se levantó y comenzó a seguir al lobo a través de la tormenta.

El trayecto fue largo y agotador. La tormenta seguía arreciando, y la figura del lobo apenas era visible entre la nieve, pero Ned continuó, guiándose por las huellas que dejaba en la nieve. A medida que avanzaban, la tormenta empezó a amainar y la nieve se hizo menos densa. Pronto, Ned se dio cuenta de que habían dejado atrás el páramo congelado y se encontraban en un bosque.

Mientras caminaban por el bosque, Ned se dio cuenta de que los árboles que los rodeaban eran altos y antiguos, sus ramas desnudas de hojas. De pronto, el lobo se detuvo ante la entrada de una cueva oscura. Sin dudar, Ned lo siguió adentro.

La cueva era profunda y sombría, con paredes cubiertas de antiguas runas nórdicas que Ned reconoció de inmediato. Eran símbolos de protección y restricción, grabados en la roca con una precisión que solo podía ser obra de magia antigua.

Ned continuó siguiendo al lobo por la cueva, hasta que llegaron a una vasta cámara en su interior. Allí, en el centro, no encontró un árbol de los dioses como esperaba, sino algo mucho más aterrador. Un lobo gigante yacía encadenado, su pelaje era tan negro como la noche, y en su hocico una espada se clavaba profundamente, impidiéndole abrir sus fauces. Eddard lo reconoció de inmediato: Fenrir, el lobo de la leyenda nórdica.

Hipnotizado por su ser, se acercó lentamente, sin poder apartar la vista de la criatura. Sus ojos se encontraron una vez más, y Ned sintió una conexión aún más profunda que antes. Era como si el lobo encadenado pudiera ver dentro de su alma.

El lobo que lo había guiado comenzó a rodearlo, moviéndose en círculos, como si lo estuviera analizando… o juzgando. Cuando finalmente se detuvo frente a él, dio un asentimiento solemne, transformándose en un manto de piel negra, que cayó al suelo ante los pies de Ned.

Sin pensarlo demasiado, Eddard recogió el manto, asumiendo que era un regalo para protegerse del frío… y en ese instante, cuando la piel de lobo toco la suya, lo invadió una ola de calidez.

Era tan cálido que podía dejarse caer al suelo y descansar, pero antes de siquiera poder buscar en donde acomodarse, comenzó a sentir algo extraños. Mirando su cuerpo no podía creer lo que estaba pasando… la piel de Lobo se estaba enredando a su alrededor.

De repente un dolor lo abrumo, la confusión y el calor intenso que lo invadía, perdió el equilibrio y cayó al suelo rocoso y frio. Mientras más tiempo se alargaba su tormento, esperaba que al menos la baja temperatura del suelo calmara parte del sufrimiento, pero no lo hizo.

-¿Qué está pasando?-

Era todo lo que podía preguntarse así mismo, mientras solo podía experimentar un agonizante dolor por todo su cuerpo. El sentir como el manto del animal se abría paso a través de su piel, carne y huesos… hasta fusionarse con su mismo ser.

"¡Haaaaaaa!" gritó Ned, cayendo al suelo mientras la transformación lo consumía.

Su grito se transformó en un aullido, un aullido de lobo, mientras su cuerpo cambiaba y se convertía en algo más. La piel del lobo se había convertido en parte de él, y con un último aullido, Ned Stark, el hombre, se desvaneció, dejando en su lugar a un ser mitad hombre, mitad lobo.