Perdiendo lo virgen
Capítulo 12
Era hora de la salida en la escuela y Kagome, con el corazón inquieto, se dispuso a buscar a Sango en su salón. Había en su ánimo una mezcla de ansiedad y remordimiento, pues no había aclarado de inmediato el malentendido cuando la confundió con Kikyo. Tampoco, estaba segura, Sango recibiría con agrado que ella e Inuyasha habían estado conversando. Y menos aún, la idea de persuadirla para que confiara en él parecía una tarea imposible.
Sin embargo, Kagome no era una chica que desistía ante las adversidades y tenía esperanza en que tal vez lograría unir las piezas del rompecabezas que tenía Sango con las de Inuyasha y así encontrar respuestas. Había trazado un plan, aunque fuera imperfecto, con la esperanza de que fuera el medio para allanar el terreno. Mostraría a Sango los documentos que había encontrado sobre el museo, imaginando que, a través de esa colaboración, quizá ambas pudieran empezar a desentrañar el misterio que las envolvía. Tal vez en ese instante, cuando las piezas comenzarán a encajar, sería el momento propicio para comentar sobre Inuyasha. Pero lo más importante, sin duda, era aclarar que ella no era Kikyo, como Sango había creído.
Kagome entró en el salón de clases de Sango, su corazón palpitaba cada vez más rápido. La habitación, iluminada por la luz que entraba por las ventanas, estaba en un estado de serena calma a pesar del bullicio habitual de los estudiantes que abandonaban paulatinamente la escuela. Sango, al ver a Kagome entrar, levantó la vista de su escritorio con una expresión de sorpresa y alegría.
—¡Ah! —exclamó Sango, levantándose rápidamente y acercándose—. Qué gusto verte. ¿Qué te trae por aquí?
—Sango —respondió Kagome, intentando ocultar su nerviosismo—. Hay algo de suma importancia que necesito comentarte.
—Oh, por supuesto —dijo Sango, con un tono preocupado—. Aunque debo irme pronto al trabajo, pero quiero escucharte. ¿Te importa acompañarme camino al trabajo?
—¡Claro! —aceptó Kagome, aliviada por la disposición de Sango—. Vamos entonces.
Ambas salieron del salón y se dirigieron hacia la salida de la escuela, conversando mientras avanzaban. Una vez fuera, cuando ya no estuvieron rodeadas de otras personas, el tono de la conversación cambió.
—Sango —comenzó Kagome, con un tono más serio—. Debo confesarte algo muy importante. Lo que voy a decirte puede sorprenderte, pero es importante que lo sepas.
—Te escucho —dijo Sango, con una expresión de curiosidad —. Dime lo que tengas que decirme.
—Debes saber que no soy la hija del arqueólogo —dijo Kagome con decisión—. Bueno, no la que tú crees, sino la media hermana de ella. Mi padre, que falleció hace algún tiempo, pienso que era el arqueólogo con el que trabajó tu familia. Aunque aún no lo he confirmado todos los detalles, tengo varias razones para sospechar que es así.
Sango, con la mirada fija en Kagome, quedó momentáneamente paralizada. Kagome sacó una foto de su padre y se la mostró.
—Mira, esta es una foto de él —dijo Kagome, su voz cargada de esperanza—. Hasta hace menos de un año, ni siquiera sabía de la existencia de mi padre, ni mucho menos de Kikyo. Perdoname por no aclararlo antes, no supe como reaccionar. ¿Podrías confirmarme si este es el arqueólogo?
Sango observó la fotografía con una expresión de asombro y reflexión. Su rostro pasó de la sorpresa a una mezcla de comprensión e interés.
— Agradezco que me hayas compartido esto. —dijo Sango, con una voz que denotaba una creciente sorpresa— efectivamente, él era el arqueólogo. Tú no debes sentirte mal, yo fui quien asumió que eras tu media hermana.
—Gracias, Sango —respondió Kagome, con un tono de creciente seriedad—. Actualmente, vivo en la casa de mi abuela. Es la misma casa en la que vivieron mi padre antes de su fallecimiento y mi hermana, aunque no se que le pasó, mi familia por algún motivo han ocultado la existencia de mi hermana. En la casa no queda rastro de ella, y he tenido que investigar por mi cuenta para hallar alguna pista.
—¿Qué es lo que has encontrado hasta ahora?—preguntó Sango
—He encontrado algunos documentos sobre el museo —respondió Kagome—. Sin embargo, están todos fragmentados y desordenados. Creo que podrían tener información valiosa, pero no soy capaz de interpretarlos correctamente por mi cuenta.
—Estos documentos…—dijo Sango, con un brillo de intriga en sus ojos—. Sería interesante para mí revisarlos. Podría hacerlo el mañana después de clases, si te parece bien.
—Eso sería maravilloso, Sango —respondió Kagome, aliviada y agradecida—. Te estaré esperando a la salida de la escuela. Aprecio mucho tu disposición para ayudarme en esto.
—No hay de qué, Kagome —dijo Sango, con una sonrisa entusiasta—. Estoy deseando ayudarte. ¿Quién sabe? Tal vez en esos documentos encontremos algo que pueda servir de prueba contra la familia Taisho.
El corazón de Kagome dio un vuelco Al escuchar a Sango mencionar a la familia Taisho, sintió una inquietud creciente. Le preocupaba cómo iba a manejar este tema, sabiendo que debía poner a Sango del lado de Inuyasha, quien también era una víctima, pero sin parecer hipócrita. Había sido evasiva con Sango sobre muchas cosas, y ahora se sentía atrapada entre la verdad y las lealtades. ¿Cómo podría convencerla de que Inuyasha no era parte del crimen, cuando ni siquiera ella tenía pruebas de eso más que su corazonada?
—No sé cómo agradecerte, Sango —logró decir Kagome, su voz apenas un susurro.
Sango, ajena a la mezcla de emociones que Kagome luchaba por contener, le dio un suave golpe en el brazo, como si intentara animarla.
—No hay de qué, Kagome —dijo Sango, manteniendo su tono entusiasta— Yo entiendo que la situación de tu padre y hermana es algo muy complejo, pero vamos a enterarnos de la verdad.
—Espero que sí —respondió Kagome, finalmente logrando sonreír, aunque de manera tenue—. No podemos permitir que todo esto quede en la oscuridad. Hay demasiadas preguntas sin respuesta.
Sango asintió con seriedad, aunque el brillo en sus ojos no desapareció.
—Nos veremos mañana entonces —dijo Sango, mientras ajustaba la mochila en su hombro y se preparaba para marcharse—. Y recuerda, cualquier cosa que encuentres antes de eso, me avisas.
—Lo haré —prometió Kagome, su voz un poco más firme ahora.
Ambas se despidieron con un leve gesto de la mano, y mientras Sango se alejaba en dirección a su trabajo, Kagome se quedó de pie por un momento, observándola desaparecer en la distancia. Una sensación de alivio y preocupación la invadía al mismo tiempo. Había dado el primer paso, pero sabía que lo que venía a continuación no sería fácil.
Por otro lado, aún en la escuela, Miroku se acercaba a Inuyasha con una sonrisa medio burlona, pero sus ojos reflejaban preocupación. Se apoyó contra una pared mientras observaba a su amigo, quien parecía más distante de lo habitual.
—Inuyasha, no puedo evitar notar lo... cercano que has estado con Kagome —comentó Miroku, con un tono que intentaba sonar casual, aunque no del todo despreocupado—. ¿Sabes? Todo este asunto del robo, el misterio detrás de la Perla Shikon... me sorprende lo abierto que te has mostrado sobre el tema… sobre todo después de lo que pasó.
Inuyasha levantó la vista, sus ojos reflejando un cansancio que no se podía ocultar. No hizo ningún esfuerzo por responder de inmediato, pero Miroku no estaba dispuesto a dejar el tema.
—Después de la pelea... y el disparo... —continuó Miroku, con una ligera pausa—. Quiero decir, ¿cómo es que sigues? Es increíble, recuerdo lo mal y desolado que estabas.
Inuyasha, molesto por la dirección que tomaba la conversación, interrumpió bruscamente.
—Cállate, Miroku.
El silencio entre ellos se hizo pesado. Miroku frunció el ceño, sorprendido por la frialdad de su amigo, pero decidió no insistir y después de un momento, Miroku habló de nuevo, esta vez con más cautela.
—¿Qué piensas hacer ahora, Inuyasha?
Inuyasha miró hacia el horizonte, como si estuviera evaluando la respuesta que tanto había evitado. Sus manos se cerraron en puños, como si aún luchara con la decisión que debía tomar.
—Voy a enfrentar a alguien que he evitado durante un tiempo —dijo finalmente, su voz tensa—. Alguien a quien no quise confrontar por miedo a su respuesta.
Miroku lo miró en silencio. Ambos sabían que las próximas decisiones de Inuyasha cambiarían el curso de todo. Sin más palabras, Miroku le dio una palmada en el hombro y se separaron, caminando en direcciones opuestas mientras las sombras del atardecer comenzaban a cubrir el lugar.
Inuyasha sabía lo que debía hacer; cruzó el umbral de la casa familiar, con pasos firmes y el semblante endurecido. La servidumbre, siempre vigilante, se apresuró a interceptarlo, pero él, acostumbrado a estas pequeñas barreras, no se detuvo ni un instante.
—Joven Inuyasha, no puede entrar sin autorización... —comenzó uno de los empleados, pero sus palabras quedaron flotando en el aire mientras Inuyasha lo ignoraba por completo, avanzando sin dudar hacia el despacho de su padre.
Antes de que pudiera llegar a la puerta, la voz fría y calculadora de su madrastra resonó desde las escaleras.
—¿Qué haces aquí? —preguntó, con el ceño fruncido y un aire de superioridad que solo la agravaba más—. Ya tienes tu propio departamento, no tienes necesidad de venir a esta casa.
Inuyasha se detuvo por un instante y la miró con un desdén silencioso, como si no valiera la pena responder. Sin decir una palabra, volvió a girarse y empujó la puerta del despacho de su padre, sin molestarse en tocar antes de entrar.
Al cruzar el umbral, el aire parecía más denso, impregnado con la autoridad que su padre siempre había ejercido sobre todos. El hombre, sentado detrás de su imponente escritorio de madera oscura, levantó la vista al notar la presencia de su hijo, y con una mirada firme, indicó a todos en la sala que se marcharan. Nadie se atrevió a contradecirle; el despacho quedó en completo silencio cuando la puerta se cerró tras ellos.
Inuyasha se quedó un momento en pie, observando a su padre. Finalmente, rompió el silencio con voz firme:
—Quiero hablar contigo.
Su padre, con la misma calma impenetrable que siempre lo caracterizaba, entrelazó las manos sobre el escritorio y asintió.
—Adelante —respondió, sin apartar la mirada—. Estoy escuchando.
Inuyasha se acercó al escritorio, sus pasos resonando en el suelo de mármol. La pregunta que había estado dándole vueltas en la cabeza salió con una firmeza que no admitía dudas.
—Tú —comenzó Inuyasha, con un tono grave y decidido—, ¿qué sabes sobre el robo de la Perla Shikon?
Su padre, con su rostro impasible, levantó una ceja, como si la pregunta fuera inesperada pero no sorprendente. La atmósfera en la habitación se tensó, y el silencio se volvió palpable mientras esperaba una respuesta.
El padre, con una calma calculada, le dió una mirada penetrante, y luego, con una voz que revelaba un ligero matiz de desdén, respondió:
—¿Así que finalmente has venido a hablar sobre ese asunto? —dijo, dejando que su tono revelara un trasfondo de desprecio hacia la intrusión de su hijo—. ¿Por qué hasta ahora, Inuyasha? ¿Qué es lo que realmente pretendes?
Inuyasha no se amedrentó. Sus ojos se mantuvieron fijos en los de su padre.
—No estoy aquí para juegos —replicó y con una severidad y determinación sacó un dispositivo de su bolsillo, el que fingió destruir frente a Sango pero más bien conservó todo este tiempo, y lo colocó sobre el escritorio. La pantalla mostró la grabación que revelaba al padre de Inuyasha entregando dinero al tipo que le había disparado—. Esta es la prueba de que tú estás relacionado con el robo de la Perla Shikon, al tipo que le estas entregando dinero es el que me disparó… que vi que se llevó la perla… necesito saber qué papel jugaste en todo esto.
El padre, al observar el video, no pudo evitar una sonrisa sutil. Para él, era irónico que su hijo cuestionara el video de esa manera, ya que el propio video había captado el momento en que él era víctima de un chantaje, cuando tuvo que pagar pagar un monto altísimo de dinero para proteger a Inuyasha de los verdaderos involucrados en el robo.
—Es interesante que ahora me plantees este video —dijo el padre, con un tono que mezclaba ironía y resignación—. Seguro tú sabes que este video es posterior al robo. Fue el chantaje que tuve que pagar para protegerte.
Inuyasha lo miró con asombro, tratando de procesar lo que su padre le decía.
—¿Protegerme de qué? —preguntó, con una mezcla de incredulidad y enojo, como si su padre le quisiera tomar el pelo.
El padre continuó, su tono marcando la gravedad de sus palabras.
—El chantaje que recibí, que tenía como objetivo publicar la evidencia que prueba que estuviste involucrado en el robo, que te incriminaba en el robo de la Perla Shikon. Me amenazaron con entregarte a la policía si no cumplía con sus demandas. Tenían pruebas que indicaban tu participación en la planificación del robo.
Inuyasha se quedó en silencio, la gravedad de las palabras de su padre comenzando a asentarse. La revelación de que había pruebas en su contra añadía una capa de complejidad y peligro a la situación. Finalmente, el padre se inclinó un poco hacia adelante y sacó un dispositivo idéntico al que Inuyasha había utilizado para mostrar el video. Con un gesto deliberado, encendió el dispositivo y proyectó un nuevo video sobre el escritorio. La pantalla mostró a Inuyasha en conversaciones con la hija del arqueólogo, en un entorno que parecía una biblioteca o un estudio.
—Mira esto —dijo el padre, señalando el video—. Aquí te ves hablando con la hija del arqueólogo; quien se muy bien escapo junto a… el tipo que te disparo con la perla.
Inuyasha se inclinó hacia adelante, observando el video con creciente inquietud. En la pantalla, la figura de Kikyo se apartaba de Inuyasha y se dirigía hacia un hombre que llevaba un arma. El video se volvía más inquietante a medida que el hombre y Kikyo discutían de algo que no se escuchaba, y la cámara capturaba el momento en que se besaban.
De repente, el video se cortó y mostró otra secuencia, donde Inuyasha estaba solo, estudiando un mapa con atención meticulosa. Luego, se le veía montando su moto, siguiendo a la caravana que transportaba la perla Shikon. Hubo otro corte donde se veía a Kikyo y el tipo escapando con la perla.
—Como puedes ver —continuó el padre, con una frialdad calculada—, este video muestra claramente tu participación, por lo menos, en la planificación del robo y tus movimientos posteriores.
El corazón de Inuyasha se aceleró al ver las imágenes, cada escena revelando aspectos de su supuesta implicación que no había visto antes, todo manipulado. El rostro de su padre se volvió aún más serio, su mirada fija en Inuyasha mientras intentaba entender cómo todo esto encajaba en el rompecabezas.
—Es evidente que tenías un rol en la planificación y ejecución del robo —dijo el padre con una mezcla de severidad y resignación—. Ahora, dime, ¿qué conexión tenías con la hija del arqueólogo?— demandó, con una intensidad que revelaba el peso de las circunstancias que había estado manejando.
Inuyasha sintió una ola de confusión y ansiedad, su mente tratando de reconciliar las pruebas presentadas con la verdad de lo que había sucedido. Su padre lo observaba atentamente, esperando respuestas.
Continuará…
Bueno, pues aquí termina la segunda entrega de la segunda temporada ¿Les esta gustando? La verdad yo ya hasta me emociono escribiendo, me entretiene mucho ir redactando cada episodio porque alunas cosas ya las tengo planeadas, pero otras surgen mientras escribo y es muy divertido. Como siempre, agradezco su tiempo que invierten tanto en leerme como en dejar un comentario. Les envío a todos abrazos :3
Annie: Si, entre más respuestas surgen más intrigas, sin embargo siento que las piezas comienzan a colocarse en su lugar finalmente y que... tal vez algunas verdades ya se irán revelando. Más con este episodio, hasta yo estoy emocionada, jajaja, la historia ya la tengo bien formada en mi mente, pero es muy entretenido escribirla. Muchas gracias por tu comentario 3
Jalil: Ay, Jalil, que padre que te gusto el regreso de la historia y la entrega de el primer episodio de la segunda mitad. Yo espero te diviertas y entretengas con todo el chisme :P hasta te pareces ala cangrejita, que a los dos les encanta el chisme.
