15 "El guardián, el barquero y el averno"

Entertain You ― Within Temptation

Ubicación: Nueva Asgard, fiordo de Hardanger. Hordaland, Noruega.

Espacio: Sagrada Línea Temporal.

Tiempo: Principios de julio de 2024.

Antes de su regreso inminente a la Tierra, Loki y Sigyn habían decidido pasar la noche en una pequeña posada para aliviar la fatiga de sus organismos. Fue una opción acertada, ya que no podían regresar así sin más junto con Thor y Love, magullados y agotados como estaban por su incursión al Bosque del Ocaso. El establecimiento, construido en piedra antigua y madera robusta, irradiaba un encanto difícil de describir. Las gruesas paredes de roca mantenían el calor en el interior, mientras las ventanas enrejadas dejaban filtrar la suave luz de las antorchas que iluminaban las calles exteriores. La sala de entrada era a la vez recibidor, restaurante y taberna. Aquella noche, de hecho, contaba con la presencia de un prestigioso bardo que entonaba viejas baladas asgardianas acompañadas por la melodía de un laúd muy refinado, lo cual hizo que la nostalgia de Sigyn solo incrementara. Todo en el ambiente social y gastronómico resultaba acogedor, a pesar de lo rudimentario de las instalaciones.

El posadero había aceptado el pago en monedas de oro, cómo no. Poco importaba que aquellas fueran robadas, en este caso del campamento mercenario de Villa Oscura ahora devastado por la muerte. Cada una de las piezas resultaba, eso sí, más inusual que la otra debido a la naturaleza de sus estampas. Normalmente, llevaban las caras de los dioses, aunque existían ejemplares más valiosos para los coleccionistas, con estampas de símbolos antiguos en referencia a Bor y Buri, abuelo y bisabuelo de Loki, respectivamente. Con esas monedas, Loki y Sigyn aseguraron no solo una habitación para pasar la noche, sino también una generosa cena y el acceso a un baño de leche tibia y flores silvestres, todo un lujo viniendo de un entorno humilde como ese, y también una desesperada necesidad para ambos después de la ardua jornada que habían dejado atrás. Asimismo, la comida fue abundante y satisfactoria: pan recién horneado, guiso de carne cocido lentamente con especias que solo se encontraban en los mercados más reputados, y un enorme bidón de hidromiel para ambos. Puede que mostrar su rostro también inclinara el trato del posadero a su favor.

La habitación que les ofrecieron fue simple, amueblada con lo esencial, y eso que les dijeron que era la mejor de la posada. Una cama doble de madera firme cubierta con mantas de lana, un par de sillas frente a una chimenea de piedra, y un pequeño ventanuco que dejaba entrar la luz de las estrellas. Sin embargo, lo que la posada carecía en lujo, lo compensaba con esa excelente atención al cliente y con su ubicación estratégica. Estaba situada justo enfrente de un sanador y un boticario experto en alquimia, ambos renombrados en Asgard por su habilidad para tratar heridas y preparar elixires curativos. Loki y Sigyn sabían que, a la mañana siguiente, visitarían a estos profesionales para acelerar la recuperación de las heridas que habían sufrido durante su reciente enfrentamiento. Pero, mientras tanto, tuvieron que confiar en los efectos de las manzanas de Iðunn que habían consumido horas antes. Aunque no eran milagrosas, estas frutas sagradas aceleraban el proceso de regeneración del cuerpo, entre otros, permitiéndoles sanar más rápido de lo normal. Los cortes y magulladuras se habían cerrado un poco, el dolor se había hecho algo más soportable, y, para la mañana siguiente, notarían que sus cuerpos, aunque todavía lejos de verse intactos, estaban mucho más recuperados de lo que habrían esperado.

A pesar del cansancio, se permitieron un momento de intimidad en el baño que la posada les había ofrecido, dejándose llevar por el alivio que proporcionaba a sus músculos doloridos. El calor envolvía sus cuerpos, y durante esos momentos, las preocupaciones se desvanecieron temporalmente y fueron reemplazadas por caricias suaves. El lecho caliente que compartieron después fue el colmo de aquel contacto físico que habían iniciado en la bañera.

Loki y Sigyn pusieron fin a su alocada visita a Asgard utilizando la tempad que Brisaveloz había apañado para ellos. Así, dejaron atrás los obstáculos y las enseñanzas que el reino dorado les había impuesto. Para cuando se reunieron con Thor y Love de nuevo en China, ya habían sanado sus heridas y cambiado sus atuendos por ropas comunes, ocultando cualquier indicio de las batallas que habían librado. Entretanto, Love, con su entusiasmo desbordante de siempre, relataba las maravillas que había visto en Ta Lo: montañas y lagos de cuento de hadas, arqueros cuya puntería rozaba la perfección, comida muy exótica y sabrosa, y un dragón protector colosal y majestuoso, con un cuerpo serpentino iridiscente que destelleaba en todos los colores, cabeza alargada, largos cuernos curvados y una barba etérea. Sigyn guardó silencio, reflexionando sobre la experiencia compartida con Loki, pero sin revelar nada a la niña para no arruinarle el momento, entre otras cosas. No necesitaba más historias que alimentaran su imaginación desbordante, ni conocer los detalles más grotescos de lo sucedido mientras ella se divertía.

A pesar del entusiasmo de Love por los relatos de Ta Lo y su nueva armadura, la decepción de Thor era palpable. Los chinos, con su sabiduría milenaria, no tenían obsequios útiles ni ayuda concreta que ofrecerles en su contienda contra los griegos. Thor había esperado un respaldo más sustancial, pero se vio obligado a conformarse con la hospitalidad y el regalo simbólico que Love lucía con tanto orgullo. Así, el grupo regresó a Noruega, dejando atrás lo que podría haber sido un acuerdo estratégico para su causa.

Las semanas que siguieron transcurrieron con relativa calma, aunque el ojo público, que había estado fijado con intensidad en Sigyn, comenzó a desviar su atención hacia otros asuntos. Sin embargo, algunos rezagados aún se aferraban a viejas rencillas y prejuicios, alimentando rumores y bulos maliciosos. Uno de los más dañinos era la mentira de que Sigyn había participado junto a Loki en la masacre de Nueva York. Esta difamación, propagada por sus adversarios políticos de la extrema derecha, buscaba destruir su reputación explotando su relación con Loki, el "conquistador de Nueva York". Aunque todos los que la conocían sabían que aquello era falso, la calumnia persistía y se negaba a desaparecer, especialmente entre aquellos que deseaban verla caer. Seguirían circulando algunos rumores infundados desde los rincones más oscuros de la política extrema que hablarían de su supuesta traición a Nueva Asgard, de conspiraciones absurdas para tomar el control del trono que ocupaba ahora Valkiria, y otras ideas igual de absurdas para ella, pero que algunos anónimos se creían con impresionante facilidad.

En medio de este clima de crispación, Loki y Sigyn encontraron refugio en la simplicidad de las tareas cotidianas. Primero, y, ante todo, dedicaron su tiempo a cuidar del hogar que compartían. Loki, quien nunca había mostrado interés o necesidad real en llevar a cabo las labores domésticas, comenzó a aficionarse a la cocina, ahora bajo la paciente enseñanza de Sigyn. Además de eso, pasaban tardes tranquilas jugando al ajedrez, donde Loki, con su mente estratégica, encontraba un rival digno en ella, aunque raramente era superado en las partidas. A veces, el sonido suave del violín llenaba la casa, mientras Loki, sentado frente a la diosa, escuchaba con atención y hasta recibía lecciones básicas de música. Aprender a distinguir las notas con el oído conllevaba una dificultad que, en el pasado, siempre había subestimado.

Cuidar de Love también se convirtió en una parte esencial del día a día. Aunque Love no era su hija, ambos sentían una profunda responsabilidad por su bienestar, especialmente cuando se trataba de su educación. Para la pareja, el mundo académico tenía un valor incalculable. Era la base de todo, sobre la cual se construía no solo el conocimiento, sino también el carácter y la sabiduría tan necesarias para el futuro. Al principio, Thor había intentado inculcarle a Love valores fundamentales, como la valentía, la lealtad, y el sentido del deber, pero la realidad era que, hasta ese momento, la niña no había sido escolarizada de manera formal. Para Loki y Sigyn, la educación estructurada suponía una herramienta esencial para desarrollar el potencial de cualquier individuo. Por tanto, la falta de esta resultaba preocupante, negligente, incluso insultante.

Sigyn se encargaba de ciertas materias de naturaleza más social, como la historia y la geografía de los nueve reinos, Estudios cívicos, Lengua enfocada a la comprensión lectora y escrita del nórdico antiguo y del noruego, o Educación Ética. Loki, por su parte, cubrió el aspecto más científico de su educación, como las Matemáticas o las Ciencias Naturales. También complementaba todo esto con lecciones prácticas sobre la importancia del pensamiento crítico y cómo usar la mente para superar obstáculos. Si bien sus métodos a veces eran poco convencionales, estaban diseñados para preparar a Love para un mundo que no siempre sería justo con ella.

Así, la formación de Love se convirtió en una misión compartida, un esfuerzo que no solo fortaleció el vínculo entre Loki y Sigyn, sino que también les ofreció una primera toma de contacto con lo que implicaría la crianza de un niño. Cada lección impartida, cada logro alcanzado por la preadolescente (que, por suerte, disfrutaba aprendiendo), reforzaba en ambos el deseo latente de formar una familia propia, un anhelo que, aunque ninguno de los dos llegase a verbalizar, se hacía más fuerte con cada día que pasaba. Para Loki, en particular, estos momentos solo intensificaban esa calidez en el pecho que sentía en presencia de su prometida. Aunque no lo expresaba en palabras, esa calidez se establecía rápidamente, se expandía por todo su cuerpo, lo llevaba a imaginar ese futuro utópico e improbable, y reiteraba la certeza de que ella sería una madre excepcional.

También hubo cabida para la práctica de la magia. Loki, siempre inclinado hacia lo complejo y sofisticado, llegó a confesarle que el arte de lo elemental nunca había captado realmente su interés. Para él, se trataba de una disciplina básica que había aprendido en la niñez y había supuesto un primer paso hacia estudios místicos más avanzados. Nada más. Sin embargo, no podía negar que había salvado la vida de Sigyn durante su aventura en Asgard, por lo que nunca más volvería a darla por sentado. Aun así, Loki decidió enseñar a Sigyn los secretos de la magia arcana y de la ilusión, artes mucho más sutiles y engañosas, pero también más difíciles de dominar. Lo que fue un desafío significativo para la diosa.

Con el fin de entender mejor las complejidades de este tipo de magia, se vio obligada a repasar sus conocimientos escolares sobre el lenguaje antiguo, sumergiéndose en la materia con una profundidad que nunca había explorado. Era como empezar a aprender latín desde cero, pero con la presión de dominarlo rápidamente para acceder a un nivel más elevado. A veces, la combinación de runas antiguas y modernas la abrumaba, especialmente cuando no contaba con un diccionario ni un texto de referencia, solo con la vasta y a veces críptica mente de Loki. Con todo, llegó a ver la lógica detrás de la gramática antigua, algo que siempre resultaba satisfactorio. Aunque disfrutaba de su práctica, la magia de la ilusión y la distorsión de la realidad, en particular, le planteaba dilemas éticos. La idea de transformarse en otra persona le resultaba inquietante, como si al hacerlo estuviera apropiándose de algo que no le pertenecía. Por más que aprendiera y disfrutara de esta especialidad, siempre se encontraba luchando con la sensación de que cruzar esa línea sería traicionar algo fundamental en sí misma.

A pesar de estas dudas y reflexiones, Sigyn no podía evitar sentir una profunda satisfacción en esta nueva etapa de su vida. Había soñado con una existencia más tranquila junto a Loki, una vida donde los pequeños detalles y avances del día a día fueran más importantes que las grandes gestas que perseguían a los Odinson. Por su parte, Loki tenía mucho tiempo libre para reflexionar sobre su relación. Con cada amanecer, su amor por ella crecía, volviéndose más intenso y desesperado. La necesidad de casarse se hacía cada vez más apremiante, casi insoportable. Sabía que las cosas pronto cambiarían, que las circunstancias volverían a separarlos, pero por ahora, solo quería estrechar el vínculo que compartía con ella y asegurarse de mantenerla a su lado.

Un buen día, ya a principios de julio, Loki había decidido acompañar a Thor y a Sigyn en su entreno diario, afición que los dos dioses compartían. Para Thor y Sigyn, el entrenamiento no era solo una rutina física, sino una manifestación de la disciplina y la fortaleza que les habían inculcado desde pequeños. Criados en la senda del guerrero, ambos sabían que mantener sus cuerpos y mentes en óptimas condiciones era crucial. Su hermano creía que era primordial tanto para su rol como protector de la Tierra, como de cara a las innumerables amenazas que constantemente acechaban el universo. En cuanto a Sigyn, era simplemente una costumbre que había mantenido desde que Tyr se la había imbuido y que, sorpresa, había probado ser de gran utilidad en eventos como el Ragnarök, en su previa visita a Asgard, o en la guerra que se avecinaba contra los griegos.

Thor, con su fuerza colosal y su espíritu indomable, siempre había abrazado el entrenamiento con entusiasmo. Para él, cada gota de sudor era casi una ofrenda. Las sesiones de entrenamiento de Thor eran legendarias y algo diferentes al enfoque de Sigyn, aunque habían llegado al acuerdo de turnarse en la dirección de los entrenamientos. Su hermano estaba acostumbrado a levantar enormes rocas y correr distancias exageradas. Sigyn, aunque compartía el mismo fervor, era siempre más sofisticada. Con todo, el uno había encontrado en el otro un compañero formidable. Ella era rápida, precisa y su agilidad inigualable. A veces, mientras Thor levantaba pesos descomunales, la diosa practicaba movimientos acrobáticos imposibles, en el aire, sobre una barra o empleando elementos del entorno.

Sobre Loki, en fin, ¿qué decir? Nunca había compartido esa pasión. Aunque mantenerse en forma era importante, su visión de la ofensa y la defensa había oscilado siempre entre sus poderes, su intelecto y su capacidad para manipular situaciones y personas. Sudar siquiera le resultaba, cuanto menos, desagradable. No obstante, aquel día, decidió acompañarlos, tal vez impulsado por el mismo aburrimiento. Además, quería demostrarles que podía mantener el ritmo con ellos si así se lo proponía. Con todo, desde el principio, quedó claro que el entrenamiento de Thor y Sigyn no era algo que Loki disfrutara. A lo largo de la mañana, se enfrentaron a una serie de pruebas que empujaron sus cuerpos al límite. Cada paso, cada movimiento, cada carga, todo era un recordatorio de por qué prefería la comodidad de la estrategia a la fatiga física. Thor, con su risa atronadora, lo animaba a enfrentarse a ese cansancio, mientras Sigyn, con una sonrisa cómplice, prefería no tensar más las cosas con uno de sus comentarios ocurrentes.

Loki admiraba la dedicación y la destreza en Thor y Sigyn, pero no podía ignorar cuánto anhelaba regresar a casa y relajarse con un buen libro en lugar de tener que lidiar con más golpes y sudor. Finalmente, cuando la jornada terminó, regresaron al hogar, y en la imagen de la cabaña de Sigyn encontró la poca energía que le quedaba para adelantarse y llegar el primero. Pero lo que encontró al llegar lo dejó aturdido. Justo bajo la puerta principal, una montaña de peces esqueléticos, caballitos de mar disecados y estrellas de mar fosilizadas se extendía de manera surrealista. Entre todos aquellos elementos macabros, conchas marinas, tan finas como el papel, reflejaban el gris del cielo encapotado en su textura iridiscente.

Loki, siempre rápido y ávido con las palabras, esta vez se quedó mudo, congelado por un escalofrío que le recorrió la columna vertebral de arriba abajo. El inquietante recuerdo de Zeus era ineludible, y no cabía duda de que el nuevo obsequio debía ser obra suya, o de alguno de los suyos. Sigyn, con una calma inquietante, dio un paso al frente, apartando a Loki de su camino con un toque suave, pero decidido. Se limpió la frente de sudor con el antebrazo, su expresión tensa mientras observaba la pila de objetos macabros frente a ella. Había un pergamino antiguo y arrugado, colocado con evidente intención sobre todos los elementos.

—Me atrevería a decir que alguien tiene un pésimo gusto de la decoración —murmuró Loki, intentando romper tanto la tensión del momento, como su propio nerviosismo.

Thor todavía jadeaba de la intensidad de aquel gozoso entrenamiento, como un perro pastor que había pasado las últimas horas corriendo colina arriba y abajo, divirtiéndose con la adrenalina de organizar un rebaño de ovejas, no a cambio del agotamiento de su cuerpo.

—No es solo mal gusto, Loki —respondió Sigyn de forma casi maternal mientras su mente trabajaba a toda velocidad para comprender el verdadero significado de la críptica nota escrita en griego antiguo. Frente a ella, el alfabeto extranjero se había transformado en símbolos más familiares, perfectamente lógicos y comprensibles. Ahora, lo leía en las runas de su lengua materna—. No estoy segura, pero parece una advertencia.

Los tres dioses intercambiaron miradas cargadas de significado. Los rostros de Loki, Sigyn y Thor mostraban un espectro de emociones, desde la incertidumbre hasta la preocupación.

—Pensaba que se te daba bien la semántica, querida. Pero no pareces haber entendido la intención del mensaje. Léelo de nuevo. A mí me parece una invitación —acabó diciendo Loki al cabo de unos instantes de vacilación. En sus palabras dulces se escondía un matiz desafiante, casi condescendiente, aunque su mirada revelaba una preocupación subyacente.

—No sé, hermano. ¿En serio crees que "Nos vemos en el Inframundo" te parece una invitación? —se mofó Thor, con ese toque de ironía que reflejaba su desacuerdo con la interpretación de Loki. Por supuesto que Thor siempre hablaría en favor de su cuñada, casi la quería más a ella que a él, pensó. Prefería darle la razón, incluso cuando no la llevaba, con tal de contrariarlo. Loki estaba bastante convencido de lo que decía, por lo que siguió insistiendo, respaldando su teoría en el siguiente argumento:

—Que no te engañe la teatralidad de la nota, Thor. Los griegos siempre han sido, precisamente, una pandilla de dramáticos. Solo hace falta mirar su literatura clásica —rebatió el apuesto dios, encogiéndose de hombros con desdén y restándole la importancia a la supuesta "amenaza".

—Esto es serio —interrumpió Sigyn, ya de pie y quitándose la camiseta del calor. A pesar de su top deportivo, Thor no pudo evitar mirar hacia el otro lado para evitar el sonrojo. Él, que se paseaba por ahí a menudo desprovisto de camiseta—. No estaría de más esclarecer la intención del autor antes de presentarnos en territorio enemigo. ¿Pretende echarnos un pulso o una mano? Viniendo de alguien como Hades, nunca se sabe —suspiró ella, señalando con la mano la nota que sostenía en la otra, como queriendo darle un mayor énfasis al desagradable obsequio que alguien había abandonado a las puertas de su santuario en la Tierra. Con una niña dentro, nada menos. Por fortuna, no había indicios de que nadie hubiera allanado su propiedad. Love, habiendo percibido ruidos y cuchicheos, abrió la puerta principal. Al final del pasillo se oían voces escénicas, como si tuviera la televisión encendida y hubiera estado viendo dibujos animados. La niña, sin decir nada, los saludó con una sonrisa y aprovechó el silencio momentáneo que se había ceñido sobre ellos para abrazarse a su padre, que ya la alzaba en sus brazos, como si tuviera más bien tres años, y no doce.

—¿Qué te hace pensar que ha sido Hades, cuñada? Igual ha sido Poseidón. Todo eso provendrá del mar griego —razonó Thor, todavía algo escéptico mientras analizaba el pergamino con un interés creciente.

—Del Mar Egeo, querrás decir —continuó Loki, aprovechando cada ocasión para corregir y ridiculizar a su hermano, como él lo haría (o intentaría hacer) con él. Se mostraba visiblemente molesto por su falta de cultura general—. Y, si usas ese ojo vago que te queda, observarás que la pila de objetos está en un estado decrépito. Además, los dioses del Olimpo no se inmiscuyen en los asuntos del Inframundo. Es un terreno que pertenece a Hades, y solo él tiene dominio absoluto sobre él.

—Un personaje caprichoso que no atiende a nadie salvo a sus propios intereses —apuntó Sigyn, siendo la primera en entrar a la seguridad, al confort y a la discreción de su casa. Thor, Love y Loki la siguieron de cerca, escuchando atentamente su lección mientras recorrían el pasillo que daba a la cocina y al salón, ambos ubicados en una habitación enorme de concepto abierto—. A veces luchará en favor de los suyos, a veces en contra de ellos.

—Eso me recuerda a alguien… —comentó Thor con una sonrisa divertida, lanzando una mirada a Loki que mezclaba respeto y burla.

Pero, lejos de interpretar esto primero, Loki frunció el ceño, mostrándose ligeramente ultrajado. Con todo, en el fondo, sabía que así era él, en carácter. Pero no había nada de divertido en el conformismo.

—Oye, no te pases. Ni que fuera yo el rey de Helheim —replicó.

—Disculpa, hermano. Entonces, eres como la bruja de la cueva encantada —añadió Thor. Con los años se había ido acostumbrando a los escarnios y a la elocuencia de Loki, así que, como consecuencia, estaba empezando a hacer suyas esas cualidades… dentro de su toque personal y más limitadas habilidades para el insulto. El Dios del Trueno dejó escapar una sonrisa de autosuficiencia que se vio interrumpida por el decreto de Sigyn. La determinación de la diosa contrastaba, claramente, con ese intercambio de bromas:

—Debemos acudir al Oráculo.

—Qué pesados sois todos con los oráculos. La superstición de que son los seres más poderosos del universo o de que tienen la respuesta para todo resulta simplemente absurda —se quejó Loki mientras gesticulaba mucho con las manos, tratando de minimizar la importancia del asunto y dejar patente su frustración. Lo que tenían que hacer era reunirse con Hades en el Inframundo, atender a las negociaciones, y punto. Él era un hombre que atendía a las corazonadas, y la que sentía ahora mismo le decía claramente que aquello no se trataba de una trampa.

—Explica entonces cómo sus predicciones acaban cumpliéndose siempre. Te recuerdo que fue este oráculo quien les predijo a padre y madre que tú iniciarías el Ragnarök, y eso sucedió mucho antes de que te encontraran abandonado en el infértil páramo glacial de Jotunheim —le rebatió Thor, tratando de contagiarle a su hermano algo de cordura.

—¿Y tú qué sabrás? Nunca has sido creyente —respondió este, nuevamente con desdén—. Si yo inicié el Ragnarök, ya sabes por qué fue. Me encantaría decir que la idea de desencadenar el cataclismo fue mía, pero no puedo colgarme esa medalla.

Con esa alusión, el apuesto dios quiso dejar claro los sucesos del Ragnarök tal cual habían sucedido para la otra versión de sí mismo. Sí, había iniciado el Ragnarök, pero no para destruirlo todo por el placer de la desolación, sino para salvar a la comunidad de la garra ejecutora de Hela. Surtr, cegado por su anhelo de devastarlo todo, había servido para acabar con la Diosa de la Muerte, pero había resultado tan bobo y obstinado que no los había perseguido en su huida, sino que se había centrado en hacer que Asgard estallara en mil pedazos y ya está. Con todo, la intervención de Loki supuso la salvación del pueblo, o parte de él. Pero no podía atribuirse del todo aquella hazaña, pues la idea había sido de Thor. Y qué idea tan divertida, habría pensado este Loki también de haber estado allá para vivir el fin de Asgard. Con una sonrisa traviesa, había corrido a palacio poco después de conocer al amor de su vida, le había echado el guante a la Llama Eterna, y había colocado la Corona de Surtr en su interior para resucitar su máximo poder. Recordando todo esto, Thor no supo si borrar su sonrisa o ampliarla aún más. Con todo, no hizo mayor referencia a eso, y siguió con su riña sobre los vaticinios y augurios de estas figuras tan importantes de su comunidad.

—Que no haya acudido al servicio de los oráculos no implica que no crea en ellos. He oído historias —contraatacó el Dios del Trueno mientras se acomodaba en uno de los taburetes alrededor de la isla de la cocina. Inmediatamente, Love regresó al sofá y se situó frente a la televisión. Junto a ella, Eivor descansaba plácidamente con los ojos cerrados y el plumaje erizado por algún sueño revelador.

—La labor de los oráculos aún tenía sentido cuando solo existía la Sagrada Línea Temporal. No ahora, cuando el futuro aguarda infinidad de posibilidades para cada uno de nosotros —argumentó Loki sobre aquello que consideraba una creencia ignorante y como poco obsoleta. Entretanto, Sigyn ponía los ojos en blanco por la larga riña de hermanos que se estaba desenredando frente a ella.

—Entonces, ahora serán capaces de ver todas esas posibilidades, ¿no? Su clarividencia es así de poderosa —aquella última insistencia de Thor supuso la desesperación de Loki. Se había servido un vaso de agua que no llegó a llevar a sus labios. En lugar de eso, dejó el recipiente de cristal sobre la encimera y se giró hacia su prometida, observándola suplicante y absolutamente exasperado.

—Sigyn, será una pérdida de tiempo —advirtió—. Dime que tú tampoco crees en nada de esto.

La diosa se tomó unos instantes para responder, segundos de reflexión que los Odinson respetaron. Fue un tiempo que Loki aprovechó para perderse en su belleza, como siempre. Llevaba un pantalón de chándal negro y todavía sostenía su camiseta de manga corta blanca en las manos. Su top deportivo, aunque garantizaba la correcta sujeción de las cosas, le pareció la prenda más sugerente que había visto en mucho tiempo. Además de tener un escote pronunciado, cuando Sigyn se dio la vuelta para cortarse un cacho de pan y llevárselo a la boca, constaba de unas tiras cruzadas que resaltaban su atractiva espalda. Ya se había descalzado y despojado tanto de aquellos calcetines blancos altos, como de sus deportivas para correr. Llevaba las uñas de los pies pintadas, a juego con el rosa fosforito de sus manos y el rubor de sus mejillas, fruto del entrenamiento que ya se iba asentando en su cuerpo. Tenía el pelo alborotado, a pesar de su siempre tan impoluto moño. En momentos así, cuando se veía tan desaliñada, la encontraba curiosamente arrebatadora.

—Creo en la sabiduría y en la experiencia de los oráculos. Son quienes mejor conocen a los dioses —respondió finalmente, sabiendo que la firmeza en sus palabras chocaba con el escepticismo de su prometido.

—Sí, a los suyos. No a los dioses extranjeros —objetó él, con un tinte crítico para seguir cuestionando la efectividad del oráculo en el contexto en el que se encontraban.

Sigyn suspiró, abriéndose de brazos como si la fatiga de la discusión le pesara más que el agotamiento físico. Su mirada le decía que, a veces, las cosas eran solo cuestión de fe.

—Entonces míralo así, Loki, ¿cómo explicas que nuestros caminos se crucen en cada universo del Yggdrasil? ¿Acaso no son esos caprichos del destino? —Atrapado en la intensidad de sus ojos verdes, Loki sintió que sus argumentos se tambaleaban. Aquellas preguntas desmontaban fácilmente todas sus creencias. Tal vez tenía razón, pero no se la daría, claro. Con todo, no podía negar que sus caminos parecían estar entrelazados de una manera que desafiaba la lógica obvia.

—Vale, os acompañaré —aceptó finalmente, sin renunciar a esa frustración que lo invadía. Ante lo cual, Sigyn esbozó una sutil sonrisa de triunfo al comprobar que había derribado el muro que Loki, tan insistentemente, había levantado alrededor—. Pero pienso desmontar todo lo que diga. Los oráculos solo juegan al arte de la observación y a la ciencia de la deducción.

—Este oráculo no puede observar mucho. Además de ser el mejor y el último de su gremio, es ciego de nacimiento —señaló ella, haciendo una última broma sobre la ironía del oráculo invidente.

—Yo también puedo hacerme el ciego —replicó irritado al cabo de un rato, en absoluto divertido por la carcajada infantil de su hermano. Aquella vez, había sido a Loki a quien habían aplastado, a quien habían sacado de quicio, y no al revés.


El Oráculo de Nueva Asgard no era un hombre que muchos visitasen por placer. Era una figura enigmática, incluso, podría afirmarse que se trataba de un inadaptado social. Enclenque y desaliñado, era un hombre tan críptico como el mensaje que alguien les había dejado en el porche. Su apariencia transportaba a uno a épocas casi olvidadas. Tenía el cabello largo y una barba tupida que se perdía en la maraña de su vestimenta de estilo asgardiano. En la Tierra, recordaba al atuendo de un monje huraño. Su túnica de tela desgastada estaba deshilachada en los bordes, adornada con símbolos rúnicos que parecían más bien un desorden de símbolos que un patrón alfabético coherente. Las arrugas de expresión de su rostro se mezclaban con las de la edad y hablaban de locura, así como de una vida marcada por visiones generalmente inclementes. Por supuesto, había profetizado futuros favorables, aunque disfrutaba más comunicando lo feo de lo que estaba por venir. Así era él en carácter. Sus ojos eran grises y su mirada perdida debido a su condición de ciego. Se movían rápida e involuntariamente, de forma repetitiva y en dirección generalmente rotacional. No era la primera vez que Sigyn interactuaba con él, aunque sí la primera que solicitaría de sus servicios.

Operaba en una tienda austera situada en una de las esquinas del parque. Al entrar, el ambiente era notablemente simple, con paredes de madera desnuda que apenas contenían decoraciones, y un suelo incapaz de absorber los pasos de manera silenciosa. Los dioses quisieron pensar que fue la campanilla sobre la puerta la que delató su presencia, pero el Oráculo, que tenía una percepción del espacio casi sobrenatural, se había erguido antes de que Loki pusiera la mano en el pomo desde el otro lado. En el centro de la consulta había un mostrador bajo y gastado, cubierto de una variedad de objetos rituales: sahumerios humeantes con un aroma penetrante de hierbas secas y resinas, huesos de pequeños animales desparramados en un patrón caótico y runas talladas en dientes de sable con inscripciones opacas que guardaban todo tipo de secretos.

Con un gesto pausado y deliberado, el Oráculo extendió su brazo para abrir una cortina raída que colgaba pesadamente, revelando la trastienda de su lúgubre morada. Su sonrisa era una mueca lunática que dejaba ver una dentadura maltratada y carcomida por la falta de higiene. Aquel espacio reducido, apenas iluminado por la luz tenue de una lámpara de aceite, constaba de una serie de cojines de terciopelo negros dispersos donde los visitantes podían sentarse frente al inquietante hombre de edad avanzada. Un pequeño vacío entre los cojines funcionaba de mesa improvisada. Sobre esta superficie, muy probablemente, el Oráculo arrojaba los objetos necesarios con sus manos arrugadas para ver el futuro más claramente. La tienda, aunque simple y desprovista de ostentaciones, hizo que Loki lo mirara con absoluta extrañeza y desconfianza. Así lo indicaban sus cejas alzadas y sus pasos cautelosos.

—Ah, mis queridos amigos. Sabía que vendríais. La marea trae consigo muchas cosas, pero pocas tan interesantes como los hijos de Odín o esa parafernalia que un desconocido ha dejado en el felpudo de vuestra casa en la Tierra. Sigyn, tan arrebatadora como siempre, a pesar de tu aura tan volátil. Conozco las novedades de tu vida personal. Felicidades, percibo menos amargura en ti esta vez —la voz del Oráculo resonó en la habitación semidesnuda. Los miraba incapaz de mirarlos fijamente, aunque como absorbiendo cada detalle de sus reacciones. Estaba claro que había intentado causar una especie de impresión en ellos, más concretamente, en el más escéptico de ellos.

Loki frunció el ceño ante aquellas insinuaciones, aunque no pudo evitar que su mirada se desviara hacia Sigyn, observándola de arriba abajo como si buscara alguna señal visible de lo que el Oráculo había mencionado. Luego se observó a sí mismo, y también observó a su hermano. Todos se habían adecentado para la visita, siendo Sigyn la que más destacaba: pantalones vaqueros acampanados, botines de tacón alto, un jersey de lana fina de color carmesí, un abrigo de paño del mismo color, labios a juego, sombras de ojos de colores neutrales, el pelo ligeramente engominado hacia atrás y joyería modesta, pero elegante. Sí, se veía arrebatadora. Con todo, a pesar de la ferocidad de su ropa, rezumaba una inquietud justificada.

—Habéis venido a buscar respuestas, aunque no precisamente de vuestro futuro. Lo que buscáis es más bien la objetividad de un hombre sabio, neutral y ajeno a vuestro círculo. Descuidad, pues saldréis de aquí con ambas cosas.

Loki tragó saliva, queriendo aferrarse a ese escepticismo que empezaba a flaquear ante el asombro y la incredulidad. Lanzó una mirada interrogante a Sigyn, como si quisiera saber si había contactado previamente con el Oráculo, y por eso él conocía sus motivos para encontrarse ahí. Pero su prometida se quitó el abrigo con aires distraídos y se acercó al anciano con una sonrisa incómoda, siempre cortés. El dios se limitó a entrecerrar los ojos y observar fijamente los ojos del ciego, queriendo desmantelar el teatro que tenía ahí montado.

—Si tanto sabes del porqué de las cosas, Oráculo, ¿por qué no empiezas a cantar? —propuso el dios, cruzando los brazos y adoptando una postura relajada que no engañaba a nadie. Esto causó que el inquietante personaje sonriera sin ninguna calidez, sino con la burla de alguien que disfrutaba del sufrimiento ajeno.

—Ah, Loki, siempre tan ansioso por llegar al final del hilo antes de desenredar la madeja. Uno de los dioses griegos ha dejado su marca, en efecto. Aunque no sabéis si es amigo o enemigo, está claro que el tiempo sigue corriendo. Y el final… no será amable —dicho esto, el viejo relajó su mirada, como si la hubiera trasladado por todo su cuerpo, de arriba abajo, en una calculada actitud altanera—. El final nunca es amable para ti, ¿verdad? Alguien te dijo una vez que estás destinado al fracaso. ¿Tú qué piensas?

Sigyn, impacientada, comenzó a tamborilear en un patrón irregular sobre el mostrador con las puntas de sus uñas y le lanzó una mirada significativa a Thor. Los dos se veían igual de intranquilos, una sensación que iba en aumento cuando el Oráculo abría la boca. Loki no quiso pecar de lo mismo, a pesar de que aquello último hiciera que casi borrase su sonrisa indiferente.

—No estoy aquí para decirte lo que pienso, más bien al revés. Venga, sorpréndeme, carcamal —ante esa provocación, el hombre dejó escapar una carcajada prudente y cabeceó en dirección a la trastienda, sugiriendo que se pusieran cómodos. Los dioses intercambiaron miradas incómodas antes de sentarse en los cojines, que resultaron ser tan insustanciales como su aparente propósito. Entonces, el Oráculo se inclinó hacia delante, a punto de compartir un secreto oscuro que resolvería todas las dudas de Loki sobre él.

—Loki, el gran embustero, el Dios de las Mentiras… Tus secretos te están llamando de nuevo, y amenazan con revelarse al mundo. La oscuridad que alguna vez intentaste controlar está al acecho, esperando el momento para reclamarte, y te verás al borde de convertirte en ese monstruo que un día fuiste, otra vez. Cuando eso suceda, los que amas sufrirán, créeme.

Loki siguió aferrándose a esa sonrisa engreída, pero sus ojos se oscurecieron inmediatamente al escuchar aquello. El Oráculo hablaba de un temor que había mantenido enterrado, pero que había sentido resurgir sutilmente durante, por ejemplo, su primer encuentro con Angrboða, o el ataque de los lacayos de Alamuerte a su prometida. Asimismo, reflexionó sobre el secreto que le guardaba a Sigyn, ese plan cuidadosamente tejido en las sombras para recuperar el trono del Yggdrasil, incluso si significaba sacrificar lo que más amaba.

—Sigyn… —continuó el Oráculo, su voz rebajándose a un susurro más amable. Lo que iba a revelar en adelante sería más bien una advertencia, además de una simple predicción—. Tu destino no es menos sombrío. El monstruo del que hablo no es solo una amenaza para Loki, tú también corres el riesgo de tontear con él. Además, la relación que tanto anhelas está destinada al fiasco y al desencanto. No terminarás con ella, porque, por desafortunadas que sean las cosas, lo tuyo no es huir acobardada. Te aferrarás a la esperanza, pero la soledad será tu constante compañera, y la tragedia que tanto te deprimió se repetirá de nuevo.

Un silencio sepulcral cayó sobre la habitación. La pareja se miró con auténtico pavor, solo que el temor de Loki no venía del miedo a convertirse en un monstruo, sino del miedo al sufrimiento de su prometida, un malestar del que sería responsable. Hasta esa conclusión ya podía llegar él solito. La mente de Sigyn ya había comenzado a divagar, intentando dar sentido al augurio. Primero, entonces, ¿Loki guardaba secretos? Segundo, ¿se convertiría ella también en un monstruo? Tercero, ¿el fracaso de su relación se traduciría en la muerte de Loki? La incertidumbre la corroía, pero se prometió a sí misma que no huiría. Como bien había afirmado el Oráculo, no importaba lo que les aguardase. No abandonaría a Loki, aunque la soledad se debiera a la angustia de perderlo de nuevo, como había ocurrido en el pasado.

Thor se sentía más incómodo que nunca, sentado ahí entre su hermano y su cuñada, a quienes les aguardaba un sino cuanto menos adverso. Se aferró a Rompetormentas, buscando el confort en el arma que le acompañaba a todas partes. En contraste, el Oráculo se reía de forma cortante y fría, diferente a la calidez que uno esperaría en un momento de consuelo.

—Y tú, Thor… —el Oráculo se giró hacia el Dios del Trueno, listo para compartir su pronóstico, pero este otro, incapaz de soportar más, se levantó de golpe fruto del pánico. Así, entre la cortesía y la torpeza, rechazó las palabras del clarividente.

—No, yo… Prefiero averiguarlo todo cuando llegue el momento. Gracias.

Dicho esto, abandonó la trastienda, dejando tras de sí una estela de incomodidad y rareza que no pasó desapercibida para nadie. Sigyn miraba incómoda un punto fijo en el suelo, evitando el contacto visual, mientras Loki, confuso e inquieto por el histerismo de Thor, se reincorporaba lentamente. Con una última mirada al Oráculo, siguió el camino al que habría sido Rey de Nueva Asgard. Lo hizo habiendo alzado un dedo en dirección a Sigyn, indicándole que necesitaba un momento para consolar a su hermano. A pesar del disgusto, ella decidió quedarse. El Oráculo, por extraño y estrambótico que fuera, era el único que podría ofrecerles una pista sobre lo que les deparaba en el Inframundo griego.

—No te preocupes, el autor de ese enigmático mensaje solo quiere conoceros, fruto de una curiosidad infantil y del aburrimiento de la monotonía del purgatorio. Podéis acudir tranquilos, sabiendo que en sus lares solo os enfrentaréis a las criaturas que preceden a su trono —la voz del Oráculo volvió a resonar en la pequeña habitación, llenando el espacio con una certeza que reconfortó un poco a Sigyn. Pero percibió algo más, que hizo que se estremeciera levemente, así que no se puso de pie todavía. El Oráculo parecía haber alcanzado un estado de calma perturbadora, como si supiera que lo peor estaba por llegar—. Hay algo más que debes saber —comenzó el anciano, sus manos temblorosas moviéndose lentamente, como si buscara las palabras en el aire. Su risa lunática hizo una breve aparición antes de continuar, con una seriedad más controlada esta vez—. Tu destino no se limita a la soledad que se avecina. Hay vida gestándose en tus entrañas.

Sigyn palideció al escuchar aquello. De pronto, la estancia pareció volverse más pequeña, y el aire, más estancado. Sus puños se aferraron con fuerza a la tela de su abrigo. De no haberlo tenido entre las manos, habría hundido las uñas en las palmas y habría dejado en ellas medias lunas de sangre.

—¿Estás diciendo que estoy…?

El Oráculo asintió solemnemente, terminando la frase por ella:

—Embarazada nuevamente. Y no te hagas la sorprendida. No habéis usado el único método anticonceptivo que te habría ayudado a evitar esto. Además, en el fondo, lo has sabido desde el principio. Tomaste tu decisión con esa pastilla que no ingeriste, la que tampoco te habría servido de nada. En cualquier caso, ahora, aunque no sea tarde para pararlo, dudo mucho que te lo plantees cuando escuches lo que tengo que contar.

Sigyn cerró los ojos un momento, tratando de procesar la magnitud de la revelación. ¿Hasta qué punto podría ser aquella predicción cierta? Se trataba de algo biológico, algo que solo podría respaldar, confirmar o desmentir la propia ciencia. Con todo, el Oráculo había pasado a desplegar verdaderos detalles, unos que solo podían ser reales, tras sus pronósticos iniciales algo más vagos y generales. Era como si, cuanto más hablase, más fácilmente probase que lo que decía era cierto.

—Si no te fías de mi palabra, o del ya considerable retraso de tu sangrado, fíate de la sanadora. Seguro que acabará confirmando tu preñez. Al grano, esta vez también, portarás mellizos en tu vientre, dos vidas que florecerán en medio de la soledad que las nornas han tejido para ti.

La diosa abrió los ojos de golpe ante lo extraño de aquella información. ¿Mellizos, otra vez? Inevitablemente, no pudo pensar en aquellos que había perdido poco después de haber llegado a la Tierra. Asimismo, pensó en esos caprichos inexplicables del destino, y, aunque se moría de ganas por preguntar algo muy concreto, no fue capaz. La mujer, que había mantenido la compostura hasta ese momento, sintió un nudo formarse en su garganta.

—Tener dos hijos ha estado siempre escrito para ti. En algunos universos, provienen de embarazos diferentes. En otros, del mismo. En cualquier caso, siempre han sido, son y serán dos. Dos niños, y ninguno más —sus palabras cayeron sobre ella como una pesada losa, provocando que su respiración se volviera irregular. El Oráculo inclinó la cabeza ligeramente, como si estuviera sopesando algo en su mente antes de continuar—. Te preguntas si se tratan de los mismos que perdiste en tu anterior embarazo. Eso no lo sé, querida. Suena retorcido, pero, pensándolo bien, has compartido lecho con dos versiones del mismo hombre, en dos puntos del tiempo diferentes. Sé que la ciencia de la que tanto te fías no puede explicar nada de eso, pero ¿por qué darlo por imposible?

La mente de Sigyn se aceleró al escuchar aquello. ¿Lo que creía perdido no tenía por qué estarlo, realmente?

—Este Loki… —el Oráculo hizo una pausa, observándola con esos ojos ciegos que parecían ver siempre más allá—. No es el mismo que murió en manos de Thanos. Tú lo sabes, Thor lo sabe, Valkiria lo sabe, Sif lo acabará sabiendo, pero el pueblo no tiene ni idea de nada de eso. Una parte de ti reconoce las diferencias, aunque te esfuerces por ignorarlas. Pero ¿acaso importan? Claro que no, a ti no te han importado, desde luego. En esencia, es el mismo Loki que perdiste. Con todo, aunque tu futuro no es perfecto, tampoco es el tormento que imaginabas poco antes. Estos pequeños representan una chispa de esperanza en el abismo de la decepción causada por un hombre. No volverás a pecar de tristeza, pues tendrás un motivo para seguir adelante. Sin el amor de un marido, pero con el amor de dos niños que, aunque te darán muchos dolores de cabeza, te querrán, admirarán, respetarán y defenderán con locura.

—¿Qué hay de su futuro? Compartirán conmigo la ausencia de su padre, ¿no? No es ideal —comentó ella ante la abrumadora perspectiva de criar a sus hijos sin Loki—. Solo yo no seré suficiente para ellos. ¿Serán felices? ¿Sentirán el vacío desconsolador que he sentido por él todos estos años?

El Oráculo inclinó la cabeza, reflexionando en las imágenes que se le presentaban.

—En otros universos, en la mayoría de ellos, el futuro de los mellizos es trágico. Y, sin embargo, Loki siempre está presente. En esos mundos alternativos, uno de ellos se convierte en un lobo monstruoso y devora al otro. Es un destino cruel, una manifestación de la oscuridad que puede surgir en el seno de la familia.

Sigyn tragó con dificultad la angustia que le provocó aquel hallazgo. La idea de que sus hijos pudieran enfrentarse a una tragedia similar era, simple y llanamente, aterradora. Sin embargo, el Oráculo continuó, ofreciendo una perspectiva más deseable.

—En este, correrán una suerte diferente. Crecerán y prosperarán. No estarán exentos de dolor, aunque será un dolor mucho más mundano, causado por preocupaciones afines a su entorno. ¿Qué te angustiaba a ti como adolescente, Sigyn? La atención o el desinterés de los chicos, demostrar tu valía a tus referentes… Esas cosas. Para ellos no será diferente. No sufrirán la falta de lo que nunca hayan tenido, aunque desearán esa figura paternal que todos los demás niños tienen. A pesar de criarlos sola, cubrirás la ausencia de su padre y los criarás con una devoción que ellos sentirán desde el inicio de sus días. Puedes echar un vistazo al futuro tú misma, si quieres —propuso el Oráculo, tendiendo las manos hacia ella con la tentadora oferta de un adelanto. Sostenía un mejunje que trasladarían las visiones a su clienta. El Oráculo, aunque ciego, podía ver claramente las cosas en su cabeza, y también mostrar lo que veía, si la situación lo requería. Pero la Diosa de la Fidelidad se quedó ahí pasmada, mirando la suciedad acumulada en los pliegues de su piel, así como el desagradable aspecto de la poción—. Vamos, no seas tímida. Serán tan guapos como mamá y papá.

Aquello último hizo que Sigyn bufara de forma estoica, por lo irónico de las palabras del hombre ciego.

—Qué sabrás tú lo guapos que somos —farfulló en voz alta, casi sin darse cuenta.

El Oráculo dejó caer las manos, no antes de esbozar una sonrisa ladeada, dental, siempre perturbadora. Aunque no lo dijo, él conocía bien su cara. Las embarazadas de antes y de ahora acudían a él a menudo antes del nacimiento de sus vástagos, y la madre de Sigyn no había sido excepción. La curiosidad la había vencido a ella también. Dicho de otro modo, él había visto su rostro seráfico antes que ella. Había visto el rostro de Loki en todas las predicciones de Frigga. Aunque esta no fuera la madre biológica del príncipe, había compartido destino con su hijo adoptivo. Las nobles como Nanna, los reyes y las reinas de los nueve reinos, frecuentaban mucho el Distrito de la Forja y la Magia con tal de obtener respuestas satisfactorias para sobre su familia.

—Entonces, mis hijos tendrán la oportunidad de vivir una vida normal.

Aquella pregunta, aunque camuflada en una afirmación, fue firme. En este momento, se dijo la diosa, eso era lo que más le interesaba saber.

—Así es, al menos hasta donde alcanzan mis visiones. El futuro es un laberinto lleno de posibilidades. Cómo lo enfrentes y qué decisiones tomes determinarán el destino de tus hijos y el tuyo propio, aunque, en líneas generales, no será diferente a mis predicciones. Lo tengo bastante claro. Su padre estará lejos, siempre ocupado en su cometido de guardián, pero su madre se mantendrá cerca de ellos.

—Espera, ¿no habías dicho que moriría? —preguntó Sigyn, confundida y con un tono de angustia creciente.

El Oráculo se detuvo y respondió con una sonrisa enigmática. Fue todo lo que necesitó para darse cuenta de que había malinterpretado los pronósticos iniciales sobre su relación con Loki. Había dicho que acabaría sola, no que Loki moriría. En aquel pensamiento, Sigyn reconoció el punzante dolor de la verdad. Su rostro se mantuvo impasible, pero la realidad de que Loki la abandonaría, en lugar de morir, no la hizo sentir mucho mejor. Al contrario, sintió un vacío helado en el pecho. Enseguida, comprendió que su separación era inevitable, y aquella revelación resultó más dolorosa que volver a perderlo en las fauces de la muerte. Esto último, por doloroso que fuera, se trataba de una situación que había navegado ya antes. Con un esfuerzo sobrehumano para no desmoronarse, se levantó lentamente. El Oráculo hizo lo mismo y se desvaneció en la penumbra de la trastienda con una actitud socarrona, diciendo:

—Págame cuando te recompongas un poco, Ruiseñor…

Asimilando el impacto devastador de aquellos vaticinios, Sigyn salió por patas de ahí, con la mente atrapada en un remolino de pensamientos sombríos. A pesar de sus esfuerzos por mantener una expresión neutral, el peso de las revelaciones la aplastaba. A medida que se acercaba a Loki y Thor, intentaba suavizar la expresión sombría que le había quedado grabada en el rostro, sin éxito. Los Odinson estaban inmersos en una discusión, y aunque intentaban mantener las voces bajas, alcanzó a escuchar gran parte de lo que estaban comentando en ese ambiente tan caldeado.

—Hermano, no puedo simplemente borrar de la cabeza lo que el Oráculo ha profetizado para vosotros —farfulló Thor. Su lenguaje corporal lo delataba, pero, aun así, intentaba apretar mucho los dientes en un intento de autorregularse y ocultar su nerviosismo a los viandantes que los pasaban de largo—. ¿Has visto sus ojos? Esa no era la simple mirada de un ciego, era la mirada de un loco que lo ve todo. Seguro que traía malas noticias para mí también, por eso no he querido seguir escuchándolo. Me ha bastado la idea de que puedas volver a convertirte en… un monstruo. De que vuelvas a morir de verdad. Porque no planeas tomarme el pelo otra vez, ¿eh? —amenazó el Dios del Trueno, tentado a agarrarle del cuello de la camisa y gruñir a escasos centímetros de su cara.

Loki intentaba calmar a Thor, con un tono que no era indicador honesto de todo lo que sentía y pensaba. A pesar de su actitud despreocupada, los pronósticos proferidos en aquella tienda de mala muerte habían tocado su fibra sensible. Aunque algo imprecisos, el anciano había desvelado cosas que no tenía por qué saber, como queriendo mostrar que su palabra era digna de credulidad.

—No seas melodramático. El Oráculo no es más que un intérprete de las posibilidades, no un narrador de verdades absolutas. Es una pantomima, una actuación que se alimenta de nuestros miedos y esperanzas. No ha sido diferente a leer el horóscopo en una revista de estanco.

—Sabía lo de las conchas y los caballitos de mar muertos, Loki. Nosotros no le hemos dicho nada.

—Igual tiene un compañero que le presta su visión, como Sigyn tiene a Eivor —insistió Loki, buscando, aunque fuera enrevesada, una explicación lógica para restarle la importancia a cada cosa que dijera su hermano. Con todo, él sabía, con una certeza que lo atormentaba, que no moriría. Que Thor había malinterpretado las palabras del Oráculo. En realidad, este se había referido a algo mucho más doloroso: dejaría a Sigyn sola para regresar a su cometido en el trono del multiverso. Pero esa verdad era demasiado pesada para confesársela a nadie. Para Thor sería fácil superarlo porque entendía que, a veces, había que priorizar el deber a las ambiciones personales. Aun así, no era el momento de confesarle nada—. Y no, no estoy planeando fingir mi muerte. Con una vez fue suficiente.

—Dos veces, la fingiste dos veces. Luego, moriste de forma definitiva —incidió Thor, empleando los dedos y colocándoselos frente a la nariz.

Loki suspiró, bajándole la mano de inmediato.

—Relájate. Puede que haya matices que desconocemos en toda esta historia. Thor, estás dejando que los miedos te nublen la razón —dijo, aunque dejó entrever una pizca de duda. En ese momento, Loki notó que Sigyn se acercaba, y su presencia cambió el aire entre los tres. La tensión era palpable, pero él decidió no presionar, esperando que la diosa hablara primero. Como no lo hizo, cuando él le preguntó qué más había hablado con el Oráculo, ella optó por minimizar el asunto, manteniendo la calma a duras penas.

—Nada importante. Solo ha mencionado que el viaje al Inframundo parece merecer la pena.

Loki no estaba convencido. Había percibido algo en esa respuesta que le había hecho sospechar. Por un instante, quiso insistir, pero entonces recordó las verdades que él mismo estaba ocultando, y la culpa le impidió seguir adelante. Mientras ella se montaba en el coche, se quedó inmóvil un momento, observándola. No pudo evitar la sensación de que estaban entrando en una etapa más compleja de su relación. Con un suspiro resignado, se montó en el vehículo, con Thor siguiéndolos de cerca. Ella lo miraba por el rabillo del ojo, aunque Loki no era capaz de dilucidar lo que estaba pensando. Probablemente, también hubiera interpretado que moriría pronto, y aquello se le estuviera haciendo difícil de digerir.

En realidad, Sigyn pensaba era que debía exigirle una conversación franca y sincera. Sin embargo, por el momento, carecía del vigor necesario para la transparencia. Estaba aterrada, furiosa, y al mismo tiempo desesperada por acercarse a él, por besarlo y hacerlo suyo como una auténtica despechada. Después, lo abandonaría antes de que él la abandonase primero. Pero el Oráculo había acertado al predecir que ella no se alejaría de Loki, a pesar de todo. Incluso en aquella tesitura, seguía deseando casarse con él, puede que más que antes. El matrimonio, más que una promesa de eternidad, sería un acto de amor y compromiso en el presente, una forma de exprimir el poco tiempo que les quedaba juntos, en lugar de alejarlo de ella. Solo esperaba que Loki fuera responsable y, aunque eventualmente la fuese a dejar sola, se esforzase por encontrar la manera de protegerla a ella y a sus hijos, incluso desde la distancia. Con esto en mente, se sorprendió a sí misma cuando soltó la siguiente pregunta:

—Thor, ¿podrías casarnos tú? A ojos de todos, siempre has sido el rey.


Ubicación: Mar Egeo.

Espacio: Sagrada Línea Temporal.

Aquella había sido una sorpresa que había dejado estupefacto a Loki, los labios ligeramente separados en una mezcla de sorpresa y confusión. No había previsto que Sigyn fuera a proponer algo tan significativo en medio del silencio tenso que se había asentado entre ellos. Sus ojos se habían encontrado con los de ella brevemente, pero, una vez más, no habían logrado leer sus emociones. En cambio, a Loki lo había invadido un desconcierto abismal, lo cual había provocado que le diera incesantes vueltas a la cabeza las últimas veinticuatro horas. Además, estaba la expedición al Inframundo, una urgencia que los acechaba como una sombra. Aunque habían decidido concederse un tiempo para aliviar la turbación general, los dioses habían acabado desechando aquella idea, temiendo la ira de Hades por su tardanza. Partir de inmediato era tan primordial, como hacerlo con la mente en frío. Aunque eso último sería lo complicado, claro.

El amanecer se rompía con un suave matiz dorado que bañaba las aguas turquesas del Mediterráneo, siempre tan translúcidas y cálidas. Los rayos del sol, aún perezosos, acariciaban la superficie del océano con una delicadeza tan sublime como surrealista, creando reflejos que los cegaban desde la nao que habían encontrado en una de las coordenadas que Hades había compartido con ellos en su críptico obsequio. En tierra firme, el grupo de dioses y guerreras se preparaba para lo que sería uno de los viajes más significativos hasta la fecha. Loki, Sigyn, Thor, Valkiria y Sif se encontraban reunidos junto a una embarcación que parecía sacada de una era antigua, cuando Grecia era el epicentro de todo. Era un barco pequeño, adecuado para cruzar las aguas hasta el horizonte occidental donde, según las leyendas, se encontraba la entrada al Inframundo a través del río Aqueronte. La tensión era palpable por diversos motivos, entre ellos, por lo acontecido con el Oráculo el día anterior, o por el hecho de que era la primera vez en mucho tiempo que Loki se encontraba con Sif, que tanto odio le profesaba.

—Es increíble que estemos haciendo esto —meditó Sif mientras ajustaba su espada en el cinto con su única mano. Verla con el brazo amputado le había resultado chocante a Loki, aunque no tan inquietante como el desdén con el que siempre lo trataba—. Nunca pensé que llegaría el día en el que navegáramos hacia las profundidades del Tártaro.

—En realidad… —puntualizó Loki, tomando una bocanada de aire mientras se quitaba la capa de la armadura que había traído consigo desde Asgard—. El Tártaro es un abismo oscuro y profundo situado en una mayor profundidad que el reino de Hades. Es una prisión de sufrimiento eterno en la que los dioses olímpicos encarcelaron a los titanes después de derrotarlos.

Incluso aunque la lección de Loki hubiera sido bienintencionada, Sif no habría respondido diferente. Siempre percibía un cierto retintín en todo lo que decía Loki, sobre todo si se lo decía a ella. Por eso, cuando el dios terminó de ridiculizarla, le dedicó una mirada punzante que decía algo como: "Nadie te ha preguntado". Valkiria asintió con una sonrisa tensa. Aunque había ignorado la aclaración de Loki, había percibido el efecto que había tenido en su amiga, así que prefirió no hacer alusión a eso:

—Y, sin embargo, aquí estamos. Las cosas que hacemos por la amistad, ¿eh?

Loki permanecía apartado, en parte porque las dos guerreras promovían ese vacío, y en parte, porque Thor y Sigyn estaban demasiado ocupados acercando la nao al agua, arrastrándola por la fina arena dorada. A pesar de la situación, no podía evitar distraerse pensando que había algo oculto tras la súbita decisión de Sigyn por acelerar su casamiento. La diosa, ahora de pie a su lado, también observaba el mar y los delfines que se veían en el horizonte con un rostro en apariencia sereno. Su presencia, tan cercana y a la vez tan distante, era una constante distracción para Loki, pero se obligó a concentrarse en la misión.

—Es hora —anunció Thor con voz firme, rompiendo la quietud. Todos asintieron, sabiendo que no había vuelta atrás, y abordaron la embarcación, que se incorporó al agua con una suavidad sobrenatural, como si las olas mismas los condujera hacia su destino. El silencio se apoderó de ellos mientras navegaban, por los motivos citados anteriormente, pero también por la curiosidad de que precisamente Hades quisiera reunirse con ellos.

A medida que se acercaban al horizonte, el cielo comenzó a oscurecerse de manera antinatural y, con ello, Eivor dejó los cielos para colocarse en el interior del bote, sobre el hombro de Loki esta vez. Era como si una cortina de sombras descendiera sobre ellos, cubriendo el sol y sumiendo al mundo en una penumbra inquietante cuando no correspondía. Un viento frío se levantó, contrastando con el clima cálido del país y provocando que Sigyn se estremeciera involuntariamente. Ante ellos, en la distancia, una neblina espesa que pronto envolvería el barco y engulliría todo a su alrededor. El agua, antes tan hermosa y apetecible, se había vuelto de un negro profundo, inexplorado, pantanoso. Los dioses sintieron cómo la temperatura descendía aún más, y el silencio, roto solo por el sonido de las olas, se hizo ensordecedor. Entonces, la neblina se disipó lo suficiente para revelar una figura intrigante, la de un hombre alto encapuchado, de cuya apariencia no se podía apreciar mucho más. Estaba de pie sobre una barca estrecha y alargada. Sus manos huesudas sujetaban un remo largo, que parecía demasiado pesado para alguien de su constitución.

—Es Caronte —informó Thor a los demás, como en un susurro, habiendo reconocido de inmediato al barquero de Hades.

El barquero no habló, pero sus ojos recorrieron a cada uno de ellos con un escrutinio que les hizo sentir como si sus almas estuvieran siendo tasadas en oro. Dos monedas por persona, como siempre. Lamentablemente, solo las almas con asuntos no resueltos cruzaban ese río. ¿Haría una excepción, a sabiendas que su amo había reclamado su visita? Su mirada trascendía lo físico y penetraba en los recovecos más oscuros de los forasteros. Finalmente, su atención se detuvo en Loki.

—El dios al que le debemos todo, empezando por nuestra propia subsistencia.

Al igual que Zeus, al igual que Khonshu, Caronte dejó bien claro que conocía el poder omnipotente de Loki como guardián del multiverso. Al rey de su panteón, eso poco le había importado, cegado por su propia arrogancia. Con todo, Caronte parecía diferente. Parecía reconocer su autoridad, así como sus facultades divinas. Algo le decía que Hades podía ser un activo interesante en la contienda de los nórdicos contra los suyos.

Instintivamente, Sigyn observó a su esposo, con una mirada que delataba su lamento al recordar que su deber astral era más importante que su relación. Pero no dijo nada, simplemente se cruzó de brazos y agachó la cabeza. Loki dio un paso adelante, su habitual carisma neutralizado por la gravedad de la situación.

—Hades quería vernos, ¿verdad? —respondió, sin titubear.

Caronte inclinó ligeramente la cabeza, sopesando las palabras de Loki. Tras unos segundos que parecieron horas, asintió lentamente y extendió una mano, esperando el pago. Sigyn, que había anticipado este momento, se adelantó con una pequeña bolsa de dracmas, las exactas para pagar el viaje de ida y vuelta de todos los integrantes del escuadrón. El barquero la tomó sin decir una palabra, guardándola en sus túnicas raídas.

—Conoces las normas, asgardiana, y eres lo suficientemente precavida como para pagar vuestro viaje de regreso a la Tierra. Eso nos agrada. Lo contrario habría sido un chiste para el amo, y una ofensa para mí —dijo finalmente Caronte, antes de girarse y comenzar a remar hacia las sombras, guiando a los viajeros hacia las profundidades del Inframundo. A pesar de la brevedad del trayecto, resultaba laberíntico—. Embarcaos, y que vuestros dioses os protejan, pues el camino al palacio de Hades es arriesgado y, en ocasiones, letal.

Mientras la barca avanzaba por el río Aqueronte, el barquero, con su postura erguida y sus movimientos precisos, guiaba el bote con una habilidad que denotaba milenios de experiencia. Thor, sentado junto a Loki, no podía soportar la atmósfera opresiva. No era de los que se quedaban callados por mucho tiempo, y su natural impulso hacia la camaradería y el buen rollito lo llevó a romper el hielo.

—Entonces, Caronte, ¿cómo es que llevas tantos años haciendo lo mismo? —preguntó, inclinándose hacia el enigmático hombre encapuchado con una sonrisa despreocupada—. ¿Nunca te has planteado buscar otro trabajo? Algo con más chicha, más movidito que esto.

Loki cerró los ojos por un breve instante, visiblemente incómodo con la espontaneidad de su hermano. La gravedad del momento, la solemnidad del lugar… nada parecía disuadir a Thor de intentar establecer una conversación trivial con el barquero del Inframundo. Soltó un suspiro frustrado y rodó los ojos, incapaz de contenerse. Volvería a iniciar una discusión susurrante que resultaría no tan discreta como pretendía.

—Thor, por los dioses, ¿puedes, por una vez, estarte calladito? No estamos en una taberna, esto es el Inframundo —murmuró entre dientes, lanzándole una mirada de advertencia. Pero Thor, lejos de sentirse amonestado, se giró hacia Loki con una expresión de inocente diversión. Caronte, sin dejar de remar ni desviar la mirada del camino sombrío frente a ellos, aclaró las dudas del jovial forastero:

—La eternidad es un concepto complicado, hijo de Odín. Lo que para ti puede parecer tedioso, para otros es simplemente su naturaleza. He recorrido estas aguas infinidad de veces. Es mi propósito, guiar a las almas en su último viaje, y en ello encuentro la paz. No hay aburrimiento en cumplir con tu destino, aunque, a veces, es… repetitivo, sí.

Thor, sin perder la compostura, asintió con una sonrisa.

—Entiendo, entiendo. Aunque debo reconocer que no te envidio lo más mínimo, amigo. Lo mío son más bien los titanes y los extraterrestres. Prefiero eso antes que pasar mis días remando a través de ríos oscuros. Supongo que uno se acostumbra, ¿no? ¿Ya te da el jefe el suficiente tiempo de descanso? Tendrás que alimentar esos brazos de alguna manera, todo el día remando. El músculo necesita proteína y descanso.

Loki apenas pudo reprimir una expresión de incredulidad, sintiendo cómo una sensación de vergüenza lo acaloraba. Sabía que Thor no tenía mala intención, pero su hermano no parecía comprender la figura con la que estaban interactuando. Caronte, por su parte, continuó remando con la misma calma imperturbable. Loki aprovechó el momento para darle un codazo a Thor, que le devolvió una mirada de censura, como si no se mereciera la reprimenda.

—Vamos, hermano… —comenzó a justificarse el Dios del Trueno—. Solo intento hacer que el viaje sea un poco más ameno. ¿Quién dice que a Caronte no le apetece charlar?

Loki apretó los labios, tratando de no perder la paciencia… aunque ya la había perdido hace rato.

—¿Charlar? ¿Con Caronte? —repitió, atónito—. Es el barquero de las almas, Thor, no tu compañero de tragos. Estamos en una misión, no de vacaciones.

—Loki, tal vez deberías relajarte un poco. Puede que, precisamente, lo que necesites sean unas vacaciones —se burló Thor, su mirada de vuelta en el siniestro barquero, hombre que le resultaba muy chistoso, dicho sea de paso.

—Los combates y las gestas heroicas tienen su lugar en el mundo de los vivos —razonó Caronte con un tono que, aunque neutral, parecía contener un matiz de condescendencia—. Aquí, en el Reino de los Muertos, todo sigue un orden diferente.

Thor, sin percibir la sutil reprimenda en las palabras de Caronte, soltó una risa breve.

—Bueno, cada uno con lo suyo, supongo. De cualquier modo, gracias por llevarnos, Caronte. Siempre es bueno tener a alguien confiable al timón.

Loki no pudo evitar llevarse una mano a la frente y sacudir la cabeza. Aunque sabía que esa ligereza era una de las cualidades más entrañables de su hermano, ahora estaba completamente fuera de lugar. Lo que necesitaba, más que unas vacaciones, era alguien que no hablara más de la cuenta. ¿Así era como lo percibían a él, a veces?, pensó de repente, recordando que la labia de Loki era, en ocasiones, irritante para los demás. Puede que no fuera tan diferente a su hermano, al fin y al cabo.

Thor soltó una carcajada, sacudiendo la cabeza.

—Venga, di lo que tengas que decir, Loki. Si te quedas callado por mucho tiempo, explotarás como una palomita. Si no fuera por mí, estarías siempre amargado en nuestras aventuras.

—Y si no fuera por mí, estarías siempre inconsciente —respondió Loki con una sonrisa tensa, forzada, llena de reproche—. Alguien tiene que pensar mientras tú metes la pata constantemente y golpeas todo lo que se mueve.

Sigyn, que había permanecido en silencio hasta ahora, observó la interacción entre Thor y Caronte con el mismo desconcierto que Loki, solo que con algo más de diversión. En el fondo, la manera en la que Thor pretendía aliviar la tensión del grupo había funcionado. Mientras los Odinson intercambiaban pullas fraternales, las mujeres se miraban las unas a las otras, reconociendo su inmadurez, a pesar de la edad de ambos. Valkiria observaba la escena con una sonrisa torcida, igual de entretenida. Sif se había inclinado hacia Sigyn y susurrado en un tono cargado de ironía:

—¿Estás segura de querer casarte en esta familia? Porque ahora sería un buen momento para reconsiderarlo.

Sigyn reprimió una sonrisa, determinada a devolvérsela, con la misma actitud socarrona que había mostrado Thor con Loki desde que había abordado el barco de Caronte.

—¿Y tú, Sif? ¿Estás segura de que no te gustaría unirte a esta familia también? —le respondió, enarcando una ceja con una mirada cómplice. Ambas sabían que Sif tenía un afecto significativo por Thor, aunque nunca se lo hubiera expresado abiertamente.

Sif se sonrojó, pero mantuvo la compostura como pudo.

—Golpe bajo, Sigyn. Pero tú verás. Loki es tu futuro esposo, no el mío.

—Aun así, deberías pensar lo que te digo —agregó Sigyn asombrosamente rápido—. Con Thor siempre tendrás acción y… conversaciones interesantes.

Sif dejó escapar una sonrisa divertida y miró hacia los hermanos, que seguían en su ligero enfrentamiento, completamente ajenos a las miradas y comentarios de las mujeres.

—Eso es cierto, pero tú ya has escogido al pensador. Déjame a mí ver qué hago con el luchador.

Sigyn se permitió aquella sonrisa. La frivolidad hasta ahora había sido un alivio temporal, pero no podía ignorar la seriedad de la reunión con Hades, y todo lo que precedería a eso. Caronte comenzó a desacelerar la barca, acercándola a una orilla rocosa y extendiendo una mano en señal de que habían llegado a su destino. Thor, siempre con su energía inagotable, se levantó primero, olvidándose de la caballerosidad y dejando atrás las mujeres en el balanceo de la nao.

—Gracias por el viaje, "tío". Ha sido un placer —se despidió con su habitual entusiasmo, provocando una mirada de puro desconcierto en Loki. Caronte se limitó a inclinar la cabeza en silencio, aceptando las palabras de Thor como mejor podía. Las mujeres desembarcaron, ayudándose en el proceso las unas a las otras con ese sentido de la sororidad tan innato en ellas. Loki, por su parte, se acercó a su hermano y le volvió a reprochar en voz baja:

—Por favor, Thor, intenta no saludar a Hades como si fuera un tipo cualquiera. Algunos de nosotros preferiríamos salir de aquí con vida.

Thor soltó una risotada, pero el tono grave de Loki hizo que se moderara, al menos un poco.

Mientras caminaban por el terreno pedregoso, Sigyn quiso preparar a sus compañeros detallando lo que les aguardaba:

—Vale, escuchad todos. El camino hasta Hades no es nada sencillo. No es la primera vez que los mortales han intentado mapear el Inframundo. La Odisea, La Eneida, La Divina Comedia… Ninguna de estas obras, por detalladas que sean, nos preparará para lo que nos espera, pero sí nos darán algunas pistas.

Loki la observó, una vez más, cautivado por su inteligencia. Era ese conocimiento curioso e inocente lo que lo había hechizado desde el principio. Siempre que la escuchaba hablar, especialmente en momentos como este, cuando desplegaba su vasto entendimiento de los nueve reinos, sentía una renovada devoción por ella. Su pasión no solo se basaba en su evidente belleza, sino en su capacidad para igualarlo, incluso superarlo, en sabiduría y previsión. En aquellos momentos, Loki se encontraba absolutamente rendido a sus pies.

—El camino hacia el trono de Hades no es sencillo —continuó ella, ahora que contaba con la atención de todos—. Dependiendo de la ruta que tomemos, nos encontraremos con una serie de peligros. Primero, está el Río Estigio, cuyas aguas están llenas de almas atormentadas que intentarán arrastrarnos con ellas… y así de fácil se acabaría todo para nosotros. Si caemos, será casi imposible salir. Luego, están las Erinias. Las fábulas antiguas dicen que atacan solo a aquellos con culpa en sus corazones, refiriéndose más bien a los crímenes o a la maldad en nosotros. No son seres con los que se pueda razonar. Solo la pureza del corazón o la astucia nos salvarán. O la sinceridad con nosotros mismos.

El apuesto dios, que escuchaba atentamente, frunció el ceño al oír esto último. Su corazón no era el más puro de los que había ahí, precisamente. Al contrario, había pecado de numerosos crímenes, cada cuál más grave del anterior. En ese sentido, estaba jodido. Aunque, mirándolo por el lado bueno, astucia sí que tenía. En cuanto a la sinceridad… No había sido del todo sincero con Sigyn, aunque esperaba que eso no trascendiera.

Con todo, estaba claro que el conocimiento de la diosa iba más allá de la simple erudición. Ella comprendía la esencia del Inframundo, y, además, ya había estado en uno durante su visita a Egipto:

—Cerbero ronda las primeras cámaras de la caverna. La tradición literaria lo describe como un monstruo de un apetito insaciable y un poder terrible. Pero, ante todo, es un guardián. No debemos enfrentarlo directamente, sino encontrar la manera de pasar desapercibidos o apaciguarlo. Es un perro, al fin y al cabo.

Las palabras de Sigyn comenzaron a pesar más en el ambiente, y Loki, siempre consciente de los riesgos, estrechó los ojos, calculando mentalmente cada uno de los desafíos que mencionaba.

—Y, por si fuera poco, debemos atravesar el Laberinto de Asfódelos, un lugar donde las almas errantes pueden confundirnos y desorientarnos, haciéndose pasar por rostros familiares. Es un lugar lleno de tentaciones. Pero, lo más peligroso… —dijo Sigyn, lanzándole una mirada significativa a Loki—. Es una antesala que se llama "La tentación del trono". No se sabe mucho sobre este lugar, porque los que caen rara vez regresan para contarlo. Se dice que, al acercarse al trono de Hades, las sombras del Inframundo intentan seducir a los viajeros con visiones de lo que más desean. Algunos relatos sugieren que esas tentaciones pueden ser tan fuertes que incluso los dioses podrían sucumbir. Si caemos en esa trampa...

Sigyn dejó la frase en el aire, permitiendo que cada uno reflexionara sobre lo que eso podría significar. Sabía que todos lo consideraban el más susceptible a esa clase de seducciones. Con todo, viniendo de ella, puede que se hubiera tratado de, más bien, un reproche. En cualquier caso, su mirada fue una advertencia velada, dirigida especialmente a él.

El grupo avanzó en silencio hasta que se encontraron ante el Río Estigio. Las aguas oscuras y densas, llenas de remolinos traicioneros, parecían retorcerse como si estuvieran vivas, y en parte lo estaban, pues en su interior se podían entrever los rostros retorcidos de las almas perdidas, atrapadas en bucles de eterno sufrimiento.

—Ahí está —dijo Thor, señalando una barca medio sumergida en la orilla, abandonada pero aún en condiciones de flotar—. Supongo que será la única manera de seguir avanzando.

—Tendrá que bastar —resopló Loki, poco entusiasmado con la idea de subirse a una embarcación tan precaria.

Uno a uno, los dioses embarcaron con cuidado, sabiendo que cualquier movimiento brusco podría volcar la barca y arrojarlos a las aguas mortales. Tuvieron más cuidado que en la nao de Caronte, qué remedio, y esta vez, fue Thor quien los impulsaba con cada remo. Puede que, por su ímpetu, o por el propio estado del bote, avanzaban con dificultad, tambaleándose peligrosamente a cada golpe. De repente, una de las almas atrapadas en el río se alzó de las profundidades, aferrándose con manos espectrales al borde. Sif, que estaba más cerca, se sobresaltó y trató de zafarse del agarre frío y pegajoso, aferrándose a la popa y sacudiendo mucho su cuerpo. Tener dos brazos habría resultado más efectivo, claro. Valkiria acudió en su ayuda, luchando contra la fuerza sobrehumana que intentaba arrastrarla al río.

—¡No te sueltes! —gritó ella, mientras ambas luchaban por mantener el equilibrio en la embarcación y Sigyn se lanzaba a servirles de apoyo sin pensárselo dos veces, olvidando incluso que ni siquiera le convenía estar ahí, arriesgándose tanto dado su estado.

Loki, con un movimiento rápido, lanzó un hechizo que hizo que el alma espectral soltara a Valkiria y retrocediera con un aullido lastimero. Las mujeres, exhaustas pero aliviadas, lograron mantener la barca a flote mientras el grupo remaba con renovada urgencia hacia la otra orilla. Sigyn lo miró con una sutil sonrisa de agradecimiento, y en ese momento, se sintió segura gracias a la presencia del padre de sus hijos no natos. ¿Qué pasaría cuando no estuviera? Advirtiendo un brillo difícil de descifrar en la mirada de esta, Loki le devolvió el gesto, cargado de la promesa que él cuidaría de ella.

Llegaron, todos jadeando por el susto. Nuevamente, Thor fue el primero en saltar, solo que, en esta ocasión, extendió la mano para ayudar a los demás. El grupo avanzó con precaución a través del Inframundo, pero pronto se encontraron con una bifurcación en el camino, un cruce de senderos que prometía llevarlos a distintos peligros.

Sigyn miró a ambos lados. No había mucho para decidir. Tampoco sabía cuál sendero llevaba a qué peligro, pero, según los relatos que había estudiado, ambos traerían sus propios desafíos. Thor, siempre impetuoso y confiado, dio un par de pasos hacia la izquierda, su mirada iluminada por una chispa de determinación. Sin embargo, Loki, con la vistqa fija en el camino a la derecha, se encogió de hombros con una mueca irónica.

—¿Y si la izquierda es un atajo hacia algo aún más peligroso? A veces, lo que parece menos amenazante es en realidad lo más letal. Además, siempre me he inclinado más hacia la derecha. Como soy diestro, suelo escoger los caminos en esta dirección y, casualmente, siempre salgo airoso.

Sif, cruzando los brazos, intervino con su usual pragmatismo.

—Ambos caminos tienen riesgos, pero la ruta de la derecha tiene una apariencia más… inquietante.

Valkiria, que había estado escuchando en silencio, asintió con la cabeza y agregó su perspectiva. Lo cierto es que a ella le daba igual. El entorno le era tan desconocido como a los demás, así que ¿acaso importaba?

—Decidíos, chicos. No estamos aquí para explorar nada. La rapidez puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte.

Sigyn, con una mirada decidida, se dirigió hacia la derecha, fiándose del instinto de Loki. Hasta la fecha, solo le había fallado una vez, durante su incursión al campamento de Alamuerte. El grupo, indeciso sobre qué dirección tomar, se quedó casi petrificado cuando un rugido aterrador resonó en las entrañas del averno, un sonido que sacudió la caverna a sus pies como un seísmo. Fue tan ensordecedor y feroz que hizo temblar las rocas y reverberó en todos los recovecos de la cueva.

Antes de que pudieran reaccionar siquiera, una sombra infernal y gigantesca emergió de las profundidades. El perro. Sus tres cabezas se movían de manera independiente, cada una con ojos ardientes de un rojo brillante. Los colmillos afilados como cuchillas se mostraban en un rictus de rabia, mientras que el cuerpo musculoso del ser se movía con una agilidad sorprendente. El pelaje, enredado y espinoso, parecía chisporrotear en la penumbra. Un ladrido resonó de nuevo, y el aire se llenó de un hedor a azufre. Sigyn pensó en lo mucho que le gustaban los lobos y lo diestra que había sido siempre con ellos. Con todo, no quiso quedarse para la doma de Cerbero, así que, como el resto de sus compañeros, se echó a correr sin pensárselo.

En medio del caos, las rutas se decidieron de manera abrupta. Thor, Sif y Loki, a quien Thor arrastró consigo, se bifurcaron a la izquierda, con el guardián optando por perseguirlos a ellos. Sigyn y Valkiria tomaron la otra ruta, evitando a la bestia por los pelos. En este túnel, pronto se encontraron con un acantilado vertiginoso que parecía desafiar la gravedad misma. No había camino visible, solo una pared empinada y resbaladiza que se extendía a lo largo del otro borde del precipicio.

Probablemente los aventureros que escogían el camino de la derecha se vieran obligados a retroceder hasta la bifurcación. Pero ellas habían tenido suerte, y no les apetecía deshacer sus pasos dirección al perro guardián. De haber decidido Cerbero perseguirlas hasta aquí, la muerte habría sido segura. El perro o el precipicio. En esos instantes, al menos, el único peligro alrededor era la misma altura. Sigyn y Valkiria se detuvieron justo en el borde, advirtiendo en los sonidos de la lejanía cómo Cerbero se alejaba en dirección contraria, persiguiendo a Thor, Loki y Sif. La bestia, por ahora, estaba ocupada con sus compañeros, lo cual les daba un breve respiro. Sin embargo, la idea de saltar al vacío frente a ellas no dejaba de ser aterradora.

No se sabía de dónde venía el viento, pero soplaba con intensidad, arrastrando consigo el eco lejano de la bestia. Sigyn, con el rostro pálido y las manos temblorosas, dio un paso atrás, volviendo a adentrarse en el túnel un poco, por motivos de seguridad. No era tan tonta como para aferrarse al borde de la pared rocosa. Ya había visto el abismo que se extendía ante ellas.

—Valkiria…. —dijo con voz temblorosa—. Si tenemos que saltar, primero, déjame decirte que necesito coger carrerilla. Segundo, antes de que saltemos, necesito confesarme.

Valkiria, observando la desesperación en los ojos de Sigyn, se acercó a ella y le puso una mano en el hombro.

—Cariño, esta no es una de nuestras tardes de alcohol y cotilleos. Nos falta la música de ambiente y el billar. ¿Crees que es el mejor momento para…?

—Siento un miedo que me paraliza. No tiene que ver con el salto, sino… Tiene que ver con que… Joder, ¡estoy embarazada otra vez!

Las noticias dejaron a Valkiria helada, que abrió los ojos como platos. Sabía que la situación de Sigyn desde el Ragnarök había sido difícil y dolorosa, y no pretendía hacerla sentir peor, pero es que… La noticia del embarazo le había llegado como un golpe inesperado. ¿Embarazada? Como si le hubiera leído la mente, Sigyn asintió, desviando la mirada al vacío ante ellas mientras trataba de asimilar sus propias palabras. Era la primera vez que se lo confesaba a alguien de confianza.

—Sí, es un marrón ahora mismo, lo sé. Tuve que haberme quedado en casa. No puedo ser tan insensata como lo fui en su momento, pero… ¿cómo puedo hacerme a un lado con la que tenemos encima?

—Sigyn, aunque esto es una gran noticia… —Valkiria se vio obligada a pausar, incapaz de saber cómo continuar—. Para qué engañarnos. Tienes razón. En estos momentos, es un gran problema. Pero eres fuerte, más fuerte que en tu anterior embarazo. Y no estás sola, ni en esta fase de tu vida, ni en el salto que tenemos que… ya sabes… dar ahora mismo. Atrás no hay alternativa. Quedarse aquí no hará que las cosas sean más seguras. Debemos seguir adelante.

Sigyn asintió, intentando encontrar algo de calma en las palabras de Valkiria. La realidad, en efecto, era que debían avanzar. Con esto en mente, se posicionaron al borde del precipicio. La grieta era amplia y profunda, y el viento que soplaba desde el vacío parecía burlarse de ellas. Pero, pese a todo, con una última mirada de ánimo mutuo, tras mucho suspense, dieron el salto. Al impactar, el suelo no fue solo sólido. Fue un suelo afilado y accidentado que las recibió con un golpe seco. El impacto las hizo tambalear, incluso correr el riesgo de deslizarse y precipitarse a un final que, simplemente, no se dejaba ni ver. Pero Sigyn se aferró a la pared con rapidez, el sudor frío recorriéndole la espalda y los brazos temblándole del esfuerzo. Las dagas que llevaba siempre por si acaso, a recomendación de Loki, habían garantizado el agarre y estaban listas para la siguiente fase de su misión. La pared de la caverna frente a ellas era vertical, con algunas protuberancias y fisuras que les permitían escalar hasta la seguridad de la cueva. Aquella idea no estuvo exenta de dificultad. Fue como si sus músculos, tan capaces siempre de levantar pesos pesados, hubieran olvidado todo el entrenamiento previo a aquel momento.

Valkiria, con su experiencia en combate, tomó la delantera. Ella también había clavado sus cuchillas, algo más largas, en las hendiduras de la roca. De hecho, lo hacía con precisión. Sus brazos se tensaban con cada movimiento, y el sudor se mezclaba con el polvo de la piedra, formando una mezcla pegajosa en su piel olivada. Sigyn la siguió, aunque a su ritmo. Cada vez que sacaba una daga, el sonido metálico de su extracción resonaba en el estrecho espacio. Sus movimientos eran algo más descuidados, pero la voluntad de sobrevivir era fuerte. Sintió una punzada de dolor cuando una de sus dagas falló, y una roca afilada desgarró su piel, dejando un corte profundo en el lateral de su torso. Por suerte, la armadura de Khonshu hizo lo suyo. Valkiria, al notar el deslizamiento de Sigyn, la animó a seguir adelante.

Ambas mujeres continuaron el ascenso con desesperación. Cada vez que una de ellas cometía un error, el riesgo de caer se hacía más real. Finalmente, tras un esfuerzo monumental, llegaron a una pequeña repisa. La tierra se sentía dura bajo sus pies, y el alivio que sintieron al pisar terreno firme fue inmenso. Ambos cuerpos estaban exhaustos y ahora descansaban en el suelo. El éxito de la escalada las había llenado de una satisfacción tan brutal, que se habían desplomado sobre la tierra con un suspiro de alivio. Chocaron los nudillos, como felicitándose la una a la otra.

—Si has podido con esto, podrás con todo. ¿Estás bien? —preguntó Valkiria, necesitando unos instantes para recuperarse—. Quiero decir, ¿cómo te sientes, especialmente con tu… estado? —añadió, haciendo una pausa significativa antes de referirse a su embarazo. Sus ojos se posaron en el vientre todavía plano de Sigyn, tratando de entender el impacto físico y emocional que podría estar sufriendo.

La pregunta, formulada con tanta delicadeza, llegó como una caricia inesperada. Sigyn, todavía recuperándose del agotamiento de la escalada, se permitió un momento para respirar profundamente antes de responder. Estaba… Estaba cansada, pero bien. Solo necesitaba un momento para que el latido de su corazón recuperase un ritmo más manejable.

—¿Lo saben los demás? —insistió Valkiria, no queriendo meter la pata cuando se reunieran con el resto del grupo.

Sigyn suspiró y negó con la cabeza, sintiendo una punzada de ansiedad al pensarlo siquiera.

—Todavía no. El Oráculo me lo confirmó ayer, pero, aun así, necesito asimilarlo primero.

Valkiria parpadeó muy rápidamente con la mención del Oráculo. Para ella, también era un lunático perturbador, aunque, en su experiencia, no erraba nunca en sus predicciones. Como mucho, pecaba de misterioso, algo que podría alejar de la fe a los menos avispados, incapaces de interpretar sus mensajes.

—¿Y no se lo tendrías que haber contado a Loki primero? —la manera en la que Valkiria le reprochó aquello rozó lo maternal e hizo que Sigyn, inevitablemente, apretase los labios del remordimiento.

—Sí, pero él me ha ocultado… una cosa. Algo que considero más serio que...

—¿Que…? —Valkiria alzó una ceja, urgiendo a Sigyn a continuar.

—Él piensa que he estado evitando el embarazo con… métodos humanos de los que no entiende nada. Seguro que no se lo espera —reflexionó, desviando el rumbo de la conversación de forma astuta sin salirse del tema.

La legendaria guerrera soltó una carcajada amarga, comprendiendo la ironía de la situación y también divertida porque "el pensador" de los dos hermanos no se hubiera ni molestado en tomarse un momento para analizar la situación de su conexión sexual con ojo crítico.

—Sigyn, yo no tengo esta preocupación porque, por suerte, me gustan las mujeres. Pero la efectividad de los métodos humanos no está probada en los asgardianos. Tenemos una genética diferente. Esos alambres, esos parches con hormonas, esas pastillas… seguro que nuestro organismo las absorbe como si fueran simple agua.

Sigyn esbozó una pequeña sonrisa por aquel comentario inicial, aunque seguía sintiendo el peso de la culpa. Lo que había dicho Valkiria, ella ya lo había considerado antes, pero… En fin, justificarse ahora mismo no la llevaría a ninguna parte. Mirándolo por el lado bueno, este momento de honestidad podría liberarla del castigo de las Erinias, si se las encontraban más tarde.

—Lo sé, eso él no tiene por qué saberlo —continuó Valkiria, acomodándose en la dureza del suelo como podía—. Las particularidades de un planeta ajeno, sobre todo si se trata de "cosas de chicas", es algo en lo que no habrá reparado. Loki nunca me ha dado buenas vibras, Sigyn, pero hasta yo veo que tendrías que habérselo dicho. Vais a casaros, y los dos os ocultáis algo. Entiendo que necesites unos días antes de revelar tu embarazo, pero todo lo que precede a esta noticia… No puedes pedirle transparencia al Dios de las Mentiras, si tú misma le has privado de cierta información. No sé, el sexo es cosa de dos, ¿no? Y siempre te ha molestado que la gente te oculte cosas. No lo hagas tú también.

Sigyn cerró los ojos, esta vez con fuerza. La claridad de la guerrera, su lógica implacable, era un golpe que no podía ignorar. La noticia se le había acabado echando encima. Sumado a eso, la conmoción de las predicciones del Oráculo había sido tan grande, que solo había retrasado la conversación pendiente que tenía con Loki. Mientras mantenía los ojos cerrados, luchaba por mantener la compostura y mitigar la responsabilidad y el desencanto que sentía. Aunque no pretendía justificarse, recordó que Loki iba a marcharse después de que la enemistad con los griegos se viera resuelta. El dios iba a recuperar su trono, un trono que había abandonado en unas circunstancias que ella desconocía, aunque podía imaginar ahora que veía las cosas con mayor claridad. Entendía que la propia existencia de las cosas dependía de ello. Con todo, seguía resultándole doloroso.

Valkiria, percibiendo el silencio de Sigyn, le ofreció una mano.

—Venga, sigamos adentrándonos en la caverna, a ver qué nos encontramos esta vez.

Valkiria y Sigyn continuaron adentrándose en la caverna, cuya orografía se había vuelto mucho más clemente. Sus pasos resonaban en todas las paredes, siendo este el único sonido que rompía la quietud del entorno. Ya no se oían los gruñidos de Cerbero, ni el suelo parecía temblar bajo sus enormes pisadas caninas. Este lugar al otro lado del precipicio era más angosto y oscuro, y las había obligado a caminar una detrás de la otra.

Era Sigyn quien iba delante, a pesar de las insistencias de su compañera. Valkiria habría querido ser quien llevaba el liderazgo con tal de proteger a su amiga embarazada, pero esta era la única con poderes mágicos que ahora, muy oportunamente, les servían de antorcha en la penumbra. De la mano de Sigyn emanaba un rayo de luz que se asemejaba al sol colándose por la rendija de unas cortinas, lo suficiente para no chocarse o tropezarse con los socavones del camino. La fatiga comenzaba a hacer mella en ellas, pero la necesidad las impulsaba a seguir adelante.

De repente, Valkiria se detuvo en seco, su cuerpo rígido y su mirada fija en… Bueno, en ningún lugar en concreto. La luz no era suficiente para ver lo que les aguardaba en la distancia, así que solo les rodeaba un denso negro. Sigyn, unos pasos más adelante, notó que su compañera había dejado de seguirla y se giró para comprobar por qué. La expresión de Valkiria, normalmente firme y resuelta, estaba ahora teñida de asombro y pura vulnerabilidad, algo que Sigyn solo había visto cuando había bebido demasiado.

—¿Val? —susurró Sigyn, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. Había algo en la atmósfera que había cambiado de manera sutil, algo que sus sentidos captaban pero que aún no podía explicar.

Valkiria no respondió de inmediato. Sus ojos estaban fijos en una figura etérea que comenzaba a materializarse a pocos metros de ellas. Para Sigyn, la aparición tenía un aspecto fantasmagórico, casi translúcido, como un reflejo en un espejo empañado. El cuerpo de la figura, en apariencia humanoide, levitaba ligeramente, sus contornos borrosos y rodeados de un suave fulgor que se desplazaba delicadamente con cada movimiento. Sin embargo, para la guerrera, aquella visión era algo completamente diferente. Sus ojos, acostumbrados a los palos de la vida, ahora reflejaban una ternura olvidada. Ante ella, la figura tomaba forma, su apariencia angelical contrastando con la percepción que su amiga tenía de ella. Era su antigua amante, aquella mujer que había sido todo para ella y que había perdido de la manera más cruel.

La mujer tenía un rostro delicado de una simetría impecable, ojos grandes y de un color claro e hipnótico. La mirada bajo sus cejas rubias, finas y arqueadas, transmitían pura añoranza. Sus labios, de un tono pálido, esbozaban una sonrisa triste. Tenía el cabello de una largura moderada, cenizo y capeado. Los mechones y las finas trenzas que tenía desperdigadas aquí y allí flotaban ligeramente en el aire, casi como si estuviera flotando dentro del agua, solo que no lo estaba. Aquello solo acentuaba su apariencia irreal. La piel de la figura era pálida, casi translúcida, como si estuviera hecha de la misma neblina tan característica del dominio de Hades. La armadura, finamente ornamentada, era la de una valquiria de Odín, se fijó Sigyn.

—Brunnhilde… —susurró la aparición, empleando el nombre que Valkiria ya no permitía que nadie pronunciara, una reliquia de su pasado que había enterrado junto con el recuerdo de ser la única superviviente del escuadrón de guerreras.

Sigyn observó la escena en silencio, entendiendo que aquella aparición no era para ella, sino para su amiga. Aunque parecía inofensiva, se mantuvo alerta, comprendiendo enseguida que se habían aventurado ya al Laberinto de Asfódelos. La visión estaba diseñada para tentar, para atraerlas hacia un final incierto del que no podrían regresar. Valkiria dio un paso hacia adelante, su mano alzándose inconscientemente como si quisiera tocar a la figura, sentir la calidez de su piel una vez más. Pero antes de que pudiera hacerlo, la figura se adelantó y se asió a su muñeca con una fuerza, velocidad y reflejos sobrenaturales que comenzaron a arrastrarla hasta el final de un túnel.

De inmediato, la realidad volvió a asentarse y, ahora, Valkiria intentaba zafarse del ahora aterrador espectro. Por fortuna, Sigyn fue rápida y se lanzó hacia ella, haciendo que las dos volvieran a caer de un golpe sordo al suelo. Esto espantó al espectro y las sumergió de nuevo en la oscuridad del lugar. Instintivamente, Sigyn se llevó la mano al vientre, preguntándose cuántas caídas podría aguantar su cuerpo embarazado, o cuánto podría proteger realmente a sus bebés la armadura de Khonshu. Habló con suavidad, tratando de anclar a su amiga en el presente:

—Valkiria… Ella ya no está aquí. Lo sabes, ¿verdad?

Valkiria parpadeó, la ilusión de felicidad desmoronándose como una torre de naipes.

—Lo sé, está en el Valhalla —murmuró finalmente. Siempre lo había sabido, pero nunca se había enfrentado al luto más que con licores y cervezas constantes.

Sigyn volvió a emplear su magia para iluminar las paredes de la caverna. Lo hizo con un gesto suave y que sirvió para mitigar la sensación asfixiante que había dejado tras de sí aquella aparición fantasmagórica.

—El luto es un compañero cruel, ¿a que sí? —susurró Sigyn, como si estuviera compartiendo un secreto doloroso—. Las dos lo conocemos bien, más de lo que nos gustaría. Pero no se acaba, si una decide no enfrentarse a él. Cuando perdí a Loki… Sentí que una parte de mí moría con él. Pero un día recordé que mi cuerpo seguía respirando. El tuyo también respira, ¿verdad?

Valkiria asintió, aunque el gesto fue apenas perceptible, una leve inclinación de su cabeza. Reflejaba la conmoción de aquel susto, así como la pena contenida durante siglos.

—Tú tampoco estás sola en esto, Val —la reconfortó, en alusión a lo que su amiga le había dicho poco antes—. No te contengas. Necesitas llorar, así que hazlo de una vez. Un día, te vaciarás por dentro y no podrás desahogarte más, ni siquiera cuando más te apetezca. Pero entonces, solo entonces, la recordarás con una sonrisa agridulce. Ahí sabrás que lo has superado.

Las palabras de Sigyn fueron como tomar un elixir vigorizante, como aplicarse un bálsamo de sanación en una herida supurante. La guiaron hacia un lugar mejor donde el dolor, lejos de ser enemigo, era un amigo que le ayudaría a aceptar las pesadillas del pasado. Sigyn ya había recorrido esa senda antes, había sentido la misma desesperación y había aprendido, a base de imprudencias y golpes constantes, que el pesar causado por la pérdida no desaparecía simplemente. Debía ser enfrentado, aceptado y, finalmente, dejado atrás. ¿Le serviría este aprendizaje cuando Loki se marcharse? Aunque la situación no fuera la misma, puede que pudiera extrapolar algo de todo esto para su tranquilidad.

Valkiria levantó la mirada y, durante unos instantes, se permitió llorar mientras hundía la cabeza en el abrazo de Sigyn. Esta la sostuvo con firmeza, envolviéndola en un abrazo cálido y protector mientras liberaba todo aquello que había estado guardando dentro. No dijeron nada. En ese abrazo compartido, las mujeres encontraron un momento de pura humanidad.

El llanto de Valkiria retumbó en las paredes rocosas de forma desgarradora. Fue el tipo de lamento que se produce cuando uno se permite sentir, algo necesario para el proceso. Sigyn no la soltaría, no al menos hasta que ella se sintiera satisfecha. Sabía que solo así encontraría una tranquilidad que había estado negándose a sí misma durante demasiado tiempo.


Nota de la autora: Nuestros personajes más queridos se adentran en el Averno mientras el momento del enfrentamiento final se va a cercando y volviendo más tangible que nunca. En el capítulo 7 ya mencioné a Hades en una especie de adelanto de mis planes. Desde el principio, tuve muy claro que quería cruzarlo en el camino de Loki, ante todo, debido a las múltiples similitudes que percibo entre los dos. Profundizaremos en esto en la próxima entrega.

Asimismo, antes de aficionarme a la mitología nórdica, fui una amante empedernida de la griega. Sin ser una experta en ello, ni mucho menos, la he estudiado a lo largo del instituto y la universidad, por lo que me he creído capaz de incluirla como hilo conductor de esta historia. Espero haber logrado el impacto deseado.

Al fin, hay indicios de que los secretos van aflorando poco a poco. En esta parte de la visita al Averno, hemos seguido a Sigyn y Valkiria, pero, pronto, veremos la versión de Loki de la aventura. ¿Qué creéis que le deparará a él?