El alcalde daba vueltas de un lado a otro de su despacho, tres días y no había rastro de su hija. La última vez que se la vio según los pobladores de la comarca era con él en el festival ¿Qué la había ocurrido? ¿Dónde estaba?. La puerta de su despacho volvió a abrirse mostrando a un policía uniformado.

-¿La habéis encontrado?-

-Todavía no, señor.- se lamentó el hombre rubio y con bigote con uniforme azul marino.- Hemos repartido carteles por todo el pueblo con la recompensa que ofrece para encontrarla y un par de patrullas se dirigen también a los pueblos vecinos... pero no tenemos rastro de ella.-

-¿Alguna pista de quién se la ha llevado?-

-Me temo que no. Aún queda gente del pueblo por interrogar, pero de momento nadie recuerda haber visto nada esa noche.-

-Lamento interrumpir.- dijo una mujer vestida de uniforme de vestido azul marino hasta los tobillos, mangas largas, con una cofia blanca en la cabeza y guantes blancos.- Pero ha llegado algo para usted señor alcalde.- la mujer, de piel pálida y ojeras que rodeaban sus ojos negros extendió la mano derecha frente al escritorio del alcalde quien recogió la carta y la puso sobre su mesa.

-Gracias Alba, puede retirarse.- la doncella asintió en silencio y se marchó.- Y usted.- dijo refiriéndose al policía.- mueva de nuevo a todos sus hombres, que hagan patrullas continuamente, que ningún policía abandone su puesto sin que antes alguien lo sustituya. Debemos tener ojos por todo el pueblo a todas horas...-

-Si señor.- y con esas palabras el policía se retiró para retomar su deber, dejando a Alberti de nuevo a solas.

El alcalde echó un vistazo a la carta, no poseía dirección ni nombre de remitente, solo se podía leer la frase "para el alcalde" en su reverso, escrito a mano con la tinta de una pluma, sin mucho interés, aún sumido en sus propios pensamientos abrió la carta y metió la mano en su interior para desvelar su contenido, sacando para su sorpresa un mechón de pelo castaño y liso que reconoció al instante, cubierto de una sangre en uno de sus extremos. No pudo evitar soltar un grito que se escuchó por todo el lugar, lo que alertó a la doncella que estaba en el pasillo y al jefe de policía, que todavía no había tenido tiempo de alejarse ni siquiera del pasillo donde se encontraba el despacho del alcalde.

-¡Señor Alberti!.- dijo con miedo al entrar de nuevo el despacho, viendo a su superior clavado en la silla con una mirada de pavor dirigida hacia la inmediato la policía se acercó y pudo ver lo que tanto había asustado a su amigo, un mechón de pelo cubierto de sangre.

-Es de Delila... dios mío…-

-Alberti, cálmese...-

-¡¿qué me calme?!- exclamó Alberti.- ¿¡Cómo voy a calmarme?!-

-Deme el sobre y vuelva a meter el cabello dentro, tal vez tengan alguna pista que podamos usar para encontrarla.-

Con sus manos temblorosas Alberti asintió y echó un vistazo por última vez al objeto, el sello estaba partido por la mitad, pero podía apreciarse el perfil de un asno mirando hacia la izquierda en la impresión de la cera ahora solidificada, antes de entregar el sobre con el mechón de cabello de nuevo en su interior, el guardia aseguró la pista guardándola en su bolsillo antes de marcharse.

-No se preocupe señor Alberti, le devolveremos a su hija, se lo prometo.- y con esas palabras el policía se marchó para retomar su labor. Alberti dio un puñetazo en la madera de su mesa de despacho, de todos los animales que podía tener un sello dirigido a él… tenía que ser un burro.

En un lugar lejos de allí Dalila se despertó de nuevo en el sótano de aquella desconocida casa, se levantó de la cama y se preparó para afrontar otro nuevo día en cautiverio, el verano empezaba a notarse en el interior y pese a que el sótano era fresco era pleno verano y el calor empezaba a notarse en un lugar como el sótano, sus ropas habían acumulado sudor tanto por el calor como producido por el estrés que la provocaba su secuestro. Por suerte las instalaciones de su celda en aquel sótano incluían una pequeña ducha, Dalila había pensado mucho en el lugar donde la habían retenido todo ese tiempo, el sótano parecía en buen estado y era obvio que no era un lugar escogido al azar, probablemente la persona principalmente responsable de su secuestro había utilizado el lugar con otra persona anteriormente o tal vez lo usaba como refugio cuando necesitaba huir o desaparecer, Juan y Gideon también parecían tener comodidades en la zona principal de esa casa, pues no habían salido a por víveres y no la habían dejado sola en ningún momento. La muchacha se levantó de la cama y se dirigió al baño, había una ducha algo pequeña pero funcional, o al menos ella esperaba que funcionase, giró una de las llaves del objeto y el agua empezó a caer, al principio entrecortadamente y con un tono marrón, signo de que el lugar no había sido utilizado en mucho tiempo, pero pronto empezó a brotar agua limpia, se emitió en el espacio y se sorprendió al encontrar una pastilla de jabón blanca, de nuevo se preguntó por cuánto tiempo habían estado planeando su secuestro si de hecho esas instalaciones funcionaban y tenían objetos cotidianos que a primera vista parecían normales, pero que, de ser un lugar abandonado en medio de la nada, no estarían allí, o de estarlo se encontrarían en muy malas condiciones si la vivienda estuviera completamente abandonada. Cerró la puerta del baño, y se quitó la ropa, la dejó apartada de la ducha, doblada en el suelo, quedando completamente desnuda, echó en falta algo con lo que recoger su pelo, pero debía admitir que la vendría bien lavar su cabello empapado de sudor después de casi tres días completos de cautiverio. Se puso bajo la alcachofa de la ducha y dejó que el agua fresca cayera por su cuerpo desde la parte superior de su cabeza hasta sus pies, su pelo se mojó por completo pegándose a la piel de su espalda, sus hombros y pecho, cogió la pastilla de jabón y empezó a frotarlo contra su pelo y su cuerpo dejando una capa blanquecina de espuma sobre su piel clara. La sensación de frescor del agua reconfortó tanto su cuerpo como su mente, empezó a pensar en su situación, en que no tenía realmente la certeza de que todo iba a acabar bien, y eso la hizo un hueco en el corazón, no pudo evitar que unas lágrimas cayeran de sus ojos, pero se negó a llorar, no quería que aquel hombre volviera y tal vez se diera cuenta de su tristeza, de lo que sus acciones la provocaban, ella era muy testaruda y se negaría en rotundo en mostrar la más mínima debilidad ante alguien que deseaba verla sufrir. Terminó de lavarse y retiró con agua el jabón de su cuerpo rápidamente, salió de la ducha y cogió un par de toallas azules de un pequeño estante, con la más grande envolvió cuerpo mojado, con la otra secó su cabello y lo envolvió en la tela para que absorbiera la humedad, abrió la puerta y alzó la vista al notar que la puerta principal del sótano se cerraba de nuevo con llave, era Juan que llevaba una bandeja de comida con su desayuno.

-Buenos días, espero que hayas dormido...¡ah Dios!- dijo el zorro cuando se dio cuenta de que la joven solo estaba cubierta por una toalla.- Lo siento, no sabía que...- dejó la bandeja en la mesa y se dio la vuelta para no mirarla.- Pensaba que seguías dormida.-

-No... no te preocupes... llevo una toalla después de todo.- Dalila tuvo que aguantar la risa por la reacción de Juan ante el hecho de que solo la cubría una toalla de baño.- Además, no debe ser la primera vez que estás con una chica desnuda en la misma habitación...-

-¡Oye!- dijo ofendido el zorro aún de espaldas a ella.- Seré un estafador, pero soy un caballero.-

-¿Así que no has estado antes con alguna mujer?-

-No tengo por qué contestarte a eso.- Dalila frunció el ceño, pero él tenía razón, no tenía por qué contestar... de momento...-Necesito que traigas algo al sótano.- dijo ella.

-¿el qué?-

-Un barreño, para lavar mi ropa.-

-De acuerdo, sí, lo traeré cuando acabes de desayunar.- respondió él mientras volvía a la puerta de sótano.- vendré por aquí en un rato.- y con esto Juan cerró de nuevo la puerta con llave.

Dalila miró a su alrededor, no podía quedarse en toalla mientras esperaba, se dirigió al armario del lugar y justo como había supuesto había unas cuantas prendas de ropa en su interior, era cada vez más evidente que quien la había llevado allí planeaba tenerla una larga temporada había prendas de ropa interior, solo vestidos, ni siquiera zapatos, pero evidentemente no estaba en condiciones de exigir nada. Recogió un vestido verde y un corsé negro y se los puso, el vestido de mangas abombadas cortas con un escote por la clavícula y falda hasta los tobillos encajaba a la perfección. Tras vestirse desayunó la comida que Juan la llevó, una tostada con mantequilla y leche, no era lo suficiente para un desayuno como a los que estaba acostumbrada, pero lo soportaría, no pudo evitar pensar en los deliciosos desayunos que las criadas de su padre hacían en casa, tostadas, cereales, fruta y dulces… tal vez lo único a lo que realmente se había malacostumbrado debido al estatus social de su padre como alcalde era a poseer grandes cantidades de comida en casa.

Unos minutos después Juan volvió a aparecer por el sótano con lo que ella le había pedido.

-Vaya, veo que no has terminado, si quieres me marcharé y...-

-¡No! No te vayas, me viene bien la compañía.- pidió ella.

Juan dejó el barreño metálico con agua en el suelo cuidando que no cayera agua al exterior y se sentó en la silla libre al lado de la mesa. Hubo un momento de silencio hasta que el zorro decidió hablar.

-¿estás mejor? ¿Tu golpe en la nariz?-

-Sí... solo me dolió un rato y dejó de sangrar rápidamente.- se levantó y miró al zorro rápidamente, tal vez... podría escapar sí...

- ¿por qué te preocupas por mí?- dijo mientras se ponía al lado del animal antropomórfico.

-No quiero que él te haga daño, no soy un criminal violento, siempre me he salido con la mía engañando y sé que no es necesario herir a nadie, pero él tiene otra forma de ver las cosas.- Juan agarró la mano de Dalila que se encontraba al lado del bolsillo derecho de su abrigo azul.- Pero tampoco soy tan estúpido como crees.- Dalila retiró su mano rápidamente.- No encontrarás la llave tan fácilmente.-

-¿cómo...?-

-¿Crees que vas a engañar a un ladrón?- sonrió él.- Llevo años robando para vivir, conozco todos los trucos para robar a alguien en cualquier parte y no te resultará fácil obtener lo que quieres.-

-Bueno... yo...- dijo un poco asustada.

-Tranquila.- rió Juan.- No te preocupes, no soy como el cochero… no voy a hacerte nada, pero si escapas obviamente iré detrás de ti para traerte de vuelta.-

-¿cochero? Entonces conoces a quien me ha secuestrado.-

-No exactamente, solo lo conozco por ese pseudónimo, nadie sabe realmente quién es...-

Dalila pensó cómo podía escapar con la poca información que tenía... información... necesitaba datos para escapar.

-¿Tienes las cartas de póquer?-

-Siempre las llevo encima.-

-Quiero seguir apostando, ¿Qué me dices?-

-Déjame lavar la ropa, llévala a secar y continuaremos nuestra charla.-propuso Dalila.

El zorro sonrió antes de sacar las cartas de la caja y dejarla sobre la mesa.