La llegada a Amber Bay había sido una de las mejores ideas que Nami pudo concebir en muchos meses, especialmente desde que conoció a Luffy y finalmente consiguió su libertad de Escualo. Sin grilletes, físicos o no, la vida sabía más libre. La aventura en el Grand Line superaba las expectativas de la ex ladrona de una manera que no parecía real, incluidas las batallas junto a sus amigos. Con los ojos cerrados, repasó el momento en que los conoció a cada uno de ellos, incluyendo a Vivi, antes de suspirar con una sonrisa y volver a mirar el espejo del lujoso baño, algo más allá de sus sueños. Con una coquetería que creía olvidada, la joven pelirroja se anudó al cuello aquel vestido verde con vuelo, que caía sobre sus curvas de una forma muy favorecedora, dejando sus hombros al aire y ajustando apenas con los dedos la tela del escote. Como último toque, recogió algunos mechones de pelo detrás de la nuca con un pasador y adornó el conjunto con una flor que escogió junto a la terraza. Sus compañeros se metían con ella de vez en cuando y ella lo negaba por impulso, pero era cierto que a veces le gustaba ser una chica materialista y superficial. Quizá, se convencía, porque todo lo bueno que había tenido en su vida se lo habían arrebatado al instante sin vacilar, por pura codicia. Nami odiaba a los ricachones que lo tenían todo, pero en parte le gustaría tener todo lo que poseían ellos para vivir con holgura el resto de su vida.
Cuando llegó a la zona de ocio y restauración nocturna donde habían quedado todos, Nami comprobó enseguida las miradas que le dirigían muchos de los huéspedes de ambos sexos, pero trató de mantener la compostura como de costumbre. Era consciente de su físico y no era ninguna monja de clausura a la hora de vestir, tratando siempre de seguir las tendencias y llevar ropa a la moda. Esto no significaba que buscara usar su cuerpo como reclamo, mal que pareciese pesar a muchos. Esa era una línea que se había jurado no cruzar hacía años, tras una horrible experiencia de la que jamás había hablado a ninguno de sus compañeros por muchos motivos. Aun así, no pudo evitar devolver varias sonrisas camaradas cuando se encontró por fin con Luffy y compañía. Para los amantes de la gastronomía y como había aventurado Zoro en el barco, fuese o no para provocar a Sanji, el resort contaba con varios restaurantes que ofrecían exquisitos platos procedentes de todas las esquinas del Grand Line. Diversos cocineros expertos preparaban sin descanso platos de carne, mariscos frescos, verduras de importación y frutas tropicales. Por supuesto, el cocinero del Thousand Sunny estaba deseando conocer todas las recetas, pero también se ponía muy celoso cuando algún camarero era simpático con Nami o con Robin, o cuando ellas agradecían algún plato con una sonrisa.
Como de costumbre, la pelirroja prefirió ignorarlo, decidida a disfrutar de la estancia en aquel hotel de ensueño todo lo que fuese posible. Al terminar de comer, buscó casi de forma inconsciente la compañía de Zoro para ir a buscar algo de alcohol con lo que rematar la noche. Desde la tensión de aquella mañana y más después de la hora de comer, el huraño guerrero parecía haberse animado con la perspectiva de las vacaciones, cosa que a la pelirroja le alegraba. En secreto, siempre pensaba que el peliverde era una compañía bastante más agradable cuando bajaba la guardia. De hecho, aquella noche estuvieron un buen rato riendo y comentando juntos mientras Luffy, Chopper, Usopp y Franky se dedicaban a hacer payasadas por la zona de entretenimiento al aire libre. Sanji, por su parte, buscaba atención femenina a toda costa y no tardó en desaparecer de la vista. Robin, en cambio, se había sentado en una hamaca cercana simplemente a observar la jarana sin intervenir. Una banda de música bastante animada tocaba en un extremo de esta y había bastantes huéspedes bailando por toda aquella plaza de suelo arenoso. Aquello parecía un sueño del que la navegante tampoco quería despertar.
Sin embargo, la fantasía no duró demasiado. En un momento dado, Zoro se ausentó de la barra sin acritud, argumentando que quería «hacer más sitio para el alcohol»; y Nami se quedó unos minutos a solas, bebiendo de su copa y sin preocuparse de nada más. Quizá ese fue el motivo de que no se percatara a tiempo de las tres figuras masculinas que la habían rodeado hasta que no tuvo escapatoria.
—Hola, preciosa. ¿Estás sola?
Nami se giró con cara de no haber oído bien, mientras un hombre alto, rubio y de pelo lacio hasta los hombros le sonreía a una distancia poco educada.
—¿Y tú quién eres? —contestó, irritada, tratando de apartarse.
Por desgracia, otro desconocido algo más entrado en carnes y con barba de varios días, vestido con una camisa de flores, apareció en ese instante por su otro costado y le cortó la retirada.
—Oh, disculpa que seamos tan directos, pero habíamos pensado que quizá estabas aburrida y necesitabas compañía.
Nami tragó saliva, conteniendo el impulso de taparse la nariz cuando el aliento rancio y alcoholizado de aquel idiota llegó hasta ella.
—Estoy esperando a un amigo, así que más vale que os larguéis antes de que tengáis problemas.
Para su desazón, los tres se rieron, cercándola más aún contra la barra.
—Vamos, no seas así.
—Además, menudo amigo, que deja sola a una belleza como tú…
Un tercero que acababa de aparecer, igual de mal encarado y con el pelo sucio cayendo por sus hombros, amagó entonces con sujetarla de un brazo con los dedos resbaladizos de grasa; pero la joven se apartó a tiempo y le dio un bofetón de advertencia.
—No me toques —avisó. Sin embargo, tras reponerse de la respuesta, en un abrir y cerrar de ojos el rubio la sujetó por el brazo sin miramientos—. ¡Eh!
—Estate quieta, mujer. Si no te vamos a hacer nada…
Nami se revolvió, notando cómo los tres se acercaban más y más sin que ella pudiera hacer mucho para evitarlo. Sin embargo, cuando estaba a punto de gritar para pedir ayuda, vio algo que casi le hizo llorar de alivio en un segundo.
—Yo de vosotros movería el trasero lejos de aquí, antes de que os ensarte como a un pincho moruno —siseó una voz amenazante justo entre las cabezas de los dos acosadores de más a la derecha.
Aparte, por debajo de la barbilla de cada uno de ellos se asomó la reluciente punta de una catana, brillando amenazadora a la luz de las antorchas más cercanas.
—Zoro… —susurró Nami.
Su oportuna aparición hizo que los tres acosadores giraran hacia él con cara de pocos amigos, ignorando a la joven en un instante. Él la miró brevemente, como queriendo asegurarse de que estaba bien, y ella asintió con el corazón al galope mientras aquello amenazaba con convertirse en una pelea en condiciones.
La estancia en Amber Bay estaba siendo bastante más aceptable de lo que Zoro Roronoa esperaba en un principio. Después de una merecida siesta y ya pasada la hora de comer, Luffy había decidido que todos podían ir a darse un baño en la piscina, a lo que nadie se había negado. Su segundo de a bordo había seguido a los demás con pereza, pero nada había levantado más su ánimo que poder volver a tumbarse a dormitar en otra hamaca, bajo una enorme sombrilla. La noche estaba siendo bastante entretenida. Con sus diferencias en muchos sentidos, Nami y él habían encontrado al poco de conocerse un punto en común con su afición a la bebida, que explotaban siempre que podían. No obstante, lo último que el guerrero esperaba encontrar al volver para encarar otra ronda de copas junto a su amiga pelirroja, era a aquellos tres malencarados intentando aprovecharse de ella. El resto de los Sombrero de Paja estaban distraídos en ese momento, y el habitual caballero rubio andante de Nami brillaba por su ausencia. Así, Zoro tuvo claro en un milisegundo lo que tenía que hacer, y tampoco reculó un milímetro cuando aquel trío de malencarados se le enfrentó con desprecio.
—¿Qué pasa? ¿Quieres gresca, espaditas?
—Eso. Si querías a la pelirrojita, haber llegado antes.
—Tienes mucho valor, hablando así de una mujer que está fuera de tu liga en todos los sentidos —replicó Zoro, sonriendo con malicia—. Creo que necesitas una lección.
—Eh, Zoro. ¿Qué está pasando?
En ese instante, varios de los compañeros del aludido se acercaron a ver qué ocurría y Luffy fue el primero en preguntar.
—Estos idiotas estaban intentando acosar a Nami… —repuso el guerrero. Sin embargo, calló de golpe al ver que su compañera había desaparecido y su rostro se endureció en un instante—. ¿Dónde está? —siseó.
Por un instante, el guerrero creyó que quizá se había equivocado en su suposición cuando vio cómo los tres se giraban con gesto sorprendido hacia la barra vacía, pero no bajó la guardia por si fuera una trampa de todas formas.
—Eh, se ha ido… —balbuceó uno de ellos, con aire perdido.
—Espero que no sea todo una treta para haberos llevado a Nami —amenazó Zoro, alzando las catanas en pose amenazadora.
—¿Llevarse a Nami? —se escandalizó Luffy—. ¡Eso sí que no os lo consiento! ¡Devolvédnosla ahora mismo!
—¿Qué me estáis contando? Solo queríamos pasarlo bien y habéis venido a interrumpirnos… No sé dónde se ha ido la fresca de vuestra amiga.
—¡Eh! Ojo con insultar a nuestra navegante.
—Creo que alguno de estos idiotas busca que les corte la lengua… —se relamió Zoro, deseando darles una lección—. ¿Me dejas, Luffy?
—¡Herringdale nos dijo que nada de gresca, Zoro! —advirtió Usopp, alarmado, algo que el aludido ignoró sin problema.
—Sea como sea, os merecéis una lección por intentar llevaros a Nami, malditos.
Zoro sonrió con más intención tras escuchar a su capitán.
—Genial, vamos a ello.
—¿Y qué pasa con Nami? —quiso saber Chopper, mirando a todos lados angustiado.
—Luego iremos a buscarla cuando acabemos con estos idiotas —sentenció Zoro, levantando las espadas con intención mientras Luffy chocaba el puño con la mano en señal de amenaza.
Por su parte, los tres abusadores se irguieron y avanzaron un paso hacia ellos, con aire de aceptar el desafío.
—Intentadlo.
Zoro mostró una mueca agresiva, sin lanzarse de primeras a atacar y esperando a ver qué más hacían aquellos bravucones. Luffy sí que se lanzó el primero con el puño por delante, apuntando al de más a su derecha. El rubio central y el gordo moreno se quisieron medir con Zoro, pero este último recibió un disparo de Usopp y luego Chopper lo embistió sin miramientos. El que quedaba encaró entonces al espadachín con una sonrisa de suficiencia y pareció medirlo durante unos segundos; al menos, antes de sacar un pequeño machete de la espalda, fintar y lanzarse por su izquierda creyendo haber visto un hueco desprotegido. Esperándolo, Zoro desvió la estocada sin esfuerzo y aprovechó a darle en la espalda con el canto de la otra espada, tirándolo al suelo.
"Desde luego, esta pelea no tiene nada de particular", pensó, aburrido, mientras apoyaba la bota en la espalda del bravucón y le ponía la punta de una katana bajo la barbilla. "Ahora les tocará decirnos dónde está Nami".
Sin embargo, un tumulto en el extremo más alejado de la plaza y varios gritos de hombres para que se detuvieran hicieron que la contienda se acabase en un instante. Luffy tenía sujeto a uno, Robin y Chopper vigilaban a otro sujeto por las manos múltiples de ella, y Zoro controlaba al tercero. Tensos, todos los Sombrero de Paja presentes esperaron a que la nueva comitiva se acercase, conteniendo el guerrero una maldición cuando vio lo que parecían varios vigilantes de seguridad.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó el que encabezaba la marcha, vestido con una chaqueta más elegante que sus compañeros.
—Estos tres de aquí estaban acosando a una de nuestras compañeras —expuso el guerrero con calma.
El líder de seguridad le miró, ceñudo.
—¿Y tenéis que pelearos como personas incivilizadas? —lo acusó, señalándolo—. ¡Aquí no aceptamos gresca, piratas!
—¡No hemos empezado nosotros! —lo rebatió Chopper—. Estos tres estaban agrediendo a una de nuestras compañeras y nos han atacado cuando hemos intentado ayudarla.
"Exagerado, pero no es mal resumen", pensó Zoro, sin envainar las espadas, pero bajándolas en paralelo a su cuerpo.
El jefe de los guardias oteó a los tres cautivos con el ceño fruncido.
—Phileas, ¿es cierto? —interpeló entonces al cabecilla rubio, sin demasiada convicción. No obstante, cuando el rubio pareció dudar; mirando alternativamente a todos los presentes desde el suelo, antes de asentir con pesadez, el guardia abrió mucho los ojos y terminó meneando la cabeza con algo que parecía decepción—. Herringdale no creo que esté contento con eso…
—No es culpa nuestra, señor —intentó defenderse el tercero, aquel al que Luffy tenía sujeto—. Tenía que haber visto qué ejemplar, y cómo iba vestida…
—¡Eh! Aquí los únicos que podemos opinar sobre cómo viste Nami somos nosotros. ¿Está claro?
En ese instante, el jefe de la guardia pareció reparar por fin en el alto cíborg de pelo azul que se erguía en el límite de su campo de visión, momento en que sus ojos se dilataron del todo y tragó saliva, como si lo reconociese. Las sospechas de Zoro, por suerte, se confirmaron de inmediato en cuanto volvió a abrir la boca:
—Franky de Water 7… Herringdale habla mucho de ti.
El aludido esbozó lo que parecía una sonrisa peligrosa, levantándose apenas las gafas de sol para saludar.
—Eso me halaga, compi. Pero, como le dije a Herring esta misma mañana, no hemos venido a buscar escándalo y puedo poner la mano en el fuego por mi compañera. Esos tres de ahí —agregó, señalando con desdén a los abusones— probablemente solo buscaban un poco de diversión a costa de otra persona, cosa que no creo que se consienta en este resort.
—Bueno, supongo que, si no hay más remedio, es mejor que sea Herringdale el que pregunte en persona…
—¡No, no! —saltó entonces el gordo, como si le asustara aquella perspectiva—. ¡Es cierto, es cierto todo lo que han dicho! Lo sentimos mucho.
—Pues arreando. Y vosotros, tranquilitos y sin meter cizaña —advirtió el jefe de seguridad, señalando a los piratas con el dedo—. ¿Estamos?
Zoro estuvo tentado de hacerle burla, pero se contuvo cuando la preocupación por Nami volvió a invadir su atención y oteó la espesura, inseguro. ¿Y si de todas formas a su compañera le había pasado algo y todo era una cortina de humo para taparlo? Sin embargo, incluso antes de que diera un paso para volver a interrogar a los tres idiotas —que ya se habían alejado cojeando hacia el hotel— una calmada Robin enseguida le puso una mano en el hombro.
—Nami estará bien, no te preocupes.
El guerrero la observó durante un par de segundos, inseguro. Al cabo de ese tiempo, resopló y apartó de nuevo la vista.
—Sí, quizá tengas razón…
En ese momento, una nueva y pequeña algarabía surgió por otro extremo de la plazoleta y les puso sobre alerta, pero Zoro se relajó con un gruñido mientras veía a Sanji aparecer rodeado de mujeres… Aunque era difícil decir quién seguía más a quién, en esta ocasión.
—¡Eh, Sanji! ¿Dónde estabas?
—Eso, a buenas horas apareces, cocinitas —lo regañó Zoro, mordaz—. Te has perdido la fiesta.
—¿Qué fiesta? —preguntó el cocinero, confundido. Al menos, antes de que sus ojos se abrieran de par en par y exclamara—. ¿Qué ha pasado? ¿Y dónde está Nami?
Zoro contuvo el impulso de poner los ojos en blanco, sin creer que tuviera que explicárselo. Para bien o para mal, fue Chopper el que contestó.
—¡Justamente! Unos babosos han intentado asaltarla.
El rostro del rubio fumador se contorsionó de inmediato al escucharlo.
—¿Qué? ¿Cómo? ¿Dónde están? —exclamó, rojo de ira—. ¿Y Nami? ¡Voy a buscarla!
—Déjala en paz, Sanji —lo frenó Robin, seria, sin violencia—. Quizá solo necesite estar a solas con sus pensamientos, estoy segura de que estará bien.
—Lo que tú digas, Robincita. Esta es una noche para disfrutar.
Asqueado y aún molesto por la intrusión de aquellos idiotas, Zoro decidió que ya había tenido suficientes "vacaciones" por aquel día. Se despidió sin entusiasmo de sus compañeros, sin percatarse de la mirada intrigada que Robin dirigió a su espalda, y se alejó por entre los edificios, echando de menos tener una botella a mano. Quizá lo mejor sería retirarse a su habitación y, de paso, buscar algo más para beber por el camino. Con esa halagüeña perspectiva en mente, el peliverde tardó apenas un minuto en desaparecer hacia la iluminada noche isleña… sin imaginarse ni por un instante lo que iba a sucederle menos de una hora después.
Continuará…
