¿En…en donde estoy?

Me duele muchísimo la cabeza. Siento como si mi cerebro se abultara contra mi nuca, lacerando las coyunturas de mi cráneo. Dios, jamás percibí nada igual. Ni si quiera se asemeja a una resaca similar. Agrietar los parpados, me cuesta mas trabajo de lo habitual. Sin embargo, percibo mucho olor a humo en el ambiente. ¿Qué está pasando? Muevo las manos y los pies. Mismos, que no responden inmediatamente a voluntad. Me angustia no devenir los posibles escenarios fatídicos de mi nueva vida. Aunque sin duda, no escatimo en aprensiones al momento de examinarme las muñecas. Los pocos atisbos que advierto, me remueven las entrañas con poderío. Ya no reparo aquellas marcas empobrecidas de negruras, ni venas parantes. ¿Realmente estoy curado? Tras varios minutos apesadumbrados de culpa, obtengo sentarme sobre las colchas. ¿Por cuánto tiempo habré dormido? Me levanto. Camino turulato hasta el espejo y me observo, de pies a cabeza. Necesito cerciorarme de que el suero haya funcionado. Me quito la ropa, quedando al completo desnudo. Contemplar mi anatomía como dios me trajo al mundo, me fustiga de mucha paz. Alivio, por, sobre todo. Ni un ápice de marcas o magulladas cicatrices sobre mi dermis. He vuelto a ser el muchacho de antaño. Lozano, vigoroso y extrañamente viril. He notado mi hombría mas despierta que nunca. ¿Es esto la tregua de sentirse vivo de nuevo?

Está curado, señor…

Llega auditivamente a mis tímpanos, tan templado como la luz del astro rey solar. Me roba el aliento. Me saca de mi ensoñación. Avergonzado, cojo mi hábito del suelo y me cubro el cuerpo. Me giro, rojo como un tomate maduro.

—¿Quién es?

—Soy yo, señor —admite el moreno. Tan lúgubre como la noche mas oscura—. Max Kanté, a su servicio.

—Tú…—advierte Fathom, abochornado. Rápidamente se viste en el proceso— ¿Por qué no me avisaste que estabas aquí? ¿Me viste desnudo?

—Descuide, no soy adepto a gusto por los varones —aclara Max, levantándose de su silla hasta quedar frente a el—. Estoy aquí por órdenes del maestro Fu. Me encomendó velar por su seguridad y sana recuperación, mientras pasara el eclipse de oscuridad total.

—¿El eclipse? —refuta Graham de Vanily, azorado— ¿Cuánto tiempo llevo dormido?

—Tres días, señor —relata el afro descendiente—. Era necesario que retomara fuerzas. Dormir es parte del proceso de sanación.

¿Llevo tres días durmiendo? Mierda. Pudo haber pasado de todo —Fathom camina hacia la puerta—. Gracias, pero tengo que irme.

—Alto ahí —advierte Kanté, amenazante. No recela en exponer una cuchilla afilada entre tanto—. No puede abandonar este cuarto, sin antes hacerle algunos exámenes y pruebas previas.

—¿Es necesario? —reclama el rubio—. Vamos, ya alimentaste el morbo con verme desnudo y calzaste que estoy sano. Estoy curado. Déjame ir.

—Es imperativo —lo ataja Max, fulminándolo con la mirada—. Si realmente quiere sanar a su población, como yo lo quiero…hágame caso. De lo contrario me veré en la obligación de mentir en el tratamiento y fingir que intenté comérmelo.

—¿Realmente quieres comerme? —arquea una ceja, suspicaz.

—No. No es mi tipo de gusto —bosqueja de manera asqueada—. Sin embargo, debo verme en la tediosa obligación de insistir, señor —traba la puerta—. Por favor, le ruego se quede quieto y me permita hacer mi trabajo. El maestro Fu espera mucho de mí, como el sujeto 0. Esto es…importante para mí.

—Vale. De acuerdo —exhala Fathom, derrotado. Se sienta sobre la cama—. Pero hazlo de prisa. Tengo que ver a mi familia.

—Si colabora, sin duda lo reuniré con ella cuanto antes —determina Kanté, sacando espátula y herramientas a fin—. Hágame el favor y descubra su brazo derecho.

Que fastidio. Vamos, que yo ya sabia que era un tema mas bien "protocolar". Digno del maestro Fu. Pero si lo hilaba mas fino en esta hebra del destino, Max tenia un punto al cual apelar. Era el primer sujeto en ser curado de tal virus. ¿Cómo poder rechazarme? Encima que demostró ser muy hábil a la hora de llevar a cabo procedimientos médicos de suma indulgencia. Acepté. A regañadientes, pero lo hice. Era eso o someterme a otra clase de pruebas que no estaba dispuesto a consentir. Luego de 30 soporíferos minutos, Max finalmente me dejó ir. Había conseguido franquear todos sus análisis en torno a la investigación zombi. Me reincorporé de cara a hacer abandono del cuarto. Aunque no sin antes, proponer una cosa en particular.

—Váyase con cuidado, joven Fathom —murmura—. Debe dejar pasar a lo menos 15 días, antes de querer retomar sus actividades humanas. Aun profesa una alta concentración de testosterona que lo pueda llevar a irascibles actitudes. Procure no alterarse ni caer en odiosidades. Sea compasivo con sus sentimientos —añade, finalmente—. Porque como se enoje, podría atacar a sus víctimas.

—Gracias, Max. Lo tendré en cuenta —responde el inglés, saliendo por la puerta—. Nos vemos luego.

¿Qué se supone que estaba haciendo? Mas bien ¿Qué demonios creo, que hago? Ahora que estoy curado y sanamente bueno, en el ámbito mental y espiritual. ¿Puedo comenzar a pensar en curar a Marinette en el proceso? Es algo que me asalta, al momento de caminar por el pasillo. Tres días durmiendo. Es una jodida pasada. Demasiado tiempo. Para estas alturas, todos estarían muertos o sencillamente vivos. Atrincherados en el castillo. Me vi así, embarazado frente a mi ineptitud a la hora de tomar el toro por las astas. Me pregunto… ¿A que me reto ahora?

—Félix —exclama Luka, engrasado en inmundicia— ¿Te sientes bien? Que alegría poder verte sano y curado al fin. ¿Como lo sobrellevas?

—Luka ¿Qué mierda ha pasado? —berrea el inglés, despavorido— ¿Y por qué te ves tan sucio?

—Es natural. No te enteraste a tiempo —exhala descalabrado el caballero—. No quiero hablar de esto. Por el momento, me preocupa que estes mejor. Por favor dime, que ya no llevas ese bicho encima.

—No lo llevo, te lo juro por mi madre —determina Graham de Vanily—. Pero ahora tu dime, que demonios pasó en mi ausencia.

—De todo, Félix —suspira Couffaine, desprovisto de información relevante— ¿Recuerdas el eclipse del solsticio primavera?

—Lo recuerdo.

—Se salió de control para el poblado —narra el caballero, quitándose las grebas—. Mientras estábamos en plena oscuridad, alguien inicio incendios por toda la urbe. Quemaron la iglesia, el cabildo, el burdel, el sanatorio y los campos de ganado y cultivo de maíz.

—¿Cómo dices? —refuta el británico, injuriado—. Centros de suma importancia. Imagino que mi primo no estará pensando que fueron arbitrarios.

—No. Sin duda no lo fueron —determina Luka—. Está convencido de que fue la secta de Chloé Bourgeois quienes actuaron. Amparados por la penumbra del eclipse.

—Tengo que verlo. Cuanto antes —camina Para avisarle.

—Félix, amigo —lo ataja, del antebrazo. Le advierte—. El está muy al tanto. No te preocupes por su sanidad mental. Te ruego ahora mismo, veas a la señorita Dupain-Cheng.

—¿Qué le pasa a mi mujer?

—Bueno. Ella…—Luka no sabe como decirlo o explicarlo abiertamente. Se cuestiona, reflexionando en su cabeza una y otra vez los sucesos. Pero frente a la mirada inquisitiva de su contrincante, no halla mejor motivo que admitir lo obvio—. Será mejor que la veas por ti mismo.

No puede ser. ¿Acaso Marinette…se convirtió en una de esas cosas, finalmente?

[…]

—¡Todos a la cuenta de tres, levantaremos esas vigas y las llevaremos al poblado! —proclama uno de los soldados— ¡Uno, dos, tres! ¡Arriba!

—¡Traigan las carretas! —demanda otro.

En las barracas del castillo. 15:10PM.

—Capataz —berrea Kagami, en lo que se acomoda unos guantes de cuero— ¿Pudo dar con lo que le encargué?

—Si, Tsurugi-san —asiente el hombre, dejando caer un saco al suelo. De entre el interior, extrae un trozo de estuco—. Con mis hombres, recorrimos todas las moradas afectadas por el incendio. Y recolectamos varias de estas. Es tal y como mencionó. Tenían una marca extraña en ellas.

—Ya veo —sisea la mujer, examinando el objeto en varias direcciones—. Así que Adrien tenia razón. Todo parece indicar, que esto fue obra de esa secta pagana. Tch…esto no me gusta. Como si no tuviéramos suficientes problemas con esas cosas aun deambulando —frunce el ceño—. Bien. Por el momento, dedíquense a suministrar todo lo necesario para la reconstrucción de las moradas siniestradas. Entrégale esto al capitán de la milicia civil —le extiende un documento enrollado—. Nuevas órdenes. Que se asegure de cuidar a mi marido mientras ayuda a sanar a los heridos. No le quiten los ojos de encima ni por un segundo. ¿Queda claro?

—¡Si, señora! Me retiro —reverencia—. Con su permiso.

—Kagami —inquiere Nathalie, cargando entre las manos una olla de víveres—. Con todo respeto. No me parece correcto mantener a estas mujeres de mala vida en el castillo. Son un mal ejemplo para Emma y por lo demás, alborotan la tranquilidad de los soldados.

—No seas estúpida. Son solo mujeres comunes y corrientes que lo perdieron casi todo —le reprocha Tusurugi, hastiada—. Además, no estás en posición de reclamar nada. Si te he permitido andar libre por aquí, es meramente por una emergencia. Eras la más apta para administrar a los sirvientes mientras mi esposo y yo, nos encargamos de otros asuntos —añade, fustigándola—. Será mejor que no hagas nada extraño o te regresaré al jodido poste del cual nunca debiste salir. Ahora ve y alimenta a esas pobres almas.

—Disculpe —incita Sancoeur, turbada—. La administradora del burdel lleva dos días preguntando insistentemente por una de sus trabajadoras. Corren el rumor de que usted la tomó prisionera y quieren saber, que cargos se le imputa.

—Dile de mi parte, que si quiere seguir con vida. Que cierre la jodida boca si no quiere terminar igual que su amiga —espeta, llevándose al hombro aquel saco que yacía en el suelo con la evidencia—. A ver si con algo de comida, sacian su apetito de chismosear.

Aunque yo…—Nathalie hace una pausa, observando el poblado desde lo alto—. Me preocuparía mas por Adrien, que por estas infames…

—Y ustedes ¿Son panaderas? —pregunta una inocente Emma. Quien, por esas horas, jugueteaba con su florete entre la maleza—. Llevan mandiles de cocineras.

—¡Ah! N-no, nada de eso, jovencita —explica la mayor, bosquejando una mueca ladina—. En realidad, somos…simples y corrientes trabajadoras de campo.

—Ya veo. Sirvientas entonces —aclara la rubia, pateando un par de piedras— ¿Para qué familia sirven?

—Se podría decir que, a muchas, en general. Nuestros servicios son variados, jeje —ríe jocosa, la meretriz—. Por lo que veo tu eres una guerrera.

—No aún. Pero algún día lo seré —exclama, con orgullo—. Como mamá y Tsurugi-san.

—¿Cómo? ¿No eres hija de la señora Kagami?

—No —niega con la cabeza—. Kagami es la nueva esposa de papá.

¿Desde cuando los nobles tienen permiso para contraer segundas nupcias? Eso suena ilógico —carraspea—. Ya veo…así que, imagino que el señor Agreste fue excomulgado de la iglesia.

—¿Excomulgado? —Dupain-Cheng levanta una ceja, liada— ¿Eso que significa realmente?

—¡Oye! ¡Mujer vulgar! —Nathalie le reprocha delante de todas, haciendo acto de presencia de manera iracunda—. Aléjate de la condesa. Ella es una dama de bien y no quiero que le vuelvas a dirigir la palabra ¿Me oíste? Mucho menos para meterle tus ideas ponzoñosas.

—Cuanto lamento que se haya visto así, señorita Sancoeur —se encoge de hombros, altiva—. Solo estábamos hablando de su futuro como guerrera para el reino. En realidad, solo me preocupa saber en donde está Sabrina. Sigo sin tener noticias de ella y me preocupa.

—Kagami te manda a decir que cierres el hocico si no quieres terminar como ella —farfulle la ama de llaves, arrojándole un trozo de pan por la cara—. Toma. Metete eso en la boca a ver si recuerdas tu lugar.

—Tsk…que manera tan obscena de tratar a tus pares, sirvienta —masculle de vuelta, injuriada.

—No te confundas. Quizás ambas seamos mujeres. Pero ustedes jamás estarán a mi altura —sentencia la pelinegra—. Ven conmigo, Emma. Es hora de tus lecciones de equitación. Ellas pueden comer solas lo que les dejé.

Esta gente es totalmente afuerina. Ni si quiera deberían haber tomado posesión de estas tierras. Algún día, alguien los pondrá en su lugar —cavila la cortesana—. Bueno, muchachas. Vengan a comer antes de que se enfríe esto.

—¡Muero de hambre!

—¡Yo igual!

Devuelta a la mansión. Despacho. 15:30PM.

—Esta es una extraña forma de mantenerme "prisionera", Tsurugi-san —murmura Sabrina. De pómulos sonrosados y labios entreabiertos. Acomoda parte de su vestido— ¿Puedo saber hasta cuando tendré que estar aquí?

—Hasta que me aburra de ti —confiesa Kagami, bebiendo un extenso trago de agua en lo que recobra el aliento—. O me digas de una buena vez, en que estás metida realmente.

—No creo que al señor Agreste le complazca mi presencia en su casa, de igual forma. Su hija merodea por el lugar y yo… —murmura Raincomprix, cabizbaja—. Soy una prostituta, finalmente.

—De mi marido me encargo yo. Tu solo dedícate a cumplir con lo que te ordeno y nos llevaremos muy bien. Ahora —rezonga, desplomando sobre el escritorio un pesado costal. Del interior, esparce una serie de estructuras marcadas en tinte rojo—. Me vas a decir. ¿Qué mierda significa esto? ¿Tu lo hiciste?

—Era cuestión de tiempo que se enterara. Pero no. No fui yo —suspira la peliroja, abatida—. Quiero decir, en parte sí. Bueno, no del todo. Es complicado…

—Habla claro, mujer. No quieras fingir conmigo que eres retardada porque de entre todas esas trabajadoras, eres la más elocuente —la amenaza— ¿Por qué? ¿Por qué incendiar casas de gente inocente?

—Nadie es inocente hoy en día, Kagami-san —narra la muchacha, levantando una de esas rocas—. Usted bien sabe que solo el fuego puede expiar el pecado de estas tierras.

—¿Eres una bruja?

—No creo que mi grado sea tal, como para catalogarme de esa manera —confiesa la bermeja—. Por sobre mí, siempre habrá quienes me superen en rango.

—Es chistoso que hables de erradicar impuros de la tierra, cuando tu misma eres una del montón —retoza Kagami.

—Y estaba dispuesta a pagar por ello, con mi vida —añade la ojiverde—. De no ser porque usted me rescató de ese cuarto.

—Así que te enclaustraste ahí para perecer quemada ¿No? —le increpa, con voz agria—. Que forma tan cobarde de escapar de tu mierda. Enhorabuena que te saqué de ahí. Si vas a pagar por tus males, seré yo quien determine que castigo es el más acorde.

—No quiera jugar conmigo, por favor. No existe otro método similar a ese para personas como yo —señala su compañera, malograda—. La inquisición mata al año, cientos de mujeres de esa forma. Y públicamente.

—La santa inquisición es una entidad morbosa, que busca montar shows de circo para entretener a la población mas ignorante. Y de paso, mantener el orden y el poder a la cabeza; mediante sembrar odio y miedo —narra Tsurugi, acercándose a ella con vehemencia—. Yo no estoy jugando, Sabrina. No soy siervo de nadie, más que de mí misma. Y por lo demás, si vamos a hablar de pecados —sisea, pasando el pulgar entre sus labios—. La lujuria y la codicia, son mis alter egos mas connotados.

—He de admitir que es la primera vez que conozco a una señorita como usted…—balbucea Sabrina, ruborizada—. Se ve que no es de estas tierras. Sus métodos, son fascinantes.

—Eso es porque te falta mundo —chasquea la lengua, con altivez—. Ahí afuera está lleno de miles de chicas como yo. Es natural que, para una simple ramera de burdel pueblerino, no te enteres. Además, los franceses con suerte saben tomar una barra de jabón.

—Yo nunca quise ser esto ¿Sabe? Me vi obligada a tomarlo —admite Sabrina, avergonzada de tales palabras—. Mi madre murió de tuberculosis cuando yo apenas era una niña. Y mi padre, que en paz descanse, intentó cuidarme todo lo que pudo. Hasta que el rey lo mandó a combatir con los ingleses. Era un gran militar. Un guardia civil —adiciona, decaída—. Si lo hice, fue por necesidad.

—Bien pudiste haberte retirado —refuta.

—El dinero era bueno y la vida relativamente cómoda —objeta.

—Estupideces —contradice—. No puedes existir "cómodamente" abriéndote de piernas, toda la vida. Exponiéndote a sucias enfermedades, a maniáticos asesinos, o a enfermos sexuales que adoran maltratar mujeres indefensas.

—Me sé cuidar muy bien. Se pelear y mover una espada, por si no lo sabía —desmiente, Raincomprix—. Tía Carmen conseguía los clientes. Pero siempre fui yo quien daba la ultima palabra, de si aceptarlos o no. Bajo ningún punto de vista, me hubiese expuesto bobamente.

—Es una sandez. No tiene pies ni cabeza —se mofa la japonesa—. Si tu vida era realmente increíble. ¿Para que coño unirte a una secta satánica? ¿Qué vas a decirme ahora? ¿Qué tampoco tuviste otra opción? Por favor…

—No. En eso si le doy la razón —entorpece la bermeja, muy segura—. Me uní por voluntad propia. Lo cierto es que sus ideologías no me parecieron mal y decidí apoyar a la causa. Mas ahora, que esas cosas…no se detendrán.

—Escúchame bien, Sabrina. Y hazlo con atención, porque no te lo voy a volver a repetir —debate Kagami, garbosa y arrojada—. No soy una mujer que suele abrirse fácilmente con desconocidos ¿Ok? Soy muy desconfiada. Fui criada y entrenada para serlo, no puedo negarme a mi naturaleza. Pero realmente quisiera que me ayudaras en esta ocasión. Si te traje aquí de esa forma tan radical, fue porque debo mantener una imagen ahí afuera —aclara—. Si los aldeanos no me respetan, no lograré obtener lo que busco en estas tierras. A veces, ser un líder te vuelve irremediablemente déspota. Mas no, cruel. Es por eso que te agradecería, que me dieras la información que busco de forma "natural". Sin tener que verme en la obligación de encarcelarte ni mucho menos, maltratarte. ¿Lo entiendes?

—Ya veo —asiente, esbozando una mueca jovial en respuesta—. Así que es por eso que me trajo de "prisionera" aquí ¿No? Ya se me hacía raro el no estar en un calabozo.

—No quiero eso, para ti —murmura Tsurugi, desviando la mirada—. Soy muy consciente de la clase de caminos que recorren las trabajadoras sexuales. El que me hayas contado algo de tu vida, me da la razón. Desearía que me puedas aportar de tus conocimientos, porque así lo deseas.

—¿Y cómo pretende hacerme hablar? —ríe, jocosa— ¿Cogiéndome?

—Si es necesario, si —propone, retraída— ¿Tienes algún problema con eso?

—N-no…para nada. Al contrario, me parece algo… "singular" de su parte —bufa la meretriz, conmovida—. Después de todo, ese es mi trabajo. A eso me dedico.

—Bien dijiste que tu escoges a tus clientes. Imagino que, si no te has quejado, es porque tengo tu consentimiento.

—No podría rechazarla. Es usted una chica muy…mhm… ¿Cómo decirlo? —susurra, jugueteando con el mentón de su camarada—. Muy "habilidosamente amable".

—No estaba fingiendo. No te des ínfulas tampoco de saber conocerme —Tsurugi le aparta la mano, esquiva. Carraspea de vuelta—. Por favor, ya no nos desviemos del tema. Es imperativo que me des una mano con esto. Mi familia corre peligro, en estos momentos. Ataques como esos, solo desestabilizan la economía y la paz de la provincia. Y mi prioridad numero uno ahora, es fortalecer el honor y respeto que mi esposo merece.

—¿Hace todo esto, por su marido?

—Lo hago —admite la samurái—. Adrien es el nuevo amo y señor de este lugar. Pero no basta solo con cargar un título, que de por si está manchado al haber sido excomulgado. Necesito que conquiste el cariño de su gente. Fue por eso mismo que lo mandé a curar enfermos y heridos a la urbe —señala—. Si tenemos que abrir las arcas y donarles dinero, reponer ganado y siembra, lo haremos también. De eso me encargaré yo.

—Comprendo. Así que el joven Adrien Agreste es la cara bonita del poder y usted, su administradora personal —desaíra, Raincomprix—. Como una compañía.

—Somos un matrimonio ¿Esperabas algo diferente?

—Imposible —acepta, conmemorativa—. Así es como funciona el mundo. Quieran negarlo o no algunos machistas, las mujeres siempre seremos eso. Empresarias que facturan.

—Me agrada tu forma de pensar, Sabrina. Por eso me caíste bien desde un comienzo. No obstante, sigues siendo una prostituta ordinaria para muchos incautos —rehúsa la peliazul, desdeñada—. Me pregunto si no te gustaría dejar de serlo y darte otra clase de estatus al respecto. O prefieres solo continuar así. En estos momentos, mis hombres están reconstruyendo el lenocinio de burdel que tenían.

—Lo siento. Pero no pretendo dejar este mundo. Ya me acostumbré a el y asco no me da —se encoge de hombros, excluyente—. Sin embargo, ahora que lo menciona…creo que desear aspirar a ganar más, no estaría mal para mí.

—Yo puedo encargarme de eso ¿Sabes? —propone la nipona—. De que pases a ser, de una simplona meretriz, a una cortesana decente.

Cortesana…—bufa irónica, la menor—. La palabra romantizada y bonita de endiosar la prostitución.

—No te burles. Sabes muy bien quien no es lo mismo atender campesinos iletrados y pescadores fétidos, que gente de la corte —abniega Kagami, arqueando una ceja con obviedad— ¿Tenemos un trato entonces? Ya que mencionaste, reconocerme como una hábil empresaria. Imaginarás que mis ambiciones son meramente comerciales —le estira la diestra.

—Y no estoy clamando negativas, en lo absoluto —asiente Sabrina, estrechando su mano—. Tenemos un trato. ¿Habrá que firmar algo?

—Si. Sin duda. Pero nada que te comprometa a tus labores —suspira, sacando el papeleo—. Mas que solo serle fiel a mi reino y reconocer a mi esposo como tu señor. En cuanto a tu cuerpo, haz lo que quieras con ese lindo trasero.

—Hecho.

—Entonces ahora me contarás, todo sobre la secta —se sienta—. Quienes la lideran. Que buscan. Por qué existen. Y quien te mandó a quemar mi provincia.

—Pues, verá…

[…]

—¡¿Marinette?!

Mierda. Se que debí golpear antes de irrumpir su cuarto de esa forma. Pero comprenderán que mis niveles de ansiedad estaban a tope en ese momento. Tres días, joder. Tres putos días, estuve en sueño inducido. Casi en un coma. Despojado totalmente del espacio tiempo en el que me encontraba. Pudieron haber pasado una infinidad de catástrofes en mi ausencia ¿Saben? Siempre cavilando lo peor. Aunque no sonaba del todo exagerado, si recordamos el estado en el cual se encontraba ella. A portas de sucumbir frente a ese bicho horrendo. Recluida, como una monja en retiro. Inconscientemente yo venía como quien dice, predispuesto y, a un fatídico escenario. El más horrendo de todos. El idiota de Luka no quiso darme detalles de nada y me mantuvo en ascuas en todo momento. No sé si por alimentar el morbo o sugestionarme a una noticia positiva. Poco me importó a la hora de abordarla.

En cuanto conseguí poner un pie dentro de la habitación, sorpresivamente me topé con una Marinette que acicalaba su cabello frente a un tocador. Una sutil fragancia aromática asaltó mis fosas nasales. Perfume de su champú y un posible baño recientemente dado. Se me llegó a caer la mandíbula de abajo cuando la vi ahí, muy normal. Natural, como de costumbre. Sin ningún ápice de marcas en su cuerpo ni mucho menos, presagios de haber sido víctima de una maquiavélica transformación. ¿Qué demonios pasó? ¿Marinette estaba…curada? A lo primero que atiné, fue dar un paneo fugaz al lugar. Ni un solo rastro de sangre o carne humana. Una brisa primaveral, deslizándose por las cortinas de una ventana semi abierta. Las velas consumidas. Un libro abierto en el escritorio, acompañado de una jeringa vacía en su totalidad. Que el altísimo me de fuerzas. ¿Realmente si pasó?

—¿Mi amor…?

—Félix…hola…

Marinette me responde con voz apática, desabrida, desanimada. No está triste ni mucho menos enojada. Parece mas bien, una escultura antigua. De esas que poco expresan, pero transmiten demasiado con la mirada. Deja de lado el cepillo. Se levanta y camina hacia mí. Tomo su rostro entre mis dedos y mis lagrimas se derraman sin tapujos contra mis mejillas. Lloro, de la felicidad. Del goce de verla completamente sana y cuerda. Ella no dice mucho al respecto. Tan solo se limita a frotarse tiernamente contra mi terso calor y me besa en los labios, regalándome el ósculo más dulce y apacible de todos. Siento palpitar su salvaje corazón, galopante contra el mío. Nuestros pechos se unen en un añorado abrazo de perdón y suma humildad indulgente. Inmersos en el abismo del amor que profesamos, desde la primera vez que nos vimos de niños.

—Estás…curada…

—Tu también lo estás, mi amor —sisea la peliazul, con un pueril rubor adornando sus mejillas—. Mírate nada más. Te ves precioso…

—Tu estás mas preciosa. Mi niña, hermosa…mi vida…—balbucea Félix, compungido en lágrimas jubilosas y un punzante dolo regocijante—. Te extrañé tanto, Marinette.

—Y yo a ti, mi príncipe.

Sentí que quería decir muchas mas cosas, en ese momento. Abrió y cerró los labios, retraída. Sus ojos me dieron la clave tacita de comprender lo que pasaba. Y es que Luka Couffaine estaba parado en el umbral de la puerta, siendo testigo onírico de todo. Se perfectamente lo que desea. No hace falta, ni que lo diga.

—Luka —suplica Fathom, con humildad— ¿Serías tan amables de dejarnos solos un momento? Luego…te vemos. ¿Sí?

—S-sí. Claro que sí, Félix. Discúlpenme —masculle el varón, quien también había sido victima de una amorosa escena. Da un paso hacia atrás y cierra la puerta—. Con su permiso. Disfruten…el tiempo juntos. Lo merecen…

En el preciso instante en el que me hallé completamente a solas con Marinette, concebí imperioso tener tantas cosas que preguntarle. Tanto por lo cual hablar. Conocer los hechos, mientras me ausenté en letárgico sueño. Saber que sentía en esos momentos. Escuchar de sus delicados labios, la palabra mas galante de todas. Sin embargo, no era tal lo que ella me transmitía con ese par de luceros azulados. Ya completamente sanos, despojados de todo mal que nos acometió en el pasado, me jaló del hábito y me empujó hacia la cama. No existía para mí, un reencuentro más solaz que este. Teníamos muy presente, las semanas que pasamos separados. Noches con sus lunas, días con sus soles. Enteros, sin poder atendernos como el universo exigía. Nos deshicimos de las prendas, tan rápido y casi en un suspiro. Apreciarla sobre mí, con toda su imponente anatomía femenina, me robó el aliento. Fue como si hubiéramos vuelto a nacer. Renacidos, de la muerte misma. Un solo toque sensitivo suyo contra mi cuello, fue suficiente para estimular cada celular de mi cuerpo. Estábamos tan ansioso, que ninguno de los dos escatimó en apabullar nuestra pasión. Y fue así, como dimos riendas sueltas a un lujurioso encuentro. Salvaje y desenfrenado.

Agradecí que las paredes de este castillo fueran de piedra caliza sólida. Porque de haber sido de otro material, nos hubieran escuchado hasta la china misma.

—Gracias por todo, Sabrina —comenta Kagami, escoltándola hacia las escaleras—. Ahora que sé todo lo que está pasando, podré tomar medidas acordes al asunto.

—Sin duda que sí, Tsurugi-san. Yo no me-…—se detiene de golpe, aletargada— ¿Escuchó eso?

—¿El que? —no se entera.

—No lo sé. Sentí unos quejidos provenientes de ese cuarto —apunta, hacia atrás— ¿Qué lugar es ese?

—¿Lugar? —Tsurugi hace una pausa, mirando sobre el hombro—. Pero ese es el cuarto de Dupain-Cheng. ¿Qué demo-…? Un momento. ¿Esto que…? —recula, negando con la cabeza. Instintivamente la empuja hacia adelante, apresurando el paso—. N-no es nada. Es solo el cuarto donde faenan a los animales.

—¿De verdad? —parpadea Raincomprix, azorada—. Válgame. Parecía que estaban matando a un cordero o algo así.

—Jejejeje…si, bueno —sisea la japonesa, rascándose la nuca—. Digamos que algunos animales son algo escandalosos a la hora de ser desollados. Tu pierde cuidado. Ven conmigo. Te mostraré tu nuevo cuarto —. ¡Estúpidos! ¡¿No pueden ser un poco mas discretos?! Aunque ahora que lo pienso, veo que la formula funcionó. Un problema menos…

[…]

—Muchas gracias, joven Adrien —exclama una empobrecida aldeana—. Es usted el primero de los Agreste, que baja al poblado personalmente a prestarnos ayuda.

—No se preocupe, señora. A partir de ahora, seré yo en persona quien se haga cargo del cuidado de mis súbditos —expone el rubio, limpiando el sudor y la suciedad de su frente—. Ya está. Venga conmigo. Permítame levantarla.

—Uwah…—a duras penas, consigue poner pie sobre la tierra—. No se que me hizo en la pierna, pero ya duele menos.

Poblado de Le Mans. 19:50PM.

—Sentirá un ligero escozor durante los primeros cuatro días. Pero luego, se irá disipando —explica el médico—. Tenga. Este ungüento le ayudará. Debe aplicarlo a lo menos cada cuatro horas y cambiar vendajes con agua limpia. Mis hombres se la suministrarán —jadea, exhausto— ¡Soldados! Que esta mujer y sus hijos tengan agua potable en su granja. Traigan a los bueyes.

—¡Si, mi señor! —obedece el miliciano—. Señor, nos informan que los procuradores están recolectando fondos para reconstruir el cabildo a la brevedad posible. Solicitan una audiencia con usted.

—¿Qué es lo que quieren? —exhala Adrien, extenuado—. Si se trata de temas administrativos, por favor que lo vean con mi esposa. Que el tesorero real la contacte. Ahora mismo estoy enfocado a tareas humanitarias.

—De acuerdo, mi señor. Les diré. Oiga…—añade, preocupado—. Se ve muy agotado. ¿No sería mejor descansar un poco?

—No. Imposible —reniega el ojiverde. Coge su maletín—. Necesito asegurarme de que nadie se haya infectado de ese bicho. Suficiente tenemos con los quemados. ¿Cómo va la reconstrucción del hospital?

—El sanatorio va bien, mi señor —relata el conscripto—. Al menos pudimos recuperar las camas para los mas pobres. Pero la parroquia…

—¿Qué pasa con la parroquia? —sisea el Agreste, tomando un extenso sorbo de agua— ¿En dónde está el párroco?

—No lo sabemos, señor. Desapareció luego del incendio en el cementerio —advierte el joven—. Pensábamos con los muchachos que quizás usted…pudiera hablar con el Obispo diocesano a cargo.

—Joder, como si tuviera tiempo para lidiar con la maldita iglesia —rezonga el galeno, montando a caballo—. Vamos, llévame con ellos. Reúne a un par de soldados contigo. Y deja que otros atiendan a los heridos mientras no estoy.

—¡A la orden, joven Agreste!

Parroquia de Le Mans. 20:15PM.

—¡¿Obispo?! ¡¿En donde está?

Adrien Agreste y un puñado de 5 valientes caballeros, se adentran sigilosos a las ruinas de lo que alguna vez fue, una capilla católica. No hay indicios de personas incineradas. A pesar de que, hasta el altar, se profese calcinado a su escueto campo visual. ¿Por qué los soldados que mandó, aun no levantan este sitio? Recuerda haberlos enviado con todos los materiales necesarios. Algo aquí en este lugar, no anda bien. Una sensación nauseabunda, dotada de mucha incertidumbre; le atemoriza. Ante toda duda, el lozano conde desenvaina una espada. Misma que ahora, sabe blandir con orgullo y entrenamiento militar. Es mejor prevenir que curar, piensa.

—Dispérsense. Busquen sobrevivientes —demanda—. Pero no muy lejos. No rompan la formación. Aquí algo…no me huele perfumado.

El silencio los envuelve en un escenario pretérito, de cara a lo lúgubre. Adrien está consciente de que estos incidentes no fueron hechos al azar. Apunta todas sus sospechas, a Chloé Bourgeois. Por ser la única que conoce, parte y miembro honorifico de una secta luciferina. Pero ¿Realmente fue ella quien causó todo este daño? Algo no concuerda en el relato. De ser así, una congregación oscura como esa, jamás se enfrentaría de lleno a esas bestias come hombres. Sabe perfectamente, que ambos males no conversan entre sí. No se topan. Entonces, de ser así el panorama. Si no trabajan unánime. Solo puede determinar una cosa. Que dicha cofradía, solo se ha aprovechado de la perversidad misma de los hechos. Siempre amparados por la noche, la noctívaga ausencia de luz del sol y el miedo religioso de gente iletrada. Es en ese preciso momento, que Adrien llega a la irrefutable conclusión. Una…que le roba el aliento de golpe.

El Obispo, es…

—¡RETIRADA! —grita Adrien, aterrorizado— ¡SOLDADOS! ¡SALGAN DE AQUÍ! ¡TENEMOS QUE-…!

¡UWAH!

¡AHHGG!

Pavorosos alaridos, resurgen entre cuatro paredes cónicas. El techo se ha consumido por completo, permitiendo que la luz de la luna bañe en su magnificencia, la escena. De un segundo a otro, todo clamor acalla. Adrien se profesa solo y victima del miedo. Retrocede hasta quedar en la mampara del santo recinto. Enciende una antorcha. Que carga en la mano izquierda y en la derecha, su pesado espadín.

Mierda. Mierda, mierda, mierda, ¡MIERDA! ¿Qué debo hacer? ¿Huir? No. Ya basta de eso. Siempre viví amparado por la fuerza de otros. Este es mi momento de demostrar que no le temo esas cosas. ¡Soy un Agreste! —Adrien traga saliva, sacando pecho de manera briosa. Aúlla—. ¡Obispo! ¡Salga! ¡Ya sé que está ahí dentro! ¡¿Cómo pudo dejarse comer por esas criaturas?! ¡Dios lo ha abandonado! ¡No tiene alma!

¿Alma? ¿Quién necesita esa mierda cuando eres poderoso?

Adrien escucha la bestial voz, con tanta claridad, que por unos segundos cuestiona su propia sanidad mental. Pero viendo a grandes rasgos el como funciona el virus, sopesa el hecho de que se haya convertido como Marinette o su primo, que en algún momento lo hicieron. De forma lenta y pasivamente abnegada. Ya no hay nada que lo intimide. Nada que lo haga retroceder. Pisa el suelo, a regañadientes. No se moverá de su lugar. Es eso o nada. Es hora de la verdad.

—No le tengo miedo, señor —declara un impetuoso Adrien, dispuesto a dar su vida por el hecho— ¡Sus días de terror se acabaron!

¡Estás muerto, Agreste!

Es una amorfa y salvaje criatura, la que desciende hasta el terreno baldío de su contrincante. Supura sed infinita, hambre y cero humanidades. Sus uñas se han desprendido de los dedos. La mandíbula de abajo, salivante. Carne expuesta desde los mofletes y parte ajada de su atuendo. Ha devorado a sus soldados. Mordidos o comidos. Nada importa. Impetuosamente, el capitán de la milicia civil reaparece entre el despoblado yermo. Trae consigo ordenes de Kagami, quien le ha comandado proteger y vigilar día y noche a su marido. Brinca de su caballo, desenvainando espada. Un manojo de patrullas lo respalda. Todos, listos para la victoria.

—¡Vamos a limpiar y proteger esta santa tierra, del mal! —valentona el capitán de milicia— ¡Por los Agreste!

—¡Por los Agreste! —berrean al unísono.

La batalla, inicia.

[…]

—¡Tsurugi-san! ¡Tsurugi-san! —Luka Couffaine entra al castillo, enajenado y desprovisto de todo estatuto señorial— ¡Es una emergencia! ¡Nos llega información del poblado! ¡El joven Adrien…!

—¡¿Qué le pasó a mi marido?! —Kagami se levanta, adjudicada— ¡¿Él está…?!

—Fue mordido por una de esas cosas…—sisea.

—¿Qué dices…? —Tsurugi no se cuestiona ni por un segundo, caer victima o presa del miedo. Luego tendrá tiempo de saber detalles sobre los acontecimientos. Si alguien menciona "Adrien infectado". Ella resolutivamente, lo soluciona. Lo velará por lo otro. Coge grebas, armadura y corre al sótano—. Ven conmigo. Es hora de visitar a ese anciano.

—¡Pe-Pero! ¡Tsurugi-san! —rebate el peliazul, siendo jalado por las escaleras— ¡¿No debería enviar refuerzos?!

—¡Cállate ya! —demanda, llegando al sótano— ¡Anciano!

En el laboratorio de Gabriel Agreste, Max Kanté y Wang Fu se ven alertados por su inoportuna presencia. Gente de la cual nadie habla, pero que continúan trabajando de lleno en masificar la cura a todo el reino. Kagami golpea el escritorio con violencia, exasperada. Solicita abiertamente sea entregada una muestra de tal suero.

Dámela. Mi esposo la necesita.

—El joven Félix y la señorita Marinette —advierte Max—. Aún están en monitor-…

—¡Dame esa maldita jeringa, infeliz! —chilla Kagami, arrebatándosela de golpe de los dedos—. Luka, ensilla mi caballo. Vamos por mi esposo.

—¡A la orden!

[…]

—¡Mi señor! ¡Mi señor, resista! ¡Ya matamos al Obispo! ¡Se murió! —exclama un soldado, desesperanzado— ¡¿Qué debo hacer?! ¡¿Qué hago?! Esa cosa lo mordió en el brazo…

—Hace…presión, con un torniquete —explica el galeno, apuntando a su pantalón—. El cinturón…

—¿El cinturón? ¿Qué hago con él? —no entiende— ¡Señor! ¡Apenas se leer! ¡Dígame que hacer!

Que irónico. Le he dicho que hacer. Pero supongo que hasta aquí llegué. Mierda, así que esto sintieron mi primo y Marinette ¿No? —farfulle, gruñendo de dolor—. Gnh…Grgg…carne

—¿Señor?

—Que sed…Arg…—berrea Adrien, con las pupilas grisáceas e inyectadas de un rojo furioso— ¡Dame de beber algo!

—¡¿Señor Agreste?! ¡Es-…!

Apártate, inútil.

—¡¿Tsurugi-San?! —se arrastra temeroso, hacia atrás— ¿Cómo es que…?

—Ka-Kagami…—sisea un malogrado Adrien, a portas de convertirse— ¿Es usted, real?

—Muy real, esposo. No crea que lo dejaré morir en estas paupérrimas condiciones. Usted me debe herederos aún —sentencia la japonesa, sacando la jeringa en el proceso—. Cierre los ojos, porque esto le dolerá —confiesa, dejando caer de lleno la aguja en su cuello—. Respire hondo. Puede que sienta que se muere, pero es natural. Sea fuerte —y empuja el líquido contra su dermis.

—¿Qué…? No me-…ngnh… ¡Arhh! ¡Agh! —se retuerce entre sus brazos— ¡KAGAMI!

—Shhh…todo estará bien, a partir de ahora…—murmura Tsurugi, acunando a su cónyuge contra su pecho—. Llore si guste. Maldiga si guste. Haga lo que guste. Pero resista y…muera. Para vivir de nuevo.

Luka desciende de su jamelgo. Pero al igual que el, los pocos soldados que aun mantienen el aliento esporádico, contemplan la escena como una tercera venida de cristo. Y es que nadie imaginó hasta ese momento, que dicho mal tuviera una cura. Lo cierto es que esa noche, los Agreste dejaron muy en claro que sí. Existía tal presbítero. Uno que prometía a todas luces, salvar a la humanidad. De entre tanta expectación, el mas pueril de las huestes fieles al poblado, hace una pausa y se arroja al barro. Reverencia, sin ninguna creencia puritana ni mucho menos católica o japonesa. Laico. Tan solo pide a los altos cielos, lo que sale de su corazón.

—Bendito sea el fruto a la cura de este mal satánico. Bendito sea el altísimo y el cosmos —suplica—. Larga vida a los señores Agreste.

Larga vida a los Agreste.

Todos y cada uno de ellos, se arrodillan contra el barro, dando su frente en son del pasto que toca sus pies. Se ha transformado en un rezo ecuánime. Algo que jamás antes se vio visto. Pues no quedará en los libros. Ni en los escritos de los mas grandes eruditos. El clérigo, ha quedado corto en esto. Ni siquiera la pagana brujera da abasto para semejante acontecimiento. Esto es ciencia. Ciencia y de pueril creencia, una exactitud del hombre. Una sabiduría ancestral. Que, a partir de este momento, los soldados esparcirán al principio como un mito. Luego será una leyenda y al final del día, una certeza. Una realidad. Kagami Tsurugi, una mujer empoderada para la época. Una indómita guerrera. Una líder y posteriormente una esposa devota a su marido, toma participe político y económico del asunto. Era la oportunidad que la lanzara al fanatismo de la aceptación.

Se levanta y proclama.

—¡Pueblo de Le Mans! ¡En efecto! ¡Tenemos la cura a este mal en nuestras manos! ¡Más aún! —determina, briosa— ¡No fui yo quien lo consiguió! ¡Mi marido! ¡El señor Agreste! Y grávense ese apellido a fuego en las mentes de sus hijos. ¡El lo consiguió! ¡Inclínense ahora! ¡Pasen de boca en boca! ¡Esparzan el rumor! ¡Todo aquel que quiera sanar, tiene que rendirle tributo a él! —añade, jocosa— ¡Es gratis! ¡No pedimos monedas de oro ni tierras! ¡Solo fidelidad, honor y respeto! ¡Lealtad! ¡Sean leales y les juro por la honra de mi señor, que salvaremos a Francia de las tinieblas! ¡¿Están con nosotros?!

¡Estamos con ustedes, Agreste! —vociferan unánime los soldado y presentes.

—Kagami —musita Adrien, ahogado— ¿Qué está haciendo…?

—Ganándose a su pueblo, Adrien. Nada malo. Solo digno de ser —declara Kagami, levantándolo hasta cargarlo sobre su hombro—. Traigan los caballos. Mi marido está muy débil. Volvemos al Castelo. Yo lo cuidaré.

—A su orden —asume un noble caballero, acercándole un ensillado corcel—. Venga con nosotros. La escoltaremos.

De vuelta a la morada. 22:20PM.

—¡Cof! ¡Cof! —tose Adrien, aquejado por los efectos nocivos del suero— ¿En donde está mi primo? Llevo días sin verlo.

—Su primo está aun en observación, joven Agreste —advierte Wang Fu, suspicaz—. Max es el encargado de monitorearlo.

—Aun no me responde mi pregunta, señor —espeta el francés— ¿Dónde está Félix?

—Curado y sanado, señor —explica Max, restado—. Yo como sujeto 0 lo he mantenido a raya.

—No me importa. Quiero verlo —reitera—. Demando hablar con él.

—Puede hacerlo, esposo —declara Kagami, suspicaz—. Técnicamente es amo y señor de la provincia. Si requiere, consigo obligarlo a pedir audiencia.

—No dije eso. Dije que quiero verlo —sisea—. Quiero a mi primo aquí, conmigo.

—¿Es una orden? —pregunta Luka, atormentado.

—No. Pero quiero verlo, joder —insiste— ¿Qué pasa con él?

—Disculpe —advierte Couffaine, malogrado—. Su primo hermano en estos momentos, se encuentra pasando intimidad con la señorita Dupain-Cheng. No se habían visto en semanas y ahora que ambos están curados. Pues…

—¿Eso que mierda significa? —gruñe.

—Significa que estará indispuesto por un prolongado periodo de tiempo, Adrien —contraría su consorte, ofreciéndole un té en el proceso—. Por favor, ya no se ponga tan terco. Beba esto, le hará recuperar fuerzas.

—Tsk…bien. Supongo que puedo esperar un poco más —desdeña el varón, tomando un sorbo de la infusión—. Muchas gracias, Kagami. De no ser por su oportuna intervención, yo estaría…

—Solo cumplí con mi deber. No puedo permitir que muera antes que yo —declara la japonesa, regalándole un pueril beso en la frente—. Fue un valiente guerrero hoy. El poblado ahora mas que nunca mantendrá viva esa fe en nosotros.

—Si. Pero me pareció una exageración que mencionara lo de ser autor de la cura —sisea el rubio, desecho—. Todos sabemos, que eso fue posible gracias a mi papá. Y a este honorable ancianito del cual, se muy poco —se gira hacia el—. De no ser por usted, estaríamos condenados.

—Mi buen señor, solo cumplí con mi deber con el reino —esboza Fu, en una sonrisa jovial—. Y me alegra que se sienta en mejor estado ahora.

—En nombre de mi familia, estoy infinitamente agradecido. Puede pedirme lo que guste —relata el conde— ¿Qué es lo que le gustaría tener? ¿Oro? ¿Un pedazo de tierra?

—En realidad, no estoy muy interesado en las cosas materiales, joven Agreste —comenta el mayor—. Sin embargo, si hay algo que me gustaría pedirle.

—Claro. Lo que guste.

—Quisiera continuar con mis estudios sobre este suero —declara—. Se que tiene intenciones de salvar a sus súbditos. Pero también deseo poder expandir este conocimiento por todo el reino. Curar a los que pueda rescatar, aún. El joven Max, aquí presente —lo emplaza, en su lugar—. Ha demostrado ser un chico muy inteligente y proactivo. Si consiguiera algo de ropa decente y un par de caballos, con alegría podríamos partir mañana mismo.

—Me parece un acto noble de su parte. Sin duda, le daré lo que pide —consciente el ojiverde.

—Siempre y cuando —objeta Tsurugi—. Recalque a quien le deben el honor.

—Querida —rebate el aristócrata—. Eso no-…

—Por mi no hay problema alguno —veda Wang—. Después de todo, no está muy lejos de la realidad el confesar que fue su familia la involucrada. El señor Agreste hizo lo que tuvo a su alcance para conseguir dar con la formula. Algo que ni la iglesia ni los grandes lideres, lograron.

—Mi papá no es una mala persona. Aunque muchos aquí lo odien —desmiente Adrien, cabizbajo—. Estaba actuando bajo la jurisdicción de un hombre devoto a su mujer. Está muy arrepentido y consciente del mal que provocó.

—Es una forma satírica de admitir que buscó redimir su manchado apellido —problemiza la samurai, mosqueada—. Sin embargo, no confundamos las cosas. Su persona seguirá tachada de lo que es, incluso en el exilio.

—¿Aun pretende enviarlo lejos? —consulta Couffaine.

—No cambiaré de opinión al respecto. Y eso bien mi esposo lo sabe —desestima la nipona, levantándose del sofá—. La decisión ya está tomada.

—Bien. Eso ya no es problema para mi —exhala el heredero de los Agreste, condenado a su dictamen—. De igual manera, está más que asumido. Lo que me tiene angustiado ahora, es otro asunto. El tema de los incendios. ¿Qué información tenemos de Chloé Bourgeois? ¿Se sabe algo sobre su paradero?

—Nada por el momento, Adrien —balbucea Luka, desalentado—. Conversé con todos los aldeanos que pude al respecto. Incluso con mercaderes del puerto. Ni un solo rastro de ella. Es como si se la hubiera tragado la tierra.

—Está claro que estuvo involucrada en el incidente. Por lo que muy lejos no debe de andar —farfulle Adrien, paseándose por el salón de manera reflexiva—. Nadie aparece y desaparece por arte de magia a su antojo. No es un fantasma, por todos los dioses. Es solo una mocosa mimada.

—Tiene sentido. No actuó sola ni por su cuenta. Alguien más la está ayudando. Y posiblemente la encubra, ocultándola no muy lejos de aquí —determina el caballero de mechones añiles.

—Hablé con una fuente confiable del tema y me comentó más o menos sobre aquella secta. Se hacen llamar "los milagrosos" —relata Kagami—. Gente que rinde culto a una religión pagana nacida al sur de Paris. Existían en estas tierras mucho antes de que Francia fuera nación. Cuando solo eran ciudades estados.

—¿Paris? Lo siento —esquiva el rubio—. Pero por el momento, no me moveré de mis tierras hasta asegurarme de haber erradicado a esas cosas por completo. No podré proteger a un reino si no soy capaz de velar primero por mi propia provincia —añade— Esa fuente de la que habla ¿Quién es?

—Un miembro activo de la secta, de hecho —expone su cónyuge—. Su nombre es Sabrina. Y trabaja para el burdel de la ciudad.

—¿Es una broma? —bufa el varón— ¿Su fuente más confiable es una meretriz?

—¿Por qué le sorprende? — escudriña de vuelta, garbosa— ¿Esperaba encontrar mayor sinceridad, en un alfarero, por ejemplo? No subestime el adeudo de una trabajadora de la noche, cariño. ¿Quién mejor que ellas para saber lo que se dice a viva voz? —descuelle—. Las prostitutas y los huérfanos de la calle, son una mina de información. Saber sacarles provecho, es estratégico.

—Wow. Kagami…es usted muy inteligente —aplaude Luka, sorprendido—. Ha construido su propia red de espionaje en el bajo mundo. La admiro.

—Ojalá pudiera admitir que todo es meramente inexcusable —masculle con desazón, el conde—. Pero estoy seguro de que se puede prescindir de las prostitutas —. No puedo evitar recordar, el irremediable gusto que profesa mi esposa por esas mujeres. Que desagradable tener que soportarlas —carraspea, despabilando—. De acuerdo. Quisiera hablar personalmente con esa tal "Sabrina". Prepárenla y avísenle que tiene una audiencia. Y, Luka. Arregla todo para que el señor Fu y su ayudante Max, partan mañana mismo con el suero hacia el poblado y aldeas aledañas.

—Como usted ordene, Adrien —asiente, caviloso.

[…]

Me pregunto ¿Qué horas serán? Apenas si consigo abrir los parpados. La sacudida absoluta de lograr estirar cada musculo de mi anatomía, me hace retroceder en el tiempo. A ese fatal momento en que mi alma y la suya, se han ungido en el océano de nuestro inefable amor. El tiempo, no es mas que una ínfima parte sesgada en esta habitación. No representa, lo que finalmente somos. Uno, con el todo. Con la fe sin límites, que ansiosos profesábamos por este encuentro. Las paredes de este cuarto, han sido testigos de ello. Y sobre esta cama, escribo el poema más indulgente de todos. Enternecido por el contacto suave de su humedecida piel. Los jadeos exhaustos, los abrazos, los besos que nos regalamos. Son el indicio de que por fin todo estará bien entre nosotros. Es lo que decido creer.

Como el altísimo nos trajo al mundo, nos envolvemos entre estas tibias sabanas. Ya nada ni nadie, podrá volver a separarnos, Marinette.

—Estás temblando —murmura Dupain-Cheng, recostada sobre el pecho de su amante— ¿Te sientes bien?

—Nunca antes me sentí mas vivo. Descuida, es solo un acto reflejo de la ocasión —balbucea Fathom, mordisqueándose el labio inferior con lascivia—. Mhm…Marinette. Eso a estado realmente muy bien. No recordaba un momento como este, tan…

—Yo también lo he disfrutado mucho, Félix —sisea la muchacha, con voz metálica—. Es una lastima que la felicidad sea tan efímera y se limite a momentos como estos.

—¿Qué cosas dices, amor? —pregunta el inglés, en un inofensivo beso contra su frente— ¿Por qué no podemos simplemente ser felices siempre?

—Porque la realidad de estar vivo, consiste en estar consciente de ello —exhala Marinette, de manera benigna.

—¿Cómo…?

—Félix. Hay algo…que tienes que saber.

Marinette se levanta, cediendo al arrojo cálido que me brindaba hasta ese momento. Algo parece preocuparle. ¿Habré caído en la torpeza de creer, que ya nada podría hacernos infelices? Se cubre con las sabanas y busca un par de prendas de vestir, deambulando decaída por el lugar. No comprendo y sin duda me intranquiliza su actitud. Todo indica que no tiene nada que ver con lo que acabamos de hacer. Es algo más. Algo mucho más profundo, que la atormenta. Me paro, acomodo una prenda interior y la alcanzo hacia el ventanal en donde reposaba, contemplativa. La abordo por detrás. Besando su hombro izquierdo, impaciente; le digo.

—¿Qué está pasando? ¿Qué es lo que debo de saber?

—El suero, me salvó ¿Sabes? Bueno, a ambos —murmura cabizbaja, la peliazul—. Desde que me infecté de ese bicho horrible, lo único que podía hacer era intentar luchar por mi vida. Prolongar lo inevitable. Terminar convertida en una de esas cosas, era lo ultimo a lo que espiraba.

—Te lo dije ¿No? —sentencia Graham de Vanily, afable—. Te dije que te ayudaría. Te juré con mi honor, que vivirías muchos años mas para contarlo. Bajo ningún punto de vista se me pasó por la mente verte perecer.

—Y cumpliste con tu promesa. A cabalidad, lo hiciste —musita Marinette, tomando la mano que acaricia su hombro—. Sin embargo, durante todo este tiempo, mis días fueron una constante lucha de sobreviví, lo más que pudiese para alargar mi vida a tu lado. A tu lado y al de Emma. Aunque mis células fuesen muriendo cada segundo que pasaba. Consumiendo mi cuerpo por dentro y por fuera.

—No estoy…—traga saliva, pasmado—. Comprendiendo del todo lo que me quieres decir, Marinette. ¿Acaso el suero te hizo algo más?

—Estaba muriendo, Félix. Paulatinamente, mis entrañas se iban pudriendo como carne al sol —revela Dupain-Cheng, girándose hasta quedar frente a su pareja—. Se que tu también lo experimentaste ¿No? El cambio. La transición de pasar, de un no muerto. A morir, para vivir de nuevo.

—Si. Lo hice. Estábamos contra el tiempo, Marinette —relata el inglés, timorato—. Ni si quiera pudimos hacer pruebas a otros sujetos. El suero había dado frutos. Curó a un infectado y fui yo quien, sin dudarlo, personalmente me ofrecí de voluntario para tomarlo primero —agrega—. Debido a que todo surgió demasiado rápido y yo perdí la consciencia durante tres días, no supe nada más. La idea era poder analizar los pro y contras, para finalmente usarlo en ti. Hasta el momento…nada malo ocurrió. Heme aquí —expone—. Mas vigoroso que nunca. Como un recién nacido. Pero claro, imagino que alguno que otro malestar debe de provocar también. No todas las personas responden igual a algo tan invasivo.

—Eran los riesgos que teníamos que correr. No había más opción —sentencia—. Era eso…o nada.

—¿Es eso, Marinette? —propone Graham de Vanily, incauto— ¿Acaso estás experimentado contra indicaciones por su uso? Porque si es así, de inmediato me pondré en marcha par-…

—No, cariño. No estoy experimentando nada de eso —le acalla de sopetón, esbozando una sonrisa derrotada en el proceso—. Ya lo hice. Ya pasó…

—¿Co-Como que ya lo hiciste? —Félix hace una pausa, apretando los labios. Teme escuchar lo peor—. Ma-Marinette…por favor. No me asustes así. ¿Qué fue lo que pasó?

Lo perdí…

—¿Qué?

—Perdí…a nuestro hijo, Félix —sentencia Marinette, con la voz quebrada y lagrimas en los ojos—. Fue inevitable. No pude hacer nada. Yo morí. Y el…también…murió conmigo.

—No…Marinette. Por favor, no me digas eso —niega el británico, dando un paso hacia atrás—. Te ruego, no me-…

—Perdóname, mi amor —berrea la ojiazul, cubriéndose el rostro con ambas manos—. Perdóname…

—No puede ser —farfulle Félix, derramando lagrimas tras lagrimas— ¿En verdad está muerto? Oh, dios. Por favor, no me hagas esto —hipa, totalmente descalabrado. Se arroja al suelo, de rodillas—. Dios…

—Fue casi instantáneo —masculle, atosigada en angustia—. En cuanto recobré la consciencia, estaba sangrando. Un aborto espontaneo, diría yo —se abraza así misma, descalabrada—. Ni si quiera pude intentar salvarlo. Salió de mí, solo. Tenia mucho miedo. De pronto estaba…

Marinette continua su relato, rompiendo en un llanto a mares que ni si quiera me permite escuchar con atención. Pues ahora mismo, me veo ensimismado en mi propio sufrimiento. Y egoístamente, me he cegado. Me he ensordecido. ¿Qué mierda significa esto? ¿Por qué, señor? ¿Por qué me has dado este dolor? Yo que siempre te juré lealtad. Lo mínimo que tenias que hacer, era velar por mi primogénito. ¿Así es como me pagas? Maldito…traidor. Me has arrebatado el amor de la forma mas infame posible. Y no sabes cuanto…te odio…

—Félix. Félix, por favor. Mírame. Hey —Marinette se arrodilla frente a su pareja, en un intento desaforado por hacerle recobrar la cordura—. Tu no tienes la culpa de esto ¿Sí? Solo estabas intentando salvarme la vida. Nadie la tuvo. Simplemente, pasó. No hace falta que-…

—Te equivocas —rezonga Fathom. Bosquejando una mueca irascible y dotada de dolor—. Siempre hay un responsable.

—¿A quién vas a culpar? —proclama la ojiazul, desorientada— ¿A tu Dios? Es ridículo, Félix.

—No estoy…pensando con claridad justo ahora ¿Sabes? —descuece el rubio, limpiándose los parpados para finalmente, levantarse de nuevo—. No me importa si el tuvo la culpa o yo la tuve o todos la tuvimos. Los hechos hablan por si solos. No hay fe que aguante esto.

—Félix, tu mismo hablaste muchas veces sobre la perdida —enuncia la condesa, malograda—. No permitas que sentimientos incomprensibles te lleven a transitar un camino del cual, no deambulas.

—Dime una cosa, Marinette —retoza Graham de Vanily, con voz agria y semblante huraño— ¿Cómo conseguiste dar con el suero?

—Fue Emilie —confiesa, indulgente—. Ella vino para ayudarme. Aunque tampoco sabía nada de sus consecuencias. La hubieras visto cuando todo eso pasó…—adiciona, pasmada—. La pobre lloró más que yo. Imagino que ella mas que nadie conoce lo que es, perder a un hijo. Curiosamente, se comportó de una manera que jamás antes pensé ver.

—¿Por qué? —gruñe— ¿Porque es una mujer cruel y despiadada?

—No sé ya…que pensar de ella ¿Sabes? —musita Marinette, embrollada—. Es una mujer mucho mas compleja de lo que imaginé. A pesar de todas las brutalidades que ha cometido. Siento, en el fondo del corazón. Que su instinto maternal la tira a hacer cosas impensadas. Cosas…buenas.

—Imposible. Mi tía es todo, menos una madre puritana —contradice el ojiverde, injuriado—. Hay que ver como se ha comportado con mi primo Adrien.

—Félix, Emilie ha sufrido bastante. Por situaciones que tu desconoces…—desmiente Dupain-Cheng—. Por lo demás, fue ella quien me dio fuerzas para no declinar esa noche. Estuvo aquí, de principio a fin. Hasta se ofreció para asistirme en la perdida. Todo esto pasó, durante el eclipse. No había quien me tendiera una mano.

—Es una farsa, Marinette —opone el Duque—. Mi tía solo busca su bienestar.

—Puede ser. No te lo niego —contesta la fémina—. Pero aún así y contra todo pronóstico, estaba ahí para mí. ¿Qué puedo hacer al respecto?

—¿En dónde está ahora?

—Ni idea. Supongo que en su cuarto o de vuelta al calabozo en donde Kagami la tiene —replica, azorada—. Pudo haber aprovechado la oportunidad de distracción para huir ¿No? Sin embargo, no lo hizo.

—Es porque algo mas trama. No hay manera de que Emilie sea buena persona justo ahora —contraría Félix, recogiendo sus prendas de vestir—. Me tengo que ir. Hay asuntos que debo terminar de resolver —dice, caminando hacia la puerta—. Por favor, hagas lo que hagas, no le cuentes de esto a nadie. No aún.

—¿Qué demonios pretendes hacer, por todos los cielos? —porfiria Marinette, ofuscada—. Ni si quiera estás pensando con claridad.

—Ya sé —advierte Fathom, frustrado—. Se que no estoy pensando bien. Pero no es eso lo que me preocupa ahora. Mi sanidad mental, no se compara en nada a mis propias creencias.

—¿Y cual es la solución, según tu? —examina la peliazul, sensitiva.

—Ve a ver a Emma —refunfuña, cambiando radicalmente el tema—. Luego tendremos tiempo de llorar a nuestro hijo.

—Félix, eres un niño muy terco… ¿Lo sabias?

—Lo sé —veredicta el varón, por sobre el hombro— ¿Y que, con eso?

—Nada…—sisea Dupain-Cheng, abochornada. Desvía la mirada—. No lo dije como algo del todo malo. Me gustas así…

—Adiós.

—…

Calabozos. 23:54PM.

—¿Y a usted que le pasa? —sugestiona Lila, a un costado de la celda—. No ha parado de lloriquear como una magdalena y encima se pone a rezar cosas ridículas. ¿Tan terrible fue presenciar el eclipse?

—Eso no es de tu incumbencia, boticaria —protesta Emilie, enjuagándose las mejillas con la ayuda de un trapo grisáceo—. Cada quien sabe lo que le aqueja.

—¿Qué pasó, señora Agreste? Antes la creí una aristócrata altiva y soberbia que, menospreciaba al resto —bufa Rossi, rasguñando las paredes con una piedra— ¿Será que al fin puede ver su fatídico destino? Muy pronto será exiliada a quien sabe dónde. Y terminará siendo la cena de esas cosas.

—Para que te vayas informando, mujer vulgar —discute la señora Agreste, con engreimiento—. Lo que menos me preocupa ahora son esas cosas. Ya encontraron una cura al mal y la mayoría de los pobladores se están mejorando de eso.

—¿Cómo dice? —espeta, estupefacta— ¡¿Ya tienen una cura?! ¡¿Por qué carajos no me lo dijo?!

—¿Y por qué mierda compartiría información tan valiosa contigo, sobre eso? —bufa, sarcástica—. Ni que fueras tan relevante.

—¡Óigame! ¡Yo aporté también! —se levanta, incomoda— ¡Fui yo quien le dio el dato del anciano chino ese, al monje!

—¿Por qué asumes que fue Félix, quien encontró la cura?

—Bu-bueno…porque es el mas inteligente de la familia, está claro —se adjudica.

—Ridícula —ríe—. En mi familia, todos somos inteligentes. La única estúpida, eres tú. Por eso jamás formaste ni formaras parte de ella. Morirás siendo lo que eres. Una pobre y triste campesina. Manca, encima. ¡Jajaja!

—¡¿Qué dijo, bruja horrible?!

La puerta se abre de golpe. Uno de los guardias, hace ingreso.

—¡Señora Agreste! ¡Venga conmigo! ¡Son ordenes!

—Que bien. Al fin me van a sacar de esta pocilga —chista la rubia, tomada— ¿Ya me van a exiliar? Es que no doy ni un solo segundo mas compartiendo cuarto con esta piojosa.

—¡Maldita perra! ¡Deje que le ponga las manos encima! —Lila se arroja a ella, furiosa.

—¡Atrás, homicida traidora! —retoza el soldado, empujándola de una patada hacia un costado— ¡No irás a ningún lado! ¡Y por lo demás, no tienes "manos" suficientes! —se burla—. De pie, señora. Venga conmigo —la jala a la fuerza.

[…]

—Aquí tiene a la prisionera como solicitó, Duque de Hastings —profesa el miliciano, empujándola hacia el interior del cuarto—. Me avisa si necesita algo más. Estaré en la puerta.

—Gracias, Étienne. Te aviso cualquier cosa —sentencia Félix, despachándolo.

Una vez a solas. Habitación de Félix. 00:34AM.

—¿Qué quieres, Félix?

Fui yo en persona, quien comandó a las huestes de Kagami, ver en una audiencia extra oficial a mi tía. Emilie se presentó frente a mí, con la típica condición agria de siempre. La de una mujer fría y superficial. Mostrando ápices de displicencia y repudio hacia mi persona. No era como si fuese la primera vez que la veía tomar esa actitud. Me pasé la vida entera, de niño a adulto, tolerando y confrontando aquel rechazo carnal. Aunque Marinette no lo supiera, yo fui testigo de la conversación que tuvo con mi tío esa noche. Por lo que, indudablemente conocía su historia detrás. El por qué, me odiaba tanto. Mas bien, el recelo que me guardaba. Algo que ni si quiera ella tenía del todo claro. Me profesaba en una ventaja en ese momento. Así que, obviando las injurias que me hizo pasar de antaño, le quité las esposas, le desamarré los tobillos y permití explícitamente que caminara libre por el cuarto. Voy a aclarar mis intenciones, sin tapujos ni mayores miramientos. No deseo odiar a esta mujer. Pero me veo en la obligación, de buscar culpables a la perdida de mi neonato.

—¿Agua?

—No, gracias —niega—. Llevo demasiado tiempo bebiendo de algo tan sucio como eso.

—Vino entonces —repugna, sirviendo dos copas colmadas. Una para el y una para la mujer. Se la alcanza—. Tómala.

—No quiero.

—Lo vas a necesitar —insiste, obligándola a tomar la copa. Se gira, dándole la espalda—. No te traje aquí para preguntarte que es lo que quieres o que deseas en tu vida. Lo cierto es que te odio.

—¿Y por eso me desatas y me das a beber vino? —bosqueja la fémina, sarcástica.

—En efecto. Si —declara—. No pretendo que pienses que el odio, solo se manifiesta en son a la violencia. La ira, está por sobre la lógica. Así que, no te sorprendas si te aborrezco y te trato decentemente.

—Me pregunto qué pensaría Kagami sobre esto —sisea Emilie, bebiendo un sorbo.

—Kagami es una mujer sumamente inteligente —retrata el inglés—. Pero le falta saber como canalizar su frustración. Mi primo se encargará de hacerle entrar en razón.

—Ese matrimonio es una farsa.

—Ese matrimonio, es lo que aun te mantiene con vida —repudia Félix, fulminándola con la mirada—. Para nadie es un hecho de que sean como el agua y el aceite. Pero son la prueba mas fútil, de que algunas relaciones son una empresa, más que otra cosa. ¿No era eso a lo que siempre aspiraste?

—Sería absurdo negarlo a estas alturas —asiente la mayor, paseándose por el cuarto y tomando un poco más, de tal brebaje—. En efecto, tienes razón. Tú siempre demostrarse ser muy templado a la hora de tomar decisiones. Mi hijo cometió el error de enamorarse a destiempo. Eso lo llevó a la ruina.

—Lo dices como si tu matrimonio no se hubiera ido al caño también —carcajea Graham de Vanily, acabándose de lleno su copa. La rellena—. Y lo mas chistoso, es que tú, eras la enamorada. ¿Será karma?

—¿Qué pretendes, Fathom? —retoza, mosqueada.

—Pretendo que abras los ojos, Emilie —bebe otro sorbo—. El amor, el odio, el recelo, la frustración, el poder. Son cosas que no puedes combinar entre sí. Aspiraste a ellas y te jugaron una mala pasada. Lo cierto es…que te irás exiliada de igual forma. Quieras o no. No obstante, eso no implica que yo asuma que eres una maldita bruja cruel y despiadada. ¿Me explico?

—¿Así es como me ves?

—¿Te preocupa el cómo te veo yo? —arquea una ceja.

—No. Para nada —bebe.

—¿Y si digo que Adrien te ve así? —añade.

—Imposible. Él es mi hijo —contradice.

—Y tú, su madre —desmiente—. Y, aun así, no tiene la más mínima intención de salvarte del exilio ni mucho menos, visitarte. Si lo hizo, fue porque yo intercedí en ello.

—¿Quieres enemistarnos? —masculle—. Eres un cabrón.

—No me estas escuchando con atención, Tía —esclarece, el varón—. Te estoy diciendo que Adrien te dio antesala y cambió su paradigma, por mí. Yo blanquee tu imagen.

—¿Y ahora resulta que te debo algo, infeliz? —Emilie rompe la paciencia, malograda— ¡Como si no supiera que fuiste cómplice todos estos años de Gabriel y mi hermana!

—¡Mujer! ¡Yo solo tenia 8 años! ¡¿Te estás oyendo?! —se defiende el inglés— ¡Deja el rencor atrás! ¡Gabriel te amaba cuando se casó contigo! ¡Todo lo demás, se dio luego de que perdieras a ese bebé!

¿Ese bebé…? —Emilie hace una pausa, helada— ¿Tu como sabes de eso?

—El mismo, nos contó su versión de los hechos —confiesa—. Pero no te cité para cuestionar tus dolos. Solo vine a buscar respuesta de los míos.

—Comprendo. Entonces quieres saber ¿Qué pasó con tu bebé?

—Emilie —Graham de Vanily, modifica su rostro. Casi enajenado y dispuesto a matarla—. Como quieras hacer una broma extraña o burlarte de eso, yo te-…

—Jamás caería en eso, Félix —determina Emilie. Abochornada y sumamente humillada, declara con humildad—. No pedí eso…

—…

—Yo no sabía que Marinette cargaba un bebé tuyo en su vientre al momento de darle el suero. Ni si quiera estaba consciente de sus contradicciones. Solo quería aliviarla y salvarle la vida. Lo juro…aunque no me creas. No es como que camine por el mundo provocando tales dolos —expone Emilie, vencida—. Fue un caos. La vi sangrar y solo atiné a asistirla. Bien dijiste que conoces mi historia sobre la perdida de mi hija. La hermana de Adrien. Que no logró nacer a tiempo.

—¿Realmente te preocupaste por ella?

—Lo hice. Lo juro, por el amor que siento por Emma —no hay nada mas real que eso—. Me sentí tan mal, que casi hice de su perdida, la mía. Desde ese momento, no he dejado de rezar.

—¿Por quién rezas? ¿Y a quién? —cuestiona.

—Como que ¿A quien y por qué? —sisea Emilie, acongojada— ¿Qué pasa? ¿Acaso ahora cuestionas tu fe?

—No quiero hablar de eso —le da la espalda.

—Félix. Puede que quizás en el pasado te haya juzgado mal. Incluso hace unos diez minutos atrás, pensara lo mismo —recula la rubia, arrimándose contra su espalda—. Pero perder un hijo…es algo con lo que nunca he jugado.

—¿Incluso si producto de ese virus mataste a muchos en el proceso?

—¿Por qué de pronto solo yo, soy la mala? Cuando los reyes de estas naciones han masacrado miles. Incluso la misma iglesia —determina, azorada— ¿Acaso buscas un culpable a tu dolor? Porque si es así, viértelo en la sociedad. No en mí. Cometes un error garrafal en esto.

—No pretendas manipularme, tía —se gira violentamente, tomándola de los hombros—. Emilie, el mundo ya era una mierda antes de que esos bichos aparecieran. ¿Por qué agraviarlo? Tú eres la única culpable. Mi hijo estaría vivo ahora mismo, si no fuera porque Marinette no se infectara. Es tu maldita culpa.

—Pero está viva ahora ¿No? Sana y salva. Lista, renacida, para continuar el camino —le acompaña la mujer, tomando su rostro con ambas manos—. No seas tan obtuso. Se puede solucionar. Le fe-…

—La fe no es suficiente, ya.

—¿No es la fe, algo ilimitado? —cuestiona, sugestionada.

—No. Tiene limites —advierte el varón—. Alguien debe pagar por esto.

—Bien. Entonces, si buscas responsables —veredicta la mujer, acabándose su copa y caminando hacia la puerta—. Hazlo contra tu Dios. Él es el único que permitió en un comienzo, esta absurda guerra. Y si no estas de acuerdo, eres muy idiota. En serio. Me voy. Prefiero permanecer en mi calabozo que seguir viéndote la cara. Me da-…

—Alto —Félix la ataja del ante brazo, a portas de salir. Dice—. Emilie ¿Qué hiciste con mi hijo?

—Nada que su madre no quisiera —declara la ojiverde, derrotada—. Fue depositado en un mini ataúd y enterrado, como ella exigió. ¿Quieres saber en donde descansa ahora?

—Si. Lo necesito.

—Bien —la señora Agreste se suelta de su agarre, ofuscada—. Está reservado en los campos de abedules, al sur de la campiña Agreste. Si necesitas saber algo más, consúltalo con ella. Mi paciencia se acabó. Adiós —golpea la puerta— ¡Étienne! Llévame de vuelta al calabozo.

—A la orden, señora Agreste —ingresa, esposándola—. Andando.

¿Mi hijo? ¿Un neonato? ¿Fue enterrado en un cementerio improvisado; pagano del cual desconocía? Esto es una pesadilla, señores. No tiene pies ni cabezas. Armado de cobardía y merito de gallardía, le pedí a Luka; quien era el más conocedor de estas tierras, que me llevara a la zona del suceso. Montamos caballos a eso de las 1:21AM. Luego de cabalgar 1 kilómetro y medio, fuimos a dar con su tumba. Era bastante indigente, por lo demás. Como quien sepulta a un ser desgraciado. Poco ameno. El cielo se había teñido de un grisáceo porvenir y las lluvias a monzones no demoraron en caer sobre nuestras cabezas. Empapado, logré distinguir una animita, que a duras apenas ni nombre profesaba en la hiedra. No estaba adornada con flores, con una piedra ni mucho menos una dedicatoria. Solo era un pedazo de bulto sobresaliente, entre barro y maleza. Con una cruz de madera muy rudimentaria, que determinaba el camino hasta él.

Me siento ofendido. Injuriado. Muy, asaltado. Esta no es la forma en la que deseo despedir a mi familia. Va en contra de todos mis principios. Quiero gritar. Gritar a los altos cielos y a los vientos. Pero nada puedo hacer. Ahí descansan, los restos de lo que alguna vez, pensé sería mi hijo. Necesito maldecir a alguien. A quien sea.

Me denuedo desahuciado contra las rodillas. Agarro un puñado de tierra y lo lanzo furiosamente hacia el espontánea sepulcro. Es un nicho, solamente. Un lugar de descanso que no me da paz en el alma. Mi bebé. Mi hijo. Vehemente, me levanto desde el pasto y declaro abiertamente a los elementales, lo que mi propia madre dijo en un comienzo. No soy un monje anglicano. Estoy en guerra con dios. ¡Me importas una mierda, Dios! ¡Entérate! Clamo a los vientos, entre céfiros y lluvias ofuscadas.

—¡Fe sin límites! ¡¿No?! —vocifera Félix, vejado— ¡YA NO TE TENGO MIEDO! ¡¿ME OYES?!

—Félix…—musita Couffaine, expectante.

—¡Ya me cansé de ti! ¡Ya no te debo nada, traidor! —exclama contra la lluvia.

Luka intenta calmarme. Pero soy yo, quien lo empuja hacia atrás. Era el momento que estaba esperando. El mal augurio que mi madre, profesó para mí. Nunca debí portar este hábito. Esta toga, en pos de una vestimenta. La desgarré, con la fuerza y el brío de un hombre cortando cadenas. Un hombre, dispuesto a enfrentar la realidad, lejos de la fe. ¿Limites? Todo tiene su límite. Yo he llegado al mío. Se acabó. Todo…se acabó para mí.

Un trueno rompe el silencio noctívago, surcando de lado a lado e iluminando todo a su paso. Luka, quien poco y nada entiende, decide tomar los trozos de tela desgarrados del piso y los sube a su caballo. El diluvio no cesa. Pero me mira, como si hubiese presenciado un fantasma. Algo yace parado a mi lado. Algo, de lo cual no logro ser testigo visual. Mas el, lo presencia.

Jul…por favor, sánalo. Ayuda a mi amigo…

Que insoportable sensación de asfixia me obscurece. Mi garganta se comprime, agrietando los labios humedecidos en una suerte de gruñido. Siento la ropa interior pegada a la piel, empapada. Mis lágrimas se diluyen con la lluvia. De rodillas y puños contra el barro.

Una mano sobre mi hombro. Siseo.

—Luka. No vas a convencerme de seguir por este camino. Estoy fuera. Te ruego me dejes en paz y no me toques.

—No te estoy tocando, Félix… —advierte el peliazul, en un sollozo frugal.

¿Eh? ¿Qué? ¿Qué fue eso? Me giro. No hay…nadie a mi lado. Mi compañero está bastante mas lejos de lo que dimensioné. ¿Quién me puso esa mano entonces? Lo observo, anonadado. Me niega con la cabeza, compungido y sumamente pasmado. Eso…se sintió tan cálido. Tan suave. Una sensación candorosa me llena el pecho de aire caliente. ¿Qué significa esto? Elevo la vista al cielo. Otro rayo revienta sobre mi cabeza. Finalmente, despabilo. Flaqueo y me levanto del suelo. Aprieto los puños.

—Le hice una promesa a mi madre —sentencia Félix, desahuciado—. Le di mi palabra que en cuanto naciera mi hijo, me quitaría el hábito y aceptaría renunciar a esta fe. Sin embargo, eso no va a pasar. Ni si quiera terminó su desarrollo embrionario. No logró, ver la luz del sol. Falleció…—determina, examinando la pequeña tumba a un costado—. Entonces me pregunto ¿Qué es lo que tengo que hacer ahora? ¿Qué sigue, para mí?

—Félix…—murmura el peliazul, arrimándose hasta su camarada. Lo voltea, delicadamente. Toma su rostro y le mira a los ojos, con ternura—. Escucha. Tal vez yo no sepa mucho de casi nada sobre perder un hijo. Pero si sé, lo que es perder. Sobre todo, cuando se trata de un ser querido. Alguien que amas con el alma —añade, masajeando sus mejillas—. Tu me enseñaste que todas las cosas pasan por algo. Y que es el altísimo, quien traza pruebas para nosotros. Mismas que nos llevan a ganar enseñanzas. Tal vez, aun no era tu hora de deshacerte de esta fe. Siento que algo mas te espera ahí afuera.

—Luka…tú…—murmura Fathom, conmovido con sus palabras. Ha correspondido el gesto, sujetándole la cabeza con ambas manos de vuelta—. Has demostrado ser un amigo tan sabio y digno de mí. Incluso si no sabias leer o escribir, siempre tuviste las palabras correctas para consolar mi alma en los momentos mas oscuros de mi vida. Realmente…nunca creí que diría esto. Pero te quiero mucho ¿Sabes? Te quiero, como se quiere a un guía espiritual. Eres muy importante para mí —añade, juntando su frente contra la suya—. Por favor…nunca me prives de tu compañía.

—F-Félix…yo…quiero que sepas, que tu eres muy preciado para mi —balbucea Couffaine, ruborizado hasta las orejas—. Yo soy capaz de dar mi vida por ti. Si tan solo me lo pidieras, por ti moriría. Mi lealtad está con mi señora. Pero tú, tienes un lugar especial en mi corazón —sisea, perdidamente seducido por sus ojos—. Jamás te privaría de mi compañía. Si tu me prometes no privarme de la tuya.

—Somos camaradas, Luka —sentencia Graham de Vanily, palmando su nuca con potestad—. Juntos, hasta el final. Te quiero.

—Yo también te quiero, Félix. Mucho…—murmura, en un jadeo caliente—. Mucho…mucho…tanto que…—se aproxima a él; tentado a todas luces a robarle un beso—. Yo…

Eh…esperen un momento. Esto es otra cosa. ¿Qué estás…? —Félix se congela, apartando el rostro lentamente hacia un costado—. L-Luka… ¿Qué crees que haces?

—Ah. ¿Huh? ¿Qué? ¿Qué, hago? —despabila, parpadeando repetidas veces— ¿Co-con qué, específicamente?

Dios. No puede ser. ¿En verdad el…? Ahora entiendo todo —espeta el rubio, estupefacto— ¿Es mi imaginación o acabas de intentar darme un beso en la boca?

—¿Qué? ¡N-no! ¡O sea! B-bueno…—irrefutablemente avergonzado, se separa de el de manera violenta. Desvía la mirada— ¡Pe-perdóname! ¡No fue mi intención! ¡Solo me dejé llevar por el momento!

Ay, no. No puede ser. Que fatídico escenario. Lo que menos quiero es hacerlo sufrir —exhala el ojiverde, descalabrado—. Luka…por lo que más quieras, no hagas esto —da un paso hacia atrás, pesaroso—. No se te ocurra enamorarte de mí. No soy la clase de persona que crees. Lo ultimo que deseo es hacerte daño…

—Lo siento…—aclara el peliazul, abatido—. No pude evitarlo. Solo…se dio así.

—Tu sabes que estoy enamorado de Marinette —contradice—. No puedo corresponderte…

—Ya lo sé. Lo sabía desde antes y lo entiendo ¿Sabes? No me debes explicaciones —farfulle el caballero, esbozando una sonrisa vencida—. Estoy consciente de que te gustan las mujeres.

—Tampoco me mal interpretes así —manifiesta Félix, jugueteando timorato con sus manitos—. No es que me gusten las mujeres, en sí. Me gusta Marinette. Y no creo, poder cambiar de opinión al respecto.

—¿Qué? ¿Entonces, tú…? —pestañea, absorto con su comentario.

—Terminaremos por pescar un resfriado si seguimos aquí —resuelve Graham de Vanily, caminando hacia su caballo. Ha optado por no continuar indagando sobre el tema ni mucho menos, tocar sus intereses afectivos. Monta—. Ven. Vamos —lo alienta—. Regresemos al castillo.

Luka asiente, subiéndose a su corcel. Aunque ahora mismo, no le veo molesto ni mucho menos agraviado por mi rechazo. De igual manera, le ha quedado el resquemor de que nuestra relación se quiebre por culpa de esto. Es natural. Me dice.

—Esto no va a afectar en nada ¿Verdad? Quiero decir…—relata, inquieto—. Seguiremos siendo amigos como de costumbre ¿No?

—Por supuesto que sí. Eso no está en discusión —aclara el rubio, esbozando una sonrisa jovial—. Y la verdad…te agradezco muchísimo que profeses sentimientos tan bonitos, por mí. Me siento honrado y halagado. Solo lamento, no poder corresponderte como quisieras. Mi alma y mi corazón ya son de alguien más. Espero, lo entiendas.

—Lo entiendo. Y prometo no tocar de nuevo este tema —suspira Couffaine, resignado—. Lo has dejado todo muy en claro.

—Volvamos —talonea su jamelgo.

¿Qué significa finalmente, la fe? ¿Tan solo un puñado de cánones de normas religiosas, escritas de puño y letra sobre un texto sanscrito? ¿O es un sentimiento arcano que nos envuelve a todos, bajo un mismo temple? Esperanza. La clase de conmiseración que la humanidad necesita recobrar. Si la espiritualidad del hombre, se mece entre hacer el bien, buscar la paz interior y el equilibrio del corazón. No necesito ser un monje anglicano para llevar a cabo mis creencias. Comienzo a urdir que la fragua de mi destino, no yace encerrada en un culto en específico. Perder a mi neonato ha marcado un hito en mi vida. Los caminos que proyecté transitar, se bifurcan delante de mí. Tejen un manto de incertidumbre que me obliga a replantearme todo lo que he hecho hasta ese momento. ¿Tengo que expandir mis sentidos? ¿Investigar más? ¿Analizar el mundo, con ojos inteligentes? ¿La mente abierta? ¿Sin campechanos preceptos? Suena confuso. Pero al mismo tiempo, muy claro.

Cuando regresé al Castelo, me sentía un hombre renovado. Nuevo. Limpio. No sé si fue la lluvia, el desahogarme a gritos o percibirme traicionado por mis conceptos lo que definió mi porvenir. Lo cierto es, que ya no me sentía igual. Era como si me hubiese quitado una pesada mochila de la espalda. Además de que la conversación a pecho abierto que tuve con Luka, me regresó al meridiano de la tierra. He de admitir, que es de justos y valientes confesar amor por otros. Couffaine fue determinante para explícitamente, terminar con muchas cadenas mentales. Bien le dije en el pasado que no tenemos enemigos. Mi mente, me mantuvo cautivo por muchos años. Soy bueno para profesar, pero malo para practicar. ¿Qué enseñanzas puedo dar así? Caer en el pozo del abismo mas odioso, me devolvió el alma al cuerpo.

Inhalo y exhalo profundo, de cara al mañana. Miro hacia el segundo piso y solo puedo pensar en Marinette y en los miles de aldeanos, que ahora requieren de esta cura al mal. Ya no puedo permitirme continuar sesgado al dolor. Me siento algo culpable, de haber destruido mis prendas de vestir en el proceso. ¿Qué culpa tenían? Juré proteger a mi familia. Y no sé en que momento, me cerré a la idea que solo mis consanguíneos eran parte de ella. En el fondo, todos lo son. Desde el aldeano mas empobrecido, hasta el sultán de siete mares. Esta es mi verdadera fe. Una, que no tiene límites. Restringirme, es privarme de todo aquel que me necesita. Mi madre solía repetir que nací para hacer cosas grandes. Cosas importantes. Sin embargo, siempre apeló a una realización mas bien personal y egoísta. ¿Y si realmente mi verdadera vocación es servir al prójimo? ¿Y si en el fondo, lo que mas amo en el mundo es dedicarme a sanar a otros?

Por primera vez, siento que mi destino se ha revelado. Es tal y como dijo Marc, en el pasado. El universo tenia preparado esto para mí. Quiero hacerlo. Pero no me iré solo. Deseo que Marinette…venga conmigo.

Subo las escaleras y la busco en su cuarto. No la pillo. Solo puedo cavilar un lugar en donde pueda estar. Regreso por el pasillo, en dirección hacia la habitación de Emma. Y mientras deambulo por esta costosa alfombra, me lacero por dentro. Que idiota, egoísta y atolondrado fui. Estaba tan ensimismado en mi propio dolor, que no me percaté que la mujer que amo, sufría el doble que yo. ¿Cómo mierda no me di cuenta antes? Marinette estaba deshecha, cuando me contó lo del aborto. Y en vez de consolarla, me puse pendejo y fui a buscar culpables donde no los había. ¿Se puede ser más webón? No me respondan. Toco la puerta. Abro y entro. En efecto, ahí estaba. Abrazaba a su hija, mientras balbuceaban palabras sigilosas entre sí. Las escleróticas de Marinette, estaban enrojecidas. A todas luces, estuvo llorando. Emma me observa preocupada. Pero al mismo tiempo, aliviada de verme ahí.

—Que bueno que viniste, Tío Félix —examina Emma—. Justo estábamos hablando de ti. Nos tenías muy preocupadas porque te desapareciste de pronto.

Y encima se dan el lujo de preocuparse por mis sentimientos, cuando son ellas las mas afectadas. Dios…no tengo perdón de nadie —Fathom traga saliva, abnegado—. Les pido mil disculpas. A ambas. No quise irme así. Mi reacción no fue la más óptima para estos casos.

—No temas, Félix —expresa la Agreste, caminando hasta el para jalarlo de la manita y sentarlo al lado de su madre—. Ven. Mamá ya me contó todo sobre el destino de mi hermanito. Debió de ser muy duro para ti.

—Emma. Yo…—Félix aprieta los labios, con la mirada humedecida.

—Félix…—sisea Marinette, tentada a llorar.

—Marinette…—balbucea Fathom, abrazándola en respuesta—. Mi amor…

Ambos rompemos en llanto. La sensación de tristeza es tal, que la propia Emma llora con nosotros. Entre los tres, nos acurrucamos en un brioso abrazo de consuelo. A nadie le importa ya, si nos vemos delicados o débiles. Lloraremos lo que tengamos que llorar. Y haremos luto, lo que tengamos que enlutar. Hasta al fin, poder lograr sanar…lo que tengamos que sanar. Nunca creí encontrar tanto consuelo en una niña pequeña. Ella ha quedado en medio. Pero con suma sutileza y sensitiva responsabilidad, nos atrae para juntar manos y frentes. Acaricia mi nuca tanto como la de su madre.

—Todo va a estar bien ¿Sí? Van a lograr salir de esta —musita la rubia—. Se que la perdida de un bebé es dolorosa. Pero…siguen vivos ¿No? Sanos y salvos. Curados, de ese bicho feo. No pierdan la esperanza de que, en un futuro, puedan…no lo sé. Quien sabe. ¿Intentarlo de nuevo? —añade—. Lo que menos quiero, es que terminen como mi abu Emilie…

—¿Qué? —hipa Marinette, limpiándose los mocos— ¿Tu sabías de que Emilie perdió a un bebé también?

—Claro. Me lo contó mi abuelito hace muchos años —revela Dupain-Cheng—. Y me lo dijo entre lágrimas, al igual que ustedes. No sé realmente lo que se siente perder a un hijo, porque soy una niña aún. Pero veo que marca a las personas de tal forma, que puede volverlas buenas o malas. Sin duda no quiero eso para ustedes —advierte—. Mi abu no merecía eso. Ustedes tampoco. No permitan que su relación, acabe como la de mis abuelitos. Fragmentada…

—Eso nunca —sentencia Félix, garboso y mas despejado que antes—. La perdida no nos va a separar. Por el contrario, nos hará mas fuertes y nos unirá mas que nunca. ¿Verdad, Marinette?

—Verdad —asiente la peliazul, depositando un beso casto en sus labios; en respuesta—. Yo amo mucho a Félix, Emma. Nuestro amor, estará por, sobre todo. Tienes mi palabra.

—Así me gusta verlos. Fuertes y contentos —sincera la ojiverde, jocosa—. Me gusta mucho ver a mi familia así. Unida y valiente frente a la adversidad. Anhelo ser una guerrera. Y son mi fuente de inspiración.

—Siempre tendrás mi apoyo en eso, pequeña —admite Fathom, despeinándola con ternura—. Sé que no soy tu padre y no pretendo reemplazarlo. Pero quiero que sepas que amo tanto a tu madre, que estoy dispuesto a hacerme cargo de todo tu porvenir.

—Papá lo sabe —chista Emma, separándose de ambos—. Después de todo, son primos. Cree en ti. Eres como su hermano. Y yo también lo hago, Félix.

—Gracias, por confiar en mi —acepta Graham de Vanily, determinado—. Eres una muchachita muy bonita.

—¿Qué vamos a hacer ahora, cariño? —cuestiona Marinette, azorada—. Todo se ve muy incierto.

—No para mí, amor —expresa el inglés, sosteniendo su mirada contra su mentón—. Tengo planes. Hay cosas, que debemos hacer aún. Aunque…no transitaré este camino solo. Si no vienes conmigo, no lo haré.

—¿Qué es? ¿Qué tienes en mente? —pregunta Dupain-Cheng, liada— ¿Piensas llevar a cabo lo de tu idea de Cantabria?

—Eso no ha declinado y no lo hará, por el momento —formaliza rotundamente, el monje. Se levanta—. Sin embargo, no pretendo llegar a ello, sin antes haber sanado a la población que aun supura el mal de los zombis.

—¿Propones…?

—Marinette, ya descubrí al fin cual es mi destino en este mundo —expone Félix, animado—. No es otro, que ayudar al prójimo. Hacer el bien. Es lo que me motiva, mueve y siento en el corazón, es parte de mi vocación. Es a lo que quiero dedicarme. Y no solo limitarme a un simplón monje anglicano —añade, garboso—. Ahora que tenemos la cura en nuestras manos y el maestro Fu determinó viajar por Francia a sanar infectados. Quiero ir con él.

—Pero, Félix. Eso significará…

—Si. Es tal como lo piensas —veredicta el varón—. Pero ¿Qué nos limita a quedarnos aquí? Estamos sanados. Nuestro hijo se nos fue. La familia se ha consolidado. Y no hay nada que nos ate a llevar una vida pueril, mientras esas cosas deambulen por la faz de la tierra —propone—. Es momento de que tomemos cartas en el asunto y deshagamos el mal, que se esparció cruelmente por esta nación. ¿Qué dices? ¿Vienes conmigo? —le ofrece la diestra.

—Yo iría contigo hasta el fin de los tiempos, mi amor —acepta Marinette, arrojada. Toma su mano y se eleva junto a el—. Te acompañaré.

—¡Yo quiero ir con ustedes! —brinca Emma.

—Mi vida, eso suena algo imposible —advierte su madre—. Tu sabes que tu papá no va a permitir tan fácilmente que arriesgues tu vida así. Ir a combatir zombis y sanar personas, es-…

—Pero ustedes me van a ayudar ¿No? —profesa—. No quiero quedarme en estas tierras, sin hacer nada. Ya aprendí el arte de la esgrima y quiero ser una guerrera. No me convertiré en una leyenda, encerrada en estas cuatro paredes. Quiero aventuras.

—Bueno…eso va a estar un tanto complicado de lograr —bufa Fathom, tocándose la mejilla—. Pero sin duda que podemos intentarlo. Al menos, planteárselo y hablar con él. A ver que dice.

—Quiero ir —refuta la menor—. Así tenga que escaparme, lo haré.

—Tu hija es la viva imagen de la rebeldía misma, eh —ríe Félix, jovial—. Es sin duda una Dupain-Cheng.

—Lo sé. Lo malo es que, así como yo, no conoce el peligro —bufa de vuelta, entre que se divierte y lo reniega—. Veamos como Adrien…reacciona a esto…

Está decidido. Mi fe, no tiene límites. Y así como el mal se apoderó del mundo con tanta premura. Seremos nosotros, quienes heredaremos la tierra fértil, erradicándolo con el bien.