—¡Ouch! ¡Hey! —protesta Adrien, malherido— ¡Eso duele!

—Si no te quedas quieto de una buena vez, no podré terminar de curarte —le reprocha Marinette, aplicando vendajes en ambas piernas—. Joder, Adrien. Eres un excelente médico, no te lo niego. Pero como soldado apestas.

Llueve en los campos de Toulouse. A una semana de distancia. 15:23PM.

—Lo tomaré como un halago solo para no ofenderme —bufa el rubio.

—No seas infantil. Claramente te estoy regañando —chista Dupain-Cheng, dando por finalizado el tratamiento, con un golpe sutil en la cabeza de este—. Hablo en serio. Necesito que mejores tus técnicas de combate. Un día de estos, esas cosas te van a comer y no estaré para defenderte.

—¿Me enseñarías tu? —propone el Agreste, ligeramente ruborizado.

—¿Yo por qué? —refuta la ojiazul, cogiendo el balde de agua—. Pídeselo a tu primo. Suficiente hago con hacerte terapia gratis. Ahora descansa. Nino, tu encárgate de que no haga otra tontería ¿Quieres?

—¡A la orden mi capitana! —Lahiffe lo despeina—. Ya escuchaste amigo. La próxima vez que un muerto te ataque, solo huye como el cobarde que eres.

—Dios…mejor me hubieran dejado morir y ya —refunfuña, cual niño pequeño—. Era menos tortura.

Perdóname, Adrien. Se que estoy siendo muy dura contigo. Pero…lo que menos quiero es que mueras —reflexiona la peliazul, afuera de la tienda— Emma jamás me lo perdonaría. Y yo realmente no sé que haría para cargar con esa culpa.

—La situación es crítica —comenta Nathaniel.

Marinette divisa a Kurtzberg y Lee transitar el campamento enlodado, en dirección a su carpa. Zoé no parece estar para nada contenta. Aún tiene el rostro salpicado en sangre, tras una batalla contra esas criaturas. Evalúa el panorama desde una perspectiva de derrota, aunque no haya sido tal el resultado. Para su pesar, todo apunta a que la presencia de esos zombis son más que un estorbo para la misión. Lo cual, ciertamente la irrita en demasía. La joven madre se escabulle silenciosa hasta ellos, amparada por el ruido que el aguacero se decanta sobre su cabeza. Escucha la conversación.

—No podemos seguir avanzando de esta forma, mi lady —señala el barón—. Estamos a ciegas, en caminos que ya no son lo que eran antes.

—Maldita sea. Esto no es lo que tenía en mente —farfulle la duquesa, dando un golpe de puño contra la mesa—. Llevamos a lo menos cuatro días de retraso. Y no tenemos suficiente comida. Prolongar esto, no es bueno.

—¿Desea regresar?

—Imposible. Ya no hay pie atrás —sentencia Lee, sirviéndose una copa de vino colmada—. Estamos a medio camino, sería un suicidio abortar ahora.

—Ya es un suicidio, duquesa —insiste el muchacho, acongojado—. Como sigamos peleando con esas criaturas, llegaremos a Toulouse con un puñado de soldados solamente.

—¿Qué no lo ve? Simplemente no puedo volver. Hoy perdí a veinte de mis mejores hombres, luchando contra esas mierdas. ¿Lo entiende? —brama la rubia— ¡Veinte!

—Jm. Yo perdí cincuenta —dictamina el bermejo, con la boca torcida—. Y créame, me sé cada uno de sus nombres y apellidos. Tampoco crea que ha sido fácil para mí. No vine aquí con campesinos armados. Son gente que me juró lealtad hasta la muerte.

—Pues entonces le dará crédito a tal juramento, barón —expresa Zoé, en una risita sarcástica—. Porque de que van a morir mas pronto que tarde, es un hecho.

—Me parece contraproducente tener esta clase de desavenencias en estos momentos —sugiere el noble, exhalando de manera serena—. Vamos a reagrupar a las tropas. Tomaremos los senderos de la costa. Se que no era parte de la ruta, pero estos bosques son una trampa natural para nosotros. Y un ventajoso plus para esas bestias.

—¿Y donde carajos se metió Fathom? —gruñe, mosqueada—. Justo ahora que lo necesito. El mejor que nadie conoce esta región.

—Está en los campos, enterrando los cadáveres —apunta el normando—. Aunque con todo el barro que se ha acumulado, dudo mucho que el olor levante sospechas.

—Vayan por él —le ordena a uno de sus guardias—. Necesito hablarle.

—Yo iré por el —irrumpe Marinette, presentándose de golpe en la conversación.

—Dupain-Cheng. Justo lo que necesitaba —espeta abrumada, la rubia— ¿Cómo sigue tu marido?

—Esta estable. No dará mas problemas —responde, con el ceño fruncido—. Y no es mi marido. Con su permiso —se retira.

Zoé y Nathaniel se miran entre sí. Este último, más entretenido que preocupado.

—¿Drama?

—De aquellos —ríe Lee, de forma jocosa—. Si se lo contara, tendría una divertida anécdota que recitarle a los de su corte.

—Me gusta el chisme —dice Kurtzberg, rascándose la nuca—. Pero creo que, por esta vez, voy a omitir mi felina curiosidad. No conozco del todo a la familia Agreste. Sin embargo, son muy respetados en el reino vecino.

—Pierda cuidado. Una vez que acabemos con esto, la gente dejará de verlos igual —dictamina la chica, furibunda—. Tienen los días contados.

[…]

—Félix —comenta Luka, clavando la pala contra el suelo— ¿En verdad es necesario hacer todo esto? Ya están muertos.

—¿Y contra quien crees que venimos peleando desde hace años? ¿Con vivos? —rezonga Graham de Vanily, embarrado en sangre y lodo—. Será mejor que te apures. En cuanto la lluvia se disipe, los cuervos no tardarán en venir.

—Si un animal carroñero come la carne de una de estas cosas —examina, curioso— ¿También se infecta?

—Según mi primo, dice que no —responde el rubio, jalando de pies a uno de los caídos—. Pero en lo que a mi experiencia respecta, ya ni el agua que bebemos de los ríos está a salvo. No te confíes —de paso, extrae su cuchilla y cercena el cuello de uno—. Este es el último.

—Te hubiera ido bastante bien como carnicero, eh —murmura Couffaine, intimidado con la frialdad que desempeña—. Ni te arrugas.

—La primera vez, vomité —explica Fathom, rellenando la fosa con tierra—. La segunda, me dio diarrea. Ahora solo me agota.

—¿Sabes? —el herrero hace una pausa, ensimismado con la escena—. Algunas noches. Yo aún sueño con Juleka…

El joven ingles calla de golpe, levantando la visual para contemplarlo con mas parsimonia. A pesar del tiempo que llevaban viajando juntos, a pesar de todas las masacres, Luka seguía sin superar el trauma de perder a su hermana. Por supuesto que era entendible. Sin embargo, darles vuelta a situaciones tan trágicas como esas, era algo que ya no se daba el lujo de remembrar. Mas bien, por sanidad mental.

—Son solo pesadillas. Ya va a pasar.

—Por el contrario —revela el aldeano, bosquejando una sonrisa afable—. No son malos sueños. Son buenos. Quizás su muerte no haya sido una de las mejores. Pero no puedo evitar recordarla con el amor que sentía. La veo feliz, como esos días de verano en los que íbamos a la playa a pescar —agrega, apaleando la tierra—. Espero su alma haya encontrado el descanso eterno que merecía. Ella era una buena chica.

Luka…—Félix se levanta del suelo, concibiendo la naturaleza más noble de un corazón abierto, justo en frente de él. Finalmente suspira, jovial—. Haces muy bien en inmortalizarla en sus mejores momentos. No necesitamos ensuciar el recuerdo de nuestros seres queridos. Sin importar, como hayan acabado.

—La extraño mucho —sincera el peliazul, removiendo las gotas de agua que empapan su frente—. Pero con todo lo que he vivido estos últimos meses, es mejor que no esté aquí para presenciarlo. Es macabro.

—Realmente disfruto mucho de estas charlas contigo, amigo —concreta el monje, afirmando la espátula contra su hombro—. Pero estoy tan empapado, que siento las pelotas duras del frio. ¿Volvemos?

—¡Jaja! Es cierto, discúlpame —determina el orfebre, acompañándolo—. También estoy todo húmedo. Ya no sé si es la lluvia o me oriné encima.

—Yo creo que estas todo meado, no finjas —bromea el inglés, divisando que alguien se aproxima a ellos— ¿Marinette?

—Félix, Zoé te está buscando —anuncia la chica, preocupada—. Dios, mírate. Estás todo mojado. Pescarás un resfriado.

—Gracias por preocuparte, Marinette —sisea Luka, irónico—. Yo estoy muy bien, de nada.

—Tu qué. Estás meado —dice sin más—. Volvamos para que se sequen. Es importante.

—Mierda. Capaz si…—Couffaine se mira los pantalones, abochornado.

En la tienda.

—¿Qué ha pasado? —examina Félix, quitándose la camisa— ¿Hay malas noticias?

—Si —confiesa Dupain-Cheng, acomodándole una toalla en la cabeza—. Escuché una conversación entre Zoé y Nathaniel y han dicho que ya no seguiremos por este camino. Hoy tuvimos demasiadas bajas y si continuamos así, no llegaremos vivos a Toulouse.

—Suena sensato —dice el inglés, despojándose del pantalón— ¿Por qué eso sería una mala noticia? ¡Achu! —estornuda—. Ah, demonios. Casi se me sale un pulmón.

—Que descuidado eres —le amonesta la chica, frotando la tela de algodón contra sus cabellos—. Si te enfermas, no servirás de nada.

—Marinette, no hace falta que hagas esto —se queja el varón, avergonzado—. Me haces sentir como un niño.

—¿No lo eres? —reprocha la condesa, inflando las mejillas—. Te pones a hacer estupideces sin medir las consecuencias.

—No es lo mismo que me dijiste la otra noche —musita, con sugerente aprensión lasciva en los labios— ¿Te dio amnesia?

—No empieces con tus obscenidades, por favor —exhala frustrada. En lo que a ella respecta, se cabrea y le lanza la toalla— ¿Sabes qué? Termina tu solo. Adiós —se marcha.

—Oigan ¿Qué está-…? —Couffaine ve salir a una enfurruñada Marinette, que violentamente choca contra su hombro, empujándolo hacia un costado—. Wow… ¿Qué fue?

—Nada —bufa Graham de Vanily, en un gesto juguetón—. Solo está indispuesta. Ya se le pasará. ¿Y tu que quieres? —lo fulmina con la mirada— ¿Qué no ves que estoy desnudo? Voltéate al menos, pervertido.

—¡Pe-Perdon! ¡No fue mi intención! —Luka se gira rápidamente sobre su eje, dándole la espalda— Este también anda indispuesto o qué coño.

—¡Achu! ¡Arg! —Félix sacude la cabeza, mosqueado. Terminado de vestir, se acomoda las botas—. Mierda. Luka, pregúntale a la boticaria homicida si tiene algún medicamento para la gripe.

—¿No es más fácil peguntarle a tu primo? —propone el campesino—. Después de todo, es doctor.

—Ah. ¿Adrien sigue con vida? —dice el rubio, como si nada.

¿Pero que me cuentas?

—Andando, que se me caen los mocos —demanda Fathom, jalándolo hacia afuera.

Esa tarde Zoé nos convocó a una reunión de emergencia, en su tienda de campaña. Estábamos todos presentes. Al menos, los mas importantes. Incluso Adrien se presentó a la tertulia. Aunque a juzgar por su apariencia, venía con una pata en el cajón y la otra afuera. Nos explicó los pro y contras de continuar la misión, haciendo énfasis con morriña que habría un cambio en el itinerario. Yo no estaba muy convencido de su plan. Sugerir transitar las costas, era alejarnos de los zombis. Pero acércanos a otro enemigo mucho mas letal. Los barcos de Navarra. Intenté dar mi opinión un par de veces, pero Nathaniel tenía argumentos mas que severos para dominarme. Aun así, le advertí a Zoé que, si entonces el plan era ese, habría que viajar solo de noche y descansar de día. Ella aceptó mi propuesta. Solo con la condición, de que no prendiéramos fogatas que pudieran dejar rastros de nuestro pasar.

Al cabo de unas horas, todo se arregló. Las nubes cesaron su vuelo en lo alto, despejando así los cielos de cara al sol. Los soldados montaron a caballo y las milicias a pie, retomaron la marcha hacia el poniente. Percibí un ambiente decaído en las líneas del barón Kurtzberg. Me enteré mas tarde, que un puñado de sus proceres mas ilustres habían muerto luchando contra esas cosas. La moral, había disminuido drásticamente entre sus huestes. Algo que me azoró un poco. Ya que contábamos con la fidelidad de su apoyo, para enfrentar a Tsurugi.

A nuestro favor, jugaba tentar la suerte de los elementales. Afortunadamente, un buen clima nos acompañó, facilitando así el viaje nocturno. La luna en lo alto, llena y redonda, nos brindaba suficiente luz, para ver con claridad cualquier clase de peligro latente. Los caballos son asiduos animales que incluso en la penumbra, pueden transitar sin problemas. Aún si su jinete duerme. Pero yo no podía darme ese lujo. Me mantuve en alerta en todo momento, vigilando hasta el más mínimo sonido anómalo en el ambiente. Marinette daba pestañazos intermitentes de vez en cuando. Batallaba contra el sueño. Aunque parezca insólito, el ser humano está creado genéticamente para pernoctar en la ausencia de la luz y no al revés. Y si bien, durante el día ansiábamos descansar. Ella no logró pegar un ojo.

Me costó convencerla, de que descansáramos en la misma tienda. A pesar de mantener una relación relativamente amorosa, ella era una chica sumamente independiente. Disfrutaba demasiado pasar tiempo a solas. Y es chistoso que lo mencione, porque en algún punto me reclamó que no deseaba sentir tanta dependencia de mí. A lo que yo accedí, no presionarla y dejarla actuar con libre albedrío. Pero no duró mucho. Tras pasar dos días en tal dinámica, una mañana como cualquier otra, se deslizó hasta mi carpa con la excusa de sentir mucho frio. Terminó arrullada entre mis brazos, como una pequeña niña. ¿Acaso iba yo a negarme? Fui el mas feliz de los dos.

Así fue como transcurrieron dos semanas completas. Logramos evadir a la mayoría de los zombis que deambulaban hambrientos por doquier. Pudimos conseguir comida y agua limpia, de arroyos que bajaban directo de manantiales. Todo resultó como lo planeado.

Hasta que, al fin, los imponentes parajes de Toulouse, nos deleitaron esa tarde.
Uno de los centinelas retornaba a galope desde la colina mas empinada. Según su reporte, había captado el campamento de Kagami, a unos cinco kilómetros más o menos. Aunque algo en su relato, no cuadraba con la información que teníamos.

—Maldita mocosa, me engañaste —refuta Zoé, asesinando a Lila con la mirada—. Dijiste que Tsurugi había traído un millar de soldados. Y el vigía solo contabilizó al ojo, unos doscientos con suerte. ¿Te das cuenta de todo el desgaste que me hiciste pasar?

—A ver, primero que todo —se defiende Rossi—. Yo no mentí ¿Ok? Lo que les comenté, era real. Pero vamos, que eso fue hace casi un año. Kagami ni si quiera ha puesto un pie fuera de esta provincia. Lo cual es claro, que está estancada aquí —los observa a todos, por el rabillo del ojo— ¿Acaso ninguno aquí piensa? Bola de estúpidos, sin cerebro.

—¡Suficiente! —demanda Lee— ¡Guardias! ¡Regrésenla al poste!

—Espere —le intercepta Nathaniel, sopesando su verdad contra lo real—. Duquesa. No hace falta que se enajene con la chica. Por el contrario, esto nos beneficia demasiado.

—¿Qué dice? —cuestiona la rubia.

—Piénselo —sugiere el barón—. Le superamos en número. Mostrar superioridad frente a un enemigo que es desconocido, podría facilitarnos aún más las cosas. Tal vez si la presionamos…

—Jajaja —carcajea Lila, esbozando una mueca altanera—. Ustedes de verdad son más estúpidos de lo que pensé. ¿En serio creen que a Tsurugi le importa eso? ¡Despabilen! —agrega—. Incluso si fueran diez a uno, la chica no dará su brazo a torcer. Es un samurái, por todos los cielos.

—¿Una qué? —Lee tuerce la cabeza.

—¿No les dije que estudiaran más al respecto? —masculle son dejo de soberbia.

—Discúlpanos por estar más preocupados por sobrevivir que leer libros de mierda —rezonga la líder.

—¿De qué te sirve intentar sobrevivir a duras penas, si de igual forma morirás? —se burla Rossi—. La ignorancia mata, "Duquesa".

—Carajo. Ya no aguanto ni un segundo mas las insolencias de esta mujer —brama Zoé, con la paciencia totalmente colmada a tope—. Te voy a matar ahora mismo. Así ya no tendré que escuchar tus boberías.

—Lo siento —interviene Fathom, agraviado—. Pero la boticaria tiene razón.

—¿Tu de qué lado estás, Félix? —interpela Lee.

—De la verdad —se encoge de hombros, observando a través del velo hacia el campamento—. Lila está en lo cierto. Imaginen el siguiente escenario. Cruzó un continente completo con un centenar de hombres, con el único propósito de matar a Gabriel y vengarse de la muerte de su madre. Para finalmente acabar con menos de un cuarto de ellos. Y, aun así, no ha regresado a su nación. ¿Por qué?

—Porque no tiene intenciones de marcharse —sentencia Marinette, de brazos cruzados.

—Exacto. Incluso si solo quedara ella con vida…es suficiente —asiente Fathom, intranquilo—. Aunque me dé asco admitirlo, Lila acertó en todo lo que dijo. Sus motivaciones son mucho mas sangrientas de lo que cavilábamos. Creo que presuponer de ante mano lo que quiere, podría costarnos la vida. Hay que irnos con cuidado con ella. Tantear el terreno primero.

—Bien ¿Qué sugieren entonces? Ya estamos aquí —suspira la noble, aceptando ideas— ¿Alguna propuesta en mente?

—Yo pienso que…—por primera vez en semanas, Adrien toma la palabra. Lo cual descoloca a mas de alguno—. Ok. No hace falta que me miren así. Soy rubio, pero no estúpido. Yo también pienso cosas.

—Yo no dije nada —Marinette ahoga una risa en la garganta.

—Yo menos —Félix aprieta los labios.

Yo si quiero decir algo, pero mejor me callo —piensa Nathaniel, agraciado.

—Si, claro…payasos…—sisea el Agreste, ofendido—. Bueno…—carraspea—. Yo propongo que primero le demos una visita. Algo protocolar. Como se estilaba de antaño. Antes de que todo se fuera al wáter.

—Uy, si, claro —Lila rueda los ojos—. En los tiempos de Julio César eso se practicaba mucho.

—Vale, me callo entonces y a tomar por culo —gruñe el médico, mosqueado—. Hagan la mierda que quieran.

—A mi me parece una estupenda idea, conde Agreste —comenta el pelirrojo, con una sonrisa grácil en los labios—. Si. Hagamos eso. Enviemos una especie de "emisario" para primero, declarar nuestras intenciones y veamos luego, la respuesta. Si es hostil, bueno…

—¿Y como sabremos si lo es? —consulta Félix.

—En el peor de los casos…—Adrien traga saliva, ya no tan seguro de lo que dijo—. Recibirán mi cabeza en un cofre, quizás.

—¿Te estás ofreciendo tu? —ríe Zoé, asombrada con su comentario.

—Bueno ¿Van seguir o cómo funciona la cosa? —reclama el ojiverde—. Porque me estoy comenzando a cabrear.

—¡Jajaja! Tranquilízate, Adrien. Yo apoyo tu sugerencia —Marinette le da un golpecito de animo en la espalda— ¡Tu eres el mas indicado para esto! Después de todo, nosotros solo somos unos brutos. Y tu eres muy amable y lindo.

—Gracias, Marinette. Que considerada —balbucea, humillado—. Pero sigo ofendido, eh. Cabrones.

—¡Primo no seas así! — ¡Jajaja, la puta madre! —adiciona Félix, arrimándole el hombro en son de soporte—. Para que veas que, si te tomamos en cuenta, yo iré contigo.

—¿Me estás tomando el pelo o es en serio? —parpadea el rubio.

—Muy en serio, primo —sonríe jocoso, el varón— ¿Qué te parece si vamos los dos? Pienso que sería algo así como un encuentro entre "dos mundos". Ya sabes. Un inglés, un francés y una japonesa.

—Esos son tres mundos, Félix —Adrien se acojona— Pero que hijo de puta.

—Eso mismo dije, tontito —Fathom le palmotea la nuca—. Escuchaste mal. ¡Preparen los caballos! Zoé, redacta de inmediato una carta lo más hipócrita posible. Y traigan una ofrenda. Algo sencillo. Que no injurie a nuestra desconocida enemiga. Lila —la mira—. Tu que te jactas de saber tanto de esa nación. ¿Qué les gusta a los samuráis?

—Cortar cabezas y rajarse el estómago —dice.

—Eso no, estúpida —protesta Marinette—. Algo real que podamos darle como muestra de amabilidad.

—Que. Pero si es cierto —la boticaria se encoge de hombros—. Bueno, no sé —propone, sin muchos ánimos de responder— ¿Venganza? Es lo que busca después de todo ¿No?

—Vale —determina Zoé— ¿Tenemos algo de Gabriel?

Todos voltean a ver a Adrien.

—¿Saben qué? —Adrien se da media vuelta—. Váyanse a la chucha.

¡JAJAJA! ¡YA, SUFICIENTE BULLYNG! ¿A dónde vas, tonto? —Dupain-Cheng lo jala del cuello de su chaqueta—. Nos referimos a que tú puedes prometerle lo que quiere realmente. Usa tus habilidades más cordiales y bríndale un regalo adecuado.

—¿Qué estás aludiendo? —el menor de los Agreste, se intimida con tal sugerencia— ¿Quieres que me ofrezca yo?

—Bueno…—murmura Marinette, bosquejando una sonrisa morbosa en los labios—. No realmente en esos términos, pero… ¿Por qué no?

Genial. Voy a morir…

[…]

—¡Tsurugi-san! —advierte uno de sus capitanes— ¡Se aproximan enemigos por el frente!

—¿De cuantos soldados estamos hablando?

—En realidad…—el hombre recula unos momentos, antes de contestar. Le resulta algo anormal y de muy baja estrategia. ¿Será de su agrado escucharlo? — ¿Dos?

—¿Qué demonios…?

Por muy estúpido que suene, realmente acepté ir con mi primo Adrien al encuentro de Kagami. Y lo quiero relatara con lujo y detalle, porque si bien acepté su ridícula idea de buscar primero el dialogo, antes de una emboscada furtiva y acabar con ellos, de cierta forma me daba paz tentar esta vía primero. Era lo mas cercano a la poca civilización que nos iba quedando como humanos, en estos tiempos de vivos no muertos. Nos abalanzamos a trote limpio por el sendero, directo hacia las fauces del lobo.

Inmediatamente, las alarmas se encendieron en el campamento contrario. Los soldados se inquietaron, corriendo de un lado a otro para formar filas perfectas en hileras de a tres. Las campanas tintinearon por minutos extensos. Tanta parafernalia, para dos pobres y tristes embajadores de la verdad. Ya apostados a escasos centímetros de los invasores, aguardamos impávidos sobre nuestros caballos. ¿Qué seguía? ¿Nos recibirían con una lluvia de flechas quizás? ¿Nos mandarían a un asesino a matarnos? ¿Jalarían de alguna trampa subterránea para caer en un pozo lleno de serpientes? Si bien Adrien se había sacado la idea del culo, no le vi tan convencido de abrir la boca.

Noté como apretaba las nalgas contra el asiento de su garañón, con el rostro gris y los ojos pálidos. Estaba muerto de miedo. ¿Ya ven por qué nos queríamos reír antes? No es que no lo tomáramos en serio. Pero vamos. Mi primo hermano es el ser menos belicoso que existe en esta tierra. Si fuera por él, seguro acabaría la guerra con una taza de té y una buena platica jovial. Lamentablemente, este no era el caso. Aún así, lo acompañé en su locura. ¿No es eso el amor mas empírico en esencia? De pronto me dijo, muy tímidamente y todo cagado.

—Félix. Tal vez…no fue buena idea. ¿Crees que estemos a tiempo de volver?

—No, primo —niega con la cabeza, estoico—. Ya no funciona eso. Hazme el favor de quedarte quieto.

—Tengo miedo…— Dios, por eso calladito me veo mas bonito.

Ya lo sabía. ¿Para qué entonces dárselas de noble héroe? —Fathom exhala, con orgullo. No caerá en intimidaciones ni mucho menos, menoscabos. Aunque él se profesara abatido, le daría valentía frente a su preclaro gesto —. No temas. Estas con tu primo favorito. A mi lado, nada malo te pasará. Tienes mi palabra.

—¿Lo prometes…? —consultó Adrien, con la mirada humedecida.

—Lo juro, con mi honor —sentenció Graham de Vanily, imperturbable—. Ahí vienen. Si no quieres hablar, deja que yo lo haga. Cualquier cosa que pase, huye. No te quedes. Déjamelo a mí.

—De acuerdo…—respondió, cabizbajo.

¿Quién lo diría? Eran dos jinetes. Especulé que Tsurugi enviaría a sus representantes también, ambicionando entablar un primer contacto profano. Pero cuando la silueta de ambos cobró forma ante mí, la mandíbula de abajo se me desencajó de golpe. No lo podía creer. Era…

—¿Kagami Tsurugi? —pregunta Félix, anonadado.

—En persona —revela la chica, dotada de una armadura ancestral agraciada y un desplante escénico sublime—. Veo que sabes quien soy, forastero. ¿Tú quién eres?

—Me llamo…—el monje se atraganta con su propia saliva, aun sin poder digerir presenciarla. Es que era simplemente…hermosa—. Dis-Disculpe. Amm…yo soy…—traga, asfixiado—. Soy Félix Fathom Graham de Vanily. Un religioso, servidor de nuestro dios. Y este a mi lado, es mi primo hermano. Su nombre es Adrien.

Tres apellidos. Acento inglés. No es francés. Y no es monje realmente —repasa Kagami en su mente, sin modificar su hosco semblante— ¿Título nobiliario?

—Duque —confiesa el rubio—. Duque de Hastings.

—Te saludo con honorable respeto, Duque de Hastings —reverencia con la cabeza, la chica—. Yo soy Kagami. Representante del imperio Sengoku. Daimyo de Takamatsu. Señora de las praderas Akechi. Protectora de la provincia de Kobe. Y única heredera del clan Tsurugi.

¿Qué me dijo? Dios, son demasiados títulos…—Fathom parpadea repetidas veces, fingiendo saber de lo que habla—. El gusto es mío, Tsurugi…

No sabe lo que es un Daimyo. Está confundido. Se lo facilitaré — "Sama" —aclara la nipona—. Te faltó el, sama, al final. Y soy lo que ustedes llamarían, un terrateniente.

—Un gusto, Tsurugi-sama…—Un terrateniente. Vaya. ¿Aún existen esos títulos por allá? —. Deseo declarar mis intenciones en esta visita. Y ruego, no nos ataque.

—No lo haré. Aunque tu ya te has presentado —Kagami se gira hacia su primo— ¿Y él?

Era la hora de la verdad. Con todo lo conversado anteriormente y a sabiendas de sus motivaciones mas incautas, mi primo hace amago de seguridad. Aprieta los puños y declara a viva voz.

—Me llamo Adrien. Conde de la provincia de Le Mans. Y si —sentencia—. Soy un Agreste. Hijo, de Gabriel Agreste y Emilie Agreste.

Listo. Mi alma, salió del cuerpo. Tras decir aquello, una fatídica imagen mental me vino a la cabeza. Era mi cuerpo despellejado y comido por buitres. Mientras mi primo era devorado por zombis, con todas las tripas al aire. Yo dije: Bueno, hasta aquí llegamos. Se intentó.

Pero ¿Saben? En cuanto Adrien se presentó…Kagami solo…

—Adrien Agreste —responde de vuelta, con actitud templada— ¿Cuáles son tus intenciones?

—Vengo en son de paz —revela el rubio, sacando desde el lomo de su caballo una pequeña cajita, acompañada de un pergamino—. Y declaro que mis propósitos son nobles. Deseo hablar con usted, Tsurugi-sama. Sobre los acontecimientos que nuestras dos familias disputan. ¿Sería posible?

Fue entonces cuando comprendí, que Marinette en el fondo tenia razón en apañar la idea descabellada de mi primo. El, tiene un don. La infinita bondad, de poder profesar con honestidad, la sana invitación a lo mas caritativo que tenemos los seres humanos. El dialogo. Percibí que Kagami abandonaba la idea belicosa de acometer un crimen frente a nosotros. Porque instintivamente, aceptó el regalo. ¿Lo pueden creer? ¡LO ACEPTO! Miró a su capitán y algo le debe de haber dicho en japones, que no entendí. Este asintió y dijo en un perfecto francés.

—Aceptamos la ofrenda. Por favor, síganos a nuestro campamento.

Estoy…

En shock…

[…]

—¿Qué está pasando ahí abajo? —preguntó Nino, codeando el brazo de Luka— ¿Qué ves? ¿Siguen vivos?

—No me lo vas a creer…—confesó Couffaine, derrotado—. Tengo que avisarle a los demás. Ya vengo —le entrega el catalejo— ¡Alerta a las tropas!

—¡Espera! ¡¿Qué viste?! —Lahiffe toma el objeto, pero no logra divisar nada. El lugar de encuentro, ahora yace en total vació— ¿A dónde fueron…?

[…]

No sé qué habré comido esa mañana. Pero me dieron unas ganas de defecar, potentes. Mi estomago se quejaba una y otra vez, mientras Kagami nos invitaba a tomar asiento en unos cojines sobrepuestos en el suelo. Había una mesa. Chiquita y baja, pero repleta de alimento contundente como para nutrir a una hueste entera. Nos sirvieron un brebaje blanquecino que no llegué a distinguir por el aroma. Era dulce, pero sumamente efervescente. ¿Era seguro ingerir de todo esto? Iba a preguntar. Podría estar envenenado. Pero el idiota de mi primo ya se había tragado casi todo. ¡¿Qué haces, tarado confianzudo?! Joder, yo no…

—He leído la carta —confiesa Kagami, cruzando las piernas como un loto delante de ambos—. Me parece correcto. He solicitado que transcriban una respuesta a su líder.

—¡Tsurugi-sama! —halaga el Agreste, con el hocico atiborrado de comida— ¡Todo está muy delicioso! Y esta bebida. ¿Qué es? Me permite preguntar.

Sake —explica la japonesa, entumecida de tantas roncerías—. Es lo que ustedes llamarían, vino. Pero se hace a partir de la fermentación de arroz cuajado en toneles de sakura.

—Ya veo —contesta Adrien, sin entender un carajo. Pero de igual forma, lo aprecia— ¡Me gusta mucho el sake! ¿Puedo tomar más?

—Puedes tomar todo lo que gustes, hijo de Gabriel —balbucea, en una mueca maquiavélica.

—Por favor —el rubio la detiene, frunciendo el ceño—. No vengo en representación de mi papá. El y yo no nos llevamos bien. Espero lo entienda.

—Lo entiendo…

¡No! ¡No lo entiende! ¡Solo finge hacerlo! Estamos en peligro. Esto no es-…—Félix toma la palabra, solapado—. Tsurugi-sama. En verdad no-…

—Por favor, solo dime Kagami —aclara la muchacha.

Pero… ¿Qué? —despabila—. Vale. Kagami. Nosotros quere-…

—¿Te ha sentado bien la comida, Adrien? —pregunta la terrateniente.

—¡De maravillas! Hace tiempo no comía algo tan placentero. Y esto de poner fideos en una sopa —exclama jovial el ojiverde— ¿A que genio se le ocurrió? Permítame decirle, que me parece estupendo.

—Somos muy diestros en el arte de la cocina —sisea Tsurugi, acomodando su cabello detrás de la oreja—. Si gusta, puedo traerle más.

—¡Si, quiero más! —solicita.

¿Qué cojones? ¿Qué mierda pasa aquí? —Félix no entiende nada.

—Le sugiero que agregue algo de Soja a su platillo —sugiere la nipona.

—¿Qué es la soja? —consulta con ingenuidad el francés— ¿Es otra bebida?

—Para nada —manifiesta Kagami, ruborizada—. Es un aderezo. ¿Si sabe lo que es eso? Aderezo…

¿Por qué de pronto siento…que sobro? —piensa Fathom, percatándose del curioso ambiente que se ha construido entre ambos— Esto no me gusta. No me lo creo. Hay algo raro aquí. ¿Puede que esté simulando amabilidad para luego matarnos? Carajo, necesito avisar al campamento.

—Duque de Hastings —Kagami le planta cara, con una mueca huraña—. Usted no ha tocado la comida que, con esmero, he elaborado en honor a su visita. ¿Acaso pretende rechazar mi hospitalidad?

Mierda —despabila el británico— ¡N-no! ¡Para nada Tsuru-…quiero decir! —recula— ¡Kagami! Es que hace poco cené, pero-…

—No seas descortés, primo. Toma. Come —Adrien le mete de lleno unos fideos en la boca— ¿A poco no está rico?

Te voy a matar, cabrón. Espera no más…—Graham de Vanily simula degustar todo, tragando sin saborear o masticar nada de forma obligada— ¡Delicioso sin duda! Jejeje…

—Duque de Hastings —advierte Kagami, entregándole la respuesta a la misiva—. Puede retirarse. Envíele mi respuesta a Zoé Lee, su líder. Vuelva mañana.

Madre de dios. ¡Al fin! —Félix acepta el sobre y se levanta, mas raudo que nunca— ¡Lo haré de inmediato! Adrien. Nos vamos.

—Me temo que eso no será posible —rechaza la mujer, fulminándolo con la mirada—. Adrien Agreste se quedará con nosotros hasta que acabe de cenar. En cuanto a usted, puede irse.

—Pe-Pero…Kagami —endosa el inglés, afrentado—. Mi primo y yo vinimos juntos a esta reunión. No sería-…

—¿Me está contradiciendo, Duque? —frunce el ceño.

Automáticamente dos de sus mas fieles perros guardianes, cogen los pomos de sus espadas. Mismas, que cuelgan en sus cinturas, hurgados a atacarme. Trago saliva, comprometido con la escena. Intento alcanzar la atención de Adrien, buscando sin resultado su mirada. Pero el muy pendejo no me da ni la hora. No sé cuantos tragos de ese licor tomó. Pero tiene las mejillas rojizas de tanto consumirlo. Y mi paciencia comienza a carcomerme las entrañas. Las ordenes de Kagami son claras. Sus demandas, me resultan inamovibles. No me queda otra alternativa, que aceptar a regañadientes. No quiero abandonar a mi primo, carajo. Pero si el no está cooperando y ella se profesa tan discrepante, debo velar por la seguridad de nuestra misión. Asiento, dando por finalizado dicho cenáculo, en una cordial reverencia que hace segundos, recién aprendí es la mejor forma de saludar y despedirse.

Soy escoltado por dos guerreros, que con mucha hosquedad se aseguran de que monte mi caballo y me largue a la mierda. Adrien, sea lo que estés haciendo, por favor no te mueras ¿Ok? Entregaré la respuesta. Y volveré por ti. Lo prometo…

—¡Jm! —Kagami esboza una risita coqueta, seguida de un bufido sobrecogedor—. Tienes una sonrisa realmente muy agradable a la vista, joven Agreste. No te pareces para nada a Gabriel.

—¡N-no! ¡Que va! ¡Jaja! —carcajea el rubio, con las mejillas carmesí—. Puede que quizás lo haya heredado de mi madre. Es que ella-…—calla de golpe. Solo hasta ese momento, Adrien caía en cuenta de que se encontraba a solas con la guerrera. Algo, que lo amedrentó al instante—. Eh… ¿Y Félix?

—Se marchó —declaró serena, paseándose de un lugar a otro con una copa de sake en las manos—. Dijo que estaba muy aburrido. Así que regresó a su campamento. De igual forma, lo mandé con la carta correspondiente.

—¿Félix dijo eso…? —cuestiona el rubio, profesando la incongruencia de su relato como algo totalmente fantasioso—. Con todo respeto, Kagami. Pero conozco a mi primo. El no me dejaría solo.

—No estás solo, Adrien —sisea Tsurugi con voz pueril—. Estás conmigo ahora.

Mierda. Tengo que salir de aquí…—el medico francés se levanta de su asiento, simulando un malestar estomacal—. Creo que…será mejor que me vaya también, jeje. He comido y tomado demasiado. No estoy acostumbrado

—Oh. Si, claro que podrás irte —se gira la japonesa, clavándole los ojos con maquiavélico sentir—. En cuanto Bourgeois responda mi carta.

—¿Me-Me estás tomando como prisionero? —el doctor da un paso hacia atrás, pasmado.

—Para nada. A partir de hoy, eres mi huésped —determina la muchacha, cogiendo una daga que reposaba en la mesilla—. Pero comprenderás que no puedo dejar que te marches aún, sin saber cuales son las verdaderas intenciones de tu visita.

—Bu-Bueno. Tal y como se ha manifestado en el mensaje de Zoé —relata el ojiverde, trémulo. El filo de esa hoja se ve bastante amenazador—. Necesitamos de tu ayuda para poder acabar con estas criaturas. Se que no te agrada mi padre. Por lo que pensé que quizás-…

—¿Qué no me agrada? —masculle Kagami, mostrando los dientes cual perro rabioso—. Yo lo detesto. No hay un hombre que odie más, que a Gabriel Agreste en este mundo. Y no descansaré hasta abrirle el pecho y de un solo bocado, comerme su maldito corazón.

—¿Comértelo? ¿Qué estás…? —el heredero de los Agreste se entiesa en su lugar, percatándose de la pila de cráneos que se esconde bajo la penumbra. No puede ser. Tiene que ser una broma—. Kagami. Tu…eres uno de ellos. ¿No es verdad? Tu…estás infectada también.

—Que observador me saliste, muchacho —sonríe en respuesta, suspicaz—. En efecto. Lo estoy. Es más. Yo fui la primera de todos, en portar el virus que mi madre creó.

Lo veo y no lo creo. ¿Cómo es que no se ha transformado en una bestia horrible? O peor aún…no veo signo ni huellas de que corra por sus venas —reflexiona dubitativo el francés, examinándola de pies a cabeza boquiabierto— ¿Cómo es posible? Te ves…

—¿Humana? Jm. Esa es una palabra que de igual forma me quedaría grande —revela Kagami, dejándose caer sobre la piel de un gran oso. Bebe un trago—. Realmente nunca lo fui. Pero ¿Qué mas da? En cuanto me enteré de los planes de mi madre, no dudé en ofrecerme como voluntaria. Yo —se apunta, en mohín soberbio—. Soy la única capaz de poder sobrellevar esto. Para mí, era un honor servirle a mi nación.

—¿Matando personas? —le reprocha el rubio, fulminándola con la mirada— ¿Acabando con la mitad de la población mundial? ¿Dejando que padres se devoren a sus hijos?

—Eres bastante melodramático para ser hombre —arquea una ceja, picaresca—. Me gustas. Pero tu sensibilidad te hace débil. Y eso, ya me desencantó.

—¡Oye! —Adrien da un paso hacia adelante, enfurruñado—. Esto es serio. ¿Acaso no te das cuenta de lo que pasa ahí afuera? ¡El mundo es un caos ahora! ¡Y todo por la culpa de los Tsurugi!

—¡¿Me culpas a mí?! —rebate Tsurugi, abalanzándose hacia el hasta azotarlo contra un mueble— ¡Todo esto hubiera salido mejor de no ser por la rata inmunda a la que llamas tu "padre"! ¡El plan nunca fue este en primer lugar!

—Ah ¿No? —la combate.

—¡No! —farfulle Kagami, empujándolo por el pecho—. Niño ingenuo. ¿Qué pretendías? ¿Cruzar toda Francia para venir a tomar el té conmigo? ¡En primer lugar! ¡Tu familia se presentó ante nosotros con otras intenciones! Si no sabes, no hables estupideces.

—Entonces explícate —demanda el doctor.

—¿Por qué lo haría? —chasquea la lengua, mosqueada—. Eres un insolente.

—Porque como bien dijiste tú, no viajé desde tan lejos solo para tomar el té contigo —exclama Adrien, exhalando frustrado en el proceso—. Discúlpame si soné mal. Pero en realidad…yo…

—Estas desesperado.

—Lo estoy —desvía la mirada, acongojado—. Ya no sé qué más hacer o a quien mas recurrir. No me jacto de ser el mejor, pero soy un muy hábil medico que solo busca sanar a las personas. Y no te imaginas la cantidad de cosas que he tenido que hacer para solucionar esto. Es…frustrante ¿Sabes? —aprieta los puños—. No lograr ayudar a nadie. Verlos morir y consumirse delante de tus ojos. Pero eso es algo que tú ya deberías saber.

—A diferencia de ti, no me interesa salvar a nadie —relata la samurái, paseándose por la alfombra con dejo de morriña—. El trato consistía en matar al rey de Inglaterra y acabar con esta guerra que, durante cien años, ha asolado a tu pueblo. Ese era el verdadero objetivo.

—¿Y ustedes que ganaban con eso?

—Eran negocios, Adrien. Nada más. Un acuerdo comercial, firmado bajo un tratado de exportaciones con bajo pago de impuestos —expone la chica de ojos marrones—. Yo estuve presente en esa reunión. Muerto el líder de los ingleses, no les quedaría de otra que retirarse de los puertos franceses para reagruparse. Una vez eliminado el bloqueo, las escuadras mercantiles de mi clan podrían navegar sin sufrir ataques innecesarios.

—¿Qué es lo que buscas en Francia?

—Recursos. En japón, libramos nuestras propias batallas —rezonga—. No te creas tan especial tampoco. Todos tenemos problemas. Nos vimos obligadas a tomarlo, porque nos encontrábamos en una posición muy critica —añade—. Ya no podíamos seguir costeando las defensas contra los mongoles que amenazaban nuestras tierras. Fue entonces…cuando ella apareció.

—¿Ella? —parpadea desconcertado— ¿Quién?

—Al principio se presentó como una noble, que servía al bienestar de su familia y a su provincia. Fingió sentirse desesperada por ayuda, porque lo estaba pasando mal producto de la beligerancia. Pero luego entendí, que se trataba de Emilie Agreste —sentencia la nipona—. La esposa de tu padre. Y no era para nada, una pobre mujer indefensa.

¿Pero que me está contando esta chica? ¿Entonces…el verdadero villano de todo este asunto, es mi mamá? —enmudece—. Yo…no…

—Se lo que debes de estar pensando. No pongas esa cara, que yo en su momento también la puse y quedé de payasa —chista colérica la peliazul—. Tu madre planeó todo, Adrien. De principio a fin. Se que estas consciente de que Emilie no es una santa paloma. No me tomó mucho trabajo averiguar la clase de dinámica que llevaba con su marido. Una mujer de carácter fuerte y decidida, sin el conocimiento necesario como para adulterar una formula. Esto lo hizo Gabriel, claramente. Lo que, sin duda, debe de haber fragmentado su relación en su momento. Pero… ¿Qué más da? No es como si se fueran a divorciar por esto.

La noticia le ha caído encima como un balde de agua. Adrien Agreste, ya no sabe que realmente decir o hacer. Permanece inanimado en su lugar, con atisbo extraviado y puños estremecidos. Siente como un escalofrío muy humano le recorre la columna, muriendo lentamente en el interior izquierdo de su tórax. Ahí, donde reposa su noble corazón. Mismo, que ahora se retuerce con malestar. Kagami lo observa intrigada. ¿Ha sido quizás muy directa? Pero era necesario. De lo contrario, alargar la verdad solo hubiera acrecentado el dolo que padecía.

—Escucha, Adrien —Tsurugi rompe el silencio—. Podemos-…

No ha podido concretar la frase. Le resulta absurdo hacerlo. Su compañero, está llorando. Infames lagrimas de sal ruedan incautas por sus mejillas, irritando la piel hasta dejarlas de un rojo encendido. En total afonía, estruja los parpados y solloza en silencio. Con ambas manos, oprime su pecho como estuviera experimentando la falta de aire mas vital. Es una tragedia para él. No le interesa si es el mismísimo diablo quien lo ve en tal estado, el solo se ha dejado llevar por el sufrimiento. La decepción. El total despojo del desamor, sin que nadie pueda consolarlo.

Aunque…no está del todo solo.

Sorpresivamente, Kagami Tsurugi se ha ruborizado. Conmovida con lo que presencia, algo en ella la ha dotado de una ternura difícil de explicar. No es que veas todos los días llorar a un hombre. Esa costumbre no existe en su nación. Tal vez…ese sentimentalismo que especuló era una fragilidad, sea ahora su mayor fortaleza. Un acto de consistencia, que ha derretido el robusto corazón, de aquella impetuosa guerra.

Si. Lo quiero.

[…]

—No puedo creer que hayas sido capaz de abandonar a tu primo con esa mujer —le reprende Marinette, furibunda— ¿Te das cuenta de la estupidez que hiciste?

De regreso al campamento de Bourgeois. 22:20PM.

—No lo abandoné —gruñe Fathom, ofuscado—. Yo jamás lo dejaría solo por mero capricho. Simplemente vine a entregarles la respuesta que me dio Kagami. Por supuesto que volveré por él.

—Pues más te vale que lo hagas ya, Félix —le amenaza, con furia en los ojos—. Porque como algo malo le llegue a pasar, no vuelves a tocarme en tu maldita vida. ¿Me oíste?

—¡Arg! ¡Ya tuve suficiente de esto! —berrea Graham de Vanily, girándose hacia Zoé—. Ya tienes la maldita carta. Dame un par de hombres. Regresaré.

No —determina Lee, doblando la misiva tras finalizar la lectura de esta—. Tu no irás a ninguna parte, Fathom.

—¿Qué dices? —espeta el rubio, pasmado.

—¿Qué te pasa? —le rebate Dupain-Cheng— ¡¿Acaso pretendes dejarlo ahí para siempre?!

—Si. Es exactamente lo que haremos —resopla la duquesa.

—Disculpe, pero…—Nathaniel abre los ojos, aturdido—. No estoy entendiendo nada.

—¡Óyeme! —Félix se enajena— ¡Esto no era parte del acuerdo! ¡¿Qué mierda insinúas?!

—Ahora lo será —sentencia Zoé, levantándose de su asiento para exponerles el meollo del asunto—. Kagami Tsurugi ha respondido a nuestras demandas. Ha accedido a cooperar con nosotros. Nos ayudará. Pero ha dejado muy en claro, que exige a Adrien Agreste a cambio.

—¡¿Quieres sacrificar la vida de mi primo hermano, por una simple ayuda?! —vocifera el inglés, lanzando a la mierda un par de objetos— ¡¿Perdiste la cabeza?!

—Bueno —ríe Zoé, suspicaz—. Solo si consideras el matrimonio como un sacrificio humano, Fathom.

—¿Disculpa…?

Vale. Aquí nadie está entendiendo nada. ¿Qué cojones? ¿Cómo que…matrimonio? Esto tiene que ser una broma. Marinette me mira, completamente desconcertada. Ni si quiera Nathaniel parece estar del todo convencido de lo que expone.

Silencio sepulcral en el ambiente.

—Kagami y Adrien, van a casarse —dictamina la rubia—. Ese es el acuerdo. Y ¿La verdad? Me parece una idea estupenda. Es más. Es mucho mejor de lo que llegué a imaginar. Dale mis felicitaciones a tu primo, Félix. Lamento haberme burlado de él. Es sin duda un estratega de primera.

—Yo…—Garham de Vanily hace una pausa, estupefacto—. Lo siento. Tengo la garganta seca. Necesito un jodido trago.

—Un segundo —advierte Marinette, sin llegar a digerir la noticia— ¿Adrien acordó esto? Quiero decir… ¿Al menos lo sabe?

—No. No lo sabe. Pero ya se enterará —Lee se encoge de hombros.

—Es una locura. No tiene pies ni cabezas —bufa la peliazul, soltando una risa burlesca—. Ustedes están dementes. ¡Jaja! Adrien jamás aceptaría tal cosa.

—¿Por qué estás tan segura, Dupain-Cheng? —la interpela la noble, con una ceja arqueada.

—¡Pues porque si! ¡Estoy muy segura y ya! —aúlla la condesa, con el rostro dotado de un febril color—. Adrien no puede casarse con esa tipa.

—¿Y por qué no? —consulta el barón Kurtzberg.

—Porque no la ama —determina, de brazos cruzados—. Por eso.

—¿Y tu como sabes eso? —insiste divertida, Lee.

—Po-porque…lo conozco ¿Ok? —sisea, abochornada—. Estuve casada un tiempo con él. Tampoco soy tan ingenua. A-Además, se de sus gustos. A él le gustan bonitas. Y sin duda esa chica no debe de serlo.

—Mh…yo no estaría tan seguro de eso, Marinette —añade Félix, escondiendo los labios detrás de una copa—. Tu no la viste.

—¿Y tú sí, estúpido? —lo asesina con la mirada.

—Claro —¿Por qué de pronto me insulta? —el monje se encoge de hombros, bien normal—. La chica es realmente muy hermosa. Jamás vi nada igual.

Eres…un…—Dupain-Cheng ahoga un gimoteo rabioso, apretando los labios— Maldito imbécil. Esto te divierte ¿Verdad?

—Vale. ¿Qué mierda está pasando aquí? —Zoé se cabrea y exige respuestas inmediatas. No le está gustando para nada el tonito con el que se sobrelleva la reunión. Y la actitud recelosa de Marinette, deja demasiado a la imaginación—. Marinette. La decisión ya está tomada. Kagami y Adrien van a casarse. De esa forma, afiataremos las relaciones entre ambas familias. Si le gusta o no, si la quiere o no, me importa cuatro hectáreas de mierda. ¿Tienes algo que objetar al respecto? Porque a juzgar por tu reacción, no estás dando la mejor de las impresiones —junta el entrecejo—. Cualquiera diría que de pronto estás celo-…

—No tengo nada mas que decir al respecto, Zoé —interrumpe Marinette, sin permitirle finalizar tal nocivo comentario. Acto seguido, se voltea—. Con permiso, me retiro ya.

—Vaya…—murmura el pelirrojo, hechizado por el drama—. Esto es lo más cercano al teatro que tengo, sin duda.

—Jm —bufa la Duquesa, sirviéndose un trago en el proceso—. He visto obras mejores. ¿Y tú? —mira a Félix— ¿Qué haces ahí parado como idiota? ¿No irás tras ella?

—N-no…yo…—Fathom hace amago de congoja, desviando la mirada—. Creo que, por esta vez, prefiero estar solo…

—¿En verdad no vas a decir nada? —propone sugerentemente, la rubia—. Porque pareciera que no te importa que Adrien se comprometa con Tsurugi.

—Estuve en su tienda, esta noche —Graham de Vanily intenta poner paños fríos al asunto, ahogando en reiteradas ocasiones un sentimiento oscuro que le invade—. No compartí lo suficiente con ella. Pero pude notar sus intenciones, en cuanto nos sentamos en su mesa. Kagami mostró en todo momento, agrado por mi primo. En algún punto, hasta sentí que sobraba. Por lo que…—suspira, finalmente—. Está bien. Lo que la chica exige, es lo correcto. Creo que nos ayudará a resolver todo esto.

—¿Y entonces? —arquea una ceja, maliciosa— ¿Por qué tienes esa cara de cordero degollado? Anda, no hace falta que finjas conmigo. Todos lo vimos.

—¿Puedo retirarme ya? —murmura Graham de Vanily, derrotado—. Ya no deseo hablar mas del asunto. Con su permiso…

—Uff…bueno —el barón brinda junto a ella, sopesando el melodrama por sobre la solución—. Hemos ganado una aliada con esto. Hay que celebrar. ¿No? Al fin podremos enfrentar a los Agreste sin tener que desafiarnos entre nosotros.

—Si. Pero no cantemos victoria aún, Nath —bosqueja la noble, escéptica—. Que Kagami quiera comprometerse con Adrien podría ser una trampa también. Tal vez solo busca usarlo, como una forma de tomar poder contra los Agreste.

—Tiene razón, Duquesa. No lo vi así —repasa el pelirrojo, preocupado—. No hay que olvidar que es motivada por la venganza y el odio que le tiene.

—Aunque no estoy del todo segura, si sea Gabriel su objetivo ahora —murmura, reflexiva—. En el caso de que Tsurugi quiera usar a Adrien como monedita de cambio. ¿Quién realmente se beneficiaria de eso?

Buena pregunta…

[…]

—¿Qué es lo que buscas en las estrellas? —expresa Luka, observando a su camarada reposar sobre la rama de un árbol— ¿A Dios?

—No estoy de humor ahora, herrero —contesta malogrado, el monje. Tiene en la mano derecha una botella de licor—. Por favor, déjame solo.

—¿Puedo subir contigo? —ni para que preguntar, si ya estaba escalando el tronco— ¿Cómo lo hiciste para llegar está ahí? Fuah…que complicado.

—Para que preguntas, si ya estas subiendo —resopla Fathom, hastiado—. Si rompes la rama y te caes, no te recogeré.

—Que pesado eres —ríe Couffaine, jocoso— ¿Tu madre no te enseñó modales?

—De hecho, me dijo que del suelo no se recoge nada —carcajea el noble—. Menos si es basura.

—Que chistosito —le da un empujón de hombros en respuesta—. Mamá me dijo que la basura de un hombre es el tesoro de otro.

—Eso es porque tu familia era pobre, Luka —Félix se profesa avergonzado con su comentario. No quiere ni imaginar que clase de cosas hurgueteó en la basura de otros. Para cambiar el rumbo de la plática, le ofrece un sorbo de su bebida—. Mejor ya cállate y toma esto.

—Me enteré por Nino de lo que pasó con Adrien —comenta el peliazul, inquieto— ¿Es cierto lo que dicen? ¿Qué se comprometerá en matrimonio con la señorita Tsurugi?

—Oh, sí. Muy cierto —bufa Fathom, rodando los ojos con disgusto—. Lo cual me parece un movimiento estratégico digno de admirar.

—¿Por qué lo dices?

—Adrien ya no puede volver a casarse por la iglesia católica —explica el rubio, tomando un sorbo de la boquilla—. Kagami debe de profesar su propia religión. Una que no está reconocida en este reino. Ja —ríe—. Quien lo diría. Esa chica es muy lista. Sabe muy bien lo que está haciendo.

—¿Qué insinúas? —pregunta el campesino, confundido— ¿Qué es un matrimonio falso?

—Yo no lo diría de una manera tan burda, pero si —se encoge de hombros—. Algo así.

—Dios mío, que cosa tan espantosa —profiere el muchacho.

—Ay, por favor, no exageres —pronuncia.

—¿Cómo que no exagere? Imagina a lo que hemos llegado en estos tiempos —relata Luka, levantando la visual hacia el manto nocturno—. Mamá siempre solía repetirnos que el matrimonio es sagrado. Una unión, bajo un compromiso de por vida. Y que solo debía llevarse a cabo si ambos se amaban entre ti. Si no ¿Para que entonces pasar el resto de tus días con alguien que ni si quiera te gusta?

—Es…sin duda el concepto más idílico para definir la unión conyugal, Luka —determina Graham de Vanily, anonadado con su relato—. Eso me hace pensar, que ustedes los campesinos son mucho mas felices de lo que creí. Ya que se juntan realmente por amor y no por obligación. Incluso si son pobres y no tienen nada para ofrecer.

—¿Lo dices por lo que te pasó a ti?

—Puede que, en tu mundo, el amor funcione de esa manera —relata Félix, cabizbajo—. Pero en el mío, eso a nadie le importa. La mayoría de los nobles se pavonean entre sí, cortejando damiselas con un propósito comercial, mas que otra cosa. Su arma más letal, es el romanticismo que grandes eruditos han definido como el propósito de todo lo que da vida en este mundo —añade, con la voz quebrantada—. Las muchachas caen ante esa artimaña tan fácil…como abejas a la miel. Y pasan sus vidas creyendo ingenuamente que la persona con la cual se casaron, es el fin de un medio. Pero cuando el telón se levanta y las mascaras se desploman, revelan la cruel verdad. Para cuando eso pasa, ya es demasiado tarde. Han descubierto que, en el fondo, solo eran objetos que sus familias usaron para construir una empresa. Algo…burocrático y comercial —lo mira a los ojos—. Ese es el amor, que falazmente los lideres han erigido para forjar sus imperios. Monarcas, emperadores, duques, condes. Todo es un contrato. Ni más, ni menos.

—Lo que me cuentas…suena tan triste, Félix —musita Couffaine, abrumado con su relato—. Se que lo dices porque te obligaron a comprometerte con Chloé en el pasado. Pero, aún tengo fe que puede haber excepciones. ¿No piensas lo mismo?

—Por supuesto. Las hay —sonríe afable y notoriamente ebrio—. Y cuando una oportunidad así se presenta, no debes dejarla escapar. Sin importar, cuanto del mundo se oponga a ello.

—Es por eso que me alegra mucho saber, que estás enamorado de la señorita Dupain-Cheng —asiente, feliz—. Ambos son nobles y pueden gozar de ese amor.

—Claro que amo a Marinette —sentencia Fathom, tomando un último sorbo de la botella—. Pero ¿Es realmente correspondido?

—¿Qué estás…? —Couffaine parpadea, absorto con su planteamiento— ¿Por qué dices eso ahora? ¿Acaso ya no estás seguro de sus sentimientos?

—¿La verdad? —Félix hace una pausa prolongada, tentado a confesarle el mayor traspié que pudiera llevarlo a cavilar erróneamente. Mas no lo hace. Recula y niega con la cabeza, despabilando—. Nah. No he dicho eso. Solo estoy borracho ¡Jaja! Ya bajémonos, me duele el culo.

—Mmh…

Inicio mi descenso por las ramas de aquel roble, con la amargura de un sentimiento ácido en la boca. Quise echarle la culpa al alcohol, de generarme ciertos pensamientos sombríos. Pero ¿A quien buscaba engañar? En cuanto mis pies tocaron tierra firme, sentí flaquear mis rodillas. No importa a que artilugios recurra esta noche. Lo que pasó en la tienda de Zoé, me carcome por dentro. No consigo dejarlo pasar. Estoy confundido. Muy perdido. ¿Y si en el fondo Marinette aún ama a Adrien? Tal vez no quiere admitirlo, para no hacerme sufrir. Sin embargo, yo preferiría lo verás, antes de una brutal mentira. Tampoco quiero vivir de la ficción. No me sentí merecedor de ser engañado así.

De vuelta al campamento, repasé en mi cabeza una y otra vez, nuestra historia de principio a fin. Habíamos participado en tantas cosas juntos, tantas noches intimas, tantas conversaciones a corazón abierto. Marinette se había transformado en tiempo récord, en mi mayor anhelo. El soporte vital de mi respirar. Y en varias ocasiones, ella me hizo ver lo mismo de su parte. Declarándose tan prendida a mí, como un bebé a la teta de su madre. Pero… ¿Y si no es así? ¿Podía culparla a ella de haber tergiversado todo? ¿De entenderlo todo mal? ¿Era realmente amor lo que sentía por mí? ¿O solo lo imaginé? ¿La habré idealizado? Joder…que situación tan angustiosa. Por primera vez, me injurié cuestionamientos que solo dios sabe de donde coño los saqué. ¿De donde venia toda esta incertidumbre? Nunca me enamoré antes. ¿El amor nos hace débiles, inseguros y temerosos? ¿Cobardes? Esto no es lo que yo había planificado para mi corazón. El destino de mi alma, pendía de una interrogante de la cual, no tendría respuesta. No si ella no me la daba.

Tanto silencio de su parte…

—Buenas noches, Félix —comentó Luka, a lo lejos—. Que descanses.

Me despedí de él, indiscutiblemente extraviado sobre que rumbo tomar. Vengo compartiendo la cama con Marinette hace semanas. ¿Debo ir a su tienda o regresar a la mía? Me siento un estúpido. Un completo imbécil, ahí parado, en medio de un millar de soldados que duermen plácidamente en la comodidad de sus almohadas. Una brisa gélida me remueve un par de mechones de cabello. La botella que tengo en la mano, se ha vuelto liviana. Está vacía. Ni si quiera puedo seguir ahogándome en ella. Quiero llorar.

El crujir de unas ramas a mis espaldas, llama mi atención. Me giro, mareado producto del licor en mi sangre. Una sombra se difumina hacia mí.

—¿Quién anda ahí? —gruñe el inglés, desenvainando una daga—. Identifícate.

—Tranquilo, monje —sisea la chica—. Solo soy una inocente boticaria.

—Lila…—frunce el ceño, guardando el objeto— ¿Qué haces despierta a estas horas?

—Es lo mismo que podría preguntarte yo —contesta fútil, la morena—. Pero ya vi que estás borracho.

—¿Te importa acaso? Regresa a tu tienda será mejor.

—Cuanta hostilidad, por dios —ríe Rossi, en una mueca sobria—. Venía del baño justamente hacia ella y te vi ahí, todo escuálido. ¿Te pasó algo?

—No es asunto tuyo —rezonga, mosqueado—. Yo ya me iba.

Un momento. ¿Qué hace esta mujer deambulando suelta por el lugar? ¿Y su escolta? No lleva cadenas en las muñecas y tampoco está atada de los tobillos. Despabilo. Tarde caigo en cuenta, que lleva un bolso acuestas y el chicote de uno de los caballos en las manos.

—Oye. ¿Qué crees que haces? —la enfrenta.

—Voy a huir, Félix —admite la muchacha, con total normalidad— ¿Quieres venir conmigo?

—¿Ir contigo? ¿Estás demente? —Graham de Vanily le expone su daga, irascible— ¿A dónde vas?

—Con Tsurugi —revela la boticaria—. Mi misión aquí está completa. Y tengo asuntos que resolver con ella. Creo que ahora mismo, es lo mejor para todos.

—No. Lo mejor para todos, es que te ejecuten —sentencia el varón.

—Eso no lo determinarás tú, Fathom. Ni mucho menos la estúpida de Zoé —debate Lila, alejándose hacia el costado.

—¡Quédate quieta! —advierte una vez más— ¡No des un paso más o alertaré a todos!

—Félix, se razonable ¿Quieres? —le platica serena, la muchacha—. Llevo un tiempo observándote. Y de todos los buenos para nada de este lugar, eres el más inteligente. Sabes perfectamente que te conviene que esté con Tsurugi.

—No sé de que forma crees que te acomoda mas estar con ella —injuria el rubio, determinado a negarse—. Pero cuando Kagami se entere que fuiste tu quien envenenó a su madre, te cortará la cabeza.

—Creo que olvidas que fueron los señores Agreste quienes me pagaron para encontrar a Emma —expone la chica, con voz metálica—. Ya la encontré. ¿No te hace ruido que no quiera volver con ellos?

—No…—masculle Félix, embrollado— O bueno…si, un poco. ¿Qué pretende? — ¿Vas a traicionar a mis tíos?

—¿Traicionar? Hablas como si yo hubiera tomado un bando —carcajea, con altivez—. Soy una mujer independiente. Libre. Yo solamente trabajo para mi misma, que te quede claro.

Esta chica…realmente sabe lo que está haciendo —carraspea— ¿Cuál es tu plan?

—Te lo diría, pero esa carita guapa que tienes no compensa tu hostilidad —murmura entretenida, la chica—. No confío en ti ni tú en mí. Lo mínimo que podrías hacer ahora, es guardar esa cuchilla. De todas formas, no me harás daño con ella.

Tsk…que engreída —de mala gana, Félix accede a depositarla nuevamente dentro de sus prendas. Aunque solo para sentenciar sus intenciones—. Lila… ¿Cuáles son tus verdaderas intenciones? No creo que solo el dinero te motive a actuar por ti misma. Se ve que hay algo más, que no le has dicho a nadie. Si no te importan los Agreste. ¿Qué es entonces?

—Claro que me importan los Agreste —confiesa Rossi, bosquejando una mueca maquiavélica en los labios—. Pero no todos, los Agreste. Solo uno en particular.

¿Pero que demonios? ¿Acaso esta chica está…? —Fathom traga saliva, pasmado— ¿Tu? No te creo. Me parece una ridiculez. ¿Adrien?

—Todo este tiempo, fue Adrien —reconoce—. Desde que tengo 15 años, que siempre ha sido él. Es por eso que no dejaré que una japonesa entrometida, se lleve la gloria de lo que yo por derecho, reclamé primero.

—Pierdes tu tiempo, Lila —advierte Fathom, templado—. Adrien jamás estaría contigo.

—Tal vez no. No de la forma que quisiera —admite, altanera—. Pero si yo no lo tengo, ella tampoco lo tendrá.

—¿Piensas matar a Kagami? —pregunta, absorto.

—Solo terminaré lo que empecé hace años, con su madre —acepta Rossi—. Ahora, si me disculpas. Tengo un campamento que alcance. Dentro de un par de horas amanecerá y no quiero que me vean los cuervos. Me saludas a Zoé de mi parte ¿Sí? —adiciona, montando su corcel.

—Lila, no sé que realmente terminarás haciendo con todo esto —señala el ojiverde—. Pero te aseguro, que no te saldrás con la tuya.

—Me llama la atención una cosa, Fathom —expone la boticaria, tomando las riendas del animal—. Hace un rato me llamaste traidora. Pero tu le quitaste la mujer a tu primo. Y no conforme con eso, luego lo entregaste a una foránea como si fuera una ofrenda. Me pregunto… ¿Quién es el verdadero traidor aquí?

¡Tu!

Mierda. No logré alcanzarla. En cuanto me arrojé a ella, había echado galope por el sendero hasta perderse en bosque. Yo no soy ningún maldito traidor ¿Ok? ¡No lo soy!

No lo soy.

No lo soy…

¿O sí?

—Será mejor que regrese a mi tienda…

[…]

—¿Casarme? ¿Contigo?

Una semana después. Acuartelamiento de Tsurugi.

Esa mañana, Adrien se había levantado con todas las intenciones del mundo, a hacer una pregunta sencilla. Algo bien inocente, muy humilde, como de costumbre. "¿Cuándo podré regresa con Zoé?" Le apremiaba volver con sus amigos. Con su primo, su ex mujer y sus pares. Pero recibir una respuesta como esa…lo descolocó. Kagami estaba sentada frente a él, con una serie de exquisitos platillos esparcidos por la mesa. Un desayuno simplón, que no significaba nada; según él. Sin embargo, la joven guerrera tenia otras intenciones en mente. A lo que el menesteroso médico, no supo como atender. En primera instancia, lo instintivo era ruborizarse ante semejante aseveración. Y es que ni si quiera se conocían tanto como para contraer un compromiso tan formal. Pero al cabo de unos silenciosos minutos, la sangre que permanecía acumulada en sus mejillas, perdió su sazón.

Adrien tragó saliva, intimidado con su mirada. ¿En que momento habían firmado ese trato? El no acordó nada con nadie.

—Con todo respeto, Kagami —carraspea abochornado, el rubio—. Pero… ¿No sería prudente al menos conversarlo conmigo primero?

—Ya lo hablé con Zoé —determinó la peliazul—. Está arreglado.

—¿Sin consultármelo…? —pestañea, abstraído.

—¿Por qué tendría que consultártelo? —arquea una ceja.

—Bu-Bueno…porque…am…—Adrien se frotó la mejilla, tímidamente—. Soy yo el involucrado, finalmente. ¿No deseas saber que opino al respecto?

—No —dictamina, sin mayores miramientos—. No es necesario.

—¿No es necesario? —cuestiona el francés, sumamente avergonzado—. Yo creo que es muy necesario, jejeje…

—¿Por qué? —lo increpa la muchacha, clavándole una mirada certera en los ojos—. Tu me gustas.

¿Qué yo le gusto? ¿De que me estoy enterando? —el joven Agreste se atraganta con saliva, tomando túrgidamente un sorbo de agua en el proceso—. Y-yo…quiero decir, bueno. Este…ah…

—¿Acaso no te gusto también?

¿Qué si me gusta? Madre de dios…yo no…sé si…—ya no sabe donde esconderse, para no seguir sintiéndose asfixiado con el bombardeo de declaraciones—. Perdona. Yo…realmente no he tenido tiempo de pensar en algo como eso. Por favor, no te ofendas. Tu realmente…

—¿No te parezco una mujer digna de ti? —pregunta, con voz hosca— ¿No soy atractiva?

Siento que se me va a salir el corazón por la garganta —despabila, rojo como un tomate maduro— ¡S-si! ¡Claro que me pareces muy atractiva! ¿Cómo no serlo? Eres…eres una chica guerrera muy buena y habilidosa y estratega y-…—torpemente, se enreda con su propia lengua, soltando un graznido— ¡Cof! ¡Cof! ¡Kagami, creo que sin duda eres digna de cualquier hombre! —Por favor, esto no puede estar pasando. ¿En que momento?

—No quiero cualquier hombre. Contigo me basta —sentencia, levantándose de la mesa—. Nos casaremos mañana. Ya tengo todo listo. Nobu es mi mano derecha. El te enseñará el protocolo de mi religión.

—¡¿Ma-Mañana mismo?! —se espanta.

—¿Algún problema con eso?

—¡No! Es que… ¿Tan rápido? —tartamudea, sobrecogido— ¿No debería al menos avisarles a mi familia o algo así? No sé si estás al tanto, pero…tengo una hija ¿Sabes?

—No están invitados. Y eso no se estila en mi nación —espeta Kagami, tajantemente—. Tu hija seguirá siendo tu hija. Mia no es. Luego de que nos casemos, me darás descendientes.

¡¿Qué?! No estoy soportando —Adrien se para bruscamente, completamente fuera de sí. Saltándose todos los protocolos existentes, se arroja a la chica, sujetando sus muñecas— ¡Kagami! ¡Yo no pued-…!

—¿Me estás tocando la mano? —le interrumpe, frunciendo el ceño.

—Yo…—el ojiverde cae en cuenta, de que sí. Le estaba tomando de las manos—. Si. Eso creo…— ¿Por qué de pronto me siento tan…cómodo? Está cálida…

—¿Qué es lo que no puedes? —sisea Tsurugi.

—N-no…nada…—la suelta, desviando la mirada. Ya totalmente derrotado—. No es nada. Entonces…mañana será. ¿No? Según escuché.

—Es lo que dije. ¿Estás sordo? —Kagami chasquea los dedos. Uno de sus hombres, hace ingreso a la tienda casi al instante—. Takeshi. Llama al doctor. Quiero que le examinen los oídos a Adrien.

—Como usted ordene, Tsurugi-san —reverencia el varón.

—¡No! ¡Espera! ¡No tengo ningún problema auditivo! —se excusa el Agreste, agraviado— Se lo ha tomado realmente muy personal…—. En serio, estoy sano.

—No me consta. Me aseguraré de todos modos —ordena—. Que lo revisen completo. Quiero un informe detallado del estado de sus huesos y un análisis de sangre.

—A la orden, Tsurugi-san —afirma el soldado, llamando al erudito.

Wow. Nunca nadie se había preocupado tanto por…mi salud…—Adrien aprieta los labios, impactado. Tras un par de segundos, el medico hace ingreso a la tienda— ¿Este es el galeno?

—Todos fuera —sentencia la nipona, cerrando la carpa desde adentro.

Hai —se presenta el anciano, depositando un maletín con una serie de instrumentos sobre la mesilla—. Señor Agreste. ¿Sería tan amable de desnudarse, por favor?

¡¿Qué?! —Adrien da un brinco en su lugar, automáticamente tapándose con las manos— ¡Esperen un momento! ¿Esto es necesario?

—Es parte del procedimiento, mi señor —determina el viejo.

—Pe-pero…Kagami está…—balbucea el ojiverde, con la respiración a mil y las orejas entumecidas en rubor—. Eh…— Dios mío. ¿En que me metí?

¿Qué más podía hacer? Negarse a estas alturas, era suicidio. Tuvo que someterse de la forma más disciplinada posible, despojándose una a una de sus prendas. Kagami se había sentado justo en frente de él, como quien toma palco en primera fila de un espectáculo estrafalario. Con una pierna cruzada sobre la otra, se deleitó las papilas masticando un racimo de uvas. Todo esto, mientras el galeno, iniciaba sus primeras indagaciones. Fue todo un deporte, digno de admirar.

Me siento como un trozo de ganado, siendo revisado antes del matadero…—pensó, el muchacho, batallando por rehuir de la mirada fisgona de su compañera— ¿Por qué pareciera que le divierte…?

Tsurugi esbozó una sonrisa ladina, dejando entrever a todas luces, que lo que él estaba pensando, era justamente lo que era. Un comprador exigente, examinando la calidad de la mercancía. A partir de ahora, sería de su propiedad. Algo que hubiera espantado a una persona normal ¿No? Pero Adrien…lastimosamente, no lo era. En su imaginación, una serie de escenarios paralelos le nublaron la poca cordura que le quedaba. La chica se sentía bastante estimulada con lo que contemplaba. Y el por su parte…bueno, no se quedó atrás.

Completamente doblegado a su voluntad, la acechó por el rabillo del ojo. Ambos habían recreado un solaz lascivo de primera calidad, que se desató en total silencio contemplativo. ¿Quieres jugar? Vamos a jugar entonces.

Tal vez si me llegue a gustar, después de todo…

—Está en muy buena forma, mi señora —finaliza el doctor—. Sus huesos se ven vigorosos y la consistencia de su sangre se percibe saludable. La muestra de orina arrojó falta de aminoácidos, pero se soluciona bebiendo infusión de anís. Lo que sí, está un poco pálido —añade—. La recetaré que tome mas sol, jovencito.

—Genial. Puedes irte —lo despacha la chica.

Wow. Ese si fue un examen real —Adrien saca pecho con orgullo, soltando una risita altanera; una vez ya vestido—. Ejem. ¿Y bien? ¿Estás satisfecha ahora? ¿Cumplo tus expectativas?

—Eso ya lo veremos, mañana en mis aposentos —bufa la muchacha, dándole un empujoncito por el pecho—. Solo entonces, sabré si estas a la altura. Ahora sal de mi vista.

Ja. Una chica exigente. Por mi no hay problema —carraspea el rubio, asintiendo— ¡Bueno! ¡Entonces iré a tomar sol como dijo el doctor! Jajaja…—huye épicamente.

Está nublado, payaso.

Durante todo el tiempo en que Adrien se salvaguardó "cautivo" entre las huestes de la japonesa, no hubo un solo momento en que no pensara en Emma. Ahora que conseguía desplazarse libremente en compañía de Nobu, podía darse el lujo de enviar cartas afuera del recinto. Kagami lo había mantenido incomunicado del mundo, por temas estratégicos. Custodiado de forma solapada, logró obtener lápiz y papel. Redactó una carta no muy extensa, solicitando información sobre el estado de salud de su pequeña. Uno de los mensajeros tendría la misión de llevarla hasta su destino. Así que, con una preocupación menos, se entretuvo repasando la supuesta ceremonia nupcial.

Aprovechando el impulso, sacó ventaja de investigar cada rincón del cuartel. Contabilizó mucho menos hombres que cuando llegó. ¿A dónde iban? A poca distancia de su sitio, divisó un montículo de tierra que posiblemente albergaba cadáveres de las bajas. No estaban yendo a ninguna parte, mas que al cementerio mismo. Sus prendas, eran quemadas en una pira alta sobre la colina. Usando mascarillas blancas y guantes curiosamente avanzados para la época. ¿Kagami estaba al tanto de que sus soldados estaban infectados también? Se preguntó. Pues se reservaría el derecho de involucrarse, al menos hasta estar casados oficialmente. Solo entonces, tomaría participe de los asuntos que aquí ocurrían.

En una de sus andanzas, dio a parar con la tienda de los cocineros. Ciervos, conejos, patos, toda clase de animales cazados para alimentar a un contingente prolongado. Adrien estaba consciente de que su futura esposa, estaba atrapada aquí. De hecho, recorriendo el estero del bajo, vislumbró el mar. Los barcos que hondeaban por esa zona, no eran japoneses. Comenzó a cuestionarse si entonces este acuerdo era realmente beneficioso para ambos. ¿Qué ganaba ella con todo esto? ¿Las tropas de Zoé?

Como odiaba no estar al corriente de qué demonios pasaba. Todos parecían saber que pasos dar y con qué dirección menos él. Distraído, absorto en sus planteamientos, se tropezó con un trozo de ornamenta de buey. Estuvo a punto de irse de bruces al suelo. Afortunadamente alguien le atajó.

—¡Uh! ¡Perdone! —se disculpó el francés, indulgente—. Estaba distraído, jeje…

No fue nada —musitó la muchacha, en un aparente francés mal pronunciado.

Esa voz…—el joven Agreste hizo una pausa, intentando dar con la mirada de aquella persona—. Disculpe. ¿Nos conocemos?

No creo. Soy japonesa. Con su permiso.

Eso le pareció extraño. ¿Dónde había escuchado esa voz tan peculiar? La joven se escabulló rauda dentro de las cocinerías. Con su accidentado choque, dejó caer un par de hiervas al suelo. Que Adrien examinó, curioso.

—¿Qué es esto? —reservó—. Parece romero.

—Agreste-san —Nobu se le acercó—. Es hora. Venga conmigo, por favor. El sacerdote está aquí para explicarle los siguientes pasos de la ceremonia.

—Eh…si —balbuceó, restándole importancia al asunto. La dejó caer sin más—. Vamos. Estoy un poco nervioso ¿Sabes? No es la primera vez que me caso, pero esto es todo nuevo para mi —río.

Una conversación siendo espiada por aquella intrusa que, de forma incauta, se escondía detrás de unos cajones. Dotada de una mirada felina, lo había fulminado con la mirada.

—Tal vez no sea la primera, Adrien Agreste —musitó Lila Rossi—. Pero te aseguro, que será la última.

Lila Rossi ha comenzado a jalar los primeros hilos de un sombrío plan. Dentro de una mente sinuosa promovida por el deseo de venganza y la posesión incomprensible de un hombre que no la ama; se ve tentada a torcer el desenlace de tal matrimonio. Recurrirá a los artilugios que la definen como boticaria por excelencia, preparando una infusión con altas dosis concentradas de somnífero. En tal caso que no llegase a funcionar, guarda recelosa un segundo acto para cerciorarse, de que nadie viva para contarlo. Durante una semana ha estado cruzando los maizales, yendo y viniendo. Dejando señuelos. Trozos de carne como migajas de pan, para atraer a cuanto zombi ha visto. El desplazamiento mortecino de las criaturas, concuerda con el trayecto donde se encuentra. Es tan solo cuestión de un movimiento en falso, para lograr que toda una horda de salvajes, se abalance.

Ahora, todo pende de su mano.

Campamento militar de las tropas francesas. A la mañana siguiente.

—Adrien está solicitando información respecto al estado de su hija —revela la Duquesa Bourgeois, devolviéndole la carta a la madre de la menor—. Tu eres la más idónea para responder eso.

—¿Adrien escribió una carta? —Dupain-Cheng chasquea la lengua, reprimida—. Me parece insólito que lo haya hecho después de casi dos semanas de ausencia. ¿Ahora le preocupa Emma?

—Era prisionero de guerra, Marinette —exhala Zoé—. No entiendo de que vas. Técnicamente en un par de horas más, se convertirá oficialmente en el esposo de Kagami así que yo supongo que la chica le ha dado más libertades.

—Jm. Casado en un matrimonio que no es ni legítimo en este territorio —bufa la peliazul—. Este trato me huele a una simple excusa.

—Bueno, tal vez la samurái esté planeando llevárselo a su nación ¿No crees? Después de todo, es su marido —sugiere la rubia, provocando un notorio cambio en el semblante de su compañera. Lee no es una muchacha que esté acostumbrada a los líos amorosos. Pero de un momento a otro, se ha profesado culpable por echarle mas leña al fuego. Hace una pausa, ofreciéndole una copa de vino para aminorar el ambiente—. Marinette. Tu y yo llevamos un tiempo platicando. ¿Verdad? No es como que seamos dos simples desconocidas tampoco. Y si bien esta situación en un comienzo me causaba gracia. Ahora mismo me preocupa. Puedes confiar en mí. Nadie tiene que enterarse.

—No sé que estás insinuándome, Zoé. Yo estoy bien —la condesa finge ignorancia, tomando un breve sorbito—. Todo está bien.

—Marinette ¿Qué es lo que te pasa con Adrien Agreste? —curiosea la caucásica—. Y por favor, te ruego lo eches afuera. Te he estado observando durante estos días y no estas actuando como de costumbre —su compañera frunce el ceño, batallando contra las ganas de ser sincera— ¿Acaso sientes celos? Porque si es así, yo espero de verdad que no sean del ámbito amoroso. Eso…podría lastimar mucho a Félix.

—¿Estás preocupada por mi o por él?

—Por los dos. Fathom es un viejo amigo —relata cabizbaja—. Y aunque quizás te cueste creerlo, la historia que ambos han construido durante este tiempo es inquietud de todos nosotros también. Son…algo así como… ¿Cómo decirlo? Una fuente de inspiración.

—No quiero…que me mal interpretes ¿De acuerdo? —afirma la joven madre, sentándose abatida sobre un taburete de madera—. No es nada amoroso.

—Entonces…—Zoé la acompaña, imitando su gesto— ¿Qué es?

—Al principio admito que me confundí un poco con lo que sentí —ratifica la ojiazul—. La noticia me golpeó de sorpresa y no era algo que me esperaría viniendo de él. Pero luego de analizarlo mucho y darle varias vueltas, entendí que en el fondo es más…miedo que otra cosa.

—¿A que le temes tanto?

—A que se olvide de nosotras —confirma, acongojada—. Mas de Emma, que de mí. Antes de salir del castillo, me confesó enérgicamente que aun mantenía sentimientos por mí. Obviamente por respeto a mi relación con Félix, tuve que rechazarlo. Sin embargo, la sensación de abandono que me produce el tenerlo interesado en otra chica, no me permite asumirlo del todo.

—No te ofendas, pero me parece un poco egoísta tu postura —testifica Lee—. Adrien es un hombre joven aún. Y tiene derecho a rehacer su vida ¿No te parece justo?

—Es muy justo. Es un chico increíble y merece una mujer que lo ame por lo que es. Alguien que pueda darle lo que yo no pude —sisea, ensimismada en el liquido que reposa en su copa—. Aún sabiendo todo esto, mi mayor temor es que tal idea de comenzar de nuevo, lo haga dejar de lado todo lo demás.

—¿No crees que sería mas prudente conversar esto con él? Directamente —sugiere la noble, bosquejando una mueca grácil—. Estoy segura de que conociendo como es, jamás apartaría a Emma de su vida. Saber lo que siente, te ayudará a despejar tus inquietudes.

—Tienes razón. He sido muy inmadura al prejuzgar sus intenciones tan prematuramente —asiente Marinette, templada—. Tal vez él quiera tener más hijos con Kagami y ni si quiera me he tomado la molestia de ponerme en ese escenario.

—Para mañana, Adrien será oficialmente liberado del campamento de Tsurugi —advierte la militar, levantándose—. Es entonces, que según el trato que hicimos, se reunirá con nosotros al alba. En cuanto esté de regreso, tendrán todo el tiempo del mundo para platicarlo.

—Gracias, Zoé —le endosa Dupain-Cheng, serena—. Eres realmente una muy buena consejera.

—No hay de que. Ahora mismo lo que me preocupa es otro asunto —rezonga, incomoda—. La rata inmunda de Lila huyó sin que nadie la viera. Que esté libre por ahí, deambulando…me pone los pelos de punta. No es una persona que esté bien de la cabeza —añade—. Mis hombres han intentado rastrearla por todos lados. Pero la muy zorra borró incluso las huellas de su caballo. No me imagino donde puede estar ahora.

—¿No habrá vuelto al castillo?

—No. Ya he descartado eso, enviando una carta —revela la Duquesa—. Y tampoco se ha presentado en la casa de los Agreste.

—Que extraño…—murmura Marinette, sujetándose el mentón en posición reflexiva— ¿Qué demonios estará tramando esa loca?

—Es la incertidumbre de no conocer del todo a mi enemigo, lo que me irrita —relata Zoé, mosqueada—. Lila es mucho más peligrosa por lo que planea, que por lo que hace. Además, no tiene a donde ir ni a quien recurrir. Actúa por si sola. Si huyó, no fue precisamente para escaparse de que la ejecutara —toma un sorbo de su trago—. Debe de tener una muy buena excusa, para haberse largado.

—¿Me llamaste? —Félix Fathom interrumpe la reunión, haciendo ingreso a la tienda. Nota la figura de una Marinette que continúa haciéndole la ley del hielo. Omite su presencia, por el momento; pasando de ella— ¿Qué ha pasado?

—Si, Félix —demanda la rubia—. Irás con el Barón Kurtzberg y un par de mis soldados a recorrer la costa. Lila continua prófuga y comienzo a sospechar, que tal vez abordó un barco. Nadie desaparece de la noche a la mañana como si nada. Es como si se la hubiera tragado la tierra.

—¿Aún sigues con eso de buscarla? —Graham de Vanily se toca la cabeza, desinteresado—. Si no está por la zona. ¿Qué peligros podría presentar? Ya olvídenla. Ha pasado una semana. Podría estar en cualquier parte. Incluso fuera de Francia.

—Si ese es el argumento que usarás para que no te dé más ordenes, mejor pesca tus cosas y regresa al castillo —lo increpa—. Me sorprendes, Félix. Yo te creí más listo. ¿Y ahora insinúas que se fue del país? ¿Para aliarse con quién? ¿Con los Germanos por ejemplo? No me quieras ver la cara.

—Zoé, con todo respeto —exhala el inglés, hastiado—. Estar gastando recursos en la búsqueda de una boticaria que, si muere, nos haría un favor. A nadie realmente le importa su vida. No es nadie.

—¿Te golpeaste la cabeza o has estado tomando ajenjo fermentado? —le reprocha, importunada— ¡Reacciona! ¡Es la asesina de Tomoe Tsurugi! Esa chica sabe demasiado sobre este virus, como para andar suelta como si nada. Encima conoce la formula que Gabriel modificó. Si llega a caer en las manos equivocadas, todos nuestros esfuerzos se-…

Tu —Marinette fulmina a Félix con la mirada, expresando con tal solo un gesto, que no sospecha de la verdad. Si no mas bien, la sabe por completo. A pesar de no haberse dignado a dirigirle la palabra hace días, la situación la ha sacado un poco de su centro—. Tú sabes dónde está. ¿No es así?

—No sé de qué hablas —Fathom rehúye de su interpelación.

—Si, sabes muy bien de lo que hablo —insiste Dupain-Cheng, con voz incisiva—. No puedo creerlo. Todo este tiempo has sabido donde está. ¿Qué pretendes? ¿Acaso te aliaste con ella?

—Fathom —advierte Lee, con sugerente tono de amenaza—. Por favor dime que Marinette está loca. Dime que no es cierto. Niégalo. Maldito traidor…

Y ahí va otra mas que me llama así —suspira, repugnado con la escena— ¿Saben qué? Ya me tienen cansado con esta dinámica infantil de ir por el mundo apuntando con el dedo a todo aquel que no actúa conforme ustedes consideran correcto.

—¿Correcto? —espeta Marinette— ¿Ahora nos darás una clase de moralidad?

—Tu mejor ni hables de eso…—la asesina con la mirada— Infiel…

Oye…

—¡Ya basta ustedes dos! ¡No es el momento para discusiones maritales! —Zoé coge a Félix del pecho, atrayéndolo hacia ella con violencia—. Habla, monje de pacotilla. ¿En donde mierda está Lila? ¿Y por qué la encubres? ¡Confiesa!

—¡Yo no encubro a nadie! ¡Y será mejor que me sueltes, carajo! —Graham de Vanily azota su mano hacia atrás, empujándole ofendido—. Y ya basta con eso de llamarme traidor. ¿Quién demonios se creen que son? ¿Ah? No soy estúpido tampoco. Si la dejé ir fue por algo.

—Encima tienes la desfachatez de confesarlo —carcajea Marinette, impresionada con lo que escucha—. Bueno, ya nada me sorprende. Viniendo de ti.

—A mi tampoco, viniendo de ti fíjate —gruñe Fathom, injuriado. A lo que su compañera se sobrecoge en sí misma, agraviada con su comentario—. Además, las cosas no pasaron así. Yo venia de regreso a mi tienda tras conversar con Luka. Era una noche muy cerrada y sin luna. Casi no pude distinguirla. Me la topé de regreso del baño —manifiesta, sobándose la sien—. No me dijo mucho. Solo que huiría y que tenia pendientes. Obviamente mi primera reacción fue detenerla. La amenacé con alertar a todos y saqué mi cuchilla. Pero…

—¿Pero?

—Comprendí que ella actuaba, motivada bajo sus propias convicciones —ratifica el inglés, ensimismado—. Unas, que en el fondo nos convenian. La verdadera razón por la cual Lila Rossi aceptó el trabajo de los Agreste no fue precisamente para encontrar a Emma. Solo lo usó de señuelo. Lo que realmente busca, es-…

—A Adrien —Dupain-Cheng toma la palabra, atónita.

—¿Qué? ¿Tu sabías de eso también? —Zoé la increpa, totalmente abrumada—. Pero ustedes dos ¿De que mierda van? No cuentan las cosas completas.

—Es una larga historia —profesa la peliazul, aunque no del todo convencida de que haya sido posible que llegara tan lejos—. No puedo creerlo. ¿Después de todo este tiempo?

—Pensé exactamente lo mismo cuando me lo dijo —aporta el rubio—. Pero sí. Es así.

—Esa chica está obsesionada con Adrien —relata la condesa— Incluso desde mucho antes de comprometernos. Ella quería casarse con él. De hecho, era una de las candidatas al puesto. Pero cuando Adrien se decantó por mí, por sobre ella…creo que enloqueció o algo así. Durante nuestra noche de bodas, intentó matarme…usando veneno.

—¡¿Qué?! —Lee lo escucha, pero no lo cree—. Pero, joder. Esa mujer quiere a todos muertos o que.

—No a todos. Solo a los que intentan quedarse con el —sisea Marinette, descalabrada—. Después de todo tienes razón. No está bien de la cabeza.

—Mierda. Si todo lo que me cuentan es real —la duquesa Bourgeois los mira a ambos, embobada—. Entonces ella en estos momentos está…

—En el campamento de Tsurugi —expone Fathom—. Tal y como lo intentó con Marinette, pretende hacer lo mismo con Kagami. Aunque me temo que esta vez, si le de resultado. Puesto que me dijo, va a rescatar a mi primo de sus huestes.

—Kagami no puede morir, Félix —exhorta la rubia— ¿Perdiste la cabeza? Entiendo que estés preocupado por tu primo. Pero necesitamos a la chica con vida. Es la única que sabe cómo solucionar todo esto.

—¿Cómo estás tan convencida de eso? —cuestiona el ojiverde— ¿Realmente nos sirve?

—Porque en la carta que me contestó, ella confesó tener la cura a este virus —reprende en respuesta, de forma trémula—. Ella es la clave…para terminar con todo esto. Si no ¿Por qué coño crees que acepté su idea de matrimonio?

—¿Qué…?

¿Y hasta ahora venía a decírnoslo? Pero con un demonio, Zoé. ¿Qué pretendías hacer realmente? ¿No fuiste capaz de contármelo antes? ¡Si tan solo hubiera estado al tanto de tal primicia, ni si quiera la hubiera dejado irse!

Mierda…si Kagami muere…

—Todos vamos a morir…—confiesa Félix, destruido.

—No si yo puedo evitarlo —refuta la noble, con la certeza de una solución entre ceja y ceja— Reúnan a las tropas. Iremos tras ella.

Hay que evitar a toda costa…esta masacre.