Cap 37: Bajo amenaza
El ambiente a su alrededor comenzó a tornarse pesado. Inconscientemente su cosmos estaba fortaleciéndose como una gruesa nube venenosa con el objetivo de mantener alejada a la amenaza que tenía delante suyo. No importaba cuanto se repitiera así mismo que no podía ser tocado por el otro, la mente no olvidaba y el cuerpo revivía el dolor como si estuviera sucediendo en ese preciso instante. Durante los días anteriores fue incómodo tenerlo en sus clases, pero en cuanto los mandaba a recolectar hierbas, el semidiós pasaba casi toda su clase lejos de él, haciendo más llevadera su presencia. Hércules había notado que no podría acercarse de manera directa ahora que el cosmos del otro ardía tan intensamente que su cuerpo brillaba. Sin embargo, confiaba en poder obtener información de él por las buenas. Después de la larga historia que compartieron juntos, ¿cómo podría ser olvidado? Sólo necesitaba recordarle con quién estaba hablando.
—¿Por qué estás tan a la defensiva? —cuestionó el semidiós mientras se le acercaba lentamente como si estuviera tratando con un animalito del bosque—. Pareces tenso, ¿quieres que te ayude a relajarte? —interrogó en un tono sugestivo al mismo tiempo que se relamía los labios con anticipación.
—¡Aléjate de mí! —ordenó el rubio sujetando con fuerza una de sus rosas en la mano derecha.
—Oh vamos, Adonis —dijo con un tono condescendiente—. ¿Por qué actúas de esa manera conmigo? —preguntó con una exagerada expresión de tristeza como si estuviera hiriendo sus sentimientos—. ¿Sabes? Yo nunca olvidé aquellos maravillosos días que pasamos juntos y nuestro apasionado romance.
El santo de piscis no sabía qué hacer exactamente. Podría atacarlo e iniciar una pelea, pero si Atena se enteraba, tendría problemas con ella. Hércules era desagradable, pero de momento no le había causado daño físico. Sus palabras tampoco eran insultos, sólo estaban cargadas de una excesiva y falsa dulzura como si se dirigiera a un amante. Tenía miedo de atacar y no estaba seguro si era por enfrentarse a su abusador o por las repercusiones que podría traer ese sencillo acto. A él no podía tocarlo sin morir envenenado. Todos sabían respecto a eso, no podría decirles que intentaba defenderse porque a ojos de extraños él estaba perfectamente protegido por su sangre. Pocos en el santuario serían capaces de reconocer el daño psicológico como verdadero y no como una tontería inventada por los cobardes para dar explicación a sus retiradas de una batalla.
—Te dije que te mantengas alejado de mí —ordenó nuevamente el rubio al ver al otro con intenciones de acercarse.
—Sólo quiero hacerte una pequeña pregunta —habló el semidiós con su expresión tornándose oscura por la impaciencia—. Quería hacer las cosas suaves para ti como premio por haber sido un amante tan bueno, pero me estás haciendo perder la paciencia —gruñó por lo bajo mientras se iba acercando a paso lento—. Te ordeno que me digas ahora mismo dónde se encuentra el elixir mágico que usa Atena para curarse.
El pobre rubio se encontraba temblando por el miedo. Sus estudiantes estaban no muy lejos de allí recolectando hierbas medicinales y Ganimedes los estaba vigilando. Podría gritar por ayuda, pero no sólo se vería patético, sino que pondría en peligro a los demás. Adonis podía notar el pasto verde a su alrededor secándose tras morir por su veneno. No podía controlar su propio cosmos en esos momentos, por lo cual en parte consideraba buena fortuna que nadie estuviera cerca. La parte mala, esa que estaba atormentándolo, era no saber siquiera de lo que estaba hablando el otro. Él nunca oyó acerca de algún elixir. Además, ¿para qué lo necesitaría Atena? Si tuviera heridas de cuidado lógicamente acudiría al dios del Sol. No por nada Apolo era el dios de la medicina. No existía enfermedad que él no pudiera curar, o incluso crear, si su ánimo le dictaba impartir algún castigo divino.
—¡Maestro Adonis! —llamó Miles acercándose con un montón de hierbas y pastos en la mano—. ¡Necesitamos su ayuda para identificar lo que encontramos! —exclamó acercándose junto a Argus para colocarse delante del rubio aumentando el espacio entre el hijo de Zeus y piscis.
—Está muy ocupado en estos momentos —dijo Hércules queriendo deshacerse de los intrusos—. ¿Podrían esperar un rato a que terminemos nuestra charla? Es algo muy íntimo entre nosotros —explicó con una sonrisa.
—El tiempo que tenemos con el maestro Adonis es muy limitado —dijo Argus viendo al hijo de Zeus con fiereza—. Si no le preguntamos ahora perderemos la oportunidad y tal vez olvidemos lo que queríamos saber.
"Son como sanguijuelas, molestas y pegajosas". Pensó el semidiós con fastidio. No era la primera vez que se metían en su camino. Con anterioridad si intentaba cortejar al santo de acuario durante sus clases, aquella ramera de poca monta intervenía y arruinaba sus oportunidades. No entendía la causa de qué ellos no cayeran también en el fanatismo en el cual tenía inmersos a los demás aspirantes. ¿Se había equivocado en algún momento? ¿Alguno de sus gestos exhibió algo demás? Pensaría en ello después, por ahora debía lograr su objetivo. No le quedaba mucho tiempo para continuar su interrogatorio. Podía sentir el cosmos de los demás dorados acercándose. A juzgar por los hábitos que estuvo memorizando desde su llegada, el primero en acudir seguramente sería acuario. Leo y sagitario podía sentirlos dirigiéndose a ese sitio y sus cosmos no eran precisamente calmos. Probablemente habían sentido como el de piscis se alteraba e iban rumbo a ver qué ocurría.
Y no era para menos. El santo venenoso no sólo estaba haciendo sentir aún más su veneno, sino que a su vez el pecho comenzaba a dolerle. El aire comenzaba a escasear en sus pulmones y el miedo aumentaba junto con los síntomas y su veneno. Los dos aspirantes estaban parados algunos metros delante de Adonis como si estuvieran haciendo una barrera humana. Algo sencillamente patético a ojos de Hércules. De un solo golpe podría matarlos a ambos si así lo quisiera. Y eso era algo que el rubio sabía de sobras. Cuando vivía en el bosque, en ocasiones solía encontrarse con animales heridos a los cuales daba tratamiento con sus escasos conocimientos. No era un sanador tan hábil como lo era ahora, pero al menos sentía que lograba disminuir el dolor de aquellos cervatillos. No obstante, el semidiós carecía de ese tipo de empatía y lo hizo testigo de cómo iba asesinando a diversas criaturas con el único fin de demostrar lo sencillo que para él era arrebatar una vida. Justo como parecía estar a punto de hacer con sus discípulos. El semidiós observó con profundo odio a ese par de asquerosos mortales que se atrevían a interponerse en su camino.
—No es de buena educación meterse en conversaciones ajenas —regañó Hércules de manera suavizada. Modulando su voz para no dejar ver aun sus verdaderos sentimientos hacia ellos.
—En estos momentos estamos en clase de Adonis —mencionó Argus de manera pícara. Usando aquel tono despreocupado, pero un poco travieso típico en él—. Puedes socializar con él cuando quiera hacer tiempo para ti —advirtió con voz firme.
—A menos que el gran héroe sea una compañía no grata y el único medio para acercarse a nuestra belleza sea persiguiéndolo como un animal en celo —argumentó Miles haciéndole frente al igual que estaba haciendo su amigo.
—Parece que en este lugar abunda la falta de modales —habló Hércules mientras hacía tronar sus propios nudillos—, pero descuiden yo me encargaré de enseñarles —ofreció de manera siniestra caminando hacia ellos—. No existe mortal que no cambie su actitud luego de ser sodomizado brutalmente.
—Deben, de-deben... irse rápido —avisó Adonis entre tartamudeos nerviosos—. Mi ve-veneno, m-mi ve-veneno —repetía constantemente luchando por recuperar el control sobre sí mismo.
El rubio deseaba avisarles que debían irse de allí de inmediato, pero tenía problemas para hacerlo. Su garganta parecía estar tapada por alguna fuerza invisible que no le dejaba respirar y sus entrañas se revolvían como si allí estuvieran anidando decenas de enormes serpientes. No era capaz de detener su imaginación. Sólo necesitaba parpadear breves segundos para visualizar vívidamente sus recuerdos de Hércules asesinando animales inocentes. Y en un segundo parpadeo en vez de retornar a una imagen normal, lo que veía era a Miles y Argus siendo asesinados de un sólo movimiento del brazo del semidiós. ¿Qué hacer en esa situación? No podía tocar a los aspirantes, pero tampoco se atrevía a dejarlos a su suerte. Afortunadamente el santo de acuario no sólo apareció en un momento tan oportuno, sino que alcanzó a oír la amenaza del semidiós a los aspirantes. Hizo sentir adrede su cosmos helado para que retrocediera por las buenas.
—¿Qué está sucediendo aquí? —preguntó Ganimedes a espaldas del castaño con una expresión tan helada como su cosmos.
Hércules había quedado de espaldas a Ganimedes y el resto de los aspirantes que se acercaron curiosos a ver qué ocurría por allí. Debido al repentino y poco natural movimiento de acuario retirándose de su puesto de vigilia, lo siguieron pensando que algo había ocurrido. Los curiosos se iban sumando cada vez más haciendo que el miedo de Adonis de causar un envenenamiento masivo también lo hiciera. El hijo de Zeus sonrió celebrando su buena suerte. Les dedicó una mirada de advertencia y enojo a Miles y Argus antes de regalarle una cargada de lujuria al santo de piscis. Les quería dejar claro el mensaje de que esto todavía no terminaba. Se giró despacio fingiendo que nada había ocurrido allí saludó a todos con una expresión simpática.
—Adonis parecía estarse sintiendo mal y yo sólo quería evitar que estos dos imprudentes se envenenaran por accidente —explicó Hércules con una sonrisa de falsa amabilidad.
—Tú también deberías alejarte para evitar sufrir con su veneno —dijo acuario mientras avanzaba a paso firme y sujetaba a los dos aspirantes—. Voy a revisar cómo se encuentran.
Desde antes de llegar allí Ganimedes sabía que el veneno de Adonis era un peligro, pero también lo era el semidiós que no dejaba de perseguirlo como si fuera una presa. Aun así, le debía dar prioridad a la salud de los dos aspirantes. Sus intenciones podían ser buenas, pero estaban siendo envenenados lentamente por el santo de la última casa y ni siquiera eran conscientes de ello. Era una fortuna que él se encontrara cerca para darles tratamiento inmediato antes de que se volviera un problema grave.
—No deberías preocuparte por mí —afirmó el castaño mientras se rascaba la nuca con una mano—. Adonis se ve muy pálido tal vez yo podría…
—Ganimedes te dijo que te retires —habló Sísifo con seriedad mientras estaba en una rama alta para poder observar mejor todo el panorama—. ¿Perder el sentido de la audición fue el precio a pagar por tu súper fuerza? Si no es ese el caso. Obedece —ordenó con su cosmos ardiendo listo para pelear si era necesario.
Hércules no quería iniciar una pelea aún y menos con tantos testigos. Su hermana se encontraba ausente, por lo cual la última palabra la tenía su ángel. Estaban en un punto muerto de momento. Atena le dejó quedarse como invitado especial, pero al no estar ella presente, Sísifo era quien gobernaba el santuario. Ninguno de ellos podía dañar deliberadamente al otro sin tener que responder luego ante la diosa de la guerra. Sólo por eso no se habían matado aún. Además de que el maldito niño no estaba solo. Aunque consideraba que le sería relativamente sencillo matar a todas las mascotas de su hermana si se lo propusiera, no estaba seguro de poder lidiar con Pólux si ese maldito veneno de piscis terminaba recorriendo su cuerpo. Tampoco quería desperdiciar todo el tiempo invertido investigando la cura milagrosa de Atena. Si lo expulsaban ahora de allí, se iría con las manos completamente vacías. Tanto ganarse la confianza y devoción de esos estúpidos mortales para irse sin haber fornicado con ninguno y sin el secreto de su hermana era inaceptable.
—Creo que mi presencia no es de tu agrado, ¿verdad? —preguntó el semidiós castaño mirando a sagitario con una expresión de cachorro apaleado.
—Te dije claramente que mientras no me estorbaras estaría bien, debe ser muy difícil de entender para alguien que sólo posee una fuerza sobrehumana —habló Sísifo despectivamente sin importarle lo que pensaran los fanáticos de ese tipo—. Ganimedes por favor revisa a Miles y Argus. Si es necesario dales tratamiento. León encárgate de llevar a los aspirantes lejos del veneno y designa a alguien que pueda hacerse cargo temporalmente de las labores del día.
—¿Hacerse cargo? —cuestionó León mirándolo confundido.
—Los dorados tendremos una reunión privada en cuanto el veneno de Adonis se estabilice, ¡por hoy quedan suspendidas todas las lecciones! —exclamó sagitario alto para ser oído por todos.
—Yo... lo-lo si-siento —habló entre tartamudeos piscis.
—Te acompañaré de regreso a tu casa. Con mi viento dorado puedo evitar que se disperse por el aire —explicó Sísifo para tranquilizar al rubio—. En cuanto terminen con sus asignaciones todos los dorados diríjanse a la casa de piscis —ordenó.
El semidiós causante de los problemas se retiró de allí con una expresión de resignación y tristeza. Naturalmente aquello causó indignación en varios de los presentes que miraban de mala manera a los dorados por su trato hacia el héroe. No era culpa de Hércules que piscis no supiera controlar su veneno. Las buenas intenciones del castaño al intentar ayudarle habían terminado con una sentencia parcial por parte de sagitario quien con su actitud condenatoria demostraba claramente que lo señalaba como culpable. El hijo de Zeus sonreía por el inesperado logro. Había conseguido aumentar su buena posición como altruista que sólo quería ayudar al prójimo, pero era duramente juzgado por un niño envidioso. De momento eso estaba bien, porque esa pequeña alimaña era su última opción para conseguir el elixir mágico. Habría preferido no llegar a esos extremos, pero ya había agotado todos sus recursos posibles. Ni modo, tendría que conseguir la información de ese estafador. Y eso por sí mismo era un gran problema. Un callejón sin salida al no conocerle debilidades al arquero. Cada cosa que pensaba tenía desenlaces fatídicos para su persona.
—Lo siento mucho por esto —susurró Adonis mientras caminaba cerca de Sísifo, quien como dijo usaba su cosmos para contener el de su amigo.
—No es tu culpa, pero entiendes que no podemos seguir postergando nuestra charla, ¿verdad? —interrogó con seriedad.
—Lo sé —aceptó mientras sus propias uñas se incrustaban en la piel de su propio antebrazo causándose dolor.
—No veas esto como algo condenatorio —pidió Sísifo mirándolo con preocupación—. No te prometeré que te entenderemos o sabremos por lo que atravesaste, pero hablarlo nos ayudara a comprenderte mejor y apoyarte en lo que podamos.
—Nadie puede detener a Hércules —jadeó Adonis presa del pánico que aun recorría su cuerpo.
—Eso no puedes saberlo —negó el azabache de inmediato mientras sus ojos azules se quedaban clavados fijamente en su persona—. Nosotros somos tus amigos, te oiremos siempre que tengas un problema y estaremos allí cuando nos necesites, pero debemos conocer los detalles para saber cómo actuar —explicó de manera calmada dedicándole una sonrisa sincera—. Si es por mí le daría una paliza a Hércules sólo por ser un engreído, pero tú siempre dices que debo pensar en las consecuencias de mis actos. Pues bien, es tu momento de hacerme ver cuáles podrían ser esas consecuencias de las que tanto hablas.
—Gracias, Sísifo —dijo el rubio regalándole una pequeña sonrisa sin saber cómo agradecer. Lo que sentía en esos momentos no podía ser expresado con palabras, pero esperaba que la utilizada mostrara un poco de lo agradecido que estaba en esos momentos.
Aun no se sentía listo para hacerle frente a su abusador, pero prolongarlo no serviría de nada. Por breves instantes había pensado que podía ignorar la presencia del semidiós hasta que decidiera abandonar el santuario. Le había funcionado esos pocos días en los que intentó fingir ignorar su existencia. Empero, nada dura para siempre. Le había recordado por qué no debía callar. Lo que le hizo en el pasado jamás podría ser borrado y esa era una verdad con la que viviría hasta el día de su muerte, pero podía evitar que otros pasaran por la misma tragedia.
Tenía buenos discípulos. Personas que estaban dispuestas a arriesgar sus vidas por ayudarle. Ocultarles la verdad por protegerse así mismo de la vergüenza y el dolor, no sólo era cobarde sino un insulto a sus buenas intenciones. Era como no valorar lo que estaban dispuestos a hacer por él. Temía que Atena invitara a su medio hermano a formar parte del santuario. Ese escenario era demasiado posible y hablar sobre la verdadera naturaleza del "héroe" podía marcar la diferencia entre que Hércules siguiera aprovechándose de los demás o ponerle un alto finalmente. Mientras ellos se alejaban rumbo a la casa de Adonis, los demás dorados estaban cumpliendo sus instrucciones.
—¡Talos! —llamó el guardián de la quinta casa acercándose al mencionado—. Como dijo Sísifo, los dorados tendremos una reunión de emergencia. Eso no significa que puedan hacer el vago todo lo que resta del día —advirtió serio—. Usen este tiempo para ayudarse entre ustedes a mejorar en los aspectos que más se les dificultan.
—¿Adonis estará bien? —interrogó Talos preocupado por el guardián de la última casa—. Se le veía muy pálido y cómo si le costara respirar.
—No te preocupes, haremos todo lo que podamos por ayudarlo —tranquilizó León poniendo una mano en el hombro del aspirante—. Los dorados somos como una gran familia, por eso sería bueno que los aspirantes también establezcan sus propios lazos con quienes serán sus futuros compañeros en el campo de batalla.
—¡Cuenta conmigo! —exclamó el aspirante con gran convicción de cumplir su rol asignado de la mejor manera posible.
—Confío en que harás un buen trabajo —dijo León sonriendo mientras buscaba al más joven de los dorados y lo alzaba en brazos—. Vamos, Shanti.
—No estoy inválido, puedo caminar por mi cuenta —protestó el joven rubio.
—Me siento más tranquilo llevándote así —respondió el guardián de la quinta casa—. Ganimedes alcánzanos cuando termines, te estaremos esperando —avisó mientras comenzaba a caminar llevándose al santo de virgo en brazos pese a sus esfuerzos por soltarse.
—No tardaré mucho —respondió acuario mientras llevaba a los dos aspirantes a sentarse a los pies de un árbol para revisarlos.
—Iré llevando a los demás al coliseo para algunos combates de práctica —anunció Talos para que los otros dos supieran donde encontrarlos—. Aunque en el caso de ustedes tal vez quieran repasar otros temas que no requieran esfuerzo físico.
—Cuando Ganimedes termine de revisarnos sabremos qué podemos o no hacer —contestó Argus con calma.
El adulto a cargo asintió mientras se retiraba guiando a todos los demás. Aunque no quisiera creerlo, Talos reconocía los síntomas exhibidos por el santo de piscis. Los había notado en diversos eromenos, mas no podía dejar de sentir que algo estaba mal. En su cabeza no podía concebir la idea de que Hércules pudiera hacer algún daño a un inocente. Menos aún uno a tal grado que un santo dorado perdiera por completo su autocontrol. ¿Algún malentendido? Era bien sabido que en alguna ocasión la diosa Hera enloqueció a Hércules usando su poder provocando que asesinara a sus propios hijos. ¿Y si eso le había sucedido también con piscis? Desde el fondo de su corazón, Talos deseaba darle una explicación lógica a lo que presenció y una de ellas era la que pensaba en esos momentos. Si partía de la premisa de que Adonis y Hércules se conocían previamente, sólo debía sumar que la maldición de Hera lo obligó a lastimar a Adonis y por eso el trauma le hacía tenerle miedo. Si ese era el caso ninguno de los dos era responsable del suceso y simplemente era un evento desafortunado para ambos.
—¿Cómo se sienten? —interrogó el ex copero de los dioses a sus discípulos.
—Me siento mareado y con muchas ganas de dormir —respondió Argus dando un largo bostezo.
—Yo siento un raro hormigueo en las piernas —explicó Miles mientras se las golpeaba con sus propias manos—. Ni siquiera puedo sentir mis propios golpes.
—Ambos están sufriendo los efectos del veneno de Adonis, pero por suerte son de los menos dañinos —explicó Ganimedes mientras colocaba sus manos cerca de ellos para sanarlos con su cosmos—. ¿Qué sucedió?
—Hércules estaba molestando a Adonis —respondió Argus sin titubear—. Mis amigos me avisaron que era peligrosa la actitud de ese semidiós. No tenía buenas intenciones.
—Lo estaba presionando para que le hablé acerca de un elixir o algo así —complementó Miles sin quitar la expresión de asombro que tenía por ver a Argus tan enojado.
—A mí también me preguntó acerca de eso —mencionó acuario pensativo—. ¿Ha hecho algún movimiento extraño en los dormitorios estos días?
—Uff los raros son nuestros compañeros —se quejó Miles cruzándose de brazos completamente disgustado de sólo recordarlo—. No pueden aceptar que alguien no quiera lamer el suelo por el que camina Hércules.
—¿No te gusta? —preguntó el dorado de cabellos oscuros viéndolo con mucha curiosidad.
—¡Por supuesto que no! —gritó el ex erómeno en tono de indignación.
—Me sorprende que no fueras tras él —comentó el príncipe de hielo—. Digo, es famoso, guapo, fuerte y muy inteligente.
—Si eso fuera lo único que buscara en un hombre también le habría saltado encima a Pólux —reclamó el ex ladrón con una mirada que transmitía por completo su ira por la acusación—. Yo busco amor —aclaró en un susurro por lo vergüenza que le daba tocar el tema justamente con él.
—¡Ja! —soltó acuario una corta risa de burla—. ¿Siquiera sabes lo que es el amor? —cuestionó con el reclamo bailando en sus labios.
—No puedo estar seguro de sí lo sé dada la vida que he llevado hasta ahora —admitió Miles con la mirada algo baja al ser atacado nuevamente por las inseguridades que venía arrastrando respecto a cortejar a los ex inmortales—, pero sé lo que quiero en una pareja.
—¿Qué es lo que quieres en un compañero de vida? —interrogó Argus con curiosidad—. Piensa que esa persona que elijas tal vez ni en la muerte se separara de ti —avisó con una sonrisa.
Los más adultos presentes lo miraron como si hubiera perdido la cabeza. Algo normal considerando que siempre soltaba ese tipo de comentarios escalofriantes relacionados con la muerte y el destino de las almas. Para Argus sonaba bastante romántico que ni siquiera los dioses del inframundo fueran capaces de separar a una pareja o de romper el amor que se tenían. Algunos de los hombres cuyas almas le acompañaban contaban historias sobre las personas que amaban. De hecho, unos cuantos de ellos eran más que amigos. No sólo habían sido compañeros de aventuras sino también amantes y encontraron su final en el santuario de Atena mientras perseguían sueños de ser santos de la diosa. Y pese a la muerte, como Thanatos aún no se llevaba sus almas, rondaban juntos de aquí para allá. Sosteniendo la fría y fantasmal mano del otro. Se le hacía bastante tierno ver amantes tan apasionados que compartieron la vida y ahora la muerte.
—Quiero un amor sólido —respondió Miles mientras se sentaba en pose india con las piernas cruzadas—. Me gustaría que quien sea mi pareja me vea como una persona en quien confiar, quiero un compañero de vida que me vea como un igual.
—Poner en riesgo tu vida metiéndote en el camino de Hércules no lograra que Adonis se enamore de ti —advirtió acuario viéndolo con el ceño fruncido—. Ni siquiera te ha dado una respuesta a tu confesión. ¡No son pareja, no le debes nada! —elevó la voz como si aumentando el volumen de su voz pudiera hacerse con mayor razón en su opinión.
—No se trata de que sea mi pareja o no —respondió Miles con tranquilidad—. Lo último que deseo es comportarme como esos asquerosos erastes —declaró con una mueca que expresaba claramente lo mismo que decía en palabras—. Ellos sólo te dan "ayuda" si les entregas tu cuerpo. Sólo buscan su propia satisfacción y cuidan de tus necesidades únicamente cuando eres de su "propiedad" —explicó el ex eromeno recordando las veces que tuvo que entregarse por supervivencia—. Adonis me gusta mucho y quiero verlo feliz y bien. Si quiere ser mi pareja estaré muy feliz, pero si no quiere no significa que no podamos ser amigos —mencionó con una sonrisa mientras cerraba los ojos y reclinaba un poco la cabeza hacia atrás.
—Pareces ir en serio con él —susurró acuario.
Ciertamente le era sorprendente oír que el sujeto delante suyo estaba dispuesto a arriesgar su vida por una persona que ni siquiera sabía si correspondía a sus sentimientos. Ganimedes sintió como una desagradable acidez se instalaba en la boca de su estómago y su aliento mismo parecía agriarse a causa de lo mismo. No le gustaba oír como Miles hablaba tan felizmente sobre lo mucho que le gustaba Adonis. Si se convertía en un santo dorado quien sabía qué clase de escenas indecentes sería obligado a presenciar. "¡Momento! Pero si él no puede tocarlo. No tendrán relaciones carnales, qué alivio. ¡¿Por qué eso es un alivio?! A mí ni siquiera me importa si se tocan o no, pero me alegra que no puedan". Pensó acuario enojado consigo mismo por el rumbo de sus pensamientos en esos momentos.
—Tampoco dejaré que ese torpe semidiós te acose a ti —declaró repentinamente Miles sacando al otro de sus pensamientos—. Imagino que no tengo oportunidad de que me elijas dada tu pareja anterior, pero... si puedo ayudarte en algo, no dudes en pedírmelo —ofreció con sinceridad.
—Yo ya tengo una pareja que me ama y nadie podría hacerlo como él. Es el único para mí —declaró Ganimedes poniéndose de pie y dándoles la espalda para reunirse con los demás dorados—. Ten cuidado con Hércules, algo debe estar tramando. Si algo sucede avisam- avísanos. Los dorados te creeremos si nos dices ocurrió algún incidente. No necesitas tener miedo de que nos pongamos del lado de Hércules —declaró rápidamente antes de alejarse de allí.
El santo de acuario se sentía sumamente avergonzado por aquellas palabras. No había dicho nada comprometedor o vergonzoso, pero sentía como si le hubiera dado palabras melosas o cursis y no sabía la razón. Sólo lo estaba protegiendo porque era su discípulo. Su responsabilidad como maestro era velar por su bienestar... y el de los demás. Giró un poco la vista para observar por sobre el hombro y de soslayó visualizó a Argus sonriendo mientras le saludaba con la mano. "¡Maldita sea! Me olvidé de ese otro". Pensó el azabache queriendo arrancarse los cabellos. Se estuvo mentalizando acerca de cómo estaba haciendo eso por su deber y ese mocoso le recordaba que... que... existía. Se había perdido tanto en la charla que sostenía con Miles que dejó de notar cómo éste otro estaba conversando con sus "amigos". Esos que sólo él podía ver porque estaban muertos. Definitivamente estaba algo loco. Volvió a colocar su vista hacia el frente y a paso veloz se dirigió hacia la casa de piscis.
—¿Vamos con los demás? —interrogó Argus mientras miraba a su amigo.
—Prefiero volver a los dormitorios —respondió Miles señalando sus propias piernas—. Aun siento las piernas hormigueando. Tal vez si duermo un poco me sienta mejor. ¿Qué tal te sientes tú?
—El mareo ha disminuido bastante, pero el dolor de cabeza persiste —mencionó tocándose su propia frente con la mano—. Creo que también dormiré un poco. Quizás hasta la hora de la cena.
—No creo que Talos nos regañe por esto —mencionó el ex eromeno intentando ponerse de pie fallando en el intento, por lo cual volvió a caerse sentado.
—Deja te ayudo —ofreció el menor acercándose para servirle de muleta.
—Gracias —dijo Miles viendo con atención el rostro del otro estudiando qué tan afectado estaba por el veneno.
A paso lento ambos fueron avanzando hacia los dormitorios de los aspirantes. Las piernas del ex prostituto no le respondían correctamente y cada movimiento le suponía demasiado esfuerzo. Argus hacía lo posible por ayudarle a llegar hasta la cama, pero debido a la diferencia de estaturas y a su propio malestar, se le dificultaba un poco ser de utilidad. Llegaron con cuidado hasta la cama donde Argus sentó al otro antes de subirle los pies para acomodarlo en una mejor postura para descansar. Sin embargo, antes de que el menor consiguiera acomodarse en su respectivo sitio, notaron a un recién llegado completamente inesperado para ellos. Allí en la puerta se encontraba parado Hércules mirándolos con enojo. Ni siquiera se molestó en acercarse de inmediato. Así como estaba, cruzado de brazos les examinaba de arriba abajo con un gesto claramente despectivo.
—¿Por qué son tan malos conmigo? —cuestionó el semidiós mirándolos con una expresión dolida—. Yo sólo intento ser amigable, pero desde que llegué se la pasan evadiéndome y rechazándome como si tuviera alguna clase de peste.
—Porque nunca me fiaré de alguien que tiene la mirada de un Erastes —respondió Miles con desprecio.
—¿Por qué no dejas de fingir? —interrogó Argus cambiándose rápidamente a la cama de Miles a sabiendas de que éste no podía moverse—. Sabemos que no te agradamos de verdad, así que puedes dejar esa actuación. Sólo eres un lobo esperando depredar a las ovejas.
Miles estaba nervioso y pese a que sus piernas aun no le respondían como quisiera, todavía era capaz de mover sus brazos. Sin perder ni un segundo, abrazó al menor e intentó colocarlo detrás de su propio cuerpo. En esos momentos no había nadie más en los dormitorios, los dorados estaban en una reunión en la última casa y los demás aspirantes estaban en el coliseo. Pese a desagradarle Pólux, debía admitir que en estos momentos era una opción de salvación muy factible. Era casi una apuesta si al menos tuviera el mínimo de decencia humana de ayudarlos pese a no ser cercanos. Pero mejor no pensar en qué haría el otro semidiós. Al fin y al cabo, ni siquiera estaba presente y de estarlo podría suceder lo mismo que el primer día de todos en el santuario. En aquel entonces, pese a ver cómo usaban su nombre para atormentar a las más débiles, no había movido ni un solo dedo. Quizás volvería a hacerlo. Lo único que tenían para defenderse era a ellos mismos.
—Entonces, creo que podemos hablarnos sinceramente —dijo el castaño con una tétrica expresión en su rostro—. ¿Crees que abrazar a ese chiquillo lo protegerá, ramera impertinente? —interrogó revelando su verdadera naturaleza—. ¿Qué pasa? ¿Por qué no respondes? ¿Acaso tienen miedo de mí?
—Si sigues molestando usaré mi arma secreta —dijo Miles sonando burlón pese a que sus dedos temblaban sujetando a su amigo.
—¿La cuál es...? —cuestionó Hércules viéndolo con un poco de curiosidad.
—Llamar a Sísifo con gritos desesperados —respondió el ex eromeno con diversión—. Todos sabemos que no puedes con él —aseguró con confianza—. Durante el banquete, la clase de León e incluso ahora te dijo, no, más bien te ordenó explícitamente irte y tuviste que hacerlo.
—Creo que esa boca impertinente necesita ser ocupada para algo de más utilidad y... placer —jadeo Hércules acercándose hacia la cama.
—¡Argus vete rápido! —ordenó Miles intentando empujarlo lejos para que no viera lo que estaba a punto de suceder.
—¡No voy a dejarte solo con este loco! —gritó el menor aferrándose con todas sus fuerzas.
—¿Quién dijo que tenía la opción de irse? —preguntó Hércules sujetándolos a ambos del cuello para presionarlos contra la cama—. Mientras más personas mejor, ¿no es así?
El hijo de Zeus había ido originalmente allí con la idea de advertirles que dejaran de molestarlo e interferir en sus cortejos, pero viéndolos bien no estaban tan mal. Ya había oído gracias a su fiel admirador que Miles había sido prostituto, eso quería decir que tenía experiencia de sobra para entretenerle pese a no ser tan joven como los prefería. No obstante, eso lo podía compensar con el demente al lado suyo. Aquel jovencito que solía hablar solo a menudo. También tenía la fama de decir cosas escalofriantes. ¿Por qué no tener un poco de diversión con ellos? Después de todo nadie les creería. ¿Quién se tomaría en serio la palabra de alguien que literalmente vendía su cuerpo por pan y alguien que a menudo alucinaba? Sabía perfectamente que todos los demás estaban lejos de los dormitorios. Para cuando alguien viniera estaba seguro de terminar de dejarles claro el mensaje de no oponérsele nunca más cuando estaba de cacería.
—¡Déjanos ir, imbécil! —gruñó Miles mordiendo sus dedos aprovechando que el semidiós apoyó el pulgar cerca de sus labios.
—¿Por qué no usas tu "arma secreta"? —interrogó Hércules haciendo presión sobre su mentón causándole dolor—. ¿Es que acaso no puedes? —preguntó con falsa expresión de pena sin recibir ninguna respuesta—. Bien, ya que estás tan silencioso pasemos a lo bueno. No hay nada mejor que domar a los más reacios.
—Hay reacios con los que ni siquiera tú puedes lidiar y por eso te desquitas con nosotros, ¿no es así? —cuestionó Miles con burla.
El ex prostituto sabía bien que estaba cavando su propia tumba al provocar de esa manera al campeón de la humanidad, pero era lo mejor que se le ocurría para proteger a Argus. Si conseguía centrar todo el odio y la rabia de aquel hijo de Zeus sobre su persona, el menor no tendría que perder su virginidad de una manera brutal y traumática como le sucedió a él. Cerró los ojos mientras tosía a causa de la presión aumentando en el agarre de Hércules sobre su cuello. "Ni siquiera sé si sobreviviría compartiendo el lecho con este sujeto. Con su fuerza es probable que me asesine como les sucedió a tantas doncellas en los relatos que nos contó Sísifo como la hija de Ares de la que nunca recuerdo el nombre. ¿Qué historia se contaría sobre mí? ¿Qué morí estúpidamente intentando salvar a mi cría? ¿Alguien lloraría por mí? Es curioso que en estos momentos sólo tenga como consuelo las palabras de Ganímedes. Aunque al parecer volveré a fallarle. Ni siquiera creo que vaya a sobrevivir lo suficiente para quejarme de esto". Pensó resignado intentando ocupar su mente en otras cosas mientras el semidiós exploraba su cuerpo aun vestido usando una de sus manos para delinear su figura mientras la otra mantenía quieto a Argus.
—Mi lindo hermanito pronto estará a cuatro patas complaciéndome como debe ser, el estúpido grandulón en el que tanto te apoyas besa el suelo por el que camino y la pequeña alimaña voladora no durará mucho con su reputación de ángel —susurró con malicia el semidiós mientras le mordía la oreja a Miles hasta hacerlo sangrar.
El semidiós estaba usando su cosmos divino para hacer el aire a su alrededor más pesado y denso de lo normal. Incluso sin usar sus manos, Argus sentía como si una pesada roca estuviera sobre su cuerpo inmovilizándolo. Lo había soltado para poder manosear más a gusto al ex prostituto. El menor lo único que podía hacer en esos momentos era crujir sus dientes con molestia mientras las esquinas de sus ojos se volvían rojizas conteniendo las lágrimas de impotencia. Pese a estar en la misma cama no podía siquiera alzar un dedo contra aquel poderoso mortal. Seguía luchando por hacer que su cuerpo le respondiera. Incluso les preguntaba a sus amigos si había alguna manera de resistirse al poder de un semidiós. El castaño se separó unos momentos de Miles mirando a ambos tentativamente. ¿A quién tomar primero? ¿La ramera boca floja que lo estuvo hostigando o el jovencito que parecía virgen? Argus no parecía haber pasado hace mucho por su ceremonia de mayoría de edad o incluso podía ser el caso que todavía no la hubiera celebrado. Entonces sería su oportunidad de hacerlo un verdadero hombre.
—¡Miles, Argus! —llamó Giles apareciendo por la puerta junto a Talos—. ¡Hércules! ¿Tú también viniste a ver cómo están? —interrogó el infante inocentemente.
—Así es, pequeño vine con esa intención, pero... —respondió Hércules colocando una expresión de tristeza.
—Pero ¿qué? —cuestionó Talos con preocupación.
—Me tienen miedo —suspiró el semidiós con gesto afligido mientras llevaba una de sus manos a su propio pecho.
—¿Por qué le tienen miedo? —preguntó Giles enojado con sus compañeros por hacer sentir triste a su héroe.
—Eso es... —quiso hablar Argus ahora que al fin podía volver a mover su cuerpo.
—Eso es por mi maldición —interrumpió el semidiós con celeridad—. No es culpa de ellos, después de todo no es la primera vez que me rechazan temiendo que la maldición de la diosa Hera se apodere de mí y lastime a alguien —explicó dramáticamente causando compasión en el menor.
—¡Pero sí eres inofensivo! —exclamó el niño rubio con un puchero.
—¡Ya sé! —gritó Hércules repentinamente mientras sonreía de manera sospechosa—. ¿Por qué no vienes a sentarte conmigo y les muestras a tus amigos que soy inofensivo?
—¡Qué gran idea! —expresó Giles efusivamente acercándose a Hércules.
El semidiós se sentó en una de las camas y subió al niño a su regazo ante la atenta mirada de los presentes. Especialmente los dos que estaban allí siendo amenazados.
—Dime, Giles ¿te gusta estar conmigo? —interrogó el hijo de Zeus con una sonrisa.
—¡Sí! —asintió eufóricamente—. Me siento muy honrado de que mi héroe me preste tanta atención.
—¿Ven? —cuestionó a los aspirantes con saña muy bien disimulada—. A él le gusta, ¿cuál es el problema de que sea afectuoso? A todos los que han recibido mis atenciones los he dejado más que satisfechos.
Talos había permanecido en silencio analizando la situación. Podía ver claramente el miedo de los dos menores hacia el héroe. Estaban casi al mismo nivel de terror que el experimentado por Adonis. Y anteriormente no reaccionaban de esa manera. Puede que la llegada de Hércules al santuario jamás haya sido motivo de celebración para ese par, pero tampoco tenían el terror desbordando por cada poro como ahora. Además, no pasaba desapercibido para él ese rastro de sangre fresca en la oreja de Miles. El veneno de Adonis no pudo haber causado aquello. Sin embargo, preguntar ahora con ambas partes presentes no le llevaría a nada. Prefería hablar con los implicados por separado para averiguar qué había ocurrido allí realmente.
—Creo que deberíamos retirarnos y dejarles descansar —sugirió Talos mientras se acercaba a Giles y lo alzaba en brazos arrebatándoselo disimuladamente al semidiós.
—De acuerdo —aceptó el semidiós levantándose de la cama—, pero antes me quiero despedir de los dos enfermos.
—No tardes mucho, por favor se ven cansados —sugirió Talos mientras se quedaba a una distancia prudente vigilando los movimientos del otro.
El hijo de Zeus se sintió frustrado por la interrupción de su diversión. Pensó que con sus palabras anteriores el musculoso hombre saldría de allí y dejaría de estorbar, pero se equivocó. Podía sentir su mirada clavada en su espalda atento a cada acción que realizaba. Esperaba que no se convirtiera en otro obstáculo a futuro, pero lo dudaba. Siendo su héroe de la infancia, seguramente le sería imposible imaginarlo haciendo algo malo. Hércules confiaba en que aun si era atrapado con las manos en la masa, aun podría inventarse una historia para quedar bien parado. Por ahora, debería actuar como un cazador; mimetizarse con el ambiente, pasar desapercibido y no poner sobre alerta a sus presas. Con una sonrisa amable, pero cruel se despidió de los dos jóvenes en las camas y salió siguiendo a Talos para unirse a los demás en sus prácticas.
CONTINUARÁ…
