Cap 11: Artemisa
Cuando el santo de sagitario recobró la conciencia no se acordaba bien de cómo llegó nuevamente a la cama junto a León. Además de estar intrigado de estar vivo cuando era abrazado de manera sofocante por aquellos grandes brazos. También le dolía un poco el rostro y de inmediato lo atribuyó a haber tenido que dormir usando de almohada los duros pectorales del castaño. "Puede que para pelear sea genial que tenga el abdomen tan trabajado, pero es casi doloroso tener mi cara ahí mucho tiempo". Se quejó Sísifo mientras se despegaba del mayor y miraba a su alrededor. La cabeza aún le daba vueltas y sentía cada músculo de su cuerpo adolorido. Eso de inmediato lo atribuyó a su pelea con los centauros. Habían logrado dañarle bastante ya pesar de haber podido mover un poco durante la noche, seguía siendo un desafío hacerlo sin sentir dolor. Bostezó largamente limpiando los ojos con las manos y antes de darse cuenta volvió a recostarse. " Estoy demasiado cansado. Maldición". Se quejó el niño sintiendo que volvía a dormirse.
―¿Sísifo? ―preguntó el santo de leo al haber sentido que algo caer sobre él, pero siendo el cuerpo de un niño apenas si lo notó―. Aun no reacciona del todo ―sospechaba algo preocupado.
―Las flechas que renaban su cosmos fueron retiradas y pese a que le di primeros auxilios, le costará un poco que vuelva a su flujo normal ―explicó la diosa Atena ingresando a la habitación.
―¿Tiene daño permanente? ―cuestionó el adulto viendo minuciosamente las heridas visibles que tenía como los moretones que, con la armadura, la noche anterior no se notaba.
―No, no debes preocuparte ―aclaró la diosa mirando como el otro seguía dormido pese a haber descansado toda la noche―. Su cosmos fue afectado por culpa de las flechas y no fluye por su cuerpo de manera normal. Es igual a cuando te cortas la piel y sangras. Normalmente lo vendas y esperas que la piel se repare. En su caso yo coloqué mi propio cosmos para que dejar de perder el suyo, pero es temporal. Hasta que no se restablezca seguirá perdiéndolo como si tuviera una herida abierta ―explicó intentando ser lo más clara posible al respecto―. Pero no debes preocuparte, con suficiente descanso volverá a estar normal.
Las heridas espirituales eran más complicadas de curar y sólo un poder divino podía hacer ese milagro. Mas, aunque tuviera su ayuda requería también tiempo para recuperar sus fuerzas completamente. Esas lesiones en el alma necesitaban auto regenerarse como cualquier parte del cuerpo que resulte dañada. Además, debía sumarle que aparentemente se le reabrieron las heridas espirituales por curarla la noche anterior. Había forzado su propio cosmos sin estar en condiciones y ahora pagaba las consecuencias. Aunque al principio se burló de él por el ingenuo intento, al llegar la mañana sus heridas estaban mejores. Lo que generalmente le habría tomado al menos un día entero de acumular su cosmos, sanó casi por completo en una noche y eso estando malherido. "Es imposible. Sólo alguien con sangre divina podría… un momento. Sísifo es un descendiente de Prometeo. Lleva la sangre de un titán corriendo por sus venas. ¿Quién lo diría? Su sangre puede sanar dioses". Concluyó Atena tras haber reflexionado acerca de los últimos acontecimientos. Dudaba que se tratara de una mera coincidencia . "Qué idiota. Aún está en recuperación y gastó sus fuerzas en sanarme. Tonto, tonto, tonto". Maldijo enojada por el poco cuidado que ponía a su propia salud al verlo aún dormido.
La diosa Atena no dejaba de darle vueltas al asunto de la sangre de Sísifo. Los titanes estaban exiliados al Tártaro e incluso si estuvieran libres, acceder a su sangre era un asunto complicado. Igual que lo era para un mortal conseguir la sangre de un Dios. Existían diversas cualidades divinas que se manifestaban en aquellos que nacieron de la unión de una deidad con un mortal. Los semidioses poseían poderes sobrenaturales y cualidades únicas entre los demás. Ellos desde un principio tenían puntos divinos que resaltaban con facilidad en los demás. En cambio, Sísifo no poseía nada extraordinario. En su caso no tenía fuerza, belleza, inteligencia o cualquier otra cosa que delate orígenes divinos. Aunque en su caso, la sangre de Prometeo seguramente estaba muy diluida a través de las generaciones porque no le heredó ninguna cualidad sobrenatural al estafador. A diferencia de los semidioses que eran hijos directos de los dioses como era el caso de Hércules, hijo de Zeus y poseedor de una fuerza extraordinaria detectada desde que era un bebé recién nacido. De momento parecía que el único atributo divino de Sísifo era que su sangre podía servir de bálsamo para las deidades.
Si se ponía a pensarlo con calma, su propia sangre de diosa la había usado en talismanes para alejar a energías malignas y criaturas indeseadas de sus templos, pero no exploraba todo lo que podía hacer con la misma. Quién sabía todo el provecho que se le podría sacar y lo estaba ignorando. Debería ponerles más atención a sus propias habilidades para contar con aún más recursos en el futuro. Por ahora veía que la de Sísifo podía curarla. Esa sería una clara ventaja si se volvía a enfrentar a otro Dios. Podía salir herida las veces que quisiera y su pequeño ángel estaría ahí de soporte reponiendo sus fuerzas y curando sus heridas. Sin otro Dios con esa ventaja, ella tendría cualquier batalla ganada desde antes de iniciar. Seguramente existían otros como él. El problema sería encontrar a más descendientes de titanes o semidioses con manejo del cosmos y voluntad para seguirla.
" Bueno… no es como que Sísifo me siga por voluntad propia, pero me curó porque es su deber hacerlo ¿o deseó hacerlo? Al menos creo que está bien si cumple con su obligación, aunque no sea por nada más. Eso soy para él una obligación, así como él es la mía, pero parecía algo preocupado". Pensó contrariada. Aun viéndolo recostado en la cama junto a León seguía repasando mentalmente lo sucedido. Su propio actuar defendiendo al estafador fue arriesgado y no pensó demasiado en los pros y los contras, actuó como sintió que era correcto para el momento y fue recompensada con un pequeño sacrificio. "¿Realmente derramó su sangre por mí? Sin haberle ordenado o amenazado con matar a alguien querido por él" . Soltó un largo suspiro por aquello.
―¿Sucede algo, diosa Atena? ―preguntó el santo de Leo viéndola fijamente con preocupación―. Se ha quedado callada repentinamente.
―Nada, pero es hora de regresar al templo con los demás ―respondió con seriedad antes de que ambos se prepararan para emprender el camino de regreso.
Para la diosa no había problemas respecto al traslado. Con la mayoría de sus heridas medio curadas se sentía lo suficientemente bien para sanar de manera natural cualquier pequeña secuela que pudiera quedarle. En ese sentido, Sísifo y ella estaban iguales, a medio curar y necesitando un poco de descanso por algún tiempo para volver a estar en perfectas condiciones. Empero, al menos ambos redujeron el daño del otro pese a sus maltrechos cuerpos. El santo de Leo llevó en brazos al menor aún dormido. Estaba algo preocupado por las largas horas de sueño, pero la diosa aseguró que era lo mejor para su salud de momento. Sin embargo, no iban a seguir profanando un templo al que no deberían ingresar. Las sacerdotisas, siendo vírgenes consagradas a ella, jamás permitían a los hombres dormir en un templo de Atena, en esta ocasión se hizo una excepción por orden de la misma diosa. Ella estaba demasiado cansada como para irse a otro sitio y tampoco podía dejar a esos dos solos con riesgo de que alguien viniera a rematarlos aprovechando su vulnerabilidad.
―Pronto estaremos de regreso. Me pregunto si Ganimedes y Adonis estuvieron bien en nuestra ausencia ―mencionó León cuando ya pudo distinguir a lo lejos el santuario luego de aquel largo viaje.
―Esos dos discuten mucho ―suspiró la diosa recordando que acuario tenía problemas de convivencia con sus compañeros a excepción del adulto―. Pero estando solos quizás aprendió a llevarse mejor.
―Lo dudo ―intervino Sísifo despertándose en brazos del mayor con un largo bostezo―. Ganimedes está demasiado orgulloso y engreído. No te dirigiría la palabra si no es por una…
Su frase quedó incompleta cuando al igual que los demás fueron sorprendidos por un panorama que no se esperaba. El lugar donde solían entrenar era la parte frontal del templo por tener el área más amplia para usar su cosmos sin temer romper las paredes del templo que fungía también como su refugio para dormir. Allí había restos de hielo formado por el cosmos y además mucha sangre dispersa por las paredes y el suelo. Sísifo saltó de los brazos del castaño e ingresó corriendo al lugar llamando a gritos a acuario y piscis, siendo seguido también por los otros dos. Las columnas se encontraban agrietadas profundamente como si estuvieran a punto de romperse y dejarles caer el techo sobre ellas de un momento a otro. Atena siendo más lista usó su cosmos para buscar a Ganimedes y en cuanto lo localizó fue de inmediato donde él, encontrándolo tirado en el suelo bañado en su propia sangre y semi enterrado por las piedras que conformaba parte del techo.
―¡Encontré con Ganimedes! ―gritó la deidad colocándose de rodillas cerca del cuerpo siendo oída por los otros dos.
―¿Adonis no estará…? ―preguntó el santo de Leo preocupado.
―No, no puedes estarlo ―afirmó Sísifo negándose a creer que su amigo había fallecido.
León y Sísifo continuaron buscando al rubio por todo el templo queriendo tener la esperanza de verlo con vida. Quizás herido y desmayado, pero todo era mejor que creerlo muerto. Sin embargo, pese a haber recorrido el lugar una y otra vez llamándolo no hubo respuesta alguna. Cuando se resignaron a la ausencia de Adonis fueron donde la diosa. En el camino fueron notando que en el interior del templo había varias marcas, grietas y sangre, probablemente era de acuario y/o de piscis. Eran claras marcas de una pelea brutal o de una paliza dada con saña. Alguien que se divirtió dejando esas marcas en las paredes usando el cuerpo de los santos de Atena. Ésta había estado curando al herido con su cosmos intentando mantener con vida. Para su desgracia las heridas no eran superficiales. Eran incluso peores de las que recibieron sagitario, es decir, eran heridas espirituales causadas por un cosmos divino.
―¿Cómo está? ―preguntó el castaño teniendo gran preocupación en sus ojos pardos por el destino del menor.
―Con vida de momento ―contestó la diosa sintiendo que aún no estaba repuesta lo suficiente como para sanar al otro. Por lo mismo se detuvo cuando sintió que aguantaría al menos unos días―. Creo que esto es suficiente para mantener con vida ―suspiré agotada.
―¿Qué haremos sobre Adonis? ―cuestionó Sísifo poniéndose en alerta y mostrándose ansioso.
―Por ahora debemos descansar ―suspiró la diosa de la guerra viéndola con seriedad.
―¡Podría estar en peligro! ―gritó el menor perdiendo la paciencia―. Debemos ir a rescatarlo.
―No podemos hacerlo, Sísifo ―replicó Atena con molestia por sus gritos―. Estamos heridos, cansados y no sabemos nada de lo que ha sucedido aquí. No tenemos pistas para buscarle, ni siquiera sabemos si sigue con vida ―explicó ella observándolo con una gran frialdad queriendo hacerle entender que no era un juego.
―Pero… ―intentó replicar el niño mirando significativamente hacia la entrada del templo tentado de ponerse su armadura y buscar a piscis.
― Deberías escucharla, Sísifo ―pidió el santo de Leo sujetando suavemente los hombros del azabache queriendo tranquilizar sus ansías―. En tu situación no puedes usar tu cosmos, si las ventas estarán en peligro.
―¡¿Cómo que no puedo usar mi cosmos?! ―exclamó sorprendido y asustado porque era la primera vez que oía eso.
―Si crees poder, inténtalo ―desafió Atena viéndolo con una sonrisa burlona.
―¡Ya verás que sí puedo! ―aseguró Sísifo intentó llamar a su armadura. Mas quedó en el intento porque volvió a desmayarse antes de siquiera colocársela.
―Debimos explicarle el problema de su cosmos ―mencionó al adulto sujetando al infante entre sus brazos.
―Estaba demasiado enojado como para atender razones ―justificó la diosa poniéndose de pie viendo como tenía a dos caballeros fuera de combate―. Es mejor que lo experimenté por sí mismo y se dé cuenta que por el momento si intenta usar su cosmos terminará inconsciente. Lleva a ambos a descansar.
―Como ordene ―respondió León inclinando levemente la cabeza.
―Estaré en mi recámara descansando. Si despiertan avísame para poder hablar con ellos ―instruyó antes de retirarse.
La diosa de la guerra llegó a sus aposentos sintiendo una gran rabia en su interior. Estaba frustrada y molestada por semejante acto en su contra. Alguien había osado intentar matar a sus subordinados y le secuestraron a otro. Esa violación tan fragante hacia territorio que estaba bajo su protección no podía ser perdonada, pero no había mucho que pudiera hacer demasiado de momento. Se llevó el dedo pulgar cerca de la boca y comenzó a morderse la uña con ansiedad.
En esos momentos ella no estaba en plenas condiciones, tenía dos santos heridos que no podrían pelear, uno desaparecido y uno que apenas había conseguido ponerse su armadura. ¿Qué debía hacer en esa situación? Ni siquiera sabía con qué propósito o quién secuestró a Adonis. Mucho menos sabía de qué forma podría salvarlo si es que seguía vivo. Si ella se iba del templo tendría tres santos que serían blanco fácil para que cualquier otro los ataque. Esa podría ser la estrategia detrás del secuestro de piscis, obligarle a salir ella en persona dejando a los santos desprotegidos para hacer lo que quisieran con los demás. Tampoco podía mandar a León a ciegas a resolver nada sin instrucciones precisas. Y por obviedad acuario y sagitario no los tomaba ni siquiera en cuenta.
Podría ir con su padre a pedirle ayuda para recuperar a Adonis, pero el problema sería que la verían como una niña irresponsable. Si se sabía que no era capaz de cuidar de sus mascotas ella misma, los demás dioses jamás la tomarían en serio como diosa de la guerra y la sabiduría. Sólo sería la "niña de papi" que ante cualquier pequeño problema iba a llorarle para que resolviera sus problemas. No, no podía hacer eso. Debía demostrar su sabiduría y resolverlo a su manera. Sin embargo, mientras pensaba en cómo localizar al rubio debía sanar y sus santos también. Con ese pensamiento los días fueron pasando para pesar de la diosa, quien no sólo tenía que lidiar con su propio estrés y frustración por su bloqueo mental sino también con los reclamos de Sísifo. El impaciente santo deseó irse de inmediato, pero tras la explicación acerca de que no podía usar su cosmos hasta que se restableciera por completo tuvo que desistir. Apretando los puños y dientes tuvo que limitarse a intentar colaborar con León en el cuidado de acuario quien seguía sin abrir los ojos pese a los días transcurridos. Eso comenzaba a preocupar a todos. Nadie sabía si estaban ante un hombre que agonizaba o sólo una recuperación muy lenta.
―No me queda más opción que pedir consejo a mi hermana ―suspiró Atena con pesar.
Cuando tras varios días de darle vueltas al asunto no llegó a ninguna conclusión se decidió dejar su orgullo de lado y mandar a un búho invitando a la diosa Artemisa a visitarla en su templo. Una segunda opinión de parte de su hermana podría serle muy útil en esos momentos para conseguir una guía sobre cómo revolver su dilema. Después de todo Artemisa al igual que ella era hija de Zeus y diferían en la que la madre de ella era Leto. Sabía de su gran inteligencia puesto que cuando tenía tres años, su padre la sentó en su regazo y le preguntó qué regalos le gustaría recibir. Conociendo el poder del rey del Olimpo, la joven Artemisa no tuvo reparos en preguntar y esta fue su respuesta:
―Te ruego que me concedas la virginidad eterna; tantos nombres como a mi hermano Apolo; un arco y flechas como los suyos; el oficio de traer la luz; una túnica de caza color azafrán con un dobladillo rojo que me llegue hasta las rodillas; sesenta jóvenes ninfas del océano, todas de la misma edad, como mis damas de honor; veinte ninfas fluviales de Amniso, en Creta, para que cuiden de mis botas y alimenten a mis perros cuando no esté cazando; todas las montañas del mundo; y, por último, cualquier ciudad que quieras elegir para mí, pero una será suficiente, porque tengo la intención de vivir en las montañas la mayor parte del tiempo.
Sin dudas daba la sensación de que tenía todo eso premeditado. Eran varias especificaciones y regalos bien pensados los que solicitaron. Atena sabía bien que al igual que ella, su hermana era de las favoritas de su padre. Mas, no se negaba a reconocer la inteligencia de la otra, pese a destacar más respecto a lo físico. Dedicándose en su mayor parte del tiempo a la caza. En esos momentos su preocupación mayor radicaba en que aceptara la invitación. En ese templo residían sus santos a los cuales se negaba a abandonar hasta no saber a qué se enfrentaba exactamente. Sólo había bastado su corta ausencia mientras supervisaba a León para que sucediera aquella tragedia a sus espaldas. Explicó dichos motivos para no asistir ella personalmente a visitar a la diosa de la caza y esperaba que le tuvieran en cuenta su situación. Mientras esperaba que su mensaje fuera respondido, Atena se dirigió a la habitación donde descansaba Ganimedes. Al ingresar no le descubrirá ver a los otros dos santos velando por él.
―¿Alguna mejoría? ―interrogó la deidad.
―¿Alguna solución? ―respondió Sísifo viéndola de reojo siendo respondido por un largo silencio―. La respuesta es la misma entonces puedo suponer.
―Por favor no empiecen a pelear, en estos momentos no es conveniente ―tranquilizó León al ver las miradas que intercambiaban la diosa y sagitario.
―Ya él pidió ayuda a mi hermana Artemisa. Ella puede darme alguna solución ―informó a la diosa de la guerra con seriedad.
Arrepentidamente dentro de aquella habitación todo se volvió penumbras. Siendo de día era raro que hubiera anochecido de un momento a otro cuando aún faltaban varias horas para que cayera la noche. Una cegadora luz blanca los obligó a cubrirse los ojos antes de acostumbrarse. Frente a ellos apareció una hermosa mujer con el cabello ondulado y muy largo, de color crema y ojos dorados. Portaba una diadema en la frente, lo cual ocultaba la marca de luna creciente en su frente. Ella usaba una blusa blanca que pasaba de sus caderas con mangas largas que cubrían sus brazos y una especie de cinturón similar a venas que cubren su abdomen y cuello con una joya roja en la región del cuello y otra en la región del estómago, también usaba una larga falda blanca y semi translúcida que llegaba a sus pies y sandalias griegas. Su aparición fue elegante, ya que se hace toda una galante escena de su poder con la Luna y el brillo que ella puede lograr en la misma.
―Sólo tú podrías lograr que el cielo se oscureciera a mitad del día, hermana Artemisa ―dijo la diosa de la guerra viendo a su familiar hacer su aparición directamente en aquella habitación.
―No te confundas, Atena no he venido a ayudarte ―dijo ella mostrándose molestando―. Vine a decirte directamente a la cara lo descortés y desconsiderado que es de tu parte pedirme a mí que viniera cuando eres tú quien solicita mi ayuda. Y para colmo me haces venir a un lugar infestado de hombres ―se quejó con desagrado al verlos.
La diosa de la guerra ya se esperaba algo así, Artemisa tenía un carácter fuerte e inamovible, y tendía a enojarse y alzar la voz al expresarse. Ella siempre fue así de firme y era de las que quería mantener el lugar de los humanos y el de los dioses, y no toleraba faltas de nadie, aunque se trate de su misma hermana menor. Artemisa al igual que las demás deidades poseían una indiferencia total por la raza humana, pues los considerados totalmente inferiores los Dioses, por lo cual se le veía muy desilusionada de Atena al mostrarse herida por protegerlos e incluso dejando de lado su orgullo para pedirle consejo. Para la diosa de la luna no tenía sentido lo que estaba sucediendo. Era una locura invitarle a un templo habitado en su mayoría por hombres y una falta de respeto hacia ella quien vivía en los bosques, acompañada únicamente por un grupo de mujeres cazadoras y ninfas, que juraban lealtad y castidad, ya que no toleraba la compañía masculina. .
―Te ruego me disculpes, querida hermana ―habló Atena viéndola suplicante―. Pero se trata de una emergencia. Uno de mis santos fue secuestrado o eso espero, y me temo que no tengo pistas de quién o por qué haría semejante cosa.
―¿Acaso has renunciado a tus votos de castidad? ―demandó saber la cazadora con clara molestia―. Creía que eras más recatada y digna como para andar reuniendo hombres en tus templos para placeres prohibidos.
―¡Hermana! ―exclamó la diosa de la guerra con completo horror por la afirmación―. Yo sigo siendo una diosa virgen y jamás me entregaría a ninguno de ellos. Es más no encuentro ni el más mínimo atisbo de atracción sexual por ellos.
―¡El problema es que son hombres! ―alzó la voz Artemisa sin despegar su mirada de su hermana mientras con el dedo índice señalaba a los presentes en la habitación―. En cuanto te descuides intentaran violarte. ¡Es parte de su naturaleza usar sus cuerpos para mancillar la pureza de las hermosas y virginales doncellas sean mortales, ninfas o diosas!
El santo de Leo se apresuró a cubrirle los oídos a Sísifo para que no escuchara aquella conversación no apta para menores. Sagitario por su lado arqueó una ceja interrogante por el comportamiento del adulto. Era cierto que actualmente su cuerpo era de un niño de una vez años, pero su alma había tenido varias décadas o quizás siglos de existencia. Él no necesitaba que le intentara ocultar acerca de ese tipo de cosas. Es decir, él mismo le había acompañado a enfrentarse a los centauros que secuestraban y violaban sacerdotisas y a cualquier mujer en su camino. Ya sabía de ese tipo de cosas, aunque no sabía exactamente el proceso supuso que era parecido a cuando él hacia el amor con su esposa, pero con la negativa de la mujer, ¿no? Así menos le entendía a los violadores, él encontraba el sexo francamente aburrido. Su esposa solía recibirlo en el lecho con las piernas abiertas quedándose quieta para que hiciera lo que le placiera con su cuerpo. Él la penetraba y luego de alcanzar el orgasmo salía de su cuerpo. Siempre se quedaba algo cansado por el ejercicio, pero sobre todo estaba el problema de la monotonía del acto. Luego de varios años de eso se había aburrido. Le ofendía que la diosa Artemisa creyera que él haría semejante tarea tan aburrida con Atena cuando ni siquiera la amaba.
―Yo jamás violaría a Atena ―declaró el arconte del centauro con firmeza y enojo por semejante acusación.
―Puede que ahora no puedas hacerlo con ese pequeño e infantil cuerpo, pero en cuanto puedas tener una erección lo primero que harás será atacar a jovencitas ―rebatió la diosa con molestia.
―Niña yo he vivido décadas antes de mi segunda muerte, la única mujer con la que he compartido lecho es con mi amada esposa y estando unidos en sagrado matrimonio siendo nuestra unión literalmente reconocida por los dioses ―afirmó con una media sonrisa engreída―. Mi sueño era hijo de Hermes, así que se aseguraron de que todo estuviera en regla. Además, el sexo es aburrido, cansado y no me voy a gastar en una niña mimada que me cae mal y es fea ―argumentó Sísifo caprichosamente con sus aires de grandezas de siempre.
―¿Cómo te atreves a hablarme así? ―interrogó a la diosa de la Luna elevando su cosmos con molestia―. Tú que eres un hereje, un estafador, un asesino, un ambicioso, un rey impío.
―Puedo aceptar todo eso que ha dicho de mí porque es verdad, lo admito. Soy un pecador ―concedió sagitario con un rostro serio―. Pero violador no. Habiendo tenido como compañera a la mejor mujer de toda la historia jamás pretendería a otra y menos por algo tan mundano como su cuerpo.
―¡Cálmense los dos por favor! ―pidió a gritos Atena interponiéndose entre ambos queriendo calmar los ánimos―. Sísifo no puedes ser maleducado con mi hermana.
―¡Ella me acusó de algo que no he hecho jamás ni en mis dos vidas! ―se defendió gruñendo mientras apretaba los dientes.
―Hermana ―llamó la diosa de la guerra queriendo sonar lo más calmada y respetuosa posible―. Agradezco tu preocupación por mi seguridad, pero es innecesaria. Ninguno de mis santos violaría a una mujer ―aseguró convencida―. León es un mortal reconocido como héroe noble y valeroso. Ganimedes prefiere a los hombres, específicamente a nuestro padre. Sísifo aún es un niño y parece seguir muy enamorado de su esposa. Y Adonis prefiere la soledad antes de ser pretendido por mujeres u hombres.
-¿Adonis? ¿El amante de Afrodita? ―interrogó Artemisa con furia de sólo mencionar a aquella diosa a la que tanto aborrecía desde que le quitó al único hombre que le había llegado a generar aprecio―. ¿Acaso pretende mi ayuda para salvar al amado de la persona que más odiosa? ―interrogó viéndola con furia.
―Entiéndeme por favor, hermana ―pidió la diosa Atena con una mirada de súplica―. Para mí, estos santos; Sísifo, Adonis, Ganimedes y León significan para mí lo mismo que Hipólito para ti.
Hipólito fue un gran amante de la caza y las artes violentas, veneraba a la diosa virgen de la caza Artemisa y detestaba a la diosa del amor Afrodita. Ella, en venganza, dispuso que la madrastra del joven, Fedra, se enamorara locamente de él. Cuando la mujer se ofreció a su casto hijastro, éste la despreció. Fedra se suicidó para salvar su honor, pero su nodriza, que había trasmitido a Hipólito sin el consentimiento de Fedra su pasión, resolvió librarse de la culpa, escribió en una tablilla que Hipólito había intentado violar a Fedra y la dejó junto al cadáver de ella. Cuando su padre volvió y vio lo ocurrido, clamó venganza a Poseidón y el abuelo de Hipólito respondió enviándole un monstruo marino mientras su nieto viajaba por la costa en su carro. Hipólito murió arrastrado por sus propios caballos asustados. Desde entonces, Artemisa no sólo tenía un desacuerdo de opiniones con Afrodita respecto a la castidad sino un odio que no hizo más que crecer cuando aquella desvergonzada diosa fue capaz de hechizar a su hermano Apolo por revelar su sucio amorío.
―Si sabes lo que significó Hipólito para mí deberías estar consciente de que cuando se trata de molestar a Afrodita soy capaz de lo que sea. Incluso de matar a su ramera para causarle el mismo dolor que ella me provocó a mí ―declaró la diosa de ojos dorados sonriendo cruelmente al imaginar a su enemiga retorciéndose en agonía por su amor perdido.
―¡No le digas ramera a Adonis! ―gritó sagitario con molestia mientras veía con odio a la diosa.
―Sísifo por favor cálmate ―pidió el castaño sujetándolo de los hombros al verle intenciones de ir contra la diosa.
―¡Pero sí eso era! ―exclamó la diosa de la luna―. Él era usado por diosas y dioses por igual. Quien quisiera podía tenerlo en su lecho; Afrodita, Perséfone, incluso Hércules lo tuvo. No es más que una ramera igual a Afrodita, están hechos el uno para el otro.
―¡Tú no conoces para nada a Adonis! ―reclamó a gritos histéricos sagitario intentando liberarse del agarre de León―. Él es una buena persona, es amable, compasivo, sensato y siempre está velando por el bienestar de quienes tiene cerca. Es educado, responsable y bueno en la cocina y con las flores. ¡No te dejaré que hables mal de mi amigo!
―No seguiré perdiendo mi tiempo aquí ―declaró la fémina de ojos dorados dándoles la espalda dispuesta a retirarse.
―¡Espera, hermana! ―pidió Atena mientras intentaba pensar en una forma de excusar el comportamiento de su santo―. Aún estoy rehabilitándolos, pero te aseguro que pronto serán fieles completamente devotos a mí como lo fue Hipólito contigo. Es sólo que aún hay algunos algo rebeldes.
―Es una pérdida de tiempo, sus almas corruptas no tienen salvación ―sentenció Artemisa viendo a los mortales con desprecio marcado en cada facción de su rostro.
―¡Así lo prefiero! ―gritó el niño aun removiéndose en los brazos de su padre adoptivo―. Tú eres igual que los demás dioses ―acusó a Artemisa―. Una cobarde que prefiere castigar a los mortales por temor a enfrentarse a los dioses que odian o molestan. Les encanta desquitarse con inocentes como cuando castigaste a Calisto sólo por ser violada. ¡Eres una maldita! ¿Te daba miedo que tu papi dejara de consentirte si le reclamabas a él aprovecharse de tu amiga?
―Tú no sabes nada ―gruñó con molestia la diosa mostrándose afectada por la mención de aquel nombre.
Calisto fue una cazadora perteneciente al cortejo de Artemisa para lo cual había hecho el obligatorio voto de castidad. Sin embargo, Zeus se enamoró de ella y, para seducirla, adoptó la forma de Artemisa para ganarse su confianza y finalmente violarla. Calisto terminó quedando embarazada fruto de aquella unión forzada con el dios del rayo. En alguna ocasión posterior a ese encuentro, Artemisa sorprendió a Calisto bañándose en un río y advirtió que su vientre había crecido y le preguntó el motivo a lo cual Calisto, ―desconociendo que era Zeus quien la había seducido bajo la forma de la diosa―, replicó que era culpa suya. Artemisa, enfadada por la respuesta, la transformó en osa y la expulsó de su cortejo.
La diosa de la Luna se había sentido profundamente herida por aquella traición y no era la única. Calisto había visto sus sentimientos por Artemisa pisoteados no una, sino dos veces. La primera cuando fue tomada por la fuerza. Algo que sinceramente intentó justificar con que sus sentimientos eran correspondidos y el amor de su diosa era tan grande que rompería su voto de castidad por ella. No obstante, había negado lo sucedido y la expulsó tras mancillar su cuerpo.
El hijo que Calisto dio a luz se llamó Arcas. Ella creyó que estar convertida en oso había sido suficiente castigo, pero se equivocó. Artemisa y Hera aún enfurecidas, ―cada una por sus propios motivos―, la siguieron atacando esperando que muriera. Hera descubrió la infidelidad de su esposo con aquella mujer y pidió a Artemisa que disparase a la osa durante una cacería, y la diosa cazadora lo hizo. Compadeciéndose, Zeus subió a la osa al cielo, dando así origen a Calisto a una constelación. La diosa de la luna desde ese día evitaba siquiera mirar en dirección a donde brilla esa constelación por los sentimientos contradictorios que le generaba. La verdad sobre el ataque de Zeus salió a la luz tras una fuerte discusión entre él y su esposa Hera. Esa información no sólo fue conocida por los dioses, sino que llegó a los mortales por culpa de Tántalo. Aquel que hombre conocido por ser invitado a banquetes por los dioses. Jactándose de ello entre los mortales y revelando los secretos que había oído en la mesa.
―Oye, ¿no que te ibas? ―preguntó Sísifo luego de ver a la diosa de la luna callada mirando a la nada―. Si no quieres ayudarnos estás en todo tu derecho de negarte, pero no te permitiré que hables mal de mi amigo ―afirmó liberándose al fin de los brazos del adulto.
―¡Cállate, Sísifo! ―ordenó Atena enojada por cómo el idiota había estropeado su esperanza de recibir la ayuda de su hermana.
―Pierdes tu tiempo, Atena ―dijo el azabache viéndola seria cruzada de brazos―. Ella no quiere hacerlo y está bien. Iré yo mismo ―afirmó confiado mientras sonreía de lado listo para usar de nuevo su cosmos luego de tanto reposo―. Además, no me siento cómodo dejándole a una mujer el trabajo que le corresponde a un hombre ―dijo sin pensar.
―¿Qué dijiste? ―interrogó la cazadora acercándose a él de manera amenazante―. Yo soy la diosa de la caza, soy conocida por mi fuerza y habilidad que supera con creces a cualquier mortal o Dios.
―Diosa o no, mujer es mujer y mi padre solía decir que era el deber de un hombre protegerlas, no ponerlas en peligro. Y si lo dices por lo del arco y la flecha yo también sé usarlo ―respondió sagitario recordando las enseñanzas de Adonis―. Como santo de sagitario yo soy el que mejor debe manejarlo en todo el mundo.
―¿Sagitario? Oh la constelación en honor de Quirón ―dijo Artemisa haciendo memoria―. Yo le enseñé a ese centauro gran parte de lo que sabía.
―Ajá ―dijo el infante con poco interés mientras buscaba su caja de pandora y se la acomodaba en la espalda para comenzar a caminar a la salida. Llegó a la puerta y se detuvo unos momentos para voltear a ver a los presentes―. León por favor cuida de Atena y Ganimedes mientras no estoy. Iré a recuperar a Adonis ―aseguró ignorando las caras de enojo de la diosa y su padre adoptivo que se oponían a su decisión y estaban a punto de detenerlo por la fuerza si hacía falta―. Ah y tú ―dijo dirigiéndose a Artemisa―. Lamento que Atena haya molestado a una frágil y delicada diosa como tú. Ve con cuidado a tu casa ―se despidió burlonamente antes de seguir su camino.
Sísifo comenzó a caminar por el pasillo dispuesto a ir en busca de Adonis. No tenía idea de cómo haría para localizarlo, pero quizás si volaba en diferentes direcciones poniéndole atención al cosmos de su amigo podría dar con él tarde o temprano. Además, podría preguntar si alguna persona lo había visto. La ventaja de que el rubio fuera tan atractivo era que no era posible olvidarlo una vez que se lo veía. Su belleza sobrenatural quedó en la memoria de quien se lo topara. Sí, por ese camino quizás podría encontrar alguna buena pista de su desfile. Sin embargo, no consiguió seguir avanzando y no entendía la razón de ello. Intentó mover sus piernas, pero no le respondían. Se volteó cuando sintió un cosmos divino a sus espaldas muy agresivo como para ser la diosa Atena, topándose con los dorados ojos de Artemisa brillando al igual que su cuerpo.
―Quieto ―ordenó ella con una expresión estoica.
―Tú a mí no me dices que hacer ―replicó enojado intentando moverse nuevamente.
―Mientras mi flecha especial tenga capturada tu sombra no podrás moverte ―explicó la diosa caminando a paso seguro y firme hasta donde el otro colocándose delante de manera imponente.
―¿Acaso vienes a matarme porque herí tus sentimientos? ―preguntó Sísifo con una sonrisa burlona―. Si ese es el caso, adelante. Me harías un favor sin dudas.
―No mataría la mascota que a mi hermana le costó tanto conseguir ―aseguró Artemisa mientras lo miraba seriamente―. No tengo interés en rescatar a tu amiguito y menos si no ganaré nada a cambio.
―Ya no soy un rey ―le recordó sagitario viéndola con seriedad, pero siendo sincero en sus palabras―. No puedo ofrecerte riquezas, oro, joyas, tierras ni nada que valga la pena en verdad.
―Entonces, ¿por qué deberías ayudarte si gastó mi tiempo y energía en esto? ―interrogó con sus ojos dorados examinando cada expresión―. Como estafador seguro entiendes lo que es actuar sólo en beneficio propio.
―Lo entiendo, pero en estos momentos sólo podría quedar endeudado contigo ―mencionó el niño sosteniéndole la mirada―. Si nos ayudas a recuperar a Adonis estoy dispuesto a pagarte el favor acudiendo a tu llamado si alguna vez tienes un problema.
La diosa Artemisa meditó cuidadosamente la oferta. Estaba enojada con ese mocoso malcriado por atreverse a hacer semejante comentario desacreditándola como diosa de la caza. Podría pedir su vida como pago, pero se veía incapaz de matarlo sabiendo que su hermana apostó su virginidad para conseguir esa mascota. La idea de obligarlo a jurar devoción a los dioses como tanto anhelaba su padre no le traía un beneficio real a ella. A menos que negociara algo con Zeus, de momento eso sería darle un beneficio a su padre por nada. Y con los sentimientos hacia Calisto removidos no se sintió de ánimos para desperdiciar su oportunidad en favor de quien fue responsable de romper el vínculo entre ellas. Mejor se reservaría el derecho a usar ese favor para alguna situación más idónea o útil que pudiera surgir en el futuro.
―Acepto tu oferta, Sísifo de sagitario ―dijo Artemisa finalmente―. Atena volveré luego de hablar con Apolo.
―¿Con Apolo? ―interrogó ella viéndola sin entender.
―Él lo ve todo desde el cielo, lo que sea que haya sucedido aquí él lo sabe y me lo dirá sin problemas ―informó ella antes de desaparecer frente a sus ojos.
Cuando la mayor de las hermanas se retiró el sol volvió a brillar en el exterior retomando el curso natural del ciclo del día y la noche. En ese momento Atena consiguió respirar aliviada de no terminar peleándose con su hermana por culpa de Sísifo. Y hablando de él… La siguiente hora fue una serie de regaños sobre su actuar impulsivo, precipitado y grosero contra la diosa que iba a socorrerlos. Luego, con los ánimos más calmados sólo les quedó esperar el regreso de Artemisa con noticias sobre su conversación con el dios del Sol.
Continuará…
N/A: Como esta plataforma no me deja pegar links aviso que a quien le interesen las referencias usadas en esta historia las pueden encontrar en mi página de facebook "SNS Shiki fics" en el álbum "lore del estafador de dioses"
