Advertencia este capítulo contiene mención de abuso sexual a un menor
Cap 12: Apolo
El sonido de las gotas de agua salpicando contra las rocas que conformaban las estalagmitas era una constante desde hacía horas. En la oscuridad de aquella cueva le era imposible saber cuánto tiempo había transcurrido en el exterior, pues ni siquiera un pobre rayo de sol podía alcanzarlo. Estaba apresado por un collar metálico que lo mantenía a cierta distancia de una pared en lo más profundo de aquel escondite. Era uno normal sin hechizos ni cosmos por lo que lo había roto usando su propio cosmos anteriormente e intentó escapar, pero la diosa Afrodita lo había dejado siendo vigilado por sus hijos; Eros, Fobos y Deimos. Ellos no tuvieron reparo en recapturarlo por la fuerza bruta. Allí entendió por qué prestaron gustosamente ayuda a su madre, no era sólo por hacerla feliz, pues sentían gran desagrado por el amante mortal de ésta. Era lógico. Ellos eran hijos del Dios Ares y conocían de sobras que su padre lo asesinó por celos. Cumplir la tarea encomendada por su madre les permitía vigilarlo y atormentarlo cuando se daba alguna oportunidad como en sus intentos de escape. Durante la ausencia de la diosa lo privaban de comida, agua, lo insultaban o molestaban de cuanta manera quisieran. Sólo volvían a alimentarlo y brindarle agua cuando llegaba a sus límites. De haber muerto, su madre habría montado en cólera contra ellos y sólo por eso eran cuidadosos de no traspasar ese único límite.
Tenía sed y hambre, además de la debilidad en su cuerpo al encontrarse durante mucho tiempo sin actividad física. Sus ojos se habían habituado bastante a la oscuridad, pero nada podía hacer. Sólo le quedaba esperar a que lo alimentaran antes de morir o que Atena lo salvara. ¿Qué Atena lo salvara? Pero si él no era su santo de "manera auténtica". No había abierto su caja de pandora por su encaprichamiento respecto a vestir algo que fuera relacionado a la diosa del amor. Aun así, quería conservar las esperanzas respecto a ser rescatado. Usaba lo que lograba concentrar de su cosmos para hacer crecer flores fuera de la cueva. Según notó, los hijos de Afrodita no se habían percatado que con sus manos dirigía su cosmos a través de la tierra creando de esa manera una señal floral muy disimulada. Intentó recrear un campo de rosas similar al que había en el bosque donde estaba escondido. Uno que Sísifo podría llegar a reconocer tanto por las flores como por su cosmos imbuido en ellas. Sólo le quedaba esperar. En sus largos momentos de soledad tenía tiempo de pensar en varias cosas. Reflexionar acerca de su vida hasta ahora y de sus decisiones.
Desde que Adonis tenía memoria, Afrodita y Perséfone habían sido lo más cercano a figuras maternas que conoció. Eran lo primero en su memoria. Quienes le enseñaron todo lo que sabía, desde caminar, comer e incluso hablar. Sus primeras palabras de hecho habían sido "te amo" dirigidos a ellas. Cada una sonreía y le besaba los labios alegremente cuando decía eso. No entendía el significado de dichas palabras, pero repitió lo enseñado y a cambio fue felicitado varias veces. Siempre lo abrazaban y sus manos recorrían desde sus muslos hasta su entrepierna masajeándolo suavemente mientras sus lenguas solían recorrer su cavidad bucal hasta dejarlo sonrojado. Sin embargo, todo eso estaba bien porque lo amaban. O al menos era eso lo que ellas le decían. Recordaba sus palabras repitiéndole que así era el amor de una madre por un hijo. Afrodita en una ocasión incluso para exponer su punto había repetido esas mismas acciones con Eros para demostrarle lo normal que era. Eso tranquilizó sus dudas y durante algunos años no se quejó al respecto. Es más, se acostumbró. Al menos hasta el día en que su cuerpo dio un cambio radical hacia la adultez.
―Me oriné durante la noche ―confesó un Adonis de doce años con completa vergüenza viéndose su túnica manchada de blanco―. Lo siento mucho ―se disculpó el joven rubio al haber ensuciado a la diosa del amor con quien compartía la cama.
―¡Adonis! ―gritó Afrodita elevando la voz mientras veía al niño asustado encogiéndose en su lugar.
―Lo siento, lo limpiaré todo de inmediato ―avisó viéndola fijamente antes de intentar levantarse para ir a buscar agua y hacerse cargo de la suciedad.
―No hace falta querido ―afirmó ella mientras lo sujetaba del brazo y lo arrojaba de espaldas en la cama para subirse sobre el menor―. Esto ―dijo ella con la punta de sus dedos recogiendo el líquido blanquecino―. Es tu semilla ―enseñó antes de lamerla golosamente―. Significa que ya estás listo para ser un hombre de verdad.
―¿Un hombre? ―preguntó el rubio ilusionado de volverse alguien digno como los héroes de los que había alcanzado a oír por Perséfone―. ¿Quieres decir que seré como esos legendarios héroes que llegan a los campos Elíseos? ¿Un verdadero hombre como ellos?
―Oh querido niño, serás mejor que ellos ―afirmó la diosa mientras sus manos rápidamente le desnudaban―. Ni siendo poderosos guerreros lograrían tener un honor como el que tú tendrás.
―¿Qué honor tendré? ―preguntó Adonis ingenuamente viendo como su "madre" también se quitaba las pocas vestiduras de su cuerpo.
―Tu primera vez será haciendo el amor con la mismísima diosa del amor ―presumió la deidad mientras comenzaba a besar los labios del rubio.
Esa noche perdió todo rastro de castidad en su cuerpo. La habilidosa diosa del amor lógicamente era experta en lo referente a dar placer. Incluso con un niño de cuerpo pequeño sabía cómo acomodarse para lograr su propio orgasmo. A pesar de la promiscuidad con la que el niño derramaba su simiente, Afrodita se sentía extasiada con ser la primera poseedora de tal belleza. Ese hermoso pequeño era suyo. Incluso había conseguido poseerlo antes de que Perséfone supiera que estaba listo para dar placer sexual. Adonis no entendía bien lo que le sucedía a su cuerpo y le daba miedo ese torrente de sensaciones que le sobrevenían. Su cuerpo caliente, una fuerte necesidad de ser tocado, algo de dolor, su corazón bombeando como loco y la falta de aire lo asustaban. Pronto Perséfone también supo sobre su accidente y repitió las acciones de la diosa del amor. Con el paso del tiempo a él se le hizo normal que lo llamaran para eso cada noche. Pero cuando eso no era suficiente lo llamaban por la mañana, tarde o cuando la oportunidad se diera.
―¿Quién es más hermosa Afrodita o yo? ―interrogó Perséfone un día luego de que cumpliera sus deberes en su lecho.
―Es la diosa del amor y la belleza ―respondió escuetamente Adonis nervioso no atreviéndose a dar una respuesta concreta a esa pregunta.
―Tienes razón, pero ¿con quién disfrutas más haciendo el amor? ―preguntó la reina del inframundo coquetamente besando su hombro sin recibir ninguna respuesta.
"Hacer el amor". Aquellas palabras no sabían qué significaban. ¿Qué era el amor? Llevaba años cumpliendo la rutina de nadar entre las piernas de las diosas dándoles el placer que le exigían. Dejándose tocar cómo fuera su gusto. Repitiendo cual loro todo lo que ellas ordenaban decir sólo para tenerlas felices. Sin embargo, luego de dos años de cumplir diligentemente su tarea comenzaba a preguntarse si no podría hacer nada más. Su vida era reducida a comer, dormir y hacer el amor con las diosas. Quienes habían comenzado a hacer sus peleas cada vez más grandes y violentas. La disputa entre las dos deidades fue resuelta por Zeus, quien decidió que Adonis pasase cuatro meses con Afrodita, cuatro con Perséfone y los cuatro restantes del año con quien quisiera. Adonis prefería vivir con Afrodita, pasando también con ella los cuatro meses sobre los que tenía control. Sin embargo, un día la diosa del amor entró en una disputa con la diosa Artemisa quien le amenazó con su arco y flecha por un incidente con un tal Hipólito.
Ese día descubrió un par de cosas por boca de la diosa de la Luna. La primera que el arco y la flecha eran armas poderosas capaces de intimidar incluso a su madre. Siempre había creído que era lo más inútil del mundo, pues sólo había tenido de ejemplo a Eros quien las usaba para enamorar y desenamorar según usara su flecha de oro o de plomo. Aquello despertó su interés en la cacería e intentó hablar con la diosa de la luna para pedirle que le enseñé. Hasta se ofreció a complacerla en la cama si accedía a su pedido. Generalmente cuando le pedía algo a sus madres eran más complacientes cuando él se comportaba como un niño bueno en el lecho. Aquello ofendió a la diosa de la caza y la respuesta le enseñó algo nuevo. No le compartió sus conocimientos sobre la cacería, pero sí aprendió que él era lo que se conocía como una ramera. La breve explicación recibida en forma de insultó fue:
―Una ramera es una persona como tú que vende su cuerpo para placer sexual ajeno a cambio de favores.
Adonis aceptó que eso era verdad. Él daba su cuerpo a cambio de obtener lo que quería, pero ¿eso era malo? Sus madres le dijeron que eso era el amor, que ellos hacían el amor. No obstante, Artemisa lo miraba con asco diciéndole que era corrupto e impuro. Eso le hizo entender que él era malo. Se propuso entonces hacer algo más de su vida y usando los cuatro meses en los cuales tenía control tomó la oferta inicial de Zeus, sobre pasarla en el bosque. Allí fue donde Hércules le enseñó todo lo que había querido aprender de la diosa de la luna. Al principio todo parecía diferente a su vida con las diosas. El hijo de Zeus escuchaba sus problemas y preocupaciones cuando estaban cerca de la fogata. En una ocasión incluso se permitió llorar frente suyo y ser consolado por el héroe.
―Ya, ya no llores ―pidió el castaño mientras sujetaba las mejillas de Adonis limpiando sus lágrimas con sus pulgares―. Yo te consolaré, te haré sentir tan bien que olvidarás pronto todo lo malo que has vivido hasta ahora.
Esa fue la primera vez que un hombre lo tomaba. No fue romántico ni suave. Incluso no recuerda haber deseado eso. Sólo quería olvidarse de las palabras de Artemisa. Le dolía hacerse consciente de que "ramera" era un insulto y que él lo era. Hércules se entretuvo con su cuerpo mientras sus ojos aun cristalizados por las lágrimas seguían dándole vueltas a sus problemas familiares. Las diosas constantemente se peleaban por tener la exclusividad con él y le dolía. Ellas eran sus madres y las quería mucho por igual, por eso le era una tortura oír como insultaban a la otra cada vez que podían. Era el rubio quien recibía los rumores y malintencionadas palabras de la guerra de las diosas.
Por todo lo anterior, cuando su maestro en la cacería se introdujo en su cuerpo reclamándolo como suyo, no se negó. Si eso era lo que necesitaba para olvidar sus problemas, lo haría gustoso. Desde esa noche su rutina se volvía extrañamente familiar. Comía, dormía, cazaba y hacía el amor con Hércules. Lo único fuera de lo común de esa monotonía era que aprendió a cazar gracias a él y lo mínimo que podía hacer para pagarle tan grande favor era no oponer resistencia cuando deseaba tomarlo. El blondo sintió como incluso otras personas comenzaron a usarlo como las diosas.
A Afrodita no le cayó en gracia que ahora el tiempo de estar repartidos hubiera quedado con sólo cuatro meses para ella, cuatro para Perséfone y cuatro ahora le pertenecían a Hércules en el bosque. La diosa del amor decidió entonces usar sus artes y engatusar al joven e intentar enamorarle para que pasara más tiempo junto a ella. Perséfone comenzó a ponerse celosa de la situación, ya que Afrodita estaba incumpliendo el acuerdo al que habían llegado. Decidió entonces buscar a Ares, quien había sido amante de Afrodita. El dios, furioso por la situación, decidió convertirse en jabalí y un día que Adonis se encontraba cazando por el bosque decidió atacarle hasta matarle. La reina del inframundo se sentía victoriosa. Una vez muerto, pertenecería por completo al mundo de los muertos, de donde era reina la propia Perséfone. Gracias a ello Adonis estaría todo el año en su compañía. Mas, Afrodita acudió de nuevo a Zeus para que hiciera algo con la situación. Esta vez sí decidió intervenir y dispuso que el joven sería llevado al Olimpo como un inmortal. Contrario a lo que creyó, no fue agradable, no fue feliz. Muchos repitieron la estrategia de Hércules: fingir consolarlo y luego tomar su cuerpo.
―Deberías aceptar venir conmigo al Inframundo ―ofreció Perséfone cuando el rubio le contó sobre su predicamento―. Aquí en el Olimpo todos seguirán reclamándote por ser hermoso, pero en el reino de los muertos nadie tiene voluntad y todos se vuelven súbditos de Hades.
―¿Es en serio? ―preguntó el hermoso joven emocionado de hallar un lugar donde dejara de ser acosado.
―No le mientas, querida ―intervino Afrodita viendo claramente las intenciones de la otra diosa―. ¿No lo has oído? Hay un humano que recobró el sentido.
―Ah, Sísifo ―dijo la reina del Inframundo con desinterés―. No es ningún problema, ya hemos lidiado con almas que despiertan el octavo sentido y luego vuelven a ser almas en pena sin voluntad.
―Ese mortal lleva décadas haciendo lo que quiere ―se burló la diosa de la belleza―. Tu esposo quedó como un completo estúpido al ser engañado por él y no conforme con eso ahora su alma entra y sale del inframundo a placer.
―Eso es problema de Hades, no mío ―se defendió Perséfone con molestia e indignación―. Además, es mi ex esposo.
―¿Quieres llevar a mi precioso Adonis a un lugar donde almas corruptas recobran sus sentidos para seguir causando problemas? En el Olimpo se encuentra a salvo.
Y ahí estaba el inicio de otra interminable discusión sobre el lugar donde debería permanecer, pero sin tomar en cuenta lo que él pudiera desear o querer. Sin embargo, debía admitir que sintió curiosidad sobre lo mencionado. Perséfone siempre le había contado acerca de las almas que llegaban al Inframundo; pecadores, personas normales, héroes, bellas doncellas que iban a los campos Elíseos y demás. Se suponía que quien caía allí inmediatamente se volvía propiedad de Hades, perdiendo por completo su voluntad y volviéndose dóciles a los designios del soberano de allí. No obstante, existía Sísifo. Un mortal al que la voluntad de los dioses no parecía dominar. Eso lo hizo preguntarse sobre su propia realidad. Estando vivo les servía con su cuerpo a las diosas, estando muerto habría sido igual y siendo inmortal su destino no sufrió cambios. ¿Era más débil que el alma de un muerto? Eso parecía. Alguien cuya voluntad debió ser tomada hacia décadas era más libre que él teniendo el amor de dos diosas.
―Adonis ―llamó Perséfone repentinamente atrayendo nuevamente su atención―. No puedes quedarte con Afrodita, ella es quien causó la tragedia de tu familia de sangre.
―¿Cómo? ―preguntó brevemente por estar conteniendo el aire temiéndose lo que pudiera venir.
―Afrodita instó a Mirra, tu madre biológica, a cometer incesto con su padre, cuando descubrió al fin este engaño montó en cólera y persiguió a su hija con un cuchillo. Mirra huyó de su padre y Afrodita la transformó en un árbol de mirra. Cuando tu padre y abuelo disparó una flecha al árbol naciste de él ―relató la reina del inframundo de manera escueta, pero concisa―. No puedes fiarte de ella.
―Eras un bebé tan hermoso que quedé hechizada por tu belleza ―suspiró la diosa del amor recordando aquel día, poniéndose de tan buen humor que ignoró todo lo dicho por Perséfone―. Te encerré en un cofre y se lo di a Perséfone para que lo guardara, pero cuando ésta descubrió el tesoro que guardaba quedó también encantada por tu belleza sobrenatural y rehusó devolverte. Ella tampoco es de fiar cuando te secuestró.
La pelea verbal entre ambas diosas se reanudó mientras Adonis sólo pensaba en lo que era. Estando en el Olimpo supo de la existencia de las diosas vírgenes. Aquellas que aseguraban que lo que él hacía era maligno. También aprendió acerca de la palabra "incesto" a través de las explicaciones de Perséfone para hacerle entender por qué lo que hizo su madre cuando lo concibió era tan horrible y motivo para odiar a Afrodita. Contrario a lo esperado por la hija de Deméter, el blondo comenzó a sentir asco de sí mismo. No era capaz de sentirse bien consigo mismo y no tenía idea de qué hacer para remediarlo. Todos con quienes hablaba de esos temas comenzaban escuchándolo, pero a la mitad lo interrumpían para tener relaciones sexuales. Nadie le daba respuestas o guía.
Su situación cambió un día cuando Zeus decidió devolver a todos los inmortales que no nacieron con sangre divina. Él era uno de ellos. Hijo de un tabú de los mortales, el incesto, pero nada divino, por lo cual pudo irse. Apareció en un bosque bastante tenebroso, pero no se preocupaba. Durante su tiempo en el bosque con Hércules, aprendió a vivir a la intemperie y usar su cosmos para cuando la situación lo requiriera. Estaría bien. Luego de tanto tiempo nadie le decía qué hacer, nadie lo instaba a ir a la cama a complacerles. Sólo los sonidos de la naturaleza de fondo y paz. Mas, el problema de la paz, era el silencio y la soledad. Extrañaba tener con quien conversar, quien le enseñara cosas y una parte de él extrañó sentir el calor de un cuerpo ajeno cerca del suyo. Era extraño y aún demasiado confuso para su pobre entendimiento del mundo.
―Hey, ramera tu comida ―avisó el Dios Eros arrojándole algunas frutas a sus pies, así como un par de trozos de pan―. Más te vale cometerlo todo. No sea cosa que te mueras.
―Para ser el Dios del Amor eres todo menos dulce o gentil ―bufó Adonis por lo bajo.
―¿Y qué sabría un simple mortal como tú sobre el amor? ―interrogó Eros con clara burla en sus palabras―. Sólo eres el esclavo sexual de mi madre, una ramera a la que cualquiera usa a su gusto. Si hay alguien que no conoce nada sobre amor ese eres tú.
―¡No es cierto! ―negó el rubio con fuerzas―. En el santuario yo…
―¿Tú qué? ¿Crees que a alguien ahí le importas? ―cuestionó el hijo de Afrodita con malicia―. Abre los ojos, si fueras importante para alguien ahí ya habrían venido a rescatarte.
"Si tanto te molesta que sólo te vean como un bonito e inútil adorno haz algo para aprovechar tu nueva vida. Ahora ningún dios parece estar diciéndote qué hacer, busca algo que te haga feliz y pon todo tu esfuerzo en eso".
Eso le había dicho Sísifo cuando se conocieron. Hasta ahora no había encontrado aquello que le hiciera feliz. Seguía sin poder decidir lo que quería. Sólo se dejaba arrastrar por quienes le rodeaban igual que había sucedido toda su vida mortal y existencia como inmortal. Guardó silencio sin saber qué responderle a ese Dios. Tenía la sospecha o, mejor dicho, la esperanza de que sagitario fuera en su ayuda. La diosa Atena no tenía ninguna obligación con él cuando ni siquiera era capaz de vestir la armadura que le mandó a hacer. León sólo velaba por Sísifo. Ganimedes… probablemente estaba muerto por las heridas causadas por el cosmos de Afrodita cuando fue secuestrado. Por descarte, sólo le quedaba el niño. Mas, la duda que asaltaba su mente era si lo haría. ¿Y si al volver al templo creía que él fue quien asesinó a Ganimedes? Tal vez llegarían a esa conclusión al ver los destrozos en el templo de Atena. Sin embargo, existía otra posibilidad que lo aterraba aún más y esa era la más sencilla: ser abandonado. Ninguno de los habitantes del santuario deseaba hacer el amor con él, no había lujuria dirigida hacia su persona y sin su belleza y su cuerpo como moneda de cambio nunca había obtenido nada. No había motivo para que ninguno de ellos lo quisiera buscar.
"¿A alguien le importo?". Pensó desesperanzado el joven cautivo con los ojos llenos de lágrimas por su futuro incierto. La diosa Afrodita lo tenía ahí encerrado esperando convencerlo de volver a ser amantes, pero no era un invitado, era un prisionero. Como dijo Eros, sólo era su esclavo y ahora ni siquiera se esforzaba en fingir u ocultar sus verdaderas intenciones.
En el templo de Atena las cosas estaban tensas con periodos de paz fluctuantes. Desde que la diosa de la luna había dicho que hablaría con su hermano gemelo, Atena se sintió tranquila y conforme de tener esa pequeña posibilidad de recibir su ayuda. Tenerla siquiera meditando su pedido era una victoria con creces, pero no todos lo veían de esa manera. El problema radicaba en la diferencia de perspectivas de los dioses y los mortales respecto al tiempo. Para seres finitos como los humanos el tiempo corría rápido y sentían la ansiedad de aprovecharlo lo máximo posible para hacer valer la pena sus efímeras vidas. Para los dioses inmortales el tiempo transcurría lentamente y no tenían problema con lo que para ellos serían largas vidas. Para Sísifo esperar un día era una eternidad cuando Adonis estaba desaparecido y ellos sin noticias de lo que le sucedió. Mientras que para Atena un día era prácticamente el equivalente a horas o incluso segundos. Esa diferencia había vuelto a sagitario más insoportable de lo normal. Sólo había transcurrido una noche desde la partida de Artemisa y ya la acusaba de incumplir su palabra.
―Por última vez, Sísifo debes esperar a que mi hermana hablé con Apolo ―dijo Atena al verlo ponerse su caja de pandora en su espalda de nuevo―. Además, no puedes ni usar la armadura. Todavía no estás del todo recuperado, apenas intentas usar tu cosmos te desmayas.
―Ya lo solucionaré cuando llegue el momento ―respondió sagitario mirándola desafiante.
―¿En qué momento? ¿Cuándo te asesinen por quedar completamente vulnerable ante tu enemigo? ―interrogó la deidad con el ceño fruncido―. Debes esperar a que Artemisa venga.
―Ya la esperé toda la noche y no ha regresado, ¿qué tanto problema es hacer una maldita pregunta? ―cuestionó irónicamente―. Ustedes los dioses pueden aparecerse donde quieran, tan todopoderosos según ustedes ¿y no puede hacer una pregunta? Es obvio que nos mintió.
Sagitario cuya paciencia de por sí agotada al esperar anteriormente una solución por parte de Atena estaba incluso más inquieto ahora que le pedían nuevamente esperar. Sus heridas estaban mejor, aunque no repuesto por completo. De ahí la preocupación de la diosa y de León, siendo este último quien lo cargaba de regreso a la cama cuando se desmayaba intentando escaparse. Su molestia aumentó con el correr del tiempo. No sólo pasó una noche, sino un día y luego otro. Desde el secuestro de Adonis había pasado ya una semana y media. Todo por culpa de Atena y Artemisa que se tomaban su tiempo en resolver el asunto, cosa que el arquero no podía tolerar más. La única buena noticia era que Ganímedes había recobrado el conocimiento. Cuando León avisó de su despertar, Atena y Sísifo dejaron de lado su nueva y repetida discusión para ir a la habitación donde descansaba el joven encontrándolo sentado, pero aún muy pálido y débil. Aun así, el niño se permitió un momento para suspirar aliviado al verlo despierto, pues había comenzado a temer que jamás volviera a abrir los ojos.
―¿Recuerdas algo de lo que sucedió? ―interrogó el menor de los azabaches sentado al borde de la cama de acuario―. ¿Quién te dejó así? ¿Y qué pasó con Adonis?
―Fue Afrodita ―respondió fríamente el santo sintiéndose rabioso por la humillación que sufrió al perder de esa manera―. Ella vino al templo buscando a Adonis. Quiere que vuelva a ser su amante.
―¿Él quería eso? ―cuestionó rápidamente sagitario preocupado de que volviera a las manos de una diosa que lo trataba como un simple objeto para saciar sus bajos deseos.
―No ―negó el ex copero moviendo la cabeza en forma negativa―. Se lo llevó a la fuerza.
―¿Sabes algo más? Si mencionó algún lugar al que quisiera llevarlo o algo ―pidió sagitario buscando algo de información adicional.
―No, toda la charla con ella fueron insultos hacia mí y a Atena ―describió serio, pero por dentro avergonzado de sus propias capacidades.
―Gracias, has peleado muy bien y mereces descansar ―dijo el niño sonriéndole sinceramente.
Podía entender perfectamente el odio de Ganímedes hacia él. No le importaba realmente no caerle bien, sin embargo, le estaba agradecido por haber intentado salvar a piscis. El más joven de los azabaches no requería que el ex copero defendiera al rubio por él, es más, poco y nada le importaban sus motivos detrás de la ayuda brindada. Simplemente le tenía respeto por haberse atrevido a enfrentar a una deidad por ayudar a un compañero en peligro a pesar de haberle casi costado la vida. Lo mismo sentía León al respecto pues lo comparaba con su propia situación abriendo su caja de pandora y creía firmemente en que acuario se volvería sumamente poderoso en el futuro. La diosa de la guerra y la sabiduría había aumentado su estima hacia su santo de hielo al verlo capaz de acatar su orden hasta las últimas consecuencias. Acuario había protegido el templo y a su compañero usando hasta sus últimas fuerzas para ello tal y como se le encomendó.
―No lo he hecho. Logró llevárselo ―suspiró Ganímedes con decepción sintiendo sus habilidades débiles y patéticas.
―Hiciste todo lo que podías, el resto déjamelo a mí ―ordenó el arquero dándole la espalda, listo para salir por la puerta.
―Te ordené esperar, Sísifo ―reclamó la diosa con una expresión claramente de enojo―. Ya oíste a Ganímedes, sólo quería llevarse a Adonis para hacerlo su amante. No lo matará puedes relajarte y esperar.
―¿Relajarme? ¿Esperar? ―interrogó furibundo sagitario elevando su cosmos a las fuerzas pese a lo contraproducente que eso podía resultar en esos momentos para su cuerpo―. En estos momentos quien sabe qué clases de torturas le están haciendo pasar. ¡Debo rescatarlo cuanto antes con o sin tu ayuda! ―gritó con sus ojos azules ardiendo en rabia.
―¡Ya me tienes harta! ―exclamó Atena antes balancear su cuerpo para de darle un golpe directo usando el báculo que siempre llevaba con ella. La forma que asumió la diosa de la victoria Nike para acompañarla.
Sísifo no había previsto para nada aquel ataque de parte de la diosa de la guerra. El pesado báculo de oro le dio de lleno en la parte izquierda de la cabeza, tocando su sien con tal fuerza que sintió como si su cerebro fuera sacudido violentamente dentro de su cráneo. Cayó al suelo completamente fuera de combate, tan quieto que incluso parecía muerto. León de inmediato se acercó a revisarlo asustado y preocupado.
Por su lado, Atena se limitó a tocarlo y revisar si estaba todavía con vida. Ella estaba algo intrigada de si no lo mandó al otro mundo con ese golpe, pero se tranquilizó al sentirlo respirando y su cosmos no se había visto afectado. Ordenó al santo de Leo dejarlo descansando en la misma habitación que Ganimedes para poder monitorear mejor a ambos durante su recuperación. Los días siguientes, Sísifo permaneció inconsciente para alivio de la diosa. Sabía que en cuanto despertara lo primero que haría sería ir tras Adonis y por culpa de su falta de paciencia sus heridas tardaban más de lo previsto en sanar. Ahora en cambio, estaba sanando favorablemente como quería desde el principio.
Sagitario y acuario se reponían en aquella habitación guardando reposo tranquilamente. León cuidaba de velar por ellos, pero a su vez se dedicaba a entrenar algunas horas al día. Concentraba su cosmos y lo liberaba hacia la nada o hacia arboles cercanos intentando ganar más control. Lo sucedido con los centauros fue un ataque de rabia sin ninguna pizca de consciencia. Requería urgentemente pulir su poder para maximizar el daño al contrario y reducir el cansancio para su propio cuerpo. Atena simplemente seguía esperando por el regreso de su hermana con información respecto a su santo secuestrado. Cuando se cumplieron dos semanas desde el secuestro del santo de piscis, finalmente apareció el dios Apolo en el templo de Atena. A diferencia de su hermana no llegó con una ostentosa entrada. Simplemente apareció por la puerta caminando con calma.
―¡Hermano Apolo! ―exclamó la diosa de la guerra sorprendida por verlo allí en persona―. ¿Es correcto intuir que has venido por el asunto referido a mi santo secuestrado? ―interrogó ella tanteando terreno.
Apolo era un dios de gran estatura, superando el metro noventa. Sus ojos eran serenos y de un color azul zafiro que se contraponía con el rojo de su cabello rizado que se asemeja a fuego ardiente en movimiento. Llevaba una tiara de oro que simbolizaba un sol y se cubría enteramente con una túnica blanca. El hijo de Zeus y Leto, y gemelo de Artemisa, poseía muchos atributos y funciones, y posiblemente después de Zeus era el dios masculino más influyente y venerado de todos.
El dios de las artes, del arco y la flecha, que amenazaba o protegía desde lo alto de los cielos, siendo identificado con la luz de la verdad. Era temido por los otros dioses y solamente su padre y su madre podían contenerlo. También era conocido como el dios de la muerte súbita, de las plagas y enfermedades y a su vez como el dios de la curación y de la protección contra las fuerzas malignas. Además, de dios de la belleza, de la perfección, de la armonía, del equilibrio y de la razón, el iniciador de los jóvenes en el mundo de los adultos, estaba conectado a la naturaleza, a las hierbas y a los rebaños, y era protector de los pastores, marineros y arqueros.
Con tanto poder y cualidades era alguien demasiado poderoso con quien nadie o, mejor dicho, casi nadie se atrevería a pelearse. De las pocas que se habían enfrentado a ese Dios se podía contar a Afrodita. La diosa del amor no escatimaba en cuanto a venganzas se trataba, nadie era capaz de frenarla cuando fijaba su objetivo y ni el Dios del Sol fue capaz de luchar contra el amor y la desolación de la pérdida de su amada Leucótoe. Pese a todo, la naturaleza de Apolo era generalmente tranquila y amable, de mirada serena y estoica, cuyo pasatiempo era tocar un arpa de oro. Pero demostró también ser un dios cruel y despiadado con aquellos que consideraba inferiores o que le habían ofendido de alguna manera.
Por lo mismo, incluso Artemisa y Atena cuidaban no ser irrespetuosas con él. Demostró tenerles mucho aprecio a sus hermanas. El suficiente como para ser parte de los que les ayudaba a proteger la virginidad que tanto preciaban. Como único gran defecto se le podría mencionar ser demasiado mujeriego. Teniendo en su haber centenares de amantes los cuales incluso podían ser hombres. Y ni se diga de compartir sangre. El incesto no le suponía un impedimento cuando consideraba a alguien lo suficientemente atractivo para compartir su lecho.
―Estás en lo correcto ―respondió Apolo con un tono sereno y un rostro estoico―. Tengo poca información al respecto.
―¿Qué es lo que sabes sobre su paradero? ―interrogó Atena sin perder la compostura.
―He visto un campo de flores surgir de la noche a la mañana cerca de cierta cueva ―respondió el Dios del Sol.
―¿Sólo eso? Cualquier deidad es capaz de hacer algo tan sencillo. Incluso podría tratarse de ninfas o mortales castigados por algún designio divino. Mucha flora ha sido creada a partir de nuestros castigos ―explicó la diosa guerra escéptica de creer aquello como una buena pista.
―Es lo mejor que puedo decirte ―respondió sereno su hermano―. Desconozco el método empleado por Afrodita para transportar al joven donde no puedan alcanzarlo mis rayos, pero en estas dos semanas no lo han tocado ni una sola vez.
―¡¿Habían rosas?! ―exigió saber Sísifo interrumpiendo escandalosamente la reunión de los dioses.
―¡Sísifo! ―llamó la fémina al verlo vestido con su armadura aparentemente listo para irse―. ¿Qué supone que pretendes? Y peor aún, ¿cómo te atreves a interrumpir una reunión entre dioses?
―Lo siento mucho, diosa Atena ―se disculpó León llegando detrás del niño para sujetarlo antes de que cometiera una locura―. Despertó hace minutos y se enteró que lleva días dormido.
―¡Luego arreglaré cuentas contigo por dejarme en coma de un golpe! ―amenazó señalándola con su dedo índice―. Sólo necesito saber si había rosas. Cuando conocí a Adonis estaba protegiéndose con un campo de rosas hechas con su cosmos. ¡Respóndeme, Apolo! ―ordenó viéndolo desafiante―. Se lo debes al pobre Adonis luego de formar parte del complot para matarlo en primer lugar ―acusó frunciendo el ceño visiblemente.
Ante las acusaciones del mortal, el dios del Sol guardó silencio viéndolo críticamente. Su hermana Artemisa le había hablado sobre el "ángel de Atena". El anteriormente conocido como el estafador de dioses. Una amenaza para el statu quo de los dioses y alguien muy culto en cuanto a las desventuras de los dioses. Era el primero en criticarlos y ciertamente se encontraba bien informado gracias a su molesta capacidad de ir y venir del inframundo gracias al octavo sentido.
No lo contradijo sabiendo inútil cualquier negativa a la verdad y él como representante de la misma, no iba a mentir por quedar bien ante un mortal. El hijo de Apolo, Erimanto, accidentalmente vio Afrodita con la intención de tomar un baño, revelando su desnudez después de que la diosa se había acostado con Adonis. Afrodita, enojada, lo privó de su vista. El dios del Sol a su vez decidió vengar a su hijo informando a Ares donde encontrar al muchacho en el momento preciso donde Hércules no podría salvarlo. El resto se lo dejó al dios de la guerra, quien con la apariencia de un jabalí atacó a Adonis hasta la muerte.
―No le debo nada a esa ramera ―habló el pelirrojo de manera despectiva.
―¿Le dices así porque ha tenido múltiples amantes? ―interrogó sagitario viéndolo con molestia―. ¿No te mordiste la lengua con ese insulto? ―preguntó con una media sonrisa burlona ante la cual el otro no se inmutó.
―Ser el amante de un Dios es todo un honor, no tiene nada de malo recibir cortejo de uno y ser amado como sólo un ser divino es capaz de hacer.
―Qué curioso. A Adonis lo pretendieron varios, ¿qué sucede? ¿Te rechazó y por eso tan poco empeño en ayudar a encontrarlo o es que no lo ves todo como gustas presumir?
―Sísifo por favor no de nuevo ―pidió el santo de Leo tapándole la boca con la palma de su mano.
Apolo observó al adulto con detenimiento encontrándolo muy atractivo a la vista; cabellos castaños, ojos pardos y una piel tostada a punto por sus rayos incandescentes. Un ex almirante, heroico, de moral inquebrantable y amabilidad casi divina que no opacaba ni disminuía para nada sus fuerzas. Alguien que se comportó completamente salvaje y agresivo salvando a su pequeño hijo adoptivo que nadie sería capaz de asociar al amable hombre que intentaba contener al mismo en estos momentos para que dejara de ser maleducado. Indudablemente ante la escena frente a sus ojos venía a su mente la imagen de un león mordiendo el cuello de su cría para mantenerle quieto y enseñarle la jerarquía. Era bastante divertido de observar. Y viendo el cuerpo bien formado del mayor le prestó cierta atención pensando en cómo sería compartir el lecho con semejante hombre. Si en algo se parecía a su padre era en su insaciable apetito sexual. Y una belleza salvaje e indomable era todo un trofeo en cualquier cacería, se tratará de animales o amantes, los más fieros eran los que daban mayor satisfacción.
―¡Sólo quiero saber dónde vio ese campo de flores! Si se trata de Adonis yo lo sabré ―prometió Sísifo seguro de poder reconocer sus flores por el cosmos que poseían.
―¿Por qué tanto interés en él? ¿Acaso te has enamorado? ―interrogó curioso el Dios del Sol al ver tanta desesperación en sagitario―. Afrodita lo quiere como su amante, te puedo asegurar que muerto no está y quizás incluso seas odiado por interrumpir cuando es probable que ahora mismo esté disfrutando de relaciones carnales llenas de pasión y amor.
―En primera, no estoy enamorado de él. A mí me gustó sólo una mujer, mi preciada Anticlea ―aseguró sin titubear, pues era verdad―. En segunda, no necesito estar enamorado para ir a ayudarlo es mi amigo y si no quiere ser amante de Afrodita evitaré que lo obliguen a serlo.
―Apuesto a que está divirtiéndose mucho con ella. Afrodita es toda una experta en artes amatorias ―argumentó el dios del Sol.
―Si Adonis no quiere es "no" y punto ―contradijo el niño deseando golpearlo, pero era retenido por el abrazo que le dio León evitando que causara algún problema mayor―. Pero está bien. Si quieres apostar, hagámoslo ―propuso Sísifo sonriendo como sólo un estafador sabía hacer―. Yo apuesto a que Adonis no desea estar con Afrodita y si se le da la opción de elegir no permanecerá a su lado.
―¿Qué deseas si ganas? ―preguntó el Dios interesado.
―Quiero que me debas un favor que usaré según crea conveniente ―respondió sagitario pensando en su deuda con la diosa de la Luna.
―Veo que te estás preparando para cuando debas pagarle tu deuda a mi hermana, ¿no es así? ―interrogó Apolo con una leve sonrisa divertida por ver en acción la famosa astucia del estafador de dioses―. Acepto, pero si yo gano exijo que el hombre que te abraza sea mi amante.
―¡Nunca! ―gritó de inmediato Sísifo desconcertado completamente―. Jamás apostaría sobre otra persona y menos con mi padre, depravado.
―Entonces no te diré donde vi ese campo de flores ―zanjó fríamente el dios del Sol.
―Acepta, Sísifo ―habló León por primera vez desde que iniciara la discusión entre ambos.
―Pero…
―Yo también aprecio mucho a Adonis y si hacer esa apuesta nos dará una pista con gusto ayudaré ―explicó suavizando el agarre del cuerpo de sagitario, pero aún seguía siendo un fuerte abrazo―. Confío en tus decisiones, mi niño. Sé que ganarás y traerás de regreso a Adonis. Por eso no me preocupa que me apuestes.
―¿Y bien? ¿Qué eliges? ―apresuró el pelirrojo sujetándole el mentón al niño para obligar a ponerle atención a su persona.
―Acepto la apuesta con todos sus términos y condiciones ―accedió el azabache gruñendo mientras le daba la mano a la deidad para cerrar el trato.
Apolo se limitó a sonreír al verlo. Gracias a la diferencia de tamaños entre él y el niño de apenas metro y medio, no podía dejar de verlo como un cachorro de león. Es decir, casi un gatito. Verlo apretando su mano con todas sus fuerzas sin causar daño real, pero intentando infringirlo, le recordaba demasiado a las crías de cualquier animal, tan indefensas y poco peligrosas, pero aun así lo intentaba como si con eso pudiera mantenerlo lejos de su padre adoptivo.
CONTINUARÁ…
