Cap 22: El león, el caballo y el pollito
Un nuevo día iniciaba en el santuario de la diosa de la guerra. Tras haber dejado en claro que las faltas a las reglas establecidas no serían perdonadas, se pudo comenzar la jornada con el pie derecho. Desde aquel comunicado realizado por el ángel de Atena, se dedicaron durante dos días a reparar todos los daños al comedor y a organizarse respecto a sus metas. Algunos de los aspirantes declinaron de convertirse en caballeros en pos de volverse sanadores. La cantidad de heridos y lisiados que quedaron como consecuencia de la brutal prueba a la que fueron sometidos era imposible de atender por una sola persona. Para empeorar la situación, Adonis no podía estar mucho tiempo en contacto con los demás sin ponerlos en riesgo con su veneno. Dejando a Ganímedes prácticamente solo con dicha tarea. A razón de ello, la ayuda voluntaria fue más que agradecida. Algunos habían realizado la encomienda de mala gana debido a que los dorados les hacían tomar turnos en diferentes trabajos. Mas, al descubrir tener ciertas aptitudes para la tarea decidieron quedarse con ese rol en mente.
Los hombres que quedaron lisiados decidieron tomar otras funciones. Entre ellos surgió la idea de llevar una lista de las personas en el ejército de Atena, así como sus respectivas funciones. Se requería gente que se encargara de censar a los hombres desde caballeros hasta sanadores. Saber la cantidad de comida que se requería para todos, la distribución y demás tareas del tipo administrativas podían ejercerlas pese a sus limitaciones físicas. Además, otra tarea de suma importancia, pero necesaria era la parte financiera. Agradecían a la diosa ser tan altruista como para salvar a las personas de manera gratuita, pero aun si destinaban a personas para la caza y la recolección de verduras y frutas para sus comidas, debían prever hambrunas o inviernos crueles. Para esos casos necesitaban maneras de consersar el alimento y asegurar una fuente. Quizás negociar con pueblos cercanos, pero algo debería de ofrecer. Todas esas cuestiones comenzaban a derivar en trabajos poco glamorosos a comparación de caballeros, pero igualmente importantes e imprescindibles para las fuerzas de la diosa.
Los aspirantes a caballero se presentaron al comedor donde siguiendo el mismo patrón que estaban llevando los últimos días, se repartieron los alimentos. Las cosas estaban bastante tranquilas. Ahora contaban con personas que se dedicarían exclusivamente a la tarea de alimentar a las tropas de la diosa. Siendo tan numerosos la cantidad de comida que se debía preparar, repartir y los utensilios a lavar serían numerosos. Esa sola tarea por sí misma requería de mucho de su tiempo y esfuerzo, ni se diga las personas que debían ir a conseguir alimentos al pueblo más cercano. Siendo el santuario un sitio inaccesible para gente normal, la tarea de viajar suponía bastantes complicaciones. Pese a no ser caballeros ni aspirantes a los mismos, de todas maneras, debían de entrenar sus cuerpos para ser lo suficientemente hábiles para protegerse de ladrones o espías que quisieran seguirles o emboscarlos de regreso al santuario.
Entre los primeros que arribaron al comedor se encontraban los gemelos. Castor evidentemente más somnoliento que su hermano, quien lo había arrastrado con él para "disimular" normalidad. "Como si no te vieras lo suficientemente raro desde que preguntaste si se podía copular con niños". Pensó el menor para sus adentros sin atreverse a externar aquello. El mayor había sido bastante madrugador a la espera de encontrar alguna oportunidad de saldar cuentas con sagitario. Si llegaba primero quizás sería más sencillo encontrarlo solo para poder hablar. O siendo específicos iba a confirmar qué tanto le importaba su fachada de niño débil e inocente. En los días que llevaba en el santuario tuvo en claro que el malcriado se comportaba como cualquier otro infante. Jugaba con aquellos cercanos a "su edad", comía dulces y hacía berrinches cuando alguien le decía enano. Palabras que sólo el santo de acuario pronunciaba. Quizás era una de las ventajas de conocer su pequeño secreto. Aunque peleaban, jamás había daño real entre ellos y Ganímedes parecía tener cierta autoridad o, como mínimo, influencia en el actuar del arquero. Asumió que aquella actuación era para despistar a los demás y nadie lo pudiera asociar con su mito, pese a conservar su auténtico nombre.
—Hermano —llamó el mortal mientras estaban sentados a la mesa aun vacía esperando que les trajeran la comida o les dieran el turno de ir a recogerla—. ¿No crees que llevas demasiado lejos tu obsesión?
—No es ninguna obsesión, sólo quiero saldar cuentas por humillarme —declaró el hijo de Zeus seguro de sus palabras.
—Él es un estafador con siglos de sabiduría y experiencia engañando dioses. A su lado tú eres... —dijo tosiendo un poco intentando controlar la risa fingiendo una repentina tos—. Un pollito —dijo sin poder contenerse más.
Ante aquel mote tan ridículo concedido por su pequeño némesis, el semidiós le mandó una fría mirada a su gemelo. El aludido cerró la boca y miró hacia otro sitio rogando encontrar una forma de zafarse de esa situación. Afortunadamente su hermano estaba demasiado perdido en sus propios planes como para seguir amenazándolo con la mirada.
—La ramera de mi padre nos dijo su pequeño y sucio secreto —afirmó el mayor sintiéndose confiado de tener las de ganar—. En el tiempo que llevo observándolo me he dado cuenta de que no sólo se ve como un niño, sino que actúa como uno delante de todos.
—¿Y? —cuestionó Castor con extrañeza—. Cualquiera puede ver eso.
—¿No lo entiendes? —interrogó el inmortal ante lo que el otro negó—. Es todo parte de su estrategia para burlarse de sus enemigos.
El gemelo menor ladeó un poco la cabeza buscando en el comedor al aludido sin encontrarlo. Pensaba echarle un vistazo para comprobar las locas teorías de su familiar. A su parecer era real la personalidad mostrada, pero si era una actuación debía darle crédito por mantenerse dentro de su papel en todo momento.
—No, no entiendo el punto —admitió Castor soltando un suspiro mientras el estómago le gruñía exigiendo comida.
—Uff, eres tan tonto —bufó Pólux viéndolo de menos como casi siempre sucedía cuando no les seguía el hilo a sus extrañas maquinaciones mentales—. Esto todo es parte de su plan para que ese estúpido gato sarnoso lo cuide y consienta y a su vez enemigos poderosos, como yo, bajemos la guardia al creer que es sólo un niño. Cuando lo consigue ataca a traición y se ríe de su treta.
Había algunos problemas con esa teoría, pues sagitario nunca tuvo reparo en mostrar su fuerza. Era el santo de Leo el que lo mandaba ir a jugar con los demás pequeños evitando su participación en actividades de adultos.
—¿Funcionará el chantaje que pretendes? —interrogó el gemelo menor con dudas sobre ese plan—. Si algo sale mal, las consecuencias serán peores que la última vez.
—Nada puede salir mal —aseguró Pólux con confianza en sí mismo—. Para una persona falsa como él es seguro que no querrá perder toda la fama que consiguió gracias a Atena.
—Si es así, ¿por qué no hablas directamente con tu media hermana? —preguntó siendo la solución más obvia.
—Esa harpía me dejó claro que me cambiaría sin dudarlo por esa avecilla —gruñó sin poder contener su indignación de que la diosa hubiera dicho explícitamente que si debía decidirse por uno de ellos prefería conservar a su ángel—. ¿Puedes creerlo? Un semidios como yo siendo la segunda opción ante un simple mortal.
—Deberías superar lo ocurrido y seguir adelante. Si lo que dice su mito es cierto, tu padre lo persiguió tanto que sólo consiguió hacer caer en la burla a otros dioses —reflexionó brevemente sabiendo que de no haber mandado matarlo, Thanatos y Hades no habrían sido engañados vilmente—. Aun no entiendo por qué Zeus no lo asesinó él mismo con uno de sus rayos fulminantes.
—¿Por qué habría de rebajarse el mismísimo rey del Olimpo a ensuciarse las manos con ese sucio mortal? —cuestionó Pólux en defensa de su padre—. Cualquiera se sentiría honrado y con el ego en las nubes si mi padre pone su interés en su persona. Sea para matar o para copular. Mira al copero de los dioses como se pavonea sólo porque alguna vez mi padre jugó un poco con él —ejemplificó figurándose como alguien sabio respecto a dichos asuntos—. Incluso cuando el rey del Olimpo secuestra doncellas u hombres lo hace transformado en animales como águilas, cisnes, bueyes, etc. Nadie sabía que él se llevó a Ganímedes hasta que decidió darle aquellos regalos al rey a cambio de su hijo.
—Sísifo se dio cuenta de que el águila era tu padre —le recordó Castor recordando que según lo que averiguaron del mito aquel rey supo de su identidad pese al cambio de apariencia—. ¿Cómo explicas eso? —interrogó con genuina curiosidad por entender.
Pólux guardó silencio al no saber qué responder. Desconocía completamente el método utilizado para revelar la identidad de su padre. Además, en ese entonces se supone que Sísifo no manejaba aun el cosmos, dicho conocimiento lo obtuvo tras su larga estadía en el tártaro. Y debió ser extremadamente larga, pues su mito se remontaba a siglos atrás y la fama del "ángel de Atena" apenas tenía alrededor de un año. Meditó acerca de la situación de su padre para entender sus motivos. Pese a la abismal diferencia de poder y lo fácil que habría resultado matar a Sísifo, el dios del trueno no lo haría para no darle más importancia de la que merecía. Hacerlo transformado en otra criatura tampoco sonaba viable si era capaz de reconocerlo al cambiar de forma. Si lo hizo cuando era un águila podría hacerlo de nuevo y cualquier intento de asesinato se vería frustrado si el hijo de Prometeo no bajaba la guardia. La opción más viable y digna era delegar a otro dios la tarea. ¡Para algo era el rey! ¡No necesitaba ensuciarse las manos! Mas parecía que nadie contaba con que otros dos dioses cayeran víctimas de las estafas de sagitario.
—Es un mentiroso. Seguro ni sabía que se trataba de mi padre, pero lo acusó para obtener el favor de Azopo —teorizó el gemelo mayor siendo lo más razonable.
—Si tú lo dices —suspiró Castor viendo como venían algunos hombres a dejar platos con comida en las mesas donde estaban los aspirantes a caballeros.
—El desayuno —aclaró con simpleza el muchacho mostrándose animado haciendo su trabajo—. Buen provecho.
El gemelo mayor desvió la mirada dándose cuenta de la presencia de varios aspirantes, pero sin dudas muchos menos a caballeros que el primer día. A medida que comía sus ojos iban una y otra vez dirigidas hacia León. Ese maldito gato gigante también era parte de los que defendieron y apoyaron que Sísifo lo humillara en público. Por supuesto que alguien con los sentidos tan desarrollados como santo de Atena, se dio cuenta de aquellos ojos fijamente puestos en su persona.
León no era de los que gustasen de juzgar a los demás. Literalmente, Sísifo era uno de los reyes más crueles de la historia. Al menos hacia los que no eran sus allegados. No sabía si eso servía de consuelo, pero las masacres eran hacia viajeros y personas desconocidas. A su gente la cuidaba, así como a su esposa. Perdonó todo ese oscuro pasado al verlo querer volver a empezar desde cero, pero a este semidios no podía verlo ni en pintura. Sentía desgrado hacia él desde que lo vio masacrando a los aspirantes que le plantaban cara. Quizás en parte sentía aquella envidia malsana que le atacaba de vez en cuando. Un muchacho engreído y pervertido menor que él poseía un poder abrumador que fácilmente superaba al suyo. Al igual que le sucedía con los ex inmortales y su niño, lo que a él le tomaba tanto esfuerzo ellos lo lograban naturalmente.
—¿Te molesta si nos sentamos? —preguntó Talos junto al pequeño Giles quien traía de la mano a Shanti.
—Soy capaz de encontrar una mesa sin tu ayuda —protestó el invidente torciendo los labios en una mueca de enfado.
—Sólo te estoy ayudando a seguirnos el paso, sería terrible si te dejamos sentado solo hablando con la pared —respondió Giles mientras esperaban la respuesta del santo dorado.
—No hablo solo, saludo a los dioses como cada mañana. Es importante orar al menos cinco veces al día —replicó Shanti con fastidio.
—Puedes hablar con tus amigos imaginarios después —dijo Giles en respuesta.
—Adelante, no hace falta pedirme permiso —contestó León haciéndoles lugar amablemente.
Sus palabras interrumpieron la infantil discusión y ambos buscaron acomodarse a la mesa. El adulto le ayudó al rubio invidente a acomodar su plato y su cuerpo evitando derrames.
—No queríamos ser irrespetuosos con un superior, ¿o maestro? —dijo Talos dubitativamente—. Aun no tengo claro cómo me debería referir a los dorados —explicó viéndose algo culpable.
Al santo de Leo aquello lo lleno de regocijo. Se sentía respetado e importante gracias a aquellas palabras. Aun sino lo expresaba en voz alta ese tipo de sencillas frases le recordaba el lugar que ocupaba en el santuario. Con su autoestima renovada, sonrió de manera más abierta viendo a los pequeños acomodarse.
—Sólo dime por mi nombre. Eso estará bien —respondió el guardián del quinto templo.
—¿Hay lugar para un par más? —preguntó Miles trayendo abrazados por el cuello a Argus y Tibalt.
—Suéltame —ordenó el príncipe con voz firme—. Dije que vendría luego de tanta insistencia, no me arrastres.
—No seas tan amargado —se quejó el ladrón antes de acomodarse en la mesa.
—Buenos días a todos —saludó amablemente Argus moviendo la mano.
Argus se dejaba arrastrar de aquí para allá por el ladrón. Por alguna razón que él desconocía aquel mayor siempre estaba al tanto de él y los otros dos niños, a pesar de que la actitud del ciego era algo frustrante a veces. En ocasiones discutían entre ellos, pues ese rubio que afirmaba hablar con los dioses, pero aseguraba que sus amigos fantasmas no eran reales. ¿Curioso no? El que creía que hablaba con dioses de lejanas tierras no creía en personas fallecidas allí mismo hace pocos días. Ambos solían hablar "solos" causando preocupación en Talos y Miles. Temían seriamente un trauma psicológico por los eventos recientes. Especialmente por el joven Argus quien rondaba el cementerio y hablaba con las lápidas, por ello no lo dejaban solo.
Habían comenzado a comer mientras hablaban de algunos temas sin mayor relevancia cuando llegó al comedor el santo de acuario. Luego de un corto saludo por educación hacia los invitados de León, se acercó a la cocina donde pidió dos raciones. Siendo claramente una para él y la otra para el santo de piscis. Mientras Ganímedes seguía con su nueva rutina, la curiosidad fue inevitable.
—¿Por qué esa belleza de las rosas no viene a reunirse con los demás? —interrogó Miles sin despegar sus ojos de acuario al caminar con dos bandejas de comida saliendo de la cocina.
—Adonis —corrigió sutilmente León intentando ignorar el sobrenombre vergonzoso a su parecer—. Tiene una sangre venenosa a causa de una maldición. No puede estar cerca de los demás mucho tiempo antes de que el aire se envenene y, en el mejor de los casos, cause desmayos.
—Con esa carita no necesita de ningún veneno para dejar a todos sin aliento —suspiró el prostituto al recordar las pocas veces que se dejó ver aquel hombre.
—Eso me recuerda —mencionó León reparando en un importante detalle—. ¡Ganímedes! —llamó el castaño evitando que el mencionado saliera del comedor—. ¿Despertaste a Sísifo? —preguntó preocupado.
Si bien sabía que el menor en ocasiones era algo perezoso, generalmente no se tardaba tanto. Todos los aspirantes a caballeros ya se encontraban en el comedor disfrutando de sus alimentos y él aun no. Ellos habían acordado una batalla de exhibición al mediodía y si le permitía dormir demasiado no alcanzaría a comer correctamente antes del combate. Si bien podía invocar su cosmos aun con el hambre, no era recomendable porque significaba un desgaste aun mayor de su propia energía y era malo para el desarrollo de su pequeño. Después de todo, sagitario aún era un infante en pleno crecimiento.
—Dijo que enseguida venía —respondió acuario de manera sencilla deteniendo su marcha delante de la mesa de su compañero.
—¿Estás seguro de que estaba despierto? —preguntó León con escepticismo.
—Si quieres estar seguro de que despierte, déjame echarle algo de nieve y verás como no se vuelve a dormir —afirmó Ganímedes.
—No puedes hacer eso —negó de inmediato el mayor viéndolo con reproche.
Mientras ellos hablaban de eso, los demás estaban también en sus propios temas de conversación. Aunque en el caso de Talos, era más bien un momento de vigilar que los niños no evitaran terminarse sus platillos. Como cualquier infante, intentaban sacar las cosas que no les gustaban y así evitar comer aquello que encontraban desagradable.
—¿Por qué no comes la papa, Miles? —interrogó Talos viéndolo seriamente.
—No me gusta. ¿Por qué sólo es un plato de verduras? ¿Dónde está la carne? —interrogó viendo su desayuno consistente en una extraña ensalada. ¿En que estaban pensando los nuevos encargados de la cocina?
Talos frunció un poco el ceño acostumbrado a este tipo de situaciones. Incluso Giles tenía algunas mañas y berrinches. El castaño tomó aire profundamente reuniendo paciencia. Al pensar en que a pesar de su apariencia tenía esos arranques que hacían imposible diferenciarlo de esos enanos a los que llamaba "crías" le generaba ternura. Supuso con una certeza casi absoluta que nadie se había preocupado de regañarlo y hacerle ver lo importante de nutrirse bien, por lo cual se propuso hacerlo él mismo. No podía apartar la mirada de un pequeño desamparado. Su corazón no le permitiría tener la conciencia tranquila si hacía eso. La discusión habría seguido un poco más, pero la frase soltada por León captó la atención de ellos.
—Sólo espero que no ande apostando contra dioses de nuevo —suspiró el arconte del león.
El guardián del quinto templo sabía bien de las malas andadas de su niño. Si bien, el mismísimo Zeus le tenía prohibido estafar, eso no quería decir que Sísifo se caracterizara precisamente por ser alguien obediente. Incluso haciéndole caso a esa restricción, apostar y negociar no era algo que rompiera dicha regla. ¡Malditos vacíos legales! Sagitario era hábil encontrando fallos o debilidades para sacar la mayor ventaja posible y eso hacía generalmente cuando el premio era alto. León lo había notado cansado y las ojeras se le iban marcando cada vez más. Lógicamente no estaba durmiendo como debería, pero desconocía la causa. ¿Y si regresó a sus hábitos de ludópata y se escapaba de noche para encontrarse con dioses?
—Es bastante gracioso oír que a un niño le prohíben apostar contra deidades —dijo Ganímedes con un rostro ligeramente divertido al pensar en la situación—. Debe ser la paternidad más complicada del mundo.
—Ahora entiendo porque dijo que apenas puede con uno —mencionó Talos sin siquiera dudar que era verdad lo oído.
Bueno, no es como si la palabra "imposible" pudiera aplicarse al ángel de Atena. Habiendo presenciado de primera mano cómo luchaba contra seres míticos como centauros y recientemente venció sin esfuerzo a un semidios, que apostara contra los dioses no sonaba tan irreal. Miles tenía sus reservas sobre la veracidad de eso, pues nuevamente le parecía algo difícil de creer que alguien a quien vio haciendo pucheros por perder en un juego contra el ciego estuviera a la altura de eso. Era confuso y contradictorio verlo siendo como cualquiera de los demás infantes a la vez que también confirmó que podía luchar a la altura de su fama. Tibalt simplemente les ignoró. Se quería centrar en una forma de aumentar su poder rápidamente. En todo el tiempo que llevaba en el santuario cumplió diligentemente las tareas que le fueron asignadas, pero no dejaba de darle vueltas a la ausencia de su espada. Y no era el único, el gemelo de Pólux tenía inquietudes similares respecto a cómo subir su habilidad. Tal parecía que sólo los santos dorados podrían darles las respuestas que requerían, pero ¿cómo conseguirlas? Uno andaba aislado casi todo el tiempo, dos de ellos se la pasaban peleando mientras el último mediaba.
Argus era quien mejor comprendía sobre la situación de sagitario debido a sus amigos. Algunos de ellos, —quienes no tenían resentimiento por sus muertes al menos—, le habían contado sobre lo que hacían sus compañeros espectrales. No sabía si le correspondía aclarar el malentendido en nombre del arquero o no. La única persona que podía ver a sus amigos era sagitario y creía en él cuando le hablaba sobre los fantasmas a su alrededor, pero los demás no. El jovencito ya había hablado con diversas personas vivas al respecto y muchos le tacharon de loco. Entendió un poco el motivo de Sísifo para no insistirle a sus compañeros sobre las "luces" que veía flotando. Además, ¿para qué negarlo? Le gustaba tener alguien que compartiera sus gustos para hablar de los temas después de la muerte. Miles también era afín a dicho tema, pero al momento de mencionar a sus amigos presentes le soltaba un: "Sí, qué tierno". ¿Tierno? Ese adjetivo le dejaba claro que no creía en sus habilidades, pero quería hacerle sentir bien. Agradecía las buenas intenciones, pero esperaba que con el tiempo aceptara esas voces que lo hacían voltearse llamando su nombre no eran su imaginación.
—Es bastante complicado disciplinar a alguien que se pelea con seres inmortales cada que abre la boca —suspiró nuevamente León al pensar en alguna manera de sacarle la verdad a su pequeño.
—Y yo que creía tener problemas cuando mis niños se negaban a comer verduras —afirmó Talos mientras señalaba a Miles, quien seguía separando las vegertales que no eran de su agrado.
—Creo que deberías castigarlo sino come toda su ensalada —sugirió León viendo como ese plato estaba quedando vacío por la comida separada.
—Dada su edad supongo que es lo normal castigar a niños malcriados —se mofó Ganímedes apoyando la idea de que disciplinaran al descarado.
—¡Talos es un aspirante también! ¡No puede castigarme! ¡Ni decirme qué hacer! —protestó Miles indignado de semejante ocurrencia.
En su vida había recibido palizas de todo tipo por sus enredos amorosos, sus robos, crímenes varios y demás, pero jamás algo como un castigo "paternal". Era tarde para ese tipo de cosas. Él era un adulto y no requería de ese tipo de guía. Es más, él mismo no ocuparía su diferencia de edad para azotar a los más pequeños. No sentía que sirviera para nada. Sus palizas sólo le recordaban cuanto los odiaba a todos. Únicamente le sirvió como una dolorosa enseñanza de que no existía la piedad ni siquiera hacia los más jóvenes. Irónicamente estaba a favor de los escarmientos más crueles siempre y cuando se aplicaran a criminales peligrosos. Hasta la muerte le sabia a poco en algunos casos. Existían atrocidades que el mundo no debería perdonar y de mantener vivo al desgraciado debería ser sólo para prologar su purga.
—Pero yo sí —le recordó León con un tono severo—. Unas cuantas nalgadas dadas a tiempo pueden corregir hasta las peores actitudes.
—¡Es peor si lo haces tú, Leonel! ¡Ayuda, ayuda me quieren pegar! —exclamó de manera exagerada esperando que algún héroe apareciera a último momento a hacer su buena obra del día.
—Creo que si lo voy a aplicar —meditó Talos en voz alta mirando significativamente al "niño rebelde".
Aunque su intención era más bien la de generar una "amenaza" implícita y no de llegar a concretar el acto en sí mismo.
—¡Espera tengo diecinueve años, se vería mal eso! —reclamó Miles torciendo el gesto al imaginarse en el regazo de Talos siendo azotado.
—En cierto modo eres menor —le recordó León encogiéndose de hombros—. Además, eres aspirante se te puede castigar —avisó siendo que los dorados tenían decido hacer de los santos gente de bien y el respeto era fundamental.
—Qué gran día será ver a dos molestias siendo castigados —celebró Ganímedes sonriendo de manera que cualquiera consideraría sádica.
—¡Espera! ¿dos? —interrogó el ladrón sin entender a quién más se llevarían con él.
—Como descubra que Sísifo no ha estado durmiendo correctamente por andar en apuestas de nuevo será castigado —dictaminó León para alegría de acuario quién sonreía tenuemente.
—¿No que él era la máxima autoridad aquí después de Atena? —cuestionó Miles confundido.
Según la jerarquía antes expresada por parte del propio León, el ángel de Atena era quien mandaba en el santuario. Asumiendo que ese dato era correcto, no era difícil deducir que los demás estaban bajo su mando. Es más, el guardián del quinto templo afirmó no poder castigarlo por su estatus, pese a iniciar su pelea contra el semidios. Éste último, tenía su atención volcada por completo a la conversación de ellos. Entre sus habilidades sobrehumanas contaba con sus sentidos mucho más afinados que los de las personas normales. Sin mayor esfuerzo podía escuchar con total disimulo cada palabra de ellos. "Así que sí se podía castigar a ese maldito niño". Pensó con los dientes crujiendo de rabia mientras sus uñas se incrustaban en la madera de la mesa. Su gemelo no comprendía el motivo de la rabia repentina de su hermano, pero no perdería el hambre por sus rabietas. Sin embargo, pronto abrió los ojos, sorprendido por la siguiente línea del ex copero de los dioses.
—Pierde autoridad cuando se trata de León —afirmó Ganímedes con naturalidad.
—¿O sea que me darán por culo y nadie me salvará? —cuestionó Miles con pesimismo.
—¡Obsceno! —exclamó acuario escandalizado por sus palabras.
—Descuida, si llegara a dolerte demasiado Ganímedes puede brindarte atención con su poder de hielo o hasta Adonis —le recordó León de manera despreocupada.
Cuando Sísifo se quejaba demasiado de estar adolorido generalmente le pedía hielo a Ganímedes. Y "pedir" se traducía a sacarlo de quicio para que lo atacara con su cosmos y obtener hielo para volver a sentarse correctamente. Realmente le había sorprendido a León lo mimado que había sido en su primera vida al punto de desconocer totalmente ese castigo tan común. Era esa última palabra la verdadera clave, pues ninguno de sus compañeros dorados jamás había recibido nalgadas. Incluso sintió como si lo hubieran visto como un bárbaro despiadado por semejante minucia. Mas, pronto supo que como príncipe a Sísifo su padre jamás le había hecho cosa semejante.
Como mucho recibía azotes en las manos con una vara por parte de sus tutores, cuidadores o los sirvientes de confianza puestos en la labor por el rey cuando se comportaba mal. Aun recordaba claramente como la primera vez que lo vio volver presumiendo casi morir en una apuesta con Apolo y Artemisa lo puso sobre sus rodillas y lo azotó hasta que se arrepintió de hacer eso. Al grado de que prometió no volver a hacerlo. Le había dado pena verle los ojos cargados de lágrimas contenidas, pero en su mente era lo mejor. "Prefiero que llore él ahora, a yo llorar su muerte". Se consoló internamente. Lo bueno, es que su niño era capaz de comportarse bien si hablaba firme y claramente, así que rara vez recurría a ese castigo en particular y lo reservaba sólo para cuando era un asunto de vida o muerte.
—Oh~ con que es así, castígame, Leandro, necesito que luego Ganímedes me cure con su magia helada —pronunció en un tono coqueto que casi parecía un ronroneo al imaginar a acuario pasando sus manos frías por sus nalgas calientes y enrojecidas.
—¡Desvergonzado! Yo mismo te castigaré luego de León —amenazó el guardián de onceavo templo por la falta de decoro.
—Premio doble grr —gruñó como un felino travieso mirándolo con una sonrisa divertida—. Regulus, ya puedes bajarme los pantalones, ¿o prefieres que me los baje yo mientras me pongo en tu regazo para que me castigues? —preguntó con un tono de voz más bajo haciéndolo sonar sensual.
—¡No hagas eso en medio del comedor! ¡Por los dioses, hay niños presentes! —exclamó escandalizado.
Desde que lo conoció por alguna extraña razón que escapaba a su entendimiento no paraba de llamarlo por diferentes nombres que no coincidían para nada con el suyo. Al inicio, intentó detenerle y corregirle para que lo llamara por su nombre correspondiente, pero tras perder la paciencia en una tarea tan infructuosa desistió momentáneamente. No le hacía gracia que le cambiara su tan adorado nombre, pero había prioridades que atender como evitar que siguiera corrompiendo la pureza de las mentes más jóvenes.
—¿Quién y por qué me está tapando los ojos? —preguntó Shanti al sentir una gran mano cubriéndole parte de la cara.
—Perdón —se disculpó Talos avergonzado.
Ante las palabras del ladrón se había apresurado a taparles los ojos a Giles y Shanti por si acaso las cosas subían de tono. El fornido adulto no había podido evitar el impulso de actuar de manera semejante con los pequeños temiendo que se vieran expuestos a un espectáculo indecente.
—Es peor que Sísifo —bufó Ganímedes sintiendo como habría peores molestias rondando el santuario de ahora en adelante.
—Hablando de él, iré a pedirle una ración —avisó León levantándose de la mesa para dirigirse a la cocina y hablar directamente con quienes estaban para la tarea.
Ingresó con total calma notando que había algunas caras algo largas e incluso avergonzadas. No le dirigían directamente la mirada e incluso parecían tenerle algo de miedo. Extrañado por dicha situación, conversó un poco con ellos usando la paciencia para conseguir llegar a la raíz del problema. No le sorprendió encontrarse con dudas sobre si era cobardes por desistir de ser caballeros, así como también si eran inútiles a los cuales los caballeros podrían tratar como sirvientes o esclavos como algunos aspirantes parecían creer. Mientras ellos servían el desayuno algunos aspirantes les hicieron saber que ahora estaban en distintos niveles sólo por sus diferentes tareas. Por todo lo mencionado, León consideró prudente hablarles a quienes eligieron ese rol para darles confianza en lo valioso de su deber y precauciones para su propio bienestar.
—No dejen que nadie los haga sentir menos por la elección que han hecho —aconsejó el santo de Leo delante de una docena de personas en la cocina—. La tarea que ustedes están realizando es tan importante como cualquier otra. Los santos no seremos de mucha utilidad si estamos muriendo de hambre —bromeó para aligerar el ambiente.
Los encargados de la cocina se sentían más tranquilos gracias a las palabras del "león del valor", como sabían que se le llamaba, mas duró poco esa paz cuando el semidios ingresó al lugar sin ser llamado.
—¿Van a seguir perdiendo el tiempo creyéndose iguales a los verdaderos guerreros y héroes? —interrogó Pólux llegando de mala gana allí.
Llevaba dos días allí cumpliendo tareas poco glamorosas y aun no aprendía nada útil. El cosmos seguía manejándolo de la misma manera que lo hacía cuando estaba por su cuenta y su hermano aun no avanzaba en ese aspecto. Estaba perdiendo el tiempo en ese lugar y para colmo de males, el enano de sagitario no dejaba de burlarse de él. De ángel no tenía nada, ¿en qué estaba pensando su hermana al ponerle semejante apodo? Era molesto, grosero, caprichoso y mimado. No era secreto para nadie que el santo de Leo lo consentía hasta el cansancio. Le irritaban demasiado, pero al parecer el único que podía quitarle autoridad a esa molestia, exceptuando a su hermana claramente, era el gato arisco que tenía delante. Y se iba a cobrar esa mentira que le dijo.
—Estamos hablando de algo importante, ¿puedes esperar a que termine? —preguntó el castaño intentando ser lo más amable y educado posible para evitar una pelea.
—Sólo les estás haciendo creer a estos idiotas que son relevantes cuando la verdad es que sólo son sirvientes de los poderosos —declaró el rubio logrando desanimar a los presentes.
Muchos de ellos tenían miedo de morir y se sabían poco hábiles en comparación a otros. Aun recordaban como en el coliseo vieron al semidios acabando sin problemas con varios hombres fornidos como si nada. Además, la batalla en el comedor entre el ángel de Atena y el semidios les hizo caer en cuenta de que no tenían lo necesario. Esas luchas eran claramente de otro nivel, uno muy superior al suyo. Sumado a eso, con ayuda de León le encontraron el lado amable a su situación. Colaborar haciendo algo que les gustaba y en el caso de algunos, que se les daba bien de manera natural. Tendrían techo, comida y seguridad a cambio de un trabajo bien realizado. ¿Qué más podían pedir? Agradecían la oportunidad y no la desperdiciarían poniéndose exigentes en una meta inútil y sin sentido. Empero, eso no quería decir que las palabras del hijo de Zeus no les hiciesen sentir cobardes por escapar de la acción al elegir quedarse atrás mientras otros iban a la vanguardia.
—Todas las tareas son importantes y no hay vergüenza en un trabajo honesto bien realizado —contradijo León queriendo defenderlos.
Le era imposible entender la actitud tan voluble de aquel joven. La primera vez que habló con él lo primero que recibió fueron sus gritos exigiendo castigar a Sísifo, la siguiente vez se comportó extrañamente amable ofreciéndose a ayudar, ahora volvía a caer en el menosprecio hacia los demás. ¿Qué le sucedía al chico? Ni siquiera su niño en sus peores días era tan cambiante. ¿Sería cosas de adolescentes? No, imposible. Ganímedes y Adonis tenían más o menos su edad y se comportaban de mejor manera. Tenían tendencia al ostracismo en cuanto a sus problemas y dificultades, pero nada que no se pudiera solucionar hablando. Incluso Atena era alguien más accesible. Aunque siempre daba al mundo la imagen de una diosa poderosa y sin emociones, solía permitirse expresar sus dudas y pedir consejo cuando lo veía necesario. Esto último a espalda de la mayoría por supuesto. Ellos cuatro como sus protectores eran quienes veían esa imagen más frágil de ella y los que se aseguraban de cubrir sus momentos de flaqueza.
—Eso explica por qué estás aquí —mencionó Pólux con clara burla hacia él.
—¡¿Qué quieres decir con eso?! —exclamó casi en un rugido casi amenazándolo con saltarle encima.
—¡Señor León, por favor, cálmese! —pidieron algunos de los presentes sujetándole de los brazos.
—Sólo digo que Jason era buen cocinero —mencionó el semidios acercándose lentamente hacia el santo de leo—. Despertaba de buen humor cuando pasaba la noche con Hércules y hacía comida para todos en el barco. Un marinero siempre será un marinero, ¿o no?
Pronunció aquellas palabras con falsa dulzura mientras le acariciaba la mejilla dejándole saber de la manera más explícita posible lo que quería decir. El rostro del mayor enrojeció de rabia y vergüenza. ¿Quién se creía ese mocoso malcriado para hablarle de semejante manera? Podía ser un semidios o todo lo que quisiera, pero ni la diosa Atena en sus peores momentos fue tan despectiva e irrespetuosa hacia él. Definitivamente quería saltarle encima y darle una buena lección para que aprendiera a respetar a sus mayores. Sintiéndose superior Pólux se acercó nuevamente y le sujetó el cuello con algo de fuerza presionando su dedo pulgar en la manzana de Adán.
—Un simple mortal como tú ni siquiera tiene cabida en este lugar —afirmó de manera fría susurrándole al oído—. Deberías aprovechar que hay nuevos idiotas y renunciar a un puesto que ni mereces. Regresa a abrirle las piernas a los auténticos héroes —sugirió con una expresión de pena falsa.
— Al menos tenías con que llenar tu estómago y algo más con los argonautas, ¿o no le agradeciste a Jason su sazón como un marinero? —interrogó León con una sonrisa de burla devolviéndole la bromita anterior.
Miles que estaba sentado en la mesa cercana a la cocina al oír eso comenzó a reír hasta atragantarse con lo que tenía en la boca.
—¿Estás bien, pequeño? —preguntó Talos dándole palmaditas en la espalda para que no se ahogara—. Toma algo de agua —ofreció acercándole su vaso.
—El león le sacó las garras al pollito —afirmó emocionado una vez que terminó de tragarse el agua.
Debido a que la pelea estaba subiendo de nivel en la cocina, el comedor se sumió en silencio para no perder detalle. Algunos más valientes asomaban la cabeza curiosamente intentando ver lo que sucedía en el interior, pero manteniendo siempre la prudencia. No iban a quedar atrapados en el despliegue de rabia y poder del semidios de nuevo. Sabiendo de su mal temperamento mejor espiar de lejos. La quietud de todos era tal que podían oír todo a su alrededor. Incluso el gran bostezo que daba el recién llegado al comedor. Sagitario no había tenido una buena noche. Desde hacía un par de días que dormía poco y eso lo traía de malas, sumado al hambre por estar desayunando tan tarde, tenía una cara de pocos amigos. Caminó tranquilamente hasta que se dio cuenta que algo raro estaba sucediendo. Demasiado silencio y sólo las voces del pollito y ¿de su padre? Abrió los ojos despertándose de golpe corriendo hacia la cocina para ver que sucedía. Sólo para encontrarse con Pólux sonriendo mientras le sostenía la barbilla a su padre.
—¡Ah no, pollito! ¡Aléjate de mi padre! —ordenó Sísifo.
Si había algo que no toleraba era ver a hijos de Zeus manoseando a su querido padre. Tenía de antecedente a Apolo, quien desde que conoció a León no paraba de hacer todo tipo de insinuaciones lujuriosas respecto a tenerlo en su lecho. ¡Bastardo pervertido! Aun teniendo centenares de esposas y amantes incluyendo hombres, tenía que poner sus ojos sobre la persona que a él más le importaba. Tenía múltiples motivos para sentirse preocupado respecto a lo que saldría de ese hipotético romance. Y ahora debía sumarse otro hijo de Zeus con los mismos gustos. ¿Quién seguía? ¿Atena? ¿Artemisa? ¿El propio Zeus queriendo convertir a su padre en un nuevo copero?
—Sólo estaba vengándome de algo que me hizo —respondió Pólux sin siquiera ocultar sus intenciones.
—¿Tu venganza es cogerte a mi papá? Oye, podrá ser ramera, pero tiene estándares —aseguró mirándolo con el ceño fruncido.
Recordaba que su padre no negó haber tenido amantes hombres en alta mar. Eso quería decir que era la mujer del barco con quien los demás iban a satisfacerse. O al menos eso es lo que entendió dado que nadie le quiso explicar más del asunto.
—Basta, jovencito —ordenó León acercándose hasta él para tirarle de las orejas—. Mereces que te castigue.
—¡No puedes hacerlo! —protestó sagitario sin entender por qué le iban a castigar si él sólo estaba protegiéndolo.
— Soy tu padre y no respondas, ya verás cuando acaben los duelos de exhibición de hoy —advirtió conteniéndose de no hacer algo que lamentara.
—Pero ¿yo qué hice? Sólo te estaba protegiendo del peligro. El pollito es un semidios, para mí no es la gran cosa, pero para ti... —explicó sabiendo que, si para él siendo más experimentado en el cosmos y en lidiar con seres divinos fue difícil, seguramente quedaría huérfano por segunda vez de no intervenir.
—¿Para mí qué? —preguntó León con un tono de indignación.
—Ya veo porque el "ángel de Atena" es tan aclamado a comparación de los demás, subordinado —mencionó el aspirante a géminis echando más leña al fuego.
—Puedo cuidarme solo, vete de aquí —ordenó el guardián de quinto templo mirando a su hijo.
—Pero... —intentó negarse el aludido
—¡Vete antes de que me decepciones más, Sísifo! —rugió haciendo que el menor diera un pequeño brinco en su sitio.
—Sí, señor —aceptó sagitario antes de retirarse rápidamente.
No le gustaba ese tono de voz ni como lo miraba. Le recordaba demasiado a cuando su padre le decía que estaba decepcionado de él y que nunca sería como su hermano. Era tal su impresión que terminó respondiendo como solía hacerlo ante el rey. Sabía que estaba siendo cobarde, pero era la primera vez que veía al adulto tan furioso. Por su parte, Pólux sonreía triunfal por el espectáculo. Esos gestos en el estafador parecían genuinos comprobando que la opinión del gato sarnoso era relevante al punto de hacerle bajar la mirada en sumisión. Ahora no tenía dudas sobre su plan.
CONTINUARÁ...
