Cap 23: Sagitario vs Leo

Tras la salida de sagitario del comedor nadie dijo nada. Las cosas estaban demasiado tensas como para querer ser el blanco de alguno de los dorados. León respiraba pausadamente conteniendo sus ganas de rugir como un animal rabioso. Su ira era más que nada producto de sus problemas con el semidios, quien dicho sea de paso se fue muy campante, pese a su advertencia de que dejara de buscar problemas o Atena en persona le castigaría. No entendía a qué se debió todo aquel comportamiento tan grosero tras el acoso al que lo sometió con su mirada. Luego de largas inspiraciones de aire se fijó en los platos en la cocina recordando su objetivo original para ir allí. Se suponía que él debía apartar una ración para su niño y él mismo lo corrió del lugar sin dejarle probar bocado. Llevó una de sus manos a su propio rostro con vergüenza por su propio actuar. Por primera vez parecía que Sísifo fue responsable de no intentar saltarse una comida y él lo forzó a hacerlo. Ahora se debatía sobre ir a buscarlo o dejar pasar el asunto.

—No deberías caer en los enredos de un semidios —aconsejó Ganímedes entrando a la cocina siendo uno de los pocos valientes que se le acercaría en ese estado—. Ustedes salgan de aquí —ordenó a los encargados de ese espacio. Siendo obedecido de inmediato—. Por experiencia te digo que los dioses, así como sus hijos, gustan de jugar con sus presas. Llevarlos a perder la cabeza, la paciencia y explotar al máximo sus debilidades.

—¿Qué quiere conmigo ese despreciable polluelo? —interrogó León con rabia aun sin apagar.

Acuario pensaba que si no fuera porque conocía a sus compañeros podría jurar que León genuinamente concibió a Sísifo. Eran tan parecidos que les quedaba perfecto la frase "de tal palo, tal astilla". Cada vez que se enojaban arremetían contra el primer desafortunado que estuviera a su alcance. Pocas veces el castaño llegaba a eso gracias a su madurez, pero cuando lo hacía era como ver el futuro de sagitario. Un poco más controlado, pero conservando el horrendo carácter similar al fuego. Mientras estaban felices podían ser muy cálidos y amables como una fogata en invierno, mas en el momento de perder los estribos se volvían como un incendio forestal. Uno que sólo alguien con lógica fría, como él mismo, sabía apagar. De momento, dejaría al guardián del noveno templo tranquilizarse a solas. Solía esconderse y no dejar que nadie lo vea hasta destruir algo que le diera satisfacción. Mientras León estaba más cercano y accesible al diálogo.

—Es un joven héroe y semidios en busca de una armadura. Seguro sólo pretende probarse contra los más poderosos y por eso se fijó en ti —explicó el antiguo copero de los dioses.

La realidad es que no pensaba del todo eso. En lo que llevaba vigilando a sagitario y al aspirante de géminis, siempre los veía buscando excusas para iniciar una pelea. Especialmente al segundo, quien no toleraría de ninguna manera la derrota sufrida delante de tanto público sin dar escarmiento. Carecía de pruebas o indicios de que Pólux pretendía lo sucedido, pero podía afirmar sin miedo a equivocarse que el resultado habrá sido de su gusto. Después de todo, la única persona que conocía con el poder de destruir a Sísifo sin siquiera tocarlo era precisamente León. Bastaría con su sola indiferencia para herirlo emocional y psicológicamente.

El ex copero de los dioses quiso soltar un suspiro. Si la relación entre el adulto y el estafador sufría algún daño perderían la única cadena de salvación que poseían. Sagitario desde su nacimiento fue consentido en exceso, como rey ni se diga y estando muerto sin nada que perder ni los dioses podían decirle qué hacer. El problema de su larga existencia con siglos acumulados es que se sentía con la libertad de hacer lo que quisiera sin consecuencia alguna. Gracias a los cielos se habían cruzado los caminos de León y Sísifo, convirtiendo al primero en la brújula moral del segundo. Sin él quien sabía qué esperar del estafador.

"Torpe semidios. Estás repitiendo el mismo patrón de tu padre. Por el bien de todos es mejor que León siga a cargo de educarlo o podría volver a convertirse en un rey impío". Pensó Ganímedes reuniendo paciencia. Se enfocaría en calmar al adulto y que él lidiara con sagitario. De ninguna manera les estaría consolando a ambos. No estaba loco como para soportar gritos, reclamos y dramas de los dos. Con uno tenía más que suficiente.

—No debería haber perdido la paciencia, pero el hijo de Zeus es tan... —habló el castaño resoplando con la nariz haciendo un fuerte sonido.

—Es joven e impaciente. Ansioso por obtener lo que quiere y con un gran potencial para lograr sus metas. Sufre de exceso de confianza —opinó acuario siendo eso lo más razonable a su parecer.

—Su ego es demasiado grande para su propio bien —agregó el ex almirante llevando sus dedos al puente de su nariz para masajearlo.

Ganímedes prefirió guardarse sus opiniones no solicitadas, pero en honor a la verdad todos ellos tenían bastante ego. A León le encantaba presumir su valor relatando sus actos de temeridad como si fueran pruebas de su valentía cuando eran el ejemplo de lo que NO se debía hacer. Adonis y él mismo eran seguros sobre su belleza y no les molestaba reconocer lo guapos que eran. Atena y Sísifo tenían un ego insuperable en cuanto a su astucia. Todos tenían grandes orgullos, pero eran dirigidos a un área en particular. Mientras que el hijo de Zeus por ser joven creía cumplir con todos los estándares establecidos en diferentes temas.

—Como adulto estoy seguro de que sabrás guiarlo para que sea mejor persona y aprenda a aprovechar todo su potencial —mencionó acuario como última opinión antes de dar por cerrado el tema.

"Es hora de la pelea de exhibición". Anunció la diosa de la guerra usando su cosmos para que todos en el santuario fueran informados al mismo tiempo sin importar donde se encontraran.

—Maldición —se quejó Ganímedes al caer en cuenta de todo el tiempo perdido—. No le lleve el desayuno a Adonis. Bueno, puede comer viendo el combate supongo —bufó sabiendo que debió irse y no quedarse a ver la discusión.

Tras decir aquello fue en busca de la ración de su compañero venenoso y se apresuró a entregárselo antes de que comenzara oficialmente el combate. La diosa estaba ocupando su puesto en su asiento especial en el coliseo donde se llevaría a cabo la pelea educativa respecto al poder que manejaban los santos. El comedor fue rápidamente vaciado en pos de ir a conseguir algún buen lugar donde observar el espectáculo. León se vio solo en medio de la cocina totalmente vacía, pero resolvió que luego de cumplir con lo pactado hablaría con Sísifo a como diera lugar. No podía dejar que las palabras dichas en un momento de estrés fueran tomadas con demasiada seriedad. Ni siquiera sabía por qué usó las palabras que más le dolerían al menor, aun si no tenían mucho que ver con el tema a tratar.

El coliseo estaba lleno y los murmullos prediciendo el resultado, —así como las apuestas por uno u otro caballero—, no se hicieron esperar. Una pelea entre dos santos dorados de alto nivel era algo que venían esperando desde que fue anunciado. El león del valor contra el ángel de Atena. ¿Quién ganaría en ese duelo? Tenían a un poderoso hombre, musculoso y maduro con todas las cualidades que se esperarían de un líder contra un niño que, como guerrero era impecable, pero por lo demás... No inspiraba mucha confianza alguien que aun debía pedir permiso para comer un postre. Era difícil decidirse rápidamente por uno de ellos. Pólux estaba muy interesado en el espectáculo que montarían estando enojados el uno con el otro. Sonrió y se acomodó en su lugar junto a Castor en las gradas, viendo a León llegar vestido con su armadura dorada ubicándose en uno de los laterales. Éste observó preocupado como su niño aun no llegaba. Pasaron unos minutos de espera en los que se debatió si debiera ir por él, cuando lo vio llegar corriendo a la arena.

—No estás usando tu armadura —mencionó el castaño viéndolo con seriedad.

—No la necesito —declaró sagitario con voz neutral sin mirarlo a la cara.

—Un caballero no es nada sin su vestidura sagrada —regañó el mayor preocupado de que saliera herido por estar sin su protección.

—Un verdadero caballero no se mide por la fuerza de su armadura, sino por su capacidad de hacer arder su cosmos. La vestidura sólo una protección adicional —rebatió Sísifo alzando el mentón para verle fijamente—. Pelearé, así como estoy —declaró con seguridad.

—¡Diosa Atena no puede consentir esto! —señaló el adulto esperando apoyo para detener la pelea hasta que el infante se protegiera como debía.

—Si él desea combatir así, no me opondré —contestó ella con indiferencia.

—Pero es peligroso —insistió León meditando las palabras que usaría para convencer a la deidad y al menor de retrasar aquello para poder hablarlo.

—Es Sísifo después de todo. No podrás hacerle ningún daño —resolvió la diosa de la guerra de forma despreocupada—. Ahora, ¡comiencen! —ordenó golpeando el extremo inferior de su báculo contra el suelo.

Ella había pronunciado esas palabras con la certeza de que el guardián de la quinta casa jamás dañaría a su propio hijo. Una de las razones para permitir aquella exhibición era precisamente su selección de combatientes. Era sencillo mostrar su fuerza física sin poner en riesgo a los demás. Con Adonis era complejo por su veneno dispersándose en el aire y con Ganímedes por su ansía de victoria. Entre Leo y sagitario era más sencillo que se lo tomaran a juego y no desembocara en un conflicto mayor. Empero, había ignorado lo sucedido aquella mañana.

Desconociendo las razones de la deidad, todo lo que pudo pensar León es que lo subestimaban. El ángel de Atena se caracterizaba por sus alas y su arquería. Pelear sin la armadura era el equivalente a enfrentarlo con sólo una mano. En pocas palabras, Sísifo se estaba "rebajando" a su nivel. Nuevamente volvían a su mente las palabras de Pólux sobre la diferencia de poder y como para el mundo, nadie era más poderoso que sagitario. Este último realmente se había olvidado de vestir su armadura. Sólo lo recordó cuando León lo mencionó. Con tantos ojos sobre ellos no se atrevió a admitir que estuvo pensando en cómo disculparse con su padre por lo ocurrido y olvidó completamente ese detalle.

"Parece que todos se creyeron esa tontería que dije". Pensó Sísifo aliviado de que su frase de último momento fuera convincente. Sólo quería terminar esta exhibición lo antes posible para conversar a solas con su padre. Estaba pensando en ello cuando repentinamente tuvo que esquivar el puño de León. El menor no ocultó su sorpresa abriendo los ojos al máximo al ver que ese ataque había ido con tanta fuerza que, a pesar de esquivarlo exitosamente, le produjo un pequeño corte en la mejilla por el aire generado por ese puño. Notó el rostro contraído del adulto mostrando gran rabia. ¿Tan enojado seguía con él por lo de la mañana? Tal vez no fue buena idea pelear con las manos desnudas, pero recordaba claramente las palabras de Ganímedes hace tiempo atrás:

"Te conozco, Sísifo. Hemos sido compañeros por meses, cuando te enojas arrasas con todo lo que se encuentra en tu camino".

Si luchaba usando toda su fuerza, León saldría herido aun si no lo deseaba. Con las cosas como estaban entre ellos lo último que deseaba era aumentar su molestia contra suyo. Así que se limitó a esquivar sus ataques. Brincaba cual conejo cuando los puños o las patadas del león iban en su dirección, pero no respondía a los ataques. La multitud de espectadores creía que el guardián del quinto templo era increíble por acorralar al menor. Desde su perspectiva, sagitario no era capaz de responder a los furiosos ataques debido a su poder. Sin embargo, eran los únicos pensando de esa manera. El castaño sólo sentía su enojo crecer minuto a minuto por culpa de cada ataque desviado con facilidad por su hijo. ¿A ese nivel lo subestimaba? ¿Por qué no le sorprendía? Oh cierto, en la mañana le dijo que necesitaba ser protegido, alguien incapaz de enfrentarse al semidios sin ayuda. No lo veía como un igual. Si acaso como un subordinado, en palabras del aspirante a géminis. Él no era un hijo de titán como su niño, ni un inmortal o ser divino, pero jamás esperó ser ridiculizado de esa manera. Su orgullo como guerrero había sido mancillado por esa consideración tan ofensiva.

—¡¿Hasta cuándo seguirás subestimándome, Sísifo?! —gritó León perdiendo la paciencia.

Se mantuvieron a una distancia prudente entre ellos, mientras el adulto intentaba recuperar el aliento luego de tantos ataques consecutivos infructuosos. El infante no estaba en mejores condiciones. El hambre y el sueño le habían provocado una fuerte migraña. Esquivar los ataques de su padre era realmente complicado por la velocidad y fuerza en cada uno de sus golpes. No quería responder a eso temiendo hacer algo mal. Aun no solucionaban sus problemas y le aterraba provocar que lo odiara. ¿Y si le daba un mal golpe? Aún estaba enojado, pero no sabía con quién o qué. ¿Con León por no dejarle desayunar y castigarle? ¿Con Pólux por molestar a León? ¿Consigo mismo por no saber manejar la frustración? Mantuvo su mano derecha sujetándose a la izquierda. No quería seguir. Sólo deseaba que todo terminara.

—No quiero lastimarte —respondió el arquero viéndolo con una mirada triste.

—¿Crees que no estoy a tu nivel? ¿Es eso? —interrogó el castaño de manera agresiva denotándose por su tono de voz sin siquiera reparar en la actitud de su oponente—. ¿Es porque desciendes de un titán? ¿O acaso que te burlas de mí sólo porque recibiste algunas lecciones de los dioses? —interrogó mientras su cosmos se iba volviendo cada vez más salvaje.

—No es una cuestión de nivel, simplemente somos diferentes. Si nos comparamos nosotros... entre tú y yo... —tartamudeo Sísifo sin encontrar las palabras adecuadas para expresarse.

—Tu soberbia a veces me da asco —rugió León antes de retomar su ataque.

Esas palabras habían dejado en shock a sagitario, quien apenas si pudo usar su brazo derecho para frenar una patada que iba dirigida directamente hacia su cabeza. La diferencia de peso y de tamaño le estaba jugando en contra muy duro, pues sintió como si su brazo fuera destruido por una fuerza arrolladora a pesar de estar amortiguando el impacto con su cosmos. La furia del León había sido desatada, al punto en el cual soltó su mejor ataque, —el cual consistía en una sucesión de puñetazos a la velocidad de la luz—, a la espera de que sagitario reaccionara y se lo devolviera. Nunca había tenido problemas en contener sus técnicas a pesar de su velocidad superior al ojo normal. Lo que no esperó fue que su niño no sólo respondiera, sino que recibiera cada golpe casi sin defenderse sólo esquivando o evitando los que iban a su rostro. Para quienes no sabían nada del cosmos, León había lanzado una patada exitosamente bloqueada, para los dorados, el semidios y la propia Atena fue una paliza dada en una milésima de segundos. El impulso de su pierna había movido a Sísifo a unos cuantos metros de distancia suyo, pero notaba su mirada perdida como si ni siquiera estuviera allí.

"Ahora, ¿qué hice mal? ¿Qué es ese zumbido en mis oídos?". Pensó sagitario sintiendo los oídos tapados. Los sonidos a su alrededor parecían distorsionados como si estuviera sumergido en el agua. Oía los latidos de su propio corazón retumbando en sus oídos como tambores bloqueando las voces a su alrededor. Sus ojos ni siquiera eran capaces de captar imágenes claramente. Todo a su alrededor estaba difuminado. Sólo formas parecidas a grandes manchas de colores, el sonido apagado en sus oídos, todo le invitaba a cerrar los ojos y dormir un poco. Empero, su brazo le dio algo similar a una punzada al momento de intentar moverlo. Como si una fuerte descarga de electricidad recorriera su brazo hacia su cerebro y le diera una fuerte sacudida. Dolía. Estaba en peligro. Si no hacía algo lo matarían. Sus instintos de supervivencia le pedían hacer algo contra ese cosmos que amenazaba con desgarrarlo. Así que al ver aquella mano extendiéndose en su dirección, su respuesta fue elevar su cosmos y atacar.

El santo de Leo había reparado tarde en su error por atacar queriendo demostrar que no era inferior. Se había dejado dominar por su envidia y mandó al infierno su autocontrol y madurez. Quiso sujetar a su hijo para dar por terminada la exhibición, pero al momento de hacerlo el cosmos de Sísifo se había elevado repentinamente de una manera que no esperaba. Y no era el único sorprendido, la diosa de la guerra, el semidios y los dorados, quienes entendían el alcance e importancia del cosmos sintieron que por unos breves segundos, el cosmos de sagitario alcanzó un nivel por fuera de lo normal. "Realmente eres capaz de estar a mi nivel cuando te lo propones". Pensó Pólux atento a lo que sucediera a continuación. Para las personas menos experimentadas, lo sorprendente era como el suelo bajo los pies del arquero se estaba agrietando. Sólo bastó con que el arconte del centauro alzara su puño brillando con una luz dorada antes de golpear el pecho de su rival y hacerlo volar con tal fuerza que terminó estrellando su espalda contra una de las paredes. La piedra que las conformaba se rompió en grandes fragmentos de roca que medio enterraron el cuerpo del adulto.

—¡León! —gritó Adonis preocupado saltando desde el palco donde acompañaba a la diosa al interior del coliseo rápidamente.

Había estado conteniéndose de intervenir, pero al ver al adulto salir despedido contra la pared del coliseo supo que era hora de detener todo. Sin embargo, se detuvo al ver la mirada de sagitario. Aunque se veía bastante perdido su cosmos parecía el de una deidad. Sólo unos pocos segundos después, se desvaneció tan rápido como llegó. Su poder volvió a sus niveles normales, pero no dejaba de ser algo extraño.

—¿Sísifo? —preguntó piscis con paciencia tanteando terreno.

—¿Adonis? —pronunció su nombre como pregunta mientras parpadeaba intentando entender lo que sucedía.

—¡¿Ese es un dios?! —gritó alguien desde las gradas señalando al cielo sobre ellos.

—¡El dios Apolo! —exclamó otro mientras veían como una enorme sombra se proyectaba sobre ellos.

—¡Sísifo! —exclamó aquel ser divino con una voz enojada y grave haciéndose claramente amenazante.

—¡Ahora no tengo tiempo para perder contigo, Apolo! —respondió el aludido antes de ignorarle y correr hacia donde estaba su compañero de piscis.

Efectivamente la deidad del Sol se había manifestado por fuera de la barrera que le impedía el paso a cualquiera no autorizado por Atena. Ella misma estaba confundida por la aparición de su hermano. Apolo no estaba haciendo nada en particular, sólo estaba allí mirando hacia abajo. Su sombra se había engrandecido al inclinarse más cerca de la barrera invisible. Proyectando su enorme imagen hacia el suelo del coliseo sin dejar de mirar hacia los santos. Específicamente al de leo, luego le dedicó una fría mirada al arquero, quien ni siquiera le prestó atención por estar con sus ojos estupefactos en el sitio donde estaba el cuerpo de su padre tirado. Tenía sangre manchando su boca y su frente, por lo cual su primer impulso fue correr hacia él y sacarlo de allí.

—¡No lo toques! —ordenó Adonis mientras se acercaba para darle una mirada rápida al herido—. Moverlo ahora mismo podría ser peligroso para su salud. ¡Ganímedes! —llamó con un grito.

El mencionado miró hacia el cielo intentando entender qué hacía exactamente el dios del Sol allí. Seguía observando hacia donde estaba León y no parecía tener intenciones de moverse, tal y como el estafador que seguía parado allí sin hacer nada. Dejó de lado aquellos razonamientos irrelevantes de momento e ingresó a la arena corriendo a la velocidad de la luz para ubicarse al lado del rubio. Debían retirar los pedazos de la pared sin empeorar las heridas del castaño, por lo cual entre ambos podrían hacerse cargo sin miedo a causar daños colaterales. Por lo mismo, no podían dejar que alguien tan bruto como el hijo de Prometeo interviniera por muchas buenas intenciones que tuviera al querer quitar los restos que mantenían al mayor semi enterrado.

—¡Quítate del camino! —ordenó el santo de la undécima casa empujando con la mano el brazo malherido de Sísifo sin darse cuenta.

—León ¿estará bien? —preguntó el menor viendo a su compañero.

—Aún no lo sabemos —respondió Ganímedes con calma mientras avanzaba en su tarea listo para trasladarlo a un sitio más cómodo para revisarle—. Por ahora no estorbes.

—¡Quiero ir con él! —exclamó sagitario pensando en usar su cosmos para ayudar a su recuperación.

—Ya hiciste suficiente. Ayudarías más alejándote —afirmó Ganímedes perdiendo la paciencia.

El caballero de piscis estaba demasiado ocupado dando los primeros auxilios a su compañero como para intervenir en la discusión de los otros dos. Aunque las palabras del santo de hielo fueran duras, eran necesarias. En esos momentos debían centrarse en curar y no había lugar para nada más. El propio Sísifo estaba demasiado herido como para prestar su cosmos. Por su bien era mejor que se centrara en sentarse a descansar. En cuanto terminarán con León lo atenderían a él también. Sin embargo, el niño salió rápidamente del coliseo. Todos los presentes tenían su mirada pegada al dios del Sol, pues no sabían qué hacer. Moverse de allí y darle la espalda podría ser considerado una gran blasfemia, tampoco querían perderse el motivo de su llegada, pero no hacía ni decía nada. Sólo estaba allí mirando en dirección a donde estaba León. Al único al que no le importó la presencia de la deidad fue a Pólux, quien siguió al arquero sin perderle la pista. El menor estaba tan centrado en internarse en el bosque que no se fijó en que estaba siendo perseguido.

"Ha sido un pésimo día para despertar. Todo me ha salido mal. ¿Cómo podré volver a mirar a la cara a León? Seguro ahora mismo sí que me odia. No debí salir de la cama el día de hoy". Protestó mentalmente mientras se sentaba cerca de un pequeño río. Estaba a punto de remojar su brazo para bajar la hinchazón cuando una voz a sus espaldas lo hizo voltear.

—Si que corres rápido para ser tan pequeño —comentó el semidios sonriendo maliciosamente.

Al fin el maldito niño estaba solo y sin nadie que le arruinara los planes.

—Lárgate, no estoy de humor para lidiar contigo, pollito —bufó Sísifo con desgana moviendo su mano en un gesto para echarlo de allí.

—¿Tanto te afectó esa pelea o sigues preocupado de lo que piense ese gato gigante de ti? —preguntó Pólux sujetándolo adrede del brazo herido.

El niño reprimió sus ganas de soltar un alarido por el dolor, pero aun así su rostro mostraba que no la estaba pasando para nada bien. El rubio sonrió al verlo de esa manera. Se le veía tan vulnerable que le provocaba cobrarse la humillación pasada allí mismo, pero no tenía sentido derrotarlo si no había testigos de su fulminante victoria. Sólo por eso tendría que apegarse a su plan anterior y no golpearlo como tanto venía deseando.

—Te lo advierto, será mejor que te vayas o volveré a dejarte mordiendo el polvo de nuevo —habló Sísifo con una sonrisa de superioridad típica suya.

—No estás en condiciones de sostener una pelea contra mí —contradijo el semidios sonriéndole de regreso sabiendo fehacientemente que en esos momentos podría incluso matarlo de desearlo.

—¿Qué te hace pensar tal tontería? —preguntó sagitario con burla.

—La cantidad de golpes que te dio tu papi —respondió el aspirante a géminis remarcando con saña la última palabra.

—Ni siquiera llegó a tocarme —mintió Sísifo no queriendo revelarle su estado a ese molesto semidios.

—¿Lo niegas? —preguntó Pólux riéndose por lo bajo estando seguro de la mentira—. ¿Y esto? —interrogó intentando tocar el pecho del niño.

El santo dorado sabía a la perfección que la mayoría del daño causado por León fue a parar en su abdomen y pecho siendo tapado por la ropa. Mas, si le tocaba no estaba seguro de poder disimular el dolor. Por lo mismo, se retorció evitando el toque del contrario. El hijo de Zeus se negaba a permitirle salirse con la suya por lo cual comenzó a forcejear. Las marcas de los puños del mayor seguramente estaban grabadas en su piel y no le dejaría hacerle ver como un idiota de nuevo. Sísifo estaba demasiado agotado y adolorido como para luchar o quitárselo de encima de un buen golpe. Lo único que podía lograr con su mano libre era intentar mantener su ropa en su sitio, pero por la insistencia del semidios en quitársela, la tela terminó cediendo por las fuerzas contrarias jalando en todas direcciones. La parte superior de su túnica se rasgó lo suficiente como para mostrar su pecho y parte de su abdomen, quedando exhibidos varios moretones dispersos en su piel.

—¡Aléjate de mí! —ordenó el arquero intentando acomodar nuevamente su ropa en un vano intento de cubrirse.

—Vaya, ese gato roñoso sí que te pegó con ganas —silbó Pólux alegremente al ver como el menor se cubría con sus pequeñas manos—. Supongo que está muy molesto contigo. ¿Imaginas lo que sucedería si te odiara de verdad? Supongo que hasta sería capaz de matarte —afirmó de manera maliciosa viendo la reacción desconcertada del otro.

—¿Qué demonios quieres decir? —preguntó el menor perdiendo la paciencia—. Odio los rodeos, habla directamente o lárgate de mí vista.

—Qué mal carácter —murmuró Pólux acercándose al otro de manera confiada—. Bien, iré directo al punto —dijo tomando aire antes de soltar lo que llevaba guardándose estos últimos días—. Sé quién eres.

—Tú y medio mundo sabe quién soy —afirmó Sísifo sin entenderle.

Aunque detestara ser llamado ángel de Atena, no negaba que era un nombre ampliamente conocido por los cantares. Sus hazañas eran contadas entre reyes y pobres. ¿Qué tenía eso de nuevo o raro? Quizás no lo reconocían en apariencia, pero entendía bien que siendo un niño no lo asociaban a su propio mito ni a la mascota de Atena, a menos que se presentara como tal. El aspirante a Géminis tuvo el impulso de golpearse su propio rostro con la palma de la mano. ¿Cómo podía ser tan idiota el tipo delante suyo? ¿O se estaba haciendo el tonto? Oh cierto, ese malcriado era un experto en ese aspecto. Siempre mintiendo, engañando, manipulando, pero ¡no más! Hoy al fin podría frenar ese extraño juego al que lo arrastró y tomaría las riendas del asunto. Desde hoy la máxima autoridad del santuario estaría en sus manos como siempre debió ser.

—Me refiero a tu verdadera identidad —aclaró sin perder de vista como ese rostro cambiaba levemente a la sorpresa—. Eres Sísifo, el estafador de dioses.

Nuevamente, el azabache seguía sin entender el punto de toda esa conversación. ¿Ese estúpido pollito le había roto la ropa para decirle eso? ¡Vaya idiota! Si bien no tenía ningún problema en que le viera sin ropa, —después de todo ambos era hombres así que no le veía problemas—, sí le resultaba inconveniente tener sus hematomas al descubierto. No quería que nadie le viera herido, pero para conseguir otra túnica requería cruzar por zonas concurridas del santuario. ¡Maldición! Pudo haberse ahorrado todo ese teatro del chico malo y directamente decirle que conocía esa pequeña verdad. Empero, captó de inmediato que, si había puesto tanto interés en ello, algo estaba planeando con dicha información. Si deseaba averiguar sus verdaderos planes e intenciones debería seguirle el juego. Manteniendo un rostro serio y sonriendo internamente le sostuvo la mirada antes de continuar la charla.

—¿Y eso qué tiene que ver contigo? —preguntó Sísifo con una mirada desafiante—. ¿Acaso vienes a vengar a tu papi por exhibirlo como el asqueroso depravado secuestrador y violador que es? —La burla en esas preguntas era tan obvia como los insultos soltados aprovechando la oportunidad.

—Cuida esa sucia lengua —ordenó Pólux apretando los puños con rabia—. Si sigues con esa molesta actitud le contaré a tu querido "padre" quién eres en realidad —amenazó disfrutando de la expresión desconcertada de su némesis—. Sólo imagina el asco que sentirá hacia ti al descubrir que al "niño" que cuidó con tanto cariño en realidad es un anciano de más de quinientos años. Cualquiera se sentiría engañado. Y tú no quieres eso, ¿verdad?

El rubio se sentía como un triunfador al ver cómo logró dejar mudo al pequeño bocazas. Si había algo que detestaba de ese mocoso de ojos claros era su boca. Siempre que la abría terminaba blasfemando, insultando o humillando a los demás. Le daría igual si ese "los demás" no lo incluyera con tanta frecuencia. Por su parte, Sísifo se mantenía en silencio analizando algunas cuestiones. En primera, ¿cómo sabía ese polluelo quién era él? Las únicas personas que sabían la verdad eran la diosa y sus compañeros. León se llevaba mal con el semidios, así que lo descartó. Adonis convivía poco con los demás, por lo cual tampoco lo veía soltando un chisme como ese sin razón aparente. Los principales sospechosos eran Atena y Ganímedes. Decidió no seguir dándole vueltas a la búsqueda del culpable, pues gracias al actuar de la diosa de la guerra, León sabía desde hacía mucho tiempo esa verdad. "Jamás pensé sentir tanta gratitud por una deidad". Pensó aliviado. Si ella no hubiera hecho eso en su momento, sin dudas estaría cayendo en el pánico ahora mismo. Ahora la segunda cuestión era, ¿qué quería Pólux de él? La solución a eso era demasiado obvia. Pronto le diría sus términos para "guardarle el secreto". Sólo debía fingir un poco más.

—No, no quiero que se entere —mintió el menor agachando un poco la cabeza para que no viera sus ganas de reírse en su cara.

"No te rías, no te rías, no te rías". Se repetía en su mente cubriéndose un poco la boca con la mano. "Hace tanto que no estafó a nadie que me siento algo oxidado".

"Al fin lo tengo donde quiero, ahora sí podré obtener la armadura de géminis fácilmente". Celebró el gemelo mayor creyendo erróneamente que Sísifo cubría su rostro por miedo y vergüenza.

—Bien, si no deseas que le cuente a tu padre tu verdadera identidad deberás ser un niño bueno, ¿entiendes? —cuestionó mientras le sujetaba la barbilla para obligarlo a alzar la mirada.

Al hacerlo vio esos ojos azules ardiendo con deseos de acabar con él. Sonrió de lado al verlo tan indefenso entre sus manos. Literalmente el rostro del pequeño le cabía en la palma de la mano. Podía sujetarlo con gran facilidad encontrando muy fácil abarcar su barbilla en su totalidad. Estaba seguro de que si deslizaba su mano hacia su cuello como hizo esa mañana con León, podría partir ese delgado hueso que aun ni siquiera manifestaba el acentuamiento de la manzana de Adán. El arquero estaba teniendo problemas para no darle una paliza en ese mismo momento. Ese mote de "niño bueno" le generaba molestia. Podía entender que su padre se lo dijera porque bueno, era su padre, pero ¿que un pollito quisiera decirle a él qué hacer? ¿A él? ¿El estafador de dioses siendo estafado por un niño? Oh no, requería varios siglos más de experiencia para querer desafiarlo. Tal vez prometió no estafar dioses, pero Pólux sólo era mitad dios. Era una excepción sirviéndose en bandeja de plata para él y no iba a dejarlo escapar fácilmente.

—No entiendo —admitió sincero buscando sacarle más información—. ¿Qué se supone que debo hacer?

—Como soy un hombre bueno, honesto y generoso —se auto alabó haciendo que Sísifo rodara los ojos con aburrimiento—. Quiero dos simples cosas. La primera es la armadura de géminis —afirmó elevando el dedo índice.

—¿Y la segunda?

—Quiero una lucha de exhibición contra ti —declaró Pólux viéndolo fijamente.

—¿Quieres que vuelva a humillarte? —interrogó sagitario divertido con la idea de repetir ese momento.

—No, idiota —negó de inmediato viendo lo lento que era para captar algunas cosas—. Vamos a enfrentarnos delante de todos en el coliseo y me dejarás ganarte.

—¡¿Qué?!

—Tú me hiciste ver como alguien débil delante de todos en el comedor. Así que reuniremos a todos en el coliseo y caerás ante mí reconcomiéndome como el santo, no más bien, como el hombre más poderoso del santuario —explicó acercando su rostro al del niño manteniendo esa mirada de depredador.

—Si hago eso, ¿no le dirás a mi padre quién soy en realidad? —cuestionó el arconte del centauro.

—No diré absolutamente nada si eres un niño bueno —repitió el gemelo mayor sonriendo victorioso.

—De acuerdo, cumpliré con esas demandas —aceptó el más bajo cerrando los ojos.

El aspirante de géminis le soltó bruscamente antes de alejarse de él. Ya tenía lo que deseaba de él y había sido tan sencillo. "Qué suerte tengo de que esa ramera tenga la boca tan suelta. Me pregunto si le quedó así por culpa de mi padre". Se burló en su mente mientras se alejaba de allí dejando a Sísifo nuevamente solo. Éste seguía batallando por acomodarse la ropa.

—Pudo amenazarme sin arruinarme la ropa —bufó con molestia intentando armar algunos nudos que mantuvieran unidas las partes rotas—. Estúpido semidios.

—¿Necesitas ayuda, Sísifo? —preguntó León saliendo de detrás del árbol donde había estado ocultándose.

—¿No te estaban curando Ganímedes y Adonis? —interrogó el menor viéndolo sorprendido por el ofrecimiento.

Por unos segundos el adulto guardó silencio. Si respondía con la verdad estaría dándole mal ejemplo a su niño, pues se había escapado en cuanto tuvo una oportunidad. Cosa sencilla, gracias a la advertencia/ petición que Atena le hizo a Apolo de alejarse de la barrera, todos los aspirantes a caballeros y demás espectadores se dispersaron por el santuario, haciendo sencillo mezclarse entre ellos. Adonis no podía seguirle el paso por miedo a tocar accidentalmente a alguien y Ganímedes estaba demasiado ocupado buscando a Sísifo para atender sus heridas. En el momento que el santo de acuario se alejó en busca de sagitario, se había quedado a solas con el santo de las rosas al cual dejó sin ninguna consideración. Cuando preguntó por su hijo, le señalaron por donde se fue y alguien incluso le advirtió que el semidios había salido detrás suyo. Ante eso, aceleró al paso desconfiando de sus intenciones. Al llegar donde estaban esos dos, su primer instinto fue saltar sobre el semidios y destrozarlo. ¿Qué le estaba haciendo exactamente? ¿Por qué sus rostros estaban tan cerca el uno del otro? Temiendo alertarlos, ocultó su cosmos y se mantuvo detrás de unos árboles. Desde su ubicación podía verlos, pero no oír su conversación con claridad.

—Eso no es importante por ahora —dijo evadiendo la pregunta anterior de su hijo—. ¿Estás bien? —preguntó viéndole intentar inútilmente cubrirse el pecho con la tela desgarrada—. ¿Qué te hizo ese maldito?

—Nada —respondió Sísifo mirando hacia el suelo—. ¿Tus heridas cómo están?

—No has respondido a mi pregunta —señaló el adulto con molestia.

—Tú tampoco respondiste a la mía —contraatacó el arquero.

—Así no llegaremos a ningún lado —suspiró León antes de sentarse en el suelo cruzado de piernas. Alzó al menor y lo acomodó en su regazo—. Escapé cuando no te vi. Me preocupaste.

—Lo siento, no quería lastimarte —se disculpó el menor realmente arrepentido por lo sucedido.

—¿Has visto cómo estás? —interrogó el de mirada parda viendo claramente los golpes dejados por su propia mano—. Soy yo quien debería disculparse.

—Esto no es nada —consoló sagitario sonriéndole con dificultad al sentir su brazo aplastado.

—¿Qué quería ese semidios contigo? —preguntó suspirando calmadamente dispuesto a oírle sin juzgar. Incluso le dedicó una sonrisa conciliadora para darle confianza.

Viendo al adulto más calmado y al no recibir aquellas miradas de reproche, el menor se sintió en mayor confianza. Prefería decirle la verdad ahora mismo, a permitir que ocurriera algún malentendido posterior. Además, no tenía nada que ocultar. No había hablado de nada que no pudiera compartirle.

—Pólux vino a decirme que si no quiero que te cuente que soy el estafador de dioses debo dejarle ganarme en una pelea delante de todos y entregarle la armadura de géminis —relató de manera concisa.

—¡Ese maldito bastardo! —gruñó León con odio.

—Por ahora fingiré seguirle el juego y cuando se dé la oportunidad le daré el gran golpe —dijo Sísifo con una sonrisa maliciosa. Aquella que usaba como estafador.

—Cuida que las cosas no se salgan de control —pidió el guardián del quinto templo.

—Descuida, no voy a matarlo ni lisiarlo —tranquilizó el azabache con una sonrisa calmada.

—Me refería a ti —específico el adulto sin dejar de mostrarse preocupado—. No quiero que te haga nada.

—No podrá conmigo, lo prometo —aseguró el más pequeño apoyando su cabeza en el pecho del adulto. Ocultó con cuidado su rostro antes de seguir hablando—. ¿De verdad... yo te doy asco? —preguntó con voz temblorosa.

El mayor en ese momento reparó en las palabras que dijo y había olvidado con tanta facilidad estando calmo. De nuevo quiso golpearse su propio rostro por decir semejante salvajada sin medir consecuencias. Estaba considerando seriamente si valía la pena que su niño se limite con la venganza que planeaba contra el semidios. En vista del daño que se habían causado entre ellos por su culpa, matarlo era lo más piadoso que se le venía a la mente en esos momentos. Se obligó a tranquilizarse al notar que Sísifo temblaba entre sus brazos mientras esperaba una respuesta.

—No, lo que dije fue una mentira por el enojo —dijo León igual de arrepentido que el menor—. Estaba preocupado por tu falta de sueño estos últimos días. ¿Has estado apostando de nuevo? —preguntó de manera amable.

—No —negó de inmediato—. He tenido pesadillas.

Eso no era del todo cierto, pero no podía decirle que oía voces murmurando a su oído cada noche. Así que eligió decirle algo un poco menos demente, pero que le daría libertad de hablar de su problema.

—¿Qué tipo de pesadillas? —alentó León a que siguiera contándole.

—Todos me reclaman haber causado las muertes del coliseo, poner en peligro a todos y... ser una gran decepción para ti —admitió siendo esa una gran pena y miedo considerando los últimos eventos—. Yo... sé que arruino muchas cosas, pero en verdad quiero que estés orgulloso de mí.

León sonrió con ternura abrazando con cuidado a su hijo. Le daba igual que tuviera siglos de existencia, cuando lo tenía entre sus brazos le era imposible pensarlo como un anciano. ¿Cómo hacerlo? Si apenas por algunas palabras suyas temblaba como una hoja.

—Ya te lo dije, mi niño. Tú eres mi más grande orgullo y que ningún estúpido semidios, dios o lo que sea te haga creer lo contrario —declaró alzándole la vista.

Se sonrieron felices de haberse contentado al fin, mas el tierno momento padre e hijo se vio interrumpido por dos santos no muy alegres.

—Ambos están heridos, ¡¿y tienen el descaro de escaparse de nosotros?! —reclamó Ganímedes siendo acompañado de Adonis.

Ahora les tocaba lidiar con los sanadores por haber huido de sus tratamientos médicos. Ni modo, como dicen por ahí: de tal palo, tal astilla.

Continuará...