Cap 24: Amistades

Las heridas en los cuerpos de sagitario y leo eran de bastante cuidado. Por ese mismo motivo los sanadores estaban tan enojados. Si no fuera porque ellos tendrían que curar a esos dos, los golpearían por irresponsables hasta quedarse a gusto. Mas sería agregarse trabajo extra de manera gratuita, por lo cual sólo podían contenerse. Gracias a que la tela de la túnica de Sísifo estaba rota dejaba al descubierto su pecho y varias de sus heridas allí. Su brazo estaba visiblemente hinchado y necesitaría de hielo para bajarlo. De León ni se diga, pues no había recibido tratamiento completo. Sus heridas estaban nuevamente abiertas sangrando por dentro y por fuera. Deberían estar guardando reposo hasta que la piel se restaurara lo suficiente para darles libertad de moverse sin abrirse.

—En serio ustedes son unos… —se quejó Adonis mientras usaba su cosmos para cerrar las heridas abiertas—. Esto no durará mucho si se mueven, pero al menos podremos llegar hasta la casa de leo para curarte adecuadamente.

—Lo sentimos —se disculpó León mirándolos avergonzado por los problemas que les estaba causando a todos.

—No puedo caminar —protestó Sísifo haciendo un puchero—. Cárgame, Ganimedes —ordenó extendiendo sus brazos hacia él.

—Mentiroso —acusó el santo de acuario viéndolo con frialdad—. Saliste corriendo sin ningún tipo de problema antes. No tendrás problemas para llegar a sagitario.

—Yo puedo cargarlo —ofreció León mirando con una amable sonrisa a su niño.

—¡No! —negó Adonis de inmediato preocupado por sus heridas—. Te di apenas primeros auxilios, no puedes hacer ningún esfuerzo por el momento —explicó antes de mirar al otro sanador—. Cárgalo para ahorrarnos problemas.

—¿Por qué no lo haces tú? —interrogó el príncipe de hielo.

—¿En serio vas a preguntar eso? —cuestionó el rubio con una mirada de incredulidad por la estupidez en esa corta pregunta.

El príncipe de hielo prefirió omitir esa pregunta y no dar ninguna respuesta que lo hiciera ver aún peor. Debió suponer que le tocaría a él cargar con los caprichos de sagitario. Rara vez se mostraba débil y se necesitaría quebrarle ambas piernas para que pidiera ayuda. Sin embargo, era parte de su naturaleza ser consentido. Desde la cuna hasta la muerte e incluso en su renacimiento seguía teniendo personas dispuestas a tratarlo como un miembro de la realeza. O al menos así se sentía al ver cómo todos le ofrecían comida, mimos y halagos para ganarse su favor. Siendo el ángel de Atena, tenerlo de respaldo era útil si se buscaba acceder a los dioses, quienes tampoco es que le negaran demasiado sus absurdas e infantiles peticiones.

—No te acostumbres —gruñó acuario antes de cargar a Sísifo como si fuera una doncella.

—¡Hey, hey! ¿Por qué me levantas como si fuera una frágil dama? —interrogó el arquero avergonzado de ser llevado de esa forma.

—Por caprichoso —respondió Ganimedes para molestarle.

Sagitario observó hacia donde estaba su padre y lo vio sin intenciones de avanzar hasta su propio templo hasta ver que él también retornara al suyo. Reconoció su culpa al haberse puesto berrinchudo por ser cargado. Además, no podía pedirle a su padre que hiciera algo como eso. Si bien el guardián de la quinta casa no se negaría a su pedido, no se atrevería a ponerlo en riesgo por algo tan insignificante como su pereza por caminar. Acuario entonces avanzó a paso lento siendo seguido por León quien se movía con cierta dificultad al caminar. Razón por la cual, piscis iba a la retaguardia vigilándolo por si colapsaba.

Acuario tenía otro motivo para cargar de esa manera a su compañero. Mientras caminaba inspeccionaba disimuladamente las heridas al descubierto. Su pecho estaba todo amoratado, si lo hubiera puesto en su espalda esas heridas se presionarían contra la misma y le causaría un dolor mayor. Incluso si el brazo del menor era flexionado para sujetarse de sus hombros podría ser contraproducente. Cargarlo como si fuera un recién nacido traía varias ventajas. La más importante fue la mencionada anteriormente. Aunque Ganimedes dudaba de que ese pequeño idiota entendiera que debía perder un poco el orgullo por el bien mayor. Tampoco es que pudiera criticar demasiado acerca del asunto del orgullo, pues acuario no perdería el propio demostrando preocupación por el estafador.

Los dorados se retiraron a los templos en silencio. Adonis acompañó al arconte del león hasta su respectiva casa y le dio tratamiento completo antes de dejarlo guardando reposo. Ganimedes hizo algo similar con el arquero. Lo llevó hasta sagitario, lo regañó duramente por lo ocurrido durante la batalla de demostración y le ordenó guardar reposo. Sus heridas podían no verse tan graves como las de León, pero las marcadas ojeras en su rostro indicaban una privación del sueño demasiado excesiva. Seguía sin entender del todo qué le estaba pasando a Sísifo últimamente. Por lo mismo le aconsejó de manera "sutil" que durmiera. Entendiéndose por "sutil" una amenaza con hacerlo dormir para siempre si desobedecía.

Mientras tanto, los aspirantes, —quienes no tenían ninguna obligación de momento—, se dedicaban al ocio. Tras la demostración cada uno decidió matar el tiempo a su manera. Llegada la hora de la cena todavía se sentían muy impresionados por el poder que otorgaba el cosmos. Además de que no podían dejar de pensar tampoco en la aparición del dios Apolo ante ellos. Sin embargo, la presencia del dios podía obviarse al recordar los diversos cantares, —especialmente los protagonizados por Zeus—, donde se hacían presente ante los mortales con el fin de mantener relaciones sexuales. Algunos que conocían la fama de Apolo respecto a su insaciable apetito sexual estaban convencidos de que su presencia entre mortales no sería algo que ocurriría sólo en esta ocasión.

Tibalt era de los que obviaron rápidamente la presencia del dios del Sol y no porque no fuera majestuoso y deslumbrante como decían sus cantares, sino porque su resolución sobre la fuerza fue restaurada. Él era quien poseía el mayor complejo porque le quitaron su espada y solamente le quedó el entrenamiento militar. Despojarse de su fiel arma fue algo castrante para su persona. Ni lo eunucos extrañarían tanto sus joyas familiares como él a su espada. Ahora se sentía con la confianza restaurada al ver que el cosmos era algo maravilloso. Un poder capaz de ser manejado hasta por un niño. Volviendo sus pequeñas manos armas que podían dar golpes a un adulto corpulento hasta dejarlo fuera de combate.

Nikolas se encontraba sentado al lado del príncipe y poseía varias reflexiones personales, pues él fracasó en los entrenamientos espartanos. Es más, era prácticamente un milagro que siguiera con vida. Los ancianos de la tribu (los gerontes) decidían si los recién nacidos debían ser criados o, si su salud era mala, se les abandonaba en la ladera de la montaña. El ser apto para el combate sólo era el primer paso en un proceso para alcanzar la plena ciudadanía y poder acceder a las magistraturas y a los cuerpos de élite. A los niños se les sometía a prácticas penosas, un método para endurecerlos que consistía, entre otras cosas, en bañarles en vino y alimentarlos con forraje. Se recomendaba criarlos sin pañales que constriñesen su crecimiento o debilitaran su resistencia al frío y al calor. Además, pronto debían perder el miedo a la oscuridad.

En el caso de Nikolas, al nacer su salud no era especialmente mala como para que se le abandonara en una ladera. Sin embargo, tampoco era excepcionalmente buena. Su cuerpo desde bebé demostró ser de una constitución débil y algo frágil. Carente de la fuerza física para soportar el entrenamiento que Esparta imponía a los más jóvenes. El padre de Nikolas había recibido una predicción confusa de parte del geronte, pues éste le confirmó que su hijo poseía la salud necesaria para sobrevivir, pero que no le veía un futuro como guerrero. Auguró su muerte temprana. Pues en torno a los siete años, ya debían estar endurecidos para empezar la verdadera agogé (la crianza), donde el Estado apartaba a los niños de sus familias para someterlos a entrenamiento militar. El propio gobierno de Esparta asumía la tutela y la educación pública de los futuros soldados, para lo cual destinaba a funcionarios especializados.

A medida que Nikolas iba creciendo, sus padres se dieron cuenta que no sería capaz de superar las pruebas por venir. Su pequeño requería de más cuidados y sólo podrían ser brindados en el seno familiar. En ese momento los padres del niño eligieron escapar de Esparta y mudarse a Grecia. Habían faltado a la ley y a la moral al ir en contra de todo lo que el gobierno pretendía inculcar en la ciudadanía. Mas, eso no les importó. La vida de Nikolas pesó más que cualquier ley hecha por el hombre. Por lo mismo, desde su llegada a Grecia, el hombre de la familia se dedicó a cumplir a rajatabla con las leyes de su nuevo hogar. Gracias a sus conocimientos previos fue capaz de hacerse de un lugar trabajando, haciendo cumplir la ley y como fruto de su esfuerzo logró escalar hasta convertirse en un respetable juez.

Aquello siempre había sido una espina en la mente de Nikolas. Su cuerpo no poseía la capacidad de hacer prevalecer la justicia. Alguna vez creyó que nunca sería capaz de superar sus limitaciones físicas, pero ahora sentía que podría triunfar aquí, pues no es tan necesario el talento físico. El tamaño y el origen no parecían ser un problema. Si un niño del tamaño de Sísifo podía dejar fuera de combate a un hombre corpulento del calibre de León. Según había oído, el santo de leo fue un marinero, un guerrero de los mares, actualmente un santo dorado y un adulto. Todo en él haría retroceder a cualquiera nada más verlo. Ni siquiera requería disuadir a nadie. Con su sola presencia cualquiera con sentido de la supervivencia retrocedería. Mas su pequeño hijo lo hizo retroceder de un único golpe.

—Wow nunca pensé que el cosmos dotar de un poder tan maravilloso a alguien —pensó el príncipe en voz alta siendo escuchado por el joven a su lado.

Nikolas quien se encontraba cerca, se dio cuenta de que no era el único pensando en lo que podrían ser capaces de manejar el cosmos. Por lo cual también expresó su opinión en voz alta.

—La complexión física no es tan importante en sí al parecer —mencionó el hijo del juez—, pues Sísifo no tiene masa muscular definida a comparación de otros dorados y aun así es la máxima autoridad del santuario. Respetado incluso por sus compañeros siendo apenas un niño pequeño.

De acuerdo con las palabras de León y el comportamiento de la diosa Atena, todo indicaba que él era el santo dorado más poderoso entre los cuatro. Pues no sólo era él quien escribió las reglas del santuario junto a la deidad, sino también que era capaz de derrotar a un fiero guerrero de los mares como el de leo. Si tuvieran que regirse por las apariencias, cualquiera diría que la persona a cargo era sin dudas León. A causa de su constitución física, su experiencia y edad, todo indicaría que él era el que debía estar a cargo. Seguido de piscis y acuario, dejando al último al más pequeño de todos ellos. Sísifo debería ser el eslabón más débil y mimado por los otros tres. No obstante, todo estaba de cabeza. Nada más ni nada menos que por el cosmos.

—Supongo que el poder aquí se mide de manera diferente a lo que estamos acostumbrados —opinó el de cabellos oscuros antes de saludar al otro de manera más formal—. Mi nombre es Tibalt, mucho gusto —saludó de manera educada cumpliendo con la etiqueta propia de su estatus.

—En realidad ya lo sabía —respondió Nikolas correspondiendo al saludo reconociendo los modales típicos de la nobleza—. Supongo que no me recuerdas, pero soy uno de los que salvaron durante la primera prueba —explicó algo avergonzado por su actuación tan patética—. Mi nombre es Nikolas.

—¿De dónde provienes? —cuestionó el príncipe con curiosidad por la manera formal en la cual se comportó—. ¿Eres noble? —interrogó queriendo saber si había más príncipes allí además de los gemelos Pólux y Castor.

—No soy noble —negó moviendo la cabeza con suavemente mientras le sonreía tímidamente—. He vivido prácticamente toda mi vida en Grecia, pero nací en Esparta.

—La tierra de temibles guerreros —comentó el príncipe a sabiendas de que dicho lugar se consolidó gracias a su victoria contra Grecia en la guerra del Peloponeso—. ¿Tú también eres un guerrero? —preguntó curioso.

—No, no lo soy —negó con el rostro enrojecido por la vergüenza—. Hice el entrenamiento militar obligatorio para todos aquellos que llegamos a la edad adulta, pero no logré soportarlo y dimití antes de completarlo formalmente.

Esa en realidad era una verdad algo distorsionada. Nikolas no se atrevía a revelar a su padre como un traidor de Esparta, alguien que faltó a la ley para darle una oportunidad de vivir. Por lo cual, mintió a medias. Su progenitor había querido comprobar si tenía aptitudes de guerrero, por lo cual hizo una réplica de los entrenamientos que él mismo recibió de niño. Cuando se percató que el pequeño Nikolas no era capaz de tolerarlos se detenía abruptamente. Ese era un privilegio que no obtendría en Esparta. Desde ese momento renunció a la idea de que su hijo fuera capaz de desempeñarse en un campo de batalla. A raíz de ello concentró todos sus esfuerzos en su educación.

El principe lo miró de manera analítica. No creía que no fuera capaz de completar el entrenamiento espartano. Es decir, ¿por qué si abandonó algo que requería tal esfuerzo físico querría convertirse en un santo? Portar una armadura lo pondría sin dudas en el campo de batalla. Además, por lo que tenía entendido en Esparta nada más nacer se determinaba quienes podían llegar a ser guerreros y quienes no. Nunca había oído nada sobre permitirles rendirse, en caso de fallar el único destino posible era la muerte. No obstante, prefirió guardar silencio. Su acompañante debía tener sus motivos para contarle "esa versión" de su historia.

—Si renunciaste a ser un guerrero, ¿qué te hizo querer ser un santo? —interrogó sin entenderlo—. Eso significaría enfrentarte a más riesgos que antes incluso.

—No vine aquí porque fallara en Esparta —aclaró con gran seriedad en su rostro—. Si bien es cierto que no tengo aptitudes físicas, también sé que la diosa Atena quiere traer justicia a nuestro mundo. Es por eso por lo que estoy aquí. Creo que siendo guerrero de Esparta sólo lucharía por el bien de mi propio país de manera egoísta, pero aquí podría hacerlo por una causa mayor. Sin distinciones de su país de origen, edad o estatus. Quiero ese poder para hacer prevalecer la justicia de manera equitativa para todos —explicó con la mirada brillante al hablar de su sueño.

—Entonces no eres un fracaso, sólo estabas buscando otro enfoque —dijo Tibalt sonriéndole levemente—. Sobreviviste al entrenamiento espartano y a la masacre del primer día, eso requiere algo de habilidad —afirmó con sinceridad.

Quizás la historia de origen del hijo del juez no era del todo consistente respecto a su origen, pero sus intenciones a futuro parecían honestas. Personalmente no lo culpaba por omitir ciertos detalles de su pasado, siendo desconocidos no podían darse el lujo de exponerse de manera descuidada. Él mismo tampoco había revelado demasiado sobre su origen. Evitaba lo más posible mencionar ser un príncipe o de dónde provenía.

—Lo mío fue más suerte que otra cosa, pero agradezco tus palabras —afirmó Nikolas algo incómodo por ser alabado por nada prácticamente.

El príncipe podía ser de pocas palabras, pero era igualmente bastante reconfortante oírle decir algunas opiniones sinceras. No se estaba sobre esforzando en adornar la verdad, cosa que Nikolas agradeció. Podía no ser apto físicamente, o demasiado poderoso, pero era lo suficientemente listo para reconocer las mentiras obvias. Además, aun poseía orgullo como hombre, por lo cual no podía aceptar ser visto con lástima. Tras eso decidieron cambiar de tema de conversación. No era necesario insistir en su fracaso en Esparta cuando ahora tenían como objetivo las armaduras doradas. Mientras esperaban la cena estuvieron hablando sobre sus vidas antes de llegar al santuario, sin llegar a detalles demasiado reveladores. Tal y como habían sospechado mutuamente, ambos provenían de familias acomodadas. La de Nikolas no era una familia perteneciente a la realeza, pero sí pertenecían a la clase media alta gracias al trabajo de su padre como juez.

—¡Algún día seré como Sísifo! —exclamó en voz alta Giles caminando por el comedor mientras buscaba donde sentarse—. ¿Crees que yo también podré volar como él? —preguntó a Talos con una mirada esperanzada.

—No lo sé la verdad, puede ser —respondió Talos luego de cierto tiempo mientras se ubicaban en un par de lugares vacíos cerca del príncipe y de Nikolas—. Tal vez puedas volar —comentó alentando las esperanzas del pequeño rubio.

—¿Qué sucede? —interrogó Giles mirándolo fijamente—. Te noto algo preocupado —señaló con su típica agudeza para los cambios de actitud del mayor.

—Es que no dejo de pensar en la pelea que tuvieron Sísifo y León durante el desayuno —respondió el adulto mirándose pensativo—. Siento que en esa demostración todavía seguían enojados y fueron en serio con sus ataques mutuos.

—Tienes razón —secundó Giles asintiendo pensativo mientras repasaba mentalmente los últimos sucesos previos a la pelea—. Incluso se lastimaron mucho pese a ser una simple demostración —razonó el infante con una mueca de preocupación.

—Me sorprende que pueda ser tan agresivo —mencionó Miles quien escuchó de casualidad esa conversación y se unió de improviso.

—La verdad es que a mí no me sorprende, porque ya lo he visto enojado —comentó Talos viendo al ladrón—. Es capaz de arrasar con todo a su paso cuando despliega su poder y especialmente motivado por la ira —explicó sabiendo del carácter explosivo del arquero—, pero me sorprende que se atreviera a atacar a su propio padre.

—¡Hay que ayudarlos a reconciliarse! —declaró Giles con gran decisión—. Talos —llamó al mencionado viéndolo fijamente—. Tú podrías hablar con León, pareces agradarle y yo hablaré con Sísifo. Es algo cabezota, pero seguro me escuchará cuando le diga "Sísifo está mal que estés enojado con tu papá".

—Tendré cuidado de no hacer enojar a Sísifo o a León, cualquiera de los dos podría hacerme pedazos —dijo Miles preocupado de su propia seguridad.

Cuando los había visto en el comedor no parecían tan peligrosos. Reconocía que eran poderosos, pero al mismo tiempo no dieron ninguna señal de ser de los que atacaban sin motivo alguno. Mucho menos a quienes fueran más débiles que ellos. No obstante, en esa demostración dejaron en claro que pese a ser santos no eran ajenos a emociones primitivas como lo eran la ira. Y dado que poseían un poder tan grande como el cosmos, sólo entre ellos podrían sobrevivir a una disputa. Si en un arranque de rabia hicieran lo mismo con una persona común no había posibilidades de sobrevivir. Incluso el daño colateral de una lucha entre santos podía tener resultados fatales para los simples mortales. Lo mejor era tener cautela y no tentar a la suerte acabando con la paciencia de ninguno de ellos.

—Con poca cosa se deslumbra la chusma —dijo Pólux con desdén al oír los comentarios de los demás aspirantes sobre leo y sagitario—. Se nota que son personas que nunca han visto a un dios actuar —presumió con una voz arrogante.

—Aun así, es impresionante lo que puede hacer Sísifo —comentó Castor impresionado por ver un poder que a simple vista sentía que podía equiparar al de su hermano mayor.

Pólux restó importancia al comentario de su gemelo. No pensaba iniciar una discusión que arruinara su buen humor. Había conseguido asegurarse de que la armadura de géminis le perteneciera única y exclusivamente a él. ¿Quién diría que manejar al estafador de dioses sería tan sencillo? Le importaba demasiado la opinión del gato gigante como para desobedecerlo. Eso es lo que hacía tan sencillo ponerle las condiciones que quisiera y por el tiempo que se le diera la gana. Si se le ocurría en el futuro alguna otra demanda que hacerle, sólo tendría que amenazarlo con exponer su secreto para tenerlo con la boca cerrada. A causa de ello dejó de pensar en el cosmos que desplegó durante la demostración, él ya sabía cómo manejar a ese caballo enano para que no le diera problemas.

—Iré a buscar licor, pan y queso —propuso Pólux en un susurro al oído a su gemelo antes de retirarse del comedor para ir a robar las reservas del santuario para ellos dos.

—Todos empiecen a cenar o se enfriara la comida —ordenó Talos en voz alta sin prestarle atención a la repentina retirada del gemelo mayor e ignorante de sus planes.

Con una mirada rápida, el musculoso hombre buscó asegurarse de que todos tuvieran sus respectivas raciones. Puso especial atención en los niños, pues eran los más probables de quedarse sin una parte a causa de algunos adultos egoístas. Castor lo oyó, pero sabiendo que su hermano robaría comida y vino para celebrar en privado, no vio necesario cenar. Es más, sería un acto de gula comer robándole la oportunidad de esa ración a otra persona. Además de que no tenía relación con ninguno de los presentes como para querer cenar en su compañía. Por lo mismo, decidió retirarse en silencio de la mesa. Con la esperanza de reunirse pronto con su gemelo, siendo el único con quien se sentía cómodo.

—¡Espera! —gritó Giles corriendo hacia él—. No deberías irte sin cenar. Es malo para tu salud —explicó sujetando la ropa del gemelo menor para que no se fuera.

Talos lo secundó con un movimiento de cabeza e incluso se acercaron Nikolas y Tibalt haciendo gestos con la mano para que se siente con ellos. Castor no esperaba que alguien lo detuviera. Se volteó a verlo con sorpresa, pero intentó disimularlo. Puso una mueca complicada por la contradicción de sus sentimientos en esos momentos. Por un lado, se sentía un poco feliz por la preocupación en las palabras del infante. Además, a su hermano no se le detuvo cuando se fue. Eso le daba cierta sensación de preferencia muy poco usual. Por otra parte, pronto aparecieron las dudas en su mente. Si dejaron ir a Pólux, pero no a él, eso podía significar que querían hablar con él sin que su gemelo lo supiera y eso le hacía encender las alarma. Quizás querrían información comprometedora acerca de su gemelo. Estaba debatiéndose acerca de cómo responder cuando su mano fue jalada por el pequeño.

—Ven a comer con nosotros —ordenó Giles sin darle opción de negarse—. Talos dice que debemos comer y dormir bien si queremos crecer grandes y sanos.

—Soy adulto —afirmó Castor caminando, siguiendo al pequeño impetuoso—. No creceré más que esto —aseguró sonriendo levemente.

—Si queremos volvernos santos poderosos es importante cuidar bien de nosotros mismos —sermoneó el infante.

A Castor le causó un poco de ternura la preocupación del niño. Visto con la carita algo inflada, parecía una adorable ovejita a causa de algunos rizos dorado adornando su rostro. "Y pensar que este es el mismo enano que nos gritó a todos amenazando con llamar al estafador". Pensó el gemelo menor rememorando su primer desayuno en el santuario. Sabía del carácter intrépido del pequeño rubio y a juzgar por las pocas veces en las cuales involuntariamente lo vio en el comedor, siempre buscaba cuidar de otros. Como de aquel niño ciego que ahora estaba parado en una esquina de la mesa comiendo en silencio. No sabía si ignoraba a las personas a su alrededor por su ceguera o porque simplemente era antipático.

—Ven —llamó Talos mostrándole un lugar libre—. Puedes sentarte ahí si quieres.

—No voy a darles ninguna información relevante o comprometedora acerca de mi hermano —advirtió Castor mientras caminaba hacia el grupo en esa mesa.

—No te llamamos para eso —respondió rápidamente Tibalt.

—Es más, mejor si no tocamos el tema de tu hermano porque él es algo… —explicó Nikolas buscando las palabras adecuadas para no ofender al familiar del otro.

—Desagradable, grosero, engreído y egoísta —completó Giles sin ninguna timidez ganándose una mala mirada de parte del gemelo menor.

—De hecho, el motivo para no hablar contigo antes era porque Pólux es algo… antipático hacia todos —intervino Talos queriendo desviar la atención hostil del más joven—. Pero la opinión que tengamos de ti es independiente a lo que podamos opinar de él.

Castor los observó de manera analítica por unos momentos. ¿Realmente sólo querían hablar con él? ¿Sin segundas intenciones? Una de sus primeras hipótesis era que buscaban obtener la protección o favor de Pólux. Sin embargo, lo descartó rápidamente. Talos y Giles tenían el favor de sagitario. Y le gustase o no, la máxima autoridad allí era el ángel de Atena. Y dudaba que ellos estuvieran al tanto del chantaje de su gemelo al estafador. Eso había ocurrido en secreto, siendo él, el único que podía catalogarse de tercero en conocer ese acuerdo secreto. Así que tampoco podrían estar cambiando lealtades por la pérdida del poder del arquero. Con todo ello en cuenta, se relajó. No había nada que pudieran obtener de él, de momento al menos.

—¿Y bien? ¿De qué estaban hablando antes? —preguntó queriendo cambiar de tema antes de terminar iniciando una pelea innecesaria.

—Acerca de la pelea de demostración de los dorados —respondió Giles animado al verlo quedarse junto a ellos—. Nosotros no pensamos que gente normal pudiera lograr tanto.

—Es un poder semejante a los dioses y semidioses que ya había visto antes en acción —opinó Castor sobre lo ocurrido en la demostración.

—Aun así, me parece impresionante pues es un niño contra un adulto —señaló Nikolas—. Cualquiera habría previsto que sagitario sería el apaleado, pero su padre terminó peor.

Castor asintió en silencio de acuerdo con esa apreciación. Él mismo seguía impresionado de haber visto a su hermano siendo sometido por ese enano. Aunque el ex copero de los dioses les hizo saber que su vasta experiencia y conocimiento se debían a los siglos de existencia vagando en el inframundo tras su castigo divino. Sin embargo, esos saberes no eran nada si su cuerpo no era capaz de ejecutar lo que pensaba o pretendía. No se atrevió a expresarlo en voz alta, pero le había dado cierta alegría ver que derrotaba a Pólux. Pues eso significaba que el cosmos divino no era el poder máximo e inalcanzable que muchos creían. Sólo era más difícil acceder al mismo, mas no imposible.

—Es parecido a lo mostrado por Hércules qué era un bebé y pudo con dos serpientes —argumentó Castor recordando el mito de aquel sujeto—. Su cuerpo no estaba siquiera desarrollado, pero su cosmos divino le otorgó la fuerza sobrenatural que le permitió asesinar a esos reptiles.

—Debe ser genial nacer con cosmos divino —comentó Miles con una mano bajo su propia barbilla—. Eres prácticamente intocable, invulnerable y con una belleza hechizante —suspiró teorizando si acuario y piscis no serían poseedores de aquel poder.

—¡Es mejor conseguir tu poder por ti mismo! —gritó Giles con decisión mientras las palmas de sus manos golpeaban la mesa—. No importa con qué clase de sangre naciste, el cosmos reside en todos los seres vivos sin distinción. Eso me dijo Sísifo.

—¿Tú naciste con cosmos divino? —preguntó Talos a Castor por simple curiosidad.

—No, yo soy un simple mortal —admitió Castor desviando un poco la mirada.

Generalmente él era motivo de decepción al compararlo con su hermano Pólux. Pues a éste siempre se le alababa por ser hermoso, poderoso y un ser mitad divino. A su lado siempre terminaba totalmente opacado por el brillo que despedía el gemelo mayor. Contrario a lo que pensaba, no vio a los demás decepcionados cuando alzó la mirada. Tampoco lo estaban viendo con lástima por no nacer con la misma condición que su hermano mayor. El espadachín intuía cómo debía de sentirse el gemelo mortal. Si él se sentía eclipsado por las habilidades de su hermano mayor, ¿qué sería de Castor quien seguramente fue comparado con un semidiós toda su vida? Por lo mismo, decidió retomar lo que había comentado a Nikolas con anterioridad.

—Antes creía que sin la divinidad de los dioses no había esperanza de ser alguien en la vida —mencionó Tibalt—. Desde joven me dediqué a la espada y cuando prohibieron las armas me sentí totalmente perdido, pero ya no es así —relató con una mirada esperanzada—. Ya no me siento tan inútil sin mi espada, porque pienso que si logro alcanzar el cosmos será mi arma más fuerte —expresó Tibalt mirándose la mano derecha vacía imaginando allí su espada—. Sentí que cualquier cosa que hiciera sería en vano y no podría superar mis límites, pero ahora creo que puedo ser mejor de lo que esperaba.

—Creo que todos estamos en la misma línea de pensamiento —comentó Talos sonriente—. Ver a Sísifo logrando lo imposible me inspira a seguir mejorando —habló mientras exhibía sus fuertes bíceps—. Cuando desarrollé estos músculos pensé que era el final de todo. Asumí que esto era todo lo fuerte que podía llegar a ser, pero ahora pienso que podría acercarme un poco más a parecerme a mi héroe de la infancia: Hércules.

—Así es, Castor —llamó Nikolas viéndolo de manera pacífica—. Yo no tengo aptitudes físicas, pero sé que puedo remediar mi situación.

—¡Así se habla! —felicitó Talos con gran entusiasmo—. Cuando tenía tu edad también era algo flacucho —mencionó Talos palmeando la espalda del hijo del juez.

—¿Tú? ¿En serio? —interrogó el joven totalmente sorprendido por las palabras de alguien que claramente era muy musculoso.

—Así es —asintió sin ninguna pizca de vergüenza—. Solía ser alguien débil y fácil de intimidar. Así que un día harto de ser pisoteado por los demás me puse a entrenar como loco para aumentar mi fuerza física hasta lograr esto —mencionó usando sus manos para señalar sus pectorales bien marcados al igual que sus abdominales—. Pero incluso de esta manera volví a ser intimidado por seres sobrenaturales. Es entonces que descubrí el cosmos y heme aquí, buscando el siguiente nivel de fuerza.

Nikolas se sintió realmente impactado por sus palabras. Viendo a alguien de la talla de Talos era impensable imaginarlo como alguien escuálido y fácil de intimidar. Es más, habría jurado que de nacer en Esparta aquel hombre habría sido seleccionado para guerrero desde su nacimiento. No obstante, de ser reales sus palabras eso quería decir que aún había esperanzas para él. Quizás el problema fuera el método espartano y no necesariamente él. Puede que no sea del todo un caso perdido. Además, estaba fascinado con el constante deseo de mejorar de Talos. Lejos de haberse sentido defraudado por saber de la existencia de un poder superior al de sus músculos se lo veía aún más motivado.

—Incluso mi hermano cree que puedo mejorar aquí —mencionó Castor al aire—. Es verdad que soy bueno en combate cuerpo a cuerpo, pero no poseo ningún poder ni remotamente similar al cosmos —repitió reafirmando ser un simple mortal más al igual que ellos—. Si se me ataca con armas estaré en desventaja como cualquier otro hombre.

—Eso no es motivo de vergüenza, simplemente la lucha es desigual —consoló Nikolas—. Si alguien armado ataca a otra persona que no posee algo con que defenderse, es deshonroso y deshonesto.

—Pero en la vida real no podemos esperar que todas nuestras batallas sean justas —dijo Talos con sutileza—. El deber de los santos es pelear esas batallas injustas por el bienestar de los inocentes —explicó el adulto.

—Si los dorados se limitaran a luchas sólo en escenarios justos, no nos habrían podido ayudar cuando hubo conflicto aquel día en el desayuno —comentó Tibalt no queriendo entrar en detalles que molestaran a Castor o lo pusieran incómodo a causa de su participación.

Estuvieron un poco más hablando acerca de sus vivencias y habilidades mientras comían. El ambiente era bastante ameno y Castor sintió que no era tan malo estar con ellos después de todo. Sin embargo, la armonía se rompió con el regreso del hijo de Zeus. Éste buscó con la mirada a su gemelo y lo encontró con aquellos fanáticos de su enemigo. Creyó que lo estaban molestando en su ausencia, pues a simple vista estaban semi inclinados hacia él encerrándolo en un círculo del que quizás no podía escapar sin entrar en una pelea. A paso rápido se acercó hasta la mesa mostrando una mirada amenazante.

—Castor ya volví —anunció el rubio mayor de brazos cruzados viendo a los demás aspirantes con desdén—. ¿Qué le estaban haciendo a mi hermano? —interrogó mientras paseaba la vista por todos ellos.

—Sólo hablábamos mientras cenamos —respondió Talos intentando no provocar al semidiós.

—Más bien parecía que estaban molestando a mi hermano —acusó Pólux con molestia.

—No, hermano, no es así —negó rápidamente el gemelo menor—. Sólo me invitaron a su mesa a conversar, nada malo ha pasado —explicó preocupado de que no le creyera.

El hijo de Zeus observó a todos de manera crítica. ¿Qué querían esos con su hermano menor? Nunca habían mostrado indicios de querer entablar una conversación con ellos y ahora lo dejaba solo un rato y se le acercaban. Eso era cuando menos sospechoso a su parecer.

—¿Y de qué tanto hablaban? —preguntó Pólux queriendo entender las intenciones de los aspirantes hacia su consanguíneo.

—Bueno… este… —tartamudeo Castor no sabiendo si decirlo o no.

—Sobre cómo se nota que Sísifo fue blando contigo cuando te azotó —comentó Miles con una sonrisa maliciosa.

—¡No me azotó! —protestó Pólux con indignación por la mala fama creada en aquel momento.

—El poder que mostró contra ti no es nada comparado al que usó en el coliseo —replicó el ex ladrón con una sonrisa despreocupada—. Acéptalo, fue muy suave contigo.

—Te voy a... —amenazó el semidiós viendo al ex eromeno con molestia.

—No intentes pelear o llamaremos a Sísifo —advirtió Miles viéndolo fijamente.

—Él te mataría por iniciar una pelea adrede —le recordó el gemelo mayor de manera venenosa.

—¡Sísifo no haría eso! —defendió Giles con firmeza.

—Tengo una oveja y no dudaré en usarla —dijo el ex ladrón mientras sujetaba al niño y lo alzaba para mostrarlo como amenaza.

—Me sorprende tu confianza —afirmó Pólux viéndolo con una sonrisa cruel—. Sagitario es amigo de ese enano molesto, no tuyo. ¿Crees que estará feliz de que te tomes semejantes atribuciones? Llamarlo como si fuera un sirviente adelantará tu muerte —aconsejó de manera falsa sin cambiar su expresión de crueldad.

—¡Eres un pollo envidioso! —insultó Giles con furia por semejante difamación—. El ángel de Atena jamás haría lo que dices. Sigues enojado porque te aplastó delante de todos. ¡Mal perdedor! —gritó logrando que los puños del semidios se cerraran en forma de puños.

Castor viendo que su hermano estaba llegando a un punto peligroso de hostilidad, se apresuró a sujetar su brazo y jalarlo hacia la salida.

—Disculpen a mi hermano —pidió el gemelo mortal mientras se giraba un poco para hablarles sin dejar de avanzar hacia la salida—. Gracias por la cena, espero podamos conversar otro día —dijo antes de sacar a su hermano del comedor.

—¿Por qué me sacaste? —interrogó Pólux viendo con severidad a su hermano—. ¡Iba a darle una lección a ese callejero y al enano boca floja! —reclamó con molestia.

—Creo que es mejor no hacerlo —opinó el rubio menor—. No son malas personas —dijo algo inseguro, pero al ver la mirada de molestia del semidiós agregó—. Además, dos de ellos son amigos del estafador de dioses. Me conviene mantener buena relación con ellos. Podrían ser útiles en el futuro —argumentó.

El semidiós lo meditó un poco. Aunque ya tenía al estafador acorralado no le vendría mal expandir sus opciones más allá del santo de leo. Existía la posibilidad de que ese dorado aceptara a Sísifo tal y como era. Si ese era el caso perdería su seguro. Además, también debía considerar que fuera el propio arquero quien revelara su secreto al santo de leo si lo presionaba demasiado. Debería cuidar de no realizar demandas demasiado ilógicas o vergonzosas o podría hacer estallar su ira y en un impulso revelarle su identidad a León. Sin embargo, su fama como estandarte de Atena aún podía ser aprovechada para mantenerlo a raya. Así que era bueno poseer algunas conexiones con amigos de sagitario que desconocieran sus secretos.

Por otro lado, el semidiós se dio cuenta de que la estadía de su hermano con los demás aspirantes no había sido mala. Siendo que el propio Castor se apresuró a intervenir para defenderlos, quería decir que no había sido coaccionado de ninguna manera. A su vez, sintió algo de culpa por ser el motivo del aislamiento del otro. Empero, tenía sus motivos. Cada vez que emprendían viajes por sus múltiples aventuras hubo quienes intentaron ganarse el favor de su gemelo para acceder a él. Cosa que aún no descartaba de esos aspirantes. Siendo amigos de Sísifo podrían ser espías buscando información suya para entregársela al estafador.

—Como sea, vamos a comer —ordenó Pólux guiando a su gemelo hacia donde tenía todo lo robado—. Conseguí lo suficiente para darnos un festín, aunque la tacaña de mi hermana no tenga bien abastecida la cocina —se quejó el inmortal.

—Mientras no estabas comentábamos cosas acerca del cosmos —mencionó Castor con un pedazo de pan en las manos mientras observaba el cielo—. Nunca pensé que tal poder estuviera dentro de cada ser vivo —comentó viendo el brillo de las estrellas—. El enano con el que estaba discutiendo, Giles, dijo que Sísifo había dicho que cualquiera puede acceder a ese poder.

—Todos tienen cosmos, pero es imposible que el de un mortal se equipare al divino —objetó Pólux bebiendo un poco de vino.

—Por unos momentos Sísifo tuvo un poder que rozaba el tuyo… —le recordó Castor.

—Es el descendiente de un titán, no cuenta —protestó el gemelo mayor—. Tú no eres como esos idiotas que creen en su apariencia de niño bueno e inocente. Sabes tan bien como yo que se trata de un anciano astuto con siglos de experiencia. ¡Qué no se te olvide!

—Si piensas de esa manera… ¿tienes esperanza de que me haga más fuerte algún día? —interrogó inseguro el mortal.

—Por supuesto —confirmó Pólux con una gran sonrisa—. Cuando aprendas a manejar el cosmos, obtendremos la armadura de géminis y volveremos a Troya. Hace mucho tiempo que no vemos a Helena —dijo con nostalgia.

—Han pasado años desde que nos fuimos —expresó Castor con melancolía—. Seguro ya es toda una mujer.

—Siendo nuestra querida hermana seguro que su belleza es incomparable. ¡No podemos permitir que se la deshonre! —declaró el gemelo mayor con fastidio.

—Deberíamos llevarle algunos presentes —opinó Castor—. Quiero verla sonriendo por nuestro regreso.

—Para eso no hacen falta regalos. Ella nos ama demasiado como para dejarse comprar por cosa materiales —afirmó el rubio mayor—. Pero sí quiero hacer algo especial por ella.

No tenían muy en claro que podrían llevarle a Helena como regalo a su regreso, pero esperaban conseguir algo digno de ella. Cuando emprendieron su viaje con los argonautas ella era apenas una niña. A esta altura sería una mujer en edad casamentera cuyos pretendientes no faltarían. Y su deber como hermanos era espantar a cualquier indigno que osara posar sus ojos en ella. Recordando sus infancias a su lado terminaron de cenar lo robado por Pólux antes de retirarse a dormir. Su último pensamiento antes de cerrar los ojos fue el deseo de volver a ver a Helena.

CONTINUARÁ…