Cap 27: La cinta roja de sagitario

Varios aspirantes esperaban que el siguiente entrenamiento fuera más suave o mínimo se les tuviera consideración luego de tan brutal inicio. Según les habían informado no sería sólo por ese día que tendrían que madrugar y correr, sino que sería un hábito que repetirían hasta el día en que compitieran por las armaduras. Cuando el atractivo santo de acuario les indicó seguirlo hasta el río y meterse allí, varios creyeron que era una bendición caída del cielo tener ese momento de relajarse en el agua. Se quitaron toda la ropa quedando desnudos pensando simplemente en bañarse luego de haber estado corriendo como dementes alrededor del coliseo. Al ver eso, Ganímedes sonrió y sin siquiera moverse de su lugar liberó su cosmos helado en el agua bajando su temperatura a niveles extremos. De inmediato algunos salieron prácticamente de un salto, mas la voz del dorado les brindó una explicación para sus acciones.

—Conmigo aprenderán a manejar el cosmos. Aquel poder que reside dentro de cada ser viviente y que explota cuando viven circunstancias extremas —explicó el guardián del onceavo templo—. Al ser algo oculto en el interior de cada uno de ustedes debemos sacarlo mediante situaciones extremas como esta —aclaró aumentando el frío—. La única manera de combatir contra mi cosmos es usando el suyo propio para evitar morir congelados, ¿entendieron? —preguntó de manera severa.

—¿No estás exagerando un poco, Ganímedes? —cuestionó su rubio compañero sentado a la sombra de un árbol—. Recuerda que no debes matar a los aspirantes.

—Si no pueden con esto jamás serán caballeros. Deberían hacerse a la idea —replicó acuario con una mirada de molestia.

—En realidad, si sienten que es demasiado para ustedes pueden salir del agua, pero si continúan y las cosas se ponen difíciles tendremos que curarlos antes de que mueran —explicó piscis sujetando unas flores blancas entre las manos.

—Eres demasiado blando con ellos, ya te quiero ver tratando a tus discípulos cuando llegue tu turno —bufó Ganímedes viéndolo de mala manera.

—De hecho, tendrás que hacerlo —respondió el guardián de la última casa con una sonrisa—. Al fin y al cabo, somos compañeros.

El santo de acuario no dijo más nada sabiendo que el otro llevaba razón. Debido a que el cosmos era una práctica en la que debían llevar sus cuerpos al límite para sentirlo era posible que muchos de ellos necesitaran atención médica inmediata. Para eso estaba Adonis supervisando que nadie necesitara de su ayuda. En el caso opuesto sería algo similar, pero por la sangre venenosa. Estando los dos mejores sanadores de todo el santuario juntos, podrían actuar apoyándose mutuamente especialmente si había varios pacientes al mismo tiempo. Mientras que para otros era un sueño hecho realidad. Estando en un lugar donde no se permitían mujeres lo más cercano para alegrarse la vista eran los santos de acuario y piscis por sus hermosos y finos rasgos. Miles estaba sintiendo como se le congelaba cada parte de su cuerpo y sus pies ya ni los podía sentir, pero sus oídos aun funcionaban bien. Así que les prestó atención a las palabras de los dorados provocándole una sonrisa de alegría. ¡Podría tener a ambas bellezas juntas para su gozo!

—Frívolo, ¿por qué me sigues mirando a mí? Mira a Adonis ya que siempre te la pasas acosándolo —ordenó el ex copero de los dioses al darse cuenta de esos ojos sobre su persona.

—Je, je, je ¿Estás... celoso? —preguntó el ladrón con una media sonrisa mientras entrecerraba los ojos—. Estaba coqueteando solamente, ¿quieres algo serio? Dilo y lo haré. Me gustas, maestro Ganímedes —declaró con aquellos oscuros ojos mirándolo de manera ardiente.

—Desvergonzado —insultó acuario sintiendo algo de calor en su rostro.

Era una suerte que la mayoría de los aspirantes estuvieran más enfocados en sus partes bajas retrayéndose por el frío. De lo contrario, habrían visto el tenue temblor en la perfecta expresión de hielo del santo de acuario. Lógicamente, aquella declaración hecha por una persona que ni siquiera lo conocía seguramente era sólo una broma o algo similar. Había visto a ese tipo soltar varios halagos coquetos hacia Adonis. No tenía sentido declararse a alguien como él. O quizás lo hacía porque se enteró que nadie podía tocar a piscis y lo deseaba como reemplazo para saciar su lujuria. Ganímedes aumentó el frío ante ese pensamiento y se reprendió así mismo por creer que esas palabras eran sinceras. Se negaba a aceptar tan fácilmente que le había alegrado un poco que le dijera eso a él y no a su compañero dorado.

Mientras él luchaba contra sus pensamientos caóticos, los aspirantes tiritaban de frío. Sus dientes castañeaban incesantemente mientras usaban sus propios brazos para envolverse a sí mismos en un intento inútil por darse algo de calor. Para sorpresa de muchos, el niño ciego se veía de lo más normal. Había juntado las palmas de sus manos como cuando estaba orando y no presentaba ningún signo de frio. Su piel no se veía erizada y el color en su rostro era de un rosado natural. Contrario a los demás, cuyos labios se estaban volviendo azulados por las bajas temperaturas.

Otro que se veía normal era Giles, quien jugaba alegremente con Argus. Ellos no tenían idea de cuánto tiempo debían permanecer dentro del río, pero estando algo aburridos comenzaron a salpicarse agua para pasar el tiempo. Para sorpresa de muchos, Pólux parecía estar pasando frío. No estaba usando su cosmos para repeler el de acuario por una sencilla razón. Su hermano menor no había conseguido aún activar su cosmos, por lo cual estaba sufriendo. Ellos habían compartido todo desde antes de nacer y lo seguirían haciendo desde lo bueno hasta lo malo.

Durante muchos años creyó que sólo los semidioses y los dioses mismos eran capaces de dominar el cosmos. Por esa razón, siempre había tomado el papel del hermano protector. Él era el fuerte y quien manejaba el poder sin siquiera esforzarse. Cuando oyó de mortales haciendo uso de tal poder intentó ayudar a Castor a liberar el suyo, pero no sabía cómo. Tenía tan naturalizado el uso de su poder divino que explicar cómo era capaz de hacerlo se sentía similar a instruir a alguien acerca de cómo respirar o cómo hacer que su corazón latiera. Fue cuando finalmente se rindió de instruirlo de manera particular que decidió tomar en cuenta la oferta realizada por su hermana Atena.

Más o menos era capaz de entender el razonamiento del santo de acuario. La mejor manera de despertar el poder dormido en los aspirantes era forzarlos usando el suyo propio como detonante. Recordaba que su propio cosmos se volvía más poderoso cuando estaba en situaciones de peligro durante las batallas o cuando estaba en extremo furioso. Incluso a veces no era capaz de suprimir correctamente su cosmos a causa de la ira y destruía todo a su alrededor. Le pareció buena idea usar esta oportunidad para templar un poco su manejo, jamás le había transmitido su poder a su hermano al no saber que eso era posible, pero viendo a los dorados usando su poder para curar a otros, se le ocurrió que podría hacer algo similar si era capaz de refinar sus habilidades cuando Castor despertara su poder.

No tan lejos del río, se encontraban León y Sísifo entrenando su propio cosmos. En el pasado ellos habían tenido cierta obsesión por tener técnicas propias, así como Ganímedes tenía la propia manejando el hielo. Ahora que cada uno tenía ataques propios que eran como su marca personal, lo siguiente era refinarlos y lograr variaciones para adaptarse a diversos tipos de situaciones. Los ataques que solían usar muchas veces no funcionaban dos veces entre ellos. En cuanto averiguaban el truco podían neutralizarse mutuamente. Por lo mismo, tenían más que claro que sus enemigos más estúpidos podían ser blancos fáciles para sus técnicas, pero los inteligentes estudiarían cómo sacarles ventaja a sus debilidades. Ellos estaban muy centrados atacándose mutuamente para diversión del Dios del Sol. Apolo los observaba desde el cielo recordando cómo comenzó a interesarse por el santo de Leo. Al inicio sólo era una pequeña curiosidad nacida del predicamento de Atena intentando recuperar a Adonis y con el tiempo se había vuelto extrañamente cercano a ambos signos fuego.

Mientras el santo de piscis estaba secuestrado por Afrodita, Sagitario y acuario se reponían en una habitación del santuario guardando reposo tranquilamente. León cuidaba de velar por ellos, pero a su vez se dedicaba a entrenar algunas horas al día. Concentraba su cosmos y lo liberaba hacia la nada o hacia arboles cercanos intentando ganar más control. Lo sucedido con los centauros fue un ataque de rabia sin ninguna pizca de consciencia. Requería urgentemente pulir su poder para maximizar el daño al contrario y reducir el cansancio para su propio cuerpo. Los ardientes rayos del sol golpeaban con inclemencia aquella tostada piel morena y el sudor bajaba por su frente y su torso, el cual había quedado al descubierto casi desde el inicio. Debido al calor, el sudor hacía que las ropas se le pegaran al cuerpo resultando incomodas. Para el dios del Sol ver a un hombre así de disciplinado y guapo era fascinante.

La primera vez en la que pudieron verse cara a cara fue cuando su hermana lo invitó al santuario preguntando por el paradero de Adonis. Apolo observó al adulto con detenimiento encontrándolo muy atractivo a la vista; cabellos castaños, ojos pardos y una piel tostada a punto por sus rayos incandescentes. Un ex almirante, heroico, de moral inquebrantable y amabilidad casi divina que no opacaba ni disminuía para nada sus fuerzas. Alguien que se comportó completamente salvaje y agresivo salvando a su pequeño hijo adoptivo que nadie sería capaz de asociar al amable hombre que intentaba contener al mismo en estos momentos para que dejara de ser maleducado.

Indudablemente ante la escena frente a sus ojos venía a su mente la imagen de un león mordiendo el cuello de su cría para mantenerle quieto y enseñarle la jerarquía. Era bastante divertido de observar. Y viendo el cuerpo bien formado del mayor le prestó cierta atención pensando en cómo sería compartir el lecho con semejante hombre. Si en algo se parecía a su padre era en su insaciable apetito sexual. Y una belleza salvaje e indomable era todo un trofeo en cualquier cacería, se tratará de animales o amantes, los más fieros eran los que daban mayor satisfacción.

Sin embargo, tras aquella pequeña aventura no había tenido oportunidad de volver a interactuar con el leonino. Podría haberse presentado de manera directa y declarar sus intenciones, pero no quería iniciar una disputa con su hermana menor. Había notado que era muy posesiva con sus mascotas. Se enteró que se peleó con Thanatos para que no se llevara a Sísifo y recientemente se enfrentó a Afrodita y sus hijos con su ayuda. Además, bien conocía el carácter de Atena, a una de sus sacerdotisas la maldijo convirtiéndola en un monstruo, sólo por ser violada por Poseidón. Si él le hacía algo a León, incluso si lo cortejaba correctamente, era posible que terminara muerto. Así no le servía. Él quería seguir viéndolo y gozando de la vista. A pesar de sentirse atraído, por ahora podía controlar su deseo sexual y evitar que la tragedia de Leucotoe se repitiera. Así que adoptó la costumbre de verle entrenando, bañándose en el río y jugando con su hijo.

¿En serio está intentando copiar la técnica de Artemisa? —preguntó Apolo al aire mientras observaba desde los cielos como Sísifo imitaba burdamente el movimiento de la diosa de la luna.

Llevaba días concentrando su cosmos en su mano y lo único que conseguía era un ataque casi devastador. Una esfera luminosa que salía de su puño y causaba estragos a donde apuntara. A León parecía haberle interesado eso, así que imitó lo que estaba haciendo su hijo. El único problema era que la primera vez que lo hizo, se cansó tanto que tuvo que sentarse en el suelo para recuperar el aliento. Durante varios días observó a padre e hijo practicando una y otra vez el mismo movimiento. Se cansaban en poco tiempo por el exceso de cosmos que utilizaban de manera imprudente. Esa falta de autocontrol parecía ser un defecto que compartían. Muy contrario a lo que eran los de acuario y piscis, quienes tenían una moderación envidiable respecto al dominio sobre sus cosmos y temperamento. Sus ataques eran mucho más elegantes y contaban con mayor resistencia, pues podían repetir varias veces sus ataques simplemente administrando el cosmos del que disponían. Algo básico y hasta lógico, dejar el ataque con mayor cosmos como golpe final.

Ya no puedo más —se quejó Sísifo un día harto de no tener resultados con esa estúpida flecha. Se adentró en un bosque alejado de todos y en secreto sacó aquella oración que le dio el dios del Sol para cuando quisiera llamarlo—. Veamos qué dice —murmuró leyéndolo primero para sí mismo—. Debe ser una broma de mal gusto —se quejó con una expresión de asco en el rostro antes de soltar un suspiro—. No me queda más que probar suerte. —Una vez mentalizado tomó aire y comenzó a rezar—. La blasfemia vuelta oración, el hereje vuelto creyente, el deseo convertido en petición y el sordo vuelto oyente —recitó como decían las instrucciones. Miró a su alrededor sin encontrar a nadie y comenzó a dar pisotones en el suelo—. ¡Dije estas estupideces por nada!

Es un lindo poema que escribí, pequeña bestia inculta —habló Apolo apareciendo detrás suyo.

¿Y te haces llamar dios de las artes? —interrogó sagitario cruzado de brazos viéndolo con un puchero luego de voltear—. Era demasiado cursi y medio raro. Ni siquiera entiendo qué quería decir.

No espero que lo entiendas con tu cerebro de caballo —insultó Apolo frunciendo el ceño—. Imagino que me has llamado porque deseas aprender a usar la flecha que captura la sombra.

¿Cómo sabes eso? —preguntó el azabache viéndolo sorprendido.

Yo todo lo veo —presumió la deidad con el mentón elevado.

Excepto dentro de una cueva —murmuró el infante rodando los ojos al recordar lo sucedido con su amigo.

Yo no puedo usar esa flecha, sólo Artemisa conoce cómo hacerla —explicó con satisfacción.

Entonces ya sé cómo cobrarte ese favor que me debes por la apuesta —afirmó Sísifo con una sonrisa presumida—. Quiero que convenzas a tu hermana de aceptarme como discípulo suyo. Quiero aprender a manejar mejor mi cosmos, pulir mis habilidades con el arco y las flechas, pero sobre todo quiero volverme fuerte, tanto que pueda proteger a quien sea sin ayuda de los dioses.

Apolo había pensado en rechazarlo directamente. Su hermana únicamente les enseñaba a las mujeres. Y como si esa no fuera la única condición también exigía que fueran vírgenes. Por lo tanto, tenía dos de los principales requisitos incumplidos, mas si Artemisa lo rechazaba sin hacer nada seguiría endeudado con el estafador de dioses. Debía admitir que su pedido era relativamente inofensivo y de cumplirlo ya estaría libre de él. Así que pensó en una solución a su situación: le pediría a Artemisa que entrenara a Sísifo de la manera más dura posible. De esa forma, cuando sagitario pidiera rendirse la deuda entre ellos quedaría saldada, pues él habría cumplido su parte. ¡Era perfecto! Nadie podría acusarle de faltar a su palabra. Con su típica expresión indiferente asintió y prometió hablar con su hermana. Él fue a visitarla a su palacio en la luna encontrándola algo aburrida. Lo podía notar por la manera en la que estaba sentada en su trono.

¿Aburrida, hermanita? —preguntó el dios del sol levitando hasta ubicarse al lado de ella.

No hay mucho que hacer de momento —respondió mientras observaba su arco y flecha.

¿Quieres hacer algo interesante? —cuestionó Apolo con diversión que sólo ella podía captar.

¿Qué propones? —interrogó ella con desconfianza, pero con cierta expectación.

La mascota de Atena está intentando copiar tu flecha que captura las sombras.

¡Já! Como si un simple mortal pudiera hacer semejante hazaña.

Incluso él entendió que no puede solo —informó con una mirada fija en su familiar—. El favor que le debo decidió cobrárselo pidiendo que te convenza de hacerlo tu discípulo.

¡Ridículo! —exclamó Artemisa ofendida—. ¿Por qué habría de compartir mis maravillosas técnicas con alguien así de despreciable?

¿Qué te parece si aceptas su pedido?

¡¿Qué?! —exclamó la diosa de la luna indignada por semejante comentario.

Piénsalo así, tú le pones todo tipo de pruebas brutales, nosotros nos divertimos viéndolo sufrir y cuando renuncie, yo quedaré libre de mi deuda con él —explicó el pelirrojo sonriendo tenuemente—. ¡Es perfecto!

Me estás usando para saldar tus deudas —increpó ella frunciendo el ceño, pero luego lo relajó—. Pero supongo que puede ser divertido torturarlo sin que Atena intervenga. Haré pagar a ese miserable por atreverse a menospreciar mi fuerza.

Así se habla, hermanita.

Tal y como prometió, Apolo regresó a buscar a Sísifo. No era capaz de ingresar al santuario debido a la barrera de su hermana, pero aun podía enviar animales, así que eligió un cuervo para llamar al niño. Sagitario no tardó mucho en ir a su encuentro emocionado de aprender a dominar su cosmos y la flecha sombra sin saber lo que le esperaba. El dios del Sol lo llevó a lo profundo del bosque donde lo esperaba la deidad de la luna. Lo primero que lo mandó hacer fue esquivarla. Literalmente ella le dijo que su primera tarea sería ser su presa.

¿Por qué? —interrogó el azabache mostrándose claramente confundido.

Quieres aprender a ser un arquero de verdad, ¿cierto? —preguntó la de cabellos claros con su arco y flecha en mano—. Regla número uno de un arquero: Los ojos de un arquero siempre fijos en el objetivo. Esto es no sólo una regla, sino un estilo de vida —explicó mientras le miraba sin perder detalle—. Antes de ser cazador debes entender cómo piensa la presa. Intenta evitarme y cuando seas quién cace, verás cómo sacar ventaja —explicó de manera convincente.

La realidad es que ella tenía ganas de dispararle desde que se atrevió a tratarla igual que el resto de los hombres ineptos del Olimpo y los demás mortales como Eneo. El rey de Calidón, una antigua ciudad del centro-oeste de Grecia, al norte del golfo de Patras, celebró sacrificios anuales en honor de los dioses. Un año el rey olvidó incluir a Artemisa en sus ofrendas. Ofendida, soltó al jabalí más grande y feroz imaginable en los alrededores de Calidón, que se comportó como un loco por toda la campiña, destrozando viñedos y cosechas, obligando a la gente a refugiarse dentro de las murallas de la ciudad, donde empezaron a morirse de hambre. Eneo envió mensajeros a buscar a los mejores cazadores de Grecia, ofreciéndoles la piel y los colmillos del jabalí como premio. Entre los que respondieron estaban Meleagro (el propio hijo de Eneo), algunos de los argonautas y, notablemente para el éxito final de la partida, una mujer: la cazadora Atalanta, la 'indomable', que había sido amamantada por Artemisa (transformada en osa) y criada como cazadora; una representante directa de ella.

La diosa parecía haber estado dividida en sus motivos, pues también se dijo que envió a la joven cazadora porque sabía que su presencia sería una fuente de conflictos, como de hecho ocurrió: muchos de los hombres, encabezados por Cefeo y Anceo, rehusaron ir de caza con una mujer, y fue el enamorado Meleagro quien los convenció. No obstante, fue Atalanta quien primero logró herir al jabalí con una flecha, aunque fue Meleagro quien lo remató, y le ofreció el premio a ella, que había derramado la primera sangre. Pero los hijos de Testio, que consideraban vergonzoso que una mujer lograse el trofeo donde los hombres habían participado, le arrebataron la piel, diciendo que era propiamente suya, por derecho de nacimiento, si Meleagro decidía no aceptarla. Enfadado por esto, Meleagro mató a los hijos de Testio y dio de nuevo la piel a Atalanta. Altea, madre de Meleagro y hermana de los hombres que había matado él, tomó el tizón fatal del cofre donde lo había guardado y lo arrojó una vez más al fuego. Cuando se hubo consumido, Meleagro murió al instante, como habían predicho las Moiras. Así logró Artemisa su venganza contra el rey Eneo.

Durante la cacería, Peleo mató accidentalmente a su anfitrión Euritión. En el curso de la misma y tras ella, muchos de los cazadores se enfurecieron unos con otros, luchando por el botín, y así continuó la venganza de Artemisa. Y la diosa suscitó entonces una clamorosa contienda entre los curetes y los magnánimos aqueos por la cabeza y la hirsuta piel del jabalí.

Si Sísifo no compartía ese funesto destino era simplemente porque era la mascota de Atena. Para la diosa de la luna su hermana era demasiado importante y no pensaba enemistarse con ella por culpa del estúpido arquero. Logró atinarle sin dificultades en zonas estratégicas. Evitó los puntos vitales y se limitó a restringir su movimiento. Una vez que le disparó en las piernas logró hacerlo caer rápidamente con una herida en su tobillo.

Ni siquiera fue divertido perseguirte. De haber apuntado a matar no estarías respirando en estos momentos —criticó Artemisa deteniéndose delante del niño herido.

Espera que me quite esta flecha y podremos volver a comenzar —gruñó el arconte del centauro apretando los dientes para aguantar el dolor.

Yo puedo curarte si quieres —ofreció Apolo apareciendo delante del niño sujetando sin cuidado la pierna en la que tenía cortada por el roce de una flecha—. Por un módico precio.

No vas a copular con mi padre —advirtió con sus ojos azules viéndolo amenazante—. Sólo necesito vendarme y podré continuar.

Deberías renunciar —sugirió la diosa de la luna viéndolo con superioridad—. No tienes lo que se necesita para ser arquero si te pude herir tan fácil.

Aunque no lo logré a la primera, estoy seguro de que podré hacerlo si lo intento lo suficiente —declaró el menor con la mirada fija en ella.

Ella simplemente sonrió con arrogancia. Había esperado que saliera llorando pidiendo auxilio a Atena como hizo Eros cuando se vio herido por una flecha. Bueno, mejor para ella. Podría prolongar su tortura. Sin importar cuanto Sísifo intentara fingir que no le dolía, era evidente que lo hacía y mucho. Apretando los dientes se retiró la flecha y se vendó con un pedazo de su propia túnica para detener el sangrado. Intentó caminar y terminó besando el suelo. Sin ayuda divina no podría sanar para retomar la actividad, por lo cual la diosa de la luna decidió dar por terminado todo por ese día, pero de manera discreta.

Esa cacería fue aburrida, necesito darme un relajante baño. Terminamos por hoy —dijo Artemisa desapareciendo delante de los ojos de los hombres presentes.

¡Espera! —llamó Sísifo inútilmente cuando ella desapareció—. Yo aun quería preguntarte algo.

¿Y por qué no la sigues? —interrogó Apolo viéndolo curioso—. Podrías ir y hasta tener la suerte de verla desnuda.

¡¿Estás loco?!

Te puedo asegurar que es muy hermosa y más aún desnuda —explicó el dios del Sol.

Escucha, degenerado incestuoso —llamó Sísifo de mala manera—. En primera, no me interesa espiar mujeres desnudas. No entiendo que tiene eso de divertido. En segunda, las diosas suelen maldecir a los mirones como le pasó a tu hijo. En tercera, ya conozco el cuerpo de una mujer desnuda. Estuve casado, ¿recuerdas? Una vez que has visto uno los has visto todos.

Entonces, ¿para qué la llamabas? —preguntó Apolo sin responder a las palabras anteriores.

Quería preguntarle a qué hora debo venir mañana —respondió el azabache.

Estás herido. Mañana seguirás igual según el período que les toma a los mortales sanar.

No importa. En batalla muchas veces salgo herido y debo seguir luchando por mi vida. Me agrada que Artemisa se lo tome tan en serio, por eso debo esforzarme y mejorar —explicó sagitario con seguridad.

Apolo no esperaba que las cosas salieran así, pero pronto renunciaría estaba seguro de eso. Nadie podría aguantar a su hermana poniéndose seria. Él podía hacerlo por ser un dios, pero un mortal sin dudas moriría. A la diosa de la caza le encantaba dispararle flechas por casi cualquier motivo, para él no era problema, pero para los demás...

¡En el nombre de todos los infiernos que recorrí! —maldijo de nuevo cuando intentó ponerse de pie y su herida volvió a dolerle.

No puedes caminar —señaló Apolo con obviedad.

Gracias por decirme lo obvio —dijo Sísifo sarcásticamente acomodándose contra el tronco de un árbol para apoyar la espalda y sentarse—. Descansaré un rato y volveré al santuario.

Entonces me quedaré aquí.

Ya te dije que no voy a acosar a tu hermana. Ni siquiera puedo caminar —reclamó indignado al ser tratado como un pervertido.

Sólo quiero tocar la lira, si no te molesta —afirmó mostrando la que siempre llevaba consigo.

Sí, me molesta. Vete.

Entonces, me quedaré, pequeña bestia inculta —dijo el pelirrojo sin importarle la opinión del otro.

Sísifo resopló con la boca mientras se cruzaba de brazos y lo veía con fastidio. ¿Para qué le decía que se quedaría si no le molestaba si cuando claramente le dijo que le molestaba lo ignoró? El dios del Sol comenzó a tocar la lira de manera impecable. Ese era sin dudas el mayor de sus placeres: hacer música. Su amor por las melodías lo había llevado a perdonar a Hermes por el robo de su ganado a cambio del instrumento musical que le regaló. El infante no podía huir ni queriendo así que cerró los ojos esperando que la tortura terminara pronto. Mas, se sorprendió al darse cuenta de lo mucho que disfrutaba del sonido. Pensó que fue mala idea cerrar los ojos porque aquellas notas invadieron su mente llenándola de imágenes nítidas de la historia que pretendía contar esa canción carente de letras.

¿Y bien? ¿Qué te parece? —interrogó Apolo mostrándose orgulloso de su interpretación.

No puedo decir que sea mala —respondió el ángel de Atena molesto consigo mismo por ser incapaz de negar tan bello sonido.

Dicen que la música calma a las bestias. He comprobado que es verdad —presumió el pelirrojo.

No te creas la gran cosa. Cualquiera puede tocar la lira —afirmó Sísifo intentando mantener su orgullo en su sitio.

Tú no podrías ni en un millón de años, ¿qué sabes de la buena música o siquiera el arte? —preguntó Apolo con una expresión de enojo.

Si yo quisiera podría tocar la lira tan bien como tú.

¿Eso es verdad? —preguntó el dios en claro desafío antes de lanzarle su lira por la cabeza al niño—. Toca algo para mí.

¿Qué tan difícil puede ser? —preguntó al aire antes de sujetar la lira y comenzar a rasgar las cuerdas con sus dedos sonando de manera horrible.

¡Dame esa lira antes de que termines de asesinar la música! —ordenó Apolo mientras le arrebataba el instrumento de las manos—. Y decías que cualquiera podría tocar.

Nunca aprendí, ¿sí? —se defendió el mortal haciendo un puchero—. Pero si me enseñaran podría tocar a la par tuya incluso.

¿Y si yo te enseñara? —preguntó Apolo con seriedad.

No vas a cogerte a mi papá —advirtió ofuscado el menor imaginando que aquel sería el precio por las lecciones.

Te enseñaré gratis. Lo patético que suenas al arruinar el buen nombre del arte musical es suficiente pago para mí —justificó el pelirrojo de manera sonriente.

No lo sé, prefiero oírte tocar a ti —admitió Sísifo no muy seguro de aprender una habilidad tan inútil que sólo podría servir para entretener a otros en fiestas o celebraciones.

A menos que tengas miedo de no estar a la altura. Puedes renunciar a esto como harás con la arquería —le picó directamente a su orgullo.

¡No tengo miedo! —exclamó enojado.

¿Qué está sucediendo aquí? —cuestionó Artemisa apareciendo delante de ellos.

Nada, sólo hablábamos de música —respondió Apolo encogiéndose de hombros.

¿De música? —preguntó ella sin entender antes de mirar a sagitario con sospecha—. ¿Y por qué sigues aquí?

Quería preguntarte a qué hora debo llegar —contestó Sísifo tranquilamente—. No confío mucho en tu sentido del tiempo desde que te tomó días hablar con tu hermano cuando ustedes literalmente pueden aparecerse donde quieran. No voy a quedarme esperándote por días como hizo Atena.

Tienes el pie lastimado, que venga en unos días o semanas es hasta beneficioso para ti —explicó Artemisa frunciendo el ceño.

No quiero perder el tiempo, necesito hacerme fuerte pronto. No sé cuándo otro dios o criatura podría volver a aparecerse. No debo perder el tiempo —se defendió Sísifo de manera terca.

Pero tu pie... —intentó calmar Apolo.

¡Lo soportaré! —declaró el estafador de dioses con enojo.

Apolo —llamó la diosa de la luna girando para darles la espalda y que no le vieran el rostro—. Cúralo —ordenó en un tono gélido—. Mañana ven cuando el Sol salga y volveremos a comenzar. No creas que serás curado en cada oportunidad, es más, si sales herido suspenderemos todo durante semanas o incluso meses —amenazó al darse cuenta de que la impaciencia por mejorar hacía cualquier retraso una gran tortura—. Tiraré a matar y no tendré consideración si quedas lisiado, ¿entiendes? —cuestionó ella con una voz carente de emociones.

Gracias, no podría pedirlo de otra manera —dijo Sísifo con una sonrisa presumida.

No estaba enojado por la amenaza de la diosa, todo lo contrario. Lo malo de practicar con sus compañeros era que ellos le tenían mucha consideración. Necesitaba ser atacado con toda la intención de matar para poder medirse así mismo. Quería demostrarse que era realmente fuerte, que su poder no era una mera ilusión. Sabía que los dioses no tendrían compasión de él y estaba contando con ello. Si lograba superar sus pruebas podría decir que genuinamente era fuerte. Apolo curó la herida causada por su hermana y sin mucha ceremonia el mortal se separó de ellos.

Posteriormente, fieles a su palabra, las pruebas o tareas impuestas por los dioses llevaban el cuerpo del niño al límite, lo hicieron correr por extensos campos, escalar montañas, evadir las flechas de Artemisa en los bosques y hasta lo mandaron a cazar presas como serpientes gigantes. Siempre terminaba herido, agotado y prácticamente moribundo, pero ni una sola vez salió de sus labios a la idea de renunciar. Habiendo superado los retos físicos, la diosa de la luna no tuvo otra opción que pasar al manejo del cosmos. Un paso intermedio antes de enseñarle la flecha de sombras. Se encontraban nuevamente en el bosque en compañía de Apolo quien miraba todo sentado en una roca. Su hermana se le acercó y le rompió un pedazo de la parte roja de su túnica y a continuación la usó para vendarle los ojos a Sísifo.

¿Para qué la venda? —interrogó el arconte del centauro alzando la mano tentativamente para retirarla, pero recibió un manotazo de la diosa cazadora antes de lograrlo.

Imagino que conoces los ocho sentidos dado que te escapabas del inframundo a menudo, ¿cierto?

Sí, los titanes me lo dijeron; oído, gusto, tacto, olfato y vista son los primeros. El sexto es la intuición, el séptimo el cosmos y el octavo el que se despierta cuando estás cerca de morir o en mi caso cuando lo haces. ¿Eso que tiene que ver con esto? —preguntó el azabache sin entender.

Lo que has dicho es correcto. ¿Recuerdas la primera regla de un arquero? —cuestionó Artemisa de manera seria.

¿Debía memorizarla? —preguntó el infante apenado recibiendo un fuerte golpe en la cabeza por parte de la diosa de la luna.

Regla número uno de un arquero: Los ojos de un arquero siempre fijos en el objetivo —repitió como el primer día con voz imperativa—. Al ser privarte de uno de tus sentidos, los demás aumentan su poder. En tu caso, sabiendo usar el cosmos, perder el sentido más agudo de un arquero aumentará exponencialmente tu séptimo sentido. Si logras dominar esto, te encontrarás en condiciones de realizar la flecha de sombras —explicó ella con tranquilidad.

¡¿De verdad?! —preguntó aun vendado mostrándose muy emocionado.

Sí, pero no será sencillo. Te dispararé flechas directamente al cuerpo y dependerás de tus sentidos para evitar salir dañado. ¿Crees poder? —interrogó burlona.

No me subestimes —advirtió sagitario con una expresión confiada.

Naturalmente en sus primeros intentos terminó con varias flechas clavadas en el cuerpo. Artemisa no tenía otra opción que detenerse cuando los únicos blancos disponibles en aquel pequeño cuerpo eran sus puntos vitales. Apolo se había ofrecido a curarlo, mas éste se negó alegando que sus amigos Ganímedes y Adonis estaban aprendiendo a usar el cosmos para curar y estando él así servía para que ellos mejoraran. Lo cual le pareció estúpido cuando lo vio desmayarse por la pérdida de sangre. No le quedó de otra que llevarlo personalmente al santuario, pero debido a la barrera no podía entrar. Así que envió un cuervo a la casa de Leo diciéndole que viniera a buscar a su malherido hijo. Una buena excusa para poder hablarle directamente. Lo esperó en los límites y no se sorprendió de lo rápido que llegó.

¡Mi niño! —gritó horrorizado por cómo estaba. Lo tomó entre sus brazos revisando que estuviera vivo al menos—. En cuanto despiertes estarás castigado.

Le di primeros auxilios, pero se negó para darle con qué practicar a sus amigos —habló el pelirrojo buscando sacarle conversación a su objetivo.

Gracias por traerlo y lamento mucho las molestias que les está dando —se disculpó León profusamente apenado de que un dios tuviera que hacerse cargo de tareas que para ellos eran denigrantes.

No es nada. No dejaríamos que la mascota de nuestra querida hermana se muera —justificó Apolo, pero luego pensó en sacarse una duda que tenía desde hace tiempo—. Lo que no entiendo es por qué a ti te preocupa tanto. Eres consciente de que él tiene más de quinientos años de existencia. Un adulto maduro. ¿Por qué lo cuidas como si fuera un niño?

¿Te parece que esto... —dijo enseñándole al aun inconsciente Sísifo herido—, es ser maduro?

Tienes un punto —concedió el pelirrojo—. Eso no responde por qué lo ayudas. Convives con una deidad, los ex inmortales y el estafador que ni los dioses sabemos cómo clasificar. Nunca hemos tenido un alma que vagara entre el mundo de los vivos y los muertos por tanto tiempo con libre albedrio. ¿Por qué insistes en estar a su lado?

Porque sé que en todos ellos hay bondad, pero necesitan alguien que los apoye para sacar lo mejor de ellos mismos. Esa parte de sus corazones que ni siquiera ellos saben que tienen —explicó el castaño sonriendo de manera amable—. Incluso tú no eres tan malo como dicen tus cantares.

¡Qué tonterías dices! —exclamó acalorado por semejante afirmación sobre su persona.

A pesar de que todos dicen que eres muy cruel, siempre tratas las heridas de Sísifo y hasta lo has traído aquí —mencionó León.

Es para que Atena no se enoje —se defendió Apolo buscando una salida rápida.

Pudiste dejarlo tirado en el límite de la barrera y esperar que alguno de nosotros lo notara cuando pudiera. En cambio, me llamaste y me lo diste en brazos. Tus túnicas están manchadas —señaló con la mirada fija en sus ropajes no tan blancos a causa de la sangre y el lodo—. No soy experto en dioses, pero según oí les gusta estar impecables y consideran ofensivo mancharse por un mortal, pero no te ves molesto pese a tu apariencia desprolija.

Me limpiaré después —murmuró el dios del Sol restándole importancia.

Me gustaría conocerte por quién eres y no por quien dicen los cantares —afirmó León con una expresión que el pelirrojo no supo descifrar correctamente.

¿Le estaba coqueteando o estaba siendo amable? El dorado se despidió de él sin recibir una respuesta a causa de los líos mentales de Apolo. A partir de ese día, el dios del sol enviaba un cuervo a la quinta casa con excusa de avisarle que fuera a recoger a Sísifo de los entrenamientos. Aprovechando eso conversaban entre ellos de varios temas en general. León reconocía no saber nada de música, pero prestaba atención a lo que relataba Apolo. Se le veía emocionado por aquello que tanto amaba y el interés del castaño crecía al escuchar que podría tocar algo para él a dueto con sagitario.

Éste último al saber que a su padre le ilusionaba la idea, trabajó más duro aprendiendo a tocar junto a la deidad. Quería hacerle ese regalo al adulto, pero necesitaba la ayuda del experto. El dios de las artes se maravillaba al ver la sonrisa del arconte del león. Era tan genuina y honesta. Eso lo llevó a interesarse en las cosas que lograban esa expresión en su rostro. Comenzó a regalarle instrumentos relacionados a la marina. Un orgulloso ex almirante como él apreciaba mucho todo lo relacionado al mar incluso una simple brújula lo ponía de buen humor. Aunque no era el único en apreciar cosas sencillas.

¿Puedo quedarme con la cinta roja? —interrogó Sísifo cuando finalmente fue capaz de evadir las flechas disparadas por Artemisa cuando estaba a ciegas.

Es sólo un pedazo de tela sin importancia —señaló la rubia con cierto desdén.

Es un recuerdo de que logré superar tu prueba, maestra —dijo Sísifo con diversión mientras la miraba con una sonrisa.

Suficiente —ordenó ella girando el rostro—. Si tienes tiempo de bromear entonces no estás tan cansado como para aprender la flecha de sombras —afirmó Artemisa para sorpresa y alegría del menor.

Habiendo fortalecido su cuerpo para soportar el cosmos y posteriormente habiendo aprendido su correcto manejo, estaba listo para la flecha de sombras. Los dos requisitos anteriores eran necesarios, pues dependían del poder del usuario para hacerse efectivo. Aquella flecha estaba completamente hecha del cosmos del arquero y debía retener el poder del oponente. Si éste era demasiado fuerte sería capaz de escapar, por lo mismo el arquero debía tener bien pulidas sus habilidades. Apolo había creído que con su objetivo logrado no volvería a ver a León, pero para su grata sorpresa, éste aun quería seguir viéndolo. Incluso sagitario iba a verlos. Con el primero siempre se encontraba a espaldas de los demás dorados para evitar escándalos del hijo del guardián de la quinta casa, pero el segundo seguía buscándolos para competir, mostrarles sus progresos con la lira o incluso contarle de sus hazañas. Lo último era innecesario, pues los dioses gemelos observaban a las mascotas de Atena desde el cielo, pero jamás se lo dijeron a León o Sísifo y les dejaban contar los hechos a su manera.

—¿Qué estás haciendo, hermano? —preguntó Artemisa sacándolo de sus recuerdos.

—Sólo observó cómo le va a mi regalo —respondió ansioso de ver las reacciones de todos cuando lo conocieran.

Pronto los aspirantes que se encontraban practicando con Ganímedes comenzaron a gritar atrayendo la atención de León y Sísifo que corrieron en su dirección cuando se dieron cuenta que no era obra de acuario.

CONTINUARÁ…