Cap 28: Virgo

El primer impulso de León y Sísifo ante los gritos de los aspirantes fue ignorarles. El santo de acuario solía ser rudo hasta para curarlos e incluso a ellos les resultaba imposible no gruñir con dolor cuando les daba tratamiento estando enojado. Sin embargo, al oír "León" entre sus gritos, el mencionado se sintió aludido o llamado. Le tomó un minuto de razonar en silencio antes de darse cuenta de lo que sucedía. El castaño salió corriendo hacia el origen del alboroto con los músculos fasciales apretados al punto de provocar arrugas que lo hacían lucir más viejo de lo que era. Sagitario le seguía de cerca curioso del motivo de llamar a su padre. ¿Tanto los estaba maltratando Ganímedes que le rogarían a León por ayuda? Aceleró el paso para no perder de vista al mayor y al llegar al río vieron a Talos sujetando a Giles por la cintura manteniéndolo lejos del suelo mientras éste hacia lo posible por soltarse.

—¡Déjame, Talos! —exigió el menor removiéndose entre sus brazos—. Es mi oportunidad de ser como Hércules y derrotar a un León.

—Es un cachorro, no creo que debas hacerle nada —mencionó Miles agachándose para colocarse de cuclillas e intentar llamarlo con la mano como si fuera un animal doméstico.

El cachorro de león era del tamaño de un gato adulto, con el pelaje marrón claro y unos ojos pardos brillantes y curiosos. Movía la cola y gruñía intentando atrapar a Giles quien era puesto lejos de su alcance por Talos. Sin embargo, al moverlo de un lado a otro para evitar que el leoncito lo lastimara, más se interesaba el animal por el movimiento pendular del cuerpo del menor. Alzaba la pata delantera con sus instintos naturales de cazador activados. Al ver al niño se le figuraba una presa a la cual atrapar. Aun si no fuera por la necesidad de alimentarse, como buen felino capturar otras criaturas más pequeñas, era parte de su diversión. Talos evitaba lo más posible al felino procurando primero el bienestar de los niños. Debido a que tanto Shanti como Giles intentaban tocarlo. Mas cuando el ladrón se interpuso intentando atrapar al minino, éste lo evitó y retrocedió como si fuera una amenaza.

—¡Tú también aléjate de él! —advirtió el mayor al verle intentar atraer a esa pequeña fiera—. Aunque no sea un adulto no deja de ser un animal salvaje —explicó con preocupación.

Una poco fundamentada, pues el cachorro se alejó rápidamente nada más ver al ladrón intentar acercarse.

—¿Por qué los animales no me quieren? —preguntó Miles retóricamente sin esperar recibir una respuesta, pero la obtuvo.

—Los animales son seres puros y nobles de corazón —habló Shanti con tranquilidad—. No permitirá que un pecador como tú ensucie su cuerpo.

El de cabellos oscuros miró mal al invidente por dicha afirmación. Siempre le habían gustado las mascotas, aun viviendo gran parte de su vida en la calle recordaba que ellos vivían igual que él. Lo único malo es que no podía tener ninguna propia. Aún si se quedaban a su lado buscando caricias, se iba con cualquiera que les ofreciera comida y techo. No les guardaba rencor, sólo estaban buscando mejorar su calidad de vida. Además, eran tiernos y pequeños. Se parecían mucho a los niños; con ojitos llenos de inocencia y constitución corporal suave y menuda. Abrazarlos siempre le daba una sensación de paz. Para su desgracia, el sentimiento no era mutuo. En su mayoría le evitaban nada más verle acercarse. En las calles abundaban perros y gatos, pero la mayoría se comportaban como él: buscaban comida y luego emprendían la retirada rápidamente. Varios ni siquiera le daban la oportunidad de acariciarlos un poco. Y eso lo llevó a preguntarse, ¿qué había de malo en él?

—¿Cómo habrá ingresado un león al santuario? —preguntó Adonis sin atreverse a tocarlo, debido a su miedo de envenenarlo.

Su compañero dorado se hacía la misma pregunta. Incluso antes de la barrera de la diosa Atena, no ingresaban esa clase de animales allí. Y tras una defensa como esa, era imposible el ingreso sin que ella lo supiera. Era bien sabido que varios dioses adoptaban formas animales, especialmente Zeus, cuando quería llegar a sus amantes. Este último pensamiento lo había hecho ilusionarse de que se tratara de algún truco del rey del Olimpo para reunirse con él. No obstante, sus esperanzas se vinieron abajo al oír la voz del guardián de la quinta casa.

—¡Caesar ven aquí! —ordenó León viéndolo con seriedad.

—¿Eh? —preguntó Sísifo viéndolo con extrañeza—. ¿Ese león cachorro es tu mascota?

—Lo llamó por su nombre, es obvio que es suyo —mencionó Ganímedes en un tono gélido.

—Si León no lo quiere yo puedo quedármelo —ofreció el arquero con una sonrisa.

—No —negó su padre.

—Pero mira lo tierno que es. Quiero al gatito —protestó el niño a punto de hacer un berrinche.

—Es un regalo de Apolo —aclaró León con la esperanza de hacerlo desistir de querer tenerlo de mascota.

—Maldición —murmuró sagitario por lo bajo—. Para ser un degenerado sabe elegir regalos.

Contrario a lo que el arconte del león esperaba, el cachorro lo miró al momento de volver a llamarlo. Había girado la cabeza al oír su nombre moviendo sus orejitas dejando en claro que sus oídos funcionaban correctamente, pero en lugar de acercarse, le dio la espalda. El ex almirante frunció las cejas y apretó los labios con molestia. León se acercó unos cuantos pasos y sólo eso bastó para que el felino comenzara a correr de un lado a otro evitándolo lo más posible.

—No huyas, jovencito —rugió León persiguiendo al animal.

—¿Seguro que es suyo? —cuestionó sagitario con una sonrisa burlona en los labios—. Ni siquiera hace caso a sus llamados —señaló el infante riéndose por lo bajo.

—Es como verte a ti cuando ignoras las órdenes de León —señaló acuario con obviedad.

—¿Me estás comparando con ese gato? —interrogó Sísifo mirando con molestia al príncipe de hielo.

Ganímedes ni siquiera respondió a la tonta pregunta. Se limitó a apartarse cuando notó al cachorro corriendo en dirección a ellos. Por supuesto que no avisó nada al distraído arquero y dejó que el animal le saltara encima. Por la falta de preparación el menor terminó en el suelo con Caesar pisándolo dispuesto a huir lo más rápido. El felino tenía intención de seguir su camino como si nada hubiera sucedido, pero Sísifo le sujetó la pata trasera izquierda para evitarlo. Por la fuerza con la que fue jalado el cachorro terminó con el vientre tocando el suelo y las patas delanteras con las garras fuera aferrándose al suelo en un intento por evitar ser arrastrado. El niño de ojos azules sólo lo veía como un gato un poco grande, así que le acarició la panza sintiéndola suave. Como respuesta, Caesar se dio la vuelta dando zarpazos en su dirección causándole varios arañazos. Sagitario se quejó un poco, pero los soportó y continúo frotando su vientre con fuerza.

—¡No es justo! —protestó Giles al ver que sagitario jugaba con el felino—. A él sí le dejan jugar con el gatito.

—Ningún gato salvaje va a desafiarme —se quejó Sísifo mientras le sujetaba del pescuezo para mantenerlo contra el suelo y poder seguir acariciándolo en contra de su voluntad—. ¿Quién es un lindo gatito? —preguntó con burla sin dejar de causarle cosquillas en esa sensible zona.

—¡Sísifo! —gritó León de manera autoritaria para que soltara al cachorro—. Eso es muy peligroso, ¿no ves que es un león no un gato cualquiera? —interrogó con enojo.

—Pero yo quiero jugar con el gatito —protestó el aludido soltándolo.

Caesar aprovechó para alejarse al verse libre, mas seguía cerca del niño de cabellos oscuros siseando y moviendo la cola con enojo. León procuraba dar pasos suaves y precavidos para que no volviera a huir de él. Aun no conseguía que respondiera correctamente a sus órdenes, pero se suponía que si lo entrenaba usando su cosmos pronto sería un compañero de fiar.

—¡Ven aquí, Caesar! —ordenó el guardián de la quinta casa. Sólo para ser ignorado por el animal quien se volvió a abalanzar contra Sísifo.

—Con que esas tenemos, ¿no? —interrogó Sísifo sonriendo al verlo darle la excusa para seguir molestándolo.

Volvieron a enfrascarse en un juego donde el niño intentaba esquivar los zarpazos del felino a su vez que éste hacia todo lo posible por morderle y atraparle con sus patas.

—¡Basta ustedes dos! —gritó León siendo ignorado por ambos.

Los dioses gemelos observaban el espectáculo desde el cielo sin atravesar la barrera impuesta por su hermanita. Para ellos era bastante interesante ver lo que hacían los tontos mortales. Especialmente el dios del sol estaba interesado en ver qué sería de su regalo. Al santo de leo le había preocupado mucho el rechazo por parte del niño, pero acorde a sus predicciones, sí le gustaban los felinos. La diosa de la luna también se encontraba atenta a lo que sucedía con su discípulo. Si tuviera que ser objetiva, el instinto primario de cualquier cazador sería capturar a la bestia y convertirla en su trofeo de caza. Sin embargo, desde que le enseñó la flecha sombras había visto al estafador atrapar la sombra de animales peludos con la única intención de tocarlos. No estaba del todo segura de los criterios del infante a la hora de matar. Había presas a las que les perdonaba la vida y otras a las que les robaba su último aliento sin remordimiento.

—Ahora entiendo el parecido entre ellos —comentó Apolo notando que los "cachorros" de su amado estaban rodando entre gruñidos.

—¿Qué quieres decir? —cuestionó Artemisa sin entender.

—Cuando se lo regalé, primeramente, me rechazó el leoncito —respondió el pelirrojo mientras recordaba cómo llegó a sus manos.

Apolo solía pasar la mayoría de su tiempo con su mirada enfocada en León. No obstante, acorde a su título como Dios del Sol debía ser omnisciente. Lo malo de haber encontrado interesantes a las mascotas de Atena fue el aburrimiento que le provocaba ver a otros mortales. Además, aunque lo negaran, tanto él como sus hermanas, sentían preocupación por los santos. Atena atribuía su vigilancia a su sentido de posesión, esas eran sus mascotas y nadie tenía derecho a tocarlos. Artemisa aseguraba que si Sísifo moría su nombre se vería manchado. Ella lo había entrenado personalmente y le concedió el título de arquero, cosa que ni ella ni Apolo permitieron a Eros usar. Y el pelirrojo insistía en que sentía lujuria por León y de morirse no podría satisfacerse. Repetía que la necrofilia no estaba entre sus fetiches. Cuando no estaban mirándolos sentían un escozor en el pecho. Eso se debía a lo que había observado anteriormente. Cuando no era una criatura monstruosa la que intentaba matarlos, se trataba de las personas que ellos mismos salvaban.

¿Por qué? ¿Por qué Atena permitía ese trato a sus mascotas? ¿Cómo los mortales podían ser tan malvados de intentar dañar a quienes les ayudaban? Habían sido testigos de las tretas sucias de algunos mortales con tal de sacar beneficio de ellos. Sabían bien que intentaron secuestrarlos, sobornarlos y seducirlos para conseguir los secretos del cosmos. Esos actos les hacían fruncir el ceño a los tres dioses, mas no intervenían. Contrariados con sus propios sentimientos. No querían demostrar afecto por esas figuras de barro a las que llamaban humanos, pero el deseo de maldecir a veces los superaba. Ninguno de los santos mencionaba lo que se les intentaba hacer en ocasiones y eso sólo les irritaba más. ¿Por qué no tomaban venganza? Ellos tenían el poder para hacerles pagar las afrentas, pero se contenían y seguían ayudando a quien lo necesitaba. Para calmar un poco ese ardor tan molesto los dioses maldecían a espaldas de los santos. Ellos no necesitaban saber que quienes les quisieron hacer daño estaban pagando sus culpas por intervención divina.

Uno de esos días en los que observaba a la Tierra desde su palacio en los cielos, Apolo había mirado curioso cómo se llevaba a cabo un ritual de parte de los mortales para honrarlo. Para hacerlo habían sacrificado unos leones en un altar. En aquella mesa de piedra estuvo un enorme león cuya melena fue cortada como trofeo y le siguió una leona cuyo corazón fue arrancado. Torció el gesto por semejante barbarie. ¡Qué poco sabían de sus gustos! Los leones le gustaban, el santo con ese nombre le atraía y esa constelación se había vuelto su favorita. Matar a esos animales nobles y valientes le causaba enojo, no regocijo. Descendió desde los cielos y logró rescatar a una cría que chillaba asustada de seguir el mismo destino que sus padres antes que él. Ningún mortal se atrevió a cuestionar la decisión de la deidad cuando se llevó a la cría. Había actuado por impulso y teniendo al cachorro en sus brazos no sabía qué hacer con él, por lo cual decidió dárselo a León.

¿Qué sucede? —preguntó el guardián de la quinta casa llegando al bosque donde fue citado—. Escuché tu voz en el cuervo que se posó en la casa de Leo.

No puedo atravesar la barrera, tenía que ver si estabas bien —explicó pues sabía que Sísifo había usado demasiada fuerza en su ataque.

Estoy recuperado —aseguró el de ojos pardos viéndolo con una sonrisa. Se sentía mucho más aliviado desde que habló con su niño.

Te traje un presente por tu recuperación —aclaró el dios del Sol con una leve sonrisa.

No debiste —susurró con los ojos fijos en el felino.

Deja que el pequeño cachorro atraviese la barrera —pidió Apolo bajando al cachorro al suelo.

¿De dónde lo sacaste? ¿Dónde está su madre? —interrogó el castaño preocupado que fuera una cría separada de su manada por capricho del dios.

Desgraciadamente sólo pude salvarlo a él, ya habían ofrecido a su madre como sacrificio, tuve que manifestarme ahí para que dejaran al cachorro —explicó recordando que ese pequeño quedó solo en el mundo.

Es... adorable —murmuró León cuando el cachorro se le quedó mirando desconfiado.

Para el santo dorado fue un detonante para rememorar el día que conoció a Sísifo. Estaba igual que ese cachorro delante suyo; solo, herido y desconfiado de que pudieran lastimarlo. Lejos de ofenderse por ver al joven león gruñirle y evitarle, le hizo sonreír con nostalgia. Sagitario también se había comportado así al inicio, y aunque no podía decir que actualmente fuera obediente, era alguien bastante dulce cuando quería, así como travieso. Si pudo con él, podría con este pequeño.

Sabía que te gustaría —dijo orgulloso el pelirrojo.

Me agradan las cosas lindas y pequeñas, como Sísifo y este cachorro —expresó León tras poder acercarse al felino, quien dejó que le tocara la cabeza aun alerta de sus intenciones.

Sísifo no creo que... está bien es tu cría si crees que es adorable —concedió Apolo sin intenciones de debatir porque esa noble criatura no se parecía a ese embustero.

Tú también tienes hijos. Me dirás que jamás los has abrazado y notado lo pequeños que se sienten cuando los acurrucas en tu pecho —señaló León recordando que su niño le habló sobre las múltiples amantes con las que el dios delante suyo tuvo descendencia.

El dios Apolo guardó silencio prudentemente meditando su respuesta. Él no tenía cercanía con sus hijos, así como él mismo no la tuvo con su padre. Quizás sonara a excusa, pero no tenía un modelo que seguir. Al menos no uno adecuado. Zeus concebía mucha descendencia y concedía regalos a sus favoritos, al resto los descartaba. Es así como el dios del Sol sólo era relativamente cercano a Asclepio, uno de sus retoños con quien podía compartir las artes de la sanación. No obstante, al ver el trato entre Leo y sagitario, quienes ni siquiera compartían lazos de sangre, se preguntaba si estaba repitiendo los errores generacionales acarreados por el rey del Olimpo. Siguió sin responder y no tuvo que hacerlo debido a que la voz del castaño había roto el mutismo.

¿Qué voy a hacer cuando crezca? Será difícil criarlo en un lugar como este —suspiró el castaño con preocupación por el cachorro.

Podrás educarlo para que sólo este en la casa de Leo, usa el cosmos para ello, los animales reaccionan más favorablemente a eso que a las tácticas de amaestramiento —sugirió la deidad usando su propio cosmos para que el animal bajara la cabeza en sumisión como muestra.

A Sísifo no le va a gustar.

No creo, seguro le gustan los gatos —dijo más que nada con el fin de convencerlo, pues carecía de pruebas para afirmar aquello.

Si sabe que es tuyo seguro se molesta.

¿Tú confías en él no? ¿Lo crees capaz de maltratar a este pequeño por su odio a mí? —interrogó el pelirrojo viendo al mortal fijamente.

Finalmente, con esas palabras León terminó de aceptar el regalo del dios. Aun así, prefirió mantenerlo en secreto. Primero, necesitaba encontrar una manera de explicar ese regalo a su niño. Segundo, un momento para hacerlo. Y tercero, debería tener a ese cachorro amaestrado o podría ser peligroso para su hijo... y los demás. Si bien cuidaba del animal, lo mantenía en el bosque atado fuertemente a un árbol y lo dejaba estar libre cuando él podía vigilar a donde iba. Usaba su cosmos para intentar amaestrarlo, pero lo máximo que conseguía era sentir aquella sensación que tenía con su hijo. Esa especie de presentimiento que le decía si estaba cerca y que no podía atribuirle al cosmos.

—Qué mal carácter, pero tengo experiencia con los de tu clase. ¡Cálmate ya! —ordenó el santo de Leo al felino sujetándolo del pescuezo con la mano izquierda—. Tú también, Sísifo —habló mirando a su niño con enojo mientras también lo sujetaba por la nuca usando la mano derecha.

—Pobre gatito seguro se siente maltratado —comentó el arconte del centauro.

—A ti te doy el mismo trato, ¿te sientes maltratado? —interrogó León

—Es dife... —se interrumpió el niño dándose cuenta de algo—. Momento, ¿me tratas igual que a un animal salvaje?

Desde el cielo los dioses gemelos rieron por lo despistado que era. León lo había alzado igual que al cachorro que tenía enfrente y recién notaba que recibía el mismo trato. Al pelirrojo le encantaba cuando dorado del felino sacaba su lado paternal por la manera en que sus ojos brillaban con cariño. Eso lo llevaba a preguntarse, ¿cómo sería tener a alguien que le mirara de esa manera? ¿Algún día él tendría ese afecto de parte del castaño? Ante esos pensamientos suspiró enamorado, causando extrañeza en su hermana. La rubia lo miró con una sonrisa burlona mientras le daba un golpe con el codo sacándolo de su ensoñación. Rápidamente las mejillas de Apolo se tornaron ligeramente sonrosadas por la vergüenza causando que la expresión de diversión de la cazadora se acentuara incluso más. Como dioses siempre se mantenían estoicos y perfectos, este tipo de reacciones humanas eran motivo de burla entre inmortales. Sin embargo, el motivo de la gracia de Artemisa no se encaminaba por ese lado, sino porque eran hermanos. Si había algo común entre gemelos tan unidos como ellos, eran las ganas de molestarse mutuamente siempre que se diera la oportunidad.

Sísifo trae a los aspirantes al coliseo —ordenó la diosa Atena a través del cosmos.

—¿Por qué quieres eso? Ahora venía mi turno de dar clases —protestó en voz alta sin darse cuenta.

Esas palabras dichas a la nada en ocasiones lo hacían parecer demente. No obstante, era sabido por los aspirantes que el cosmos permitía comunicarse telepáticamente. Aun así, era algo difícil acostumbrarse a eso cuando no eran participes. De momento, sólo les quedaba confiar en lo que dijera el ángel de Atena que la diosa ordenaba. Esto último molestaba a Sísifo. Le hacía sentir aún más usado de lo normal, cuando la deidad bien podía usar su cosmos y hablarles a todos directamente como hizo algunas veces en el pasado. ¡Maldita caprichosa!

Precisamente tú enseñas sobre mitos, así que pensé en aprovechar para presentar las armaduras mientras tú explicas los mitos que les dieron origen —explicó la diosa.

—Pero si la mayoría se tratan de historias de con quién copuló el idiota de Zeus —blasfemó sagitario con desdén.

¡Tú sólo hazlo!

—Pequeña bruja mandona —insultó Sísifo mordiéndose los labios antes de dirigirse a los aspirantes—. ¡Vístanse que debemos dirigirnos al coliseo! Atena nos espera ahí.

Los hombres allí presentes comenzaron a buscar sus ropas para vestirse rápidamente pese a tener el cuerpo mojado. Al menos, ya no tendrían que seguir congelándose por el cosmos del santo de acuario, quien dicho sea de paso se había apartado de la vista de todos. Adonis se había alejado cuando sus flores blancas se tornaron rojizas indicando que se habían saturado de veneno, perdiendo su capacidad purificadora. Así que mientras todos estaban distraídos con el león cachorro el ex copero de los dioses se ocultó lejos.

No quería ver a nadie en esos momentos. Se sentía envidioso y olvidado. La diosa Afrodita había vuelto en el pasado a reclamar a Adonis jurando no rendirse ni por tener de oponentes a tres dioses. A León lo protegía y cortejaba Apolo. Apareciendo incluso si se le dañaba por accidente. Mientras que Zeus, no se había manifestado ni cuando la diosa del amor casi lo asesinaba. Y de Sísifo no quería hablar. Ese estafador de alguna manera había logrado el aprecio de algunos dioses. Pero ¿y él? ¿Nadie lo quería? ¿Alguien daría la cara por él? Se sentó en el suelo apoyando su espalda en el tronco de un árbol cerrando los ojos para retener las lágrimas que querían surgir de sólo pensar en que Zeus quizás no lo amaba como siempre juró.

—Oye, ¿estás bien? —preguntó Miles asomando la cabeza del otro lado del tronco.

—¿No oíste la orden del ángel de Atena? —preguntó murmurando ese ápodo con veneno—. Debes darte prisa e ir al coliseo junto a los demás —mencionó con frialdad.

—Iba a irme, pero te vi escapando y quería saber si estabas bien —dijo el ex prostituto viéndole con preocupación—. Pareces triste o quizás melancólico.

—Déjame solo —ordenó Ganímedes volteando el rostro para no verle.

—Es verdad que debo seguir a los demás, pero antes... —dijo mientras le sujetaba las manos al santo de hielo y le ofrecía un clavel blanco—. Sé que no se compara a un regalo hecho por dioses como el que le dieron a Kaiser...

—Se llama León —corrigió el guardián de la onceava casa intentando desviar la atención.

—Es lo mismo —habló sin darle mucha importancia mientras le sonreía cálidamente—. Hablaba en serio cuando dije que me gustas y cuando sea un santo podré hacer muchas cosas que ahora no. Tal vez no esté listo para ser el héroe que necesites, pero puedo ser el compañero que esté a tu lado cuando te sientas solo —declaró sin apartar la mirada.

—No hay garantías de que te conviertas en un santo.

—Tengo confianza en que lo conseguiré. Además, tengo motivos para esforzarme y demostrar que mi guapo maestro entreno al futuro santo dorado más temido de todos los tiempos —prometió Miles soltando sus manos antes de alejarse un poco—. Ahora tengo que irme, pero no vuelvas a poner esa cara de tristeza. Eres mucho más bello cuando sonríes —elevó un poco la voz mientras se iba alejando.

—Idiota.

Ganimedes se quedó un largo rato observando en dirección al aspirante. Vio su espalda perdiéndose en el bosque lejos de él y sólo cuando estuvo seguro de que nadie lo veía se dedicó a la flor regalada.

—La flor de los dioses ¿eh? ¿Siquiera sabes lo que me diste? —preguntó al aire a sabiendas de su soledad, pero con una sonrisa tenue en los labios.

Permaneció allí sentado disfrutando del aroma de su regalo con los ojos cerrados mientras las voces de los demás desaparecían por completo a la distancia. Los aspirantes siguieron a sagitario hasta aquel lugar que tantos recuerdos estaba acumulando. Para su desgracia ninguno bueno de momento. Al llegar, la diosa de la guerra los estaba esperando con ocho cajas doradas delante de ella.

—Bienvenidos —saludó Atena con una sonrisa indescifrable—. Pensé en asistir a mi pequeño y dulce ángel en su clase aprovechando para presentar sus futuras armaduras —explicó de una manera tan melosa que para muchos podría sonar dulce, pero sagitario sabía que se estaba desquitando por decirle bruja.

El problema de que hablara de esa forma es que generaba claras envidias y enemigos deseosos de su puesto. Hacer destacar un favoritismo a uno de sus santos aumentaba la presión sobre su persona y esa bruja sádica lo disfrutaba. Lo que más deseaba era dejar el maldito puesto a su lado y ser libre, pero tampoco podría retirarse si le debía dar el gusto a alguien engreído y molesto que se sintiera superior a él. Al pensar en esa posibilidad, observó disimuladamente al semidiós que pretendía chantajearlo. ¡Jamás se iría dándole la satisfacción de haberle ordenado u obligado! Apartó la mirada del aspirante de géminis para apresurar su clase. Si terminaba rápido podría ir a jugar con el gatito.

—La constelación de Aries corresponde al carnero —habló Sísifo colocándose delante de la primera armadura—. Devoto de la reina Néfele y sus hijos, montó a los herederos en su espalda y comenzó a viajar por los cielos lejos de las garras de Ino. Lamentablemente, sobrevolando un manto de agua, Hele resbaló y cayó al agua, donde murió. Frixo, por el contrario, llegó a refugiarse en las costas al este del Mar Negro. El príncipe, en señal de agradecimiento, sacrificó al carnero en honor a Zeus y le obsequió la lana dorada al rey, quien la colocó en un lugar sagrado custodiado celosamente por un horrible dragón que nunca duerme.

—De donde Jasón y los argonautas rescatamos el vellocino de oro —agregó Pólux sin poder contenerse al oír esa historia que le traía recuerdos.

—Es así como Zeus inmortalizó al carnero por su coraje ordenando las estrellas en la constelación de Aries —concluyó Sísifo ignorando el agregado.

Algunos de los aspirantes se voltearon hacia los gemelos pidiendo detalles acerca de esas aventuras. Ante lo cual, el semidios le dedicó una sonrisa presumida al arquero. Se sentía confiado y orgulloso de sus logros. Además, bien sabía que sus hazañas eran motivo de alabanza, contrario a la infamia del estafador de dioses.

—El siguiente es tauro —dijo Sísifo señalando la caja con desagrado mientras procedía a explicar el mito que le correspondía—. Zeus se disfrazó de un toro blanco de nieve con colmillos de nácar para ganar el corazón de Europa. Aunque él la amaba, Zeus sabía que su apariencia asustaría a la princesa. Por eso decidió ir a verla disfrazado. Europa vio al toro un día cuando estaba en la orilla del agua. Destacó entre los demás del rebaño de su padre. Al acercarse a la criatura, se arrodilló ante ella. El toro permitió que la princesa se subiera a su espalda. Una vez que ella hizo esto, se puso en pie de un salto y comenzó a caminar hacia el mar. Tan pronto como el toro llegó a la playa, corrió hacia el agua. Era demasiado tarde para que la princesa bajara. Zeus la llevó a la isla de Creta donde volvió a su forma original. Él sedujo a Europa, e hizo a la princesa su amante. Le dijo que toda la tierra hasta donde ella podía ver le pertenecía ahora.

—La tercera es géminis —mencionó la diosa Atena con calma.

—Con gusto yo explico esa —ofreció Pólux con vanidad sabiendo a la perfección que esa constelación existía por y para él.

—¿Para qué? —interrogó sagitario interrumpiendo con disgusto—. Si se resume a lo mismo de siempre; Zeus se convirtió en un animal, esta vez un cisne, eligió a una mujer que usó para satisfacerse carnalmente, la embarazó y de ahí le salió un pollito malcriado al que le dio una constelación porque sí.

—Fue por mis hazañas —contradijo el semidios claramente ofendido por sus palabras.

—¿Secuestrar mujeres y forzarlas cuenta como hazaña? Digno hijo de tu papi —mencionó el niño con sus ojos azules viéndolo con reproche.

—Cuida lo que dices, estafador —advirtió el gemelo mayor devolviéndole la fiera mirada.

—La siguiente es cáncer —habló la diosa de la guerra para romper esa tensión entre su familiar y su santo—. El cangrejo que vemos representado en el cielo es en realidad el cangrejo gigante que la diosa Hera envió contra Hércules mientras este estaba luchando contra la peligrosísima hidra de Lerna. La diosa protegía a la terrible hidra y por eso le envió al cangrejo gigante para ayudarla, este logró morder a Hércules en el pie, pero al final el héroe consiguió aplastarle con gran furia. Finalmente, Hera recompensó la acción del cangrejo colocándole en el cielo como el signo de Cáncer.

—La siguiente en realidad es la que la constelación que le pertenece a mi padre —anunció con orgullo Sísifo inflando su pecho—. Hera fue la que rogó al Tártaro y a Gaia que crearan Tifón. Este último es el padre del león. Recibió su nombre después de que la diosa lo enviara a Nemea a vivir. Ella hizo esto porque estaba enfadada con Zeus. Nemea era el lugar donde se encontraba el santuario de Zeus. Con el león indestructible allí, era casi imposible que alguien fuera a adorar a Zeus. Hera se sintió culpable de que el león fuera cazado y asesinado por Hércules. Por eso decidió dejar que el león de Nemea viviera entre las estrellas.

—Esta es la armadura de virgo —señaló Atena notando como el niño invidente se acercaba lentamente más cerca de la caja—. Es la representación de Astrea, una titánide, hija de Zeus y Temis, quien era la diosa virgen que llevaba los rayos de Zeus en sus brazos y representaba la justicia humana frente a su madre que representaba la divina.

Al oír ese nombre, el niño ciego se perdió en sus pensamientos. Dejó de prestarle atención a los murmullos de los aspirantes, así como a las preguntas que hacían respecto a las constelaciones de los dorados. Había varias cuestiones previsibles, sobre cómo les afectaban las estrellas, si ellas les daban sus técnicas características. Habían aprovechado la pausa que realizó la diosa para que despejaran sus dudas. También inició otra discusión entre el aspirante de géminis y sagitario. Todo eso carecía de importancia al recordar su conversación con la diosa Temis sobre su destino.

Desde que había nacido careció del sentido de la vista. No era capaz de conocer los rostros de las personas que le dieron la vida, los colores estaban más allá de su imaginación y todo lo que conocía a través de sus inútiles ojos era la oscuridad. Llegó a aborrecerse así mismo por no ser normal. Solía llorar cuando oía a otros niños exclamar fascinados sobre la belleza de las estrellas, las cosas bonitas y demás experiencias visuales. Quizás habían sido sus constantes tropiezos y problemas causados por la ceguera lo que orilló a sus padres a dejarlo en un templo budista a la corta edad de seis años. Sin una mano guía no sabría cómo volver a su "hogar", pero ¿valdría la pena volver?

Desconocía el rostro de sus padres y en esos momentos estaba agradecido con ello porque los odiaba. Esos desgraciados lo botaron como basura hartos de cuidarle. Para su suerte, los monjes tenían la filosofía de ayudar a quien lo necesitara. Fue bienvenido por ellos y jamás nadie le juzgó por su ceguera. Le curaban cuando hacía falta y le alimentaban no sólo físicamente, sino espiritualmente. Gracias a ello, tras años de meditación había ocurrido lo que llamó un milagro.

¿Quién eres tú? —preguntó Shanti cuando, por extraño que pareciera, vio a una mujer delante suyo.

Al fin eres capaz de verme y escucharme —habló ella con una voz pacífica y amable—. Mi nombre es Temis.

¿Eres tú quién me hablaba en murmullos? —interrogó cauteloso y hasta algo temeroso.

Varias veces he intentado hablarte, pero tu cosmos te hace susceptible a varias deidades, especialmente cuando te pones a meditar. Por eso lo oyes como si fueran murmullos —explicó la diosa con paciencia.

¿Por qué yo? ¿Por qué hablarle a un niño ciego e inútil como yo? —preguntó el pequeño con una mueca de dolor—. A mí que todos ignoran y soy de quien hasta sus padres se hartaron. ¿Qué puede hacer que una diosa como tú se fije en mi humilde existencia?

Tienes un destino brillante por delante y me gustaría guiarte para que consigas grandes proezas —explicó Temis sonriendo calmadamente—. Actualmente, no puedo intervenir de manera directa porque ya no estoy casada con el rey del Olimpo.

¿Cómo fueron los tiempos en que estuvo casada con Zeus? –preguntó con la cabeza baja en muestra de respeto.

Fueron tiempos gloriosos, donde la Justicia y el Orden reinaban sobre la Humanidad. Si algo tengo que reconocer de Zeus es que es un Dios muy poderoso y generalmente tiene buenas intenciones. No es malvado y en esos tiempos él consideraba a la Justicia algo muy importante para cimentar las bases de su reinado.

¿Tú lo amabas? —interrogó de manera curiosa al oírla hablar con tal admiración.

Ja, ja, ja. Claro que no, yo sólo amo a la justicia y cuando Zeus me pidió que me casara con él, vi la oportunidad perfecta para que la justicia reinara en el mundo. Al principio todo era bueno, él se portaba muy bien conmigo. Era muy atento y caballeroso. Los años pasaron y nacieron nuestras hijas; Talo Hora de la primavera, Auxo Hora del Verano, Carpo Hora Del Otoño, Ferusa Hora del Sustento, Euporia Hora de la Abundancia, Ortosia Hora de la Prosperidad, Dice Hora de la Justicia, Eunomia Hora de la Ley y el Orden, Irene Hora de la Paz, Astrea Hora de la Inocencia, La Pureza y la Equidad.

Si todo era tan bueno, ¿por qué te separaste de él? —preguntó sin entender.

Bueno, en aquella época, Zeus ya había vencido a Cronos, pero aún quedaban muchos titanes causando problemas por el mundo. Así que Zeus y mi hija menor, Astrea, los cazaban para aniquilarlos. Ella era la hija consentida de Zeus. Incluso le permitía usar sus rayos. Era tan hermosa como poderosa, justa y bondadosa. Se podría decir que era la más noble princesa del Olimpo. Ella en compañía de sus nueve hermanas ayudaron a Zeus a encerrar a los Gigantes en el Tártaro, para evitar que en un futuro se volvieran un problema. Sin embargo, una vez que Zeus sometió a todos los Titanes y Gigantes, tomó una decisión radical, que hizo que Astrea se volviera loca. Él decidió acabar con la humanidad de la Edad de Oro, esa que había sido creada por mis padres, Urano y Gea, esos mismos humanos luego fueron moldeados y mejorados por Cronos y Rea, para ser criaturas perfectas.

¿Cómo era la Humanidad en esos tiempos?

Eran humanos fuertes, no conocían el dolor, ni la enfermedad. Eran respetuosos, con valores y principios muy bien fundamentados. Todos se ayudaban entre sí y tenían nobles sentimientos. Ellos jamás rompieron ninguna de las leyes impuestas por mí. Eran tan buenos que estaban muy cerca de volverse divinos como los dioses y por eso Zeus decidió aniquilarlos. De un día para otro fulminó a todos los mortales creados por Cronos, según él tenían que ser exterminados y así fue. Mi pequeña hija Astrea sufrió tanto… le dolía tanto no haber podido impedir la acción de su padre, que decidió volverse mortal y morir junto con toda la Humanidad para darle una lección a Zeus y que por fin supiera lo que era perder a alguien importante. Su hermana siguió sus pasos e hizo lo mismo que ella. Al Rey de los Dioses le dolió mucho la muerte de sus hijas Astrea y Dice. Lloró por tres noches y hasta ese momento ellas eran sus hijas favoritas. Él se sentía tan culpable que uso gran parte de su poder para convertir sus almas, en las constelaciones de virgo y Libra.

Entonces, ¿tu hija Astrea fue la primera diosa en morir? ¿Acaso fue por eso por lo que lo dejaste?

No creo que ella fuera la primera diosa en morir. La anterior esposa de Zeus ya había desaparecido antes. Yo lo dejé por muchas cosas: Arrasó con toda la Humanidad de Cronos, fue en parte culpable de la muerte de mis hijas Astrea y Dice, ordenó a Prometeo y Epimeteo que crearan una nueva Humanidad, pero que esta vez los hicieran más salvajes e inferiores, más frágiles y con una vida más corta. Estos nuevos seres eran menos respetuosos de las leyes. Zeus empezó a escuchar rumores sobre la existencia de Afrodita y se comenzó a obsesionar con encontrarla, mas nunca dábamos con su ubicación y eso lo ponía de muy mal humor. En su ausencia, yo comencé a investigar un poco más sobre él con algunos Oráculos y descubrí cosas que no me gustaron. No estoy muy segura, pero creo que él mató a su primera esposa "Metis" quien estaba embarazada de gemelos. Así que comencé a tener miedo por mi seguridad y la de mis hijas. Tal vez nosotras seríamos las siguientes. Así que, tenía que ser lo más cautelosa posible. Hablé con él tranquilamente y llegamos a un arreglo en buenos términos; Yo dejaría de ser la Reina del Olimpo y me retiraría humildemente a mi Templo de la Justicia junto al palacio de la Guerra, donde tendría una vida tranquila a lado de mis hijas y todos mis aprendices.

¿Alguna vez te has arrepentido de dejar de ser la reina?

¡Jamás! Ahora soy libre, hago lo que quiero, soy dueña de mi propia vida, voy a donde quiera. Con Zeus casado con Hera yo no tengo que preocuparme de que me vuelva a buscar.

Si estás junto al templo de la guerra, ¿eres aliada de Atena? —interrogó Shanti.

Oh no, mi niño. Estoy junto a Ares.

Si eres la diosa de la justicia, ¿por qué estarías del lado del dios de la guerra sangrienta?

Porque Atena es una diosa que pelea por orgullo. Ares es muchas cosas, pero si debo reconocerle una virtud es que al menos no es alguien que use artimañas como su hermana. Él siempre combate de frente haciendo honor a su título como dios del Valor.

¿Mi destino está junto a Ares acaso? —interrogó Shanti asustado de que la diosa quisiera ofrecerlo como sacrificio o algo similar.

No voy a sacrificarte —dijo ella sabiendo de sus inquietudes gracias a sus dones—. Atena ha sacado del Tártaro al estafador de dioses y planean tomar el control de la Tierra.

¡Eso es horrible! —exclamó el niño asustado. No sabía mucho de los implicados, pero si querían apoderarse del mundo no podían ser buenas personas.

No es necesariamente malo —aclaró la diosa acariciando la mejilla del niño—. Escucha, hay un hombre que está logrando sacar el lado bueno del estafador, pero es igual de orgulloso que Atena. Si ellos se dejan guiar por el camino de la justicia, al momento de gobernar la tierra los tiempos de gloria para la humanidad volverán.

¿Y qué tengo que ver con ellos?

Aun nada, pero con mi guía, te volverás en la persona que ilumine sus caminos. Ese es tu destino.

Luego de aquella epifanía, fiel a su palabra la antigua reina del Olimpo lo guio hacia la ciudad donde conocería a Sísifo. Durante todas sus travesías había sido guiado por la diosa. Él lo sabía. Tenía la certeza de que la armadura de virgo era suya, tanto como la de acuario era de Ganímedes, la de piscis de Adonis y la de géminis para Pólux. Pues sí, él ya sabía la identidad de todos ellos e incluso algunos cuantos secretos de los demás aspirantes. Temis no había escatimado en esfuerzos para convertirlo en el santo de la justicia de la orden dorada de la diosa Atena y respondería correctamente a sus esperanzas.

—Hoy cumpliré con el destino que los dioses prepararon para mí —susurró Shanti.

El niño caminó directamente hacia la caja de pandora de virgo ante las miradas sorprendidas de sus compañeros y la atenta observación de la diosa Atena, antes de jalar la cadena para liberar la armadura de la virgen.

Continuará...