Cap 30: Una traición, una reconciliación

El camino a través de las nueve casas anteriores le parecía corto en retrospectiva. Comparado a la silenciosa travesía de la casa de sagitario a capricornio, las decenas de escalones de piedras le parecían nada. Cada paso lo daba con aplomo y casi como si no quisiera llegar a su destino, pese a ser todo lo contrario. ¡No había nada que ansiara más que llegar a la casa de piscis! Pero no se atrevía a correr con sagitario allí. El niño naturalmente daba pasos cortos por el largo de sus piernas y no iba demasiado rápido para no derramar el agua fresca en la jarra que tenía sobre la bandeja junto a los demás alimentos. Miles no tenía más remedio que ir a su ritmo. Ya había sido advertido de que si daba un paso en falso sería ejecutado y no lo podría a prueba. Su suerte no podía ser lo suficientemente grande como para ser perdonado por segunda vez. Suficiente piedad consiguió cuando no lo asesinó por meterse a su casa sin permiso. Además, sería abusar de su amabilidad, le estaba haciendo un enorme favor al acompañarlo para que Adonis lo oyera. Por todo lo anterior, el ladrón guardó silencio.

Por su lado, Sísifo también quería llegar rápido. Se estaba aburriendo con esa ramera. Había creído que sería más divertido pasar el tiempo con él. Lo había visto molestar a Ganímedes en sus ratos libres y a León durante las clases, —a las cuales debía asistir para mantener la forma y todo eso—, pero ahora que estaban a solas ¿por qué se comportaba tan callado? Con los otros dorados no era tan silencioso. Hizo un puchero al sentirse discriminado. ¿Tenía algo de malo? ¿Le habría dejado demasiado asustado por su amenaza anterior? Sólo debería ser un problema si quería hacerle algo raro a Adonis. De ser alguien con intenciones puras no le haría nada malo. Bostezó con aburrimiento deseando llegar lo más pronto posible para cumplir su tarea e irse a jugar al bosque. De repente, —en medio de sus divagaciones intentando distraer su mente para hacer la caminata más amena—, recordó que Miles dijo ser un ero... ero... ¿qué era lo que dijo? Ganímedes le dijo que esos eran como rameras, y los marineros también lo eran. Entonces si todos eran lo mismo, significaba que podría responderle el asunto que su padre venía evitando desde hace tantos días.

—Oye, ¿tú eres una ramera no? —cuestionó Sísifo mirándole curioso.

—Yo era un erómeno, supongo que se me puede decir ramera —respondió Miles sorprendido de que eso fuera lo primero que le dijera tras un largo silencio—. ¿Acaso es un problema para ti? —interrogó entre asustado y enojado.

Sabía que era peligroso responderle e incluso no podría hacerle nada por mucho que quisiera. Pese a que no le dijo nada aquel día en el comedor, no estaba seguro de la opinión que podría tener el ángel de Atena respecto a quienes llevaban ese tipo de profesión.

—No realmente, Adonis y Ganímedes fueron rameras también antes de ser santos y creo que León también cuando fue marinero —dijo con expresión contrariada intentando encontrar las palabras con las cuales expresarse—. Quería preguntarte si sabes qué hacen los marineros.

—¿A qué te refieres con qué hacen? —cuestionó el mayor buscando entender su razonamiento.

—Sí, es que León no me quiere explicar de sus aventuras en alta mar. Supongo que se sentía solito y por eso se hizo ramera, pero no entiendo por qué Pólux le molesta con eso si él también fue una ramera marina.

El ladrón lo observó largamente en silencio. Esos ojos azules lo miraban brillantes y curiosos. En esos momentos sólo podía pensar que a pesar de su poder en batalla no dejaba de ser un niño. Y por lo mencionado seguía dándole vueltas al asunto mencionado por el pervertido semidiós. Entendía que para cualquier padre era complicado hablar de ese tipo de temas lascivos con los más jóvenes, pero algunas nociones deberían darle a ese pequeño. Cualquier persona podría tomar ventaja de esa ingenuidad, comenzando por el aspirante de géminis a quien notaba demasiado interesado en el pequeño azabache. No parecía ser demasiado difícil convencerle de hacer algo tonto. Es más, había oído a León y Ganímedes regañar al menor por irse con adultos que le ofrecían dulces sin siquiera cuestionar sus intenciones. Imaginaba que el semidiós sólo debería usar su curiosidad por saber sobre los marineros para llevárselo a la cama y luego podría poner alguna excusa de que eso hacían los verdaderos hombres o algo similar para guardar el secreto.

—No creo que tu padre o Pólux cobraran para tener "momentos felices" con sus compañeros de altamar —habló Miles comenzando por aclarar una de las cosas básicas—. Las rameras somos personas que vendemos nuestros cuerpos a cambio de dinero, ¿entiendes?

—Pero mi maestra dice que quienes yacen en muchos lechos son rameras—comentó Sísifo.

—Tu maestra es una idiota prejuiciosa —respondió Miles sin pensar.

Existían demasiadas personas con ese tipo de mentalidad cerrada. Siempre juzgándolos como si fueran objetos o seres inhumanos que no merecían respeto sólo por el tipo de profesión que les tocó ejercer para sobrevivir. Eran ellos quienes envenenaban a los niños para que crecieran siendo hipócritas que se creían dueños de la verdad. Y en caso de no cobrar, ¿qué tenía de malo estar con muchas personas? Mientras no se les engañara o mintiera, ¿qué tenía de malo tener una vida sexual activa?

—Artemisa es algo estricta respecto a ese asunto. Creo que es por su rivalidad y odio hacia Afrodita y viceversa —razonó sagitario meditando sobre porqué su maestra juzgaba con crudeza a todos menos a su degenerado hermano gemelo.

—¡¿Artemisa?! —gritó el ladrón asustado y escandalizado—. ¡Dime que no hablas de la diosa de la luna!

—Sí, ella me enseñó todo sobre la arquería y cómo manejar mi cosmos —reveló el más joven con tranquilidad.

El aspirante a caballero se quiso golpear la cabeza contra el suelo por su comentario anterior. ¡¿Cómo se le ocurrió hablar descuidadamente?! Se había dejado llevar por su molestia sobre los prejuicios a los que debería de estar más que acostumbrado y cometió una gran blasfemia contra una de las diosas menos tolerantes del mundo. Pero ¡¿cómo iba a saber que quien le enseñó a sagitario fue aquella diosa?! Es verdad que oyó que salía a cazar junto a ella, pero ¿su maestro no era Apolo? Bueno, si él le había dado lecciones tenía sentido que ella también, pues los gemelos parecían ser unidos sin importar su origen. Pólux y Castor lo eran y se rumoreaba que en los cielos Apolo y Artemisa siempre estaban juntos, así como Thanatos e Hypnos en el inframundo. Esperaba no haberse ganado una maldición de parte de ella o su hermano. Ya comprobó que Apolo era capaz de aparecerse si era necesario.

—¿Es ella quien te dijo que las rameras no se venden por dinero? —interrogó de manera cautelosa pensando en cómo redirigir esa conversación para no quedar tan mal.

—Ella dice que Adonis es una ramera porque vendía su cuerpo a cambio de favores —respondió de manera ingenua—. ¿No es eso? Si usas tu cuerpo para obtener beneficios a cambio de placer sexual, eres una ramera, ¿no?

—Yo creo que... —habló Miles de manera lenta buscando evitar hablar demás, pues no se atrevía a cuestionar lo que Artemisa le hubiera enseñado a su discípulo—. ¡Oh mira! —exclamó señalando al frente—. Llegamos a la casa de capricornio —señaló distrayendo al menor.

El ladrón rogaba internamente por llegar pronto a piscis. Si no se equivocaba luego de capricornio seguía acuario y finalmente piscis. Se contuvo de gruñir con molestia contra el arquero por no advertirle de sus conocidos. Hablaba de los dioses como si fueran simples mortales y eso le hacía bajar la guardia y no guardar el respeto debido. Aunque ya debería estar acostumbrado. Abiertamente sagitario expresó asco por el rey del Olimpo y a la diosa Atena le decía "pequeña bruja". Puede que con él tuvieran consideraciones especiales por las cuales era libre de expresarse de esa manera, pero el resto de los mortales no. Mientras Miles se preparaba mentalmente para buscar el perdón de Artemisa mediante alguna ofrenda o rezo, Sísifo intentaba entender la molestia del otro. Llamó idiota prejuiciosa a Artemisa por su razonamiento de que las rameras usaban sus cuerpos como moneda de cambio. Y él no lo negaría. Después de todo incluso había hablado mal de Adonis, al igual que Apolo, diciendo que su amigo se divertía durante su secuestro. Entonces a qué se debía el cambio de tema. ¿Tendría miedo de él todavía o pensaba que era un devoto irracional que defendería el nombre de los dioses?

—Aun no me respondes lo de los marineros y hasta me confundes sobre lo que es una ramera —protestó Sísifo haciendo un puchero—. Acláreme eso o me enojaré —amenazó.

—Bien, ¿qué entiendes por ramera? —preguntó Miles algo nervioso por el miedo de volver a meter la pata y también tenía un enojo implícito por ser amenazado por un niño.

—Es una persona que se ofrece para que se la metan a cambio de algo, como oro, favores y otras cosas —respondió el menor mirándolo fijamente mientras atravesaban la vacía décima casa—. También les dicen así a los que tienen muchos hombres haciéndoles cosas sucias. Artemisa y Atena dicen que Afrodita es una ramera porque tuvo muchos amantes.

—¿Te desagradan las personas que tienen muchos amantes? —cuestionó el ex eromeno queriendo librarse de la parte de esa conversación que lo volvería un blasfemo.

—Generalmente no, pero Afrodita sí —dijo con remarcado veneno en sus palabras—. ¿Recuerdas los mitos de los cuales hablé en mis clases? Hay varios que la incluyen a ella.

—Sí, conozco algunos por los cantares. Son famosos entre las rameras porque ella es la diosa a la que les rezamos generalmente —explicó Miles haciendo memoria de dichos mitos—. Aunque según las historias que rondan entre nosotros, ella crio a su amado príncipe Adonis y lloró mucho su muerte. Tanto lo amó que lo llevó a vivir al Olimpo como un inmortal —relató ilusionado por la buena vida que obtuvo aquel mítico hombre—. Y nuestro Adonis es tan guapo como el de la leyenda, incluso puede que más —elogió el mayor pensado en lo curioso que era que compartieran nombre.

Miles conocía aquellas famosas historias donde los dioses se enamoraban perdidamente de algún mortal de belleza inigualable y les otorgaba una vida llena de lujos. Adonis era uno de los más famosos al igual que lo era el del copero de los dioses con Zeus. Ganímedes tenía incluso una constelación hecha en su honor de la mano del mismísimo rey del Olimpo. Lo único que le hacía un poco de ruido eran las edades de los protagonistas de dichas historias. Pues se contaba que Adonis fue literalmente criado por la diosa del amor, mientras que Zeus se llevó a Ganímedes cuando éste todavía estaba próximo a realizar su ceremonia de mayoría de edad. Entonces eran algo jóvenes, pero dada la vida que les aguardaba junto a los seres inmortales no le parecía tan malo. Además, incluso si los protagonistas de aquellos relatos tuvieran cien años, para las deidades que existían desde hacía miles, no dejarían de ser unos bebés.

—Si pretendes pedirle perdón a Adonis evita hablar de Afrodita o ese mito en su presencia —advirtió sagitario conteniendo sus ganas de despotricar para no hablar demás—. Confía en mí y evita ese tema con él. También lo del copero de los dioses con Ganímedes. Se pone algo sensible cuando se le habla del asqueroso de Zeus —insultó apretando la bandeja entre sus manos haciendo que sus nudillos se vieran blancos.

Esa frase había tenido el efecto contrario en el aspirante a santo. Además, el rostro del niño era lo suficientemente expresivo como para no necesitar palabras. Como decía el refrán "al buen entendedor pocas palabras". Si bien no tenía la certeza de que los santos de acuario y piscis fueran los mismos famosos amantes inmortales de los dioses, sus sospechas estaban allí. En especial si tomaba en cuenta el consejo de no mencionar aquellos dioses en específico. Guardó silencio pensando si debería decir algo más al respecto, pero prefirió no hacerlo. Él mismo sabía bien lo que era guardar secretos. No solía hablar sobre cómo se inició como prostituto por estar cansado de la lástima. Era denigrante ser visto de menos, como un inválido, alguien a quien ver como un inútil al que se debía dar algunas migajas de atención y palabras de consuelo completamente vacías. No importaba cuanto repitiera que había dejado el asunto atrás y que lo había superado, existían personas con buenas intenciones que tocaban esa llaga accidentalmente en sus intentos por "curarlo". Y luego estaban los malintencionados que usaban esas debilidades en su contra. Por lo mismo, su pasado estaba mejor guardado en secreto.

—Sólo falta la casa de Ganímedes y estaremos con Adonis —anunció Sísifo mientras cruzaban sin problemas por acuario.

Continuaron en silencio cada uno en sus propios pensamientos. No se habían dado cuenta de cómo llegaron tan rápido hasta su destino, pero Miles lo agradecía desde lo más profundo de su corazón para no seguir cavándose su propia tumba por ser boca floja. Vio al niño avanzar tranquilamente, antes de hacerle un gesto con la cabeza para que le siguiera al interior. Esa era la primera vez que ingresaba a la casa de Adonis. Por lo que notó cada casa, al menos las ocupadas, tenían ciertas peculiaridades. Por ejemplo, la de Leo estaba llena de arañazos y sangre cuyo origen prefería seguir desconociendo. La de virgo, pese al poco tiempo que llevaba Shanti como santo, ya poseía algunos símbolos religiosos, o al menos a su parecer eso eran. La de sagitario poseía trampas. La de acuario no pudo curiosearla por estar bajo la mirada de Sísifo. Y ahora, la casa del último santo. Estaba llena de rosas y su perfume era fácilmente detectable por cualquiera que ingresara allí.

—¡Adonis! —llamó el guardián del noveno templo cuando ingresó a la casa ajena.

Pronto se oyeron pasos acercándose hasta donde estaban ellos. El santo de piscis venía de manera calmada y con una expresión serena en el rostro, la cual cambió al ver al acompañante del dorado.

—¿Qué hace él aquí? —demandó saber el rubio con la voz seria.

—Te traje una ramera a ver si te cambia la cara, dicen que a todos los hombres les alegra eso —bromeó Sísifo llevando la bandeja hasta una de las mesas.

Al dueño de la casa no le había gustado esa respuesta. Llevaba días evitando cualquier mínima conversación con aquel aspirante desde que le hiciera esa confesión de amor. Todo para que su amigo lo trajera de buenas a primeras a su templo.

—¿Cómo pudiste traicionarme de esa manera? Trayendo a un desconocido a mi casa —reclamó el rubio molesto por la bromita.

—Deja de ser tan sensible ni que lo hubiera metido a tu cama —respondió el arquero sintiendo exagerada aquella frase.

—¡No se trata de eso! —gritó el rubio—. ¡Siempre haces este tipo de cosas sin pensar!

—¿Qué? —preguntó el infante mientras se cruzaba de brazos y lo miraba fijamente—. Tú puedes meterte en mi vida amorosa y yo no en la tuya, ¿es eso?

—¿Esta es tu manera de vengarte por lo que sucedió? —interrogó Adonis dolido—. Sabía que me odiabas por eso.

—No te odio, deja de ser tan dramático —ordenó Sísifo frunciendo el ceño—. A mí ni me afecta esa tonta maldición.

—Es por mi culpa que estás así —siguió hablando piscis sin prestar mucha atención a sus palabras—. Ahora jamás serás amado por nadie —se lamentó el guardián de la última casa—. No eres demasiado agraciado físicamente, tu temperamento es horrible, tienes el odio del Olimpo por ser el estafador de dioses y no sabes nada sobre cómo seducir. ¿Quién querría estar con alguien como tú? —preguntó Adonis cubriéndose el rostro con una mano—. Esto es terrible, morirás solo como yo y para colmo virgen.

—¡La única mujer que he amado es a mi querida esposa Anticlea y así será por siempre! —gritó el arquero haciendo arder su cosmos inconscientemente a causa del enojo—. Yo no necesito esas estupideces del amor. ¿Quién lo necesita cuando tienes poder y libertad? Sólo esas dos cosas son valiosas para mí —presumió mientras de su cuerpo comenzaban a saltar chispas por su cosmos.

—No entiendes nada, Sísifo —regañó Adonis imitando accidentalmente las acciones del otro provocando que el veneno en el aire aumentara y sus rosas rápidamente cambiaran de blancas a rojizas—. Debemos cuidar que la maldición no haga que te enamores de alguien malvado, ¿o acaso quieres terminar como Ganímedes?

—¡Yo jamás seré como ese imbécil que aun cree que Zeus vendrá por él! —gritó el niño—. Olvidémonos de una vez de la tonta maldición de Eros. No es la gran cosa.

—¡No estarías maldito si no me hubieras rescatado de Afrodita! —reclamó el rubio con los bordes de sus ojos rojizos por el llanto contenido.

—¡Deja de evadir tus problemas! Sientes culpa por mi maldición y en vez de enfrentar el asunto actúas a mis espaldas —gruñó el ángel de Atena.

—¡Genial! Quedé en medio de la discusión de estos dos —murmuró Miles sintiéndose en peligro por esas dos peligrosas fieras.

—Y eres la causa, no lo olvides —le recordó el niño antes de volver su mirada a su compañero dorado—. ¿Por qué no me preguntaste primero? No tienes que ayudar a todo el mundo, eres mi amigo, pero no debiste decirle a León.

—Tú me pusiste aquí, así que más vale que termine bien —murmuró Miles ante la acusación del ángel de Atena.

—Ramera malagradecida y todavía que te ayudo —se quejó el infante por el reclamo.

—¿Siempre tienes que ser tan directo, Sísifo? ¿No te cansas nunca? —interrogó piscis.

—¿Y tú siempre tienes que ser tan emocional? ¿Y qué si se ofende la ramera? No soy yo quien pidió ayuda. —Devolvió las preguntas el más joven de los presentes.

—Sólo pide ayuda, estás maldito y varios dioses te odian por estafarlos, pero claro. ¿Cómo no vas a pedir ayuda? ¿Si eres demasiado Impulsivo y no te detienes en pensar en las consecuencias? —dijo piscis exagerando la voz para darle énfasis a sus palabras.

—No te preocupes por mí, siempre salgo bien librado —intentó tranquilizar Sísifo bajando un poco la voz.

—Ah entonces que nos vayamos al infierno —ironizó el rubio rodando los ojos con molestia—. Sé realista, Sísifo.

—No dije eso, no seas tan sensible. En el nombre de los idiotas olímpicos deja de creer que puedes salvar a todo el mundo —ordenó con voz firme demostrado su hartazgo.

—¿Quieres dejar de decirme "sensible"? —cuestionó Adonis cansado de oír esa palabra siendo repetida constantemente—. Me pone de los nervios.

—¿Y cómo prefieres que te llame? —interrogó Sísifo con sarcasmo—. ¿Susceptible, frágil, emocional? —cuestionó con una molesta sonrisa—. Olvidé por completo que a los hombres hermosos hay que tratarlos con delicadeza.

—Entiendo si me odias por lo sucedido, pero por tu propio bien deberías pedir ayuda o al menos ser claro sobre lo nuestro en vez de usar a otras personas sólo para lastimarme —habló el santo de la última casa denotando clara angustia.

Para Adonis, el arquero era un importante amigo. Alguien con quien sabía que podía contar hasta las últimas consecuencias. ¿Cuántas personas estarían dispuestas a enfrentar dioses para protegerte? No obstante, no podía hacerse el ciego. Si Sísifo lo odiara por haber truncado sus posibilidades de volverse a enamorar, tendría derecho. Sería coherente y lógico. Seguramente fingía indiferencia respecto al asunto para ocultar su miedo. Adonis estaba aterrado de que estuviera actuando con falsedad y que en el fondo de su corazón estuviera cultivándose un odio hacia su persona. Mismo que podría haberle impulsado a llevar a ese aspirante que deseaba su cuerpo hasta sus aposentos.

—Estás ocultando todo tu dolor y miedo —aseveró Adonis con voz trémula, pero sin reducir la intensidad de su cosmos—. En el fondo me odias por ser la causa de la maldición y no te atreves a decírmelo de frente. Como el estafador que eres prefieres actuar pasivo-agresivo haciendo cosas que me hagan enojar, pero quiero detener todo antes de que me odies al punto de...

—¡Y una mierda! ¿Crees que habría traído a esta ramera si no supiera que es inofensivo? Me peleé con Eros para que dejaras de ser la ramera de Afrodita, no seas tan imbécil como para pensar que haría algo para lastimarte.

El cosmos de ambos santos seguía elevándose junto a la intensidad de sus emociones en esos momentos. Especialmente, el cosmos de sagitario era un problema, pues este crecía y estallaba con facilidad cuando perdía la paciencia. Y no se necesitaba mucho para lograr eso. Miles se había mantenido en silencio todo ese tiempo con temor de quedarse o irse. Si se iba mientras discutían perdería su oportunidad de conseguir el perdón de piscis y ofendería a sagitario quien le había acompañado hasta allí. Mas, si se quedaba podría morir por el poder de esos dos. Aunque aún no dominaba el cosmos, podía ver los cuerpos de los dorados brillando sin siquiera portar sus armaduras, además había chispas saltado del cuerpo del niño. Aunque el aspirante no era capaz de sentir el cosmos de los dorados, sus compañeros sí que lo hicieron. Ganímedes terminó pronto la clase y mandó a descansar a sus alumnos para emprender camino hacia el origen del problema y León luego de atar a Caesar comenzó a dirigirse hacia piscis. Ellos habían notado el incremento del cosmos de Sísifo desde que la discusión inició y, —dado que él no solía pelearse con Adonis, mucho menos haciendo uso de su cosmos—, se apresuraron a ir a ese lugar.

—¡Adonis lo siento por ofenderte! —gritó el ladrón con las piernas temblando—. Tú en verdad me gustas y quería expresarte mis sentimientos. Si eso es un problema para ti dejaré de hacerlo, pero por favor no me evites —pidió cerrando los ojos.

Por un momento los dorados que estuvieron a tan sólo instantes de pelearse se detuvieron y guardaron silencio. Observaron al aspirante asustado de ellos con las piernas temblando visiblemente. El rubio lo observó largamente analizando sus expresiones. Se había olvidado de su existencia a causa de la discusión con el arquero. De hecho, ahora se reprochaba haber estado soltando diversos asuntos privados delante de ese desconocido. Apostaba a que Sísifo ni siquiera sentiría remordimiento por exponerlos como ex amantes de los dioses delante de alguien que ni era un santo. Y en cuanto lo oyó riéndose tuvo la certeza de que ni siquiera estaba considerando las consecuencias de sus actos.

—Sus piernas se retuercen como lombrices de tierra y yo que pensé que las rameras no sabían cerrarlas —exclamó el arconte del centauro entre risas pese a recibir malas miradas de parte de los otros dos.

—Tú... —gruñó Miles entre dientes.

—Sísifo —le llamó la atención el santo de las rosas.

—Ya, ya —pidió sagitario mientras detenía sus risas—. La verdad es que lo traje porque quería disculparse contigo y no creo que sea mala persona. Ha estado cuidando de los más pequeños del santuario junto a Talos. Incluso cuando lo conocí salió herido por protegerles. Por eso no creo que sea alguien a quien debas juzgar tan a la ligera. Además... —dijo Sísifo dejando de lado las palabras para pasar a hablarle usando la telepatía.

Le dije que soy discípulo de Apolo y que me enseñó a leer la verdad de los corazones de las personas a través del cosmos —confesó divertido por su pequeña treta.

Eso es una gran mentira —reclamó piscis.

Pero de esa manera me aseguré de que no intentara engañarme respecto a sus intenciones para querer acercarse a ti —argumentó el arquero con despreocupación—. Incluso lo amenacé de muerte si te lastimaba y de todas formas vino hasta aquí. Creo que merece una oportunidad de hablar, ¿no crees?

No estoy seguro —respondió Adonis con dudas sobre lo que debería hacer.

Descuida, yo estoy aquí contigo y no dejaré que nadie te haga daño —prometió el menor con decisión—. Cumpliré con mi palabra y te espantaré a cualquier pervertido que quiera hacerte daño. Después de entrenar con Artemisa y Apolo soy más fuerte y le daré una paliza a cualquiera que te haga daño o pretenda hacerlo.

Gracias, Sísifo —dijo Adonis más tranquilo que antes.

—Ahora sí, ramera dile lo mismo que me dijiste en mi templo —ordenó sagitario con voz fuerte y clara.

Ganímedes estaba llegando a la casa de piscis luego de un largo recorrido corriendo a toda velocidad junto a León. Habían temido que hiciera alguna de sus estupideces como de costumbre. Si fue capaz de atacar a León y dejarlo medio muerto en un ataque de rabia, ¿qué desastre podría avecinarse con Adonis? Después de todo era un santo al que no podía tocarse sin terminar envenenado. Hicieran lo que hicieran había altas probabilidades de que todo terminara en desastre. Por lo cual desde hacía un buen rato que venían en carrera. Acuario alcanzó a oír esa última orden disminuyendo un poco la velocidad al sentir los cosmos de sus compañeros más estables. Aun así, no entendía que estaba sucediendo allí arriba. Miles no sabía qué hizo cambiar al santo de piscis de actitud hacia él, pues sólo vio como sagitario le dedicaba una sonrisa que rápidamente fue correspondida por el rubio. Luego la mirada de ambos dorados se posó en él.

—Quiero disculparme contigo si mis palabras fueron demasiado atrevidas. No era mi intención ofenderte. Es sólo que, en verdad, ¡me gustas! —gritó Miles con los nervios a flor de piel—. En verdad me gustas, eres muy amable y siempre tienes esa dulce sonrisa que me hace sentir que nada puede salir mal. Además, tu cosmos es cálido y se siente como si los rayos del sol te acariciaran. En verdad, te ves cómo alguien interesante. Quiero saber más de ti y que también me conozcas, pero necesito una oportunidad. Sólo eso pido —suplicó desesperado por estar exponiendo sus sentimientos—. Si luego no quieres saber nada de mí está bien, pero al menos quiero arriesgarme y probar si tenemos alguna posibilidad —repitió completamente sonrojado.

A sus espaldas sin que lo supiera se encontraba acuario oyendo aquella confesión hacia su compañero. Apretó los puños conteniendo su ira al sentirse burlado. Esa maldita ramera se le había confesado antes y ahora venía tras su compañero como si nada. ¿No había dicho que en verdad le quería? ¿Tan fácilmente podían ser descartados los sentimientos que le decía profesar? Y para colmo esas palabras dedicadas al santo de las rosas eran por mucho más dulces y románticas que le dio a él. Y si todo esto no fuera suficiente, Sísifo estaba haciéndole de casamentero. ¡Ese traidor! No le quería permitir volver con Zeus, pero emparejaba a su pretendiente con su amigo. León notó que algo iba mal con el ex copero de los dioses por lo cual apoyó su mano en su espalda en señal de apoyo. Mientras en la casa de piscis todo estaba en silencio. Aquellas palabras habían conseguido causar un calorcito en el pecho del santo de la última casa. Sin embargo, era demasiado pronto para dar una respuesta clara y honesta que le pudiera hacer justicia a su confesión.

—Yo necesito pensarlo —respondió Adonis azorado por la sinceridad de aquellas palabras.

—¿Qué debes pensar?! —gritó el arquero metiéndose nuevamente donde no se le llamaba—. Si te gusta le dices que sí y se hacen novios. Si no quieres, lo mandas a volar y ya. ¿Por qué las rameras son tan melodramáticas e indecisas? —preguntó sin entender por qué tantas vueltas.

—Cállate antes de que se enoje con nosotros de nuevo —ordenó el ladrón sujetando al niño.

Una de las pocas cosas que podía agradecerles a los dioses era que siendo un niño Sísifo era pequeño. Fácil de sujetar entre sus brazos y taparle la boca para evitar que siguiera causando problemas. "La ramera consiguió algo de valor si se atreve a tocarme cuando antes no podía ni mirarme". Pensó Sísifo comenzando a sentirse mareado. Abrió los ojos sorprendidos al darse cuenta de lo que estaba sucediendo. Sin embargo, con la boca tapada no podía avisarle al aspirante del problema. El agarre del ladrón comenzó a hacerse cada vez más débil antes de desplomarse sobre el niño quien tampoco tardó demasiado en quedar inconsciente. El santo de piscis se asustó visiblemente. Había olvidado que, en su arranque de ira, liberó su cosmos provocando un aumento de veneno en el aire. Mismo que era indoloro e inodoro. Para su suerte, Ganímedes estaba allí junto a León.

—¡Rápido sáquenlos de aquí! —pidió el rubio a sus compañeros—. Accidentalmente los envenené.

—León llévalos a mi templo —pidió el guardián del penúltimo templo mientras usaba su cosmos helado para neutralizar el veneno en el aire y darle el paso a su compañero.

El guardián del quinto templo alzó los cuerpos inconscientes del par de imprudentes y los llevó al templo vecino. Ganímedes tenía ganas de echarlos a patadas por el odio que les tenía en esos momentos. Al prostituto ese por haberle intentado crear ilusiones románticas y a la pequeña desgracia por intervenir en la vida amorosa de los demás. Empero, ambos necesitaban atención médica o morirían envenenados. Era poco práctico mandarlos a sus respectivas camas, pues en lo que Adonis volvía a hacer no letal a su templo, él era el único que podría atenderlos. Por mera eficiencia, tenía a ambos pacientes en su cama. Era una suerte que sagitario fuera pequeño, al ocupar poco lugar un prostituto delgado como el aspirante cabía perfectamente a su lado. El santo de hielo se quedó con ellos para monitorear que el veneno disminuyera constantemente y sin causarles daños irreparables. Mientras tanto, León se encargaría de los aspirantes, pues la clase de Sísifo no podría ser impartida ese día.

—En el nombre de todos los infiernos que recorrí como me duele la cabeza —se quejó el niño abriendo los ojos luego de horas de sueño.

—¿Estoy vivo? —preguntó Miles sentándose de golpe en la cama.

—Lo estás —respondió el menor mientras lo miraba con los ojos entrecerrados—. Me debes una muy grande.

—¡Espera! ¿No era un favor? —interrogó el ladrón señalándolo con su dedo índice de manera acusadora.

—Yo nunca hago nada gratis —respondió el arquero mientras sonreía engreídamente—. Me debes un favor y créeme algún día tendrás que pagármelo.

—¡Qué estafa!

—Ya oíste a Adonis, soy un estafador —le recordó con tranquilidad mientras seguía recostado intentando que el dolor de cabeza por el veneno cesara.

—¡Momento! Si todo lo que se gritaron es cierto entonces él en realidad es... —exclamó el ex prostituto incrédulo de que sus sospechas fueran confirmadas.

—Así es, él es el príncipe Adonis quien fue amante de Afrodita hace varios siglos —confirmó el niño.

—¿Y Ganímedes? ¿Él es...?

—Era la ramera de Zeus —respondió el discípulo de Artemisa con claro desprecio y asco.

—¿Ellos no se volvieron inmortales y vivieron felices para siempre en el Olimpo siendo amados por los dioses? —preguntó Miles claramente alterado por descubrir tal realidad detrás de las leyendas.

—¡Fuimos expulsados de allí por su culpa! —exclamó Ganímedes ingresando a la habitación con una bandeja con una bandeja llena de hierbas al parecer medicinales—. Por culpa del estafador de dioses, Sísifo de sagitario —señaló acuario mientras dejaba en la mesa los materiales para prepararles una infusión que neutralizara el veneno de las rosas—. Te has vuelto muy vengativo si has decidido contarle nuestros secretos a esta ramera —acusó el santo de hielo a su compañero.

—Considéralo mi pago por haberle contado a Pólux sobre mi verdadera identidad —respondió el niño con una sonrisa burlona.

—¿Cómo supiste que fui yo? —interrogó el azabache mayor.

—Ahora me lo acabas de confirmar —presumió el ángel de Atena.

—Alimaña —insultó el dueño de la casa mirándolo con desdén.

—Este... pero si eres de la época de ellos... —interrumpió Miles de manera curiosa queriendo aclarar una duda—. ¿Por qué me preguntaste sobre los erómenos? Teniendo tantos siglos de sabiduría y experiencia, ¿no deberías ser experto en el tema?

—En mi época no había de esos —respondió Sísifo sin siquiera dudar.

—Pero si es la profesión más vieja de la historia. Desde siempre ha existido la prostitución —reclamó el aspirante a santo—. Si tuviste esposa, ¿cómo no sabes de estos temas?

—Es que en mis tiempos todo era diferente —se defendió el menor.

—¿Cómo conseguiste esposa sin tener idea de asuntos tan relevantes? —cuestionó el prostituto con creciente curiosidad.

—Verás...

Sísifo no estaba dispuesto a darle nietos a Autólico, pero tomar a la hija que ofrecía con esa promesa que no pensaba cumplir, le abría posibilidades a sus propios planes. Si quería fundar su propia ciudad, la cual pudiera gobernar, necesitaba dinero para iniciar, ¿y qué mejor manera de conseguir rápido capital que prometiendo a su suegro volver a su hija una reina? Autólico cayó de inmediato en la treta y se retiró satisfecho ese día celebrando internamente haber conseguido un digno esposo para su hija. No dudaba en que éste cumpliría correctamente sus expectativas. Contrario a él, Sísifo temía mucho la reacción de su padre respecto a su trato con el ladrón. Le había repetido una y otra vez que su familia cargaba el estigma de ser estafadores por compartir sangre con Prometeo. ¿Cómo iba a lograr que su compromiso fuera aceptado cuando accedió a casarse con la nieta del dios de los ladrones? Si el rey Eolo se negaba al compromiso les esperaba cuando menos alguna maldición por faltar a su palabra. Pero si lo aceptaba de mala gana, sería repudiado y odiado por su padre por el resto de su vida. Cualquiera de las opciones era malo para él. Definitivamente estaba jodido. Al llegar al palacio fue recibido por los sirvientes de su padre quienes hicieron los preparativos habituales para que se bañara y vistiera correctamente para cenar con los reyes y sus hermanos en el gran comedor. Esperaría hasta después de la cena para comentarle la noticia. Arribó encontrándose con los menores, debido a que sus hermanos mayores ya no estaban en el palacio. Como su hermano Creteo quien poseía su propio palacio en la ciudad que fundó.

¿Sucede algo malo, cariño? —preguntó la reina a Sísifo al notarlo demasiado callado y que no se debía a la comida, pues apenas si la tocaba—. ¿Hay algo que no sea de tu gusto? —cuestionó dulcemente.

¡Déjalo! No debes malcriarlo —intervino el rey antes de que su hijo pudiera responder—. Si no le gusta puede irse a conseguir su propia cena. Ni siquiera ha sido capaz de resolver el robo de mi ganado. Si la comida es mala es debido a que la buena carne escasea.

En realidad ya resolví ese asunto —dijo Sísifo enojado por aquellas palabras. Estaba ofendido por la apresurada conclusión de que no comía por capricho—. Incluso confronté al ladrón con los hechos y lo hice admitir su culpa —habló sin siquiera pensar en las posibles consecuencias.

¿Y por qué no lo trajiste ante mí? —demandó saber Eolo observándolo con reproche—. Robarle al rey es un delito que se castiga con la muerte. ¿Es esta otra de tus mentiras? —interrogó duramente sabiendo de la costumbre del menor de inventarse todo tipo de disparates.

Porque dudo que pudieras juzgarlo —susurró el joven azabache con una afilada mirada.

Mide tus palabras —ordenó el rey con la voz baja y grave causando un escalofrío de terror en el menor.

Sí, señor —respondió Sísifo atemorizado bajando la cabeza ante la posible represalia.

Ni siquiera el propio azabache entendía del todo de donde provenía ese miedo hacia su progenitor, pero lo atribuía a su infancia. Cuando criaban a animales grandes y poderosos como los toros, éstos eran sumisos y se dejaban llevar a pastorear incluso por él, quien sólo era un muchacho de catorce años al que fácilmente podrían asesinar de saltarle encima. Sin embargo, no lo hacían. Según los que se encargaban de ellos, decían que eran así porque desde pequeños se les hizo saber su lugar. Y sin importar cuanto crecieran, ese adiestramiento a temprana edad los perseguiría hasta el fin de sus días. Él se sentía de una manera similar. Jamás conseguía ir en contra de su padre. Recordaba con claridad que se le golpeaban las manos mientras se le obligaba a ponerse de rodillas como castigo por sus faltas de respeto desde muy joven. Quizás se debía a eso que con sólo oír la voz seria de su padre ya sentía la necesidad de esconderse o suplicar piedad. Sin embargo, eso cambiaría. Haría su propio reino, uno grande y próspero que él gobernaría y no volvería a sentir miedo. Jamás volvería a agachar la cabeza ante nadie. Y ni siquiera los dioses lo someterían. En ese aspecto sí que quería parecerse a Prometeo. Desafiar incluso a las deidades con voluntad inquebrantable.

¿Y bien? —preguntó Eolo su hijo con voz indiferente y fría. Mas como éste no entendía, agregó: —Dijiste que no podría juzgarlo, ¿cuál sería la razón de ello?

Quien robaba el rebaño era Autólico, el hijo de Hermes. Convertía los toros en vacas para que no fuéramos capaces de hacer reclamos en su contra, pero logré tenderle una trampa y se vio obligado a admitir su culpa —relató Sísifo con la esperanza de ser felicitado por su ingenio para resolver el problema.

¡¿Cómo pudiste hacerle eso?! —estalló el rey en un arranque de ira—. ¿Acaso no sabes quién es él? —interrogó viendo cómo el menor negaba con la cabeza—. ¡Es el hijo del dios Hermes, por ende, un descendiente de Zeus! ¿Sabes lo que podría hacernos si se entera que un descendiente de Prometeo se atrevió a avergonzarlo y llamarlo ladrón?

No está todo perdido, padre —tartamudeo nervioso Sísifo mientras desviaba la mirada del rostro del rey—. Dijo que podemos olvidar todo este asunto si yo... si me caso con su hija Anticlea, pe-pero debía consultarlo contigo antes de hacer algo más.

Realmente lo último era una completa mentira. Él ya tenía claro que debía desposarla, o al menos fingir que lo haría hasta que consiguiera fundar su propia ciudad donde sería el rey absoluto y su palabra no volviera a ser cuestionada por nadie. Sin embargo, si le decía a su padre que tomó tan importante decisión por cuenta propia, sería severamente castigado. Y lo último que necesitaba era tener a su padre y a Autólico en su contra. Para su fortuna su padre se creyó esa mentira al estar cegado por la alegría. Poderse relacionar con el rey del Olimpo así fuera de manera tan lejana era una gran hazaña. Su sangre y la de Zeus estarían mezcladas sin duda alguna en la prole que Sísifo y Anticlea tuvieran juntos. ¡Eso era un sueño que jamás creyó posible! ¡Sería el abuelo de un descendiente del dios del trueno!

Al final no resultaste tan inútil —exclamó el rey lleno de dicha—. Me alegra saber que al fin me das un motivo para no sentir vergüenza de que seas mi hijo.

Gracias, señor —respondió Sísifo con la voz lo más normal posible, aunque quería llorar por lo dicho sobre su persona.

Posteriormente, gracias a todo el esfuerzo invertido, Sísifo fundó la ciudad de Corinto, de la que fue rey y en la que destacó por su astucia e ingenio, por ejemplo, se le ocurrió rodear toda su ciudad con grandes murallas para que los viajeros tuvieran que pagar para pasar por allí. Fue promotor de la navegación y el comercio, pero también avaro y mentiroso. Recurrió a medios ilícitos, entre los que se contaba el asesinato de viajeros y caminantes, para incrementar su riqueza. Su único problema era que seguía comprometido. Tendría que atarse a la hija de Autólico hasta que la muerte los separe. No podía echarse para atrás porque hasta los dioses Hermes y Dionisio tenían su invitación a la boda. Mas, pronto se le ocurrió una solución. Él no podía deshacer ese acuerdo matrimonial, pero Anticlea sí.

Continuará...