Cap 61: sentimientos complicados
Los últimos en salir de la enfermería habían sido los gemelos. Estos iban caminando en silencio pensativos por lo que acontecería al día siguiente. No quisieron regresar de inmediato a los dormitorios para los aspirantes. Siendo un viaje de índole altamente peligrosa, existía un riesgo muy real de que Pólux no sobreviviera. Por lo cual, el gemelo menor deseaba tener una charla privada con el otro. Algo que fuera sólo entre ellos dos sin terceros haciendo de oyentes y esparciendo chismes luego. Sin necesidad de pronunciarlo en palabras, se dirigieron al sitio donde solían ir a comer o pasar el rato cuando rememoraban a su hermana Helena. Ese lugar les transmitía mucha tranquilidad y privacidad. Además, las rocas estaban dispuestos cual sillas hacia el cielo permitiendo que admiraran las estrellas.
—¿Qué datos tienes sobre el Yomotsu? —preguntó Castor al mayor mientras se sentaba en una de las rocas.
—Qué ahí está atrapado el estúpido caballo enano —espetó Pólux con un chasquido de lengua.
—Hablo en serio, hermano —regañó el menor frunciendo el ceño por la ligereza con la que se tomaba un asunto tan serio.
—Es que no sé mucho —se defendió el inmortal encogiéndose de hombros antes de recostarse directamente en el pasto con los brazos en la nuca mirando hacia el cielo nocturno—. Sólo conozco lo que Sísifo me enseñó —relató rememorando la primera lección juntos.
Considerando que sagitario y el aspirante a géminis eran maestro y alumno y que la identidad del primero no era secreto, Sísifo no se molestó en ocultar de qué manera aprendió el manejo del cosmos estando en el inframundo. Le dijo algunas cosas que aprendió de los golpes de Thanatos y las puso en práctica de hecho. En cierto modo, el hijo de Zeus era el mejor discípulo para él por conocer su identidad. Al molesto semidiós no debía inventarle mentiras o historias intrincadas para darle veracidad a sus lecciones que a simple vista parecían una locura de un niño delirante.
—Ya mueve tu perezoso y divino trasero, príncipe pollito —ordenó Sísifo mientras tomaba posición delante del inmortal en medio del coliseo—. Hoy tendrás tu primera lección conmigo.
—En primera —dijo el hijo de Zeus alzando el dedo índice—. Deja los apodos tontos.
—¿Hiero tus sentimientos? —preguntó el azabache haciéndole ojitos de lástima.
—No es por eso —replicó el rubio de inmediato—. Es absurdo que te la pases diciéndome "pollito" cuando soy un semidiós, príncipe de los inmortales y mortales. Futuro soberano y dueño de...
—Lo que digas, pollito —interrumpió sagitario viéndole con desdén—. Fuiste tú el que pidió ser mi discípulo. Te corresponde a ti tener la voluntad de aprender. De otro modo me estás haciendo perder el tiempo que un aspirante con verdadero talento podría aprovechar —afirmó con una cara que expresaba claramente disgusto por su actitud.
—¿Y yo cómo sé que serás honesto en lo que me enseñes? —interrogó Pólux viéndolo desafiante—. Podrías hacerme aprender técnicas erróneas para que me mate yo sólo con mi cosmos —acusó desconfiado.
—Sí hay algo que mi maestra siempre dice es que un discípulo es el reflejo de las enseñanzas de su maestro. Tus fallas son mis fallas, tus hazañas son mi orgullo. Es así como funciona la cosa —explicó el arquero con seriedad—. ¿Por qué crees que Apolo y Artemisa fueron tan estrictos conmigo? —interrogó viéndolo fijamente—. Si mueres de forma patética y más aún por una técnica propia lo primero que se diría es que yo fui un maestro deficiente. En especial porque eres un semidiós y fuiste ramera marina.
—Argonauta —corrigió Pólux con una mueca de molestia.
—Es lo mismo —bufó sagitario—. Ya eres un guerrero formidable. Si estando bajo mi tutela terminas matándote, entonces te eche a perder. Si brillas, es porque hice un buen trabajo —explicó de manera resumida no queriendo seguir intentando ganar su confianza respecto a la veracidad de sus lecciones.
—¿Así que lo haces por tu ego? —cuestionó burlonamente el semidiós.
—Esa es la garantía de que no voy a sabotearte —resolvió Sísifo con sencillez dándole una media sonrisa—. Vas a arrepentirte de que me tome en serio mi trabajo como tu maestro porque tengo la delicadeza de Artemisa para enseñar —advirtió el niño con una sonrisa sádica.
—Veo que esa cinta tuya no eran sólo rumores entonces —comentó Pólux de manera confiada—. Entonces adelante, dame todo lo que tienes —provocó el rubio listo para lo que fuera a venir—. Sabré manejarlo —prometió de manera orgullosa con el pecho inflado.
—Tú lo pediste —susurró sagitario con intención de hacerlo tragarse esas palabras.
El menor concentrando su cosmos en su cuerpo se movió rápidamente apareciendo detrás de Pólux. Éste se dio cuenta del rápido movimiento, pero debido a la ubicación y la estatura del menor, le era imposible conectar un golpe directo sin girarse por completo. De esa forma, el azabache le dio un golpe en la cintura con tal fuerza que lo hizo caer de rodillas. A continuación, jaló de sus largos cabellos y le obligó a mostrar su cuello. Lugar donde colocó su mano extendida como si fuera una cuchilla.
—Un guerrero debe adaptarse a cualquier tipo de combate —dijo Sísifo viendo directamente hacia sus ojos—. Estarías muerto si fuera un enemigo —dijo tocándole la yugular con el dedo índice—. Estás mal acostumbrado a resolver todo usando tu cosmos divino. Tienes mucha fuerza, pero careces de visión, de previsión y pecas de prejuicios hacia tus adversarios —puntualizó una por una las fallas mostradas en ese pequeño ataque.
—Sé de lo que eres capaz —siseo el rubio cuando finalmente lo soltó—. No te estoy tomando a la ligera porque no lo sepa, sino porque no lo vales —mintió para salvar su orgullo de no haberse podido defender mientras se ponía de pie nuevamente.
—Oh, entonces ¿te gusta que juegue contigo y te ponga de rodillas ante mí? —preguntó de manera sarcástica el niño sonriendo ampliamente—. Debes estar muy acostumbrado a tener un hombre más poderoso que tú hablándote al oído desde atrás —comentó de manera insinuante. Misma que usaba cuando quería tantear terreno acerca de hombres con gustos peculiares.
—¡¿Qué Insinúas?! —gritó ofendido el gemelo mayor—. Ahora verás de lo que soy capaz —afirmó Pólux antes de lanzar una gran concentración de cosmo energía hacia el otro.
Sísifo se cruzó de brazos y cerró los ojos. Había aprendido de la diosa de la luna acerca de ese tipo de ataques. Se veían impresionantes y sumamente destructivos a simple vista. Y la razón radicaba en cómo diversas ondas de energía chocaban con el primer obstáculo que tuvieran cerca. Cualquier ser humano sin cosmos, animal u objeto inanimado era pulverizado con facilidad. Sin embargo, para alguien como él, —poseedor de cosmos y con conocimientos acerca de su manejo—, sólo debía analizar la energía que se dirigiera hacia él. Tal y como previo, al no haber extendido su puño era mucho menos concentrado y podría desviarlo centrándose en proteger sólo su propio cuerpo. Ni siquiera se preocupó de las columnas de piedra derrumbándose o el suelo abriéndose cerca de sus pies.
—¿Qué... qué te pareció eso, enano? —preguntó Pólux jadeando por el esfuerzo mientras la nube de polvo se iba asentando.
Sin previo aviso, el rubio sintió un fuerte golpe en la nuca y otro en la parte posterior de sus rodillas haciéndolo caer nuevamente sobre las mismas en el suelo.
—Un gran desperdicio de cosmos, me diste un escenario que me favorecía más a mí que a ti y no te molestaste en preparar una defensa para un posible contraataque —corrigió Sísifo volviendo a jalar su cabello con regaño—. Hay mucho que hacer contigo —afirmó el azabache antes de sonreírle de manera traviesa. La misma que usaba cuando estafaba—. ¿Ahora sí me reconoces como tu maestro? —preguntó en un tono meloso sólo para molestarlo.
—Tsk —chasqueo nuevamente el rubio inmortal.
—Anda —ordenó el niño sin quitar su sonrisa de diversión—. Di "sí, maestro" y seguiremos con la lección —ordenó mientras empujaba su cabeza hacia el suelo.
—Piérdete —respondió el gemelo mayor girando el rostro intentando evitar tocar la tierra con la frente como sagitario pretendía.
—Sería una pena magullar un pobre pollito adorable —se lamentó falsamente Sísifo mientras le sujetaba la barbilla con su mano apretando sus mejillas para obligarlo a mirarlo a la cara.
—Sólo te estás burlando de mí, ¿no es cierto? —preguntó el semidiós viéndolo con enojo.
—Escúchame bien —dijo Sísifo sujetando su cabello con fuerza—. Tienes dos opciones: vas llorando con Atena y pides que te dé otro maestro o sigues mis instrucciones al pie de la letra y te hago un hombre de verdad. Elijas lo que elijas más te vale no hacerme perder el tiempo —advirtió con una expresión realmente seria. Misma que inconscientemente copió de su padre biológico cuando se volvió rey de Corinto—. Si te quedas seré realmente duro y no tendré compasión. Si tienes demasiado apego por tu cuerpo mejor renuncia porque te destrozaré músculo por músculo hasta volverte alguien más indestructible que el imbécil de Hércules —prometió con sinceridad.
Sísifo conocía a través de los diversos cantares acerca de las hazañas de ese semidiós. Mas también sabía de diversas desventuras suyas. Los pocos relatos acerca de la maldad del héroe lo volvían alguien sospechoso. Apenas si se sabía algo acerca de la princesa que fue maldecida por él o el maestro de música que murió por su mano durante aquel arranque de rabia. Qué se supiera tan poco de esos hechos y tanto de sus logros le generaba la impresión de que intentaba forjar una imagen de héroe perfecto. Y no dudaba que tuviera la ayuda de Zeus. Si Prometeo fue liberado sólo por mejorar la imagen del semidiós, eso daba pie a pensar que cualquier mancha o error sería cubierto convenientemente mientras sus actos heroicos serían lo único que prevalecería para la humanidad.
Mientras sagitario esperaba una respuesta, el aspirante de géminis tenía su cabeza trabajando a gran velocidad. ¿Él más fuerte que Hércules? Su medio hermano era el niño de oro del rey del Olimpo a causa de la profecía dada por el titán amigo de los mortales. ¿Él podría llegar a superarlo? Se le hacía difícil de creer, mas no imposible. Es decir, Sísifo era un simple mortal que estafó dioses y aprendió el manejo del cosmos directamente de los titanes y cuyas habilidades fueron pulidas por los dioses gemelos. La mejor cazadora del mundo y el Dios cuyo poder sólo podía ser detenido por los reyes del Olimpo. Si Sísifo lo tomaba en serio como discípulo, no tenía dudas de que sería tan imparable como le prometía.
—Bien —aceptó a regañadientes Pólux mientras agachaba la cabeza con algo de vergüenza—. Si te reconozco como mi maestro —aceptó avergonzado.
Sísifo soltó finalmente su cabello y se separó de su cuerpo con una gran sonrisa. No le desagradaba ser el maestro del semidiós por la posibilidad de molerlo a golpes durante los entrenamientos y tener el control acerca de su relación. El menor creía que podía decirle qué hacer debido a su pequeño plan de chantaje. El arquero no tenía suficiente paciencia para tolerar demasiadas tonterías, siendo su maestro tendría una excusa válida para replicar o negarse a sus demandas más irrazonables sin dejar al descubierto que su intento de extorsión era completamente inútil. Todo perfecto y acorde a sus deseos como debía ser.
—¿Ves? No fue tan difícil —comentó el niño con aquella sonrisa que le enseñaba sus blancos dientes—. Ahora vamos a ir por lo bueno —afirmó mucho más animado—. Lo primero que deberás aprender es el pum, plas y flash —dijo haciendo sonidos con la boca acompañados de gestos con las manos.
El semidiós lo observó con cara de circunstancias sin comprender qué quería decir con todo eso. Por un momento pensó que se estaba burlando de él y lo hacía a propósito. Lamentablemente recordó que cuando se conocieron León le pidió una explicación de lo sucedido a Sísifo fue algo similar a lo que acababa de escuchar. Tuvo que intervenir el santo de acuario para poner en palabras las explicaciones del arquero. El rubio quiso golpearse la cara al recordar demasiado tarde que las explicaciones acerca de batallas y cosmos no eran el fuerte de sagitario precisamente. Debió pensar mejor al elegir un maestro. No obstante, la promesa de hacerlo más fuerte que Hércules era suficiente motivación para no renunciar todavía.
—Cuando cuentas historias burlándote de mi padre eres muy elocuente —mencionó el inmortal negando con la cabeza—. Cuando hablas de ataques son puros "pum " "plas" —remedó con burla en su voz.
—Pero aprenderás más rápido —aseguró el arquero antes de ir hacia él—. Esto es "pum" —dijo dándole un fuerte puñetazo—. Y esto —avisó antes de darle una patada alta—. Es "plam". ¿Entendiste? —preguntó con una sonrisa.
—Qué educativo —murmuró Pólux frunciendo el ceño por los golpes recibidos sin previo aviso.
El inmortal aún tenía serias dudas de si debía cambiar de maestro mientras hubiera tiempo. Aunque con el ex amante de su padre entrenando a Castor, las únicas dos opciones que le quedaban eran la ramera venenosa o el gato sarnoso que lo odiaba desde que se conocieron. Ninguno era muy buena opción. Después de eso retomaron las lecciones del arquero a su muy singular manera. A medida que los golpes se iban repitiendo, Pólux comenzaba a entender lo que quería decirle Sísifo. No lo aburrió con largas y complicadas explicaciones acerca de estrategias. Directamente le estaba enseñando a su cuerpo a adaptarse. A sus reflejos a reaccionar con mayor velocidad gracias a la memoria de ataque similares anteriores. Por ejemplo, luego de unas cuantas horas había conseguido esquivar el ataque de sagitario cuando buscaba golpear la parte posterior de sus rodillas.
—Lo logré —susurró el semidiós sin poder creer que evitó un ataque que lo había puesto de rodillas tantas veces.
—Mis golpes están cargados de cosmos y el mismo golpea directamente a tu propia energía. Cuando yo estuve muerto pese a ser una simple alma podía sentir los golpes de Thanatos. Eso era posible debido a que su cosmo energía golpeaba directamente a mi alma. En tu caso por estar vivo mi cosmos deja una especie de cicatriz en tu cuerpo y eso hace que memorices involuntariamente y reacciones en consecuencia si la misma acción se repite —explicó sagitario de manera sabia con la frente en alto.
—Gran explicación —dijo Pólux entrecerrando los ojos con sospecha—. ¿Quién te ayudó? —pregunta pues lo notó usando su cosmos. Probablemente haciendo uso de telepatía.
—¿Qué te hace pensar que yo...? —preguntó sagitario fingiendo inocencia, pero al ver que no conseguía nada desistió—. Adonis me ayudó un poquito a expresarme —admitió riendo torpemente.
—Debí imaginarlo —suspiró Pólux sabiendo que no habría lecciones con explicaciones tan claras a menos que sagitario fuera ayudado.
Empero no se quejaba. Realmente se sentía bastante destrozado por los múltiples golpes que recibió, pero hacia el final era capaz de contrarrestar y esquivar varios de ellos. Ahora se daba cuenta que al haber estado acostumbrado a luchar contra hombres mortales no tenía mucha experiencia real. Generalmente sólo debía aumentar su cosmos y los hombres más musculosos y poderosos acababan muertos o desmayados inevitablemente. Es por ello por lo que una lucha con personas que manejaban el cosmos como Sísifo se le dificultaba tanto. El enano podía ser muchas cosas, pero poseía la experiencia y conocimiento del que él carecía. Además, sabía adaptarse bien y a gran velocidad a las situaciones. El estafador estaba acostumbrado a recibir golpes y responder a ellos, pero él no. Incluso recibir una herida era algo shockeante para los semidioses y dioses, es por ello por lo que tardaban tanto en procesar ser lastimados dándoles ventajas a enemigos como sagitario.
—Ahora quítate la ropa —ordenó Sísifo cuando vio al aspirante de géminis sentado totalmente agotado.
—¡¿Qué quieres hacerme?! —preguntó el semidiós cubriendo su pecho con las manos.
—Curarte —respondió el otro con simpleza mientras iba a buscar cataplasma—. Los golpes que usan cosmos causan mayor daño al cuerpo mortal y dado que te golpeé varias veces por detrás te será difícil curarte por tu cuenta —explicó trayendo del que tenía apartado mientras entrenaban.
—Ah eso —suspiró Pólux aliviado mientras se quitaba la parte superior de la túnica—. Puedo sólo con mis piernas —aseguró mientras se frotaba un poco la parte adolorida—. El resto de mi cuerpo estará bien, recuerda que soy inmortal —mencionó el rubio.
—No seas orgulloso —regañó el arquero mientras lo levantaba usando su cosmos y lo colocaba boca abajo—. La parte posterior de las rodillas es más fácil de que yo la vea y examine a que tú lo hagas a ciegas —aseguró sentándose en su espalda para inmovilizarlo—. Ahora quédate quieto —ordenó antes de comenzar a esparcir el ungüento.
—¿Por qué haces esto? —interrogó el rubio mientras lo miraba de reojo con sospecha—. Sabes que soy un semidiós y no moriré fácilmente por unos cuantos golpes —señaló con obviedad y un poco de disgusto al sentirse menospreciado.
—Eres mi discípulo ahora. Así que soy el responsable de ti —respondió sagitario mientras miraba curioso cómo no había ninguna marca en la espalda del semidiós—. Se nota que has tenido una vida privilegiada. No tienes ni una sola marca —mencionó extrañado pues en León vio muchas como recuerdos de sus peligrosos viajes y aventuras.
—Con los argonautas no la pasé tan bien —se quejó el rubio haciendo una mueca por los desagradables recuerdos—. Tener que estar en compañía de ese montón de inútiles mientras nuestra vida estaba en constante peligro por las estúpidas decisiones de Hércules y Jason —espetó el inmortal.
—¿Cómo es el mar? —interrogó curioso el arquero mirándolo fijamente con sus enormes ojos azules.
—Puedo contarte, pero ¿no que ya conoces acerca de eso? —interrogó confundido, ya que no había nadie en el santuario que supiera tanto acerca de figuras importantes como él.
—Sólo por cantares y no me parecen del todo fiables —dijo el niño con un puchero—. Sobre todo, cuando Hércules está involucrado.
—No parece agradarte mucho —comentó Pólux con una tenue sonrisa.
—Es algo sospechoso como su imagen parece casi perfecta —confesó el niño.
—Bueno si quieres saber los detalles sobre mis grandes hazañas en alta mar algún día puedo contarte —prometió sin pensar mientras se dejaba curar.
—Eso me gustaría —dijo Sísifo con una sonrisa sincera e inocente que dejó atontado a Pólux por breves segundos pues nunca creyó que genuinamente querría oír esas aventuras de su boca.
Pólux se había quedado en silencio perdido en sus propios recuerdos dejando a su hermano menor con la incertidumbre. Como semidiós había conocimiento que Castor no sabía porque no siempre estaban juntos. O, mejor dicho, había situaciones en las cuales no podían compartir ciertas experiencias. Esos eran especialmente aquellos donde había algo relacionado a lo divino. A veces Pólux era llamado por oráculos porque era hijo de Zeus y así se comunicaban los dioses y su papá con él. Como por ejemplo cuando fueron argonautas, fue Pólux quien recibió las instrucciones divinas por contacto de cosmos, algo que Castor no podía escuchar por ser mortal y no estar entrenado para ello. No obstante, el gemelo mayor lo hacía participe siempre que tenía la oportunidad.
—¿No estás preocupado de ir sin estar preparado o al menos informado sobre el Yomotsu? —interrogó el gemelo menor con gran preocupación.
—No mucho la verdad —respondió el inmortal con desinterés.
—¡Deberías estarlo! —exclamó Castor alzando la voz con disgusto—. Podrías morir de verdad y puede que ni siquiera tu padre quiera ayudarte.
—Tranquilo, todo irá bien —aseguró con confianza—. Es más, me comprometo a traer algún recuerdo para ti. Te ofrecería el perrito de Hades, pero Hércules se lo llevó primero —bromeó el semidiós soltando una corta carcajada.
Como vio que a Castor no le hizo gracia, —pues ya tanteo terreno de que su hermano estaba realmente preocupado—, dejó de lado las bromas. Pólux no era un desalmado que menospreciara su preocupación y sabía que Castor no estaba insultando su fuerza o resistencia. Era un amor fraternal genuino y sincero de su parte. Misma que sintió por parte de sagitario al intentar resguardarlos a ambos. Seguramente Sísifo tomó en serio su advertencia de que sólo le importaba Castor y por eso fue a quién puso cerca de un dorado adrede cuando el conflicto estalló.
—Hermano, ¿por qué llegas tan lejos por Sísifo? —preguntó Castor.
El gemelo menor sabía que esto ya no era ni por la venganza de haberlo humillado ni por que le debiera un favor sagitario, no ganaba nada luciéndose de esta forma. Había más que perder que de ganar. Pues actualmente Pólux era visto como un héroe por luchar contra Hércules y salvarlos a todos cuando causó destrucción. Nadie le reprocharía ausentarse de esta misión. Ya había hecho suficiente. Podía descansar y cosechar la buena reputación proveniente de sus actos heroicos recientes. En vez de eso estaba allí. Buscando maneras de salvar a su maestro cuando lo habitual en él debería ser buscar algún amante para celebrar en privado.
Puede que los más bellos del santuario fueran intocables, pero aún quedaban algunos hombres de buen ver con los cuales saciar sus deseos. Con los argonautas nunca fue demasiado quisquilloso a la hora de celebrar. Trataba a sus amantes como vinos, es decir, podía ponerse exquisito al inicio, pero luego cualquiera le venía bien sin importar la calidad. Por eso sólo estaba esperando. Solamente quería una confirmación acerca de los verdaderos sentimientos de su hermano mayor. Pues al igual que muchos otros poseía una ligera idea de cuáles eran. Lo único que desconocía era si su hermano mayor los negaba conscientemente o aun no era capaz de aceptarlos.
—No lo sé —respondió Pólux—. Solamente quiero que vuelva —respondió de manera escueta.
—Qué expresivo —mencionó el gemelo mortal con sarcasmo.
—Es la verdad —expresó Pólux alzando la voz—. ¿Qué quieres que te diga? —preguntó sin entender al menor—. Sólo sé que me enojó oír que Hércules quería violarlo, me molesta pensar que está sufriendo en el inframundo y por ser un maldito terco prefiere rechazar nuestra ayuda que admitir que no puede solo. ¡Y no es así! No puede. Es un simple mortal y los dioses le odian —mencionó apretando los dientes con enojo—. ¿Sabes cómo deben estarse divirtiendo Hades y los gemelos ahí abajo ahora que lo tienen en su poder? —preguntó intranquilo por el desconocimiento de lo que pudiera estar sucediendo allí abajo—. Me enoja. Quiero que regrese a donde pueda verlo.
Castor simplemente negó con la cabeza. Para él era claro lo que estaba sucediendo. Empero, su hermano parecía estar en negación. O simplemente era demasiado ciego para ponerle el nombre correcto a sus sentimientos por sagitario. Cerró los ojos negando con la cabeza mientras soltaba un largo suspiro. Repentinamente sintió al mayor acercarse a él y abrazarlo. Hacía mucho tiempo que no lo abrazaba así. Solía hacerlo siempre que el mortal tenía demasiado miedo y con esa simple acción el mayor conseguía calmar cualquier temor en su gemelo. Estarían bien. El rubio se prometió ante las estrellas regresar sano y salvo con el alma de Sísifo. Sin falta.
En el comedor se encontraban Aeneas y Shanti. Ellos habían sido de los primeros en salir de la enfermería tras la reunión. Sin embargo, por el bienestar del pequeño dorado, el discípulo fue hacia la cocina y preparó algo de comida para el guardián de la sexta casa. Solicitó a los cocineros retirarse y dejar todo en sus manos. El rubio se quedó esperando a su discípulo en una de las mesas. Aeneas deseaba demostrar su sinceridad hacia su maestro por lo cual se esforzó en hacer algo nutritivo, pero acorde a las exigencias frugales de virgo. Mientas cocinaba comenzó a rememorar cómo las cosas habían mejorado tanto para él.
Cuando llegó al santuario lo hizo lleno de expectativas y sueños al igual que todos los demás que decidieron volverse santos. Estaba preparado para ensuciarse las manos si eso era lo que necesitaba para convertirse en un guerrero. No era ajeno al trabajo duro, pero tampoco era tan ingenuo como para creer que sólo con esfuerzo se podían lograr cambios significativos. Eso lo comprobó al primer día de su llegada cuando para poder sobrevivir se tuvo que unir al séquito del semidiós Pólux. El hombre más poderoso entre los aspirantes y el más sádico dentro del coliseo. Brutal, imparable y poderoso. Él no había determinado quién podía comer y quién no, pero los miembros más proactivos de sus seguidores se atribuyeron esas libertades haciendo uso de su nombre.
Aeneas, temeroso de ser visto como menos intrépido y alguien desechable sujetó la espada que se le entregó y amenazó con ella a los demás aspirantes que deseaban algo de comida. Esa era la dura realidad. Los fuertes siempre gobernarían sobre los débiles. Y él no deseaba estar del lado perdedor. Prefería adoptar una actitud sumisa frente a quién pudiera brindarle protección con su magnífico poder. Sólo que no esperaba que la persona más poderosa del santuario midiera apenas un metro y medio.
En aquella ocasión no logró hilar sus pensamientos de forma coherente. Antes de siquiera poder levantarse del suelo vio a Pólux caer ante sagitario al igual que todos ellos. No comprendía la razón en ese momento, pero tras las clases impartidas por los dorados supo que aquella presión ejercida sobre su persona era el cosmos. Uno cálido y que pareció infinito por momentos. Como si inundará todo el lugar impidiendo que alguien le fuera indiferente a su presencia. En ese momento sintió un terror verdadero. Y no fue el único. Todos los aspirantes vieron como ellos fueron un ejemplo de lo que podía esperarles a los alborotadores. Luego de la desastrosa y humillante derrota del semidiós, el grupo que se había formado para seguirlo se disolvió rápidamente.
Tras haber recibido la opción de volverse aspirantes o ser asignados a otras tareas, del grupo de admiraba a Pólux inicialmente, solamente quedaba él en los dormitorios. Los demás se conformaron con ser simples soldados y así alejarse de géminis y de esos "dorados engreídos". Él se negaba a renunciar al motivo por el cual fue al santuario en primer lugar. Por lo cual pese a las adversidades eligió seguir allí. Aunque no la tenía fácil. Sus acciones del primer día no fueron olvidadas por los demás aspirantes. Los dorados que siempre los miraban como seres inferiores, tanto que ni siquiera parecían recordar sus rostros y mucho menos conocer sus nombres. O si lo hacían simplemente fingían ignorancia. Mas, los demás no. Dentro de los aspirantes, ya no tenía un grupo en cual refugiarse, no le agradaban los niños, y los demás sabían los líos que causó durante la masacre y el desayuno posterior a la misma. Nadie confiaba en él y viceversa.
Y volvió a elegir el bando equivocado cuando se unió a los que estaban a favor de Hércules. El nuevo semidiós era del desagrado de Pólux y Sísifo. Ilusamente creyó que la mejor forma de borrar su vergüenza al elegir agachar la cabeza por el aspirante de géminis era servir a una apuesta segura como el héroe de docenas de cantares y elegido por la profecía como el salvador del Olimpo. Empero, volvió a equivocarse. Sagitario se había encargado de humillar repetidas veces al nuevo semidiós e incluso consiguió que tres dioses se manifestarán en su ayuda echando de manera deshonrosa a Hércules.
Aunque en esta ocasión se pagó un alto precio y ese fue que el arquero cayera en un sueño del que parecía no poder despertar. Fue debido a su ausencia que todo se puso patas para arriba. Los dorados nuevamente hicieron notar su desdén por los aspirantes. No les importaba enseñarles y sólo se dedicaban a buscar formas de recuperar al ángel de Atena. Él eligió seguir las enseñanzas que ya poseía y consultar algunos manuscritos del santuario para avanzar en su camino. Pese a costarle mucho entender por su analfabetismo. Estaba sumergido parcialmente en el río, en medio de una práctica en solitario concentrando su cosmos en su cuerpo como solía enseñarles el santo de acuario cuando una voz lo interrumpió.
—Eres muy dedicado—afirmó una voz infantil.
—Señor Shanti —dijo de manera respetuosa. Aunque fuera un niño no dejaba de ser un dorado—. ¿Qué le trae por aquí?
—Vine a buscarte —respondió el santo de virgo.
—¿A mí? ¿Por qué? —interrogó el aspirante lleno de confusión.
—Quiero que te conviertas en mi discípulo —contestó de manera directa el santo de virgo.
—¿De... de que está hablando? —tartamudeo Aeneas sin poder creer lo que estaba oyendo.
—Lo que oíste —confirmó Shanti con honestidad—. Vas a convertirte en un santo dorado y yo seré tu maestro —prometió.
—Agradezco la oferta, pero no creo que pueda aspirar a llegar tan alto con mis aptitudes —rechazó de manera educada por su propia inseguridad hacia sus propias habilidades.
—Claro que lo harás. Los dioses no se equivocan —afirmó el guardián de la sexta casa con solemnidad.
—¿Los dioses? —preguntó Aeneas lleno de incredulidad.
—Así es —asintió Shanti confirmando sus palabras anteriores—. Es su voluntad que te conviertas en un santo dorado y yo cómo su vocero sólo hago el favor de comunicártelo.
—¿De verdad? ¿En verdad puedo convertirme en un guerrero de Atena? —interrogó el aspirante aun sin poder salir de su asombro por ser el elegido de los dioses.
—Sin dudas lo harás. Serás alguien importante y muy respetado —aseguró Shanti de manera confiada.
Desde ese día Aeneas se convirtió en discípulo de Shanti. No hubo un gran alboroto como sucedió con los aspirantes de géminis al momento de elegir a su maestro. Y dudaba que alguien estuviera de humor para oír su buena nueva. Realmente no tenía a quién contarle. Los demás aspirantes lo detestaban y saber de esto sólo sería motivo de envidias. A los dorados nunca les importaron, así que el santo de virgo no tendría a quien contarle. Por lo mismo, decidió tener un perfil bajo, y Shanti estuvo de acuerdo con ello. Pese a no anunciarlo, todos sabían que era su alumno, pero Aeneas optó al principio por no aparecer en asambleas o eventos donde estuviera invitado su maestro. Se quedaba meditando en solitario y repasando las lecciones dadas por el guardián de la sexta casa. Incluso mientras su maestro cumplía con el castigo impuesto por la diosa Artemisa no incumplió con sus órdenes y entrenó diligentemente hasta su regreso. Tal y como esperó su maestro había retornado triunfante. No obstante, habiendo superado esa prueba tuvo la dificultad de lidiar con el regreso de los aspirantes fugitivos y la furia del león dorado.
—Realmente el santo de leo me ha dado un susto de muerte hoy —comentó Aeneas queriendo romper el silencio reinante—. Nunca creí que algún día sería asesinado por la mirada del dorado más respetado de todos —expresó.
Shanti tampoco pensó que vendría a atacarlo por estar en desacuerdo sobre Sísifo. Eso era demasiado para alguien del carácter del arconte del león. El impulsivo solía ser sagitario, pero al parecer la manzana no caía demasiado lejos del árbol. Estaba en medio de sus meditaciones cuando Aeneas terminó de preparar su cena. Hizo unos panqueques que, si bien eran más habituales para el desayuno, era lo más sencillo y rápido para una cena fuera de horario.
—Maestro —llamó Aeneas sirviendo un plato con panqueques para él—. Pese al mal día, no debe castigar su cuerpo de esa forma. Eso me ha dicho cuando yo lo hago —habló al ver la falta de intención en probar bocado.
—¿Me estás echando en cara mis propias palabras? —interrogó Shanti frunciendo el ceño.
–No, maestro, nunca haría eso —negó alarmado por haber ofendido al dorado—. Solamente estoy preocupado por usted —corrigió el aspirante viéndolo con preocupación—. Si me he extralimitado con mis palabras castígueme por favor –pidió sumisamente.
—No lo estés —ordenó el rubio comenzando a comer de mala gana—. No quiero ser tu distracción por sentimientos inútiles —habló el rubio sin poder manejar su molestia.
Ese día no había sido particularmente bueno para él. Todos se habían vuelto en su contra sólo por expresar una verdad que se negaban a aceptar: sagitario moriría. Se lo advirtió desde el día en que se conocieron. ¿Cuántas veces no le insistió al estafador que cuidará de su cuerpo porque era mortal? Era igual de frágil que cualquier otro humano común y corriente. Aun así, hizo caso omiso y continuó sobre exigiéndose pese a las heridas dejadas por los centauros. Ahora nuevamente estaba al borde de la muerte y todo por creer que podía hacerse cargo de la gran cantidad de heridos dejados por Hércules. No podía solo. Empero, ignoraba sus limitaciones normales y llegaba a esto. Él siempre supo que esa actitud impulsiva sería su perdición.
En cambio, era visto como un monstruo despiadado y cruel sólo por exponer la realidad. Lo habría esperado de cualquiera, mas no de Giles. Creyó ilusamente que él sería capaz de entender su modo de ver las cosas. En cambio, lo juzgó. Se enojó con él y se negó a aceptar que la voluntad de los dioses era la muerte de sagitario. Y ellos nada podían hacer a estas alturas sin transgredir las leyes que regían el mundo. Mismas que hasta los dioses temían violar.
Aeneas permaneció en silencio observando al niño comer lo que le preparó. No hacía mucho tiempo que había sido seleccionado como discípulo personal de virgo. Jamás habría creído que esa oportunidad llegara de manera tan sencilla y sobre todo de la nada. Simplemente un día el guardián de la sexta casa se le acercó hablando acerca de un mensaje divino acerca del futuro santo de Aries. Y según las palabras de Shanti él era uno de esos candidatos. Se sintió orgulloso de que los dioses y las estrellas reconocieran su valía, pero sólo con eso no sería ascendido a dorado. Debía demostrar toda su sinceridad hacia su maestro para asegurar ese puesto.
—Maestro —llamó el aspirante con voz titubeante—. Disculpe, sobre Giles... —comenzó a hablar, pero se detuvo al ver a Shanti con cara de pocos amigos—. Como su discípulo sé que no debería cuestionarlo, pero el joven Giles es un buen amigo suyo después de todo —mencionó con una sonrisa tenue.
—Ja, "amigo" —repitió el rubio con sarcasmo—. Yo no soy su amigo. Nunca me vio de esa forma. A él sólo le importa aquel estafador —dijo enojado mientras masticaba con mayor fuerza.
—No me ha dado esa impresión —replicó Aeneas viéndolo con cierta lástima porque en esos momentos era sólo un niño triste y no el poderoso santo de virgo—. Sus palabras le han afectado de manera tan profunda debido a la alta estima y cariño que le guarda.
—Eso no tiene sentido —se quejó virgo—. Si realmente me quisiera no importaría cuanto le dolieran mis palabras no me abandonaría. Ese es el amor verdadero, el sufrimiento. Sólo a través del dolor podemos amarnos los unos a los otros.
—Él debe entender el amor de una manera diferente —comentó el discípulo queriendo sonar conciliador.
—No, no lo hace —negó el rubio moviendo la cabeza—. Ellos también ven el amor como sufrimiento sino no se aferrarían tanto a Sísifo con todo el dolor que les está causando —dijo apretando su boca con molestia—. Incluso ese pecador está sufriendo por su estado. La forma de librarse del dolor es dejarlo morir. ¡¿Por qué no lo ven?! —exclamó al borde del llanto.
—¿No es usted quién acaba de decir que el amor es sufrir? —interrogó el discípulo con calma—. ¿Por qué entonces quiere que ellos dejen de sufrir? ¿No es eso dejar de amar? Pero usted no lo hace. No ha dejado de querer al joven Giles, ¿no es verdad?
El guardián de la sexta casa guardó silencio enredado en sus propios pensamientos. Él intentaba amar a toda la humanidad, compartir el dolor de todos ellos como si fuera propio. Practicaba el ayuno para emular el hambre de aquellos que no podían permitirse un pedazo de pan. Meditaba concentrado en mimetizar su mente con los sentidos de personas a miles de kilómetros que desconocían de su existencia, pero él sabía todo acerca de sus vidas. Los dioses le habían contactado en diversas ocasiones haciéndole conocedor de duras realidades que sus ojos jamás podrían presenciar. Él lo prefería así. Era su manera de amar, pero su discípulo tenía un punto.
Si les decía que soltaran a sagitario, estarían liberándose del dolor, pero ¿eso quería decir necesariamente que dejaron de amarlo? Si lo pensaba de esa manera, el enojo tenía que ver con algo más irracional aún. Sólo así se podría entender una situación tan carente de lógica. Incluso Sísifo eligió morir. ¿No era eso prueba de que él tampoco los amaba? Estaba escapando del dolor, no queriendo seguir siendo una carga para ellos. Lo correcto era que lo dejaran morir como dictaba la voluntad de los dioses, ¿por qué elegían ser herejes? Las grandes deidades eran generosos cuando se les mostraba sumisión. Él era prueba de ello.
Aún quedaban panqueques en su plato, pero había perdido el apetito. Pensar en Sísifo como una carga le hacía rememorar las palabras de sus padres en aquel bosque. Él mismo fue una carga, alguien de quien se deshicieron y lo aceptó por ser su destino. Sagitario había hecho igual. No obstante, la diferencia radicaba en que mientras sus padres no tuvieron ningún reparo en dejarlo a su suerte, el estafador tenía personas dispuestas a ir hasta el inframundo, literalmente, por recuperarlo.
—Usted me dijo una vez que, si mis emociones me abrumaban, me tomara mi tiempo para calmarme –dijo Aeneas colocando una mano sobre el hombro del blondo al verlo quedarse quieto y silencioso.
—No te metas, Aeneas —ordenó el pequeño dándole un fuerte manotazo.
Esa fue la última frase del santo de virgo antes de sumirse en el mutismo. Terminó su cena en completo silencio y su discípulo no se atrevió a importunarlo nuevamente con sus comentarios no solicitados. Aeneas quería ser felicitado por su maestro por adquirir madurez gracias a sus enseñanzas. En cambio, terminó causando un efecto totalmente opuesto. Shanti sabía que Aeneas quería enseñarle algo solamente porque era mayor que él, pero no lo podía permitir. Él era el maestro y debía mantener la dignidad todo el tiempo. Hacerle saber que él, pese a su edad, era el santo dorado más cercano a los dioses. El elegido, su vocero. Toda la sabiduría y conocimientos necesarios para su tarea provenían directamente de ellos. No de simples mortales sentimentales y torpes con una visión tan sesgada de la realidad.
—Ve a descansar, Aeneas —ordenó Shanti saliendo del comedor—. Tu entrenamiento aún sigue en curso y mañana tenemos muchas cosas que hacer.
—Sí, maestro —agradeció el aspirante inclinándose respetuosamente—. Pase buena noche, maestro —se despidió tomando caminos separados.
Debido a que los aspirantes no tenían permitido ingresar a las doce casas sin permiso de los dorados, Aeneas retornó a los dormitorios comunes junto a los demás aspirantes mientras el guardián de la sexta casa se dirigía hacia su respectivo templo. Para su desgracia, el pequeño ciego se topó con Talos en la entrada de la casa de Aries y no iba sólo. Llevaba en un brazo a Miles y en el otro a Giles, quien nada más verlo comenzó a hacer pucheros. Hecho del que estaba seguro a pesar de no verlo.
CONTINUARÁ…
