Se secó el sudor con una toalla y apagó el reproductor de compact disc. Aquel trasto tenía una lista interminable de canciones grabadas por Ino, lo que permitía a Milo acceder a un amplio repertorio de estilos musicales. Sin embargo, a él siempre le había gustado el punk rock y se mantenía fiel a Green Day desde el día que los escuchó por primera vez. Su música era lo único que lo animaba en aquellos días grises.
Descolgó de la pared los contrafuertes que utilizaba para las series de fuerza y los dejó sobre el sofá de piel. Recogió los extensores y amontonó las pesas en una esquina para guardarlas en el armario de su dormitorio. No había nada mejor que una buena sesión de entrenamiento para obligar a los cristales de veneno a moverse por el torrente sanguíneo. Otras quinientas flexiones cabeza abajo lo dejarían como nuevo.
Cuando se dirigía a la cocina a por un batido de proteínas, se dio cuenta de que se había olvidado de guardar la citación en el cajón de documentos de la Orden. Milo la atrapó, la extendió cuidadosamente y la leyó con lentitud.
—Se le informa que el día 7 de abril del corriente, tendrá lugar el juramento de cargo de custodio de la Casa de Acuario del caballero de bronce Hyôga Dirchenko, por lo que es obligatoria su presencia vestido con su armadura de oro.
Milo reprimió las ganas de arrugar el papel y tirarlo a la basura. ¿Vestido con la armadura de oro? Vestido de fantoche, querrían decir. La mayor parte de las autoridades griegas estarían presentes, y tal baño de solemnidad los convertía ya no en un ejército al servicio de una diosa, sino en uno al servicio de un país. Tanto boato le ponía nervioso, ya que debía ser comedido en las apariciones públicas. El Administrador se ponía lívido con la idea de que Milo pudiera terminar medio borracho en cualquier bar de ambiente o encajado entre las nalgas de algún turista.
"Como si eso fuera a suceder".
Dejó la citación sobre los mapas de su mesa de trabajo y se sentó en el taburete de la cocina, intranquilo. Apuró el batido de proteínas y se preparó para cortar las bandas elásticas de sus manos. Cuidar de sus armas siempre era un momento íntimo y agradable, una reunión consigo mismo que apagaba el ruido de su cabeza y lo centraba en lo realmente importante.
—¿Mi señor?
—Buenos días, Ino. Que Atenea te proteja en este día.
—Que así sea, mi señor.
La jefa de personal de la Casa de Escorpio y antigua amazona dejó varias bolsas con alimentos sobre la meseta de la cocina y un montón de ropa sobre el otro taburete. Milo asintió, preparó un batido y se lo ofreció. Ella lo aceptó con un movimiento de su cabeza.
—El mayordomo de Acuario me preguntó si ahora el señor Milo iba a vestir como un caballero de los Hielos —dijo Ino con tranquilidad. Su máscara blanca brillaba bajo los focos de la cocina.
—Sigue siendo tan amable como siempre, el buen Teseo —respondió el girego mientras guardaba los perecederos en la nevera—. Debe echarme mucho de menos.
—Puede jurarlo, mi señor —replicó ella, cerrando las puertas de la alacena—. Añadió que fue todo un honor compartir techo con usted durante aquellos meses.
Milo la miró y esbozó una sonrisa de medio lado.
—Estoy seguro de que aún guarda las colillas que le dejaba puestas a la tiara de la armadura.
La muchacha dejó escapar una risilla.
—¿Cuándo te vas a quitar la máscara? —preguntó Milo, audaz—. Tengo muchas ganas de verte la cara.
—Ante usted, nunca, mi señor. No quiero matarlo y heredar Escorpio de una forma tan indigna —contestó ella sin inmutarse—. ¿Le ayudo con el masaje?
—Esta vez, no. Tampoco hace falta que mudes la cama.
—¿Necesita que prepare comida para dos, mi señor?
El Escorpión suspiró. No tenía ni idea de lo que sucedería cuando Hyoga abriera la puerta, pero tras lo ocurrido en el día anterior, suponía que saldría corriendo hacia Acuario y se escondería allí para toda la eternidad.
—No es necesario, Ino. Puedes retirarte y tomarte el día libre.
—Es usted muy generoso, mi señor.
Milo lanzó una carcajada.
—El Rey de la Generosidad, me llaman. Enciende las antorchas cuando salgas.
Ella asintió, saludó y abandonó el templo tras obedecer la última de las órdenes. Milo esperó a sentir el cosmos de la muchacha cerca de Libra para tomar las tijeras y cortar las bandas elásticas. Se miró las manos y las mimó con cuidado. Las trataba con una delicadeza extrema, masajeándolas desde la base de los dedos hasta las puntas, dejando que los ungüentos hicieran un efecto calmante y reparador.
—Acrab, Fang, Dschubba, —murmuró tras inflamar su cosmos—. Paikauhale, Al Niyat, Lesath —realizó diversos ejercicios de habilidad y puntería—. Shaula… Pipirima, Iklil, Sargas, Xamidimura… Larawag, Fuyue, Jabbah…
Disparó varias ráfagas de la Aguja Escarlata contra la pared, controlando la intensidad del impacto, la velocidad y la inoculación de veneno.
—Antares.
Milo tonificó sus dedos con las fórmulas magistrales que Aristarco, el sanador del Santuario, había compuesto para él. La crema penetró en su piel al instante, calmando sus nervios y tendones. Masajeó la palma, el dorso y se detuvo cuando reparó en la cicatriz de su muñeca izquierda.
Era la única marca que se negaba a cerrarse, como un recuerdo maldito del día en que decidió hacerle caso al francés.
"Júramelo, Milo. Júrame que te harás cargo de él".
Milo dirigió la mirada al cuarto del fondo, lleno de inquietud. Se sentía dividido; por una parte, el hecho de que Hyoga mencionara la carta de Camus lo obligaba a darle cobijo y alimento bajo sus emblemas. Por otra parte, tenerlo tan cerca le removía sentimientos que no era capaz de mantener bajo control, y Milo no se veía con fuerzas para tropezar dos veces con la misma piedra.
"Ya me comporté como su maestro cuando regué su armadura con mi sangre. ¿A quién cojones quiero engañar?".
Lanzó un pulso cósmico para averiguar si el Cisne seguía en estado vegetativo o había vuelto al mundo de los vivos. La imagen tridimensional en su cabeza lo situó en la cama, sentado y con los pies en el suelo.
El cosmos de Hyoga se mantenía a una velocidad baja, pero su frecuencia era inestable. Posiblemente, el Cisne estaba intentando calmar su histerismo y su excitación. Con un poco de suerte y varias jugarretas más, Milo lograría echarlo de su casa y hacerle comprender de una vez por todas que a lo máximo que podría aspirar era a ser compañeros.
Milo no estaba dispuesto a tener a otro Acuario como amigo. No quería pasar por lo mismo otra vez.
"Júramelo".
Recogió los ungüentos y suspiró abatido. Se había convertido en un hombre que no era capaz de salir de su círculo de dolor. Sus costumbres tampoco ayudaban; todo se reducía en entrenar hasta caer exhausto y refugiarse en la soledad de su templo. Aioria lo llamaba viudo amargado cuando discutían, y aunque Milo replicaba insultando a su ascendencia ateniense, sabía que el caballero de la Quinta Casa tenía razón. Desde que el Monolito explotó en pedazos, solo tres dorados habían vuelto a la vida: Mu de Aries, Aioria de Leo y él, Milo de Escorpio. Del resto, solo quedó una bruma cósmica que se perdió en la noche.
La posibilidad de retorno de los demás caballeros de oro era cada vez más remota y la de tener a Camus entre sus brazos una última vez…
"Basta, Milo".
Apagó la luz del cuarto de baño y se sentó de nuevo en el taburete de la cocina. La puerta de su dormitorio permanecía cerrada pero Hyoga continuaba con su cosmos alzado. ¿Se estaría masturbando? Marcarlo mientras estaba inconsciente fue una proeza digna de los anales de la Casa, algo que haría que Camus se revolviera en su tumba, o donde cojones estuviera escondido.
"Deja de pensar estupideces con la Casa Circular, hostias".
Cuando Milo lo vio abrir la puerta y taparse con los brazos como si Hyoga estuviera aterido de frío, respiró hondo. El crío era una puta belleza y el muy idiota ni siquiera era consciente de lo que provocaba en el Escorpión.
"No está mal el mocoso. Nada, nada mal".
No iba a mentirse a sí mismo. El instinto de arrancarle la túnica y lamerle las cicatrices estaba ahí, latente. Imaginarlo debajo de él, con el rostro enrojecido, la boca entreabierta y gimiendo su nombre entre espasmos de placer, era un deseo que ya había sentido cuando lo dejó sobre su cama, pero que no podía permitirse. Ya no.
Además, no quería ahondar en el hecho de que el Cisne era diametralmente opuesto a Camus, y que a pesar de ser Acuario, el crío sentía y, además, lo exteriorizaba.
"Una marioneta que exuda dolor por todos sus poros".
Tomó aire y se retroalimentó con toda la amargura que sentía cuando pensaba en Acuario. Había llegado la hora de poner su plan en práctica y de sacar de una puta vez de su Casa y de su vida al joven que había quebrado su fe a todos los niveles.
—¿Has dormido bien, Flor de las Montañas Nevadas? —le dijo mientras sonreía de medio lado—. Estuve más de dos horas limpiando las baldosas, que son patrimonio de la Humanidad, porque dejaste el suelo lleno de sangre —acarició el borde del vaso vacío—. No quería que pensaran que, cediendo a esos instintos tuyos, me habías incitado a echarte un polvo y en la vorágine de gemidos, yo te había hecho… daño.
