Había una sola cámara en el baño, colocada perfectamente en la única luz que había sobre la ducha, colocada en el lugar indicado para que él pudiera ver cada vez que Elsa se bañara. Justo como en ese momento en el que ella estaba bajo el agua tibia, quitando la espuma y restos de jabón mientras él acariciaba tiernamente todo cuanto podía de su suave cuerpo. Se veía preciosa, perfecta... jodidamente angelical, incluso divina mientras hacía algo tan simple como duchándose bajo cálida agua, sencillamente era imposible dejar de tocar absolutamente todo lo que estaba a su alcance, era imposible calmar su necesidad por ella.
Ante sus caricias, ella suelta una de esas risillas encantadoras. —Cielo santo, Haddock, ¿aún tienes energía? —pregunta bromista, girándose por completo para confirmar que nuevamente su miembro estaba duro y deseoso de ella—. ¿No puedes hacer algo para que se vuelva a dormir?
—¿Contigo al lado y completamente desnuda? No, no tengo ese poder —responde juguetonamente, tomándola de la cintura e intentando atraerla a él, pero Elsa lo detiene dando un manotazo en una de sus manos, obligándolo a soltarla de inmediato.
La ve rodando los ojos con algo de gracia. —Estoy agotada, solo quiero ir a dormir por el resto de la noche —le deja en claro con cierta obviedad, pronto vuelve a darle la espalda para disfrutar un poco más del agua, relajando el cuello y los hombros, estirando un poco la espalda. Se hace un recordatorio mental de no volver a follar en ese sillón, su tela es complicada de limpiar y la firmeza de los cojines ha dejado cierta molestia en la parte baja de su espalda. Suelta un quejido bajo mientras intenta aliviar un poco la zona adolorida con sus propias manos, el agua tibia aliviaba un poco el dolor, pero no lo suficiente.
Pega un leve brinco cuando las manos de Hiccup contra su piel le recuerdan que él seguía allí, con unas inagotables ganas de seguir haciendo con su cuerpo lo que quisiera.
Como si leyera su mente, Hiccup ignora por completo sus ganas de volver a meterse en ella para centrarse en masajear sus lumbares. Sus pulgares dibujan duramente círculos invisibles en su piel, justo en el lugar exacto de la forma ideal, tan bien que Elsa no puede contener en lo absoluto los gemidos que las caricias de él generan con tanta facilidad.
Le complica un poco los movimientos, pero de todas formas se recuesta contra el torso de Hiccup casi sin pensarlo, como si su cuerpo sencillamente la empujara hacia el origen de todo el placer que empezaba a sentir. Lo escucha mascullar algo con esa voz tan grave y firme, pero la verdad es que está tan cegada por lo bien que se siente que ni siquiera es capaz de entender lo que dice.
En algún punto toma sus manos y las dirige justo a donde las necesita, una de ellas hacia sus pechos, la otra a su clítoris. Hiccup no pierde ni un segundo, comprende de inmediato y sin problema qué es lo que su dulce angelito necesitaba. Se divierte un buen rato pellizcando sus puntos más sensibles, disfrutando la manera en la que ella terminaba restregándose inconscientemente en contra de su dura erección, adorando cada uno de los bellos gemidos que se llegaban a escapar por su boca.
Quiere perderse eternamente en lo bien que se sienten sus manos por todas partes de su cuerpo y en los besos húmedos y leves mordidas que deja en su cuello, pero su cuerpo y su mente están agotados, por lo que termina frenando los intentos de Hiccup de llevarlo nuevamente todo a un nuevo nivel.
Él no puede evitar suspirar con algo de pesadez mientras observa como Elsa sale de la ducha luego de darle un rápido beso en los labios, observa lo más disimuladamente posible la cámara.
Hubiera quedado un buen vídeo desde ese ángulo, le frustra un poco no haberlo conseguido, no volverla a tener a su completa disposición, pero se hunde de hombros y se dice a sí mismo que tarde o temprano lo obtendrá, que no hace falta que sea tan impaciente. Todo llegaría en su momento, no tenía motivo para mortificarse por todo aquello que todavía no tenía en su control, porque al final cada parte de su precioso angelito sería para él y solo para él.
No se demora mucho más en la ducha, se apresura en salir porque él también quiere descansar un poco y quedarse dormido con Elsa entre sus brazos.
Por primera vez en varios meses, Elsa se despierta esperando a alguien más en su cama. Su última relación seria había terminado hace tiempo, y en sus rollos de una noche nunca se quedaba a dormir, por lo que en cierto punto era extraño y gratificante volver a esperar tener a alguien al lado le parece tan... emocionante.
Extiende su brazo con la esperanza de toparse con el cuerpo de Hiccup, y lo primero que nota es que al otro lado de su cama no hay absolutamente nada, ni siquiera nota las sábanas tibias por un antiguo calor corporal, están completamente frías, mostraban que quien sea que había estado recostado allí se había marchado hace horas. Lo primero que siente es una pequeña confusión, y luego una absoluta vergüenza. ¿Hiccup se había ido sin más? ¿Después de todo lo que había pasado ayer? ¿después de que incluso la había abrazado con tanto cariño mientras le aseguraba que la amaba? ¿Se había ido así... sin más? ¿Qué sentido tenía siquiera irse de esa manera? Eran vecinos, se terminarían volviendo a ver, parecía más un movimiento cruel que la típica huída cobarde.
Se sienta en la cama con algo de brusquedad, tirándose el cabello hacia atrás, lejos del rostro, parpadeando constantemente e intentando entender cómo había sido tan tonta como para ilusionarse tan pronto y tan ridículamente. Pero mientras se estaba regañando a sí misma por su supuesta exagerada inocencia, finalmente llega hasta la habitación un delicioso aroma dulce que de inmediato calmó todos sus pensamientos negativos, pero que no hizo nada para aliviar sus dudas.
Aún sin detenerse a pensar qué era lo que estaba ocurriendo realmente, Elsa se levanta de la cama, ante su semi-desnudez se limita a pillar una de sus batas de seda, amarra descuidadamente la cinta que colgaba de la prenda y se dirige al baño para limpiarse el rostro y cepillar sus dientes. El aroma se intensifica y, con la mente un poco más despejada por refrescarse un poco con el agua, se vuelve a sentir algo tonta, pero precisamente por las razones contrarias.
Aunque le hubiera encantado despertarse abrazada a Hiccup, sintiendo su lenta respiración contra la nuca y sus fuertes brazos reposando tranquilamente sobre su cintura, la verdad es que le parecía sumamente encantador que Hiccup hubiera decidido levantarse para preparar el desayuno.
Sonríe como tonta al llegar a la cocina, al verlo sirviendo ya lo que había preparado, supone que en algún momento sí que volvió a su departamento, porque lleva puestos unos pantalones grises holgados y una camisa negra de tirantes. Lo cierto es que se veía encantador incluso con ropa tan sencilla.
Antes de saludar o acercarse a él, se detiene unos segundos a observar sus tatuajes. Nunca se había sentido realmente interesada en los tatuajes, no le desagradaban o algo por el estilo, pero tampoco le había llamado la atención demasiado, solía ser una parte más de la persona, un dato del que se podía olvidar sin problema. Pero los tatuajes de Hiccup siempre llamaban su atención, de alguna forma su mirada siempre se desviaba hacia las serpientes, de sus brazos, hacía las runas de sus costillas cuando no había tela que las cubriera. La tinta quedaba demasiado bien en su piel como para que ella pudiera ignorarla.
—Buenos días —le dice finalmente, llevando sus ojos hacia el relajado rostro de Hiccup.
Él apenas se voltea hacia ella, sigue preparando algunas cosas del desayuno mientras le sonríe de oreja a oreja, por lo que Elsa decide ser ella quien se acerque, acuna con cariño una de sus mejillas, acaricia un rato su piel para luego tirar de él para que se agachara levemente a su altura. Mientras escucha las risillas de Hiccup, le da un beso en la mejilla y antes de que se pudiera dar cuenta, él tenía su brazo rodeándole la cintura para tirar de ella y besar rápidamente sus labios.
—Buenos días, princesa ¿qué tal has dormido? —le pregunta en cuanto se separan. Ella suelta una risilla mientras desvía la mirada, ocultándole lo mejor posible el rubor de sus mejillas.
No responde directamente, se queda mirando los platos preparados. —Te has despertado temprano por lo que veo.
Tiembla de pieza a cabeza cuando siente a Hiccup besándole el cuello.
—Quería consentirte —le susurra contra el oído a la par que su mano se mueve lentamente para acariciar su cintura. En tan solo unos segundos él se ha acomodado detrás de ella, aprisionándola contra la encimera de la cocina, metiendo sus manos bajo su bata y bajando lentamente su ropa interior—. Aunque ahora que estás aquí, en verdad me gustaría consentirte de otra manera.
Mientras jadea y araña el mármol de la cocina, Elsa pregunta juguetona. —¿Y cómo quieres consentirme?
Hiccup va repartiendo besos húmedos por su cuello, desciende hasta su hombro al desanudar rápidamente la cinta de su bata y remover la seda de su hombro izquierdo. Aprieta todo su cuerpo contra ella, termina deshaciéndose de su bata por la desesperación de querer tocar y besar cada parte de su cuerpo, se asegura de que su ropa interior también quede olvidada por el suelo. La toma de las caderas y bruscamente le da la vuelta. Se deleita todo lo que puede con las vistas, pasando sus manos por todas partes. Se agacha un poco para empezar a repartir besos por su vientre, subiendo lentamente hasta pasarse un buen rato con sus pechos, llega hasta su cuello en el momento que sus manos vuelven a tomarla de los muslos y levantarla para que rodeara su torso con las piernas.
—Anoche hiciste un buen trabajo con esa boquita para mí —susurra contra sus labios, Elsa quiere inclinarse para besarlo, pero él tiene otras ideas. La toma de la nuca y atrapa su labio inferior con los dientes y tira un poco de él—. Lo justo es que te devuelva el favor —concluye mientras la deja recostada contra la extensa encimera.
Se queda quieto observándola fijamente, adorando la forma en la que el sonrojo se le extendía hasta las orejas, distrayéndose por unos largos minutos con el vaivén que sus pechos llevaban a cabo por su acelerada respiración. Sus manos viajan por todo su cuerpo, repasando con roces su figura, tan solo pretendiendo y fingiendo centrarse en sus puntos más sensibles.
—Hiccup —la escucha llamándolo... rogándole—. Hiccup, por favor...
Se inclina sobre su cuerpo para empezar a besar y dejar chupetones por sus muslos, de vez en cuando rozando con sus dedos su punto más sensible, provocando que ella se revolviera impaciente. Se queda allí un largo periodo de tiempo, marcando el interior de las piernas de Elsa con marcas de mordidas y rosados chupetones, ignorando el punto exacto dónde ella no necesitaba.
—¿Te estás vengando por lo de ayer? —le pregunta entre jadeos, revolviéndose contra la encimera, pasándose las manos por el cabello por la desesperación.
Él primero responde con una mordida en el interior de su muslo. —No sé de qué hablas, princesa —le dice después, dejando un beso allí dónde acababa de morder—. Te he dicho que pretendo consentirte.
—Estás torturándome —reniega ella con una voz infantil.
Hiccup suelta una risilla justo antes de azotar con algo de fuerza la pálida piel de Elsa, logrando que soltara un agudo chillido y que pegara un brinco. —Oh cariño —su voz es tan dulce y tierna, tan amable y comprensiva, pero hay un tono oscuro y burlón de fondo que hace que Elsa se remueva por completo— pronto esas palabras te parecerán sinónimos.
Mérida la mira fijamente en cuanto Elsa llega a la cafetería en la que el grupo suele reunirse cuando están cansados de ir en casa en casa —básicamente cuando Anna o Mérida se cansaban de ofrecer sus departamentos, que eran los más concurridos—, aunque la mayor de las hermanas Queen no demuestra en lo absoluto que se siente incómoda o que tan siquiera ha notado la mirada de su amiga, Tadashi sí que se toma su tiempo para advertirle de antemano a su novia de que no haga ninguna tontería.
Pero con ya años de relación, Tadashi Hamada debería de saber ya que su novia nunca le hace caso.
—Tú has follado —no es una pregunta en lo absoluto, es una afirmación dicha con tanta seguridad que deja tremendamente confundidos al resto de miembros del grupo de amigos mientras que Elsa parpadea sorprendida en dirección de la pelirroja.
Elsa abre la boca para intentar decir algo, pero Mérida la corta de inmediato.
—No me quieras mentir, Queen, te lo noto. Tú has follado.
Anna entonces se fija en su hermana mayor, se fija bien, como buscando alguna pista, algún chupetón, algo desacomodado en su vestuario, algún signo de que acababa de venir de acostarse con alguien, porque debería de haber algo en ella que dejara tan evidente lo que había hecho como para que Mérida estuviera tan segura de lo que decía, sobre todo tan seria. Pero lo cierto es que por mucho que busca no encuentra nada que de inmediato le llegue a esa conclusión.
Elsa se sienta junto a Hans, que también la está mirando fijamente, pero con una sonrisa juguetona en el rostro y fingiendo estar inspeccionándola desde cerca. Pronto se da cuenta de que absolutamente todos esperan alguna respuesta, que tan siquiera intente negarlo o desviar la conversación de alguna forma.
La mayor de las hermanas Queen suspira pesadamente y rueda los ojos.
—Sí, he follado.
La gente de la cafetería gira levemente hacia el gran grupo en cuanto se escuchan los aplausos de Hans e Isabela. Algunos son más descarados al mirar cuando escuchan a Mérida gritando "¡lo sabía!".
Rapunzel ladea la cabeza. —¿Que Mérida lo haya notado de inmediato es un chiste interno o...?
Anna niega con la cabeza. —No tengo ni idea de cómo lo hace —inmediatamente después de decirlo, se gira hacia su amiga—. ¿Estabas adivinando o qué?
—¿Adivinar? —repite ofendida, con una mano en el pecho—. Yo tengo un sexto sentido hiper desarrollado, Anna, es por eso que este —señala con un movimiento de cabeza a su novio, que se sentaba a su lado— nunca podría ponerme los cuernos, se lo notaría antes de que siquiera lo hiciera.
Tadashi parece indignado por esa última afirmación. —Yo nunca te pondría los cuernos, solo te amo a ti —tal vez era costumbre por como solían ser sus interacciones cuando estaban en grupo, pero a la mayoría eso le pareció un regaño de parte de Tadashi, por mucho que las palabras eran románticas.
Mérida suelta unas risotadas a la par que se acerca para rodearle el cuello con los brazos y llenarle el rostro de miles de besos.
Mientras esos dos están de cariñosos, Hans también suelta unas cuantas risas. —Menuda sexto sentido, saber cuándo alguien folla —bromea rodando los ojos—. En fin, reinita, ¿con quién ha sido?
Isabela la corta de inmediato. —¡No! ¡Espera! —le dice apresurada—. ¿Quién hace apuestas? —la sonrisa que tiene en el rostro para la mayoría es juguetona, pero es Elsa quien la interpreta tal como es. Isabela Madrigal, que ya se imagina con quién ha terminado su amiga, tiene una sonrisa victoriosa en el rostro.
Honeymaren levanta la mano. —¡Yo apuesto cinco dólares por Esmeralda!
—Yo digo que ha sido con el de nombre raro, ese tal Merlín —añade Mirabel, aunque no parece muy confiada, parecía que solo quería dar la contraria de la primera propuesta.
Anna se inclina hacia su hermana. —Yo, conociendo a mi hermana, creo que ha mandado a tomar por viento todo el rollo de la aplicación para citas y ha follado con alguien que haya conocido por ahí.
—Pero si nunca sale de fiesta sin nosotras —debate Luisa, cruzándose de brazos—. Nos hubiéramos enterado.
—No digo que lo haya tenido que conocer en una discoteca —contraargumenta Anna con algo de obviedad—, por el barrio, en el centro comercial, en una librería...
Luisa asiente por unos momentos, pero al final propone una opción diferente. —Yo creo que es alguien que no nos ha comentado, pero de la aplicación de citas.
Isabela se voltea a los que todavía no habían comentado, Mérida y Tadashi recién se estaban separando de sus demostraciones de amor tremendamente empalagosas y públicas, Hans se lo estaba pensando seriamente mientras que Kristoff parece completamente perdido en su mundo, como si no se hubiera enterado de absolutamente nada. Y Rapunzel, aunque parece que ha estado siguiendo la conversación, no parece interesada en unirse al jugueteo de las apuestas.
—Yo también apuesto por la tal Esmeralda, es su tipo —responde Mérida con simpleza, pero dejando un billete arrugado de cinco dólares en la mesita que había en medio de todos, haciendo completamente real el pequeño juego que habían empezado. Honeymaren le sigue el juego de inmediato, con emoción, Mirabel lo hace más a regañadientes mientras que Luisa no demuestra emoción alguna. Anna lo duda por unos instantes, pero termina pidiéndole cambio a su novia.
—Buah... no tengo ni idea —masculla Hans, mirando la pequeña pila de dinero, habían pasado semanas ¿tal vez mes y medio? Desde que se habían reunido para hablar del tema de los pretendientes que Elsa estaba conociendo por la aplicación de citas, se había olvidado de la mayoría de perfiles que habían visto —no se había olvidado del ex de Rapunzel, porque ahora la molestaba mucho con ello y porque esos abdominales no se olvidan con facilidad— y no recordaba si su amiga había demostrado especial interés por alguno de ello. Finalmente, Hans suspira pesadamente—. Bah, Mérida tiene razón, Esmeralda es muy tu tipo —concluye, añadiendo su billete a la pila.
Isabela mira expectante a Tadashi, quien solo niega con la cabeza. La mayor de las hermanas Madrigal tenía suerte de que Tadashi Hamada estuviera tan fervientemente en desacuerdo con las apuestas y los juegos al azar, con esa mente brillante suya lo hubiera adivinado de inmediato.
—¿Tú qué apuestas? —le pregunta a Kristoff, que regresa su atención al grupo.
—¿Eh? —responde y luego se fija en los billetes acumulados—. Ah, ni idea, ni me acordaba que Elsa se había descargado una aplicación de citas.
Luego de unas risas y de rodar los ojos, Isabela se dirige a Rapunzel. —Venga, rubia, ¿no te animas?
Es tan solo Anna quien se da cuenta de que su novia está levemente incómoda, observando la pila de dinero, alzando de vez en cuando a los miembros del grupo que se veían más emocionados por la apuesta. Le pone una mano sobre el muslo y, por un segundo, Rapunzel le dedica una complicada sonrisa forzada.
—No me van las apuestas —es todo lo que dice antes de tomar su bebida y darle un rápido trago.
Isabela se hunde en hombros y regresa su mirada a los que sí que habían apostado. —Bueno, lamento comunicaros, pobres diablos, que ninguno ha acertado.
—Joder, ¿tú cómo sabes? —se queja de inmediato Hans, cruzándose de brazos, pero de inmediato abre los ojos por completo—. ¡No me digas que habéis follado!
—¡No seas idiota! —le reprende Mérida—. Habría notado también que Isabela había follado —lo dice con obviedad, como si todo el mundo tuviera clarísimo que el sexto sentido de Mérida era la mejor manera de definir si alguien había tenido sexo o no.
La mayor de las hermanas Madrigal solo se inclina hacia Elsa, quien intenta ocultar su sonrojo avergonzado tras el vaso que le roba a su hermana, luego se lo compensaría, pero no había tenido tiempo de pedirse nada por culpa de sus lunáticos amigos.
—¿Ha sido con tu querido vecino, verdad? —es todo lo que tiene que preguntarle para que asienta lentamente.
—¡Serás desgraciada! —se queja Honeymaren de inmediato, señalando a Isabela—. ¡Tú ya lo sabías!
Por su parte, Isabela finge estar indignada mientras toma los billetes de la mesa. —¿Qué? No tengo ni idea de qué estás hablando, Honey, ni la más remota idea.
—Cómo te gusta jugar con ventaja, maldita —Mérida se une a los insultos, con un poco más de ironía en su tono que Honeymaren—. Has hecho la apuesta porque lo sabías.
—Eso se llama estafa, Madrigal, devuélvenos el dinero —añade Anna, inclinándose hacia la joven morena.
La acusada, en respuesta, dobla con delicadeza el fajo de billetes y se lo mete en el sujetador ante la atenta vista de todos sus amigos. —Ven y cógelo, Queen —le responde con un tono coqueto, guiñándole un ojo.
Las mejillas de Anna se ponen completamente rojas antes de recostarse bruscamente contra el respaldo de su asiento, con una mueca infantil en el rostro. —Tramposa.
—De verdad te lo digo, tienes vía libre por completo, cariño.
Honeymaren suelta una carcajada. —Joder, si no es con la mayor será con la menor, ¿no, Madrigal?
Siguiéndole el juego, Isabela se hunde en hombros. —Algo es algo, Honeymaren, yo no soy muy quisquillosa.
Las bromas de esa índole no duran mucho, porque ambas amigas se están fijando constantemente en las reacciones de Rapunzel ante sus bromas, porque, aunque ya llevaba bastante tiempo con Anna y en sí en el grupo, la rubia todavía no estaba lo suficiente integrada como para que fuera del todo seguro hacer bromas de querer acostarse con su novia.
—¡Ya me acuerdo! —suelta Hans de momento a otro, felizmente desviando el tema—. ¡Don Gato! —entonces se da una leve palmada en la frente—. Eres una desgraciada Isabela, si me hubiera acordado también habría apostado por él —Isabela intenta volver a defenderse, pero con un rápido gesto de mano Hans le deja muy en claro que le da igual, porque realmente tiene más interés en avergonzar a Elsa—. Entonces, reinita, ¿cómo fue?
Elsa lo maldice en el momento en el que se da cuenta que ahora todas las miradas están en ella, intenta el mismo truco de taparse tras el vaso, pero Anna le regaña y exige su bebida de regreso, aunque la mayor podía asegurar sin temor a equivocarse que solo estaba fingiendo estar indignada para facilitar todo el tema de avergonzarla.
—¿Tengo qué? —pregunta frustrada, no tiene que oír a ninguno de sus amigos para saber que la respuesta es un rotundo sí. Suspira pesadamente y se pasa una mano por el rostro—. No, en serio, ¿qué se supone que queréis oír? El chico sabe lo que hace y lo que quiere.
Hans bufa con aburrimiento. —Chica, no sé, dale vidilla. A ver —Elsa supo que había cometido un gran error al dejarlo hablar por tanto tiempo cuando vio esa maliciosa sonrisa en el rostro de su amigo—. ¿Don Gato usa esos músculos para compensar por algo? —lanza la pregunta, alzando y bajando las cejas juguetonamente.
Elsa hace una mueca mientras se cubre el rostro con una mano, convencida de que todo el mundo en la cafetería los estaba escuchando. —¿Tienes que decir cosas como esas en público?
—Por supuesto.
—Eres de lo peor.
—Pero aún así me amas, así que ¿qué es peor? ¿Ser horrible o amar a alguien horrible?
—Ser horrible —respondieron todos, incluso Kristoff, de inmediato.
Hans rodó los ojos con molestia. —Amargados.
—A ver, lo que a mí me importa es ¿cómo ha sido después de hacerlo? —para sorpresa de todos, Mérida está muy seria.
Honeymaren ladea la cabeza. —¿A ti desde cuándo te interesan las partes aburridas, DunBroch?
—Hombre, quiero saber si ha sido un rollo de una noche o va a ser algo serio, tenemos que planear mejor las cosas si vamos a tener que invitar a otro hombre a las reuniones.
—Están invadiendo nuestro espacio —asiente de inmediato Anna con una seriedad algo ridícula—. Alguna de vosotras tiene que conseguir novia pronto —ordena señalando a las hermanas Madrigal y a Honeymaren—, me niego a tener un porcentaje masculino tan alto en este grupo.
—Amable recordatorio de que soy bisexual, así que podría terminar saliendo con un chico —dice Luisa, alzando una ceja ante la expresión indignada de Anna.
—Amable recordatorio de que no me importa, consíguete una novia —responde Anna.
Mérida da unas cuantas palmadas para llamar la atención. —¿Podemos volver al tema principal por favor?
—¡Eso! —apoya Hans—. ¿Qué sois ahora, Queen?
Y para sorpresa de todos sus amigos, Elsa dibuja una tierna y avergonzada sonrisa en su rostro mientras baja la mirada y sus mejillas se tiñe de un color rojizo.
—Somos oficialmente pareja —anuncia con lo que sus amigos reconocen como esa emoción algo infantil suya. Aunque a la mayor le gustara negarlo, las hermanas Queen eran de las románticas pérdidas que se hacían ilusiones muy rápido, se imaginaban fácilmente pasando toda su vida con sus parejas serias, se volcaban por completo en sus relaciones, sus etapas de "luna de miel" les duraban varios meses, en sí el mundo entero se les tenía de rosa, pero mientras Anna repetía una y mil veces lo terriblemente enamorada e ilusionada que estaba, Elsa solo dejaba verlo mediante disimulados gestos y frases, como si dejara migajas de pistas al hablar.
Las felicitaciones no tardaron en llegar, mientras Isabela contaba por encima, contentísima y orgullosa de sí misma, que lo había visto mucho antes que cualquier otro, Anna se tira sobre su hermana para abrazarla —y recordarle que había tenido razón, que la aplicación de citas había sido buena idea—, Mérida empieza a comentar con Tadashi y Luisa cuándo deberían empezar a invitar a la nueva pareja de Elsa.
—¡Vivan los novios! —celebra Hans en voz alta, volviendo a llamar la atención de algunas personas en el establecimiento.
Kristoff le revuelve con algo de brusquedad el peinado. —Baja la voz.
—¡No me despeines! —reniega infantilmente, provocando risas en algunos de sus amigos.
En cuanto llegan a su departamento, Anna le toma la mano a su novia con todo el cariño del mundo, apretando con fuerza el agarre, no demasiada, solo lo suficiente para transmitirle su preocupación.
—Cielo, ¿todo bien? —le pregunta con delicadeza, entrelazando sus dedos y tirando levemente de ella para acortar la distancia todo lo posible.
Por su parte, Rapunzel se muestra sorprendida por la pregunta. —¿Eh? Sí, claro, ¿por qué lo preguntas?
—Te noto rara —comenta con algo de obviedad—, sabes que puedes decirme si algo de lo que hacen esos idiotas te molesta, ¿verdad?
Ante la extrema preocupación de su novia, Rapunzel solo logra reír con algo de incomodidad. —No han hecho nada, estoy bien —le asegura, intentando sonar lo más firme posible—. ¿Lo dices por las bromas de Isabela? No me han molestado.
—No, no, te he notado incómoda desde antes de eso —insiste, ahora acariciando el dorso de su mano con el pulgar—. Punzie, venga, dime qué pasa.
La rubia termina suspirando con algo de pesadez. —No es nada, te lo aseguro... es solo —intenta buscar las palabras adecuadas, porque la verdad sí que ha estado incómoda, pero seguía repitiéndose a sí misma que estaba exagerando y que, después de todo no era culpa de nadie—... es solo que... ¿cómo te lo explico?
—Puedes contarme lo que sea —insiste Anna, acercándose para tomar también su otra mano.
—Ya lo sé —le asegura con mucha más firmeza de la que se esperaba—, pero es que se trata de algo... tonto.
—No será tan tonto si te afecta, cielo.
Rapunzel vuelve a soltar un bufido, ahora soltándose del agarre de Anna para sujetarla de las mejillas y apretarlas. —Deja de ser tan empática y responsable afectivamente, no estoy acostumbrada.
Ambas sueltan unas risillas ante la juguetona queja falsa de Rapunzel, Anna le rodea la cintura con los brazos y la aprieta contra su cuerpo. Intenta darle un beso, pero Rapunzel no lo nota y se desvía para quedarse abrazada a ella y ocultar el rostro contra su cuello. Anna puede sentir como el cuerpo de su novia se relaja, como se destensan sus hombros, como en sí se deja deshacer por completo en aquel abrazo.
Finalmente aleja el rostro del cuello de Anna, pero se mantiene aferrada al abrazo, porque se da cuenta que es más sencillo hablar cuando no la ve a la cara.
—Es solo que cuando era niña me crie en un barrio cerca a un casino bastante grande y frecuentado —va a explicando, jugueteando con algunos mechones naranjas del cabello de su novia. Le cuesta unos intentos pronunciar la siguiente palabra, pero finalmente lo logra—. Mamá tenía un grave problema con el juego, y con ella todo se volvía una apuesta sostenida en dinero que no tenía... creo que no puedo evitarlo, cada vez que estoy delante de algo por estilo siempre pienso en ella, y los recuerdos no son realmente muy bonitos.
En esos momentos escucha a Anna soltar una maldición por lo bajo. —Joder, y yo pidiéndote dinero.
Rapunzel suelta una risilla. —Bueno, me has pedido cambio, no es lo mismo. Además, ya te lo he dicho, es una tontería —deja en claro, intentando convencerse, mientras se aparta un poco, solo lo justo para ver los ojos de su novia y regalarle una sonrisa—. No es como que tengáis que dejar de hacer vuestras apuestas tontas por mí... solo es que voy a estar un poco distante cuando eso pase, tampoco es para tanto.
Anna dibuja una mueca en su rostro, pero termina quitando las ideas pesimistas de la cabeza para acercarse a darle besos en el cuello a su novia. —Lo importante es que yo voy a estar ahí para lo que necesites —asegura, logrando enternecer por completo a su novia, que la toma de las mejillas nuevamente, pero esta vez para dejar un beso lento y lleno amor en sus labios.
Rapunzel deshace el abrazo para tomar a Anna de la mano y empezar a tirar de ella hacia su habitación. Intentando disimular su emoción, Anna comenta cualquier cosa.
—No tenía ni idea de que te habías criado cerca a un casino —dice, sencillamente por decir algo.
—Ah sí —asiente, restándole importancia, entrelazando sus dedos con los de Anna—. El casino Valhalla, sus dueños movían mucho dinero, dejaban entrar a cualquier persona, no como esos de barrios altos que quieren mantener un poco la imagen.
—El casino Valhalla... jamás había escuchado de él —comenta mientras cierra la puerta de la habitación, dejándose llevar por el nuevo tema de conversación—. El abuelo y papá siempre han odiado los casinos, conozco los más estrictos y de renombre por algunos socios de mi familia.
Anna suelta un quejido cuando Rapunzel le tira algo a la cara, cuando se lo quita de encima se da cuenta de que es la blusa que llevaba puesta hace unos segundos, cuando alza la mirada observa a su novia deshaciéndose de su sujetador.
—¿Qué tal si no hablamos de tu familia mientras me estoy desnudando para ti?
Anna intenta decir algo, pero se limita a sonrojarse y tragar saliva con dificultad, incapaz de decir absolutamente nada mientras sus ojos están clavados en los pechos desnudos de Rapunzel.
—¿Es que solo vas a mirar? —le pregunta con sorna antes de acercarse a ella para tirarla del cuello de su camisa—. Ven para acá de una vez.
