La mazmorra estaba envuelta en una penumbra inquietante, las antorchas parpadeaban suavemente, proyectando sombras largas y distorsionadas. Seraphina Blackwood estaba de pie frente al escritorio de Severus Snape, su postura recta y orgullosa, desafiando la tensión palpable que se sentía en la sala. El silencio se alargó mientras ambos medían las palabras que estaban a punto de intercambiar.

-¿Qué estás esperando, señorita Blackwood? -dijo Snape, su voz goteando veneno-. ¿O es que necesitas un mapa para seguir las instrucciones más simples de una poción?

Seraphina levantó la barbilla, sin mostrar rastro de intimidación.

-No soy una inepta como los demás. Mi intención era discutir la receta de la poción Felix Felicis. Tengo mis dudas sobre su verdadera complejidad -replicó, con un destello de arrogancia en sus ojos verdes.

Snape entrecerró los ojos, fijando su mirada en la joven. Esos ojos... tan parecidos a los de Lily, pero con una frialdad gélida que le recordaba todo lo que ella no era. Sentía la contradicción desgarrándole el pecho: la añoranza y el rechazo coexistiendo en una danza cruel.

-¿Crees que la suerte puede comprarse con una poción? -preguntó con sarcasmo, acercándose lentamente-. ¿O es que, como tantos otros, crees que tu linaje te garantiza éxito sin esfuerzo?

Seraphina lo miró, desafiante.

-El éxito es para los fuertes, y no me disculparé por usar todos los medios a mi alcance para alcanzarlo. No voy a dejar mi destino en manos del azar o de los débiles que creen en sentimentalismos inútiles.

Snape sintió cómo la amargura le subía por la garganta. Estaba frente a una versión distorsionada de lo que podría haber sido Lily, una versión que había tomado el peor de los caminos. Y sin embargo, una parte de él no podía dejar de verla.

-Tus palabras solo demuestran cuán poco entiendes el verdadero poder -dijo Snape, con una calma calculada-. La ambición ciega solo te llevará a tu propia destrucción.

Seraphina sonrió con desdén.

-Entonces no nos queda nada que discutir, Profesor. Tal vez algún día usted también lo entienda.

Sin decir más, giró sobre sus talones y se dirigió hacia la puerta. Pero antes de salir, se detuvo y miró por encima del hombro.

-De todos modos, siempre me ha parecido interesante ver cómo aquellos que predican sobre el amor y la redención están tan atrapados en su propio dolor -murmuró, dejando la habitación en un silencio aún más pesado que antes.

Snape observó cómo desaparecía en la oscuridad del pasillo. La confrontación había dejado un eco en su mente, uno que no podía silenciar. Seraphina era la sombra de un pasado que nunca podría borrar, y cada encuentro con ella abría una herida que nunca había sanado.

En el fondo, sabía que estaba jugando con fuego. Y aunque entendía los riesgos, una parte de él, la más rota, no podía evitar sentir la atracción hacia esa oscuridad.