Homura y Madoka estudiaban en la habitación de la primera cuando, de pronto, la más alta dejó de escribir, soltó el bolígrafo, estiró sus extremidades en un intento por desperezarse. Acto seguido, abandonó su asiento y se tiró en la cama, quedando boca arriba y con la mirada clavada en el techo.

—¿Pasa algo, Homura-chan? —preguntó Madoka, extrañada.

La aludida soltó un bostezo y, sin cambiar de posición, respondió con tanta flojera que a la pelirrosa le pareció estar hablando con un perezoso salido de Zootopia y no con su novia:

—Estoy cansada, no quiero estudiar más —respondió y cerró los ojos como si de verdad fuera a dormir.

Madoka ladeó la cabeza, sorprendida por la respuesta. ¿Cómo era posible que su novia estuviera cansada si, por lo general, quién solía agotarse con mayor rapidez era Madoka?

Homura debería estar más que acostumbrada, después de todo, era la mejor estudiante de tercer año en su preparatoria. El que estuviera exhausta, cuando apenas tenían una hora y media de haber comenzado con el estudio, era ilógico.

—¿Estás cansada? Pero si no tenemos ni dos horas estudiando, Homura-chan, además —agregó con pena—. Y dijiste que me ayudarías con los problemas de…matemáticas.

—Oh, cierto —murmuró desde la cama, sin intención alguna de moverse—. Se me había olvidado, lo siento.

Madoka apretó la boca al notar que, si bien Homura acababa de disculparse, el tono de voz que empleara en ello no correspondía con el sentido que debían transmitir aquellas palabras. Se percibía más bien divertida y relajada, como si estuviese pensando en otra cosa al momento de responder. Y eso era algo muy extraño porque la forma de ser de la pelinegra para con ella siempre era la más pura, y esmerada, devoción. Ese comportamiento estaba fuera de lugar.

Iba a decir algo, pero Homura se adelantó:

—Madoka~ —llamó la pelinegra, con voz cantarina.

Madoka sintió una mala espina, como todas las veces en las que su novia la había llamado por su nombre de esa forma. Intentó serenarse tanto como pudiera y responder:

—¿Sí?

—Ven aquí~

—¿Para qué?

—¿Huh? —Inquirió Homura y Madoka percibió, desde su posición, un genuino tono de extrañeza en su voz—. ¿Cómo que "para qué"? ¿Acaso no es obvio?

—¿Es obvio? Es decir... —«¡Contrólate, Madoka, contrólate!»—. ¿Qué es obvio?

Ante las contradictorias reacciones de su novia, Homura suspiró y luego sonrió. Aquello era muy entretenido.

—Creí que era muy obvio —se estiró perezosamente—. Quería que descansaras un rato conmigo, Madoka.

La mencionada pareció desinflarse al escuchar aquello, incluso sintió alivio cuando la pelinegra retomó el tono de voz de siempre.

—¿En qué pensabas, Madoka? —preguntó, maliciosa.

Los pocos segundos de paz, aquellos en los que Madoka había conseguido calmarse, desaparecieron frente a las palabras de su novia.

«Oh, no».

—¿Qué? —Madoka volvía a ponerse nerviosa.

—Te pusiste muy roja cuando te llamé —entrecerró los ojos—. ¿Acaso pensaste en algo más que sólo descansar? Qué pervertida eres, Madoka~.

—Yo...uhm... —Madoka no sabía qué hacer, además de querer que el piso se la tragara, claro está—. Yo...

—Sólo bromeaba —aclaró Homura.

El rostro de la pequeña pelirrosa estaba tan rojo, que parecía querer explotar sin remedio de un momento a otro.

—Ya enserio... —Retomó la pelinegra—. Sé que a veces puede serte muy complicado estudiar. Ya sabes, tratar de seguirme el ritmo puede ser una carga para ti, aunque eres muy inteligente y aplicada cuando te lo propones —hizo una pausa, con aire meditabundo y añadió—: Que no es todo el tiempo, y pasa en muy raras ocasiones...

—¡Oye! —Se quejó la más baja, haciendo un puchero.

—Por eso —continuó Homura, ignorando la reacción de su novia—, y porque que te quiero, y no puedo permitir que te sobre esfuerces, es que quiero que tomes un pequeño descanso conmigo. —se hizo a un lado, hasta que casi tocó la pared en la que se apoyaba la cama. Posteriormente, palmeó el espacio vacío como señal de invitación—. Ven, acompáñame.

Madoka, que ya no desconfiaba y se había enternecido por las palabras de su novia —en otra época, al ser más insegura y sensible, habría hasta llorado—, se incorporó de su lugar y caminó hasta la cama donde Homura la esperaba con una de esas hermosas sonrisas que tanto le gustaban. Se acostó a su lado, procurando estar tan cerca de ella como pudiera. Vaya que tenía a la mejor novia del mundo.

—¿Ves que no fue tan difícil, Madoka? —dijo y luego rio bajito al ver como su novia se removía, incómoda, frente a la mención de su nombre por parte de la persona que más amaba en este mundo—. Aún no te acostumbras a que estemos juntas, ¿eh?

—¡No es eso! —refutó Madoka, jugando con sus dedos, sin mirarla—. E-es sólo que... Cada vez que hacemos este tipo de cosas...uh... m-me siento muy feliz y… siempre he sido mala controlando mis emociones.

Homura pareció pensarlo un momento, antes de responder:

—Mmmmmm, así que es eso —sonrió—. Te ves tan linda cuando estás incómoda, Madoka~.

—¡Homura-chan!

—Jeje —sin darle tiempo a nada, Homura se giró hacia ella y la abrazó, apoyando su mentón en el hombro ajeno—. Espero que esto no te incomode. —Inhaló profundamente, deleitándose al sentir como el delicioso aroma de ella le inundaba sus fosas nasales. Luego bostezó—. Espero que no. —Sin esperar respuesta o queja alguna por parte de su acompañante, cerró los ojos y se durmió.

Al ver que ya no podría hacer nada frente a esa situación, Madoka también decidió dejarse llevar. Bostezó como lo hiciera su novia hace unos segundos y apoyó su mejilla contra la frente de ella. Tras relajarse por completo, acabó por ceder y también se durmió.